Pansy miró al cielo. Maldito Londres, siempre gris, siempre lloviendo. Y maldita fuera su estampa, no se acostumbraba a vivir así.

— ¿Parkinson?

Se giró justo a tiempo de ver aparecer un gran paraguas colorido a su derecha.

— Granger —saludó con sequedad.

— ¿Qué haces aquí? —señaló con la cabeza el portal en el que se refugiaba, en un callejón junto al ministerio de magia.

— Ohh, podría estar planeando la próxima revolución oscura. O simplemente podría estar evitando mojarme.

— Ahórrame el sarcasmo, solo quería saber si estabas bien —respondió Granger con sequedad, dándose la vuelta para alejarse.

— No tengo varita —confesó a su espalda —Salgo de la vista de mi libertad condicional.

Granger se giró otra vez hacia ella, esta vez con el ceño fruncido.

— Creía que eso se había acabado al salir de la escuela.

Negó con la cabeza, los dedos aferrando con fuerza la correa del bolso.

— Entonces añadieron seis meses. Y ahora otros seis.

— ¡Pero eso no es justo! —protestó Granger indignada— No pueden alargar una condena sin más.

— Discúlpame que te diga esto, querida, pero la vida no es justa. Creía que a estas alturas ya lo sabrías.

Recibió un bufido como respuesta y el paraguas se acercó hasta estar delante suyo.

— ¿Qué haces? —preguntó esta vez Pansy.

— Acompañarte. ¿O piensas quedarte bajo ese portal hasta que pare de llover? Creo que el servicio meteorológico ha anunciado lluvias torrenciales durante veinticuatro horas.

Fue inevitable sonreír un poco antes de salir de su escondite para colocarse a su lado bajo el gran paraguas. Caminaron despacio y en silencio, esquivando gente, paraguas, charcos y las salpicaduras de los coches y los autobuses.

— No sé a dónde te diriges —comentó por fin Granger, alargando la parada en un cruce, dudando de hacia donde caminar.

— A Diagon. ¿Y tú? —se forzó a ser cortés, al fin y al cabo le estaba haciendo un favor y ni siquiera había mostrado interés por su presencia en el ministerio.

— También. Una vez allí, puedo usar un Impervius, quédate con el paraguas.

— ¿Por qué? ¿No quieres que te vean conmigo?

— Eres… dios, insufrible, ¿sabes? Te estaba dando una salida para ir a tus cosas sin llevarme pegada. La gente sigue siendo muy pesada conmigo.

La ruptura de Granger y Weasley había estado en todos los periódicos los últimos meses. Había sido desagradable y la había colocado a ella en un lugar que estaba segura que no le gustaba: la víctima. Porque había sido abandonada, porque Weasley se había ido con otra persona, que además era un hombre y un Slytherin.

— Tendría lógica que no quisieras que te vieran conmigo, ¿sabes? —planteó por fin, suavizando el tono— Tu novio te dejó por mi mejor amigo.

Hermione suspiró con exasperación, pero luego le sorprendió con la respuesta.

— Ron y yo hablamos de Blaise hace meses. No soy una mujer abandonada y despechada, Parkinson, soy una amiga que ayudó a su amigo de toda la vida a darse cuenta de que no era conmigo con quien quería estar. Y no me arrepiento de nada. Es la maldita prensa la que lo ha tergiversado todo.

— Vaya —murmuró, sin palabras.

— Así que el hecho de que me vean contigo me da igual, si no no estaría ofreciéndome a acompañarte. De hecho, deberíamos tomarnos un café.

— ¿Nosotras? —cuestionó, de nuevo sorprendida.

— Sí, claro. Tu mejor amigo, mi mejor amigo. Cuando la cosa mediática se calme, es posible que nos toque convivir. Estaría bien conocernos mejor, ¿no crees?

Pansy pensó muchas cosas en ese momento, pero no las verbalizó. La mayoría de ellas eran sorprendentemente agradables y agradecidas con la mujer enérgica que caminaba a su lado bajo la lluvia, un par eran simplemente slytherin buscándole tres pies al kneazle. Así que se limitó a asentir y hacer un solo comentario más.

— Un café estará bien. Pero elijo el sitio, si este paraguas —señaló con un índice los brillantes colores—es una muestra de tu gusto...

— Por supuesto —rio Hermione—, por supuesto. Solo marca el camino.

Y cruzaron la calle para acceder al Caldero Chorreante.