Los personajes de Saint Seiya no me pertenecen, son propiedad de Masami Kurumada y Shiori Teshirogi.


Día siete.


Hoy amaneció con un poco más de frío que el resto de la semana. Ya que el bar va a estar cerrado el resto del día, Calvera salió conmigo desde tempranas horas; llegó poco antes de la hora del desayuno, con una enorme bolsa de pan, pan de muerto, obviamente.

Es el día siete de estar comiendo pan de muerto, y para mi suerte Calvera me anunció que sería el último para mí, puesto que oficialmente hoy terminaba su maratónico periodo de comida. Mañana, mañana podré comer algo más, al fin.

Hoy… Hoy el pan no estuvo tan mal.

Regresando a nuestros planes, caminamos por calles nuevas para mí, deteniéndonos para comprar más pan. En mi opinión, eso es lo mejor de mi viaje a aquí, estar sólo con ella, caminar sosteniendo su mano y escuchando cada idea que cruza por su mente.

Pensé que ese podría ser el momento, mientras nos sentamos en un pequeño parquecito. Hay algunas personas rodeándonos, niños compartiendo sus dulces y algunos vestigios de la fiesta anterior, pero aún así se respira algo de paz, lejos del ajetreo usual. No necesitamos estar en un restaurante de lujo, y sé que a ella no le gustaría que hubiera decenas de personas mirándonos, o que preparara algo grande y presuntuoso; no le gustaría ser el centro de atención de la gente, y a mi mucho menos.

Por eso ese era el momento perfecto, estábamos solos y nadie nos prestaba atención, éramos invisibles. Nervioso, metí la mano en el bolsillo interno de mi chaqueta y busqué la caja que cambiaría nuestras vidas para siempre.

Calvera, mientras tanto, estaba ocupada comparando dos panes de dos diferentes panaderías que compramos minutos antes. Su distracción me ayudó a pensar en las diferentes maneras en que podía hacerlo, al fin proponerle matrimonio. Pensé en meterlo dentro de uno de sus panes, pero rápidamente lo descarté, ella amaba tanto esos panes que probablemente se tragaría el anillo, sin darse cuenta de que algunas vez este estuvo ahí.

Así que simplemente la tomé de la mano, entrelazando nuestros dedos y la llamé por su nombra, bajito, como hablábamos cuando estábamos solos. Ella debió intuir lo que haría, porque me miró en silencio, sin expresión, pero parpadeando varias veces. Estaba nerviosa, lo que ayudó a aumentar mis nervios.

Tomando valor, presioné su mano y comencé a hablar sobre lo mucho que la quería, lo feliz que me hacía, todos los planes que tenía; ella solo asentía, sonriendo con suavidad cuando le contaba algunas cosas a detalle.

Era nuestro momento, lo sé, el ideal.

Sin embargo, me detuve a medio discurso cuando sentí que había alguien a mis espaldas, una fuerza maligna, aterradora.

El hermano de Calvera estaba detrás de mí, mirándome como se mira al enemigo, esperando a que hiciera mi movimiento para acabar conmigo. Al verlo, Calvera le reclamó, sonrojada, su intromisión. Pero él no le hizo caso, continuó mirándome, como si supiera lo que iba a hacer.

Pasó el momento, era obvio. Desanimado, saqué la mano del bolsillo y fingí que su hermano no estaba pensando en cómo exterminarme; en su lugar me levanté y sostuve a Calvera de la mano, diciéndole que le iba a comprar más pan.

Fue el último día de su maratón de pan, al menos le cumpliría con eso. Ya habría otras oportunidades, otros momentos para conseguir mi objetivo. Sino en este viaje entonces en el próximo, pero pronto, pronto.


Comentarios:

¡Gracias por leer!

Este es el último, último capítulo de esta pequeña, pequeña historia de amor. Ya sabemos cómo terminó, claro, se casaron, tuvieron hijos, se quedaron en Grecia... viviendo como a ellos les hace feliz.

Espero que les haya gustado este pequeño especial, muchas gracias por leer!