Fiesta de los Malfoy, noche de Halloween.
Por quinta o sexta vez en lo que iba de noche, Harry se preguntó por qué demonios había accedido a ir a esa fiesta. Además de encontrarse físicamente fatal, era una maldita tortura emocional.
— Estás sudando muchísimo —observó Ron junto a él.
— Gracias por la información —gruñó, ganándose una ceja alzada del compañero de Ron.
Blaise dio un sorbo a su copa de champán, solo lo mejor en casa de los Malfoy, y observó la fiesta a su alrededor. En el otro extremo del salón, la gente joven se reunía cerca del grupo que tocaba animada música bailable.
— Albus tiene tan mala cara como tú, Harry —comentó, seguramente más divertido de lo que debería—. Pero parece que está en buenas manos.
A Harry no le quedó más remedio que darle la razón. Su hijo menor bailaba bastante relajado entre los brazos de Scorpius Malfoy, que en ese momento le hablaba al oído, haciéndole sonreír de un modo que no solían ver en casa.
— Aún puedes encontrar tú también a alguien para esta noche.
Las palabras de Ron le sentaron como una patada en el hígado y decidió que ese era el momento para retirarse con elegancia, antes de ser un ridículo y evidente manojo de hormonas. Dejó su vaso sobre la mesa y dudó si ir a despedirse de sus chicos o directamente desaparecer a la francesa. Ya había dado un par de pasos hacia ellos cuando se dio cuenta de que no era el único padre con algo que decir a la pareja que bailaba muy agarrada.
Allí estaba Malfoy padre, tan alto, tan bien vestido, porque los Malfoy no se disfrazaban por lo visto, a pesar de ser los anfitriones de una fiesta de Halloween. Se detuvo en medio del salón, sintiendo como el estómago se le revolvía y el sudor corría por su espalda, observando al anfitrión hablando con sus respectivos hijos, con la mano en el brazo de Scorpius. Ese simple gesto hizo que un enorme sofoco le subiera por la cara, lo que le impulsó a darse la vuelta y cambiar en dirección contraria, directo a la salida.
Ya estaba sobre la gravilla del sendero que conducía a las impresionantes puertas de entrada a la finca, tomando grandes bocanadas de aire para poder concentrarse en desaparecerse, cuando una voz a sus espaldas le llamó.
— ¡Potter!
Apretó los ojos con fuerza al sentir como su cuerpo respondía a esa simple llamada. Volvió a respirar hondo antes de girarse para encarar a Malfoy.
— Es de mala educación no despedirse del anfitrión de una fiesta.
— Mis modales siempre decepcionan, ¿verdad?
Malfoy lo escaneó brevemente, a una distancia segura, y luego inhaló muy despacio. A Harry no le cupo duda de que solo con ese gesto se había hecho una rápida composición de la situación.
— Venía a reñirte por dejar a Albus venir a la fiesta estando tan al límite, pero veo que ser imprudente es una cuestión de familia.
— Me sorprende que te sorprenda —contestó con acritud.
Su anfitrión suspiró y negó con la cabeza.
— ¿Estás de acuerdo con eso? —señaló con la cabeza hacia el interior de la casa.
— Creía que el que te oponías eras tú —respondió Harry, cruzando los temblorosos brazos sobre el pecho y tratando de fruncir el ceño a pesar de los retortijones en su vientre.
— ¿A que estén juntos?
— Sí.
— No. Lo único a lo que me opongo es a que sean imprudentes.
A Harry le dolió tanto la frase como el tono en el que lo dijo Malfoy. Tenían un pasado, uno que habían tratado de dejar atrás esos años por el bien de sus respectivos hijos.
— Ellos no son nosotros. Y tienen ya edad para saber lo que hacen.
— Lo sé. Por eso le acabo de decir a Scorpius que debería llevar a Albus a casa antes de que se encuentre peor.
— Ahm.
Incómodo, cambió el peso de una pierna a otra varias veces, apretando aún más los brazos y mordiéndose el labio.
— Potter… creo que debes volver a casa tú también —rompió por fin el silencio Malfoy, visiblemente tenso.
— Ehm, sí, tienes razón.
Dio media vuelta y volvió a caminar hacia la verja. Apenas tres pasos después, un latigazo de dolor le hizo doblarse por la mitad con un quejido atascado entre los dientes.
— ¿Estás bien? —interrogó Malfoy a un prudente metro de él.
— Sí. Tranquilo, me iré ahora, vuelve dentro.
— ¿Quieres que le diga a James o a Edward que salgan?
Se limitó a asentir, de nuevo con el labio entre los dientes para evitar decirle que no, que lo llevara a casa, que llevaba años esperando otra oportunidad.
==0==
Para Harry, el celo era el enemigo de la cordura. Como omega, perder el control de su mente y su cuerpo era terrible, él se consideraba un hombre fuerte, había criado dos hijos solo por dios, odiaba esas horas en las que su cuerpo gritaba por un compañero y arrastraba a su mente detrás.
Se encogió sobre sí mismo en la cama, abrazando las rodillas con ambos brazos. Se sentía mal, no solo porque con la edad le costaba más recuperarse de un celo estéril, sino porque sentir que necesitaba que su propio hijo le cuidara abría aún más el hueco que la falta de alfa había generado años atrás en su pecho, una necesidad que trataba de ignorar con todas sus fuerzas entre celo y celo.
Una desagradable contracción hizo que su interior se apretara, recordándole el vacío en su recto y en su vientre también, ni tan siquiera la drogas podían aliviar eso. Había superado la noche en una neblina, pero no podía librarse de un agotador día de recuperación. Maldita biología
— ¿Papá?
Se estiró en la cama con cuidado. Se pasó las manos por la cara y el pelo, en un vano intento de aparentar tranquilidad.
— Pasa, James.
La puerta se abrió y entró su hijo mayor. Desde que era pequeño, James había asumido el rol de protector. Él y Teddy eran los alfas en su pequeña familia, siempre mirando por Albus y por Harry.
— ¿Cómo está Albus? —preguntó, antes de que James pudiera preocuparse por él.
Su hijo le devolvió una mirada de "¿Cómo lo sabes?" y Harry no pudo evitar sonreír de vuelta "Soy vuestro padre y sé cuando estáis haciendo algo indebido".
— Está bien.
— ¿Se unieron?
James se sentó en la silla junto a la cama, la misma en la que había estado sentado la madrugada anterior mientras se aseguraba de que la inyección le hacía efecto.
— Sí, papá. Scorpius ha salido a comprarle el desayuno, ahora debe estar ayudándole a ducharse.
Harry cerró los ojos un momento. Los cuidados del día después eran algo lejano en su memoria, algo que su omega anhelaba casi tanto como el apareamiento.
— ¿Estás bien? —preguntó por fin James.
Abrió los ojos y miró a su hijo. Le dolió verlo así, preocupado por él, apretando las manos para no hacer un gesto que le incomodara. James sabía lo difícil que era dejarse cuidar por él y lo respetaba a pesar de que iba en contra de todos sus instintos.
— Cansado, dolorido…
— Anoche volviste a llamarlo.
— … y humillado.
— Te traeré ahora algo de desayuno. ¿Me dejarás que te ayude a ducharte?
En el aire quedó el recordatorio implícito de que en su último celo se negó a recibir ayuda y Ted lo había encontrado al cabo de un rato inconsciente en la ducha con una brecha en la cabeza.
— Sí —respondió pues en voz baja, pero incapaz de mirarle.
— Papá. —James se inclinó hacia él— Mírame, papá. No hay vergüenza en que me dejes cuidar de ti, tú lo hiciste durante años por nosotros.
— Soy vuestro padre.
— Un gran padre además. Respecto a Scorpius…
— Estaré bien, James. Scorpius no es su padre y ya pasaba aquí tanto tiempo como para ser uno más. Ni tu hermano ni tú debéis preocuparos por eso.
— De acuerdo.— Su hijo cabeceó, aunque a Harry no le cupo duda de que no había creído ni una palabra— Desayuno pues, en diez minutos estoy de vuelta. ¿Té y huevos revueltos?
— Eso sería perfecto, hijo.
James sonrió y salió de la habitación, cerrando la puerta con cuidado tras él. Harry se dejó caer contra la almohada, el desaliento invadiéndole rápidamente por la idea de que su familia ahora sí estaba unida sin remedio a la de la persona que más ansiaba en el mundo.
==0==
30 años antes, fiesta de Halloween en Hogwarts.
— No.
— Draco…
— He dicho que no, Pansy.
Su amiga se mordió el labio, molesta.
— A estas alturas todos lo saben. ¿Cuánto crees que tardará tu padre en enterarse?
— Mi padre está en la cárcel. Y me importa una mierda lo que tenga que decir.
— Oh, Morgana. Dime que no lo marcaste al menos, Draco. Y que tomasteis precauciones.
Su amigo no le contestó, se limitó a beber un sorbo de su ponche, debidamente adulterado con la petaca que Blaise había llevado, y mirar con el ceño fruncido al grupo de leones que se reunían al fondo de la sala.
Sintió un gruñido subir a su garganta al ver a Potter reír con la mano de Ginevra Weasley apoyada en su brazo. La odiaba con pasión, estaba tirando de todo su autodominio para no cruzar el comedor y arrancársela.
— No lo hice. No lo marqué —admitió por fin entre dientes.
— Por suerte, porque si estás gruñendo así sin que sea tuyo…
Ese era el problema, su estupido alfa había tomado el control al oler el primer celo de Potter. Casi todo estaba borroso, pero sí recordaba haberse resistido a morderle, a pesar de los ruegos del omega mientras lo montaba. Sabía que no era real, eran las hormonas las que le hacían pedir eso, porque en realidad ellos seguían odiándose con ferocidad. Y era su estúpido alfa el que ahora estaba molesto porque Potter no era suyo.
— Baila con Astoria, Draco —volvió a insistir Pansy, apretando su brazo ligeramente—. Es tu deber y la única manera de que los rumores aflojen. Porque a tu padre igual no le llegan, pero al de ella si.
Y tienes que casarte, Draco, le recordaron los ojos preocupados de su amiga.
Apretó los dientes con fuerza y le entregó el vaso. Se ajustó las mangas del traje, porque un Malfoy no se disfraza en Halloween, y caminó con pasos seguros hasta el corrillo de alumnas de sexto en el que estaba su prometida.
A la vuelta de las vacaciones de Navidad, los rumores habían disminuido. Había cumplido con sus obligaciones como prometido rigurosamente desde Halloween, dejándose ver continuamente con Astoria en la actitud más cariñosa que alguien como él podía mostrar en público.
¿Dolía? Si, por las noches a solas en su cama su alfa se rebelaba, libre de las restricciones que se auto imponía. El estómago le dolía casi todo el tiempo y sentía una incómoda rigidez en los hombros y el cuello.
Estaba en la biblioteca, pensando en pedirle a Pansy un masaje en la espalda, cuando lo vio. Parecía que en las últimas semanas Potter había estado evitándole, algo que le había venido bien en el fondo para crear su fachada, así que le sorprendió. Tenía un brillo diferente en la cara y sonreía mucho, de nuevo con Weasley muy pegada a él.
Su alfa rugió tan fuerte que miró a su alrededor, preocupado porque lo hubiera escuchado alguien. Theo lo miraba, con una ceja en alto, pero no parecía que nadie más se hubiera dado cuenta. Entonces ocurrió: Potter se puso de pie para salir de la biblioteca y tuvo que pasar cerca suyo; un inconfundible olor a flores se mezcló con su olor particular e hizo palidecer a Draco.
Sin pensarlo, se puso en pie y lo siguió fuera de la biblioteca. Solo necesito dar unos pasos rápidos para cogerlo del brazo y meterlo en el primer aula vacía del pasillo.
— ¿Qué mierda, Malfoy? —gruñó Potter, liberando su brazo con brusquedad.
— Estás preñado.
Potter dio un paso atrás, impactado por las palabras y por el gruñido que las acompañaba, completamente fuera de lugar en alguien tan controlado como Malfoy.
— ¿Qué? No, por supuesto que no.
— Lo estás, hueles a flores.
Esta vez fue Potter el que palideció.
— No puedes tenerlo —le exigió, con los dientes apretados, su alfa revolviéndose.
— Vete a la mierda, Malfoy —le empujó el Gryffindor.
— A la mierda nos vamos los dos si tienes ese hijo —insistió Draco, dando un paso amenazador hacia él—. ¿O tú quieres tener que casarte conmigo?
— ¿Tú te has vuelto loco? —cuestionó Potter con voz aguda.
— ¿Crees que Black no pedirá mi cabeza si no lo hago? Tú no sabes cómo va esto, joder. Hazme caso, no quieres tener este hijo. Y yo tampoco.
==0==
Ese fue el momento, justo ese. La mirada que le echó Potter, con la mano sobre el vientre, llena de ira, dolor y decepción. Ese fue el momento que ambos recordarían durante años cada vez que se cruzaran, el que podría haberlos unido y en realidad los separó, alimentando treinta años de malestar que se iban a tener que tragar porque ahora eran oficialmente familia.
Sentado en la biblioteca de su casa, con una copa en la mano, contemplaba ensimismado el fuego de la chimenea. Estaba tan perdido en sus recuerdos que no escuchó abrirse la puerta y los suaves pasos de Scorpius hasta sentarse en el sillón junto a él.
Se giró a mirarlo. Por debajo del olor del jabón de ducha de los Potter, ese que había olido innumerables veces cuando su hijo se quedaba el fin de semana con Albus en su adolescencia, aún se distinguía perfectamente el olor del celo de Albus.
— Pareces cansado —le dijo en un murmullo.
Su hijo tenía círculos oscuros bajo los ojos y los labios agrietados, pero sonreía de una manera inequívoca.
— Ha sido una noche larga —comentó, los ojos brillantes de picardía.
— Ahórrame los detalles, hijo. ¿Cómo está Albus? me sorprende que te hayas despegado de él tan pronto.
— Creo que Harry necesitaba un respiro de mí.
Draco parpadeó varias veces al escuchar el nombre de su ahora consuegro. Volvió a mirar al fuego y dio un largo sorbo a su whisky, intentando pasar el nudo que llevaba a la altura de la garganta desde la fiesta.
— ¿Tomasteis precauciones?
— Sí, por supuesto —respondió Scorpius, un poco exasperado.
Desde que era un adolescente, incluso antes de que pensara en sexo como algo interesante de hacer con otra persona, su padre había sido muy insistente con ese tema, seguramente sabía mucho más de hechizos y pociones anticonceptivas que la mayoría de sus compañeros de clase antes de salir de Hogwarts. Incluso de anticonceptivos muggles, llevaba en la cartera un preservativo desde los quince años.
— No es ninguna tontería, Scorpius —le reprendió Draco, como cada vez que se quejaba de su insistencia—. Es una decisión que te cambia la vida.
Por primera vez, el joven Malfoy miró a su padre con otros ojos y se planteó si tanto recordarle que debía ser cuidadoso venía motivado por algo más profundo.
— Papá… tú… ¿tuviste un susto de joven?
Su padre se giró a mirarlo, con los labios tan apretados que se veían blancos.
— Estuve con alguien en su primer celo. No fue planeado, a los dos nos cogió desprevenidos y… —necesitó detenerse a ordenar las palabras en su mente y dar un sorbo— fue tan intenso que perdimos la cabeza.
— Pero…
— No, no tienes un hermano por ahí —interrumpió la pregunta, evidente en su cara—. Le dije que no podíamos tenerlo, que abortara.
— ¡Papá!
— En ese momento todo era muy complicado, Scorpius. No estábamos juntos, ni siquiera éramos amigos. Y yo debía casarme con tu madre. No estoy orgulloso de lo que hice, ni de lo que pasó después —su voz se convirtió en un susurro al final.
— ¿Qué ocurrió?
Draco bebió de nuevo y dejó el vaso sobre la mesa. Se ajustó más la elegante bata, porque los recuerdos siempre le daban una intensa sensación de frío, y se giró en el sillón para poder mirar a su hijo más directamente.
— Hubo un accidente en un partido de quidditch. Chocamos en el aire, porque esos éramos nosotros, siempre provocándonos, siempre peleando, y él se cayó de la escoba. Tuvo un aborto, la hemorragia casi lo mata. Y nunca me he disculpado por eso.
— ¿Lo hiciste a posta?
— No. Pero estaba enojado con él y combinado con diez metros de altura es…
— …un horrible accidente —concluyó Scorpius la frase cuando a él le falló un poco la voz.
Su padre asintió y se movió para volver a su postura frente al fuego, más encogido sobre sí mismo que cuando había llegado.
— Por suerte para ti —continuó hablando un buen rato después, sorprendiendo a Scorpius, que había cerrado los ojos, arrullado por el calor, el cansancio y el sonido del fuego—, consiguieron salvar su útero.
— ¿Para mí? —cuestionó con extrañeza.
— Sí, porque con el tiempo fue capaz de tener más hijos y uno de ellos es ahora tu compañero.
Sorprendido, Scorpius se echó hacia delante en su sillón, con los ojos muy abiertos.
— ¿Tú y Harry?
Asintió, llamando a la botella de whisky con un accio no verbal. Se sirvió dos dedos y le hizo un gesto de ofrecimiento a su hijo, que declinó negando con la cabeza.
— Eso pasó en lo que parece ser otra vida. Pero anoche… anoche estuve a punto de ofrecerme a llevarle a casa.
— ¿Por qué no lo hiciste? —cuestionó Scorpius con suavidad, cuidando de no romper el momento de íntima confesión.
— Porque hay muchas cosas sin hablar entre nosotros. Y sé que habría perdido la cabeza como la primera vez. Él huele de una manera…
— Sé a qué te refieres —rio suave el joven—. Bailar anoche con Albus fue una tortura. Pero deberías hablar con él, antes del próximo celo.
Draco volvió a mirarle, con un aire tan indefenso que Scorpius creyó estar viendo alguna de las fotos de su juventud, el muchacho de rasgos suaves y mirada en el fondo un poco ingenua que luego había cometido numerosos errores metido en una situación que escapaba de su control.
— No creo que pueda perdonarme. Yo en su lugar no podría.
— Oh, papá —exclamó, poniéndose en pie para sentarse en el brazo de su butaca y abrazarle con fuerza—. Te mereces intentarlo al menos, cerrar la herida.
==0==
El Harry que le abrió la puerta de su casa dos días más tarde le estremeció nada más verlo. Cansancio no era la palabra adecuada para calificar su aspecto; estaba pálido y parecía que le había pasado por encima una manada de animales salvajes. Incluso su postura era más encogida y aún le temblaban las manos.
— ¿Malfoy? —saludó, aferrado a la hoja de madera de la puerta— ¿qué puedo hacer por ti?
— ¿Podemos hablar?
Los ojos verdes le escanearon dos veces antes de asentir y apartarse lo suficiente como para franquearle la entrada. El vestíbulo de Grimauld Place le sorprendió como cada vez que había estado allí en los último años, la casa parecía respirar feliz desde que acogía a una familia de nuevo.
— ¿Quieres un café? —le preguntó Potter, arrastrando los pies en dirección a la cocina.
— ¿Mi tío está en casa?
— Sabes de sobras que a estas horas están todos trabajando —gruñó Harry mientras trataba de desmontar la cafetera italiana para llenar el filtro—. Albus ha vuelto a la facultad, está perfectamente si es lo que querías saber.
Sin pensarlo, Draco se adelantó, le quitó la cafetera de las manos y la abrió . Le tendió las piezas sin decir nada y fue a sentarse junto a la larga mesa, sin que Potter dijera una palabra.
— Sé que está bien, Scorpius me lo dijo. Y sí, sé que a estas horas estás eres el único que está en casa. ¿Cómo estás?
Potter alzó las cejas oscuras hasta casi rozar el flequillo que aún cubría la famosa cicatriz, mostrando sorpresa. Habían sido civilizados porque eran familia, primero por Sirius, Andrómeda y Ted, luego por la amistad entre sus hijos. Pero desde luego no era propio de Draco presentarse en su casa a tomar un café e interesarse por su salud.
— Estoy bien —aseguró, poniendo la cafetera en el fuego con un poco de violencia.
— No lo pareces.
— Los celos en vacío son una putada —volvió a gruñir—. ¿Eso querías oír?
— No he venido a pelear contigo, Harry.
— ¿Y a qué has venido entonces, Draco? —respondió Harry un poco ahogado, tratando de ignorar la alegría de su omega por algo tan simple como su nombre en labios del rubio.
Draco abrió la boca para contestar, pero el sonido de la cafetera le interrumpió. De nuevo sin pensarlo, se puso de pie, se acercó al fuego, lo apagó y sirvió las dos tazas desportilladas que Potter había dejado sobre el mostrador. Las llevó hasta la mesa y luego hizo otro viaje con la leche y el azucarero.
— El otro día le conté a Scorpius lo que pasó entre nosotros.
Sentado frente a él, Harry dio un respingo tan grande que se derramó una parte del café sobre la mesa.
— ¿Por qué… por qué hiciste eso? —cuestionó, tomando la varita para limpiarlo— Mis hijos no lo saben.
— Nunca lo había hablado con nadie.
— ¿Con nadie? —se sorprendió Harry— ¿Ni siquiera Pansy o Blaise? ¿O Astoria?
Negó con la cabeza. Mantuvo los ojos fijos en los verdes mientras daba un sorbo a su propio café, eligiendo las palabras con cuidado.
— Me arrepiento de muchas cosas en mi vida, Harry —comenzó Draco, tratando de mantener la voz calmada—. La lista es larguísima, y haber seguido a mi padre y tomado la marca está casi tan arriba como haberte pedido que te deshicieras de nuestro hijo. Durante años he tenido pesadillas terribles con la guerra, pero la más difícil, la que me hacía despertar llorando, era una en la que te veía caer de la escoba y cuando llegaba abajo estabas muerto y tenías un bebé destrozado entre los brazos.
— Draco… —murmuró Harry, con los ojos muy abiertos por el asombro y la pena.
— Necesito disculparme —continuó, con la cara contraída por la tensión—. Sé que es difícil, que has pensado todo este tiempo que lo hice aposta, que te tiré de la escoba para librarme del problema de tener un hijo contigo, pero te juro por mi varita que no es así. Me arrepentí de pedirte que abortaras nada más salir aquel día de esa aula donde discutimos. Debí ser valiente, reconocerme a mí mismo y a ti que la noche contigo lo había cambiado todo y mandar al carajo el resto, pero me asusté. Ese soy yo, un cobarde, Harry.
Cuando terminó de hablar, sentía la cara ardiendo y las manos le dolían de la fuerza con la que estaba apretando la taza. Y no podía dejar de mirar la cara aún más pálida de Harry, tratando de seguir los sentimientos que se reflejaban en ella. Pena, angustia, dolor, ira, todo era una mezcla que giraba como en un molinillo.
— Yo… —Harry apretó también con fuerza la taza entre sus manos, que temblaban— no puedo perdonarte, Draco.
Aquello le dolió como si le golpeara en toda la cara con la pesada cafetera de hierro. Incapaz de enfrentarse más tiempo a su cara, se puso de pie, con intención de marcharse lo más rápido posible, pero la mano de Potter sujetando su brazo le detuvo, obligándole a sentarse de nuevo.
— Ha pasado mucho tiempo. Lo único que lamento de todo aquello es no haber luchado yo tampoco por estar contigo. No puedo perdonarte porque no hay nada que perdonar. Los dos lo hicimos mal.
— ¿Hablas en serio? —preguntó, perplejo.
— ¿Tengo cara de estar bromeando? llevo treinta años llamándote en cada uno de mis celos, Draco. Mis hijos no saben lo que pasó, pero pueden confirmarte que es así. Nunca he estado con nadie más, solamente cuando quise ser padre.
— Espera, ¿llevas todos estos años pasando tus celos en vacío? Eso es terrible para tu cuerpo.
— ¿Crees que tengo esta pinta por irme de juerga en Halloween?
Draco se frotó la cara con una mano, un gesto que Harry había visto en Scorpius cuando algo le descolocaba y necesitaba reorganizar sus emociones para mantener la famosa calma Malfoy. Estiró el brazo, le cogió de la muñeca y le descubrió los ojos.
— Draco… —su tono se hizo más suave, más cálido— fue horrible pasar por aquello sin ti. No fue el accidente en sí, fue la pérdida de algo que era nuestro. Yo no entendí hasta ese momento lo que implicaba realmente nuestra parte animal. Ni que lo que habíamos hecho esa noche me uniría a ti para siempre, aunque no me mordieras. Casi debería agradecértelo, no habría sobrevivido de otra manera.
— Tantos años —murmuró Draco, acariciando el dorso de su mano con dedos suaves—. Lo siento, no sé cómo has podido aguantarlo si a mi casi me cuesta la salud.
— Para que luego digan que los omegas somos el género débil.
A Draco se le escapó una carcajada.
— Ignorantes —comentó con una sonrisa.
Harry se lo quedó mirando un rato, con la barbilla apoyada en la palma de la mano y los dedos acariciando sus labios hinchados.
— Scorpius tiene tu sonrisa —dijo por fin—. ¿Has pensado alguna vez cómo sería? Nuestros hijos igual no existirían.
— Muchas veces —confesó, su sonrisa suavizándose a un gesto más bien de padre orgulloso—. Seguramente habría sido un desastre, éramos un par terrible.
— ¿Y ahora? —preguntó Harry, expectante.
— ¿Ahora que el día menos pensado nos harán abuelos? —se burló un poco Draco, apartándose el flequillo de los ojos, el brillo de sus ojos desmintiendo la broma.
— Eso debería ser un signo de madurez.
— Tú —Le señaló con el índice— hiciste abuelo a Sirius, esa teoría cojea. Es increíble que hayáis criado los dos a esos chicos tan buenos.
— Uhhh, Malfoy. ¿Ahora que es tu yerno Albus es bueno? No decías eso cuando se hicieron amigos.
Su consuegro dio un par de vueltas a la cucharilla en la taza, removiendo el azúcar del fondo.
— Se parece tantísimo a ti. Su otro padre…
— No importa. —Harry descartó el tema con un movimiento enérgico de cabeza— Son míos, los dos, la mejor decisión de mi vida.
Lo miró fijamente, dando un último sorbo a su café, y se puso serio de nuevo.
— No has contestado a mi pregunta.
— Mi alfa querría recuperar el tiempo perdido —admitió Draco, las manos sobre la mesa con las palmas hacia arriba como si quisiera tomar las suyas—, está costándome muchísimo estar aquí sentado contigo oliendo aún a celo.
— Bueno, está bien saber que no sufro solo. Pero la verdad es que no estoy físicamente para esos trotes. Quizá…
Harry se quedó callado, mordiéndose el interior de la mejilla con la mirada fija en esas manos pálidas.
— ¿Qué? —insistió Draco con suavidad.
— Nunca he tenido cuidados posteriores —soltó por fin Harry, encogiéndose un poco.
Se sintió como una patada a su alfa, y merecida. El crío que había sido en la escuela había huido sin mirar atrás después de la mejor noche de su vida. Había tenido que llegar Astoria a su vida para que sacara la cabeza del culo y aprendiera qué era realmente ser un alfa con su pareja en celo.
Un omega adecuadamente servido por su alfa tendría al día siguiente mimos, masajes, alguien en la ducha que le ayudara lavarse, incluso sería ayudado a comer, tratado como la joya única que debería ser. Y Harry no había tenido eso nunca.
Draco se quitó la chaqueta y se desabrochó el chaleco. Harry lo siguió con la mirada mientras se movía por la cocina, abriendo y cerrando armarios y la nevera. Diez minutos después, Harry tenía delante un desayuno completo y otra taza de café.
— ¿Así que cocinas? Me sorprende —le provocó un poco, con el tenedor en alto, pero con su voz dejando ver la emoción por el detalle.
— Astoria me enseñó que un buen alfa cocina con sus propias manos para la recuperación. Quemé muchas tostadas, créeme. Come —le ordenó mientras se servía un café para él.
— No he estado desamparado —afirmó entre bocado y bocado—. Pero éramos dos omegas adultos, James y Ted se acostumbraron a cuidarnos y había que poner límites, sólo eran niños.
— Estoy seguro de que han hecho un gran trabajo.
Harry sonrió de medio lado y se metió en la boca una gran ganchada de huevos.
— Esto está estupendo —le agradeció, pasándolo con café.
— Gracias. También doy buenos masajes. Si quieres —ofreció a la par que pelaba fruta y se la ponía en un cuenco.
— Eso… suena muy bien. —Harry dejó ver una sonrisa tímida y sonrojada que Draco no había visto desde que era muy niño en la escuela— Pero quizá necesito una siesta después de este desayuno.
Draco se mordió el labio, bebió café y cogió un plátano del frutero para él.
— ¿Puedo acompañarte? —preguntó por fin.
— ¿Me vas a hacer cucharita? —Parecía tan feliz con la idea que Draco sonrió de oreja a oreja y se estiró para acariciarle la cara.
— Me gustaría.
— A mi también.
Y siguieron desayunando en cómodo silencio.
