Disclaimer: Todo lo relacionado con Harry Potter pertenece, por desgracia, a J. K. Rowling. Lo queer, de su fandom más combativo.
Trigger warnings: Hay cuatro chavales hormonales y curiosos y un tanto obsesionados con su desarrollo. Por eso, hay referencias (bastante inocentes algunas, un poco bullys otras) a genitales, desnudos, etc... y a excitación adolescente.
1973-1974
Una lluviosa tarde de primavera, Sirius se fijó por primera vez en que las marcas que estaba acostumbrado a ver en el dorso de las manos de Remus estaban en más lugares, como su omóplato derecho y en su pantorrilla izquierda. Y, por primera vez también, cayó en la cuenta de que, hasta ese momento, en tres años de convivencia en un dormitorio de cuatro chicos donde ni él ni James tenían pudor alguno y se paseaban desnudos o en ropa interior sin complejos, jamás había visto a Remus desnudo. Este siempre había sido muy discreto, cambiándose velozmente cuando el resto todavía estaban dormidos o yéndose al baño si ya estaban despiertos.
Esa tarde, James todavía estaba en el campo de fútbol, en un interminable entrenamiento, y Peter tenía su primera competición del año en el club de ajedrez, por lo que ambos estaban solos en el dormitorio. Sirius había convencido a Remus de salir a pasear por los terrenos del colegio, y un chaparrón de grandes goterones los había empapado antes de que lograsen correr de vuelta al refugio del edificio. Aunque deberían haberse dirigido a la biblioteca a estudiar, como había dicho Remus antes de que lo arrastrase fuera del castillo, ambos tuvieron que subir al dormitorio a quitarse las prendas mojadas.
Y, por primera vez, Remus no se había marchado al cuarto de baño a cambiarse.
De espaldas a Sirius, se colocó la ropa interior antes de darse media vuelta y sorprenderlo observándolo. Este parpadeó y sonrió, un poco emocionado por esa muestra de confianza hacia él, y luego bajó la mirada al suelo, concentrándose en terminar de quitarse los calcetines empapados para tirarlos a un lado y buscar unos secos en el cajón. Cuando volvió a mirarlo, Remus ya se había puesto un pantalón y estaba abotonándose la camisa, tirando suavemente de las mangas para disimular las manchas rojizas que asomaban por el dorso de sus manos.
Sirius se sintió tentado a preguntar. Ya lo hizo el año anterior, en la enfermería, recordando unas palabras de Evans, pero Remus respondió con una incómoda evasiva y no quería romper esa complicidad y confianza que se había establecido entre ambos. Con paciencia, Remus se sentó en el borde de la cama, con las manos entre las rodillas, un tanto ruborizado y despeinado gracias a que el pelo se le estaba secando, y esperó a que Sirius terminase de vestirse.
Eufórico, esa noche, cuando los cuatro se retiran al dormitorio para dormir, Sirius anunció lo que llevaba pensando todo el verano, antes incluso de regresar para su tercer año.
—¡Seremos los merodeadores! —Usó una voz potente y rimbombante, que no impresionó en absoluto a nadie, aunque Remus lo miró con interés cortés.
—¿Y eso que es? —preguntó Peter, metiéndose entre las sábanas de su cama.
—Como una sociedad secreta, al más puro estilo de las casas de Hogwarts —dijo James, adelantándose a Sirius. Como a él, los Potter enseñaban a sus hijos las viejas tradiciones del colegio. Estaba a medio vestir, en calzoncillos. Llevaba así un rato. El mayor de todos era Sirius, que estaba a punto de cumplir los 14 años, pero el ejercicio en el equipo de fútbol había tonificado el cuerpo de James, que se sentía muy orgulloso de él y no perdía ocasión en exhibirlo en las escasas oportunidades que se le presentaban, dilatando los momentos de ponerse el pijama o vestirse tras la ducha. El más pequeño, y también el más aniñado, era Peter. Hasta Remus, por lo que Sirius había podido atisbar durante la tarde, tenía ya algo de vello oscuro en las axilas y las piernas.
—Lo primero será determinar cuáles serán nuestros nombres en clave —siguió Sirius.
—¡Oh! ¿Podremos elegirlo? —Peter se incorporó en la cama, súbitamente interesado.
—No. Los decidiré yo, porque para eso ha sido mi idea. Tienen que ser algo que nos identifique ahora, pero que no sea obvio para nadie más que para nosotros y será para siempre —dictaminó Sirius, que no estaba dispuesto a perder la oportunidad de elegir apodos para sus amigos—. Yo seré Padfoot.
Remus alzó las cejas. Peter lo miró con un mohín extraño, no del todo positivo. James, que todavía no se había puesto el pijama, levantó el brazo y fingió olisquearse la axila.
—Sí. Te duchas tan poco que te viene al pelo.
—¡Es un animal noble! —protestó Sirius, frustrado por las carcajadas de sus amigos. Frunció el ceño cuando se percató de que Remus había agachado la cabeza y evitaba mirarlo, con el rostro congestionado por la carcajada que estaba conteniendo, y levantó la barbilla, decidido a defender el nombre y también a ducharse más a menudo.
El nombre se le había ocurrido durante los paseos por las cercanías de Grimmauld Place, al ver los enormes perrazos que guardaban las suntuosas casas y pensando que, a veces, parecía como si él fuese el guardián de sus amigos, sobre todo de Remus, que caminaba por el mundo con ese aire de melancolía y vulnerabilidad que había activado su instinto protector desde que se conocieron. Además, había leído el nombre en un libro, años atrás, relacionado con un perro de mal augurio. Le gustaba cómo quedaba el nombre, la multiplicidad de significados y lo peligroso que podía sonar si explicaba el significado.
—Está bien, tienes razón. Padfoot es un gran nombre —concedió James, todavía entre carcajadas, dándole un par de palmadas conciliadoras en la espalda.
—Tú serás Prongs —dijo Sirius, todavía refunfuñando por haber sido el objeto de burla de su amigo.
—Pensaba que habías dicho que no tenía que ser obvio —dice Peter, frunciendo el ceño. El símbolo de algunos de los productos de la empresa de los Potter era, precisamente, el perfil esquematizado de un ciervo astado, algo conocido por gran parte del colegio.
—No es tan obvio, ni siquiera es que se llamen Potter e Hijos, o algo similar. No tienen por qué relacionarlo con él.
—Además, sólo grabamos el ciervo en las pastillas de jabón —apuntó James, que parecía más que satisfecho con su apodo.
—¿Ves? —Peter, sin nada más que objetar, se encogió de hombros. Sirius esbozó una sonrisa maliciosa—. Tú serás Wormtail.
—¿Qué? ¡No! —Peter saltó de la cama, enrojeciendo de furia y vergüenza.
—Claro que sí.
—Por supuesto que no. Es un apodo horroroso y no tiene sentido
—Bueno, tienes una mancha en forma de ratón ahí en el cuello —dijo James, dispuesto a defender la propuesta de su mejor amigo hasta sus últimas consecuencias.
—¡Eso te lo estás inventando ahora! ¡Y no tiene nada que ver con el nombre! ¡Sabes perfectamente que Sirius no se refiere a eso! —La carcajada de James restalló en la habitación, ofuscando aún más a Peter.
—¡He dicho que yo escogía los apodos! —zanjó Sirius, apenas consiguiendo contener una carcajada.
Los cuatro sabían a qué se refería Sirius. Al inicio del curso, con trece años prácticamente recién cumplidos, ya que nació durante el verano, Peter era el único de ellos que todavía no se había desarrollado y ahora que algunos de ellos se acercaban a los quince y él a los catorce, seguía igual. Sirius, que a menudo era cruel con su amigo por el simple hecho de que este parecía adorarlos a James y a él, sin importar lo que tuviera que soportar, bromeaba al respecto de ello en cada oportunidad que tenía. James y Sirius, que sí podían presumir de vello y de haber empezado a desarrollarse, no perdían ocasión de hacerlo tampoco, creyéndose más adultos al pasear desnudos por la habitación tras ducharse o al cambiarse para dormir, sin rastro de la discreción que sí caracterizaba a Peter y a Remus.
De los tres, el único que no se reía era Remus, que miraba a Sirius con la expresión de resignación que adoptaba a menudo en aquella época cuando su amigo tomaba una mala decisión o no se comportaba de forma correcta. Muy a menudo, cuando hacía algún comentario despectivo de otros alumnos, sobre todo de Slytherin, incluso aunque fuese para referirse a Snape por el apodo insultante que le había puesto el año anterior. En solidaridad con Peter, había suspirado y apretado los labios, pero tampoco había dicho nada para frenar la discusión. No solía hacerlo, igual que, aunque no le agradase que insultase a Snape, no lo detenía jamás.
—Además, piensa que es un nombre perfecto —argumentó Sirius, creyendo haber encontrado un argumento triunfal—. Nadie sabrá a qué se refiere, incluso aunque te vean desnudo, porque antes o después tendrás que crecer como nosotros y tú mismo has dicho que la mancha no parece un ratón.
—¡No es justo! Remus tampoco se ha desarrollado y a él no le has puesto ese apodo. —Sirius había vuelto a esbozar su sonrisa mezquina, pues Peter acababa de perder la discusión. Se esforzaba muchísimo en el club de ajedrez y conseguía buenos resultados. Tenía una mente analítica a la hora de observar a otras personas que les venían genial en las travesuras que ideaban. Pero cuando se trataba de discutir con Sirius y James, perdía esa capacidad de prever sus movimientos.
—De acuerdo. Si a alguno le ha salido pelo y al otro no, el que no lo tenga se queda el apodo. Si ambos lo tenéis —Sirius amplió su sonrisa. Peter entrecerró los ojos, con sospecha, pero era demasiado tarde para echarse atrás— ninguno lo llevará. Y, si ninguno tiene pelo, se lo llamaremos al que la tenga más pequeña.
La mirada de resignación de Remus se convirtió en una de fastidio. Sirius se sintió un poco culpable, porque estaba jugándose la apuesta a un fugaz destello de castaño rojizo justo el día en que Remus le había otorgado su confianza por primera vez. Si se lo había imaginado, la venganza de Peter, que era un tanto sádico cuando se lo proponía, sería que Sirius tuviese que referirse a Remus por un apodo que no deseaba ponerle. Con un suspiro audible que dejaba clara su opinión al respecto, Remus se puso en pie y tiró de la gomilla de sus pantalones. Peter que todavía estaba peleándose con las sábanas con las que se cubría, se detuvo en seco al ver la evidente mata de vello púbico que asomaba por el borde del calzoncillo de Remus, que se lo había bajado lo justo para mostrarla sin desnudarse ni exponer más de lo mínimamente necesario.
James soltó otra risotada, sumamente divertido por el desarrollo de la apuesta. Sirius se inclinó hacia adelante, interesado en mirar más detenidamente, pero Remus apenas había expuesto a la vista nada más allá del vello de color castaño y se colocó la ropa inmediatamente. El rostro de Peter enrojeció, en contraste con su cabello rubio, aunque Sirius no supo si de furia, vergüenza o pura frustración por quedarse atrás. Todavía tumbado en la cama, hizo acopio de dignidad y se bajó los pantalones, mostrando que su piel seguía despejada de cualquier atisbo de vello.
James alabó a Peter por su buen perder. Después, reiteró que, para él, Wormtail simbolizaría su capacidad de escurrirse por cualquier parte y el gesto de inteligencia que adoptaba cuando pensaba, ciertamente similar al de un ratón concentrado. Para cuando lo consoló, recordándole que era el más pequeño de los cuatro, casi un año menor que Sirius, y que pronto él también podría presumir de vello corporal y de los cambios físicos que ellos ya estaban experimentando, Peter estaba sonriendo, conforme con su apodo y la atención prestada. Remus, con una expresión de disculpa por haber vencido en aquel rifirrafe, se apresuró a añadir que pensaba lo mismo que James. Eso funcionó bien, porque no solía mentir y sus elogios eran sinceros.
Sirius intercambió una mirada divertida con él, un tanto cómplice. Aliviado, comprendió que no lo había decepcionado y no había roto, pese a su imprudencia, esa confianza que se había establecido entre ellos esa misma tarde, cuando Remus no había sentido la necesidad de marcharse de la habitación para cambiarse.
—A mí primero me salieron un par de pelos largos en el sobaco, si no me llego a fijar bien no me habría dado cuenta —estaba contando James, todavía tratando de consolar a Peter. Era así: podía mostrarse descarado, sarcástico y un tanto imbécil, pero era leal a sus amigos como nadie y siempre se preocupaba de todos ellos cuando estaban de bajón o, en el caso de Remus, cuando este enfermaba.
No volvieron a tocar el tema de los apodos aquella noche. Peter estuvo demasiado ocupado en sacarse la camisa del pijama para permitir que James inspeccionase sus axilas con ojo crítico, aunque se enfurruñó cuando este dictaminó, no sin cierta sorna, que no había rastro aún de vello alguno. Después, porque James era más presumido que leal, por difícil que esto pudiera parecer, obligó a sus tres amigos a examinar el vello de las suyas, sin dejar de insistir con orgullo hasta que los tres le aseguraron reiteradamente que estaban más pobladas que un par de semanas atrás.
Peter se volvió a meter en la cama cuando Sirius, incapaz de resistir una competición contra su mejor amigo, había empezado a compararse con él en un ritual que sólo cambiaba de escenario o de formas, pero nunca de fondo. Quizá porque todavía estaba enfurruñado porque James no había visto pistas de un futuro vello corporal en sus axilas o porque no podía participar de aquella pugna, los observaba de reojo mientras fingía indiferencia. Remus, por su parte, no necesitaba simularla, y se sentó en su cama con un libro abierto entre las manos, abstrayéndose hasta que Sirius y James, incapaces de ceder el uno ante el otro para declarar un vencedor, se habían plantado a su lado, exigiéndole que les sirviese como juez imparcial.
—¿Qué? ¡No! —se había negado, sonrojándose, con los ojos abiertos como platos.
—Yo tengo más vello y Sirius lo tiene más oscuro —afirmó James, impertérrito ante la negativa de Remus. Sirius había abierto la boca, para contradecirle en ese punto, pero su amigo lo había ignorado—, pero definitivamente a mí me ha crecido más.
—Salvo que quieras probar suerte tú también, entonces Wormtail tendría que dictaminar a quién de los tres le ha crecido más —dijo Sirius, interesado de pronto en la idea de incorporar a Remus al juego. Peter, al oír su apodo por primera vez, dejó de fingir estar ignorándolos y apoyó los codos en la cama para incorporarse, mirándolos con interés y, al mismo tiempo, fastidiado por no computar en el infantiloide concurso de los dos caracteres más avasalladores del grupo.
—No.
—¡No seas así! —protestó James. Remus suspiró y puso los ojos en blanco, rindiéndose, como todo el mundo parecía hacer cuando James les pedía algo.
—Mejor que sea rápido, no vaya a arrepentirme.
Sirius y James, en un movimiento idéntico que delataba la enorme cantidad de tiempo que pasan solos como para acabar imitando de forma inconsciente los gestos el uno del otro, dejaron caer sus calzoncillos hasta el suelo. Remus se inclinó hacia ellos, examinándolos concienzudamente. Sirius se imaginó por un instante que, si se acercaba un poco más, sería capaz de sentir su aliento acariciándole el vello y esa idea hizo que su pene creciese un poco, lo suficiente para que Remus lo hubiese notado, pero este no dijo nada. Y tampoco tardó más que unos pocos segundos para regresar a su indiferencia anterior y declarar ganador a Sirius con voz átona, suspirando y negando con la cabeza al mismo tiempo que se zambullía de nuevo en su lectura.
Aquella noche, ya en la cama, con las luces apagadas y consciente de la respiración apacible y silenciosa de Remus, desprovista de ningún tipo de tos o de los silbidos de su pecho y las mucosidades de cuando se resfriaba, Sirius no había podido pegar ojo. El recuerdo de Remus mirándolo directamente ahí, más allá de un vistazo casual, y la idea de su aliento respirando sobre él había hecho que sus calzoncillos se sintiesen una prisión incómoda. No se había atrevido a meter la mano en el interior y solucionarlo antes de que la imagen mental se volviese una obsesión, porque la vez que James había intentado acariciarse a sí mismo en la oscuridad del dormitorio tanto Peter como él estaban despiertos y lo habían abucheado al escucharlo jadear, estropeándole el momento. No quería arriesgarse a que se lo hiciesen a él, así que tuvo que conformarse con apretársela por encima de la ropa y cerrar los ojos con fuerza, recreando el momento una y otra vez, hasta que en algún momento de la madrugada el cansancio se había impuesto a la excitación.
—Al final no le pusiste un nombre en clave a Remus. —Fue Peter quien lo hizo notar, varios días después, cuando caminaban en dirección a las instalaciones deportivas de la clase de Deporte, justo después de que James se refiriese a Sirius como Padfoot.
—Todavía tengo que pensarlo —dijo Sirius, malhumorado al darse cuenta de que, efectivamente, lo había olvidado y ya no recordaba cuál era el estúpido apodo que había elegido para él, con su mente demasiado ocupada en recrear una y otra vez el estúpido momento de la competición de esa noche.
Ninguno volvió a sacar el tema ese día, ni tampoco el siguiente. Gryffindor ganó el partido contra Hufflepuff gracias a un oportuno gol de James en el último minuto y la fiesta en la sala común fue ruidosa y larga. Sirius celebró con los demás. Los tres amigos habían estado en las gradas, animando con denuedo a su equipo y amigo, sufriendo con cada oportunidad perdida. Había visto a su hermano Regulus entre los espectadores de las otras casas, disgustado por cada fallo de Hufflepuff, cuya victoria Slytherin necesitaba para consolidar su ventaja sobre Ravenclaw y Gryffindor, pero este había fingido no verlo.
Perdió a Remus y a Peter durante la fiesta. No sabía dónde se había metido el segundo y había intentado no quitarle ojo al primero en toda la noche, pero fracasó en los primeros minutos. Lo vio escabullirse varias horas después por las escaleras que conducían al dormitorio y decidió dar por terminada la fiesta él también, pero James llegó en ese momento, eufórico por la victoria y por el azúcar de los refrescos bebidos después de la cena, y tardó un buen rato en zafarse de él.
No lo encontró en su cama. Pensando que habría decidido ducharse antes de dormir, como solía hacer a menudo, Sirius sacó su neceser del armario y se dirigió al baño. Esa mañana ya se había duchado, frotándose a conciencia en aquellas partes del cuerpo que más solían oler cuando sudaba, porque el otro recuerdo de la noche que lo torturaba cuando todos dormían en la oscuridad del dormitorio y que insistía en vivir permanentemente en sus pensamientos era el de Remus riéndose después de que James se burlase diciendo que no olía bien.
El sonido de una de las duchas le indicó que había acertado. Se metió en el cubículo de al lado, dispuesto a darse prisa y no entretenerse más que él. Cortó el agua al mismo tiempo que lo hizo Remus y ambos salieron de las duchas a la vez. Remus llevaba una toalla envuelta a la cintura y no se molestó en ocultar las imperfecciones de su piel. No había dejado de cambiarse delante de Sirius, algo que había temido que ocurriese tras aquella noche, y lo hizo también esa noche, de espaldas a él, secándose con la toalla, ignorante de que Sirius le dirigía fugaces y curiosas miradas de reojo.
No hablaron y, para cuando Peter y James entraron en el dormitorio, burlándose de lo rápido que se habían marchado de la fiesta, los dos ya estaban tumbados en sus respectivas camas, Remus con su sempiterno libro y Sirius mirando el techo, inmerso en sus pensamientos. No fue muy consciente de cuándo apagaron la luz los demás, despierto en la oscuridad, pero sí del momento en el que Remus se levantó silenciosamente y, descalzo, se asomó a la ventana. Esta estaba abierta, porque la primavera cada día era más cálida y James, el más caluroso de los cuatro, no era capaz de dormir sin la fresca brisa nocturna que entraba por ella.
Asustado, Sirius se incorporó en la cama cuando Remus se encaramó al alféizar. Sin hacer ruido, para no sobresaltarlo, bajó de su litera lo más deprisa que pudo, pero al acercarse vio que Remus sólo se había sentado en el alféizar, inmune al vértigo que suponía estar en una de las torres del antiguo castillo donde se localizaba el internado. Sus pies descalzos se balanceaban en el aire y se volvió hacia Sirius cuando lo notó a su lado.
—Sólo estaba mirando la luna —susurró Remus, adivinando en el rostro de Sirius los restos del susto que le había dado.
Esta brillaba en el cielo, refulgente y llena, iluminando de un tono grisáceo y verdoso los jardines de los terrenos del colegio y dándole un aura feérica a las copas de los árboles del bosque.
—Me gusta contemplarla cuando está llena —añadió Remus. Sirius asintió en silencio y se encaramó en el alféizar también, sentándose a su lado. Tampoco sufrió vértigo al hacerlo, disfrutando de la sensación de sus pies colgando a varios metros del suelo.
Remus se acercó un poco a él, arrastrándose sobre el alféizar hasta que sus brazos se rozaron. El contraste del frío nocturno con el del calor de sus cuerpos hizo que Sirius se estremeciese, recordando los pensamientos que había tenido en las últimas noches. Lo que no esperaba fue que Remus se inclinase hacia él, apoyando la cabeza en su hombro, inhalando y exhalando profundamente, al mismo tiempo que miraba la luna llena. Se alegró de haberse duchado y de no oler a sudor por el calor de haber estado animando en el partido bajo el radiante sol primaveral.
—Hueles muy bien. —Sirius sonrió e hinchó el pecho de orgullo. Remus se dio cuenta, porque se rio en voz muy bajita, algo que hizo que se desinflara en una risa satisfecha por su logro.
—Me he duchado.
—Lo sé. —Sirius volvió a reírse, olvidando que sus otros dos compañeros dormían dentro de la habitación. Ninguno se despertó, afortunadamente, y los leves ronquidos de James se solaparon con las respiraciones irregulares de Peter.
Por supuesto que se había duchado. Desde la otra noche, lo había hecho todos los días, algunos dos veces, como este, un tanto obsesionado por oler bien. Si el gesto de Remus mostrándose de acuerdo con James unas noches atrás lo había espoleado a hacerlo, que este pareciese disfrutar oliéndole con un descaro inusual en él reforzó su determinación a seguir haciéndolo, a no volver a permitir que tuviese queja al respecto. Hasta ese momento, se había resistido a la ducha con la actitud infantil fuertemente arraigada de contrariar a su madre cada vez que esta le había exigido bañarse, pero eso quedó relegado, sin importancia, ante la perspectiva de Remus buscando su calor y su olor con evidente agrado.
—Es preciosa, ¿verdad? Me gustaría poder sentarme aquí el resto de mi vida a mirarla sin hacer nada más, sin que el tiempo pasase, detenido en este instante. —Remus no solía ser tan parlanchín. De los cuatro era el más callado y era Sirius quien solía llevar la voz cantante. Esa madrugada, sin embargo, no sólo estaba tomando la iniciativa en la conversación, sino que no le importó que Sirius apenas respondiese para seguir hablando.
—Moony —dijo Sirius, sonriendo para sí mismo y bajando la mirada de la enorme luna en lo alto del cielo para observar a Remus que, todavía recostado sobre su hombro, esbozó otra sonrisa y asintió, conforme—. Oye, Moony… ¿Por qué te salen?
Se arrepintió al momento de haber hecho la pregunta. Remus se puso serio al escucharla y, aunque todavía apoyaba la cabeza en el hombro de Sirius, estiró automáticamente las mangas del pijama con el gesto habitual con el que solía hacerlo para ocultarlas. Había pegado un buen estirón durante el curso y ya no le servía de nada, pero lo tenía tan interiorizado que no fue capaz de reprimirlo.
—No puedo contarlo, Padfoot —susurró, angustiado. «No puedo contarlo», no «No quiero contártelo», se percató Sirius, que sacudió la cabeza, tratando de comprender.
—Somos amigos. —Sirius estaba más frustrado que decepcionado. Sabía que Remus confiaba en él, tenía pruebas suficientes. Incluso en ese momento, seguía a su lado, sin separarse ni un centímetro del contacto con él, pero no podía comprender por qué había un muro que los separaba todavía.
—Prometí no contarlo —matizó Remus, y se adelantó a la siguiente pregunta de Sirius, demostrando lo bien que lo conocía—. Si cualquiera se enterase, podrían echarme del colegio.
—Yo no soy cualquiera. Y eres el mejor estudiante en varias de las asignaturas, Moony.
—Y, sin embargo, me expulsarían si la gente se enterase. —Por la razón que fuese, Sirius se sentía enormemente mayor en sus catorce años. Más mayor que los quince que cumpliría en menos de cinco meses. Fue la primera vez en su vida que supo que estaba en un punto trascendental de su existencia. Uno en el que tenía que ser un Black, Sirius y Padfoot, todo a la vez, y estar a la altura de las circunstancias—. Esa misma gente exigiría mi expulsión y no habría nadie dispuesto a protegerme de ello.
—Yo te protegeré —dijo Sirius, con una opresión en el pecho.
—Lo sé, Padfoot. Pero me refería a otra gente. —Remus se separó de él, suspirando y apretando los labios. Estaba aguantándose las lágrimas, Sirius lo conocía lo suficiente como para saberlo, y se frotaba las palmas de las manos contra las rodillas—. A los adultos. A la gente que realmente puede hacer que un sueño se convierta en pesadilla. Y estudiar en Hogwarts es un sueño para mí.
Sirius se puso de pie en el alféizar. Pudo notar el aire corriendo, potente por la altura, encañonándose en el marco de la ventana y golpeando su cuerpo ahora que lo exponía completo. Remus levantó la mirada, desorientado por lo impredecible de su acción. Sirius se puso una mano en el pecho y alzó la otra, con ademán grave.
—Juro solemnemente que jamás diré una palabra a nadie, guardaré el secreto y haré lo que esté en mi mano para protegerte, utilizando mi apellido para ello, si es necesario. —Los ojos de color avellana de Remus se llenaron de lágrimas. Una de ellas se desbordó y se derramó por su mejilla.
Angustiado, Sirius se asustó. No había mentido, no se le ocurriría mentir en una promesa así, tan seria e importante, pero no quería hacer daño a Remus. No intencionadamente. Podía ver en el rostro de su amigo que este estaba sufriendo por el dilema de desear contárselo, de descargar en él su preocupación, de revelar su secreto, contra el férreo silencio y discreción que había caracterizado aquellos tres años de amistad. Volvió a sentarse. Tendió la mano hacia Remus, pero no llegó a tocarlo, no sabía si debía. Si podía. Estaba a punto de disculparse, arrepentido de haber estropeado el momento y haber provocado que Remus llorase, cuando este levantó la mirada hacia él, todavía empañada en lágrimas… y terror.
—¿Sabes…? Padfoot, tú… ¿Has oído…? —Remus inspiró profundamente y luego cerró los ojos con fuerza antes de seguir hablando—. ¿Sabes lo que es el SIDA?
Notas:
- Sirius nació el 3 de noviembre. Esto quiere decir que es el mayor de los cuatro merodeadores, como Hermione, que es casi un año mayor que Harry aunque vayan al mismo curso. Tienen 11 cuando entran en Hogwarts, pero 12 antes de acabar el primer trimestre, al contrario que Harry o Draco, que no los cumplen hasta junio y julio del año siguiente, respectivamente. Por eso, aunque estén en tercero, Sirius ya tiene 14 años mientras que Peter se pasa gran parte del tiempo con 13.
- Decidí dejar los apodos en inglés por una simple cuestión de que me resultaba más fácil "justificarlos". Padfoot representa mucho mejor un perro que Canuto, que es una referencia un tanto anticuada (y a la cual ya hice referencia en el capítulo 1 a cambio) y Moony me gusta mucho más que Lunático. Por cierto, Wormtail es Colagusano. En España "colita" sería una forma infantiloide de llamar al órgano genital masculino, de ahí lo ofendido que está Peter (lo aclaro porque sé que en otros países la cola es otra parte de la anatomía). Por cierto, no fue mi intención, al escribir el fic, eliminar la parte más bully de los Merodeadores. Creo que es en este capítulo donde más se va a percibir. No es por blanquearlos, simplemente... es el PoV de Sirius y está centrado en otro tema. Con esto quiero decir que no es OoC intencionado.
- Es obvio que me he tomado licencias... ¿literarias? con respecto al VIH/SIDA. Porque esto pretende ser un drama, no un tratado de medicina. Para empezar, no tengo los conocimientos suficientes, más allá de formaciones básicas y San Google. Por eso he utilizado las cosas que mejor me venían, como el hecho de que es patente que Remus desarrolla enfermedades oportunistas. Las marcas de sus manos, cuello y torso están inspiradas, por ejemplo, en el sarcoma de Kaposi. Eso sí, Remus no lo aclara, Sirius no lo sabe y podría ser una infección oportunista diferente. Me centré más en usar dichas infecciones oportunistas como paralelo a las sospechas de los merodeadores sobre su licantropía que en ponerme técnico. Aun así, breve recordatorio de que VIH y SIDA no son lo mismo.
