Había pasado muy poco tiempo desde que Muzan había sido finalmente derrotado, pero se había llevado con el buena parte del Cuerpo de Cazadores, unos cuantos Pilares y la salud mental de más de un Kakushi.
Ese día todos fueron desplazados a la batalla. Akane estaba acostumbrada al trabajo de campo pero aquello fue una calamidad. Tantos heridos. Tantos muertos. Tanto dolor, el tiempo en contra y tan pocas manos para trabajar.
Vendajes empapados en sangre.
Miembros amputados.
Katana rotas
Los antídotos de Shinobu y la señora Tamayo salvaron a más de uno.
Incluido a Genya.
Cuando lo encontraron entre los escombros de la Fortaleza estaba tan mal herido que Akane tuvo que hacer acopio de toda su fuerza de voluntad, frialdad y profesionalismo para trabajar. Sus brazos y piernas estaban destrozados, y la mitad de su cara parecía desprendida del cráneo. Akane se sintió mareada cuando lo vio, su mundo se contrajo y el corazón se le congeló, pensó que era terriblemente injusto perderlo ahora...cuando había empezado a conocerlo. Había logrado quitar las capas y capas de defensas y había empezado a ver el núcleo.
Ahora, tres meses después de esa batalla final y con el Cuerpo de Cazadores oficialmente disuelto, Akane y los demás Kakushi cuidaban de los heridos hasta que pudieran valerse por sí mismos.
Luego de eso, la familia Ubuyashiki se encargaba de dar una mano a cada quien para conseguir vivienda y, de así requerirlo, un empleo.
Sin Shinobu, Kanao y ella tomaron las riendas de la Finca y todo lo relacionado a los servicios varios que se brindaban allí.
Aún quedaban algunos en estado grave. Akane trabajo días enteros para atender a todos. Siempre había algo que hacer, una venda que cambiar, una herida que limpiar. Por un lado, agradeció eso. Tenía el corazón partido en mil pedazos por haber perdido a su hermana.
Nunca había podido sanar la herida de la muerte de Kyojuro, y de repente, su hermana también muere. Akane estaba devastada, pero no dejó de trabajar. Puso 100% de si misma en el trabajo. En cuidar a los que quedaron, en hacer que sus hermanas se sientan orgullosas de ella.
Pero sus noches las pasaba al lado de Genya, que estaba en un estado de coma inducido, para que pueda soportar el dolor de sus heridas, y para que su cuerpo pueda sanar lentamente.
Él, como otros que también estaban en un estado sumamente critico, permanecían en una habitación aparte, solo para ellos.
Akane iba allí al terminar su turno. Se sentaba a su lado en un taburete, y le hablaba sobre su día. Sobre lo bello que estuvo el cielo, lo delicioso que cocinaba Aoi, le recordaba todas las veces que les dolió el estómago de reir. A veces, lloraba en silencio porque no podía sostenerse más. La gente seguía muriendo incluso en la Finca por sus graves heridas y ella estaba atravesando el duelo más terrible de su vida, sin dejar de trabajar y siendo el apoyo de las niñas más pequeñas junto con Aoi y Kanao. No quería que él la escuche llorar, pero a veces no podía evitarlo.
Y dormía junto a él, sentada en su taburete, con los brazos y su cabeza apoyados en la cama.
Genya tenía casi todo el cuerpo vendado y ella cambiaba sus vendas cada día, y monitoreaba sus heridas.
Cuando Sanemi Shinazugawa fue capaz de levantarse y andar, empezó a pasar tiempo ahí con su hermano. Tampoco estaba en la mejor forma, pero no sé separó de él.
Un día, Akane fue cómo siempre a la habitación de Genya y se encontró al ex Pilar del Viento. Ella se congeló en el marco de la puerta, pero pidió permiso, le hizo una reverencia y entró a la habitación. Desplegó sobre una mesa una batería de gasas, algodones, frasquitos de vidrio, tijeras y vendas.
Sin mirar a Sanemi, se desinfectó las manos, y se acercó al oído de Genya.
- Buen día. Voy a cambiar tus vendajes.- le susurró, apoyándole la mano en el hombro.
Sanemi alzó las cejas. Quiso burlarse...pero no pudo. Esa Kakushi de ojos color verde oliva también había atendido sus heridas en el campo de batalla. Sanemi pensaba en que para ser una mocosa de la edad de su hermano, lo que hacía era remarcable. Y por eso le debía respeto.
Ella sin reparar en el hombre, comenzó su trabajo. Corto con mucho cuidado la venda del tórax, revelando una costura que iba desde el ombligo hasta el cuello, flanqueada por otras decenas de costuras por todo el abdomen.
Desinfectó. Limpió. Examinó con cuidado las heridas y cuando terminó, volvió a vendar. Luego, chequeó las costuras del rostro, y las limpió con cuidado. Estas eran bastantes delicadas todavía, y fue un milagro que no haya perdido el ojo. Solo restaba saber si podía ver con claridad, pero para eso debían esperar a que despierte. Cuando terminó se inclinó hacía el oído de Genya una vez más y susurró con calma.
-Listo. Tus vendajes están limpios y todo va bien.- levantó una mano y suavemente acarició la punta de los dedos de las manos inmóviles de él.- Lograste pasar un día más. Estoy orgullosa de ti.-
Sanemi no dijo una palabra pero no sé perdió detalle.
Esa niña le habló con tanto cariño a su hermano que reconfortó incluso su corazón de piedra. Él, siendo su hermano, no pudo hablarle de ese modo nunca y ahora, el miedo a que no sobreviva para poder hacerlo le respiraba en la nuca.
-¿Por qué le hablas? No te escucha.- preguntó, cruzándose de brazos. Tenía genuina curiosidad.
- Yo creo que si. También creo que eso lo hace sentirse menos asustado. Si no me escucha, solo gasto aire de mis pulmones. Y si lo hace...necesito que sepa que estoy aquí con él. Que todos esperamos a que despierte- Dijo ella mientras guardaba todo lo que había utilizado y se deshacía de lo que estaba sucio.- Con permiso.- dijo ella finalmente, hizo una reverencia y se marchó.
Sanemi procesó lo que Akane le dijo. La vio irse y cuando estuvo sólo con Genya, se acercó más a la cama.
Dudó, mirando el rostro remendado de su hermano pequeño. Finalmente se aclaró la garganta.
-Oye...- empezó a decirle.- ¿Recuerdas esa noche de verano en que mamá nos consiguió raspados de ciruela?-
