N/A: Hola! Regresé con los últimos dos capítulos.
Intenté arreglarlos lo mejor que pude y creo que el resultado quedó bastante decente, aún así, he pensado en darle una releída una vez que tenga más tiempo, así que si tienen opiniones/quejas/sugerencias pueden comentármelas e intentaré mejorar para la próxima, chance y me anime a hacer un remake jeje
Gracias por haber estado hasta el final y nos leemos pronto en otra historia más.
Mortos: Se agradecen como siempre tus comentarios, gracias por acompañarme en una historia más y espero te agrade el final. Cualquier opinión de tu parte siempre será bien recibida n_n te mando un abrazo!
Meredith: Gracias por tu compañía en la historia amistad, te mando un beso en el cashete n3n… espero que te guste el final y pues cualquier sugerencia es bien aceptada!!
Besos y abrazos a todos! XoXo
Ahí estaban los dos, el Dios del sol y el Dios de la galaxia, los dos estaban bebiendo a morir después de la boda a la que habían asistido.
–Oye, ¿en verdad estás enamorado de Hikari No Megami? – le preguntó el Dios del sol a su acompañante.
–Lo estoy… – respondió Ginga No Kami –Es perfecta… desearía que fuera mía pero ahora debe estar entregándose en los brazos de ese Dios – expuso enfadado.
Taiyō No Kami sonrió divertido mientras le daba otro trago a su copa.
–Yo solo quisiera robarle un beso – expresó con una voz descarada y juguetona –No tengo sentimientos hacia ella, pero esos labios se ven irresistibles… me tientan.
–¿Qué estás diciendo? – lo miró el Dios de la galaxia confundido.
–Sólo eso, desearía poder probar esos labios al menos una vez – suspiró profundo mientras dejaba la copa vacía sobre la larga mesa –Sé dónde estarán pasando la noche esos dos, me encantaría ir y tal vez arruinarles la noche, solo por diversión – confesó en un tono de voz sugerente.
–Me suena a que guardas algo de rencor, no lo quieres admitir pero te molesta que ellos estén juntos, tanto como a mi – dijo mientras también dejaba su copa vacía de lado.
–No es así, pero después de todo el Dios de la luna y yo somos rivales, me encantaría arruinarles su noche solo para hacerlo enojar – comentó con una sonrisa traviesa.
–Llévame ahí – pidió Ginga No Kami –Llévame a ese lugar donde se encuentran.
Los dos intercambiaron miradas y una pequeña sonrisa al estar de acuerdo en esa pequeña travesura.
El Dios del sol lo guió hacia el templo donde se encontraba la pareja de recién casados.
–¿Qué harás?, ¿vas a espiar un poco? – sonrió el Dios del sol al notar a su acompañante abrir la puerta del templo.
–Vete de aquí – ordenó severamente el Dios de la galaxia.
–¿Qué? – preguntó sin entender.
Ginga No Kami entró en el templo dejando a su acompañante con una mala sensación. Sin perder el tiempo buscó en las habitaciones y ahí fue que se encontró con la pareja de enamorados sellando su destino entre besos amorosos y caricias desenfrenadas.
Él no pudo resistir ver eso, no podía aceptar el destino que estaba plasmado en el libro divino. El Dios sólo pudo gritarles con ira el destino que él con su propia mano había decidido para ellos.
Taiyō No Kami observó con horror lo que el Dios de la galaxia había hecho, mirando después en el firmamento los símbolos inertes de esos dos enamorados que juraron amarse por la eternidad.
El Dios del sol había cometido un grave error al llevar a Ginga No Kami hacia ese lugar. Sin saberlo, el destino empezó a dibujarse en el libro divino profesando que cada mil años, sería Taiyō No Kami quien accidentalmente traería a la vida al Dios desterrado para buscar su venganza.
En el momento en el que Kyo empezó a incendiar la sala del templo con sus flamas, también unos amuletos sagrados empezaron a arder.
La profecía se había cumplido como cada mil años y Ginga No Kami regresó a la vida.
Frente a ellos, empezó a materializarse una figura humana con un aura brillante y poderosa.
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–Kyo… ¿qué hiciste? – preguntó Athena con una voz preocupada al ver lo que estaba pasando a su alrededor.
–No lo sé, no era mi intención… – murmuró Kyo viendo cómo el Dios terminaba de formarse frente a sus ojos.
Los tres jovenes se quedaron estáticos mientras veían a ese hombre frente a ellos. Su largo cabello negro azulado estaba sujeto con una coleta y llevaba puesto un traje parecido a una Yukata en color azul obscuro.
El Dios pasó por alto a los dos muchachos que estaban presentes, pues su mirada se centró rápidamente en la joven mujer. Esa mirada ardía en deseo en el momento que se encontró con ella.
–Hikari No Megami… – susurró el Dios al verla.
Athena se dio cuenta de que él la estaba mirando. Era él ese Dios desterrado a quien debían vencer, aquel que algún día había cometido una grave falta por una estúpida obsesión.
–Ese no es mi nombre… – respondió ella fríamente, le molestaba todo lo que él había hecho antes.
–¿Cómo dices eso?, mi bella Diosa, eres tú, la Diosa de las estrellas y la luz… estás tan hermosa como siempre. – dijo mientras se acercaba a ella.
Athena empezó a retroceder y Iori se colocó frente a ella con la intención de protegerla. El Dios al ver al pelirrojo no pudo evitar mirarlo con profundo rencor.
–Así que nos volvemos a encontrar, Tsuki No Kami… esta vez no perderé ante ti, ni tampoco ante el Dios del sol –advirtió.
Kyo aún estaba muy descolocado por lo que estaba pasando, todo había sucedido demasiado rápido y se sentía culpable de haber traído al Dios a la vida con sus propias manos. Aunque después de todo, el destino ya estaba escrito.
El castaño concentró la energía del Dios del sol que corría por sus venas y con un poco de esfuerzo hizo aparecer en sus manos una espada envuelta en fuego, el Ame No Murakumo.
–Escúchame, Ginga No Kami, no vas a acabar con nuestra existencia en esta vida sino nosotros con la tuya, te haremos volver a tu sueño profundo de mil años – lo amenazó el castaño.
–No permitiré que eso pase, no volveré a mi sueño de mil años sin llevarme también su existencia conmigo, haré que desaparezcan de la faz de la Tierra – respondió la amenaza.
Una batalla empezó entre Kyo y el desterrado Dios, este último lanzaba ataques de fuego obscuro que eran muy fuertes y pese a que Kyo se esforzaba por esquivar sus ataques, estos eran muy rápidos.
El pelirrojo decidió unirse a esa lucha canalizando también el poder del Dios de la luna que yacía en su interior.
Sus flamas púrpuras danzaron a su alrededor formando un halo que lo rodeaba y que estalló en el momento que él estuvo cerca del Dios desterrado.
–¡MORIRÁS! – gritó Iori mientras se acercaba a él con un ataque tras otro, aún tenía un profundo resentimiento hacia él por lo que había hecho en sus vidas pasadas.
Athena observaba la pelea y sentía el impulso de acercarse a colaborar pero viendo cómo iban las cosas hasta ahora decidió esperar. Sus dos aliados estaban manejando muy bien la situación y sus ataques en conjunto se comparaban con la fuerza de ese Dios, todo iba bien al menos por ahora.
Ginga No Kami estaba perplejo ante el resultado de la batalla, no se suponía que ellos debían tener tanto poder, incluso parecía que lo superaban debido a que su padre, el Amo del universo, le había restado la mitad de su poder al desterrarlo. Él no podía permitir una derrota.
–¡Basta ya!, Dios del sol – exclamó Ginga No Kami entre la incesante batalla –No te hagas el héroe, recuerda que fuiste tú quien me llevo al templo aquella noche – dijo él con intenciones de distraerlo.
–¡No!, ¡cállate! – exclamó Kusanagi al recordar nuevamente esa horrible visión.
–Fuiste tú quien me confesó lo mucho que ansiabas besar a la Diosa de las estrellas y la luz, querías besar sus labios al menos una vez ¿recuerdas? –sonreía maliciosamente.
Iori y Athena, aún teniendo recuerdos de sus ancestros no podían imaginar que su aliado en batalla los hubiera traicionado esa noche hace millones de años.
–¿Es cierto eso?, Kusanagi… o debería decir Taiyō No Kami – lo confrontó Iori.
–¡No soy ese Dios! – negó Kyo rotundamente. Sabía que el alma del Dios del sol había reencarnado en su cuerpo, pero no sentía que los errores de él le pertenecieran también.
–No, pero tendrás el recuerdo de lo que sucedió, entonces dime ¿¡es verdad lo que ese maldito dijo?! – exigió el pelirrojo.
Kyo empezó a sentir remordimiento al tener esos recuerdos, sabía que era cierto por más que le costara admitirlo. Por un momento dejó de luchar, se sentía débil al notar como la tristeza y el arrepentimiento se apoderaban de su corazón, por su culpa esos dos jovenes enamorados en sus vidas pasadas habían muerto frente a sus ojos.
–Es verdad… – admitió Kyo agachando la cabeza con remordimiento.
Iori apretó los dientes molesto al enterarse de eso, pero después reflexionó. Él no era el enemigo, sino ese maldito Dios desterrado que estaba frente a ellos en ese momento, seguramente él estaba planeando hacerlos pelear para salir victorioso y eso no podía permitirlo. Entonces dejó de lado a Kyo y se volvió con aquel ser.
–¡NO INTENTES DISTRAERNOS MALDITO!– vociferó el pelirrojo al darse cuenta de que Ginga No Kami solo intentaba ponerlos en contra el uno del otro.
El tiempo en que ellos habían estado discutiendo fue el tiempo adecuado para darle a ese Dios un descanso y recuperarse un poco. Al ver que Iori se acercaba a él con sus flamas encendidas lo único que pudo hacer fue teletransportarse hacia dónde estaba Athena y al llegar con ella la rodeó por detrás con sus brazos.
–Es un placer estar aquí contigo, mi bella Diosa – le susurró al oído.
Athena sintió un escalofrío desagradable recorriendo su cuerpo al sentir las manos de ese Dios rodeándola.
–Suéltame, nunca voy a enamorarme de ti, por favor déjame en paz – suplicó mientras intentaba zafarse de su agarre.
–Oh, vamos Hikari…
–Ese no es mi nombre, deja de llamarme de esa manera – hizo más fuerza en sus movimientos hasta que logró soltarse de él.
El Dios estaba muy ofendido al ver cómo ella no quería estar con él, se sentía humillado al notar su rechazo.
–¡Escúchame bien!, vas a ser mía no importa lo que tenga que hacer – le advirtió mientras la tomaba por el mentón con fuerza obligándola a mirarlo.
Iori llegó rápidamente con él y se interpuso entre ellos. Empezó a atacarlo con sus flamas pero el Dios con un movimiento rápido creó una espada de vacío y logró atravesarlo por el abdomen, haciendo que él cayera al suelo gravemente herido.
–¡GAAAAAAAHHHH MALDITO! – gritó el pelirrojo al mismo tiempo que caía al suelo y se tocaba la herida causada por la espada.
–¡NOOO, IORI! – se acercó Athena corriendo hacia él mientras las lágrimas corrían por sus mejillas.
El Dios estaba a punto de tomarla de la muñeca para atraerla hacia él pero Kyo se lo impidió interponiéndose en su camino. El castaño estaba lleno de ira al ver cómo su aliado en batalla había a caído a manos de él, además ver el estado de Athena lo hacía sentir aún peor, ella amaba a Iori, por lo tanto Kyo iba a hacer lo necesario para que ella fuera feliz aún si eso iba en contra de lo que él quería.
–¡No tan rápido, maldito, aún quedo yo!– le dijo mientras lo miraba con enojo, su espada de fuego se hizo aún más grande como si el fuego en ella fuera proporcional al odio en su corazón.
Entonces nuevamente empezaron a luchar entre los dos mientras Athena intentaba sanar la herida de Iori con sus poderes psíquicos.
–Iori… tú… vas a estar bien – hablaba ella entre llanto mientras colocaba sus manos en el abdomen herido del pelirrojo.
–Deberías huir… – tosió un poco sintiéndose débil –Él te quiere llevar con él a un maldito limbo, no le importa nada más – le recordó mientras la veía con preocupación.
–No me iré, no te dejaré así – se negó rotundamente mientras hacía aún más esfuerzo por conectar con sus poderes divinos. Unos segundos después, la luz brillante en sus manos empezó a hacerse más fuerte, lo estaba logrando.
Tanto Athena como Iori notaron como la herida cerraba poco a poco.
Algunos minutos después, Kyo también cayó herido por la espada de vacío de ese Dios. Los dos estaban sin fuerzas para seguir luchando y Athena empezaba a sentir desesperación, tenía que ayudarlos a los dos pero el Dios desterrado no le daría tiempo de hacerlo.
Entre la confusión, Ginga No Kami aprovechó para apuntarlos con su rayo destructor y con el poder que le confería la galaxia intentó crear un nuevo destino para aquellos que lo habían desterrado alguna vez.
–¡Sus almas no volverán a reencarnar, su destino tendrá que ser igual que el mío! – exclamó al mismo tiempo que soltaba una luz intensa con su dedo índice.
Athena se teletransportó quedando entre el Dios y sus compañeros, después creó una barrera luminosa que reflejaba aquel poder devolviéndoselo al Dios de la galaxia.
–¡NO LO HARÁS! – exclamó Athena utilizando una gran parte de su fuerza para contener ese rayo destructor. Mientras sostenía con sus manos esa barrera luminosa, su vestimenta empezó a cambiar transformándose ahora en una Yukata totalmente blanca. Era como ver de nuevo a la Diosa de las estrellas y la luz.
–T-tú… ¿cómo te atreves?– musitó el Dios de la galaxia al mismo tiempo que un pequeño recuerdo llegaba a él.
–Hikari No Megami… – habló el Dios intentando llamar la atención de la joven.
Ella estaba caminando en el jardín, introduciéndose entre varios arbustos de rosas. Al escuchar la voz del Dios llamándola lo único que hizo fue voltear.
–Mi bella Diosa… – musitó él mientras se acercaba a ella –¿Cuando será el día que aceptes salir conmigo?, cambiemos el destino, yo tengo más que ofrecerte que ese miserable Dios – le suplicaba con una mirada devastada.
–No puedo hacerlo, Ginga No Kami, yo le he sido fiel a mi amado prometido desde que mi destino con él fue decretado- le comunicó la Diosa.
–Pero… ¿acaso tú lo amas?, ¡¿lo amas de verdad?!.
Ella cortó una rosa del arbusto, se quedó observándola por unos segundos mientras recordaba con cariño a ese hombre que le había robado el corazón.
–Lo amo como nunca creí amar a nadie, es él quien me complementa y es con quien quiero compartir la eternidad… sellaré mi destino con él sin dudarlo – expresó su sentir mientras salía de entre los arbustos con la rosa en la mano.
–Pero, Hikari, ¿podrías al menos pensarlo?– detuvo su caminar tomándola de la mano.
La Diosa lo miró a los ojos y le entregó la rosa que sostenía al mismo tiempo que movía su cabeza hacia los lados en una negativa como respuesta.
–Lo siento… – fue su única respuesta antes de seguir su camino hacia dentro del santuario.
El devastado Dios observó la rosa en su mano, esa rosa para él simbolizaba el rechazo de la mujer que amaba. Pero, si ella no era de él, no dejaría que fuera de nadie más.
El impacto de su propio ataque lo dejó completamente debilitado, además tener esos amargos recuerdos rondando por su mente no lo dejaban en paz.
Ante el desafortunado resultado, el Dios sólo pudo gritar:
–¡NUNCA SERÁS FELIZ CON ÉL, HIKARI NO MEGAMI!.
Athena miró al Dios mientras le gritaba semejantes cosas que la hacían enojar por la maldad con la que se las decía.
–¡Te equivocas! – gritó ella también –Podrás habernos despojado de la vida hace millones de años, pero la luna y las estrellas en el cielo serán el recordatorio de que mi amado y yo nos reencontraremos una y otra vez y vamos a enamorarnos en cada una de nuestras vidas –alegó ella.
Kyo hizo un último esfuerzo tomando su espada de fuego y la blandió contra el Dios, enterrando esta en su pecho.
Iori se acercó a él provocando una explosión de llamas púrpuras que causaron que el Dios empezara a consumirse lentamente entre ellas.
El Destino fue el encargado de hacer cumplir ese mandato divino desterrando una vez más al Dios de la galaxia, haciéndolo volver a su sueño profundo de mil años.
Mientras el Dios desaparecía de la existencia, un fuerte viento empezó a sentirse en todo el templo. El cielorraso, las paredes, incluso los muebles, parecían ser succionados hacia una especie de agujero negro que se llevaba todo hacia el infinito.
–¡NOO! – gritó Athena al darse cuenta de lo que venía a continuación. Esa profecía dictaba que al desterrar al Dios, ellos olvidarían todo lo ocurrido…
Ella corrió hacia Iori y lo abrazó, él correspondió mientras acariciaba su cabello.
Kyo empezó a hacer desaparecer su espada mientras los observaba, no había nada más que hacer, al menos dejaría que se despidieran.
–Iori… prométeme que no me olvidarás – suplicaba ella entre llanto, las lágrimas corrían por sus mejillas y sentía un nudo en la garganta al pensar que todo terminaría aquí mismo.
–Te dije que no volvieras a decir esas tonterías, Athena –susurró apretando los dientes al sentirse prisionero de una fuerte melancolía –No te voy a olvidar, entiéndelo.
Los dos se abrazaron con más fuerza fundiéndose en ese abrazo, sus corazones latían con desesperación frente a esa triste despedida. Sus labios empezaron a unirse intercambiando un beso apasionado, sintiendo como la llama de su corazón los abrazaba con intensidad.
El Dios de la galaxia fue desterrado, él no formaba parte del plano existencial, por lo tanto nunca existió, nunca lucharon contra él, eso nunca había pasado. Al menos eso dictaba la profecía: al desterrar al Ginga No Kami del plano existencial, olvidarán que esto ha sucedido.
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~Continuará…
