N/A: Tercer capítulo del día de hoy n_n

Les mando un abrazo psicológico y nos leemos pronto!

XoXo


Iori y Athena caminaban por un sendero lleno de olmos y cerezos, con hierba alta debido a los pocos cuidados y el paso del tiempo.

Por fin llegaron al templo que con ansias se dedicaron a buscar.

Los dos entraron apresurados y empezaron a observar los alrededores.

Primero, se encontraron con la sala principal, con el tatami en el suelo y una pequeña mesa kotatsu. Pasando esa área, más delante había vestigios de una celebración: botellas de vino, copas vacías, bandejas para aperitivos aunque ya desocupadas.

Más delante, entraron a una de las habitaciones del lugar. Los dos empezaron a husmear los alrededores.

Iori se acercó a una pequeña cómoda; observó un alhajero y entre todas las joyas que guardaba este, llamaron su atención dos pulseras de oro blanco.

Las tomó entre sus manos para observarlas. Una de ellas era más delgada y fina, tenía colgando un pequeño dije con el símbolo de la luna.

La otra pulsera era de cadena más gruesa, esta tenía colgando un dije con el símbolo de una estrella.

Mientras sostenía esas pequeñas piezas de bisutería en oro blanco, una revelación empezó a llegar de repente.


La celebración de la boda había finalizado. La feliz pareja de enamorados llegaba al templo donde empezarían a compartir la eternidad juntos.

Entraron a la habitación matrimonial y el Dios de la luna no pudo evitar despojar de sus prendas a su bella esposa, quien aceptó gustosa que él la tomara y la hiciera suya.

Entre besos desesperados los dos sellaban poco a poco ese destino que había sido escrito para la eternidad.

–Te amo – susurraba el Dios entre besos dulces y apasionados.

–Ah… y-yo te amo a ti, mi amor – su piel se erizaba ante las sensaciones de sus caricias.

El Dios de la luna estaba agradecido de tener a esa mujer en su vida. Él siempre había estado acostumbrado a la soledad, a la oscuridad… y esa mujer con su brillo sin igual, había llegado a llenar de luz su existencia, con su sonrisa radiante, su corazón noble y dulce, era el complemento perfecto que él nunca imaginó que necesitaba.

En otra parte, Ginga No Kami estaba muy furioso al haber presenciado el casamiento de esos dos. Ella no podía estar con ese Dios, no si él podía impedirlo.

Entró al templo y se inmiscuyó entre cada una de las habitaciones. Ahí fue que los encontró haciendo el amor, entregándose mutuamente, sellando ese decreto divino que él no podía aceptar.

–¡NO PERMITIRÉ QUE USTEDES SEAN FELICES! – anunció en un grito desgarrador poniendo en alerta a la pareja que yacía entre las sábanas blancas de la cama.

–G-Ginga No Kami… ¿qué haces aquí? – preguntó la Diosa cubriendo su desnudez con las sábanas.

Ese Dios derramaba lágrimas amargas, su obsesión era notable en cada una de las expresiones de su rostro.

Él apuntó a los recién casados con su dedo, con ese gran poder que le concedía la galaxia decidió crear un nuevo destino para los dos.

–¿QUIEREN ESTAR JUNTOS?, ¡LO ESTARÁN!.

Tras ese grito dejó ir un rayo sobre la pareja. El Dios de la luna se interpuso entre este y su mujer, pero el poder del rayo era tan fuerte que los alcanzó a ambos. Ginga No Kami despojó de sus formas humanas a los dos, materializando así la Luna y las estrellas en el firmamento como único vestigio de ese intenso amor que algún día se profesaron.


Tras esa revelación Iori soltó las dos pulseras y después se tomó la cabeza con ambas manos. Le dolía la cabeza físicamente pero haber presenciado ese crimen desgarrador también hacía que su corazón doliera de tristeza.

–¡MALDITO! – gritó Iori empezando a sentir el odio hacia ese Dios.

–¿Iori?, ¿qué pasa? – preguntó Athena preocupada mientras se acercaba corriendo a él. Al estar de frente lo tomó por los hombros.

Iori no pudo contestarle nada de inmediato, había sido un shock para él presenciar esa escena. Athena lo abrazó al ver que no reaccionaba y él poco a poco empezó a corresponder el abrazo, se dejó cobijar por esa calidez que ella le brindaba y sintió que quería protegerla, no podía permitirse perderla de nuevo como en sus vidas pasadas.

Él empezó a acariciar su cabello sintiendo que ella estaría segura entre sus brazos.

–Iori… yo estoy aquí para ti, lo estaré siempre… – musitó Athena ante la falta de palabras de él.

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"Entre los incesantes pensamientos

¿Llegará algún día nuestro pacifico final?

La pregunta se repite, danza en los cielos

Y se convierte en luz…"

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Iori se tranquilizó después de algunos segundos. Se separó de Athena y miró sus ojos. Nunca imaginó que ella fuera la mujer que el destino pondría en su camino, pero aceptaba ese destino con gusto y con toda la responsabilidad que conllevaba protegerla.

–Yo tuve una revelación, Athena… – comentó Iori al mismo tiempo que se agachaba a recoger las dos pulseras que había dejado caer.

–¿Una revelación? – preguntó Athena curiosa.

–Así es, pude ver como Ginga No Kami asesinaba a los Dioses… es un maldito ser despiadado – escupió con odio.

Athena notó a Iori realmente afectado por esas visiones, supuso que debió haber sido una escena muy triste y desgarradora, incluso ella sin necesidad de verlo ya le provocaba querer derramar sus lágrimas.

–Afortunadamente ellos han reencarnado en nosotros, nos encargaremos de vengar su muerte y vencer a ese Dios – lo miró ella con una pequeña sonrisa.

Iori también le devolvió la mirada y notó esa sonrisa hermosa, no pudo resistirse y acarició su mejilla con el dorso de la mano.

–Athena… – susurró él y detuvo sus palabras al sentir que su corazón se aceleraba de nuevo.

Ella lo miró e inclinó ligeramente la cabeza esperando que él continuara con lo que iba a decir, sin embargo Iori recordó que en su mano tenía sujeto algo que quería mostrarle. Recobró el aliento y procedió a enseñárselo.

–Mira, estas pulseras… parecen haber pertenecido a ellos – se las mostró.

Athena las miró con atención, eran hermosas… el destino tal vez las había dejado para que ellos pudieran utilizarlas en un futuro.

–¿Crees que podamos usarlas? – preguntó ella.

Iori no respondió nada y le colocó la pulsera más delgada y fina en su muñeca. La miró atentamente esperando ver si ella tenía también esa revelación pero no pareció suceder nada, entonces respiró aliviado; seguramente esa revelación sólo sucedía si sostenía ambas pulseras al mismo tiempo.

–Es hermosa… – musitó Athena mirando la pulsera en su muñeca.

Iori también se colocó la pulsera más gruesa, miró su símbolo en ella, el símbolo de la estrella. Le gustaba compartir los símbolos intercambiados con esa chica que ahora empezaba a formar parte de su corazón de una forma especial y profunda.

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En el templo de Chizuru:

Kyo había llegado a visitar a la sacerdotisa para hablarle de su sueño y también para preguntarle sobre el extraño templo en el que habían despertado él y sus dos compañeros aquella noche.

Al igual que con aquellos dos, ella lo hizo pasar a la sala. Se sentaron frente a la pequeña mesa kotatsu y Chizuru escuchó atentamente lo que Kyo le platicaba.

–¿Y entonces qué crees que significa?– preguntó él al terminar de contarle su historia.

–¿No haz visto a Athena recientemente? – le preguntó ahora ella a él.

–Desde aquella noche no nos hemos visto- respondió.

–Ella vino aquí junto con Iori, les recomendé buscar respuestas en el templo donde aparecieron esa noche, ellos deben estar ahí ahora mismo – le confesó.

Kyo se puso de pie rápidamente. Después de ese desagradable sueño que había tenido viéndolos a ellos dos como pareja algo se encendió dentro de él. No podía permitir que su rival y su mejor amiga estuvieran juntos, a solas…

–Voy a ir con ellos, Chizuru, gracias por la información – agradeció para después salir casi corriendo de ese lugar y dirigirse al templo.

~continuará…