— Esto es una pésima idea.
Albus miró a su hermano a través del espejo de su habitación. Llevaba un buen rato tratando de terminar su maquillaje de zombie con manos que temblaban tanto que había tenido que rehacerlo varias veces. Y a pesar de su esfuerzo, el sudor en su frente lo arruinaría apenas saliera de casa. Aún así, su mirada verde era terca y decidida, absolutamente Potter.
— Le prometí a Scorpius que iríamos a esa fiesta.
James suspiró y se acercó hasta él. Puso con cuidado la mano en su hombro, atento a su piel hipersensible, siempre cuidando de él como el hermano mayor alfa que era.
— Sé que irías al fin del mundo por tu amigo, Al, pero sigue siendo una pésima idea la posibilidad de entrar en celo en medio de la fiesta de Halloween de los Malfoy. Y está muy cerca, puedo olerte.
Cerró los ojos y gimió involuntariamente, apoyando la frente en el espejo. Él también lo sabía, los calambres en su vientre lo gritaban, igual que el exceso de humedad en su ropa interior. Pero era Scorpius, y una parte de él, la más animal que solía intentar ignorar, quería estar cerca de su mejor amigo cuando ocurriera esta vez, y no aturdido por las drogas en su habitación bajo la preocupada mirada de su hermano.
— Tengo que ir. Y Ted y tú estaréis allí para protegerme.
Abrió los ojos y volvió a buscar su mirada a través del espejo. James tenía los puños apretados y los hombros tensos, ni siquiera el haber nombrado a su pareja le había relajado como otras veces. Normalmente el nombre del ahijado de su padre era la palabra mágica que hacía que la cara de James se convirtiera en una cosa blanda y feliz que hacía que Albus se retorciera un poco de envidia.
— Por favor, Jaimie… —suplicó.
Su hermano volvió a suspirar, pero acabó por asentir.
— Papá nos matará a los dos si la liamos con esto, ¿lo sabes verdad?
— Papá ya tiene bastante con lidiar con su propia vida esta vez, James. Porque te recuerdo que nuestros ciclos están coordinados y la última vez hasta yo lo escuché lloriquear desde mi habitación llamando al padre de Scorpius.
El alfa de James gruñó con fuerza. Era imposible no recordarlo, te marca bastante escuchar a tu padre gimotear por alguien a quien supuestamente odia en medio de un celo. Y negarlo todo después.
— ¿Chicos? —escucharon la voz de Ted desde alguna parte de la casa.
— Es hora de irse.
Albus se miró por última vez en el espejo. Realmente su cuerpo lo último que necesitaba era una fiesta loca, pero era mejor ese riesgo que quedarse en casa rogando porque las drogas hicieran efecto y mordiéndose la lengua para no llamar a su propio Malfoy.
James estaba apoyado en la pared, con los fuertes brazos cruzados sobre el pecho y un aire intimidante, cuando Scorpius abrió al día siguiente la puerta de Albus y salió despacio del dormitorio, con los zapatos en la mano.
— Malfoy —saludó con sequedad.
— Potter —le devolvió el saludo en el mismo tono.
Se quedaron los dos allí, mirándose con fiereza. Hasta que James respiró hondo y captó el olor de su hermano sobre la piel del otro alfa.
— ¿Te vas? —preguntó, separándose de la pared y dejando caer los brazos a los lados con los puños apretados.
— A comprar desayuno. Albus quiere croissants recién hechos.
— ¿Está bien? —no pudo evitar preguntar, protector, mirando la puerta cerrada.
— Puedes entrar tú mismo y comprobarlo. Vuelvo enseguida.
Y lo miró alejarse, con las llaves de Albus tintineando en la mano, dejando un rastro de alfa satisfecho tras él. Tocó con los nudillos la puerta y esperó a escuchar un bajo "Entra, James" antes de abrir.
La habitación apestaba a celo, tan espeso que podría gotear de las paredes. El suelo era un caos de ropas y el edredón parecía necesitar un lavado, pero Albus estaba bien tapado y le miraba con ojos tranquilos desde la almohada.
Con cuidado, se sentó en el filo de la cama y apartó un poco el flequillo de la frente sudorosa antes de acariciar la mejilla sonrojada.
— Pareces bien follado, hermano.
Albus se sonrojó aún más y apartó la mirada, pero no podía negarlo, era evidente en su cara.
— ¿Ha sido bueno para ti entonces? —se interesó.
— Ha sido increíble, James.
— ¿Te mordió?
Conocía a su hermano y sabía que llevaba años esperando la oportunidad de estar con Scorpius, que no era un arrebato de celo.
— ¿Lo hizo, Albus? —insistió James, con un exigente gruñido alfa.
Por respuesta, su hermano bajó el nórdico lo suficiente como para dejarle ver ese punto entre su cuello y su hombro. Rápidamente lo volvió a tapar, avergonzado.
— Ha ido a comprar desayuno. Yo… necesitaba un momento para procesar.
— Lo entiendo. Voy a hacer café y a revisar a papá. Me aseguraré de dejaros la cocina libre.
— ¿Papá está aquí?
James se giró casi en la puerta, confundido por la pregunta.
— Sí. Yo mismo le puse la inyección anoche.
La cara de Albus se entristeció y lo entendió, cuando estabas emparejado era más duro saber cuanto dolor estaba atravesando la persona que lo había dado todo por traerte al mundo.
— Me doy una ducha y voy a verlo —aseguró Albus, haciendo ademán de levantarse.
— Quédate ahí. —James le detuvo con un gesto de la mano— Necesitas un rato, es mejor que esperes a Scorpius para la ducha. Y aún así, deberías dejarle espacio a papá hoy.
— ¿Por qué? —cuestionó ceñudo.
— La ducha no impedirá que huelas a Scorpius.
Albus apretó los labios y sintió que su estómago se encogía por su padre, que tendría que oler ahora a todas horas el marcaje de un Malfoy en él.
— Descansa, hermano —insistió James, acercándose a besar su frente— Y enhorabuena, es un buen alfa, mereces totalmente alguien que te quiera y te cuide.
— Gracias, hermano —respondió con la voz un poco empañada por la emoción.
James salió del dormitorio y cerró despacio la puerta tras él. Antes de ir a la cocina, miró al final del pasillo la puerta cerrada de su padre, también con el estómago encogido por él.
