Era la víspera de la prueba final del Torneo de los tres magos. Bueno, cuatro, aunque nadie pudiera explicarse cómo había ocurrido. La energía en el castillo era frenética y los profesores habían decidido mandarlos a todos temprano a sus dormitorios para prevenir peleas y otro tipo de encuentros eufóricos.
Aún se oían voces en los pasillos de Hufflepuff cuando sonó la puerta de uno de los prefectos, afortunado mortal que no compartía dormitorio en deferencia a su posición también de capitán del equipo de quidditch y, por supuesto, de campeón de Hogwarts. El verdadero, como le llamaban por lo bajo sus compañeros de casa.
Cedric abrió la puerta, ataviado ya con el pijama y se quedó mirando con perplejidad a la persona frente a él. Llevaba una túnica de su casa, que le quedaba obviamente pequeña, especialmente en los brazos, y lucía una melena rubia cuyo flequillo le ocultaba la mitad de la cara. Además de unos atributos femeninos bastante exagerados y unas piernas arqueadas bajo la falda del uniforme.
— ¿En serio? —comentó, sin poder evitar echar hacia atrás la cabeza y reírse con fuerza.
— ¿Puede reírte después de dejarme entrar? — le interpeló su visitante.
El campeón de Hogwarts se apartó de la puerta lo suficiente como para franquearle el paso y volver a cerrar rápidamente. Aún riéndose, le quitó la túnica de Hogwarts, que debía de haberle robado a alguien bastante menos robusto que él.
— Quítate el Glamour, anda.
Viktor acabó de deshacer su disfraz, aún con el ceño fruncido por su risa. Cedric se acercó mucho, con una sonrisa que reservaba para él, ladeada e insinuante, y lo abrazó por la cintura.
— Hola —le saludó suave, pegándose a él.
— Hola —le devolvió el saludo, las oscuras cejas relajándose en su cara morena.
— Gracias por venir a verme.
— ¿Aunque el disfraz fuera ridículo?
— Las tetas grandes combinan raro con los brazos musculosos. Pero hay que valorar el esfuerzo.
Después de un gruñido en búlgaro, Viktor apoyó la cara en la curva entre el cuello y el hombro de Cedric. Sintió que le acariciaba el cuello despacio y se estremeció, no estaba acostumbrado a lo suave.
— No puedo creer que ya se acabe todo y esta sea nuestra última noche juntos.
— Aún no sabemos si os iréis nada más acabar la prueba.
— Como si no fueras a celebrarlo mañana con tu novia si ganas —protestó Viktor, apartándose sin mirarle a la cara, sintiendo que lo ridículo de estar allí con una camisa blanca desinflada y una falda gris era lo menos malo de su situación.
— Oye, —Se agachó un poco Cedric para buscar su mirada— esto no se acaba aquí. Te lo prometo, ¿vale?
Viktor le sostuvo la mirada y quiso creerle, lo deseó con muchísima fuerza, porque ese joven inglés se había convertido en el mundo para él en esos meses, a pesar del secretismo, a pesar de verlo a todas horas pavoneándose con su novia, Cedric siempre conseguía hacerle sentir especial. Sin separar sus ojos, se dejó caer en el suelo de rodillas y procedió, muy despacio, a bajarle los pantalones del pijama.
36 horas después
No tenía muy claro en qué momento había tomado la decisión de volver a colarse en los dormitorios de Hufflepuff, pero ahí estaba, de nuevo en ese dormitorio en el que había pasado una noche increíble hacía nada. En esa misma cama Cedric le había llenado de besos, palabras dulces y palabras de amor eterno y después habían dormido abrazados hasta el amanecer en el que habían tenido que volver cada uno a sus obligaciones como campeones.
El dolor que tenía en el pecho desde que había despertado en la enfermería y conocido como había terminado el Torneo... Había conseguido mantener su fachada dura, porque eso era lo que se esperaba de él, pero allí, en ese momento, lo único que podía hacer era ahogarse en ganas de llorar mientras miraba sus cosas y deseaba llevarse con él algo que le ayudara a recordarlo.
— Si estás buscando tu túnica, está ahí.
Se giró con brusquedad, sobresaltado. Apoyada en la puerta cerrada, Chang le miraba con ojos duros y señalaba con el índice extendido el último cajón de la cómoda. Incapaz de mirarla, dio unos pasos y se agachó para abrirlo. Parpadeó cuando se encontró la túnica que había llevado como disfraz dos noches antes junto a otras prendas de ropa, algunas de lencería femenina de distintas tallas. Había también bufandas y corbatas de otras casas de Hogwarts, incluso una túnica de Beauxbatons.
Cho se acercó, con aire amenazador. Sin saber qué hacer, Viktor se puso en pie y retrocedió hasta quedarse arrinconado entre la pared, la mesilla y la cama. Ella se agachó, agarró la túnica oscura y se la tiró a la cara.
— Eso es lo único que vas a tener de él, su última noche —le aseguró, con voz llena de ira y veneno—. Atesóralo, Krum, porque es lo único que mereces, saber que fuiste la última puta de su colección. ¿De verdad creías que eras el único? —volvió a señalar el cajón abierto.
— Él... yo... —intentó defender a Cedric en vano.
— Y la mitad de la escuela. ¿Pero sabes qué? —Cho se acercó hasta casi rozarle, con una sonrisa un poco maníaca ahora— Al final del día yo era su novia, yo seré la que se siente en primera fila en su funeral y consuele a sus dolidos padres, y tú el que volverá a su país sabiendo que creíste querer a alguien que solo se quería a sí mismo. Así que llévate tu túnica y sus promesas vacías, Krum, y sal del castillo antes de que todo el mundo sepa lo ridículo que has sido.
Con el corazón roto, Viktor dejó caer la túnica al suelo y apartó a Cho de su camino para marcharse, tratando de mantener la barbilla en alto al menos hasta que pudiera estar a salvo entre los suyos en el barco de Durmstrang.
