Elegir un regalo para su novio, esa era la misión. Su novio. Se había descubierto a sí mismo diciendo la palabra en voz baja cuando estaba solo, adaptándose al peso de las vocales y consonantes en la lengua, tratando de asumir que por fin, después de tantas idas y venidas, esa era la realidad: Theodore Nott le había elegido a él.

Sacudió la cabeza para espantar la distracción, si se ponía a darle vueltas a esa parte de su historia podía pasarse las horas muertas repasando los detalles que les habían llevado hasta ese punto. Un regalo de cumpleaños, céntrate Blaise.

En su juventud, cuando pagaban las fortunas familiares, los regalos eran una competición de egos, algo en lo que caían todos ellos. Desde la guerra, las cosas habían cambiado tanto que costaba recordar cómo era poder hacer gastos estúpidos y ostentosos. Ahora todo era esfuerzo, trabajo duro. Mudarse a otro país, un aprendizaje, reconstruir la relación con las pocas personas que le importaban, esas habían sido las prioridades, y Theo había estado en el centro de todas.

Aún así, el año anterior no había podido evitar ceder a la tentación de gastarse más dinero del que tenía en la mejor túnica de pocionista que pudo encontrar. Y no es que Theo no lo agradeciera, pero enseguida supo que esos ya no eran ellos, que había que ser adultos y centrarse en el presente.

Por eso estaba allí, rodeado de olor a libro viejo. Según Draco, era la mejor librería de segunda mano de Berlín, se podían encontrar cosas estupendas y él buscaba un libro sobre ingredientes exóticos que Theo había comentado una vez que había visto en otro sitio, un libro que nuevo estaba totalmente fuera de su capacidad económica.

Después de diez minutos dando vueltas, incapaz de entender el sistema de organización del librero, cedió y fue a preguntar. Su alemán aún era muy rudimentario, pero aún así el anciano le indicó con un seco cabeceo que le había entendido y lo siguió con la mirada mientras se alejaba con la espalda encorvada y apoyado en un tosco bastón.

Fue entonces, cuando se dispuso a esperar allí mismo junto al mostrador y dejó vagar la mirada a su alrededor. Sin duda, esa tienda sería el paraíso de Theo o de Draco, incluso quizá de la antigua Pansy, mucho más apasionada del aprendizaje y el conocimiento de lo que había dejado entrever con su exterior frívolo mientras iban a la escuela. Para él, acostumbrado a ser una persona más de acción, con un interés regular por lo que podía aprenderse en las aulas, era más una curiosa mezcla de formas y colores. Casi le despertaba más curiosidad cómo estaban organizados los libros, porque de verdad que a él le parecía de lo más aleatorio, que su contenido.

Su mirada se detuvo en algo familiar. Intrigado, se acercó y tomó el libro de la estantería y lo giró para ver la portada. Un recuerdo de su infancia, lejano y bastante borroso, saltó rápidamente y le dejó parpadeando, conmocionado. Apenas se enteró después de eso de las palabras del librero al volver, lo único que había registrado era su gesto para sacar la cartera del bolsillo y pagar por ambos libros antes de salir a paso ligero de la librería.

Theo subió las escaleras arrastrando un poco los pies. Vivir sobre el trabajo tenía sus ventajas y esa era una de ellas, no tener que concentrarse en aparecerse o usar la red flu después de un día agotador. Entró en el pequeño apartamento y lo primero que hizo fue quitarse los zapatos y dejarlos junto a la puerta. Después se quitó con cuidado la túnica y la colgó en el perchero, asegurándose de que no se quedaran arrugas para poder usarla al día siguiente. Y por último se desabrochó el botón superior de la camisa mientras llamaba a su novio, extrañado de que no hubiera interrumpido su ritual de vuelta a casa como hacía a diario, normalmente con resultados bastante satisfactorios.

— ¿Blaise?

— En el salón —le contestó una voz ligeramente congestionada.

Se encontró una estampa sorprendente. En el pequeño sofá de dos plazas, Blaise estaba enroscado con una manta, un libro sobre las rodillas y un pañuelo en la mano.

— ¿Estás bien? — se acercó rápidamente para tomarle la temperatura al modo tradicional, con la mano en la frente.

— Sí, sí.

— Suenas resfriado —insistió, sacando la varita para verificar que no tenía fiebre—. Voy a buscarte una poción pimentónica.

Pero al ir a alejarse, Blaise lo enganchó de la muñeca y lo tiró sobre él, mientras protegía el libro cerrado con la otra mano poniéndolo contra su pecho.

— No tengo un resfriado.

Aún así, Theo lo miró con el ceño fruncido a la par que limpiaba sus mejillas con el pulgar.

— ¿Qué ocurre entonces?

Por respuesta, Blaise le enseñó el libro que seguía sujetando con fuerza.

— ¿Los cuentos de Beedle el Bardo? —preguntó, sin entender.

— Lo encontré hoy por casualidad en una librería de segunda mano. Es exactamente la misma edición que tenía de niño. Mi padre me la leía.

— Oh, Blaise —se dolió por él, a sabiendas de lo duro que había sido perder a su padre con apenas cinco años, así que lo abrazó como pudo, aún en su regazo.

— Yo… ¿es ridículo sentirme así? ¿cómo si hubiera recuperado algo? No sé cuánto rato llevo aquí sin poder parar de llorar.

— No, mi vida, no lo es —le acarició la cara y se acomodó un poco más a la par que abría el libro — ¿por cuál vas?

Blaise le cogió el libro y lo abrió.

— Acabo de empezar este.

— Ok. —Theo carraspeó para aclararse la garganta, acurrucado sobre su pecho, con Blaise pasándole un brazo por la espalda— "Érase una vez un joven brujo atractivo , rico y con talento…"