FELINETTE NOVEMBER

- 2023 -


"Siempre fuiste tú"


Capitulo 10: Impostor.

La segunda vez que la tuvo entre sus brazos podría decirse, que él se lo buscó.

Volvió a Londres, a los pocos días de aquella fiesta temeraria, en la que se hizo pasar por Adrien. Se prometió por su orgullo y autoestima, y principalmente por su amor, que él no volvería a fingir ser algo de ella.

No eran ni amigos.

Tan sólo conocidos.

- Te quiero, Marinette- Había dicho unas semanas antes, por petición de ella. Probablemente el alcohol la confundiese.

- Yo también te quiero a tí, Félix.- respondió ella.

Aunque los niños y los borrachos, siempre dicen la verdad, pensaba Félix varias veces al día, todos los días.

Ella no debía haber dicho eso. Se suponía que estaban fingiendo. Le estaba suplantando la identidad a su primo. Y eso estaba bien, siempre lo había hecho cuando eran niños. En aquella época, tan sólo ganaban algún juguete nuevo, o algún paseo. Eran reemplazos divertidos. Observar el rostro estupefacto de sus padres, mientras descubren que habían sido engañados.

Sólo que ahora eran adultos.

Y era ella la que estaba jugando.

Lo llamó como a su novio. - ¿No es así, Adrien? ¿Qué te parece esto, amor? - varias veces en esa noche. Lo abrazó del cuello. Bailó con él. Y Félix , incólume, permaneció en silencio.

- Adrien. - se dijo a sí mismo. - Debiste decir "te quiero, Adrien". Marinette, no debiste equivocarte. Esto era un juego, nada de verdad.-

Sin embargo, su corazón le creyó cada una de sus palabras. En realidad, Félix terminaba por aceptar cada cosa que hacía Marinette con él: como tomarlo de maniquí para probarle ropa, o asesorarlo en imagen y vestuario, u obligándole a salir con Adrien para ampliar el circulo de amistades.

Marinette lo retorcía y lo amasaba. Le daba forma. Le sacaba punta.

Pero uno no puede escapar del destino. Del hilo rojo. Quizás sí sea cierto que existen los dioses del olimpo, pensó Félix ése día, porque no me explico quien juega conmigo de esta manera.

Cuanto más quieres alejarte, más te acercas a tu fin.

Ella le había escrito, unos días antes, para conversar con él. Pero no en París, sino en el norte, en Calais, fuera de sus amistades habituales, y bastante cerca de su ciudad, Londres.

Ni por un segundo, a él se le ocurrió decir que no.

Incluso se había presentado ahí, en el parque público enfrente del Museo de Artes, con una peonía en la mano. Hacía algo de frío, así que iba vestido con su gabardina de algodón, un pantalón elegante, su peinado de toda la vida y la bendita peonía rosa en la mano.

Pudiera haber llevado un clavel.

Pero la mujer de la floristería insistió en que si era para ver a su novia, tendría que llevarle una flor más distinguida.

- No tengo novia. - le dijo él, parcamente.

- Pero quieres que ella lo sea, ¿no es así? - respondió la vendedora.

Ante el silencio de él, la señora extrajo una pequeña peonía rosada que estaba sumergida en un precioso florero, se la envolvió en un papel y se la dio, cobrándole muy poco. Mientras salía, la buena mujer le deseó suerte. Félix no contestó.

Y ahora, de pie en medio del parque, sintió que la flor sobraba, desentonaba y que quizá significase algo que no quería que significase. Contempló la peonía, en tanto discernía qué hacer con ella. Lo decidió después de unos segundos, vio una papelera algo cerca suyo y de grandes zancadas se dirigió hacia allí, totalmente seguro que regalarle una flor a la novia de su primo era una completa locura.

- ¿Félix? - una cantarina voz, detrás suyo, lo hizo detenerse. La voz le causó un escalofrío por toda su espalda, un latido se perdió en el ritmo, y sus pulmones dejaron de expandirse.

De nuevo, como cada vez que algo le recordaba a Marinette, Félix comprobó que estaba sumergido en el infierno.

¡Esto es amor!, pensó mientras giraba para encontrarse con ella, ¡qué voy a hacer ahora con esto!.

Debía preguntarle por sus cartas, las que él le enviaba, al inicio con bastante amistad y luego directamente detallando sus sentimientos por ella. Le había pedido tantas veces una oportunidad. Pero nunca habían hablado de frente. A él se le iba la voz al verla, para después recuperarla luego de unos minutos. Además nunca habían estado realmente solos. La primera vez , de hecho, fue en aquella fiesta. Y eso que estaban los amigos de Adrien. Ella actuó ese día, como si de verdad la quisiera. Y al final se lo había dicho. Pero ¿acaso Marinette leía sus cartas? Algunas veces, él se preguntaba si ella recibía su correspondencia. Se cercioró de escribir muy bien la dirección de la panadería, especificaba el código postal. Pegaba los sellos más caros y el envío rápido.

Tal vez este día, le diría todo lo que le escribía, pero de frente. Aunque eso fuese...intrépido como poco.

Ella sigue siendo la novia de tu primo. Y se quieren mucho, ¿o ya no? , pensó súbitamente, y la emoción de verla, se difuminó con la culpa y el desosiego de saber lo mal que estaba haciendo por quererla.

Por lo pronto, le daría la flor que con un poco de buena suerte, significase sólo amistad y cariño. Odiaba profundamente los estereotipos en cualquier gesto de la sociedad, como los signos zodiacales, la estación del año cuando uno nació, o por ejemplo, el hecho que lo señalaran como adicto al té, sólo por ser británico. Lo cual era cierto, bebía muchísimo té.

- Marinette. - susurró muy lentamente . - hola. -

Ella llevaba un abrigo rojo, bastante ligero y una bufanda elegante de color rosa. Medias negras en las piernas y botines en los pies. Llevaba el pelo suelto, totalmente liso y había peinado su flequillo hacia un lado, cambiando la apariencia casi por completo. Ella se aferró al bolso que colgaba de su hombro.

- ¿Es para mí? - preguntó Marinette, sonriente, al darse cuenta que Félix estaba rígido y seco, como si le hubieran dado con un palo.

Él asintió, callado. Le extendió la mano donde estaba llevando la flor, y Marinette la cogió con delicadeza, la olió y acarició cada uno de los abultados pétalos rosados.

- Una peonía. - murmuró Marinette. De repente, Félix vio cómo sus mejillas se sonrosaban y sus ojos languidecieron, los entrecerró y una súbita pena o melancolía se apoderó de su rostro. - Es rosa. Las peonías significan...-

¿Qué?, pensó Félix, ¿Qué demonios significan? . En cambio, Marinette apretó los labios, como si fuera a decir algo horrible. Con dulzura, como si jugase, Marinette sacó la peonía del papel que la envolvía, recortó más el tallo con sus dedos y se la puso ella misma, por detrás de una oreja.

Él quiso decirle que era la mujer más bella del mundo. Deslumbrante. Preciosa. Tan sólo una flor era necesaria para convertirse en su reina. ¡Ah, que tonto era!

Ella lo hacía comportarse como un imbécil. No lo hacía tartamudear, simplemente le robaba la voz. Y visto lo visto, el aliento. La paz interior.

Recordaba con claridad, una de las primeras veces que reconoció sus sentimientos por ella. Esa profunda necesidad de observarla todo el tiempo, contemplando algo así como un hada de un bosque. O un ser mitológico.

Era una fiesta de verano, o una reunión.

Ella lo había arrastrado a una salida con sus amigos, en un parque así como estaban hoy. El sol era radiante, el viento soplaba poco, y ella saltaba, hacía bromas, empujaba a Adrien por la cintura y lo obligaba a inmolarse por ella. Quizá fuera un juego de niños. Algo así como el escondite. O tal vez, sería el Marco Polo. No recordaba qué juego fue. Pero siempre guardaría en su corazón, ese primer fogonazo, ese calor, ese rubor que le subió al rostro al escucharla reír. Lo mucho que le vio las piernas, el bajo de su falda, o cómo determinó el movimiento de su pelo, cada vez que corría y se refugiaba en las espaldas de su primo.

- Félix. - le dijo ella al verlo, quietísimo, en el tronco de un árbol, alejado de todos. - ¿Por qué no juegas conmigo? -

Él quiso jugar muchos juegos con ella, lo imaginó todo en cuestión de segundos, parpadeó lentamente soñando despierto. Sin embargo, no dijo nada de lo que cruzaba por su mente y por su corazón.

Marinette rio.

Y entonces, la muy desvergonzada, lo cogió por la mano y lo arrastró con ella, hacia donde estaban sus amigos.

Marinette tragó saliva y trató de actuar con normalidad. Podía jactarse de conocer a Félix como la palma de su mano. Conocía sus silencios, su parquedad y su necesidad de apartarse del resto. Sin embargo, algo lo atraía hacia él, como un imán. ¿Por qué no podía dejarlo solo? ¿por qué tenía que hablarle con insistencia? Reconocía que desde hace mucho, ella preguntaba por él, por su salud. No le gustaba dejarlo aislado. Siempre le decía a Adrien que lo trajera. Y Adrien siempre le obedecía a ella.

- Adrien. - pensó entonces, culpable y alicaída. - Yo también te quiero. -

A pesar de eso, como un acto reflejo, ella se colgó de un brazo de Félix y empezó a andar, atravesando los jardines. Había visto un parque de juegos, y a ella le encantaban los columpios. En París, había tan pocos columpios. Ella soñaba que, si algún día se compraba una casa, se aseguraría que tuviese jardín, y haría colocar algún columpio, el más barato, le daba igual, pero ella quería tenerlo.

- Ven - le pidió inocentemente. - Empújame un poco, por favor. -

Al ver el columpio vacío, Marinette se soltó de Félix y de un impulso logró sentarse en el sillín. Ella no quiso ensuciarse sus botines , por eso, no se balanceó ella misma, sino que decidió pedirle a él que la empujase.

Como siempre, Félix cumplió sus órdenes, solícito.

A pesar que ella llevaba un abrigo, él sintió a través de la ropa, el calor de su cuerpo, la estructura de su abdomen, su esbelta cintura. Rozó con sus dedos su largo cabello, olió su perfume. Ella iba y venía, en silencio.

¿Pudiese haber un lugar, se preguntaba Félix, donde ella y yo podamos ser felices? ¿Dónde ella me quiera así, como soy? ¿Dónde finjamos que mi primo no la quiere? ¿O nos olvidemos cómo empezó nuestro amor?

O al menos, rogaba él, que su historia tuviese fin. Si al menos, un buen día él despertase y descubriera que Marinette no tuviese algún efecto sobre él. Eso sería mejor. No quererla sería lo adecuado.

El amor es como la muerte, concluyó Félix todavía empujándola, entregándola al viento, incómoda, dolorosa y aparentemente, siempre llega a tí, lo quieras o no.

Saber de esa coincidencia, sólo le ocasionó mayor melancolía y desprecio hacia si mismo. Porque habían millones de mujeres en el mundo, y a él le pasaban todas estas cosas con la novia de su primo.

Elevó la cabeza al cielo, y rogó, insistentemente, que ese día en Calais, ella le dijera que no lo quería, que lo dejara así, que jamás iban a quererse, o que dejara de soñar despierto. Sí, eso sería la correcto. Dejar de amarla, sería lo mejor.

- ¿Te gusta jugar conmigo, Félix? - dijo ella, de pronto. Todavía sus cabellos se agitaban al viento, mientras se aferraba dolorosamente a las cuerdas del columpio.

Félix dio un paso atrás, sorprendido por su pregunta, terminando su trabajo. Poco a poco, el columpio se fue deteniendo.

¿Jugar?, respondió él para sí mismo. Él nunca jugaría con ella, Marinette era una cosa muy formal para él. Alguien a quien tomar en serio, un espíritu alegre, que había venido a iluminar su oscura vida solitaria. Ella era todo luz y color, y paz y esperanza. Y le pareció justo que ella amara a Adrien, porque él también necesitaba de eso. Su primo necesitaba de ella. De su dulzura y amor. Pero no podía evitar, no podía detener la aceleración de su corazón al verla, la palidez que emanaba de su cuerpo contrastando con el rubor de sus mejillas, cada vez que ella se acercaba. No podía evitar quedarse callado, cada vez que ella hablaba.

Controlar su amor, era imposible.

Cuando el columpio dejó de moverse, Marinette se puso de pie. Increíblemente la peonía había sobrevivido al vaivén del juego, a la fuerza del empuje y al embate del destino. Todavía lucía, rosada, preciosa, sobre una oreja de Marinette.

Ella se acercó unos pasos, él retrocedió otro más.

- No juegues conmigo, Félix. -

Se preguntaba si Marinette alguna vez dudó de lo que sentía por Adrien, si alguna vez hubo una esperanza para él. Ella no le había contestado sus cartas. Tenía miedo de preguntarle por ellas. Lo que no podía decir con su voz, se lo decía en su extensa correspondencia, explicándole su amor esquivo y persistente. Sus virtudes latentes y el dolor, intrínseco, que le generaba quererla.

Marinette rio, al verlo absolutamente perdido en sus pensamientos, ignorando, felizmente, el calvario que llevaba dentro.

No estaban muy lejos el uno del otro.

Marinette borró su sonrisa, tocó levemente su peonía, luego lo observó a los ojos. Ella entreabrió la boca, después apretó sus labios.

Fue más rápida.

Prácticamente voló, y aterrizó en sus brazos, fundida entre su calor y su piel, entre su duda y su amor.

- Dime algo, por favor. - susurró ella, hundiendo fuertemente su rostro contra su pecho. Las botones de la gabardina se le clavaban en las mejillas.

Félix correspondió de inmediato, cerró los brazos sobre ella y se estiró para apoyar su mentón sobre la cabeza de Marinette.

- ¿Nunca deseaste algo que sabías que no te haría bien? ¿El picante de la pimienta, la acidez de un limón, el chocolate que engorda?. Y a pesar de eso, salpicas la pimienta en tu plato, acompañas al pescado con limón y comes chocolate cada vez que estás triste. Y luego vives cada día, sabiendo que todo tendrá un fin. Eso eres tú para mí, Marinette. -

Perdidos y fundidos en aquel triste momento, Félix deslizó una de sus manos, desde la espalda de ella, hasta su nuca, levantando su cabello. él apretó el puño y un gran mechón de pelo se le enredó entre los dedos. Con el otro brazo libre, estranguló aún más a su presa, eliminando cualquier milímetro de espacio.

- Inevitable. Amada. Eres mía. Te quiero. ¡Como quisiera no hacerlo! Pero lo hago, lo haré para siempre tal vez. No dejaré de hacerlo nunca. -

Tiró de su mano que tenía en la cabeza de ella, un poco hacia atrás, para lograr verla frente a frente. Apoyó la nariz en su frente. Ella entreabrió los labios, sorprendida de sus actos.

Ya todo estaba perdido.

- Eso me pasa contigo, Marinette. - a pesar de la intensidad de su sujeción, su voz varonil era ronca y sumisa, delicada y arrogante. Una mezcla entre desesperación y violencia. Una muestra de locura, de la locura que ella le causaba. - Y siento que me va a estallar el pecho, un día de estos. Que moriré lamentando lo que seríamos, si no te dijera esto. Si no te propusiera esto. -

La ciudad estaba inundada por el olor del mar, al estar cerca de una bahía. El viento podía ser fuerte. La alta humedad y la sal se pringaban en la piel y en la ropa.

- ¡Di que me quieres!, mírame a los ojos, ya no soy un impostor. - Inhaló varias veces, sabiendo que también respiraba el aliento de ella. Vio la profundidad de sus ojos, su azul tan cálido, tan oscuro. Sus pestañas negras, el suave rosa de sus labios. Marinette parpadeó varias veces, tratando de discernir si esto era un sueño o una pesadilla. - Porque tú me quieres, Marinette. Lo sé. Me lo dijiste esa noche. -

Ella frunció el ceño, como si decir aquello le produjera dolor en vez de consuelo.

- Lo hago, Félix. Te quiero. Sé quién eres ahora, pero también lo sabía aquel día. Siempre fuiste tú. Siempre fuiste tú. -

La presión de los labios de Marinette sobre los suyos fue delicada y húmeda. Él cerró los ojos, condenándose a sí mismo. Sus brazos cogieron todavía fuerza, mientras la apretaba incluso más. Podría haberle partido los huesos. Pero a él sólo, se le rompía el corazón. Ella en cambio, se sintió arropada y protegida y suspiró contra su boca, en medio de un beso y otro. La punta de su lengua dentro de su boca, le dio escalofríos y hambre, sed. Se la comió entera, entre suspiro y suspiro. Ellos construyeron una larga letanía en silencio, mientras se besaban, incontrolables.

No había límite para el amor, aunque ellos tuviese un enorme muro dulcemente construido en sus vidas.

Terminaron esa conversación con besos en vez de palabras, intercambiando voluntades en vez de explicaciones. Eran pólvora y fuego, un chispazo y estallaba un incendio. Una palabra y escribirían una biblia. Era tan claro lo que tenían que hacer. Lo que ella debía hacer.

Déjalo, por favor, quiso pedirle Félix.

- Voy a perder el tren. - murmuró Marinette, todavía envuelta en sus brazos.

Él asintió y no dijeron nada en lo absoluto, mientras caminaban hacia la Estación de Calais. Sobre el césped en aquel parque de juegos, justo al lado de un columpio, una peonía rosada que resistió al viento pero no a un beso, lucía todavía reluciente con todos sus pétalos intactos.

Apenas ellos echaron a andar, la peonía rodó empujada por un próximo vendaval. El cielo se volvía gris, llenándose de nubes. Pronto llovería. Y si no se daban prisa, ella se quedaría ahí, tal vez para siempre.

Podríamos huir, pensó Félix, podríamos tomar un ferri, llegaríamos a Dover en media hora. Y de ahí, Londres está a solo un paso.

Marinette suspiró, y apoyó su cabeza en su hombro, en tanto caminaban como si fueran a la guillotina. Se llevó la mano a la oreja y descubrió que no estaba su flor. Se sintió triste en ese momento, como si perdiera la esperanza.

El cielo gris, la peonía muerta, el tren a punto de perderse.

Sin embargo, a pesar de todo lo que ella sentía por él, no halló fuerzas para prometer nada.

Intercambiaron un último beso, antes de dejarla partir. Todo en completo mutismo. Félix intuyó que si hubiera tenido esperanza, ella hubiera prometido hacer algo. Dejarlo todo. Aguantar las críticas y los rumores por un buen tiempo. Pero él estaría ahí, con ella, la llevaría a Londres, la cuidaría mucho, contrataría alguien que le cocinara sus platos favoritos. Le pondría un taller y asistentes, para que ella no trabajase mucho. Y la besaría más y más, hasta que los labios se le despellejasen. La estrujaría sin piedad contra sí. La peinaría con sus dedos.

Plantaría miles de peonías para ella. Le adornaría el pelo cada día de su vida.

Marinette lo contempló con tristeza desde la ventanilla del tren. Él la miró con amor.

Meses después, a Félix Fathom le llegó una invitación a su mansión de Londres.

Adrien se iba a casar con Marinette, irremediablemente, en la siguiente primavera.

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Buenas noches!

estos últimos tres capitulos son referentes al felinette.

El primero, día 8, trata sobre un hecho importante, la primera vez que Félix finge ser Adrien y las consecuencias que acarrea.

el día 9, es como la versión de Amelie, y la explicación del porqué Marinette actúa como si no supiera que Félix la ama, a pesar que él lleva un tiempo escribiéndole.

el día 10, sucede antes del 9, todavía Marinette no tiene las cartas. Amelie se las entrega después cuando Mari ya se va a casar.

Así aclaramos hechos.

Ah, el amor, perdonadme si no os gusta algunos temas escabrosos, pero algunas veces el amor llega así. No significa que todo este malo. No hay nada absolutamente malo , ni absolutamente bueno en esta vida. Asi es el amor también. ni blanco ni negro, sino gris.

Muchas gracias por leer.

No me funen, gracias.

Lordthunder1000