Harry nunca había celebrado Halloween de esa manera. En su infancia sus tíos la consideraban una fiesta extranjera y la despreciaban como tal; en la escuela cada año ocurría algo en ese día, algún tipo de drama; después de la guerra, cuando dejó Inglaterra, pasó a ser una noche de emborracharse solo, pensando en todas sus pérdidas.

Al volver a casa, a Inglaterra, firmemente sujeto de la mano de su compañero, la vida tomó de nuevo un rumbo distinto. Y en gran parte ese rumbo estaba marcado por los niños. Sus sobrinos, que poco a poco iban tomando un lugar en su vida, y después los niños del orfanato.

Había caído por casualidad en ese lugar, gestionado por algunos de sus antiguos compañeros de la escuela, y ya no había sido capaz de alejarse. Hasta ese momento no se había dado cuenta de cuanto significaba para él poder ayudar a otros a tener una infancia mejor que la suya. Pasaba muchas horas allí, siempre con una sonrisa puesta, arrastrando a Bill con él cuando coincidían los dos sin misiones fuera.

— ¿Decorar calabazas?

El tono sorprendido de Bill le sacó una sonrisa. Se colocó de lado en la cama para mirarlo. Repasó con dedos cariñosos las cicatrices de su cara y los enredó en la larga melena rojiza que adoraba.

— Susan dice que lo hacen todos los años la tarde del 31. Y que los chicos han preguntado si vamos a ir.

— ¿Y tú quieres ir? esa tarde... pensaba que la pasaríamos en casa, abrazados en el sofá.

Harry sonrió y se inclinó a besarle, todavía con los dedos entre su pelo.

— Dios, Bill... —se apretó contra él— soy increíblemente afortunado de tenerte.

Su compañero sonrió contra sus labios y lo sujetó por la cintura.

— Háblame de ese plan con calabazas.

— Es una fiesta abierta, invitan a las familias de los trabajadores también. He pensado que quizá tus hermanos quieran traer a los niños.

— Podemos decírselo el domingo en el almuerzo. Seguro que se apuntan.

Calló un momento y se mordió el labio. Harry tenía esa sonrisa tierna que le generaba pensar en ayudar a niños. Le fascinaba verlo interactuar con sus sobrinos, pero le enamoraba infinito ver su entusiasmo trabajando con los niños del orfanato. Como parte de una gran familia, Bill siempre había sabido que quería ser padre, una familia numerosa también, pero después de romper su compromiso con Fleur era un plan que había pasado al fondo de su mente.

— Cariño, yo... he estado pensando.

El tono, cargado de incertidumbre, hizo que Harry dejara de besar su cuello para apartarse y mirarle a los ojos.

— ¿Qué ocurre?

— No es nada malo. —Buscó su mano para entrelazar los dedos con los suyos— Solo que... ¿piensas alguna vez en tener una familia?

— Ya tengo una familia contigo, Bill.

— Me refiero a niños. Siempre he querido una casa como la de mis padres.

Harry parpadeó varias veces, un fuerte rubor coloreando su cara.

— Tú... ¿querrías tener hijos conmigo?

— Por supuesto. —Le apretó la mano con más fuerza— Te veo con nuestros sobrinos, y con los niños del orfanato y yo... creo que serías un gran padre, que seríamos un gran equipo juntos.

Su compañero escondió la cara en su hombro, emocionado.

— Quiero eso —le dijo al cabo de un rato, girando la cara para besarle la mejilla herida—. Pero en este momento no creo que pudiera elegir uno entre esos niños. Susan me advirtió sobre crear lazos emocionales, ¿sabes?, pero no puedo evitar que me importen, todos y cada uno de ellos, y se me parte el corazón de pensar en traer a alguno de ellos a casa y saber que los demás siguen allí.

— Eres... —Bill tragó saliva, tratando de evitar las lágrimas— absolutamente increíble, Harry. Y te amo, aún más de lo que creía que era capaz.

— ¿De verdad? ¿lo entiendes? —preguntó, emocionado también.

— Claro que lo entiendo. —Se movió rápidamente para girarlos a los dos y dejarlo en la cama bajo él— Y ahora desearía poder traerlos a todos a casa para ti. Te quiero infinito.

Recibió a cambio de sus palabras las muñecas de Harry pasando tras su nuca para bajarlo hasta él y besarlo de una manera que le hizo olvidar todo durante un buen rato.