Hacía ya tres años que era el profesor Diggory en Hogwarts. Había visto a los alumnos reaccionar de distintas maneras a su presencia allí, porque, quisiera o no, era famoso. Era el joven que había sobrevivido milagrosamente a una encerrona con el mismísimo Voldemort, el que había ayudado a crear a un joven ejército rebelde para vencerle unos años después, ese del que la prensa hablaba en términos elogiosos hasta que decidió hacer pública su relación con el Salvador y otra de sus compañeras del ED. Habían pasado a ser tres héroes de guerra a ser vilipendiados a todas horas en la prensa por su poco ortodoxa relación, así que Cedric estaba acostumbrado a todo tipo de reacciones de los nuevos alumnos. Pero ese año estaba siendo raro raro.

La reacción de muchas de las alumnas al verlo, incluso de las que le conocían porque ya les había dado clases, era a menudo enrojecer y hablar en susurros emocionados con sus amigas. Después de la primera semana, comenzaba a ser molesto, así que cuando cruzó el viernes por la noche el umbral de su casa en Hogsmeade, lo hizo con el ceño fruncido y una cara de mosqueo importante.

— Ey —le saludó Harry, saliendo a su encuentro desde la cocina al escuchar la puerta—. ¿Qué ocurre?

Cedric se dejó caer en el sofá e inmediatamente abrió los brazos para su compañero, que se acurrucó en su regazo sin dudarlo.

— Era mejor cuando tenía que ganarme su respeto —comentó entre dientes, la mejilla apoyada entre el oscuro y revuelto cabello del auror.

— ¿Siguen comportándose raro?

— Hoy en la última clase una niña de primero de Gryffindor se ha quedado mirándome de tal manera que casi se cae de la silla. ¡Es absurdo! parece que les han dado a todas alguno de esos estúpidos filtros de amor de los gemelos. Y no paran de cuchichear, da igual que estén en clase, en los pasillos o en el comedor.

— No sé qué puede ser. Pero seguro que al final se soluciona, siempre te los acabas ganando —trató de reconfortarlo, frotando la nariz contra su mandíbula.

Los mimos distrajeron un rato a Cedric, al que siempre le costaba volver a acostumbrarse al ritmo del curso y dormir fuera de casa después del verano durmiendo con al menos uno de sus compañeros, la vida de los aurores tampoco era fácil de conciliar con la familiar. Cuando su otra compañera salió del flu, se los encontró enredados, jadeantes y medio desnudos en el sofá y les hizo saber que estaba allí quitándose la capa y tirándosela. Ambos hombres se detuvieron inmediatamente y pelearon un momento con la prenda hasta que Harry consiguió bajarse de Cedric y del sofá en el mismo gesto, tropezando de paso con la mesita de centro para caer todo lo largo que era en la alfombra.

Cho rio, meneando la cabeza. Esos eran sus chicos, el tranquilo líder y el pequeño torpe que siempre actuaba antes de pensar. Aún riendo, dio la vuelta a la mesa y ayudó a Harry a levantarse. A cambio, su compañero le echó los brazos al cuello para besarla con bastante ardor y llevarse las risas.

— Hola, amor —le saludó al separarse, enderezando un poco la camisa torcida que asomaba fuera de los pantalones del uniforme—. ¿Empezando el fin de semana sin mí? —se inclinó a besar a Cedric, que los miraba a los dos desde el sofá indudablemente risueño, los ojos brillantes de ese cariño fiero que siempre tenía para repartir entre ellos dos.

— Harry trataba de distraerme de las rarezas de mis alumnas —le respondió, moviéndose para hacerles sitio a los dos en el sofá, aunque Harry volvió a elegir sentarse sobre él.

— Oh. —Cho se golpeó la frente y se puso de pie para recuperar su bolso, que había dejado caer junto al perchero— Acerca de eso, —Revolvió el contenido hasta sacar una cartulina que enarboló triunfal antes de volver a su sitio en el sofá, dejando los tacones por el camino y desabrochando su túnica de funcionaria— hoy me dieron esto en el centro, creo que podría ser la respuesta a tus preguntas.

Harry y Cedric se inclinaron para ver la cuartilla. Parecía un folleto de los que se reparten en la calle, una publicidad muggle de una película. En él había una foto de un chico muy guapo y una chica de pelo oscuro.

— Este chico se parece muchísimo a ti —comentó Harry, señalando con el índice al que sin duda era el protagonista de la película.

— Se lo he contado a una compañera en el trabajo y me ha dicho que esto, —Agitó la cartulina— es una película de un libro que por lo visto ha vuelto locas a las adolescentes muggle, quizá también a las mágicas. Enhorabuena, cariño, eres un ídolo de masas, un vampiro de más de cien años enamorándose de una niña de diecisiete.

— Venga ya —exclamó Cedric sorprendido, por la historia y porque realmente el muchacho de la foto podría ser él unos años atrás, antes de las heridas de guerra.

— Mi compañera dice que su hija y sus amigas están locas por este actor y por la saga. A mí me parece muy divertido pensar que sea tan potente este fenómeno como para haber llegado a nuestras adolescentes también.

Cedric se tapó la cara con las manos un minuto. Sus compañeros se quedaron en suspenso, mirándolo, hasta que sus hombros empezaron a moverse de una manera inequívoca justo antes de que las carcajadas llenaran la habitación.

— Este año ya sé de qué vamos a disfrazarnos para la fiesta de Halloween del pueblo —apuntó Harry, divertido, bajándose de su regazo para ir a preparar la cena.

— Oh dios, debes disfrazarte de vampiro también para la fiesta de la escuela —le dijo Cho, emocionada por la idea, contagiada de la diversión de Harry.

— Estais fatal, peor que esas niñas —respondió Cedric, reclamando los labios de Cho una segunda y una tercera vez.

— Bueno, de entre todas las mierdas con las que hemos lidiado, esta es la única de la que podríamos sacar diversión. ¿Por qué no? —le planteó Cho, poniéndose también en pie para tirar de él y llevarlo a la cocina, porque a ambos les encantaba ver a Harry moviéndose entre ollas, teniendo ese rato de hogar para ellos.