Disclaimer: Todo lo relacionado con Harry Potter pertenece, por desgracia, a J. K. Rowling. Lo queer, de su fandom más combativo.
Trigger warnings: Siguen siendo chavales hormonales y Sirius se fija bastante en ciertas cosas, pero todo inocente, aún.
1974-1975
—¿Y si te haces una herida? —preguntó James, ladeando la cabeza con más interés que recelo.
—Eso no tiene por qué ocurrir. —Remus se lo había contado al resto de los merodeadores, como se denominaban a sí mismos después de que Sirius los convenciese, al poco tiempo de regresar a Hogwarts para cursar el cuarto año.
Fue Sirius quien lo animó a confiar a sus amigos «su pequeño problema», como lo había bautizado en las múltiples cartas que han intercambiado ese verano.
—No ha ocurrido nunca hasta ahora, de hecho —dijo Sirius, señalando la obviedad.
—Y no pasaría absolutamente nada si ocurriese. Bastaría con que no la tocaseis. Tampoco estoy apuntado en ningún club deportivo y no hago ningún ejercicio en la clase de Deporte que pueda suponer un riesgo.
—¡Claro! ¡Por eso la profesora Hooch te manda a hacer recados constantemente! —dijo Peter, cayendo en la cuenta.
—Menudo suertudo —protestó James, medio en serio, medio en broma.
—Ella no lo sabe, en realidad —advirtió Remus, que ya le había explicado a Sirius que sólo el director Dumbledore, la señora Pomfrey y él eran conscientes de la situación real. De no haber sido así, probablemente no habría sido posible, ya que sólo la excentricidad del director del colegio lo había posibilitado—. Creo que supone que tengo hemofilia o algo así.
—Por eso enfermas todo el tiempo —dijo James. Remus, apretando los labios, asintió. No estaba siendo fácil para él. No había estado seguro en absoluto de esto, en ningún momento. Sin embargo, por ahora se estaban cumpliendo las previsiones de Sirius: sus otros dos amigos estaban confusos y preocupados a partes iguales, pero ninguno se había asustado ni lo había rechazado de plano.
—Yo pensaba que realmente eran resfriados. —Peter, el más desconfiado, entrecerró los ojos con suspicacia.
—Generalmente, lo son. En el sentido más amplio de la palabra. Me cuesta más superar un catarro que a vosotros —explicó Remus, con paciencia. A pesar de su serenidad habitual, estaba moviendo la pierna con nerviosismo, lo cual delataba lo difícil que estaba siendo para él—. Una gripe podría ser fatal. Una neumonía…
—¿Y cómo…? —James dejó la pregunta en el aire, pero Remus asintió, comprendiéndola.
—Tomo medicación. Me la proporcionan en la enfermería.
—¿Poppy lo sabe? —preguntó Peter, abriendo los ojos de par en par y utilizando el apelativo cariñoso con el que todos los estudiantes se referían a la jovencísima enfermera que había empezado a trabajar en Hogwarts el mismo año que ellos comenzaron sus estudios allí.
—Sabe para qué sirve la medicación, así que sería absurdo tratar de ocultárselo.
—Eso quiere decir… —James estaba haciendo un esfuerzo notable, Sirius podía verlo. Por un lado, quería satisfacer su curiosidad, por el otro, no interrogar a Remus, visiblemente incómodo. Ni por un momento se le había pasado por la cabeza traicionar a su amigo o darle la espalda, tal era su lealtad. Cualquiera de ellos podría asesinar a alguien y James sólo preguntaría por qué por mera curiosidad y luego arrimaría el hombro para ocultar el cadáver. Sin embargo, su contención en las preguntas le permitió a Sirius ver, por primera vez, un James distinto al que conocía hasta entonces. Uno más… adulto. Más serio. Más solemne. Uno que creía en estar a la altura de las circunstancias—. Que nosotros somos más peligrosos para ti que tú para nosotros.
—¿Qué? —preguntó Peter, desconcertado por la pregunta.
—Claro, Wormtail —explicó afablemente James, poniendo una mano tranquilizadora en el hombro de su amigo. Sirius contuvo un suspiro de alivio. Sin James allí, probablemente con Peter aquella conversación habría sido más parecida a las previsiones de Remus que las suyas. Peter era un chico inteligente, eso era innegable, pero también se esforzaba por encajar en una clase social prejuiciosa y había adoptado todos sus malos hábitos en apenas unos años, así como el innato egoísmo privilegiado del que no había disfrutado hasta ese momento—. Según ha dicho Moony, no hay forma de que nosotros podamos pillarlo, pero sí podemos contagiarle nuestros resfriados si no tenemos cuidado. Por ejemplo, no tosiéndole en la cara o evitando abrazarlo si estamos enfermos.
—Nunca he tosido a nadie en la cara —protestó Peter. Sirius resopló, conteniendo una carcajada, pero Remus asintió con una sonrisa débil.
—En realidad, lo de los abrazos funcionaría, sí.
—Pues es oficial, a partir de ahora, quedan suspendidos los abrazos entre los merodeadores si uno tiene síntomas de catarro —decidió Sirius al instante, arrancando una sonora risotada de James. Peter también sonrió, aunque todavía no parecía totalmente convencido. Sirius se levantó de la cama de Remus, donde se había sentado para darle apoyo moral, para trepar la litera hasta la suya.
—Entonces… —El tono con el que Peter comenzó la pregunta lo detuvo a medio camino, alertándolo—. ¿Eso te hace gay? —Remus palideció. Se hizo el silencio en la habitación. James miró a Sirius con la expresión de esperar que arreglase la indiscreción, algo que nunca le agradeció—. Mi padre dice que es una enfermedad de gais. Que la pillan al darse por el culo unos a otros.
—Remus no se ha dado por culo con nadie —dijo Sirius, en un tono más despectivo del que pretendía, dolido por la expresión de Peter. Quizá porque él también había preguntado, en otras palabras, aunque había tenido tiempo de reescribir la carta una y otra vez para suavizarlo, algo parecido en una de sus misivas durante el verano. Remus no había dicho nada acerca de si le gustaban los chicos, algo que secretamente había esperado averiguar, porque a él la duda le había rondado durante los meses de verano tras lo ocurrido el curso anterior, pero sí había sido tajante en la respuesta.
—Jamás he tenido sexo con nadie. —Lo fue ahora también, aunque Sirius pudo ver la expresión de tristeza en su rostro—. Sé que es una enfermedad que tienen muchos gais, pero mi madre no lo es y la tiene. Ella fue quien me la pasó cuando nací. No lo sabía en aquella época, se enteró cuando yo tenía cuatro años.
—Lo siento mucho, Moony —dijo James. Peter también parecía arrepentido de haber preguntado y asintió, solemne. Y Sirius se dio cuenta de que necesitaban algo más. Eran una sociedad secreta, los merodeadores, y tenían apodos en clave.
—Tenemos que jurar. —Los tres lo miraron con un ligero sobresalto—. Tenemos que jurar, sobre la persona, la cosa o lo que sea más preciada que tengamos, que jamás revelaremos esto a nadie, ni siquiera por error. —James asintió al momento. Peter inspiró profundamente y luego también se mostró de acuerdo, con la determinación de quien asume una enorme responsabilidad—. Nosotros, Prongs, Wormtail y Padfoot, juramos solemnemente que jamás revelaremos el secreto de Moony, ni haremos nada que pueda perjudicarlo. Incluso si lo hiciésemos accidentalmente, trabajaremos en equipo para repararlo e impedir que nadie tenga que abandonar Hogwarts. —James se llevó la mano al pecho mientras repetía el juramento. Peter se levantó de la cama, poniéndose en pie y entonó las palabras de Sirius, un poco desacompasado respecto a su amigo. Cuando ambos terminaron, Remus tenía los ojos humedecidos en lágrimas.
Los cuatro se acostaron, aunque Sirius oyó al resto de sus amigos moverse sobre sus colchones, haciéndolos sonar con el mismo insomnio que lo atacaba a él, pero probablemente cada uno tenía un matiz diferente en sus preocupaciones. No obstante, aunque Peter pareció reacio durante unos días y se sobresaltaba con facilidad o evitaba el contacto físico con Remus, en poco tiempo regresó a la normalidad y su lealtad no volvió a ser cuestionada. James lo tomó con la misma naturalidad con la que aceptaba todo. Como le dijo Sirius un día que estaban los dos a solas, si apareciese una lechuza informándolo de haber sido aceptado en un colegio de magia secreto, lo aceptaría sin dudar ni cuestionarse en absoluto la lógica del asunto. Se encogería de hombros, sonreiría y le preocuparía más perder de vista a sus amigos o a Evans, con quien seguía obsesionado, que cualquier otra cosa.
—No seas absurdo, Padfoot. Jamás me iría a un colegio de magia sin el resto de los merodeadores. ¿Qué emoción tendría, entonces?
—¿Y Evans?
—Tendría que venir si quiere casarse conmigo.
—Pero no quiere —dijo Sirius, señalando la obviedad.
Evans despreciaba a James desde el día que estudiaron todos juntos en la biblioteca. Seguía sentándose con Remus y mantenía una buena relación con él. De hecho, esa misma tarde estaban juntos, ayudándose mutuamente en las asignaturas en las que cada uno era más fuerte, pero ella no había vuelto a dirigir la palabra a James. A este le fastidiaba sobremanera no sólo que lo ignorase, sino que siguiese haciendo caso y llevándose bien con un imbécil como Snape, pero no podía evitar comportarse como un idiota, pavoneándose delante de ella cada vez que se la cruzaban en los pasillos o terrenos.
En el caso de Sirius, la chica le caía bien, sobre todo porque trataba con amabilidad a Remus y este sonreía cuando estaba con ella, aunque fuese por mera cortesía, pero odiaba a Snape con más fuerza incluso que James por haber hecho llorar a Remus aquella noche. Era un odio que había exacerbado durante el verano, pues el recuerdo de su amigo sollozando en la intimidad de su cama cuando creía que nadie lo oía seguía vívido en su memoria y, ahora que sabía la verdad sobre Remus, comprendía qué fue lo que le dolió y por qué tuvo que sufrirlo en silencio.
La obsesión de James por Evans no hizo más que incrementarse durante el curso. San Valentín, que parecía copar el protagonismo de todas y cada una de las conversaciones entre sus compañeros y compañeras de curso, nunca había sido una fecha reseñable para Sirius hasta ese momento. Pero con quince años recién cumplidos o a punto de cumplirlos, todos en cuarto curso estaban revolucionados aquel febrero. Por supuesto, James había invitado a Evans, a voz en grito, tras salir de clase de Matemáticas, obteniendo una mirada de censura de la profesora McGonagall, pero la chica ni siquiera le había concedido un «no» por respuesta, limitándose a ignorarlo.
Una chica tímida de Ravenclaw con la que compartía club de ajedrez se había acercado a Peter para sugerirle que podían bajar juntos al pueblo en San Valentín, pasear y tomar juntos el té, para sorpresa de los cuatro, incluido él mismo. El chico rubio no había perdido su aspecto ratonil en el rostro, pero había crecido varios centímetros durante el verano y las preocupaciones del año anterior acerca de su desarrollo habían desaparecido al mismo ritmo que sus hombros se habían ensanchado y su voz había adoptado un tono grave. Por supuesto, jaleado por el resto de merodeadores y con un fuerte rubor cubriéndole las mejillas, Peter había aceptado la cita.
Sirius vigiló a ver si Remus también tenía a alguien que le invitase, pero nadie se acercó a él. No fue hasta que James se lo contó, dramatizando para darle más emoción al relato, que se enteró de que Remus había rechazado a un par de chicas que iban con él a Álgebra, una asignatura que no compartía con ninguno de los merodeadores, aunque sí con Evans y Snape. Cuando Sirius le preguntó al respecto, un poco molesto por no haberse enterado por él, Remus se encogió de hombros y dijo que no le apetecía salir al pueblo en San Valentín, ya que el invierno estaba siendo más frío de lo habitual para la estación.
—Y les he dicho que no. Lo suyo sería habértelo contado si hubiese dicho que sí, ¿no, Padfoot? —preguntó Remus, mirándolo con sus ojos de color avellana abiertos de par en par, genuinamente desconcertado por el ceño fruncido de Sirius y la hostilidad con la que este lo había abordado.
—Ese no es el punto —contestó, pero no supo argumentar nada más sin sonar exagerado.
La presión por celebrar San Valentín se redobló cuando las citas se multiplicaron entre el resto de sus compañeros de curso. Aunque James le había propuesto bajar juntos a Hogsmeade y Remus no iba a salir con nadie y se había ofrecido a quedarse con él en el castillo, Sirius sentía una incomodidad constante en el estómago que se incrementó cuando, el 13 de febrero, un chico de Ravenclaw apellidado McKinnon se brindó a hacer compañía a Remus en el castillo al día siguiente. Por lo visto, ambos se conocían por haber compartido algunas recomendaciones de lectura en la biblioteca del colegio y por sentarse en el mismo pupitre doble en la clase de Informática. Sirius no sabía nada de él, más allá de que era un chico amable, amanerado y que sonreía con cierta dulzura melancólica, de una forma similar a la de Remus, como si también ocultase un gran secreto dentro de sí, pero eso no impidió que se pusiese de mal humor al enterarse de su oferta.
La situación se hizo insostenible para Sirius cuando una de las chicas más guapas del colegio, un curso por encima de ellos, abordó a James y este, aunque después aseguró al resto de merodeadores que Evans seguía siendo la única persona en su corazón y que sólo iba a ir con ella «en plan amigos», había aceptado. No había sido la única en intentarlo, pues las chicas a las que el chico que les llamaba la atención no se dirigía a ellas habían decidido tomar la iniciativa, algo impensable apenas una década atrás, pero hasta ahora James las había rechazado a todas con su simpatía habitual. Sirius no había invitado a nadie tampoco, pero era más que consciente de lo guapo y atractivo que era y que su apellido era lo suficientemente imponente para que varias chicas le rondasen. Un par de ellas habían intentado invitarlo a una cita directamente y el resto sólo pretendían darle conversación para que fuese él quien se diese cuenta de su interés. Al final había optado por recibir esas conversaciones aparentemente espontáneas con cierto desdén para no tener que rechazarlas ni perder el tiempo en charlas insustanciales.
Esa noche, llevado por un arrebato, se había acercado a una de las pocas chicas de Slytherin que conocía de las fiestas en Grimmauld Place. No tenía un apellido importante y, hasta donde recordaba, sus padres debían ser unos simples administradores en alguna empresa de alguien más relevante, pero eso había sido suficiente para introducir a Meadowes en algunos círculos sociales y pagar su matrícula en Hogwarts. En realidad, no la conocía más allá de un par de vacías conversaciones de cortesía, pero la chica no parecía sentirse impresionada por su apellido ni por su físico. Incluso lo miraba con cierto mohín de desprecio cuando Sirius hacía alguna de las tonterías que conseguía que todo el mundo en Hogwarts supiese el nombre de los cuatro merodeadores. Sorprendentemente, Meadowes aceptó, a pesar de la mirada de hostilidad con la que escuchó su propuesta.
Se lo pasó sorprendentemente bien. Lo que en principio iba a ser un paseo por Hogsmeade, comprar algo en los pequeños comercios de su calle principal y compartir una bebida caliente en Las Tres Escobas, terminó en una velada que ambos alargaron entre carcajadas. Meadowes tenía un sentido del humor muy similar al de James, así que captaba con facilidad los comentarios irónicos de Sirius, mostraba una inteligencia audaz como la de Remus y era tan mordaz como sólo podía serlo Peter. Gracias a ello, pudieron despellejar entre carcajadas a cada miembro de la familia de los Black, Malfoy, Goyle, Nott, Crabbe o Parkinson que tuvo la mala suerte de salir a relucir en la conversación. Además, la chica se llevaba tan bien con madame Rosmerta como el propio Sirius, algo que la hizo subir en estima a ojos de este.
Regresaron al castillo al filo de la hora del toque de queda. En una irónica imitación de los modales aprendidos en su infancia con sus tutores, Sirius insistió en acompañarla hasta la zona donde se encontraba su sala común. Apuraron el tiempo charlando un poco más y, llevado por un impulso creado por las expectativas y presiones de las semanas anteriores, Sirius se inclinó hacia adelante. Salvando la distancia que los separaba sin necesidad de agacharse, pues Meadowes era igual de alta que él, la besó en los labios.
Fue emocionante. Novedoso. Un cosquilleo excitado chisporroteó en su estómago, extendiéndose en dirección a sus ingles.
Se lamió los labios al separarse. Meadowes había entrecerrado los ojos y ladeaba la cabeza en un gesto similar al que Remus adoptaba cuando se concentraba en buscar respuestas durante los exámenes. Pensar en su amigo hizo que la incomodidad previa a San Valentín regresase y agriase un poco las sensaciones del beso, pero el toque de queda había entrado en vigor y Sirius tuvo que apresurarse a regresar a la torre de Gryffindor escondiéndose del conserje y las rondas de profesores, así que no tuvo oportunidad de meditar demasiado acerca de ello.
James estaba desvistiéndose cuando llegó al dormitorio. Peter no había llegado todavía, lo cual suscitó un silbido de admiración de ambos amigos, pues ninguno habría apostado a que él habría sido el más osado de los cuatro esa noche. Remus dormía de espaldas a ellos, pero Sirius se fijó en que sólo lo fingía al observarlo mientras se ponía el pijama. Su respiración, que conocía bien, no estaba tan acompasada como cuando había conciliado el sueño, pero se distrajo cuando James le contó que su cita había ido según lo planeado.
—Sólo amistad. Tiene una conversación interesante. ¿Y tú? —Sirius consideró la idea de callárselo durante un segundo, pero le pudo la competitividad. Y la sonrisa inconsciente lo delató—. ¡La has besado! ¡Serás capullo bastardo! ¡Black insensato!
—No todos somos unas monjitas de la caridad que esperamos al amor de nuestra vida como tú, Prongs —se burló Sirius, levantando la barbilla con orgullo, dispuesto a hacerse de rogar por los detalles.
Remus ingresó al día siguiente en la enfermería, a pesar de no haber salido en San Valentín. Ni siquiera había bajado a la biblioteca con McKinnon, según se enteró Sirius cuando fue a visitarle al finalizar las clases para hacer los deberes con él. Se había quedado leyendo toda la tarde frente al fuego de la chimenea de la sala común hasta que, poco antes del regreso de James, se había metido en la cama. Se lo contó con una mueca que pretendía ser una sonrisa, pero esta no le llegaba a los ojos. Una sonrisa que Sirius hacía años que no veía en su rostro mientras hablaba con él. Al contrario que James y Peter, no le preguntó qué tal su cita de San Valentín. Con una sensación de pesar en el estómago, tampoco Sirius presumió, aunque tenía el convencimiento de que Remus había estado despierto cuando volvió y se lo contó a James. Por alguna razón, contárselo se sentía como ensuciar la amistad que tenían entre ellos, al contrario que con los otros dos merodeadores.
Remus salió de la enfermería unos días después, pero su actitud taciturna no lo abandonó. Pasaba más tiempo de lo habitual estudiando con Evans y McKinnon en la biblioteca. Sonreía poco y lo hacía por cortesía o compromiso, regresando a una época que a Sirius se le antojaba remota en sus recuerdos. Lo había tanteado, suponiendo que estaba molesto por haber pasado San Valentín solo, pero este sólo había negado con la cabeza, sonreído con tristeza y asegurándole que estaba bien. Como no había dejado de hablar con él y seguían siendo amigos, aunque la distancia que había entre ambos era notoria, Sirius aceptó su respuesta.
No le dijo a ninguno que Meadowes lo había abordado al día siguiente para decirle que lo había pasado genial con él y que estaría encantada de repetir en otra ocasión, pero le dejó claro que el beso no volvería a reiterarse. A Sirius le pareció bien. Le había gustado y le habría encantado volver a hacerlo, porque recordaba la excitación que había sentido, pero Meadowes no le gustaba especialmente ni se había fijado en ella hasta ese momento. En cierto sentido, resultaba un alivio, porque eso le evitaba enfrentarse a la sensación de incomodidad que había sentido tras el beso. Cuando James le preguntó varias semanas después si volverían a bajar al pueblo juntos en la siguiente visita, respondió que lo de Meadowes y él sólo había sido flor de una noche en tono burlón.
—Además, ya es primavera, podemos ir los cuatro. Esta vez no puedes poner el frío de excusa, Moony —había dicho, mirando a su amigo. Por primera vez en esas semanas, este había sonreído con sinceridad y había asentido, conforme, y Sirius se animó, contento de ver a Remus ilusionado por bajar a Hogsmeade. «Probablemente eso era lo que necesitaba tras meses de no abandonar el castillo», pensó súbitamente.
—Padfoot, no —dijo Peter al momento, en una suerte de broma que se había impuesto en el grupo de hablar a Sirius como a un perro travieso en cuanto su rostro reflejaba que una nueva idea le asaltaba la mente.
—Esta noche nos vamos de excursión —dijo Sirius, inmune a la cara de horror de Peter, que había empezado a decir algo sobre los exámenes que se avecinaban—. Precisamente. Pasado mañana tenemos permiso para ir a Hogsmeade y después, se acabó la libertad hasta que acabe junio. Es el momento perfecto.
James se apuntó al momento. Remus trató de zafarse, como hacía siempre. Los días de mayo eran cálidos, pero sus noches resultaban frías. Peter opuso una breve resistencia, pero le pudo la emoción cuando Sirius reveló que se le había ocurrido vandalizar la piscina cubierta que el colegio poseía junto al lago natural que se extendía junto al bosque y que eran la sede donde el club de regata y el de natación practicaban con denuedo todos los fines de semana.
Los cuatro se escaparon del dormitorio con la habilidad de quienes llevaban cuatro años haciéndolo. Esquivaron toda la vigilancia y salieron a los terrenos por una de las diminutas poternas laterales que todo el mundo parecía olvidar que existían en los castillos tan antiguos como ese. Corrieron sin ocultarse en cuanto se sintieron seguros, rodeados por la oscuridad. Iban abrigados, porque hacía frío, pero todos disfrutaron de la adrenalina de la escapada, incluso Remus, que reía a carcajadas igual que el resto.
No consiguieron forzar la cerradura de la puerta de acceso a la piscina cubierta. James maldijo, porque no había ventanales o huecos accesibles por los que acceder, frustrando sus planes para colorear de verde el agua con el colorante que el colegio utilizaba los días de competición de natación para potenciar el color turquesa de la piscina. Remus había calculado la cantidad necesaria para que el efecto fuese tan potente como para asemejarse más a los que los irlandeses usaban en el día de San Patricio que a la prístina y clara agua que el colegio buscaba para impresionar a los competidores de otros colegios.
Vagaron por el borde de lago, un poco desorientados y sin terminar de decidirse a regresar al dormitorio sin haber cumplido su objetivo. La idea de meterse al agua fue de James, que estaba poco dispuesto a considerar la noche un fracaso, que había comenzado tan eufórica que todos habían detectado el cambio de actitud de Remus, en contraste con los meses anteriores.
Antes de que el resto procesase la idea, James ya se había desnudado y, con la piel morena brillando a la luz de la luna, se había sumergido de golpe en las heladas aguas del lago. Sorprendentemente, ni siquiera Remus opuso demasiada resistencia. Sirius se volvió hacia él, dispuesto a convencerlo asegurándole que le dejaría su ropa para que se secase y entrase en calor después, pero este ya estaba desnudándose.
El agua estaba tan fría que Sirius barbotó varias palabrotas, sacando varias carcajadas de sus amigos al jurar que sus huevos no volverían a ser los mismos, pero pronto entraron en calor a base de nadar, tratar de ahogarse unos a otros o pelear para derribarse entre ellos. Pendiente en todo momento de Remus, que estaba más predispuesto que otros días a participar de esas dinámicas bruscas propias de los chicos de su edad, Sirius se bebió sus carcajadas cada vez que conseguía triunfar en alguno de los juegos.
Al salir del agua, los cuatro tiritaban. En la oscuridad y por el descuido con el que se habían desnudado, James había perdido en el barrizal un calcetín, Sirius un zapato y Remus los calzoncillos. Sin embargo, lejos de frustrarles, el hecho de no encontrar las prendas, que deberían estar junto a todas las demás, sólo les hizo más gracia y ninguno podía parar de reír.
—Sécate con ella antes de ponerte tu ropa. —Sirius le tendió su camisa a Remus, que lo miró, desnudo y pálido bajo la luz de la luna, dudando durante un segundo, pero luego esbozó una media sonrisa cálida y la aceptó.
Igual que aceptó, aunque un poco más a regañadientes, ponerse el jersey de Sirius encima del suyo. Este regresó al dormitorio solo con los pantalones y el abrigo encima de la piel, más preocupado porque Remus entrase en calor y, a pesar de la hora y de lo tentador que hubiese resultado hacer como James y Peter, que se derrumbaron sobre la cama, dispuestos a dormir unas pocas horas antes de que sonase el despertador, lo empujó hacia el cuarto de baño.
—Tienes que entrar en calor.
—Créeme que he entrado en calor —dijo Remus, riéndose. El sudor se secaba sobre su frente. Al regresar, habían tropezado con el conserje, que parecía patrullar toda la noche, y los cuatro habían tenido que correr por los mejores atajos que conocían para escapar de él antes de que pudiese verlos o identificarlos.
—No voy a discutir contigo, Moony —respondió, desnudándose para ducharse también. Además, los dos apestaban a agua de río y Sirius se preocupaba mucho de oler bien desde que, un año atrás, Remus lo apreciase.
—Eran mis mejores calzoncillos —se quejó Remus cuando, al bajarse los pantalones, quedó completamente desnudo, a diferencia de Sirius, que todavía conservaba su ropa interior. Después, se metió dentro del primer cubículo, sin molestarse en cerrar la puerta, dado que estaban a solas—. Siento que lo tuyo con Meadowes no funcionase, Padfoot.
El sonido de su voz había quedado ahogado por el agua de la ducha corriendo sobre su cuerpo, pero Sirius lo escuchó perfectamente. Frunció el ceño, preguntándose a qué venía eso. Estaba a punto de meterse en el cubículo adyacente, pero eso no le habría permitido responderle sin dar voces, y no quería llamar la atención de nadie en la planta, así que, siguiendo un impulso, se metió, completamente desnudo, en el de Remus, que se volvió hacia él con un sobresalto.
—¡Padfoot!
—No seas idiota, Moony —susurró Sirius, acercándose a él para compartir la ducha. El agua, ardiendo, cayó sobre la piel de ambos.
—Es guapa, inteligente y bastante directa. Y es una chica. —Remus había entendido perfectamente que Sirius seguía hablando de Meadowes, no de su irrupción en el estrecho cubículo. Sonrió, complacido. Conversar con él siempre era fácil, porque tenía la capacidad de seguir su hilo de pensamientos con habilidad y sin necesidad de preguntar constantemente, como le ocurría con otras personas.
—Las chicas me gustan. Pero ella no —dijo, hablando muy despacio, porque no había ordenado esas ideas todavía—. No significó nada para mí. Ni para ella. No le gusto y no me gusta. Sólo fue… un juego.
—Para ti todo es un juego —le reprochó Remus, con cierto fastidio en la voz.
Estaban muy cerca. Demasiado cerca. Cualquier mínimo movimiento provocaba que sus pieles se rozasen. Sirius estaba tan excitado que le preocupó que se estableciese un contacto incómodo entre ellos, pero ninguno de los dijo nada. Remus lo miró con los ojos avellana muy abiertos, pero el color quedaba oscurecido por lo enorme de sus negras pupilas. Sirius estuvo a punto de confesar que una de las razones por las que quiso besar a Meadowes fue cerciorarse de que realmente le gustaba besar a las mujeres, porque últimamente había sopesado la idea de que esa no fuese su única opción, pero al final, cautivado por la sonrisa de Remus, que esta vez sí le llegaba a los ojos, se limitó a pedirle que le prestase su jabón.
Ya en la cama, oliendo al champú de Remus y con la respiración cadenciosa de este en la litera de abajo, Sirius concilió el sueño, satisfecho por haber conseguido que este volviese a sonreír sin atisbo de tristeza en su rostro.
Notas:
- Una de las licencias cronológicas que me he tomado respecto al canon es que es obvio que los merodeadores se enteraron mucho antes de la condición de Remus, lo cual posibilitó sus transformaciones de animago a tiempo. Aquí no era necesario, así que lo retrasé un poco porque me convenía para el ritmo narrativo.
- Hay que tener en cuenta, por favor, que la información que Remus da sobre el VIH es la que conoce. En nuestra historial real, en esa época ni siquiera había diagnósticos de gente afectada y tardaríamos casi una década en empezar a averiguar cómo se transmitía y 50 años después seguimos peleando contra muchos estigmas, así que si tomamos en cuenta la distorsión temporal empleada, para este momento sabían cómo se transmitía, ya había estigma, pero no necesariamente se conocían a la perfección. Hoy tenemos mucha más información y medios de prevención, eso sí.
- Colorear las aguas de verde por San Patricio se hace desde los años 60, así que es cronológicamente correcto. Otra cosa es que sea posible hacer lo que se supone que hace ese producto en este capítulo, que no tengo ni idea xD.
