FELINETTE NOVEMBER

- 2023 -


"Siempre fuiste tú"


Capitulo 9: Cajita de memorias.

Félix Fathom abrió sus ojos antes que el despertador sonara, como todos los días desde que tenía conciencia. No recordaba bien, con qué había soñado, pero no había sido nada agradable. Intentó incorporarse, pero un suave ronroneo encima suyo, lo obligó de nuevo a cerrar los ojos y quedarse quieto.

- Si no me muevo, pensará que estoy muerto e irá a molestar a Marinette. - pensó.

Le pareció una estupendísima idea.

Llevaba varios días sin dormir, coincidiendo exactamente con el viaje de Emma. Si bien habían educado a su hija para ser absolutamente independiente, existía el riesgo que su frágil balance se rompiese. Un grito entre la multitud, el chirrío de un parlante, o el claxon de algún coche.

Cualquier cosa podía incordiar a Emma. Respiró profundamente intentando pasar desapercibido para el gato.

Todavía con los ojos cerrados, sintió como el felino, sin conseguir respuesta, saltaba desde su pecho y aterrizaba inmisericorde sobre el cuello de su mujer.

- Ese gato está obeso. - continuó pensando. - Y Emma está tan lejos.-

Luego de unos escasos minutos, su esposa se incorporó intempestivamente, sentándose sobre la cama y mandando a volar al pobre gato, moviendo brazos y piernas por puro reflejo de supervivencia.

- Psicópata. - susurró Marinette, sentándose sobre la cama y removiendo la colcha. De inmediato, se dio cuenta que Emma no estaba en la mansión, así que no tuvo más reparo al gritar. - ¡Psicópata! ¡Gato malo! -

Ronroneando, sumamente enfadado por el vuelo obligado, Minou, el viejo gato gordo de Emma Fathom se deslizó afuera de la habitación alzando la cola y maullando fuertemente, reclamando comida y mimos.

- Vuelve a dormir, Mari. - le susurró Félix, para luego abrazarla por la cintura y arrastrarla de nuevo al colchón.

- Se sentó sobre mi cuello. Y he tenido una pesadilla, una horrible. O mejor dicho era un recuerdo, de hace mucho tiempo. Oh, odio este gato. Me maltrata. Me asfixia. No entiendo porque siempre se tumba sobre mí. - reclamó su esposa. Félix le dio un beso en la frente, le abrazó más fuerte y le pasó una pierna sobre su muslos.

- Yo tampoco lo sé, cielo. -

Y ambos, uno refunfuñando por su mala suerte, y otro, partiéndose de risa por dentro, volvieron a dormirse. Pronto amanecería, saldría el sol, o quizá lloviese, soplaría el viento y el gato volvería a atacarlos por la espalda, exigiendo aperitivos.

Pero Emma, no estaría.

- Emma, cielo...- pensó, justo antes de volver a caer dormido.

Marinette todavía se quedó pensando sobre aquel recuerdo que albergó mientras estaba dormida. No entendía porqué volvían los hechos a su memoria, siempre rodeados de gran detalles. Un sueño vívido, dirían algunos. Una pesadilla, siempre diría ella:

Amelie Graham de Vanily ordenó, inmisericorde, que el mayordomo se detuviera y entregara la correspondencia para ser revisada.

- Son del joven señor. - murmuró asombrado el mayordomo, quien llevaba la carta sobre una fuente de plata en su mano derecha, rumbo a depositarla en el buzón de la propiedad, por donde pasaba el cartero.

Amelie no dijo nada, sólo cogió la carta que Félix acababa de escribir y fue sin detenerse hacia la cocina. Se hizo paso en medio de la servidumbre y buscó el vapor caliente de una tetera con agua recién hervida. Puso el sobre sobre el vapor, y milagrosamente, se despegó la solapa que aseguraba la privacidad del contenido.

Su mayordomo la seguía a sus espaldas, sabiendo que no podía negarle nada a la señora de la casa, y que a la vez, debía serle leal al joven señor.

"Querida Marinette:

Ha pasado un tiempo desde que te escribí la última vez. Entiendo tu falta de respuesta. Tu ausencia de interés. Sin embargo, no puedo negar que mis sentimientos persisten a través del tiempo, y de tu condición.

- Dios mío...- pensó Amelie. - ...No puede ser cierto... -

Hubiese deseado jamás enterarse de lo que sucedía entre ellos. O lo que sentía Félix hacia Marinette. Era odioso para ella, pensar en el sufrimiento que su hijo describía, carta sí, carta no. Una actitud romántica, pero incómoda y fuera de lugar.

Porque Marinette era la novia de su primo.

No había ley escrita que no condenase el hecho.

Las primeras veces que capturó cartas, las leyó a escondidas, a sabiendas de su mayordomo, por supuesto, quien había sido el primero en ir a comentarle el asunto. Después de todo, los Graham de Vanily y los Fathom, eran dos familias respetables, no susceptibles de escandalo.

Y eso debía seguir siendo así, por los siglos de los siglos.

Félix comentaba en esta última carta, lo difícil que era para él, sostener un sentimiento de forma unilateral por más tiempo. Amelie concluía, que, en algún punto de su relación con Marinette, ella le debía haber correspondido de alguna manera. No físicamente, pero sí en actitud. Algún beso, tal vez, o algún roce leve con la punta de los dedos.

Necesitaba saber con urgencia la versión de ella.

Su punto de vista.

¿Esto sería un escándalo? ¿tendría un buen final?

Amelie concluyó que debía mover ficha para evitar una hecatombe social de importancia, así como una crisis familiar inaudita.

Así que para el siguiente fin de semana, obligó a Félix Fathom volar hacia Japón en representación de su familia, para ultimar detalles en un nuevo negocio con las Tsurugi. Amelie sólo quería alejarlo. Pero semanas después, se enteró por la prensa que Kagami Tsurugi salía con él, a la vez que lo hacía partícipe en varios negocios más.

Amelie entonces, abrió el arcón que tenía en su habitación y cogió una vieja caja de madera de cerezo, acarició la cubierta y se tumbó sobre su cama, ya más relajada.

Debo ir a París, pensó ya más sosegada, y la buscaré y le diré lo que siento sobre este tema.

Después de todo, ella era la madre de Félix, y su hijo estaba intentando como buenamente podía, salir adelante. Ya sea queriéndola más, o comprometiéndose con otra. Pero él, algo hacía, y en cambio ella...

Marinette se encontraba en la mansión Agreste, podando rosales en el jardín. Fue avisada por Nathalie sobre la presencia de la madre de Félix en el vestíbulo, esperando hablar con ella. Nathalie se sorprendió cuando Marinette no se incorporó de su faena, si no que pidió que ella se acercara adonde estaba.

Amelie suspiró, entendiendo que Marinette estaba exigiendo privacidad.- ¿Para qué? - pensó velozmente, mientras caminaba hacia el jardín de los Agreste. - ¿Para que nadie escuche una bochornosa verdad? ¿Para preguntarme sobre mi Félix acaso?-

Podía serlo. Pero Amelie no soltaría prenda sobre su hijo. La novia de Adrien no tenía derecho a saber nada de Félix. No debía tenerlo.

Eso había ido Amelie a hacer.

A descubrir qué quería Marinette con él.

- Maravilloso rosal, Marinette. Estupendísimas flores. Denotan un exquisito cuidado. - Marinette la observó de soslayo, sin inmutarse mucho ante su presencia. Amelie en cambio, detectó que la conducta esquiva de la muchacha se podía deber al nerviosismo, a la desesperación. Los dedos de Marinette temblaban, haciéndosele más difícil cortar simples hojas.

- Buenos días, lady Amelie. Perdone que no me levante a saludarle, no estoy en mi mejor momento, como puede ver. - La frente de Marinette, oculta tras el velo con el que cuidaba su piel, lucía brillante producto del sudor.

- No te preocupes, querida. Venía a preguntarte algo en nombre de mi hijo, Félix. No sé si lo recuerdas. Es alto, rubio, tiene ojos verdes, habla muy poco y...-

- Lo recuerdo. - interrumpió Marinette, dejando de cortar el rosal.

Amelie sonrió de lado y elevó el mentón. Frente a ella, Marinette Dupain-Cheng no era más que una niña parisina, de origen humilde y mestizo, de buena presencia y grandes talentos. Ella era una joya valiosa. Alguien excepcional. La recordaba luminosa y feliz, como una mariposa revoloteando de aquí y allá.

La Marinette que halló ese día, en cambio, era un fantasma, una sombra larga y apagada que alguna vez fue una joven llena de vida.

- Félix me ordena preguntarte qué regalo deseas para tu boda con Adrien .-

A Marinette se le resbalaron sus tijeras de podar, y no pudo, ni lo intentó, evitar mirar a Amelie con los ojos desorbitados llenos de dolor, confusos, opacos. Marinette intentó hablar, pero la voz no le salía, abrió y cerró la boca, como un pez fuera del agua.

- Sí. - dijo Amelie, al verla hecha un desastre ante una simple pregunta. - Yo también le dije que no era necesario preguntar, cualquier cosa estaría bien. Sabes, muy pronto, él también se casará. Ustedes estarán invitados por supuesto. -

Amelie se acercó a Marinette muy lentamente, tratando de echar un vistazo alrededor, para no tener a nadie observándolas.

- Asistirás a su boda, ¿verdad? ¿Puedo contar contigo, Marinette? -

Pero sus palabras, ella no las quiso escuchar, torció su rostro en un gesto adusto y doloroso, mientras esquivaba la penetrante mirada de Amelie Graham. Marinette notó como un vacío nacía en su pecho, e implosionaba, quitándole el aire.

Negó con la cabeza, para luego asentir con fuerza.

Amelie chasqueó la lengua, para después sonreír.

- Marinette, la duda mata. - susurró Amelie, muy cerca de su oído, donde nadie más que ella pudiera escucharle. - El amor también. -

Con muchísima delicadeza, Amelie Graham de Vanily abrió su anchísimo bolso y de ahí extrajo aquellapequeña cajita de cerezo que guardaba en su arcón. Antes, cuando ella era pequeña, esa cajita contenía pequeños tesoros de su infancia: una piedra de río, una hoja seca, un bicho muerto, un diente de oro que encontró en una fiesta. Y su alianza de bodas. Ahora, en esa pequeña caja Amelie guardaba otro tesoro, un poco más agónico y nada alegre, un tesoro que no sabía si decir que era precioso o tal vez, terrorífico.

Debía entregárselo, a pesar de todo.

A pesar que ella estuviera internamente en contra de todo, porque ella siempre , de cara al público, estaría a favor de su hijo.

- Lo siento. - murmuró muy cerca de Marinette. - Lo siento por tí y por él. Pero debía detener esta locura de alguna manera. No pensé que quizá esto es...inevitable. -

Marinette tembló, cuando sostuvo entre sus manos el pequeño cofre, dudando, tiritando de amor, ella abrió la tapa y palideció. Revisó superficialmente cada carta y en todos estaba escrita lo mismo.

"Marinette Dupain-Cheng.

48 Rue Caulaincourt, Código postal 75018. Paris, Francia"

Había docenas de ellas, algunas tenían fechas recientes y otras parecían más antiguas. Todas estaban abiertas, todas tenían el sello de recibido de Correos.

Marinette estaba casi segura que interceptar correos privados infringía algún derecho humano. No supo decir cual. Su cuerpo se llenó de angustia, terror, y algo parecido al amor.

- No quiero casarme con Adrien. - confesó ahí, abruptamente, enfrente a Amelie. Un arrebato de ira apareció en su mente, y ella se arrancó el sombrero y el velo, dejándolos caer al suelo. - Todo esto está mal. Infinitamente mal. -

- Lo sé. - susurró Amelie. - He leído todas sus cartas. -

Amelie contempló el cielo azul, el rabioso sol. Después se fijó en Marinette, en su cuerpo menudo, tembloroso, pálido y apagado, con una cajita en la mano, temblando de incertidumbre y pena, con los ojos muy abiertos, tremendamente azules, tremendamente tristes.

- Él se casará pronto, niña. El próximo año, en primavera. Así como tú. -

Era todo lo que tenía que decir respecto a ese tema. Blandió su orgullo británico e hizo repiquetear sus tacones mientras subía las escaleras de regreso a la mansión. Marinette fue detrás de ella, todavía con preguntas pendientes en la punta de la lengua.

- ¡Espere! - gimoteó Marinette, aferrando la cajita contra su pecho. - ¿Por qué me las entrega ahora? ¿No ve que ya no tiene sentido? -

Quizás nunca lo tuvo, pensó Amelie. Pero decidió encogerse de hombros, y regalarle a Marinette un poco de ella misma.

- Porque son tuyas, cariño. Son tus cartas. Él te las escribió a tí. Y ahora él, se va a casar con otra. Y tú te vas a casar con otro. Ya está todo solucionado. No las necesito en mi casa. No quiero volver a verlas. Quémalas, destrúyelas, pero son tuyas. - Y de mi hijo, pensó Amelie, también son de él, y tienes su corazón en tus manos, o algo peor, su futuro. Amelie , por un segundo, perdió la compostura y apretó los dientes, furiosa por el hecho que el amor de su hijo haya sido despreciado de esta manera. - ¿Duele, Marinette, mi hijo te duele? -

Marinette volvió a aferrar con más fuerza la caja de cerezo, hasta hacer palidecer sus dedos.

- Me duele en cada latido de mi corazón. - respondió de inmediato.

Oh, pensó Amelie , entonces debe ser amor, porque el amor duele. Sí. Lo quieres sí. Ya no tengo dudas de ello.

Pero no siempre el amor triunfaba. Durante generaciones, su familia se había casado por negocios, por alianzas. Ella había sido la primera que se había casado por amor. Y ahora era viuda. ¿Acaso no existía un felices para siempre? ¡Ella deseaba eso! ¡Un cuento de hadas! ¡Hubiese querido que Félix tuviera eso también!

- Ojalá siempre te duela, Marinette. - masculló cansada.

Amelie no se entretuvo más, dio la vuelta y salió sin despedirse de nadie. París le pareció una ciudad sosa y gris, antigua y vencida. A ella también el corazón le dolía, porque amaba a su hijo y veía cómo él también entristecía y se alejaba, se refugiaba en una relación plana y protocolar, marchita.

Concluyó que tal vez así sería el futuro de ambos.

Una triste línea recta que conducía a un siniestro final.

Marinette, todavía en shock por aquella inesperada reunión, cogió la primera carta, la más antigua de ellas y a pesar que alguien podía verla, tuvo que empezar a leer.

"Estimada señorita Dupain:

Es mi agrado informarle que Londres sigue siendo la ciudad más húmeda del mundo. Al menos para mí. No hay problema por ello. Estoy acostumbrado. Algunas veces, si sale el sol y el cielo es despejado, puedo comprobar, con exactitud, que ése azul, es el azul de tus ojos. E increíblemente, así, de esta manera, te extraño menos.

- Y yo a tí, te extraño más. - dijo, sin ningún temor a que la oyeran.

Como siempre, ella estaba sola en la mansión. No había nadie quien la escuchara.

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En algún día de estos, pondré capitulo doble para alcanzar al calendario.

Un fuerte abrazo,

Lordthunder1000