Las circunstancias de la vida pueden cambiar en un abrir y cerrar de ojos. Hace doce años atrás, Akane tuvo que dejar forzadamente la Finca de las Mariposas, porque la familia Ubuyashiki había logrado conseguirle un lugar en una Escuela de Educación Superior, y le habían asegurado luego de eso una plaza en la Universidad Ochanomizu, pagándole una residencia y todo lo necesario para que su educación sea completa. Pero para cumplir esto debía dejar la Finca, el tiempo apremiaba así que no tuvo mucho que pensar.

Así las cosas, Akane ahora era doctora. Se había graduado hacía un par de años y estaba trabajando en Tokio. Cómo prometieron, los Ubuyashiki costearon todos los gastos de sus estudios, y cuando se recibió, le regalaron su propia casa.

A partir de allí, el contacto fue disminuyendo. Su trabajo era demandante. Su tiempo muchas veces limitado. Akane nunca dudó que ellos cuidaban de ella, pero entendió que ahora ella debía vivir su vida y para eso, tenía separarse de los Ubuyashiki, más no de su amor por ellos.

Los días se Akane se daban de forma rutinaria. Trabajo, casa, compras, casa. En un ciclo ininterrumpido.

No era una persona de muchos amigos, aunque intentó serlo. Pero se dio cuenta que la gente no tomaba muy enserio sus historias. Y no iba a inventarse una vida sólo por encajar. No iba a negar el recuerdo de tanta gente que quiso tanto sólo porque el resto del mundo no estaba listo para entender.

Estaba bien con eso, aprendió a querer su soledad. Su vida era un lago en total calma. Pero entonces, la vida arrojó una piedra al agua.

-Es un hombre muy extraño.-Dijo la mujer, dándole un sorbo a su té.- Sumamente extraño...-

La conversación llegó a oídos de Akane por casualidad. Sentada en la mesa del restaurante, comía un plato de tempura luego de salir del trabajo. El turno había sido agotador, últimamente las rondas nocturnas eran caóticas, y debía quedarse más horas de las necesarias.

Ese día particularmente su horario laboral había acabado a las 08:00. Pero terminó retirándose del Hospital a las 11 de la mañana.

Hambrienta. Cansada y con sueño, no dudó un minuto en meterse en su restaurante favorito para comer algo rápido antes de ir a su casa y dormir a pierna suelta.

-No es que sea chismosa pero...es... difícil que una persona como él pase desapercibido.- Continuó aquella señora ya entrada en años sentada en la mesa a un lado de Akane.

-¿A qué te refieres?- preguntó otra señora que acompañaba a la primera.

-Bueno...eso que dije antes, es muy extraño. Lo veo muy pocas veces y la mayoría de nuestros encuentros se dieron de noche.- Dijo la primera.

-Eso no es raro. Quizá él sujeto trabaja todo el día.- Razonó la segunda mujer.

-No lo creo. A veces lo escucho andar en su habitación durante el día. Y además...-Refuto la señora.

-Es callado.- la interrumpió su acompañante.

-Si. Y esa cicatriz, es una cicatriz brutal, no me explico cómo pudo haberse hecho eso, y sobrevivir.- Dijo la primera, bajando levemente la voz.- Tengo miedo de estar alojando a un criminal peligroso.-

Akane agudizó su oído. Algo, dentro de su corazón, se agitó.

No quiso especular. Era prácticamente imposible que sea verdad. Es decir...todo lo que sabía de probabilidades y matemáticas le gritaban que era llanamente imposible.

-Y luego su cabello. ¿Quién usa el cabello así? Tiene una cresta larga de cabello, rapado a ambos lado de la cabeza.Y esa mirada...es aterradora- agregó la señora. Se puso de pie y rebuscó algo en su bolso.

Akane sintió un latigazo de electricidad en el cuerpo. Sus manos parecieron temblar.

-Ay creo que estás exagerando. Pero si te resulta tan extraño ¿por qué accediste a rentarle la habitación?- Quiso saber la segunda mujer también poniéndose de pie y colocándose un abrigo rojo bastante llamativo.

- Pues porque necesito el dinero. Además no dije que fuera problemático, solo es extraño. Fuera de su aspecto y algunas actitudes poco sociables, es un sujeto calmado. Además me paga a tiempo. Y le estoy cobrando más que a otros inquilinos sólo por cómo se ve. Es como una especie de seguro...-Dijo la primera y segunda rió. Pagaron su consumo y se fueron.

Akane tardó un momento en reaccionar y, sin decir palabra, dejó en la mesa un billete que alcanzaba para pagar su comida, tomó su maletín y salió disparada del restaurante.

Fuera, buscó con la mirada a las señoras, ubicando a la del abrigo rojo, y las vio a lo lejos, caminando. Fue tras ellas, manteniendo su distancia.

Unas calles más adelante, se despidieron en una bifurcacion de caminos, y Akane siguió nuevamente a la casera.

Llegó luego a una enorme mansión. O eso le parecía, hasta que leyó un cartel en la puerta que decía 'Se rentan cuartos. Pago diario en efectivo.'

La mujer entró.

Akane se quedó de pie en la vereda de enfrente, mirando el lugar. Rebuscó en su bolsillo y tocó unos billetes. Los contó y esperó que sea suficiente. Tomó aire y cruzó la calle.

-Buenos días.-Dijo Akane, al entrar.

Enseguida apareció la señora de restaurante. Era una mujer de unos 60 años aparentemente. Tenía los ojos color café y una piel blanca y tersa, apenas marcadas por arrugas en la frente y alrededor de los ojos. Su cabello era gris, y lo llevaba recogido en un prolijo peinado.

-Oh buenos días jovencita.- dijo la mujer, amablemente.-¿Está buscando alojamiento?-

- Así es señora. Soy médico y vivo muy lejos de aquí, mí turno se extendió más de la cuenta y necesito descansar antes de empezar de vuelta otro turno. Y ganó tiempo de sueño si duermo aquí. ¿Tendrá una habitación disponible?-

-¡Querida!- exclamó la señora, rebuscando una pequeña libreta en un cajón.- por supuesto que tengo lugar para ti, es más, voy a ponerte en una habitación bastante silenciosa así puedes descansar. Por favor, completa aquí tus datos, este es el costo de la habitación por día pero a ti te lo dejaré a mitad de precio.-

-Es usted muy amable, se lo agradezco.-

Realmente lo agradecia. De lo contrario, no le alcanzaría para pagar.

"¿Sabes que esto que estás haciendo es una locura y probablemente la cosa más estúpida que has hecho en años?" Pensó Akane mientras completaba sus datos en la planilla. "Si. Lo sé" se dijo.

-Mi nombre es Sumi.-

-Soy Akane, encantada.-

Ambas se hicieron una reverencia.

-Sigueme jovencita. Te llevaré a tu habitación.-

Akane se descalzó, y siguió a la mujer por los pasillos y escalera arriba. El lugar era modesto pero precioso. Mientras caminaba, la señora le mostró a Akane dónde estaban los baños y dónde la cocina y el living. Preguntó en qué lugar trabajaba Akane y ella le dijo que en Hospital Ogino. La mujer, emocionada, le contó que allí nacieron sus dos hijos, que ahora ambos servían en el Ejército y que era viuda, que alquilaba las habitaciones de su casa para costear sus gastos, que intentaba que sus precios sean accesibles. Y le dijo que por ser médica y trabajar en un lugar tan especial para ella, al día siguiente le regalaría el desayuno si aceptaba.

"Omitió la parte en la que le cobra de más a los inquilinos que le parecen extraños" pensó Akane, sarcástica.

-Bien, aquí es. Ojalá puedas descansar.

-Se lo agradezco, Señora Sumi.-

Se despidieron con una reverencia y Akane entró a la habitación.

El tatami era claramente viejo, pero estaba cuidado. Había un futon doblado y acomodado en una repisa en una esquina, una pequeña mesa, un bello florero, un gran cuadro del monte Fuji. Un mueble con cajones, una lámpara. Bastante austero pero cálido.

Akane estaba realmente cansada. Miró su reloj, eran más de las doce del mediodía. Según la señora, el extraño de la cicatriz no se veía de día, sino que permanecía en su habitación. Así que buscarlo ahora era una pérdida de tiempo, porque no iba a ir cuarto por cuarto tocando a ver quienes eran sus habitantes. Decidió entonces dormir.

Sacó de su pequeño maletín un pantaloncillo de algodón fino, y una camisa gastada que usaba para dormir. Lo llevaba al hospital por precaución, porque si debía quedarse dos turnos corridos, dormir entre horas era fundamental para, básicamente, no colapsar.

Se cambió, armó el futon y apenas su cabeza tocó la pequeña almohada, se sumio en un profundo sueño.

Cuando abrió los ojos estaba en total oscuridad. Un hilillo de baba tibia corría por su mejilla y su cuerpo estaba casi en diagonal en el futon. No supo si durmió cuatro horas, cinco, o si estuvo en coma dos semanas. ¡Pero qué bien se sentía! Estaba realmente recuperada. Miró su reloj y eran las ocho de la noche.

Había anochecido, y Akane se preguntó si el hombre ya habría salido de su habitación.

Se vistió, guardó el futon y salió lentamente de la habitación. Anduvo silenciosa por los pasillos y escuchó detrás de las puertas. Vio gente ir y venir pero nadie con la descripción que la señora dio.

Las nueve de la noche. Akane fue más de cien veces por toda la casa, escondiéndose, pero nada.

Las diez.

Akane se sentó en el living, frustrada. Pasó horas rondando por allí y nada. Además tenía hambre. Y eso la ponía de mal humor.

Fue a su habitación, tomó el poco dinero que le quedaba y salió de la casa, en la esquina, más temprano había visto un restaurante de soba. Pensaba atiborrarse de comida, tomar algo de sake para ahogar la frustración y volver a dormir. Pensó que una buen vaso le haría pasar mejor el mal trago de haber hecho semejante idiotez por andar de chismosa en conversaciones ajenas.

El plan fue satisfactorio. Regresó a la casa alrededor de las once y media de la noche.

El sake le había coloreado las mejillas de rosa, y el soba había llenado su corazón de alegría. O quizá también fue el sake.

Entró a la casa, no había nadie en ningún lugar. Akane no busco ya, y empezó a arrepentirse de "la cosa más estúpida que había hecho en años".

Quiso mojarse la cara así que fue al baño, abrió la puerta y entró sin preguntar.

Se topó de frente con una figura mucho más alta que ella, que claramente salía de darse un baño con un pantalón negro y una camisa del mismo color, que llevaba abierta. Él no se movió un centímetro a pesar de que ella lo chocó con bastante velocidad, tanto que la hizo caer de culo al piso.

Cuando alzó la vista su mundo se detuvo.

La piel expuesta mostraba un mapa de cicatrices.

Cicatrices que ella recordaba. Lo miró a la cara y se levantó de un salto. El joven retrocedió un poco y sus ojos parecieron captar algo.

-¡Fijate...!- Gruñó él.

-¿Genya?- soltó Akane, interrumpiendolo. Pregunta irrelevante, claramente era él. Sus cicatrices, su cabello, su mirada.- ¿Shinazugawa Genya?-

Él entrecerró levemente los ojos. Está chica tenía unos preciosos ojos verde oliva coronados por largas y pobladas pestanas negras ...que definitivamente había visto antes. Pero su memoria a veces fallaba. A veces cuando menos quería que falle.

-¿Quién... cómo sabes mí nombre?- él pareció tensarse. Su cerebro estaba trabajando a toda velocidad para recordar. Porque debía recordar.

-Vaya, no me reconoces..- empezó a decir Akane, algo decepcionada.- Aunque supongo que es normal, ¿cuánto pasó? ¿12 años?-

Entonces Genya sintió como si algo lo golpeara en la nuca y sus ojos se abrieron grandes.

-Akane.- dijo.

A ella se le dibujó una sonrisa de oreja a oreja, una sonrisa que Genya pensó que era la sonrisa más bonita que había visto en años. Y sonrió también.

Akane sintió como si el corazón le explotara, un remolino de sentimientos se alzó violentamente en su interior, y sin pensarlo casi, se arrojó a él, lo rodeó por la cintura y apoyó su cabeza en su pecho. Él seguía siendo mucho más alto que ella, entonces la cabeza de ella quedaba por debajo del mentón de Genya.

Y unas lágrimas pesadas y cálidas se volcaron desde los ojos de Akane. No supo bien por qué, no podía elegir un sentimiento de todos los que sentía para justificar esas dos lágrimas solitarias. Él dudó un momento, pero luego la sostuvo, y acarició su cabello.

-Sigues siendo una enana.- le dijo.

Akane río. Y aspiró profundamente el aroma del cuerpo de él. Olía familiar.

Olía a nostalgia.