Esta historia continúa la del día 22.


A pesar de su conversación con Theo y Draco, Neville se levantó al día siguiente convencido de que todo era un error.

Tenía que ser un error porque de ninguna manera podía ocurrir eso, no a él, así que su mente saltó a la conclusión de que Draco se equivocaba. ¿Cómo había podido ser tan estúpido? Seguro que era una tomadura de pelo de los gemelos y se estaban riendo a su costa. La inseguridad de años de ser el objeto de bromas en la escuela salió a flote y brilló como un corcho luminoso. Era eso, tenía que ser eso, una broma. Furioso, volvió a dirigir sus pasos hacia el pueblo, decidido a cantarles las cuarenta.

Entró en la tienda pisando fuerte, con los puños apretados y los labios en una línea decidida.

— ¿Qué ocurre, Neville? —le interrogó Fred al verlo pasar hacia la escalera con la actitud de un toro a punto de embestir.

Pero no se detuvo a responderle, bajó las escaleras con los mismos pasos fuertes, consciente de que Fred le había seguido.

— ¿Nev? —le saludó George.

— ¡No tiene gracia!

— ¿Qué...?

— ¿Os habéis reído agusto? el pobre Neville, que siempre pica en las bromas, vamos a convencerle de...

— ¿A convencerle de qué? —preguntó Fred tras él.

— ¡De que es tan estúpido como para no haberse dado cuenta de que tiene sentimientos por vosotros! —gritó, tan furioso y dolido que saltaban lágrimas de rabia.

— Nosotros jamás haríamos algo así...

— ... porque te respetamos, eres nuestro amigo Neville.

— Entonces explicadme por qué eso —señaló con un índice tembloroso— huele a vosotros.

Los gemelos se quedaron mudos por un momento, mirándolo con la boca un poco abierta.

— ¿La Amortentia te huele a nosotros dos? —cuestionaron casi al unísono.

— ¡Sí! Dejad de haceros los sorprendidos, como si todo esto no fuera parte de vuestro plan para ponerme en ridículo.

— ¿A qué huele para ti la Amortentia, Fred? —preguntó George, con el tono del que sabe la respuesta antes de hacer la pregunta.

— A café y tarta de calabaza. Y a invernadero. ¿Y para ti, hermano?

— A lo mismo. Y a esa colonia apestosa que te empeñas en usar desde hace quince años, Freddie.

— ¿Entonces no me estáis tomando el pelo?

— ¡No! y personalmente me ofende que creas que te haríamos algo así —planteó George, siempre más enérgico que su hermano.

Neville volvió a boquear y se dejó caer en una banqueta. Los gemelos se movieron con su habitual coordinación hasta colocarse frente a él. Por primera vez, los vio uno junto al otro, hombro con hombro, tan cercanos que se preguntó cómo era posible que contuvieran habitualmente en público esa necesidad de estar en contacto.

— ¿Dónde nos deja eso? —preguntó por fin.

— ¿Qué te parece un viaje a Bruselas?

Se quedó mirando a Fred, sin entender.

— Necesitamos ortiga belga. Y creo que hacen un chocolate fantástico. Nada tiene porqué cambiar, Nev —le aseguró Fred, con una sonrisa diferente a la habitual, acuclillándose delante de él.

— ¿No?

— Nosotros... —George se arrodilló junto a su hermano y lo miró antes de seguir— te queremos, hace mucho. Por eso nos quedamos aquí en Hogsmeade y dejamos que Ron se hiciera cargo de la tienda de Diagon.

— Yo... vaya, no he visto venir esto. Soy un desastre —se frotó los ojos.

— Nos gusta tu desastre, profesor. ¿Bruselas pues? Este fin de semana.

Los miró a los dos, allí ante él, George reservado, Fred mordiéndose el labio más ansioso.

— De acuerdo —aceptó por fin.

Fred sonrió, una sonrisa brillante, se puso de pie y se inclinó hasta dejarle un único beso en la mejilla.

— Subo a trabajar —les dijo a los dos—. Nada de hacer cochinadas sin mí —Les señaló con el índice con fingida dureza, para luego dirigirse a las escaleras y volver a la tienda.

Ambos lo siguieron con la mirada. Cuando hubo desaparecido, Neville se puso de pie y estiró la mano a George para ayudarlo a levantarse.

— Creía que la ortiga belga no era urgente —comentó, viendo como George se alejaba para volver a su lugar frente a los calderos.

— Y no lo es.

Parpadeó, perplejo. Frente a él, George sonrió de medio lado.

— Podría ser un viaje sin más, un poco de turismo con amigos.

— ¿Podría?

— Depende de lo que te apetezca.

— ¿Hay más opciones?

— Muchas. Fred es un romántico.

— ¿Y tú no?

— Yo le daría el mundo. Y luego crearía otro para ti.

— Vaya —parpadeó, sorprendido por la intensidad de su tono y sus palabras.

— Sí, vaya. ¿No tienes una clase que dar o algo?

Neville miró el reloj en la pared y dio un respingo.

— Mierda, en cinco minutos.

— Puedes usar nuestra chimenea — señaló con el cuchillo con el que cortaba raíces a la chimenea apagada en el rincón.

— Gracias.

George no contestó. Se acercó a la chimenea, cogió el bote de polvos flu y lo sostuvo abierto para él. Neville metió la mano y cogió un puñado, pero antes de poner un pie en la chimenea, George se inclinó y lo sujetó por la túnica.

— Nos vemos el sábado.

— Desde luego.

Y se quedó allí, mirándolo a unos centímetros, hasta que George volvió a sonreír y le besó en la mejilla opuesta a la de su hermano.