Disclaimer: Todo lo relacionado con Harry Potter pertenece, por desgracia, a J. K. Rowling. Lo queer, de su fandom más combativo.
Trigger Warnings: Un personaje se ha suicidado fuera de escena. Hay una descripción explícita de cómo lo ha hecho.
1975-1976
Poco después de empezar el quinto curso, el padre de Evans falleció de neumoconiosis. Ellos se enteraron mientras paseaban por la linde del bosque, riendo entre carcajadas y planificando su siguiente aventura. Fue James quien la divisó primero. Estaba sentada al pie de un árbol, llorando mientras abrazaba una vieja fotografía en blanco y negro y la carta en la que le habían comunicado la noticia. Hasta ese momento, ninguno había escuchado hablar jamás de una enfermedad así.
Evans les explicó entre sollozos que su padre había sido minero. Su madre había fallecido años atrás, poco después de darla a luz y él se había encargado de criarlas a su hermana Petunia y a ella como buenamente habían podido. Petunia había asumido el rol de ser algo más que una hermana mayor y había tratado de sustituir a su madre como ama de casa. Lily había soñado durante años con estudiar. Al contrario que Petunia, más práctica, ella tenía un deseo por saber que le hormigueaba en el estómago. Las dos hermanas tenían una relación tensa, probablemente debido a la diferencia de caracteres y a las dispares oportunidades de elegir que tuvieron. Cuando la profesora del colegio de Lily habló con el señor Evans, asegurándole el talento de su hija para varias asignaturas, este redobló sus esfuerzos para ganar más dinero. Petunia fue más reluctante, pero al final comprendió que el pequeño pueblo minero donde vivían ahogaba a su hermana tanto como a ella y que tendrían destinos diferentes. Por su parte, el señor Evans no había parado hasta conseguir una plaza en Hogwarts para Lily. La maestra del pueblo se había encargado personalmente de tramitar la documentación correspondiente para obtener becas que le permitiesen estudiar allí.
—Me despedí de él en agosto. Estaba muy enfermo, pero creí que sería como otras veces, que no... —Los cuatro se sentaron en el suelo, en silencio, escuchándola hablar, sin saber muy bien qué hacer para consolarla.
Cuando James le puso una mano en el hombro, apretando levemente de forma torpe, Lily no se revolvió, le gritó, ni le apartó o soltó uno de sus habituales comentarios tajantes. Sólo agradeció el gesto con una mueca que no llegaba a sonrisa. James no se separó de ella hasta que fueron a recogerla para llevarla de vuelta a casa y asistir al funeral. Snape también acudió a despedirse y darle el pésame. Frunció el ceño al ver a James, observándolo con desagrado, pero este lo ignoró por completo, centrándose en Lily y olvidándose del otro chico, que no dejó de fulminarlo con la mirada todo el rato y hacer ostensible su desprecio.
James cambió aquel año: se volvió menos arrogante, menos chulo, menos sarcástico. Seguía utilizando la ironía como sentido del humor y no se negaba a ninguna de las travesuras que Sirius proponía, pero dejó de caminar como si la torre de Gryffindor le perteneciese, empezó a tomarse más en serio los estudios y a no molestar a los alumnos de cursos inferiores. Se centró en el fútbol, mejorando tanto que el equipo consiguió victorias apabullantes en los siguientes partidos, y no generaba tantos conflictos fuera del campo, ni siquiera con Snape.
Sirius lo vacilaba cuando estaban a solas, porque para él era obvio cuál había sido el cambio. James seguía mirando a Lily con ojos de cordero degollado cuando creía que nadie lo observaba, con la diferencia de que la chica se tornó más amable con él. Cuando regresó del funeral, James la abordó en la sala común, convenciéndola de que saliesen a pasear y de lo oportuno que era salir al aire libre y el ejercicio ligero cuando se estaba triste. Sorprendentemente, Lily aceptó y desde entonces era frecuente verlos caminar a paso vivo por los terrenos del colegio, sonrojados y envueltos en una nube de aliento condensado. Lily comenzó a ir a verlo a los partidos de fútbol. James volvió a sentarse en la mesa de la biblioteca que la chica compartía con Remus, McKinnon y Snape, aunque este último cada vez se ausentaba más a menudo y un día no regresó.
—¿Cuándo vas a presentarla en casa, Prongs? —preguntó Sirius una tarde que estaban los cuatro solos en su cuarto. Eso era cada vez más infrecuente, porque o bien estaban estudiando los exámenes de quinto, más difíciles que los de años anteriores, con McKinnon y Lily, o bien la chica se unía a los cuatro de vez en cuando. Además, Peter se había echado una novia de un curso inferior de Slytherin con la que pasaba muchas horas muertas, abandonándolos con frecuencia.
—Padfoot... —murmuró Remus en advertencia, aparentemente absorto en el libro que estaba leyendo, dejando claro que estaba atento a la conversación.
—En realidad, ya se lo he dicho a mis padres.
—¿Cómo? —Peter, que guardaba en un celoso secreto a su novia, disimulando cuando sus padres lo visitaban los domingos que lo tenían permitido, dio un bote en la cama.
—Desde primer año, por supuesto. Era la chica más linda del colegio. Creo que están un poco hasta las narices de escucharme hablar de ella, de hecho, pero ahora están contentos de que nos llevemos mejor.
—E imagino que lo han aprobado. —Sirius no conocía a los Potter, pero sabía que adoraban a su único hijo y que no tenían prejuicios de clase tan arraigados como los Black.
—No hay nada que aprobar o denegar. Los Potter no somos como los Black o los Malfoy, Padfoot. Mis padres no van a cuestionar con quién decida salir. No en ese sentido, al menos.
—Me das envidia. De la mala. Que lo sepas —dijo Sirius, fingiendo entornar los ojos con amenaza, pero alegrándose en fondo de que su amigo lo tuviese tan claro. Y disimulando que en verdad sí le daba un poco de envidia.
—Entonces, ¿estáis saliendo? —preguntó Peter, intrigado. Remus levantó la vista del libro, interesado en la respuesta también.
—Claro que no, Wormtail. No se lo he pedido. Pero creo que no me diría que no. —James se sonrojó al decirlo, pero su sonrisa confiada no flaqueó ni un instante—. Aunque es posible que todavía sea pronto para pedirle que se case conmigo. —Se rio y los otros tres lo secundaron, negando con la cabeza.
—¿Y se lo vas a pedir? —insistió Peter, excitado por la idea de dejar de ser el único con novia en el grupo.
—Puede ser. —Un atisbo de chulería, apenas un vestigio del James de cursos anteriores, asomó a sus labios en una mueca presuntuosa.
—En fin... —interrumpió Sirius, levantándose de su cama, un poco harto de hablar de los amoríos adolescentes de sus amigos—. Tengo hambre. Voy por algo de comer a las cocinas. ¿Vienes, Moony?
—Está a punto de sonar el toque de queda —le advirtió Peter, mirando el reloj.
—¿Y eso desde cuando nos ha detenido? Además, Winky nunca nos delata. —Rosalind Wilkie era una de las cocineras, una mujer oronda de más de cuarenta años a la que Sirius y James habían cautivado con su cháchara desde el primer curso. La llamaban cariñosamente Winky por su costumbre de guiñarles un ojo al pasarles dulces de contrabando, cómplice en sus travesuras.
Remus se levantó, dispuesto a ir con él, y ambos se deslizaron por los corredores secretos del castillo que, hasta donde sabían, sólo ellos conocían tras una exhaustiva investigación durante los cursos anteriores. Sin embargo, este caminaba ensimismado en sus pensamientos. Sirius, que le había pedido que le acompañase porque desde que se ducharon juntos el curso anterior le gustaba pasar tiempo a solas con él, respetó su silencio.
—¿Tu familia hace las cosas así? —preguntó Remus, no obstante, al salir de las cocinas, cargados de tabletas de chocolate y unas pocas piezas de fruta y pan dulce—. Lo de presentar a tus novias y tal.
—Si por mi madre fuese, ella escogería con quién debemos casarnos Reg y yo. De hecho, es muy probable que Reg acabe haciendo lo que madre le ordene, incluso casarse con alguna jovencita de una familia influyente que pueda otorgarnos acceso a la Cámara de los Lores. Quizá una Lestrange o una Rosier, dado que mujeres Malfoy en edad casadera —respondió Sirius, con una carcajada amarga.
Los pasos lejanos del conserje patrullando el pasillo, que debía haber oído sus voces rebotando por las pareces del pasillo, los obligaron a esconderse tras un tapiz, en silencio. Sirius, que no había mentido cuando dijo que tenía hambre, dio buena cuenta del pan dulce y una manzana mientras esperaban a que el peligro pasase. Al ver que Remus seguía perdido en sus pensamientos, le ofreció un par de onzas de chocolate con leche, su favorito. El chico siempre se reanimaba tras comer chocolate y la estrategia funcionó: antes de que saliesen de detrás de su escondrijo, los ojos de color avellana de Remus brillaban más que cuando abandonaron el dormitorio.
Cuando apagaron la luz esa noche, Sirius se descolgó silenciosamente de la litera. Remus estaba tapado con las mantas hasta las orejas, con solo unos mechones de cabello despeinado asomándole fuera de las sábanas. Sirius sabía, por su forma de respirar, que no estaba dormido, así que tiró de la ropa de la cama hasta conseguir colarse dentro. No eran camas pequeñas, pero estaban pensadas para ser ocupadas de forma individual, por lo que tuvo que pegar su cuerpo al de Remus para acomodarse. Este, haciendo crujir el colchón, se dio media vuelta para enfrentar a Sirius con una sonrisa divertida e interesada. Antes de hablar, Sirius inspiró profundamente, deleitándose en el aroma del champú de Remus.
—Yo no pienso hacerlo. Diga mi madre lo que diga. —Remus levantó las cejas en respuesta. Evidentemente, no se esperaba que retomase el tema—. Antes, me iría de casa.
—¿Y dónde irías?
—Me da igual. Pero no jamás renunciaría a ti, ni por toda la fortuna, influencia y poder de los Black. Te lo juro, Moony.
—¿Incluso con lo que soy?
—Eres Moony. Ser y tener no es lo mismo. Tú no eres una condición, eres tú por ti mismo. Nadie puede definirte por tener tendencia a enfermar un poco más a menudo que el resto.
Nunca habían hablado de ello. Era obvio para todo el mundo. Al menos para los merodeadores. Quizá para alguien que los conociese menos podría pasar más desapercibido, pero las diferencias eran más que patentes. Sirius y James eran mejores amigos, prácticamente como hermanos. Peter era un colega con el que se podía contar para la diversión y con el que Sirius compartía un montón de aficiones y gustos, sobre todo en el ámbito musical, aunque no tuviese una relación tan estrecha con él como con los otros dos. Remus, en cambio...
Sirius siempre buscaba estar a su lado. Estaba pendiente de sus ojos para saber si su mirada era triste, melancólica o alegre, de sus cambios de humor y, sobre todo, de cada vez que tosía o estornudaba, preocupándose por si caía enfermo. En especial si había sido especialmente insistente con salir una de las noches frías del invierno o les había pillado la lluvia primaveral mientras caminaban por los terrenos del colegio, empapándolos.
Le gustaba tener excusas, como esa noche, para deslizarse dentro de su cama y hablar en susurros para no despertar a Peter, que respiraba hondo mientras dormía, ni a James, que roncaba levemente desde que le habían dado un fuerte pelotazo en la nariz durante un partido el curso anterior. Sobre todo porque esas charlas nunca terminaban con el regreso de Sirius a su cama, sino que se acomodaban el uno contra el otro para dormir cuando les vencía el sueño.
Al amanecer Sirius se despertó primero. Se había quedado dormido justo después de prometer no renunciar a él jamás y, durante la noche, Remus se había movido inconscientemente hasta quedar de espaldas a él. Sirius lo abrazaba desde detrás, apretándolo contra su cuerpo para sentir su calor y aspirar su aroma. La acostumbrada erección matinal provocaba que su pene sobresaliese de la gomilla de los pantalones que utilizaba para dormir, pero cuando trató de apartar las caderas para no molestar a Remus, este se removió en sueños y buscó de forma inconsciente el contacto físico perdido. Sirius se mordió la parte interior de la mejilla, pero no volvió a apartarse hasta que Remus se despertó y fue su turno de sonrojarse, azorado por la situación.
Llegó un nuevo permiso para salir a Hogsmeade. Esa vez no coincidió con San Valentín, pero la cercanía de la fecha fue suficiente para que una réplica más débil del terremoto que había sacudido el colegio el año anterior se reprodujese. Peter todavía salía con aquella chica de Slytherin y anunció que iría con ella. James, por su parte, le pidió a Lily que le acompañase.
—Sólo como amigos —aclaró, sin amilanarse por las bromas de los tres merodeadores restantes—. Algunos no somos unos desconsiderados faunos sin capacidad de autocontención como para no respetar un duelo.
Remus estaba en la enfermería, convaleciente tras el que esperaban que fuese el último catarro del invierno, cuando apenas faltaban tres días para la salida. Sirius no había hablado con él, no queriendo crear ilusiones que se viesen frustradas por un dictamen de la enfermera de obligarlo a quedarse en el ala médica unos días más, pero Remus ya se encontraba mejor.
—Podrá ir a Hogsmeade si lo desea, señor Lupin —le dijo la señora Pomfrey una tarde después, al llevarle sus medicinas. Sirius estaba con él. Le había llevado los apuntes y deberes de ese día y, al oír a la enfermera, se le iluminó la mirada. No fue el único. Al echar un vistazo a Remus, este también lo estaba mirando con los ojos de color avellana y miel brillando.
—¿En serio?
—Creo que sería más contraproducente dejarte encerrado entre estas cuatro paredes. Y la primavera ya asoma.
—Muchas gracias, Poppy. —Al oír su apodo, la enfermera sonrió. Como Winky, no le importaba en absoluto. Al contrario que McGonagall que, a juicio de Sirius, le había impuesto un castigo desmedido por atreverse a llamarla Minnie.
—Vamos a ir a Hogsmeade, Padfoot —dijo Remus cuando la enfermera se alejó y los dejó a solas.
—Por supuesto. —Se sentía extrañamente contento de que Remus hubiese dado por hecho que sería así, incluso sin haberlo hablado. De que no ocurriría como el año anterior. Sin embargo, se sintió obligado a matizarlo. A dejarlo lo más claro posible—. Pero no como amigos. Nada de esa galantería anticuada de la que presume Prongs. Es una cita. —Feliz, Remus asintió, con la sonrisa más radiante que le había visto jamás.
Sirius regresó al dormitorio caminando sobre algodones. Ni siquiera escuchó las invectivas del conserje, enfadado por verlo despierto y lejos de la torre de Gryffindor cuando estaba a punto de sonar el toque de queda. Sólo podía pensar en que Remus había sonreído y que sus ojos de color avellana habían brillado emocionados, sin plantearse siquiera reticencia alguna. Tanto, que no se dio cuenta de que no le había contado a Remus que Snape había discutido con Lily públicamente en uno de los pasillos del tercer piso. El chico le había pedido una cita para ir a Hogsmeade y ella le había respondido que ya estaba comprometida con James. Según este, que había hablado con la chica más tarde, Snape y Lily conservaban su amistad tras la discusión, pero Snape estaba muy ofendido y a Lily no le había parecido nada bien tener que dar explicaciones en esas condiciones, por muy amigos de la infancia que fuesen.
El día de la cita salieron de Hogwarts los seis juntos. Peter con su novia, una Rosier, según descubrió Sirius en ese momento; James y Lily, que sonreían con timidez y se veían nerviosos; y Remus y él. Remus caminaba cabizbajo y sonrojado, con las manos en los bolsillos. Sirius con aplomo, silbando e intercalando pequeños saltitos entre sus zancadas. No les habían dicho a los otros dos la naturaleza de su cita, pero no hacía falta. Siempre se habían entendido bien a la primera. Tanto como para saber que James no estaba nervioso porque planeara declararse a Lily, sino porque quería que esta se sintiese cómoda todo el tiempo. O que el deseo de secretismo de la relación de Peter provenía más de Rosier que de él.
No habían planificado nada concreto para la cita, así que cuando se separaron del resto a la entrada del pueblo hicieron lo habitual. Pasearon por las tiendas, compraron algo de material escolar, y Sirius acompañó a Remus a la oficina de Correos a enviar una carta a casa. Después, pararon en Las Tres Escobas para beber un chocolate caliente que sonrojó las mejillas de Remus e hizo que sus manos dejasen de temblar de anticipación. Caminaron hasta el viejo y solitario caserón a las afueras del pueblo, del que se rumoreaba que estaba encantado, sólo para descubrir que algunas parejas más, Peter y Rosier entre ellas, habían tenido la misma idea.
Sirius tomó la mano de Remus dentro de la suya cuando la oscuridad empezó a cernirse en el horizonte. Y, cuando las farolas de Hogsmeade se encendieron, iluminando débilmente las calles todavía atestadas de estudiantes, tiró de ella para guiarlo a un callejón trasero sin luz donde podrían pasar desapercibidos. Remus se dejó llevar, pero cuando atrapó su cuerpo contra la pared, acorralándolo, bajó la vista y se mordió el labio, muy serio.
—¿Moony? —preguntó, preocupado. Hasta ese momento todo había ido bien y Remus había estado riéndose toda la tarde con los ácidos comentarios de Sirius y las tonterías que había hecho.
—No quiero... —musitó Remus, tan bajito que apenas lo escuchó. Petrificado, Sirius lo miró, asustado. Estuvo a punto de separarse de él, de darle espacio, de pedirle perdón, pero Remus lo abrazó y hundió el rostro en su cuello, impidiéndoselo—. No quiero hacerte daño.
—No me vas a... ¡Oh! —comprendió, sin terminar la frase—. Tú no eres...
—No lo soy —lo interrumpió Remus, con la voz ahogada. Sus labios rozaban la piel del cuello de Sirius y su aliento caliente lo cubría de humedad—. Pero no quiero ponerte en riesgo.
—No estamos haciendo nada arriesgado —dijo Sirius, contradiciendo la sensación de vértigo de su estómago, que le indicaba todo lo contrario—. Pero estoy dispuesto a asumir el riesgo que sea necesario para estar contigo, Moony.
—¡No! —Los ojos de color avellana de Remus se alzaron, asustados, y Sirius comprendió que no había utilizado las palabras adecuadas. Y que empezaba a haber demasiadas negativas en una conversación donde ambos sólo querían decir «sí»—. No digas eso, Padfoot. No lo digas jamás. Prométemelo. Prométeme que, pase lo que pase, nunca dejarás que te ponga en riesgo.
—Sólo pretendía...
—Promételo, Padfoot. —Sirius asintió, y levantó la mano derecha, como acostumbraban a hacer. Apoyó la otra en el corazón de Remus, que latía con fuerza.
—Juro solemnemente que no correré ningún riesgo mientras esté contigo. ¿Puedo besarte ahora?
—Creo... creo que besarnos no... —Sirius soltó una carcajada, casi un ladrido, porque no le estaba preguntando eso.
—Siempre he tenido una salud de hierro, ¿no? No me pongo enfermo casi nunca, así que no habrá problema con ello.
—Y... cuando... ya sabes...
—Entonces, usaremos protección. Nos preocuparemos siempre de usarla. Y no me preguntes dónde vamos a conseguir condones con dieciséis años porque ahora no lo sé, pero ya se nos ocurrirá algo cuando llegue el momento. Ahora estamos aquí —interrumpió Sirius, sorprendido de mantener la cabeza fría cuando Remus acababa de decirle sin tapujos que quería follar con él. La mera idea de hacerlo, de cumplir los pensamientos obscenos que le venían a la mente cuando se acostaba con él en la misma cama, cuando se levantaba duro y Remus se frotaba contra él, cuando se masturbaba en la ducha o en el silencio nocturno de la madrugada, lo mareaba.
Lo besó.
La sensación de vértigo de su estómago se desplomó, igual que cuando montaba en las atracciones más peligrosas de un ferial. No notaba el suelo bajo la pisada de sus pies, sólo las manos de Remus, ardientes y heladas, abrazándolo y atrayéndolo más cerca de él, suplicante, su cuerpo delgado y anguloso en contacto con el suyo, los labios suaves y tersos acariciándole y el tacto rugoso de su lengua cuando se la lamió tentativamente.
Cuando se separaron, Sirius lo miró, expectante. Su única experiencia había sido Meadowes y, aunque le había gustado y había sido excitante, no se podía comparar a la montaña rusa de emociones y sensaciones que le habían despertado los labios de Remus. Este, ruborizado, se los lamió, como si no pudiese creerse lo que acababan de hacer. Después, sonrió. La sonrisa más radiante, espléndida y amplia que Sirius le había visto jamás, llenándole el rostro, iluminándole los ojos y sonrojándole las mejillas.
No pudo contener el impulso de volver a besarlo con urgencia, ansia y necesidad de deleitarse en el sabor de Remus.
Notas:
- Es probable que sea más obvio más adelante, pero sí, la historia de los Evans está fuertemente inspirada en la familia protagonista de Billy Elliot. Tiene mucho sentido, dado el rumbo de la segunda parte de este fic, así que más adelante volveré sobre esto para recomendaros la película, que ya os voy diciendo que es muy interesante por cómo trata las huelgas de mineros durante el "thatcherismo" del que ya hemos hablado en otros capítulos.
- La neumoconiosis o pulmón negro es una enfermedad pulmonar que resulta de la inhalación del polvo del carbón mineral, grafito o carbón artificial durante un período prolongado. No tiene cura y es incapacitante (impide respirar) y mortal según su gravedad.
- Por si alguien necesita saberlo, el VIH no se transmite a través de los besos ni de la saliva (harían falta muuuuchos litros).
