Disclaimer: Todo lo relacionado con Harry Potter pertenece, por desgracia, a J. K. Rowling. Lo queer, de su fandom más combativo.

Trigger warning: Menciones explícitas a sangre. Violencia y bullying. Homofobia.


1976-1977

En sexto curso, Snape parecía decidido a desquiciar a James y el resto de los merodeadores. Cabreado con Lily, que cada vez se llevaba mejor con ellos y pasaba más tiempo en su compañía gracias a la facilidad de compartir la sala común de Gryffindor y alentado por la pasividad de los merodeadores, que habían dejado de molestar a todo el mundo e implicarlos en sus pesadas bromas, había arremetido contra los merodeadores mientras lo jaleaba el resto de los Slytherin de sexto y séptimo curso, con los que había hecho piña.

Las dos o tres primeras veces que los insultó por los pasillos los cuatro habían tratado de ignorarlo en deferencia a Lily, aunque James y Remus habían tenido que contener a Sirius para que no se girase y lo estampase contra la pared. Llevaban tiempo sin enzarzarse con él e iba siempre en ventaja numérica al ir rodeado de sus compañeros de casa, por lo que resultó relativamente sencillo evitarlo sin entrar en su juego. Con el paso de las semanas, se fue haciendo más difícil: ni Sirius ni James habían sido educados para aguantar desaires y a Peter se le atravesaban porque Snape tenía la capacidad de captar qué era lo que más le dolía a cada uno y acertaba de lleno con los complejos de inferioridad del chico al respecto a su clase social.

La tensión se fue acumulando lentamente, semana a semana y estalló al llegar las Navidades. Sirius ni siquiera fue capaz de escuchar qué había dicho Snape para desatar la ira de James. Lo vio pasar a su lado, un borrón de ropa ondeando, sujetar al chico de Slytherin de las solapas de la chaqueta del uniforme y golpearlo tan fuerte contra la pared que Snape se golpeó la nuca contra ella con un amargo quejido.

—Repítelo, Snivellus —siseó, mostrándole los dientes. Snape cerró los ojos y se cubrió la cara con el antebrazo para protegerse del puñetazo que esperaba, pero este no llegó.

Peter se había quedado congelado en el sitio. Tras Snape estaba el grupito de Slytherin del curso superior con el que el chico había hecho buenas migas en los últimos meses y cuya admiración parecía despertar cada vez que insultaba a los Gryffindor. Sirius los conocía a todos, sus apellidos sonaban en el salón de baile de Grimmauld Place a menudo. De piel blanca, con el pelo en diferentes tonalidades de rubio, altos y con facciones tan parecidas entre sí que pasarían por primos lejanos. Probablemente la mayoría lo eran, en un grado u otro. Sin embargo, a pesar del terror de Peter por la inferioridad numérica, indeciso entre quedarse con sus amigos o salir corriendo, ninguno de los Slytherin hizo ademán de intervenir. Remus se alineó automáticamente al lado de Sirius, pero estaba asustado también. Cruzar insultos con los Slytherin era habitual. Jugarse bromas pesadas también, así como vengarse de ellas. Intercambiar pullas era el pan de cada día. Pero nunca habían llegado a las manos. Podía suponer la expulsión del colegio, en función del peso de tu apellido o el de tu oponente.

El de Lupin, un becado, no pesaba en absoluto.

Además, Sirius no se perdonaría en absoluto que Remus sufriese alguna herida.

—Puto maricón castrado lo será tu padre, gilipollas —escupió James, rabioso. Por la cara de odio de Snape, Sirius supo que James había dado en el clavo. También tenía esa habilidad, como Snape. Quizá eso era lo que hacía que su animadversión mutua fuese tan exacerbada—. Niñato de mierda.

Sirius se adelantó un paso, tratando simultáneamente de proteger a Remus tras de sí y de apoyar a James, pero no fue necesario. Este soltó a Snape, que cayó al suelo como un fardo, y se alejó de él para permitirle ponerse en pie, trastabillando, y refugiarse junto a sus amigos, que lo observaron con una suerte de sonrisa desdeñosa antes de volverse de nuevo hacia los merodeadores.

—¿Ocurre algo? —La voz de Regulus resonó en el pasillo con la autoridad del mocoso de quince años que era. Sacaba pecho para hacer destacar la insignia de prefecto que había conseguido ese año. Ninguno de los otros estudiantes de Slytherin poseía la distinción y Tampoco los merodeadores. Se suponía que un prefecto tenía autoridad para imponer sanciones menores, incluso a los alumnos de cursos superiores. Un sistema clasista que servía para perpetuar dentro del colegio las dinámicas que utilizarían aquellos alumnos que estaban en posición de escalar posiciones de poder. Que, casualmente, solían ser los más adinerados. Ni siquiera alumnos notorios como Snape, Lily o Remus, que se esforzaban muchísimo más estudiando que cualquiera de los otros y, aun así, ninguno había conseguido la insignia de prefecto.

—Sólo… paseábamos… —El mayor de todos los del grupo de Slytherin, un chico de séptimo alto, delgado y de pelo tan rubio que parecía blanco, arrastró las palabras con desdén—. Este colegio debería abandonar esta nueva moda de aceptar chusma entre sus paredes si quiere recuperar un ápice del prestigio que ostentaba antaño. Aunque me temo que mientras esté dirigido por ese vejestorio con ínfulas de progresista que es Dumbledore…

—Malfoy… —A pesar de la diferencia de edad, Regulus no se amedrantó. Malfoy lo miró con condescendencia y un rictus presumido en los labios antes de hacer un gesto hacia Snape.

—Será mejor que no nos ensuciemos la ropa. Estos necios sólo responden a la falta de razón con violencia y no podemos arriesgarnos a que nos contagien… su impudicia —espetó esta última palabra con tanto desprecio que, esa vez, fue James quien tuvo que sujetar a Sirius. Malfoy sonrió, encantado de haber despertado una reacción violenta con sus palabras.

—¡Sirius, basta ya! —lo reprendió Regulus.

—¡Oh, cállate Reg! —masculló, frustrado cuando Peter y Remus se unieron a James para contenerlo.

—Supongo, Black, que aquí tienes conflicto de intereses —cacareó uno de los Slytherin, consciente de la ventaja que suponía haber sido atrapado por un prefecto de su casa y, encima, menor que ellos.

—Como ha dicho Malfoy, yo sólo he visto gente pasear —respondió Regulus con cinismo, sosteniendo la mirada a sus compañeros, que sonrieron satisfechos y continuaron su camino. Tanto Malfoy como Snape miraron hacia atrás, uno con petulancia y el otro con la mirada teñida de odio y fija en James—. Deberíais regresar a la torre de Gryffindor.

—Cállate, Reg —repitió Sirius, cabreado, respirando con agitación todavía.

—Haré la vista gorda. Los Slytherin no se quejarán por esta vez, os lo aseguro.

—¡Ha empezado Snape! —protestó Peter, frustrado por la injusticia.

—Vete a la mierda, Reg —dijo Sirius, exasperado, notando que le invadía el agotamiento tras la adrenalina del enfado. Al escuchar a James, había comprendido qué insulto había activado la reacción de este: no le había insultado a él, sino a alguno de ellos tres.

—Me basta con que controles a los tuyos.

—Quizá deberías saber con qué clase de gentuza te juntas, hermanito, no vayas a deshonrar a la vieja Inglaterra alzando el brazo derecho igual que ellos —respondió Sirius, mordaz.

—Aquí nadie levanta el brazo ni secunda ideas tan… extremistas —dijo Regulus, escogiendo cuidadosamente sus palabras, pero sin titubear más que un instante—. Además, tienen razón. Si tenéis que convencer a alguien de algo, será mejor que no vayáis estampándolo contra las paredes si no queréis perder la razón.

—¡Eso es absurdo! —dijo Sirius. Después, inspiró profundamente, tratando de tranquilizarse. A Regulus debió de satisfacerle el gesto, porque asintió brevemente.

—Madre insiste en sus cartas para saber si vas a ir en Navidad a celebrar las fiestas con la familia.

—Está loca. —Sirius miró a sus amigos, que también parecen sorprendidos, pues todos conocían cuál era su situación, cómo terminaron las cosas en Grimmauld Place el verano anterior y tenían constancia de su breve estancia en casa del tío Alphard—. Me largué de casa hace meses, Reg. No he ido a unas putas Navidades en todos estos años y no voy a ir ahora.

—Creo que madre estaría… dispuesta a perdonarte. En virtud del espíritu navideño.

—Madre se puede ir a…

—¡Padfoot! —Fue Remus quien lo interrumpió. Seguía con los ojos abiertos de par en par, asustado—. Será mejor que nos marchemos.

—Será lo mejor. —Sirius inspiró profundamente de nuevo y luego se dirigió a su hermano con un rictus sarcástico en la voz y el rostro—. Feliz Navidad, Reg.

—Feliz Navidad, Sirius.

Regresaron a la torre de Gryffindor. Peter parecía aliviado. James estaba de malhumor, pero dirigía miradas de preocupación a Sirius. Remus, por su parte, tenía una expresión entristecida en el rostro. No pudo hablar a solas con él hasta varias horas después, cuando se cepillaban los dientes antes de marcharse a dormir.

—No lo saben. —Sirius miró a Remus a través del espejo. Había estado dando vueltas a ello desde que Malfoy había dejado caer su insinuación—. ¿Verdad?

—Era una tentativa —respondió Remus, que a pesar de su aire sereno seguía triste—. Creo que sólo pretendía confirmar que somos… que no somos… Como ellos. No que yo… —No terminó la frase, cabizbajo, con el cepillo de dientes en sus manos.

Sirius apretó los labios. Malfoy, como Snape y el mismo James, había disparado al aire un dardo certero que había dado en la diana y sólo el hecho de que ni siquiera osase imaginar nada más los había librado de insinuaciones más capciosas.

La pelea trajo consecuencias inmediatas. Al día siguiente, una furiosa Lily los había enfrentado a los cuatro en la sala común, enfocándose especialmente en James por haber golpeado a su amigo de la infancia. Estaba tan cabreada que Sirius y James guardaron silencio, poco dispuestos a convertirse en los chivatos del colegio. Cuando terminó su diatriba, no obstante, se sentó en la misma mesa que ellos. Eso sí era un cambio, según observó silenciosamente Sirius, pues en otro tiempo probablemente se habría marchado, ofendida, y no les habría vuelto a dirigir la palabra, al menos en un tiempo. Ahora los conocía mucho mejor y, a pesar de su enfado, no había dejado de apreciarlos. Sirius se alegró por James. Sabía que su amigo había estado preocupado por la posibilidad e incluso en este momento tenía la mirada perdida en el fuego de la chimenea, absorto en sus pensamientos.

Quien sí se levantó para marcharse fue Remus. Todavía conservaba la expresión entristecida en su rostro. Había estado muy silencioso desde la pelea y apenas había intercambiado unas pocas palabras con Sirius, que había dormido con él aquella noche. Los tres lo miraron con cautela y Lily, asombrada, tuvo el buen juicio de mantener la boca cerrada. Los ojos de color avellana de Remus chispeaban de furia, tan oscuros que parecían negros.

—Yo también tengo algo que decir. Prongs. —James frunció el ceño, sin saber qué venía después de la bronca que le había echado la chica que le gustaba y a la que había intentado por todos los medios no enfadar, sin éxito—. No hablo por nadie más que por mí, porque no represento a nadie, pero te rogaría que, en el futuro, te abstuvieses de utilizar un vocabulario como ese en mi presencia para insultar a otras personas. Sé que sólo repetías parte de lo que Snape había dicho porque estabas cabreado con él, pero lo que soy no es un insulto, una burla ni un chiste, ni siquiera para devolvérselo a quienes lo usan así.

—Lo siento. No… No se me había ocurrido —musitó James, aturdido. Los ojos de Remus destellaron, compasivos y Sirius tuvo que contener una carcajada, pues comprendió qué favor le acababa de hacer Remus a James, aunque dudaba que este, contrito y apabullado por tantas broncas seguidas, lo hubiese captado.

—Sabía que lo entenderías. Muchas gracias, Prongs —dijo Remus. Y se marchó en dirección al dormitorio, sin mirar atrás.

Lily también lo comprendió, sin duda, porque su expresión de enfado dio paso a una de desconcierto y luego a otra de sospecha.

—¿Qué es lo que dijiste, James Potter?

—Si Moony dice que no quiere que lo repita, no lo repetiré nunca más —dijo este, no obstante. Sirius y Peter pusieron los ojos en blanco, pero la nobleza terca de su amigo resultó más efectiva. El gesto duro de Lily se ablandó sustancialmente—. Incluso aunque él no esté delante.

—¿Black? —preguntó Lily, dirigiéndose a él, pero negó con la cabeza. Peter, que sería el candidato que Sirius habría escogido de querer un chivato entre los cuatro, también mantuvo la boca cerrada en solidaridad y lealtad a los merodeadores—. Tendré que preguntar a Sev, entonces.

Se marchó también. Sirius nunca supo lo que Snape la había contado al respecto, pero sí que habían vuelto a discutir. Era fácil de saber cuándo Lily y Snape estaban enfadados, sobre todo desde que no se hablaron durante más de un mes el curso anterior a causa de que la chica lo había rechazado para salir con James a Hogsmeade en una especie de cita de amistad. Además, su enfado con James se disipó, para sorpresa y agrado del chico, que había saltado de alegría en la intimidad del dormitorio por el alivio de no haberla fastidiado de forma irremediable.

Sin embargo, la tensión en el colegio recrudeció. En la mirada de Snape cada vez había más odio y se fijaba más a menudo en Remus. En varias ocasiones, Sirius descubrió a Malfoy inclinándose hacia Snape, susurrándole al oído con una sonrisa burlona y despectiva, mientras este miraba hacia la mesa de Gryffindor, donde estaban sentados James y Remus. Trató de advertir a James, de explicarle cómo funcionaba su familia cuando percibía una debilidad en un contrincante. Que Malfoy había descubierto que molestar a Remus y su sexualidad detonaría una reacción violenta en él y Snape iba a utilizarlo en su contra cada vez que tuviesen oportunidad, pero este había apretado los labios y, negando con la cabeza, le aseguró que no había de qué preocuparse.

James soportó, estoico y sin reaccionar, todos y cada uno de los «marica», «chapero» e insinuaciones acerca de la vida sexual de Remus que los Slytherin regaban allí donde podían oírlos. Una tarde, en el dormitorio, James había preguntado a Remus si eso era lo que deseaba. Este, que también había escuchado los mismos insultos sin dejar que la expresión de su rostro lo traicionase, había asentido con convencimiento.

—A quien insultan es a mí. No necesito que nadie sea mi paladín. Si yo no reacciono, no veo por qué tendrías que hacerlo tú. Y se cansarán antes si ven que no surte efecto —le aseguró. James, determinado, terco y leal, había asentido, conforme.

La primera recompensa a su estrategia había llegado cuando Snape no calculó bien el momento de deslizar uno de los comentarios insidiosos acerca de lo resbaloso que estaba el suelo por donde caminaba Remus y Lily lo escuchó. Sirius y James tuvieron que aplacar a la chica, que no comprendía por qué no se habían defendido. Remus, con una chispa traviesa y maliciosa en los ojos, había sonreído afablemente.

—Fuiste tú quien nos aseguró que pelearnos con Slytherin no era manera de solucionar ningún conflicto. —Lily entornó los ojos de forma amenazante, pero Remus había levantado las manos en son de paz para indicar que el comentario no tenía malas intenciones y que, en realidad, sólo estaba siendo coherente—. Sigo pensando que es mejor no darles lo que están buscando y deseando obtener. —Y, aunque Remus no lo dijo en voz alta, los demás merodeadores entendieron que todo el tiempo que los molestasen por la orientación sexual de uno de ellos no lo invertirían en buscar secretos más oscuros que sacar a la luz.

—Hay más cerebro en esa sesera tuya que en la de estos otros tres juntos, Remus Lupin. —James, Sirius y Peter habían soltado una carcajada al oírla, relajando el ambiente.

—Mis amigos me llaman Moony —ofreció este en respuesta. Y, así, Lily había pasado a ser una de ellos.

La relación de Lily y Snape se deterioró aún más, mientras que su amistad con James salió fortalecida. Esto cabreó todavía más al chico de Slytherin, que redobló los comentarios desagradables, decidido a encontrar nuevos puntos débiles a los que atacar, a pesar de la esperanza de Remus. Incluso, dejó de inhibirse cuando Lily estaba presente, arropado por las carcajadas de sus compañeros de casa, que lo alentaban y respaldaban.

—No eres uno de ellos. No tienes que ser como ellos —había dicho Lily, dolida, en una de las ocasiones. Los Slytherin se habían reído a carcajadas de ella. James se había encendido de furia, con el rostro enrojecido y una vena palpitando en el cuello. Sirius sonrió, feroz, al ver que Remus también había entornado los ojos, molesto, suponiendo que por fin iban a dejar de fingir ser sacos de boxeo y abandonar toda prudencia absurda, pero a Snape le bastó levantar una mano y chistar, con una mueca de desprecio en los labios, para enmudecer a los chicos que lo secundaban.

—A ella no —había siseado en voz baja mientras se daba media vuelta para marcharse, pero estaban lo suficientemente cerca para escucharlo.

A Sirius la situación se le estaba haciendo insostenible. Comprendía la estrategia de Remus y celebraba el acierto que había supuesto para evitar que James perdiese a Lily por defenderlo, pero no terminaba de ver claro que funcionase a largo plazo para evitar los insultos o que hurgasen aún más en qué podían averiguar sobre ellos para hacerles daño. Snape y los Slytherin, que no veían consecuencias en sus actos, sólo tenían que seguir buscando formas de entrar, o golpear una y otra vez en la debilidad de conocían hasta que un día tuviesen la suerte de crear una grieta por puro desgaste.

Los insultos, aunque solían ir dirigidos a Remus o a los cuatro a la vez, le dolían. Le dolían incluso aunque los escuchase dirigidos a alguien que no fuesen ellos por parte de otras personas que hasta ese momento él había concebido como gente amable. Se fijó en que, tras un comentario especialmente cruel de Snape, McKinnon había acelerado el paso con una expresión triste y cabizbaja y comprendió que él no era el único que se sentía así. O que Meadowes apretaba la mandíbula y dirigía miradas de desprecio al grupito de sus compañeros de casa, sentándose siempre lejos de ellos en el Gran Comedor. Y, precisamente por eso, sabiendo que eran dolorosos para ellos y para toda aquella persona que pudiera escucharlos de forma colateral, no comprendía por qué no plantaban cara de una vez por todas ahora que Lily estaba claramente de su parte y no iba a abandonar a James ni a Remus.

Una noche, Lily les contó en la sala común parte de la historia de Snape. Ella misma estaba tratando de comprender cómo ese niño que no había tenido una infancia fácil a manos de su padre, un hombre narcisista que golpeaba a su madre, en sus palabras, «para disciplinarla», se había convertido en un adolescente que ella estaba empezando a detestar tanto como ellos.

—Lo sabíamos todos en el vecindario, pero supongo que no está bien meterse en las casas ajenas, ¿no? —Según lo decía, Lily perdió fuerza en la voz, dándose cuenta de las implicaciones de sus palabras—. Tratábamos de cuidarlos, en general. A su madre y a él. Pero no tenía más amigos que yo. Era un chico inteligentísimo. No era amable, pero sí educado. Los otros chicos mayores le daban miedo al principio, no entiendo como…

Ninguno de los merodeadores se molestó en buscar una razón. La situación había llegado a un punto en el que el pasado de Snape no podía compensar la violencia del ambiente. La animadversión de los cursos anteriores tampoco ayudaba a empatizar con él, incluso aunque, como Remus advirtió, ellos también hubiesen contribuido a ella.

Lo que más le fastidiaba a Sirius era la cobardía de Snape. Nunca se movía sin su camarilla cómplice. No dudaba de que estos, de apellido noble y familias ricas muchos de ellos, no dudarían en despreciar a Snape y tirarlo a la basura en cuanto dejase de serles útil, pero un perro bien entrenado que sirviese para canalizar lo que fingían que no iba con ellos era divertido y útil. Y, probablemente, lo sería hasta acabar Hogwarts e incluso después, si Snape no era capaz de plantarse.

Todo se desmoronó una fría tarde de primavera.

Snape salía de uno de los cuartos de baños comunes que había en la zona del aulario, sin compañía. Ya había sonado la campana del cambio de clases y los pasillos estaban vacíos. James había estado esperando a Lily, que salía de una clase a la que ellos no asistían, para dirigirse juntos a la siguiente y eso los había retrasado a los cinco. De ellos, el más preocupado era Peter, que ya acumulaba suficientes sanciones con McGonagall como para otra tanda más de castigos de limpieza e iba rezongando y metiéndoles prisa cuando se toparon con Snape.

El chico los miró con tal gesto de desprecio que se le olvidó asustarse hasta que comprobó que, por una vez, tras su espalda sólo estaba la puerta del cuarto de baño vacío, delatando sin querer su soledad. Luego vio a Lily y le sonrió con descaro, como si fuese la única persona en el pasillo. James apretó los labios y resopló, indignado al ver el gesto conciliador e hipócrita de Snape.

—Llegamos tarde. —La voz suave de Remus rompió la tensión del ambiente. Sirius se forzó a apartar la mirada de la puerta del baño y a relajar la mandíbula. Se metió las manos en el bolsillo del pantalón, con los puños cerrados con fuerza.

Snape respiró, aliviado al deducir que se iba a librar de pagar todos sus comentarios, y levantó la barbilla de forma altanera.

Comenzaron a caminar de nuevo. El ruido de un grupo de chavales de primero, que llegaba tan tarde como ellos, atronó el pasillo al adelantarlos corriendo en dirección a su aula. Sirius, que se había quedado rezagado, renuente a dejar escapar a Snape en una oportunidad tan clara y dispuesto a enfrentar la sanción por saltarse una clase si era por ese motivo, pudo ver la escena claramente, casi a cámara lenta. Los chicos pasaron hábilmente entre ellos, sorteándolos sin detenerse. Peter gritó a los chavales, enfadado, cuando la mochila de uno de ellos le golpeó el codo. James sujetó a Lily de la cintura, atrayéndola hacia sí para evitar que chocasen con ella, pero aquello expuso a Remus, que estaba de espaldas y no pudo prevenir los empujones que lo derribaron cuando dos de los chicos lo sobrepasaron a toda velocidad, uno por cada lado.

—¡Moony! —gritó Sirius, con un mal presentimiento.

Remus era cuidadoso. Jamás se exponía a resultar lesionado salvo cuando seguía a James o a Sirius en alguna de sus escapadas nocturnas, que confiaba en que ambos, y también Peter, lo protegieran y cuidaran. Al caer de improviso y de frente, no le dio tiempo a amortiguar la caída con las manos, golpeándose la cara. Al instante, Sirius estaba a su lado, ayudándolo a levantarse.

Había demasiada sangre. En el rostro aturdido de Remus, manando sin cesar de su nariz y manchándole los labios, los dientes, la barbilla y chorreando hasta el suéter del uniforme y la camisa. Era tanta que Sirius tardó unos instantes en comprobar que no se había roto la boca y que sólo era la nariz. Roja, brillante y abundante, caía profusamente en gruesos goterones al suelo, ensuciando las baldosas. Confundido y con los ojos cerrados con fuerza, señal de lo mucho que le dolía, Remus ni siquiera intentó zafarse. Peter se había quedado petrificado en el sitio, pero James se había acercado tras empujar a Lily a un lado y gritarle que no se acercase, quitándose el jersey para utilizarlo a modo de enorme pañuelo y contener la hemorragia.

—Joder, sangra mucho, hay que llevarlo con Poppy —estaba diciendo James, mientras Peter, reaccionando por fin, gimoteaba que había que limpiarlo todo. Sirius lo escuchó distorsionado, igual que si estuviese sumergido en una bañera, con los latidos de su corazón martilleándole en las sienes. Pero sí oyó claramente a Snape, todas y cada una de sus venenosas palabras.

—Sabía que eras debilucho y enfermizo, Lupin, pero ¿tanto como para que tus amigos se desquicien por un simple sangrado de nariz? Menudo marica.

—¡No te acerques! —gritó James, de nuevo, aunque Sirius no sabía si en dirección a Lily o a Snape. O a ambos. Lily los miraba, asustada, a medio camino, detenida por la orden de James, repugnada por la insensibilidad de Snape y asustada por la visión de tanta sangre y la histérica reacción de sus amigos. Las rodillas de Remus fallaron un segundo y Sirius lo sostuvo para no dejarlo caer.

—A la enfermería. ¡Padfoot! ¡A la enfermería! —gritaba James, sin dejar de apretar el jersey sobre la nariz de Remus para detener la hemorragia, alternando frenéticamente la mirada entre Remus y Sirius, que miraba a Snape con inquina y mostrando los dientes.

—Adelante, Snivellus —dijo Sirius, mascullando sin apenas mover los labios por lo apretada que tenía la mandíbula, bromeando en un tono macabro y satisfecho por la expresión sorprendida de Snape—. Acércate y descubre por qué, maldito gilipollas lameculos. ¿No es lo que tanto ansías saber? No se puede tener conocimiento sin arriesgarse. —Snape, ya fuese porque era imbécil o quería saber, se adelantó un paso y se acuclilló, hundiendo el dedo en uno de los goterones de sangre de Remus del suelo, y lo observó con detenimiento, tratando de entender qué le estaba sugiriendo.

—¡No seas imbécil, Snape! —James se movió con rapidez. Obligó a Sirius a relevarlo apretando la nariz de Remus a través de su suéter y, en un instante, se adelantó hasta donde estaba Snape, sujetándole la muñeca férreamente. Sacando un pañuelo de tela de su bolsillo, limpió la mancha de sangre de su dedo y luego lo obligó a incorporarse—. ¡Lily! ¡Llévatelo de aquí y asegúrate de que se lava las manos a conciencia!

—¿Qué? —El rostro de Snape se demudó a una expresión de horror mientras miraba su mano y ataba los cabos en su cabeza, los datos que sabía ciertos y había utilizado con tanta puntería en las últimas semanas y las habladurías y rumores acerca de la peste de los gais con los que él mismo había atacado a Remus en no pocas ocasiones—. Eres un puto demonio asesino, Sirius Black. Y él… él… —No podía hablar por el terror y el inmenso enfado.

—Di algo de él y te mato —susurró Sirius, mostrando los dientes, pero James se puso delante de él y le dio un bofetón que escoció más que dolió y luego le sacudió de la pechera.

—¿Es que has olvidado el puto juramento, imbécil?

—Padfoot… —Bajo su mano, la voz de Remus sonaba pastosa y débil. De pronto, Sirius fue consciente del jersey que tenía en la mano, la presión que estaba ejerciendo en la nariz de Remus. De toda la sangre que manchaba su ropa, la de James y el suelo. De que era imposible de ocultar, de que Dumbledore podría expulsar a Remus por el riesgo que suponía una situación así. Comprendió que la había fastidiado. Que había hecho justo lo que no debía hacer en el peor de los momentos posibles.

—Nosotros limpiaremos esto, Padfoot. —James seguía conservando la cabeza fría y entre Remus y el bofetón, Sirius volvió a la realidad. Resuelto a obedecer cualquier orden más atinada que sus instintos, asintió—. Tú llévalo a la enfermería, Wormtail y yo limpiamos. Idos. ¡Ya!

«Lo sabe», pensó mientras llevaba a Remus, prácticamente en volandas, con una mano en la cintura y sin dejar de presionarle el jersey contra la nariz con la otra. «Lo sabe. Lo sabe y va a contarlo. Y van a expulsar a Moony por mi culpa», se repitió, notando una náusea en la boca del estómago.

—Que no toque nada, ni a sí mismo, hasta que se lave las manos a conciencia. —Tras ellos, James seguía dando órdenes, probablemente a Lily, pero por fin dejó la mente en blanco y se limitó a correr por los pasillos en dirección a la enfermería, gritando en una llamada de auxilio al atravesar la puerta del ala para avisar a la señora Pomfrey que, alarmada, salió a su encuentro.

Las siguientes horas fueron agónicas. Una vez atendido Remus y con la hemorragia contenida, Madame Pomfrey había obligado a Sirius a ducharse en la enfermería y desinfectar cada centímetro de su piel. Desnudo, había tenido que soportar que la enfermera examinase su piel para comprobar que no había lesiones abiertas en ella. Le había jurado que no se había tocado la boca, nariz u ojos con las manos manchadas de la sangre de Remus. Aun así, Madame Pomfrey le había advertido que sería necesario un análisis varias semanas después, para asegurarse.

—No pueden expulsarlo —había suplicado Sirius, con la garganta atenazada en un nudo. La enfermera había suspirado, negando con la cabeza, antes de darle permiso para vestirse y asegurarle que podría ver a Remus en unas pocas horas.

James y Peter llegaron a la enfermería antes de que eso sucediese. Los dos venían recién duchados y se habían cambiado de ropa. James le informó de que habían limpiado el suelo, primero con sus camisas, chaquetas y suéteres. Después, utilizando los enseres de limpieza y desinfectantes que habían saqueado de uno de los armarios donde se guardaban.

—Los hemos roto hasta dejarlos inservibles y los hemos tirado a la basura —le aseguró Peter, ante la mirada inquieta de Sirius.

—Y nosotros no nos hemos manchado más que las manos. Nadie más nos ha visto, todo el mundo estaba en clase.

—¿Snape? —preguntó Sirius, en un graznido indigno.

—Se lo ha llevado Lily, para ayudarlo a limpiarse y desinfectarlo.

—Van a expulsarlo.

—Ya imaginaba que no estaría sólo el señor Black implicado, siendo que ustedes siempre van juntos. —Madame Pomfrey los interrumpió, acercándose al escuchar sus voces hablando, y miró con severidad a los dos chicos, cuyo pelo húmedo los delató. Tendiéndoles un desinfectante cutáneo a base de cloro, les indicó sin hablar la dirección del cuarto de baño. Cuando salieron y Madame Pomfrey los examinó y dio su visto bueno y les proporcionó más ropa limpia, Peter se escabulló a escondidas con el bote en dirección a donde habían dejado a Lily y Snape.

El regreso de Peter apenas les trajo más noticias que las que ya podían suponer: Snape estaba sumamente enfadado y amenazaba con pedir una cita con el director Dumbledore y Lily estaba tratando de contenerlo, asustada y preocupada por Remus.

—Podéis pasar a verlo —les informó Madame Pomfrey al cabo de un rato. Los tres chicos se levantaron inmediatamente de las sillas donde estaban sentados, pero la enfermera no se movió del sitio, bloqueándoles el paso con un gesto demandante.

—Unos chicos de primero se chocaron con él. Fue muy rápido, ni siquiera se dieron cuenta de que se había caído —dijo James, mirando de soslayo a Sirius—. Hemos limpiado todo con los productos de limpieza de uno de los armarios y los hemos tirado a la basura. También nuestros uniformes manchados. —Intercambió otra mirada con sus amigos. Sirius se hundió más en la miseria—. Un… un par de alumnos lo han visto todo. Uno ha tocado la sangre del suelo con la yema del dedo, pero lo he detenido antes de que hiciese algo más y le hemos dado desinfectante también. —El tono de súplica fue evidente para todos—. No hay nadie más implicado, Poppy. No ha ocurrido nada. Todo el mundo está bien. Si Moo… Si Remus está bien, todo está bien. No ha ocurrido nada —repitió una última vez.

—¿El bote que ha desaparecido es el que le habéis dado? —Peter asintió, ansioso—. ¿Sólo la yema del dedo? ¿Sin heridas externas?

—No se me ocurriría bromear con algo así —dijo James, y Sirius tuvo que bajar la mirada, abochornado por haber sido el más imbécil de todos sus amigos. Él, que era quien mejor tendría que haber cuidado de Remus.

—Antes de que regresen a sus casas a pasar el verano, les haré una analítica rutinaria. Solicitaré al laboratorio un análisis en varias muestras de distintos alumnos. Sólo para quedarnos tranquilos —dijo Madame Pomfrey. Los tres dejaron escapar un suspiro de alivio—. Pero yo de ustedes no me preocuparía demasiado. Lo han hecho bien. Gracias a tener que atender al señor Lupin, he leído y aprendido mucho sobre lo que se está investigando y creo que puedo decir que han minimizado ustedes el riesgo al mínimo y han hecho lo correcto auxiliando a su amigo.

—¿Lo expulsarán? —preguntó Sirius en voz baja, estrangulada.

—Espero que no, señor Black. Desde luego, si ocurre no será con mi aprobación. Ahora, será mejor que no lo hagáis esperar más.

Remus estaba despierto cuando pasaron a verlo. Tenía el rostro amoratado e inflamado. Sirius quería abrazarlo y besarlo, aunque fuese en el dorso de la mano, pero no se atrevió a acercarse. James y Peter sí lo hicieron, rodeando la cama, preguntándole afectuosamente cómo se encontraba y bromeando acerca de su aspecto físico. Cuando Remus preguntó, James le hizo el mismo sucinto resumen que le había hecho a Sirius. Este, en cambio, sólo rezaba para que la tierra se lo tragase. Estaba sumamente agradecido a James por haber sabido reaccionar, por haber sido capaz de tomar las riendas de la situación, pero le torturaba no haberlo hecho él, haber permitido que la cólera se adueñase de él hasta tal punto de irracionalidad.

«Demonio asesino».

Las palabras resonaron en su cabeza cuando sus dos amigos los dejaron a solas para regresar al dormitorio. Sirius se sentó cerca de la cama de Remus, en silencio. No necesitó hablar. Podía pedirle perdón todas las veces que Remus lo necesitase, pero este estaba triste, enfadado y decepcionado, mirando al techo. No se movió del lado de su cama hasta el día siguiente, pasando la noche en vela al lado de la cama. Madame Pomfrey fingió no darse cuenta, pero no le permitió saltarse las clases. Antes de marcharse, Sirius se arrodilló al lado de la cama de Remus, sujetó su mano entre los dedos y le dio un último beso en el dorso de la mano.

—He sido un imbécil, Moony. No quiero pedirte que me perdones, porque eres tan buena persona que a lo mejor lo harías sólo para hacerme sentir bien. Pero me gustaría que supieses que lo siento muchísimo.

Se marchó antes de que Remus pudiese contestar, en parte aterrorizado por su posible respuesta.

Lily les había conseguido unas horas de silencio por parte de Snape, que los miró con el desprecio de quien sabía que tenía una carta ganadora cuando, al concluir la última clase, los cinco se reunieron en una vieja aula vacía y polvorienta.

—¿De verdad creéis que os vais a librar de esta sólo porque me intimidéis en una habitación vacía? —preguntó. Sirius lo habría mirado con desdén, pero no fue capaz. Ya se había dejado dominar por la ira una vez, en el peor momento posible. Estaba demasiado desolado, demasiado arrepentido, demasiado cansado; no había dormido en más de veinticuatro horas—. Sólo he accedido a venir porque me lo ha pedido Lily, pero os aseguro que si me hacéis cualquier cosa…

—No. —James sonó tan cansado como él. E igual de preocupado—. No queremos intimidarte de ninguna manera, Snape. Ni hacerte nada. Si hubiéramos querido hacerte…

—Él lo intentó —siseó Snape, airado. Sirius bajó la cabeza.

—Sólo dijo una tontería que no pensó. Y tú no eres tan idiota como para hacer algo más arriesgado que lo hiciste. —James, implacable, no cedió ni un paso—. Pero si lo cuentas, no será sólo Sirius quién pagará las consecuencias de su imbecilidad. Puedes delatarle a él e incluso a mí, si eso te satisface, pero deja fuera de esto a Remus. Di lo que quieras, que hemos tenido un comportamiento inapropiado contigo, que te hemos golpeado, que te estamos acosando…

—No miento por vosotros ni muerto, Potter.

—Sólo deja a Remus a un lado —intervino Sirius. Su voz sonó rara—. Él no te ha hecho nada. Nunca te ha tratado mal. Ni siquiera ha respondido a tus insultos. Si quieres odiar a alguien, ódiame a mí, pero si le haces daño a él sólo estarás pagando tu frustración con una persona que jamás habría hecho lo mismo contigo. Delátanos, pero deja a Remus en paz. Él no tiene la culpa de esto.

—No sabía que los Black eráis tan dóciles. ¿Te preocupa quedarte sin tu…?

—¡Sev! —lo interrumpió Lily, con el ceño fruncido—. ¿Cómo puedes decir esas cosas… así?

—¿Cómo puedes hacer que alguien ponga en riesgo su vida sólo porque estás enfadado? —rebatió Snape. Sin embargo, su expresión al hablar con Lily era distinta. Condescendiente. Melosa. Triunfal. Lily respiró profundamente antes de responder.

—No lo contarás. No sólo por lo que ha dicho James. No lo contarás porque si lo haces, nuestra amistad se romperá para siempre de forma irreparable. No me gustan tus nuevos amigos, esos con los que te pavoneas y cuyas ideas son… —Lily se estremeció—, pero si quieres ir con ellos por mí está bien. Si algún día crees que necesitas ayuda o que no son lo que pensabas que eran… estaré ahí para ti. Pero si lo cuentas… me perderás para siempre.

—¿Me estás dando a elegir entre mis amigos y tú?

—Estoy diciéndote que no me gusta la persona en la que te has convertido, Sev, pero que creo que algún día te darás cuenta de ello y me gustaría estar ahí para ti. Pero no podré hacerlo si le haces daño a uno de mis amigos. Les dijiste a los tuyos que no se metieran conmigo porque te importo. Haz honor a ello, por favor.

—Te lo ha pedido él, ¿verdad? Potter. —Snape pronunció el apellido con desprecio, pero James no se inmutó, con la mirada clavada en él.

—Claro que me lo ha pedido. Es su amigo. No quiere ver arruinada la vida de su amigo por un accidente tonto e imprevisible. Igual que yo no quiero ver arruinada la tuya por unas ideas que contradicen todo lo que aprendimos de pequeños en el pueblo.

—¿Te lo has follado? —El gesto de Lily mudó a una expresión de desagrado. James apretó la mandíbula y respiró hondo, pero no dijo nada. Peter puso una mano en el hombro de Sirius, reteniéndolo de forma preventiva, pero no era necesario. Con la cólera del día anterior convertida en arrepentimiento, importaba más asegurar el secreto de Remus que defender el honor de ninguno de los presentes.

—Sev…

—Es eso. Te lo estás follando. He estado a tu lado todos estos años, Lily. Todos estos años y te vas con él.

—Somos amigos. No puedes decir eso.

—Amigos. Eso es. Somos amigos y nada más. Pero el que ha aguantado todo: tu madre, tu hermana, tu angustia por no poder venir a Hogwarts, cuando yo también había solicitado una beca y no tenía una carta de recomendación como tú… Y así me lo pagas. Jugando a dos bandas hasta que encuentras a alguien que te gusta más de lo que yo te gustaré jamás, sólo porque a mí me tienes a tu disposición como amigo.

—No te debo nada —dijo Lily. Se había puesto pálida, impresionada por la crueldad de Snape—. No, al menos, como tú crees. Yo también he estado para ti. Querría haber podido seguir estando, pero no así. No de esta manera. —No intentó defenderse alegando que James y ella no estaban juntos. No preguntó por qué debería elegir. Sólo alzó la barbilla y apretó los labios, sumamente decepcionada—. Debí suponer que era inútil pedirte nada. Que te has convertido en uno de tus amiguitos, esos que creen que son mejores que el resto. Peor. Te has convertido en tu padre, la persona que más odias. Lo siento por tu madre, sinceramente, que siempre depositó todas sus esperanzas y sacrificios en ti y que acabará sufriendo dos matones en lugar de uno.

Atónitos, Peter, James y Sirius vieron cómo Lily salía del aula, azotando la puerta tras ella. Snape se había quedado congelado en el sitio, con una expresión de furia en el rostro y los ojos oscuros chispeando de rabia, pero no salió tras ella. Asumiendo que, finalmente, todas las cartas estaban encima de la mesa y que la conversación había sido una pérdida de tiempo, los tres abandonaron el aula sin despedirse de él.

—No lo va a contar. —Encontraron a Lily acurrucada en un alféizar cercano a la torre de Gryffindor, mirando por la ventana con los ojos húmedos y enrojecidos. Ninguno de ellos preguntó por qué lo sabía, teniendo en cuenta la deriva de la conversación, pero se lo dijo igualmente—. Él sabía dónde atacar para provocaros. Yo sabía qué tenía que decir para hacerle daño, para herir su orgullo. No lo va a contar. No creo que nos perdone nunca, ni a vosotros ni a mí, y es posible que no pierda ocasión de vengarse, pero no delatará a Moony.

No se equivocaba. El acoso por parte de los Slytherin se intensificó durante la siguiente semana, pero ninguno de ellos reaccionó. Sorprendentemente, seguían dejando al margen a Lily y ninguno de ellos mencionó la situación de Remus. Sirius no las tenía todas consigo, a pesar de lo que había dicho su amiga, y estuvo toda la semana en tensión, esperando el nefasto momento en el que todo se viniese abajo, pero no llegó a ocurrir. Los días transcurrieron con normalidad y, cuando Remus regresó al dormitorio el mismo día que hablaron con Snape, todavía con la cara hinchada, nadie mencionó nada más allá de una caída accidental sin más consecuencias.

Sirius no se acercó a Remus para disculparse de nuevo. Trató de respetar su espacio lo más posible. Este no se separó del grupo, como había temido que ocurriese. Al contrario, agradeció a Peter, James y Lily que le hubiesen ayudado. James le aseguró que Snape no diría nada, tratando de evitar que el propio Remus cometiese una indiscreción, pero este asintió una sola vez, murmurando que ya había hablado con Lily al respecto.

No habló directamente con él hasta que, una tarde, los dos se quedaron a solas en el dormitorio. James no tenía práctica de fútbol y hacía meses que Peter no salía con Rosier, así que Sirius dedujo que era una encerrona. Este no sabía que esperar, así que se sentó en el borde de su cama, la de Remus, por primera vez en lo que le parecía una eternidad a pesar de que sólo habían transcurrido unos días, insuficientes para que el moratón de la cara de Remus menguase.

—Perdón —dijo, anticipándose a lo que sea que le fuese a decir.

—Eres un completo idiota, Sirius Black. —Su nombre completo dolió en labios de Remus.

—Lo sé.

—Me lo prometiste.

—Lo siento.

—Sabes lo que podría haber ocurrido. —Por supuesto que lo sabía. Había pensado en su momento en que apenas había una remota posibilidad de que ocurriese. Le había tranquilizado varios cursos atrás al respecto. Había contribuido a convencer al propio Peter de que no tenía por qué ocurrir. Llevaba una semana torturándose por haberlo provocado.

—Un demonio asesino —musitó, terminando de hilar el pensamiento en su cabeza.

—¿Qué? —preguntó Remus, genuinamente sorprendido.

—Lo dijo Snape. Tiene razón. Me habría convertido en un demonio asesino. No es lo mismo ser un perro de mal agüero que un demonio asesino.

—Padfoot, eso vas a tener que explicármelo. —El tímido resoplido a modo de carcajada de Remus sonó como campanillas en sus oídos.

—Precisamente eso. Padfoot. Un perro de mal agüero.

—¿Lo escogiste por eso? —Sirius asintió, negó y luego se encogió de hombros. Remus se mordió el labio, pareciendo comprender.

—¿Recuerdas que madre me escribió hace un par de semanas para decirme que el tío Alphard había muerto?

—Oh, Padfoot… —Remus había comprendido su tortura—. No eres un perro de mal agüero. Tampoco un demonio asesino.

—Podría haberlo sido. Estuve a punto de cometer el mayor error de mi vida.

—Pero no lo cometiste. Y eres demasiado guapo para ser un demonio. Un ángel, quizá. Los ángeles son mensajeros. Un mensajero del mal augurio y la muerte. Me gusta, ángel de la muerte. Suena poético. Aunque sigue pegándote más Padfoot.

—¿Por qué estás consolándome tú a mí? Fui yo quien rompí mi juramento de protegerte, de no delatarte.

—Técnicamente, podríamos decir que Snape lo ha averiguado por sí mismo. —Sirius frunció el ceño, para él no era una excusa válida. Remus suspiró, negando con la cabeza y sentándose a su lado en la cama. Sirius se escurrió hacia abajo, arrodillándose en el suelo y apoyando la cabeza en sus rodillas, contrito—. Sí cumpliste el juramento. Sí, me expusiste y fuiste un imbécil, no te voy a dar cuartel en eso. Pero me protegiste. Trataste de enmendar lo ocurrido y proteger mi secreto. Te ofreciste en mi lugar. Me lo han contado Lily y James.

—¿Y por eso ya no estás enfadado?

—Por eso y porque te quiero. Con todos tus fallos, impulsos e imprudencias. Te había perdonado incluso antes de que me llevases a la enfermería y he vuelto a hacerlo varias veces más después. —Sirius alzó la mirada, inquisitivo—. Estaba asustado, no terminaba de fiarme de que Snape realmente callase y tenía las emociones hechas un lío. Yo tampoco soy perfecto a la hora de manejar crisis, ya ves.

—¿Puedo besarte?

—Siempre.

Con cuidado, Sirius se incorporó. Remus se inclinó hacia adelante y sus labios se encontraron. Lo besó con cuidado, procurando no hacerle daño en la cara, con alivio, agradecido por no haberlo perdido, y con amor, intentando corresponder sus palabras sin hablar en voz alta.


Notas:

- Lo primero de todo. El contacto accidental con sangre tiene un riesgo de transmisión ya que las vías de transmisión del VIH son sexual, sanguínea y vertical. Es necesario, eso sí, que el VIH penetre dentro del organismo, ya sea a través de mucosas (no sólo los genitales, también los ojos, por ejemplo) o por heridas directas. Me parece adecuado señalar que el riesgo medio de seroconversión al VIH tras una única exposición percutánea a sangre infectada por VIH (lo que ha ocurrido en este capítulo, vamos) es del 0,1-0,3%. Por comparar, virus como el de la Hepatitis B o la C tienen riesgos del 6-6'% y del 2%, respectivamente. Infinitamente mayores y hay menos prejuicios. Nunca dejéis de auxiliar a nadie. El riesgo nunca será 0, pero no merece la pena violar los derechos humanos y fundamentales por miedo a una exposición tan baja. Tampoco, eso sí, os expongáis innecesariamente a prácticas de riesgo.

- Otro de los cambios respecto al canon. Lucius Malfoy es cinco años mayor que Snape y los merodeadores. Aquí sólo es un año mayor para permitir a Sirius conocerlo en este capítulo. Así que el único que no había sido padre nada más terminar aquí también ha sido precoz de narices, como Lily y James xD.