Disclaimer: Todo lo relacionado con Harry Potter pertenece, por desgracia, a J. K. Rowling. Lo queer, de su fandom más combativo.
Trigger Warnings: Referencias a autolesiones pasadas. Sexo explícito, pero no ¿descriptivo?
1993 y 1994
Los meses transcurren con languidez. Sirius regresa a Grimmauld Place durante el verano, fresco y lúgubre, pero no es suficiente para minar su exultante estado de ánimo. Remus se queda en Hogwarts un par de semanas y después se marcha a Onllwyn a pasar el estío con Marlene y Dorcas. Por primera vez en años, Sirius toma papel y bolígrafo y escribe, lenta y tortuosamente por la falta de costumbre, extensas cartas en respuesta a las de su amigo y a las breves y de horrible caligrafía de Harry.
Limpia a fondo uno de los dormitorios del piso inferior de Grimmauld Place para dormir en él y habilita una de las salas que su madre utilizaba para recibir visitas imprevistas como salita de estar. Arranca las cortinas y frota la suciedad de los ventanales hasta que la luz que entra por los cristales, inundando la habitación. El Estado le ha devuelto lo que quedaba de la herencia Black. Son unas decenas de miles de libras, suficientes para vivir varios años, pero no el resto de su vida, así que dedica varias horas del día a buscar trabajo, consciente de que su pasado juega en su contra y que tardará en encontrarlo.
Los primeros días tiene la sensación de estar viviendo una vida impostada, pero enseguida se acostumbra a las nuevas rutinas, como se habituó a la limpieza y el orden en las semanas que se alojó en Las Tres Escobas. Está acostumbrado a vivir solo tras doce años sin compartir siquiera la celda. Es algo paradójico, porque mientras cumplía la pena se sentía solo, incluso en los momentos en los que salía al patio con otros reclusos o cuando intercambiaba palabras, sexo o favores con ellos. Ahora respira, en paz, disfrutando de la soledad por primera vez en años, pero no se siente solo. Harry, harto de escribir y perteneciente a una generación más impaciente en las comunicaciones a distancia, le indica cuál es el número de teléfono de sus tíos y Sirius sale a pasear casi todas las tardes hasta la cabina pública más cercana para introducir unas monedas y escucharle despotricar de sus tíos y su primo, del calor o de lo mucho que echa de menos a sus amigos.
Regresa a Hogsmeade en septiembre para reencontrarse en la estación con Harry y con Remus, que ha engordado algunos de los kilos que necesitaba y cuya piel pálida está sonrosada y un poco morena por el sol rural de Onllwyn. Se queda ese primer fin de semana en Las Tres Escobas para poder compartir unos días con Remus. Este, para su agrado, renuncia a alojarse en el vetusto castillo y se queda con él en la pequeña habitación que ha reservado.
Regresar al tacto de Remus es como el río que recupera su curso tras haber sido retenido en un embalse: arrollador y devastador, pero al mismo tiempo retorna a los antiguos cauces y acaba desembocando en un suave y familiar arrullo que ha echado de menos tanto como a quienes ya no están. Sirius no había guardado esperanza alguna, pues tras volver a ver a Remus, todavía con posos de culpabilidad en su interior, se había sentido indigno. Además, este no había hecho o dicho nada que le incentivara a pensar que estuviese dispuesto a recuperar algo más que su antigua amistad, pero eso no impidió que el corazón de Sirius latiese con fuerza cuando Remus dejó su pequeña maleta en el suelo de la habitación, con una única cama, y sonriese, con los labios y los ojos de color avellana brillando por un reencuentro anhelado.
Los doce años que los han separado no se desvanecen por arte de magia, como no lo ha hecho el dolor que ambos llevan dentro. Comparten este último, transformándolo en memorias dulces con las que emocionarse y sonreír. Exploran los cambios que se han producido: Sirius sigue siendo impulsivo a la hora de tomar decisiones, pero al lado de su versión adolescente es un adulto templado. Remus es más reflexivo, si cabe, y tiende a ensimismarse. El cuerpo de Sirius es delgado y pálido, los tatuajes que antaño brillaban con nitidez ahora están desvaídos sobre su piel, con los trazos difuminados por la falta de repaso. Sus hombros son más anchos y sus caderas ya no son tan estrechas. Algunas arrugas tempranas han aparecido en su frente, fruto de la preocupación y la tristeza constantes, pero sus dedos conservan el ímpetu de los veinte años cuando explora el cuerpo de Remus. Las sonrisas de este son más abundantes que en su adolescencia, pero también menos sinceras, se ha acostumbrado a dotar de una sonrisa amable su rostro afable en una suerte de contrato social. Su lenguaje corporal es una mezcla del cervatillo asustado de su primer año en Hogwarts y del adolescente empoderado del último; una combinación que Sirius no tiene claro que termine de agradarle, pues revela cicatrices emocionales más profundas que las que marcan su piel.
Sirius dedica horas durante ese primer fin de semana, cuando los chavales están regresando al internado, pero las clases aún no han comenzado, a repasar con las yemas de los dedos todas esas cicatrices físicas. Las que lo son y las que también, pero no lo parecen. Las costillas que se le marcan en el pecho, porque está demasiado delgado. Los pómulos afilados. Algunas líneas pálidas en la cara interior de los antebrazos, algunas cortas y otras alargadas y con aspecto de haber sido profundas; lo suficientemente antiguas para ser recuerdos de un pasado más oscuro, pero no tanto como para que Sirius las hubiese conocido antes.
Sus besos son más cadenciosos, menos demandantes. Incluso cuando Sirius lo asalta por sorpresa, Remus consigue reducirlo en apenas un segundo, recibiendo su lengua en la boca con parsimonia y disfrutando del intercambio. Sus labios ya no son suaves, sino ásperos y un poco cuarteados, igual que han sido siempre los de Sirius, y el bigote le acaricia de una forma novedosa mientras se besan. En cambio, sus orgasmos no han cambiado. Remus arquea la espalda, lleno de deleite, cuando Sirius sabe qué hacer para despertar el placer que yace bajo su piel.
—He vuelto —susurra Sirius la primera vez que se desliza en su interior con toda la lentitud de la que es capaz. Ha tenido que prepararlo con mucha paciencia, pues Remus ha practicado menos sexo que él en todos estos años y nada desde que empezó a enseñar en Hogwarts, pero disfruta de volver a ese punto conocido entre los dos, a esa intimidad compartida.
—Estamos vivos —responde Remus, con lágrimas en los ojos, sobrepasado por el placer, más para sí mismo que para Sirius, y lo rodea con las piernas, incitándole a profundizar más, a moverse.
Hay muchos preservativos desechados alrededor de ellos, en el colchón. Eso siempre ha sido una parte de sus relaciones. El que Remus se ha puesto para que Sirius pueda chupársela mientras lo preparaba, el que Sirius ha utilizado en sus dedos, el que se ha puesto para que sea Remus quien se la meta en la boca y lo estimule antes de cambiárselo por el que tiene ahora. Es una promesa que Sirius hizo años atrás y que cumplió a rajatabla mientras estuvo con Remus: cuidarlo y cuidarse, minimizar cualquier riesgo, porque sabía que el otro chico jamás se lo perdonaría si Sirius resultaba afectado por su enfermedad a causa de su relación. Regresar a aquel pacto no ha requerido ninguna palabra, pues Remus ha traído la maleta llena de preservativos y Sirius conserva la mayor parte de los que compró al poco de salir de la cárcel.
Remus regresa a Hogwarts y Sirius a Grimmauld Place. Obtiene un trabajo a media jornada en la estación de King's Cross. Se siente adulto por primera vez al comprarse una camisa, un pantalón y una chaqueta americana, combinándolas con una corbata, para asumir su puesto en un mostrador de reclamaciones. El Sirius de 17 años probablemente lo habría odiado y se habría burlado con desprecio al imaginarlo encorsetado en la formalidad y la uniformidad, pero el de 35 agradece tener esta oportunidad. Sigue intercambiando cartas con Remus y Harry lo cita en sus cartas para avisarle de sus escapadas y de que podrá llamarlo a la cabina pública desde el teléfono que Madame Rosmerta tiene en Las Tres Escobas. Sirius no está seguro de si ha conseguido rodearse de una nueva familia o si es Harry quien les ha integrado a él y a Remus en la que está formando. Al fin y al cabo, Remus tiene a Dorcas y Meadowes también, pero no tiene claro si el nexo común no es, en realidad, Harry.
—¿Importa? —pregunta Remus, una tarde, cuando se abrazan en la puerta de Hogwarts, antes de que él y Harry regresen al colegio tras la visita navideña al pueblo.
—Tienes razón. No importa. Tiene una familia preciosa y somos afortunados.
—Lo somos.
Los amigos de Harry lo han mirado con recelo al principio y con cierta admiración después, sobre todo por parte de Ron. Hermione es más desconfiada y juiciosa, pero quiere tanto a su amigo que se presenta con educación, asegurándole que Harry les ha hablado a menudo de él. En los chocolates calientes compartidos durante el invierno en Las Tres Escobas, con los tres adolescentes preocupados por las nuevas asignaturas que han tenido que afrontar ese año, Harry sigue salpicando su conversación de menciones a Draco Malfoy. Sirius lo ve por primera vez una tarde de febrero, acompañado de una chica de pelo moreno, nariz respingona y de ademán afectado que delata su clase social, cuando Harry y él se saludan, un tanto incómodos, al coincidir en el trayecto de vuelta al colegio.
También es la primera vez que ve a Snape después de graduarse. Está en el portón de entrada, supervisando la llegada de los alumnos de Slytherin de los cursos inferiores. Remus y Sirius caminan juntos, hombro con hombro, sin tomarse de las manos, pero sin respetar su espacio personal. Remus saluda afablemente a su compañero de trabajo, como es habitual en él. Harry arruga la nariz al verlo y se despide rápidamente de Sirius con un abrazo, regresando con sus amigos al colegio. Sirius se fija en que Draco Malfoy sigue a su ahijado con la mirada antes de fijarla, con el ceño fruncido y los ojos entrecerrados por la sospecha, en Remus y él. Con un gesto desdeñoso de la barbilla, Sirius considera toda la cortesía necesaria cumplida con Snape. Se da media vuelta y regresa a Hogsmeade con suficiente tiempo como para tomar su tren de regreso a Londres.
No vuelve a pensar en ellos hasta que el remanso de tranquilidad que ha logrado alcanzar en su primer año de libertad se trunca al final del curso.
—¿Padfoot? —Sirius sabe, inmediatamente, que ha ocurrido algo. Es un día anodino, un miércoles cualquiera, del mes de junio. No queda mucho para que termine el tercer año de Harry, que se le ha pasado en un suspiro exánime—. Moony va camino de Londres.
—¿Qué? —Ha trabajado las dos tardes anteriores doblando el turno, así que no ha podido hablar con Harry ni con Remus hasta hoy. Hace unas semanas se hizo instalar una línea telefónica en casa, ahora que tiene un contrato de trabajo estable, para poder recibir las llamadas de Harry cuando este va a Hogsmeade, pero aun así no hablan a diario.
—A Londres. Hoy. Llega en el último tren. —La voz de Harry suena furiosa a través del teléfono, pero también decepcionada y triste—. Lo han delatado. Hace tres días. —Sirius lo entiende al momento y palidece. Harry no sabía acerca del secreto de Remus, está seguro de ello, pero no le cabe duda de que se refiere a eso. «Snape». El nombre cruza por su cabeza en un pensamiento tan veloz como la costumbre de acusarlo de cualquier villanía.
—¿Cómo ha podido ocurrir?
—Malfoy —dice Harry y Sirius sabe, por cómo suena su voz, que ha siseado el nombre a través de los dientes apretados por el cabreo—. Es injusto, Padfoot. Moony es uno de los mejores profesores que tenemos. Tendrías que ver al otro profesor de Física, Lockhart. En sus clases suspende todo el mundo salvo que acuda a los grupos de estudio de Moony por las tardes, porque al tipo debieron regalarle la carrera por ser famoso. Ha sustituido a Moony en las clases de hoy y ha sido horrible, creo que Hermione sabe más que él de la asignatura. No pueden echarlo por esa tontería, Padfoot. No pueden. —Sirius comprende entonces que el cabreo no es a causa de Malfoy, sino por el despido en sí. Y que probablemente la decepción sí se deba a que, según sabe por Remus, había estado llevándose mejor con Malfoy en este último año, una especie de alto el fuego en las hostilidades.
—El mundo es así, Harry. Siento que te hayas tenido que enterar de esta manera —dice Sirius, con voz suave. Las tripas le exigen actuar. Ir a Hogwarts, sujetar al viejo Dumbledore por la barba y arrastrarlo por el suelo de su despacho hasta que muestre un poco de solidaridad hacia los suyos. Colgar el teléfono y correr hacia King's Cross, dispuesto a esperar al último tren y abrazar a Remus. Cantarle las cuarenta al niñato de Malfoy para que aprenda el valor de las vidas ajenas.
Pero tiene al otro lado del teléfono a un adolescente nervioso y desconsolado que se ha dado cuenta de cuál es, en realidad, el gran villano de su mundo, del mundo de su familia y de su vida.
Así que se queda un largo rato consolándolo, escuchando sus improperios, resolviendo sus dudas y felicitándolo por haber hablado con Remus antes de que este abandonase el colegio.
Recoge a Remus en la estación al cabo de unas horas. Está demacrado. Largas ojeras se extienden bajo sus ojos, acentuando lo afilado de sus pómulos, pero su bigote está cuidado y sus ojos de color avellana brillan con viveza. Lleva solo una maleta, que entrega a Sirius después de que este casi lo derribe de un abrazo.
Se entera de más detalles que los que le ha contado Harry cuando llegan a Grimmauld Place, sentados en la salita que Sirius ha acondicionado. Sólo limpió un sillón orejero, así que se lo ha cedido a Remus y él se ha sentado en la silla que usa para comer en la mesa. La estancia está fresca, pero la temperatura es baja para alguien friolero como Remus, que se estremece de frío a pesar de que faltan apenas unos días para el verano y en la calle hace calor, así que Sirius va a buscarle una manta con la que pueda taparse las rodillas, al menos.
A pesar de las sospechas iniciales de Sirius, que recaían sobre el único en el colegio que sabía acerca de la enfermedad de Remus, parece que alguien escuchó a Draco Malfoy hablar con alguien, afirmando que Remus Lupin era homosexual y seropositivo y el rumor se propagó como la pólvora.
—Creo que Dumbledore hubiese dejado que el rumor perdiese fuerza por sí mismo —explica Remus—. Ya sabes, quedaría como una escandalosa suposición con la que asustar a los alumnos más nuevos, un dato morboso que susurrar a mis espaldas como venganza tras un suspenso, pero si nadie le da importancia, si nadie sale a desmentirlo de forma apresurada y nerviosa, se queda en eso: un rumor.
—¿Entonces?
—Apareció una enorme pintada en uno de los muros del castillo. Fue el domingo. Ya sabes, el día que los padres de muchos de ellos visitan el colegio para pasar un rato con sus hijos, así que todos lo vieron. Ponía, en legras gigantescas, «Lupin es un sidoso», así que por supuesto, pidieron explicaciones de inmediato. En nombre de la seguridad de sus hijos, dijeron.
—¿Los Malfoy? —pregunta Sirius, mordaz, respirando profundamente para no desatar su cabreo ante el insulto. «La seguridad de sus hijos», masculló para sí mismo, consciente de que no había habido nadie menos peligroso para sus hijos que Remus Lupin.
—Y los Nott, los Parkinson, los Goyle, los Finch-Fletchey, los Abbott... Había muchas familias influyentes allí, como todos los domingos. Jugaba Slytherin contra Gryffindor esa tarde. —Remus suspira, cediendo ante la expresión oscura que se arremolina en los ojos de Sirius—. Sí, Lucius Malfoy estaba. Forma parte del consejo escolar. Pidieron mi dimisión al día siguiente.
—¡Harry dijo que te habían despedido! —dice Sirius, saltando como un resorte.
—Lo habrían hecho de no haber presentado mi dimisión y, de esta manera, pude alegar que deseaba cesar en mi puesto por razones personales y de salud, que será lo único que podrán decir desde Hogwarts si llaman en un futuro pidiendo referencias laborales. —Abatido, Sirius se hunde en la silla, desolado. Está de acuerdo con Harry. Es un despido, aunque hayan tratado de disfrazarlo de compasión y amabilidad.
—Ese condenado crío...
—Draco Malfoy tiene catorce años. Recién cumplidos, de hecho. Se limita a hacer y decir lo mismo que cualquiera de los adultos de su entorno —lo interrumpe Remus al instante, con un brillo feroz en los ojos.
—Espero que al menos Harry lo venciese en el partido —dice Sirius, que sabe por su ahijado que ambos compiten ferozmente por la posición de principal goleador de sus respectivos equipos.
—Gryffindor ganó. El partido. La pelea en la que ambos se enzarzaron al terminar no creo que se pueda considerar que ganase ninguno de los dos, a juzgar por cómo acabaron de amoratados y castigados.
—¿Qué vas a hacer? —pregunta Sirius, apesadumbrado. Piensa, una vez más, en que Remus tenía una buena vida, por fin, cuando él irrumpió de nuevo en ella. Un trabajo estable, que le gustaba, protegido y que le permitía cuidarse apropiadamente para no enfermar a menudo. En menos de un año desde su regreso se ha ido todo al garete.
—Quedarme aquí contigo, por supuesto. Salvo que prefieras que no lo haga.
—Deberías mandarme a la mierda. Siempre te ha ido mejor sin mí. —Es una oferta sincera. Es consciente de que si Remus se va es probable que él caiga de nuevo en una espiral autodestructiva de alcohol y sexo. Que pierda el rumbo. No lo dice en voz alta, porque no quiere cargar a Remus con más peso en su vida en lugar de compartir los fardos vitales que ya porta.
—No seas egocéntrico, Padfoot —dice Remus, sonriendo. Sin importar todo lo ocurrido y que acabe de perder el empleo, una chispa de alegría le ilumina los ojos—. Si yo me fuese, seguirías teniendo a Harry en tu vida y tú estarías en la de él. Y ni se te ocurra ponerte cenizo con todo aquello de ser una influencia que lo destruye todo a su paso —añade, adivinando sus pensamientos con la misma facilidad que ha hecho durante toda su vida. Luego, muda el gesto a uno de tristeza nostálgica—. Le había propuesto a Dumbledore impartir algunas clases de educación sexual. Ya sabes, explicar que hay enfermedades de las que protegerse, los cambios del cuerpo y aprovechar un poco para hablar de aceptación y tolerancia.
—¿Se negó?
—Estaba de acuerdo. —La sonrisa de Remus esta vez es amarga—. Se me ocurrió viendo a Harry, escuchándole hablar con sus amigos delante de nosotros de esa tirantez que se trae con el chico Malfoy...
—Y, sin embargo, no ha tenido reparo alguno en exigir tu dimisión. El viejo se aferra tanto al sillón que va a doblar la servilleta sin haberse jubilado.
—Me parece que, viendo el panorama, nadie se atreverá a volver a proponerlo, al menos durante unos años.
—Algún día, Moony. Los tiempos cambian. En nuestra época de Hogwarts, las clases de educación sexual consistían en enseñarnos dibujos de los genitales en Biología, ¿recuerdas?
—Bueno, hemos mejorado. Ahora, al menos, la menstruación entra en el temario —asiente Remus con una sonrisa cansada.
El verano entra en su apogeo y Harry regresa a la casa de los Dursley. Hablan por teléfono a diario. Sirius lo escucha despotricar contra Draco Malfoy en cada conversación. Los primeros días anima la discusión y se indigna en sintonía con su ahijado, casi como si fueran él y James criticando a Snape en su adolescencia, pero las palabras de Remus acerca de Malfoy han calado en él y pronto se limita a dejar que Harry se desahogue sin exacerbar su enfado, ejerciendo un papel de consuelo, más paternal. Sobre todo, cuando Harry finaliza sus diatribas con un dolido «estuvo con nosotros cuando lo de Pettigrew, se comportó como una persona decente. Creí que había cambiado».
Por las noches, Remus y él hacen el amor dulcemente, buscando consuelo mutuamente, celebrando estar juntos y purgando su preocupación por el futuro. A la mañana siguiente repiten más fogosamente, reafirmándose y decidiendo enfrentar a la vida en lugar de al temor de no haber intentado vivirla.
Remus enferma a los pocos días de llegar a Grimmauld Place, dando por finalizada la efímera luna de miel de retozar entre las sábanas de la cama de Sirius con la calma de la madurez y el ardor de la juventud. Primero es una afección cutánea, que creen que se debe a la cantidad de polvo que entierra la casa. Sirius se aplica a conciencia para limpiar el enorme caserón, empezando por el piso más bajo, pero la tarea es titánica. Después, antes incluso de que junio termine, lo que parecía un catarro se convierte en una gripe que se resiste a los cuidados de Sirius. Desde que empezó a trabajar en Hogwarts, Remus acostumbraba a pasar el mes de agosto en Onllwyn con Marlene y Dorcas y tanto él como Sirius deciden que sería aconsejable adelantar su visita y salir de los lúgubres muros de Grimmauld Place. Sirius lo acompaña hasta Onllwyn, disfrutando de un día de sol en la cercana playa de Aberavon junto a Remus antes de regresar al caserón él solo. Como aún conserva su trabajo que, junto con el dinero que todavía le resta de la herencia, es el único ingreso de ambos, se queda en Londres.
Aunque hablan todo lo a menudo que pueden, tanto entre ellos como con Harry, durante el verano sólo se ven a finales de julio, cuando Sirius viaja hasta Onllwyn para pasar unos días con Remus y luego ambos regresan a Londres a tiempo de celebrar el cumpleaños de su ahijado en Surrey. Harry les pregunta si no puede pasar unas semanas con ellos el mes siguiente, alegando que los Dursley están dispuestos a darle permiso, pero Grimmauld Place ya ha demostrado no estar en condiciones de acoger invitados. Sirius se pregunta qué les ha dicho a sus tíos para que estos accedan, pero al final prefiere no saber. Le promete que lo hará posible el verano siguiente y le anima a marcharse con los Weasley, que lo han invitado a la final del mundial de fútbol que se celebra en Inglaterra ese año. En agosto, Remus regresa a Onllwyn, macilento, pero sin rastro de la molesta tos que lo ha aquejado durante más de un mes.
En septiembre, Sirius solicita una ampliación de turno en el trabajo y pone Grimmauld Place a la venta. Con el dinero que obtenga por ella podrá rentar un apartamento lo suficientemente grande para él y para Remus, donde este pueda vivir adecuadamente, y que tenga un cuarto para recibir las futuras visitas de Harry. Marlene y Dorcas acogen a Remus en Onllwyn de forma indefinida, a la espera de que los planes de Sirius se cumplan.
Se ven sólo en las salidas programadas a Hogsmeade, de las que Harry les informa puntualmente a ambos a través de cartas. No puede escaparse con tanta facilidad del colegio: una olimpiada académica que llevaba sin celebrarse desde la primera guerra mundial es recuperada en un intento del internado de centrar el posible interés mediático en ella, en lugar de en cambios drásticos de profesorado, y ahora hay más seguridad que antes.
Cuando visitan Hogsmeade, Sirius y Remus suelen quedarse el fin de semana completo en Las Tres Escobas para compartir tiempo e intimidad. Madame Rosmerta ya los considera parte de sus clientes habituales y agradece las visitas de Remus, indignándose solidariamente a causa de su marcha de Hogwarts la primera vez que van. Son días cortos, que se les escurren entre los dedos como fina arena de playa. Sirius tiene la sensación de que tiene que regresar a Londres cuando todavía no ha recorrido con sus labios la piel del cuerpo de Remus, cuando todavía tiene fuerzas para un asalto más, cuando todavía tiene los dedos enredados en el cabello castaño de Remus, incitándole en silencio a que aumente el ritmo de sus labios para desatar su placer de una vez por todas.
En una de esas visitas, la previa a los días de Navidad, Harry acude a puntual a su eventual cita con Sirius y Remus, acompañado por Ron y Hermione, como es habitual. Sin embargo, un chico delgado, alto y rubio, malhumorado y de mirada suspicaz, que no termina de sentirse cómodo, los acompaña. Sirius, por supuesto, sabe quién es.
—Soy Draco Malfoy —se presenta ante Sirius, hosco, sin sacar las manos de los bolsillos del abrigo. Sus mejillas están sonrojadas por el frío. Algo en la forma en la que lo dice, quizá el tono desconfiado, la falta de protocolo empalagoso que cabría esperar de alguien de su edad o la forma de arrastrar las palabras en lugar de engolarlas, resuena en el interior de Sirius, que tranquiliza a su ahijado con una sonrisa comprensiva.
Por lo que sabe a través de Harry, este y Malfoy se encontraron en el partido de la final del Mundial. El padre de Ron había conseguido buenas entradas, en el mismo palco que los Malfoy. Durante la celebración de la victoria de Irlanda, ambos habían hablado. Harry había dejado de quejarse de Malfoy las primeras semanas del curso, lo cual era toda una novedad y, en algún momento entre el Mundial y Halloween, habían debido recuperar la tensa relación que tenían antes del despido de Remus. En la visita anterior, en Halloween, Harry había acudido solo a Las Tres Escobas. Remus, observando la actitud taciturna del chico, había pedido chocolate caliente para los tres.
Al calor de la taza, Harry les había pedido permiso para perdonar a Malfoy.
—Sé que no estuvo bien que te despidieran, Moony. Créeme que te echamos de menos, este año tenemos a ese imbécil de Lockhart a cargo. Y si no quieres verlo nunca, te prometo que jamás lo traeré cuando me visitéis, no tienes que tratar con él.
La versión de Malfoy que Harry les contó, asegurándoles que este ha accedido a que lo hiciese, aunque a regañadientes, encaja. Una de las cosas que había levantado las sospechas de Sirius, que se las había callado para no socavar el ánimo de Remus y que este no diese vueltas a un despido sin posibilidad de retorno, era que, de algún modo, Malfoy se había enterado del secreto. Y, de nuevo, el principal sospechoso para Sirius había sido Snape: no sólo es, de los que lo sabían en Hogwarts, el único que se había enterado innecesariamente: también es el jefe de Slytherin, el tutor de la clase de Malfoy y tiene buena relación con la familia de este y algunas de aquellos cuyos apellidos suenan más rimbombantes que el del profesor de Química.
—Fue Snape. Snape se lo contó a Draco un día que volvíamos de Hogsmeade y nos vio en la puerta. Snape sabía que Padfoot había salido de la cárcel, pero no que nos habíamos conocido. Bueno, eso Draco no lo sabe, es una hipótesis suya. Dice que no le sentó bien, que nos miró con una cara extraña. Y que, al día siguiente, dejó escapar la información delante de él.
Malfoy, que ahora los mira, receloso, ocultando parte de su rostro con una bufanda verde a modo de escudo defensivo, se había callado la información. Él también estaba poniendo de su parte para llevarse mejor con Harry después del accidente de tráfico de Pettigrew. Algo había cambiado en su relación, una diminuta plántula que ambos chicos habían protegido con ferocidad, a pesar de las infinitas diatribas de Harry que Sirius ha tenido que soportar. Al ver al chico, sentado junto a Harry y mirándolo de reojo de vez en cuando, entiende a qué se refería exactamente Remus y agradece haber seguido su consejo de no entrometerse y dejar de alentar el enfado de Harry.
—Sólo le estaba diciendo a Snape que no tendría que habérselo dicho. Draco se rayó muchísimo durante varios días. Tenía que ser verdad, porque se lo había contado un profesor en el que confiaba, pero al mismo tiempo se sentía... mal. Precisamente porque un profesor en el que confiaba le había soltado algo así, esperando que supiese gestionarlo. O peor, que usase la información como arma. —Remus había apretado los labios mientras Harry lo contaba, molesto porque un adulto se hubiese comportado así—. Cuando no pudo más, porque no sabía con quién podía hablar de algo así y no podía ir a Moony a soltárselo, se lo echó en cara a Snape. Discutieron, y algún alumno debió oírlos. Suponemos que los mismos que hicieron circular el rumor fueron los que realizaron la pintada, pero nadie parece saber quién fue y a los profesores no les importa.
Remus había tenido que sujetar a Sirius de la muñeca para impedir que se levantase de la silla y vocease alguna barbaridad. O peor, que saliese a darle un puñetazo a Snape, si lograba encontrarlo. Atar cabos no fue muy difícil: Malfoy debía haber acertado con sus suposiciones y Sirius y Remus pudieron aportar la inquina y el rencor acumulado por Snape en la adolescencia. Sincerándose, le contaron a Harry cómo se había enterado el profesor del «pequeño problema de Remus», y dedujeron que, posiblemente, la propuesta de que Remus impartiese clases de sexualidad había sido otro detonante que habría justificado en su cabeza como un argumento de protección a los alumnos.
Ahora que lo tiene delante, Sirius sonríe a Malfoy con cierta amabilidad. No está dispuesto a ser el que enseñe los dientes con ferocidad a cualquier mínimo interés de su ahijado, mucho menos cuando este todavía no parece haberse dado cuenta de ello. El chico no parece arrepentido de nada y desafía con la mirada a todos, incluido al propio Harry y ese desparpajo le gusta a Sirius. Se siente un poco reflejado en él, en la forma en la que han cometido actos imprudentes que han tenido consecuencias terribles para otras personas, pero al final han sabido enfrentar lo ocurrido. Con el añadido de que, como le aseguró Remus a Harry, ninguno considera que Malfoy tenga la culpa de nada. Y saber, por Harry, que Malfoy ha pasado de considerar a Snape su profesor favorito a tratarlo con educada frialdad, le proporciona mucho placer a Sirius.
—Siempre es mejor perdonar si crees que debes hacerlo, Harry. No está mal si no quieres, nadie puede exigírtelo. Pero si tú lo necesitas, perdónalo. Y recuerda que, como tú, tiene catorce años y derecho a cometer errores —había dicho Remus en Halloween, entrelazando sus dedos con los de Sirius mientras hablaba, que le había agradecido con una mirada emocionada que lo hubiese perdonado tantas veces. Incluso esta última, hasta el punto de haber podido volver a estar con él así.
Ver a los cuatro adolescentes reír por una estupidez que han dicho mientras Remus los observa con la nostalgia de la vida adulta le confirma que el consejo de este y la decisión de Harry fueron acertadas. Además, como Harry les había avisado de la presencia de Malfoy, pueden entregarle un pequeño presente igual que a Harry, Ron y Hermione, a modo de anticipado regalo de Navidad.
Notas: Onllwyn es un pueblo de Gales que se vio involucrado en las huelgas mineras que ya he mencionado en notas anteriores. En principio iba a ser un pueblo anónimo, sin nombre, pero me decanté por él simplemente por la película Pride, que narra un hecho real sobre cómo los mineros y el colectivo LGBT se aliaron para apoyarse mutuamente en la huelga y defender la causa obrera. Es una película maravillosa (volveré a ella más adelante) y, además, Imelda Staunton (la actriz que encarnó a Dolores Umbridge) está soberbia.
