Un grito agudo resonó en medio de la noche. Percy dio un bote en el sillón en el que dormitaba, los ojos abiertos de par en par y el corazón latiendo a toda velocidad. La sala volvía a estar silenciosa, a través de las ventanas se veía que todavía era de noche, una noche oscura y densa como la tinta.

Se puso de pie y revisó visualmente la larga hilera de camas. Estiró la espalda, rígida por la falta de sueño en una cama y la gran acumulación de horas de trabajo y caminó con paso un poco inestable bordeando la primera hilera.

Algo hizo clic al pasar por una de las últimas y retrocedió violentamente cuando ya estaba casi en la siguiente. Desde la cama, un hombre joven le miraba con un único ojo oscuro, el otro no se veía debajo de los vendajes que le cubrían la mitad de la cabeza, la mitad del cuerpo en general. Una ojeada a la tablilla colgada a los pies de su cama le dijo que ese paciente era un milagro médico al que se le había extraído metralla de varios órganos vitales y se trataba ahora quemaduras en el 40% de la superficie de su piel. Pero en identidad constaba como desconocido.

Se acercó hasta la cabecera y el ojo le siguió. Vio que intentaba mover los labios para hablar y hacía una mueca de dolor.

— Chst, no hables —le dijo en voz baja para no molestar a los demás pacientes que trataban de descansar.

Lo que se veía de su cara se crispó. En su barbilla aún quedaban los restos de una perilla, algunos grupos de cabello que habían resistido al fuego. Y su nariz era perfectamente reconocible.

— Viktor...

La mano sana del joven se agarró a su túnica.

— Tranquilo —se sentó en el borde de la cama y sujetó con cuidado la muñeca del herido y acarició despacio la piel— . Tranquilo, todo irá bien, Viktor.

Se quedó allí, sujetando su mano mientras volvía a dormirse. Quería hacerle un montón de preguntas, quería saber cómo había llegado a su hospital cuando se suponía que su batallón estaba destacado a muchos kilómetros de allí. Sobre todo quería preguntarle por sus hermanos menores, que se habían enrolado con él y de los que hacía meses que no sabía nada. Pero en lugar de eso lo acompañó toda la noche, memorizando las pestañas y cejas medio consumidas, el pómulo marcado, el cuerpo enjuto que le hablaba de desnutrición. ¿Cómo había llegado a esa situación una estrella del deporte universitario?

Otro grito volvió a despertarle, casi cuatro semanas después. Se levantó de un salto y corrió junto a la cama de Viktor, como en casi todas sus guardias en esas semanas. La cara delgada, ya sin vendajes pero llena de espantosas cicatrices, estaba contraída con una mueca de terror. Aún no sabían como había ocurrido aquello, no solo su cara había sufrido quemaduras, también su laringe y cuerdas vocales, apenas hacía tres días que había empezado a pronunciar sus primeras palabras.

Se sentó en la cama junto a él y le cogió la mano. Con la mano libre cogió una gasa limpia y le secó el sudor frío de la frente. Viktor le miró, con los ojos desorbitados todavía.

— Nos capturaron — consiguió distinguir que le decía, un susurro ronco y estrangulado.

— No hables, no...

Viktor liberó su mano para apretarle la pierna y llamar su atención.

— Mi escuadrón, tus hermanos...

Percy se puso rígido, nadie sabía nada de sus hermanos. Un pelotón entero, hombres jóvenes a los que conocía de su ciudad, había desaparecido.

— Huimos de un campo de prisioneros. Ellos dos, Oliver, Harry y Lee. Yo...

Un golpe de tos le interrumpió. Percy se incorporó para acercarle un vaso de agua que había sobre la mesilla. Le ayudó con un brazo a incorporarse y le acercó con la otra mano el vaso con una pajita para que bebiera.

— Despacio —le dijo, tratando de aparentar calma aunque todo su ser quería llamar al sargento de guardia para que le interrogara, su mente fija en la cara de su madre.

— Yo me quedé atrás para darles la oportunidad de huir, ellos son más jóvenes... y tienen familia esperando.

La tos volvió a golpearle. Percy lo abrazó mientras bebía agua a pequeños sorbos. Había una posibilidad, una al menos de que estuvieran vivos. La esperanza era una perra en días como ese, pero en ese momento le hacía sonreír, con Viktor acurrucado entre sus brazos casi dormido de nuevo.