Disclaimer: Todo lo relacionado con Harry Potter pertenece, por desgracia, a J. K. Rowling. Lo queer, de su fandom más combativo.

Trigger Warning: Sexo explícito. Masturbación mutua. Sexo oral y anal.


1977-1978

Arropado con el cobertor de su cama, Remus estaba sentado en el borde del alféizar con los pies colgando sobre el vacío, igual que años atrás. Peter seguía dormido, con la cabeza bajo la almohada y arrebujado en sus sábanas para contrarrestar el frío que entraba por la ventana abierta. James, en cambio, ya se había despertado y, con las gafas resbalándole hasta la punta de la nariz, leía Orgullo y prejuicio, el último libro que Lily le había prestado para leer, a la débil luz de la lamparita de su mesita de noche.

Sirius no le había visto leer tanto jamás, ni siquiera estudiando. La chica era una entusiasta lectora que siempre estaba hablando de libros con Remus y McKinnon cuando repasaban todos juntos en la biblioteca y James había empezado a interesarse en lo que leía. Primero para tener algo de qué hablar con ella. Después, porque no mentía cuando decía que le gustaba todo de Lily y que quería compartir los gustos que la chica tenía, porque si a ella le encantaba leer algo bueno tenía que tener. Y, por último, porque Lily era capaz de contar las historias de tal forma que hasta Sirius se quedaba intrigado con algunas de las que mencionaba y las había rebuscado entre los estantes de la biblioteca del colegio.

Dio los buenos días a James con un saludo silencioso de la cabeza. Este se subió las gafas con el dorso de la mano, levantando apenas la vista de la lectura. Había comenzado el libro la tarde anterior y apenas le quedaban un puñado de páginas para terminarlo, así que no debía haber dormido demasiado. Probablemente, pensó Sirius con diversión, había pasado la noche en vela, cautivado por la narración. No era la primera vez que ocurría en las últimas semanas. De hecho, Sirius había fingido indignarse y ofenderse porque habían pasado de trasnochar para correr aventuras y escaparse a los terrenos a, en su último año en Hogwarts, convertirse en ratones de biblioteca estudiosos y aplicados, algo que no era cierto, en realidad.

—Buenos días —susurró al sentarse al lado de Remus. Este estaba despeinado y observaba el cielo de color violeta que empezaba a iluminarse con los primeros rayos de sol en el horizonte. No le contestó, pero sí lo miró. Sus ojos de color avellana y miel sonreían.

Sirius no se había enterado cuándo Remus se había levantado, pero se había despertado al no sentir su cuerpo cálido y agradable apretado contra él. Ambos dormían en la litera inferior desde que el curso anterior Remus le hubiese perdonado su estupidez de forma incondicional. Tras las vacaciones de verano, los ánimos se habían enfriado lo suficiente como para romper la dinámica y, al regresar a Hogwarts, los Slytherin los habían recibido con silencioso desprecio. Snape no había vuelto a acercarse a Remus ni a Lily y solo mostraba abiertamente su desprecio cuando esta última no estaba con ellos; si no, fingía indiferencia. Sirius estaba seguro de que la ausencia de Malfoy, graduado a finales del curso anterior, influía en el cambio.

El incidente, como lo denominaron a partir de ese momento si necesitaban referirse a ello, había acercado más a James y a Lily. Esta, dolida por las palabras de su antiguo amigo, había asumido que en realidad hacía muchos años que lo había perdido, aunque ambos se hubiesen negado a admitirlo. James había sido lo suficientemente juicioso como para no negar que Lily seguía gustándole y, de hecho, le manifestó con claridad que estaba enamorado, que lo había estado muchos años, más allá del capricho inicial; pero también le explicó que no pretendía de ella nada más que amistad, si eso era todo lo que estaba dispuesta a ofrecerle. Con ello, se convirtió en un pilar confiable en el que Lily pudo apoyarse durante las semanas siguientes al incidente, en las que todos anduvieron un poco desorientados por lo ocurrido.

Ambos habían intercambiado una interminable correspondencia durante todo el verano. Sirius, que había vivido en casa de los Potter aquellos meses, negándose a regresar a Grimmauld Place para disgusto de Regulus y Walburga, aunque cada uno tenía razones diferentes para ello, había podido observar la forma en la que el rostro de James se iluminaba al ver cada carta recibida igual que el suyo propio cuando abría la correspondencia de Remus. Tanto Lily como Remus eran más prolíficos escribiendo que ellos, pero tanto James como Sirius habían contestado con denuedo todas sus cartas, ansiosos por reencontrarse al empezar el curso.

Para entonces, era obvio para todo el mundo que era cuestión de tiempo que James volviese a declararse a Lily y comenzasen a salir juntos, pero cuando regresaron a Hogwarts no hubo cambios. En Navidad, Sirius había pasado los últimos dos días de vacaciones con Remus en lugar de con los Potter, ya que este había preferido regresar unos días con su madre, que había empezado a dar muestras de agotamiento y enfermedad. James se había visto a solas con Lily al mismo tiempo y, aunque Remus y Sirius habían dado por hecho que empezarían el año con una nueva pareja en el grupo, el propio James lo negó discretamente cuando le preguntaron al respecto en el tren de vuelta a Hogwarts.

Lily había regresado antes que ellos y los esperaba en el sofá de la sala común que todos preferían, reservándolo con su presencia. Cuando James se inclinó hacia ella con la intención de darle un beso en la mejilla, un saludo que se había vuelto habitual entre ellos, Lily giró la cara, con una expresión traviesa en sus ojos que no escapó a la observación, ni a las burlas posteriores, de ninguno de los otros merodeadores, y el beso había acabado siendo en los labios.

—Espero que no sea necesario montarte una escenita a lo señor Darcy, Prongs. No eres precisamente Elizabeth —había dicho, entre carcajadas. Remus, que había captado la referencia, se había reído también. Sirius no lo había entendido hasta que este se lo había explicado por la noche y, a juzgar por el ansia con el que James estaba leyendo el libro, él había tardado unas pocas semanas más en pillarla.

Peter, en cambio, un poco desplazado por ser el único del grupo sin pareja en ese momento, había protestado por ir siempre a contracorriente. Pasaba mucho tiempo a solas en los terrenos y también se relacionaba con otras personas, en un leal intento de permitirles espacio y, al mismo tiempo, encontrar una forma de encajar que no supusiese verse atrapado entre dos parejas, por mucho que Lily fingiese detestar el contacto físico y que Remus y Sirius tuviesen que aparentar en público una enorme amistad en lugar de la verdadera relación que compartían.

—Es el último amanecer invernal que veremos desde aquí —susurró Remus, al cabo de unos momentos, cuando el fino arco del sol asomó por fin en el paisaje escocés, convirtiendo la oscuridad grisácea que se veía desde la ventana en una explosión de colores verdes y azules que presagiaban la llegada de una primavera fría.

—Veremos muchos otros desde otros lugares.

—E incluso esos. —Sirius comprendió por qué Remus estaba desvelado y sonaba tan pesimista. Le ocurría a menudo, al recibir carta de casa, y había estado bailando entre la alegría de estar con sus amigos y con Sirius en Hogwarts, y la preocupación y tristeza de no estar cuidando de su madre enferma.

—Sí. Pero estamos aquí y ahora, Moony. Incluso el día que veamos el último amanecer, será un aquí y un ahora.

—¿Crees que sabremos que es el último?

—No lo sé. —Sirius meditó en la pregunta—. Creo que yo no querría saberlo. Que cuando sea el último ocurra lo que tenga que ocurrir, pero me gustaría disfrutarlo sin pensar en que no habrá más.

—En cambio, yo creo que a mí sí me gustaría. Podría empaparme de las últimas luces, beberme todos los detalles, experimentarlo con más intensidad. Si tuviese que vivir el último amanecer del invierno de mi vida, querría que fuese a tu lado, Padfoot, para poder disfrutarlo y luego marcharme en paz.

—Quedan muchos años para eso, mi pequeño y macabro filósofo —lo reprendió Sirius suavemente, atrayéndolo hacia sí.

—Habló de ser macabro el ángel de la muerte con nombre de perro de mal agüero.

—Idiota… —Riendo entre dientes, Remus apoyó la cabeza en su hombro, suspirando de placer, y se acurrucó un poco. Sirius le besó la coronilla de la cabeza y, en silencio, ambos miraron el sol alzarse sobre el horizonte antes de que el despertador les avisase de que tenían que ponerse en marcha para la rutina diaria.

La primavera fue fría, como indicaban las previsiones. A las noches de tiritona tras bañarse en el lago o atravesar el bosque para llegar hasta Hogsmeade y colarse en algún garito nocturno les sucedían mañanas cálidas remoloneando debajo de los cobertores de la cama. En séptimo tenían muchas menos asignaturas porque se esperaba de ellos que seleccionasen aquellas en las que deseaban especializarse y empleasen más tiempo en estudiarlas, así que muchas mañanas bastaba con que alcanzasen a llegar al desayuno, postergando el resto de preparativos para más tarde.

El encuadre de los horarios quiso que, desde el primer día de clase, los martes por la mañana ni James ni Peter regresasen al dormitorio tras el desayuno y lo que inició como una excusa para que Remus entrase en calor se convirtió en una rutina en la cual no bajaban a desayunar, encubiertos por sus dos amigos, dispuestos a mentir por ellos con descaro. Una en la que podían besarse con lentitud, sin estar alerta por si escuchaban los pasos de alguien aproximarse al pasillo donde estaba el tapiz tras el que se escondían. Sin miedo a que alguien decidiese tirar la basura en los contenedores de los callejones en los que se ocultaban para besarse en sus escapadas a Hogsmeade. Pudiendo entrelazar los dedos o abrazarse sin temor a miradas indiscretas en la sala común que despertasen cuchicheos y rumores.

También fueron los primeros momentos en los que las manos de Sirius, más atrevidas que las de Remus, se internaron bajo la ropa de este para rozarle la piel de la espalda cuando lo abrazaba, tantear las costillas marcadas en su pecho y colarse bajo el calzoncillo cuando le sujetaba las nalgas para atraerlo más cerca de él y frotarse uno contra el otro, excitados.

Así se corrieron la primera vez, sin siquiera quitarse los pantalones o bajarse la ropa interior. Poco a poco, fueron volviéndose más atrevidos en sus caricias. Remus sollozó la primera vez que Sirius metió la mano dentro de sus calzoncillos y la movió suavemente hasta que eyaculó en sus dedos, embargado de un placer que después, relajado por el orgasmo, le contó que hubo un tiempo que creía que le estaría vedado de por vida.

—De todos modos, no deberías haberte manchado. Dijimos que nada de riesgos.

—¿Qué riesgo hay ahí? —preguntó Sirius, genuinamente. Estaba más que dispuesto a cumplir su promesa, pero no sabía todos los detalles necesarios y tenía la idea de que hacía falta un contacto más íntimo que ese.

—Esa es la cuestión, no lo sé con exactitud.

—Entiendo. —Aquella misma tarde, Sirius se escapó de Hogwarts, por los senderos del bosque largamente explorados en las noches de todos aquellos años, para llegar a Hogsmeade, buscando una farmacia. El pueblo no era grande y sólo había una botica que hacía las veces de farmacia. Al pedirle lo que deseaba, el dueño gruñó una serie de palabras ininteligibles que no sonaron amables y Sirius tuvo que marcharse con las manos vacías de vuelta al colegio.

Remus no se opuso a que siguiesen frotándose el uno contra el otro con la ropa puesta. Tampoco a dejarse acariciar por Sirius, aunque prefería relevarlo él antes de culminar su placer. Las escasas mañanas de martes que restaban hasta las vacaciones de Pascua hicieron de esos pocos días de remolonear en la cama momentos anhelados con desespero.

Hablaban mucho después del orgasmo. Siempre en susurros, disfrutando de la íntima conexión que se hacía más intensa durante unos instantes, cómplices y confiados. Remus le confió por primera vez detalles concretos sobre el SIDA, los pocos que sabía. Lo afortunado que era por haber encontrado médicos y enfermeras dispuestos a tratarlo, pero que no existía ninguno especializado y los que estaban en proceso todavía necesitaban averiguar datos exactos. La información fluía lentamente y era complicado para él saber qué eran suposiciones y qué hechos probados. Así como los medicamentos, que buscaban combatir más la debilidad de su sistema inmune que una cura efectiva que no sabían siquiera si era posible.

Llegaron las vacaciones de Pascua y Sirius habría deseado quedarse en Hogwarts con Remus, pero tenía en mente otros planes. Además, Remus pasaría parte de ellas en su casa porque tenía consulta médica y le preocupaba la salud de su madre, cada vez más deteriorada. Sirius se marchó a Godric's Hollow con James, aceptando la hospitalidad de los Potter una vez más, dispuesto a recorrerse en la moto todas las farmacias del pueblo y las de la ciudad más cercana hasta encontrar alguien que vendiese preservativos. La mayoría de edad no era problema, la había alcanzado casi medio año atrás.

Afortunadamente, no tuvo que desplazarse demasiado. En la segunda farmacia que visitó en Godric's Hollow, el farmacéutico, mucho más amable que el de Hogsmeade, le había proporcionado todos los que le pidió sin hacer más comentarios que una escueta felicitación por su prudencia en no ser padre a tan tierna edad. Sirius se rio y el hombre creyó que celebraba la broma en lugar de que estaba pensando en la ironía del asunto. Al enterarse, James le echó la bronca por no haberlo avisado para ir juntos y después fue a comprar algunos para él. Según le confió, Lily y él no habían pasado de los besos y las caricias más superficiales y castas, pero que prefería tenerlos guardados a que llegara el momento de necesitarlos y no tenerlos.

—Tengo que enseñarte una cosa —le susurró Sirius a Remus el primer martes tras las vacaciones, después de que Peter y James saliesen del dormitorio. Expectante por su reacción, le mostró una de las tiras de preservativos que había comprado. Como esperaba, Remus no saltó de alegría, pero tampoco se enfadó. Había llegado a conocerle lo suficiente como para saber que iba a necesitar unos segundos para procesarlo y tomar una decisión—. Dijiste sin riesgos. Con esto, hagamos lo que hagamos, no habrá riesgo alguno.

—El médico ha dicho que cree que la medicación nueva está haciendo efecto. —Sirius estuvo a preguntar si estaba seguro de ello, pero se contuvo. Remus seguía teniendo su eterno aspecto de tristeza y agotamiento, pero era cierto que, desde hacía unos meses, estaba menos delgado, sus ojeras estaban menos marcadas y le habían desaparecido las marcas de la piel. De hecho, había visitado menos la enfermería ese curso que los anteriores, de eso estaba seguro, porque llevaba la cuenta exacta de los martes que han pasado juntos en esa cama—. Ha dicho que no hay que emocionarse demasiado, porque… bueno, se suponía que era para ayudar con los catarros y todo eso, pero que aparentemente ha conseguido que coja peso y enferme menos.

—Es cierto. Todo va a salir bien, Moony. Poco a poco, se irán descubriendo más medicamentos, se sabrá más —prometió Sirius, besándolo en la punta de la nariz. Remus sonrió, aliviado al comprobar que la esperanza que apenas se atrevía a albergar en su corazón se veía reflejada en la de Sirius: cauta, pero optimista.

—También le pregunté por los besos.

—¿Ha estado preocupándote? —Remus se encogió de hombros, pero Sirius sabía que no había malas noticias, lo habría notado, incluso en su serenidad.

—No quiero correr riesgos.

—Nadie corre riesgos por besarse. Las demás parejas están besándose todo el tiempo, mucho más que nosotros, y a ninguno le pasa nada.

—Eso dijo el médico. Y también me contó que hay muchas otras enfermedades que sí se transmiten así y que no le preocupan a nadie, porque tienen un buen sistema inmune y sólo afloran cuando están enfermos o débiles por algún motivo. —Sirius frunció el ceño, sintiéndose nervioso y comprendió que, igual que para él comprar preservativos había sido una suerte de misión para esas vacaciones, para Remus lo había sido ir al médico y formular con exactitud todas sus dudas, por vergonzosas que le resultasen—. Dijo que, si teníamos llagas en la boca, no nos besásemos hasta que se nos curasen. Pero no por ti, por mí. Tú también puedes contagiarte de esas enfermedades, incluso aunque no desarrolles síntomas, pero a lo sumo pueden resultarte molestas —se apresuró a aclarar Remus.

—Perfecto —asintió Sirius de inmediato, conforme.

—Y que lo del otro día… lo de la mano… No debería ser un problema.

—Veo que le has interrogado a conciencia —dijo Sirius, riéndose suavemente.

—Sí. Sí lo hice, ¿verdad? Hasta el médico dijo que no se había dado cuenta de hasta qué punto había crecido y que era normal que un chico de mi edad sintiese deseo sexual.

—Pasas desapercibido por lo silencioso que eres, pero sin duda eres un Gryffindor.

—Supongo —dijo Remus, aceptando la burla.

—Así que deseo sexual, ¿eh?

—Nunca me he puesto uno. No sé si sabré… —Remus se rio, nervioso.

—Entonces, habrá que probarlo —dijo Sirius, que tampoco había utilizado un preservativo jamás, pero estaba dispuesto a fingir que sabía exactamente lo que hacía.

—Si no te importa, preferiría usarlos también para eso. Para lo del otro día. Aunque el médico haya dicho que no pasa nada. —Sirius asintió. Remus había conseguido vencer muchas de sus reticencias, casi todas, y sabía que, aunque estaba deseando disfrutar del sexo y del placer que ambos podían proporcionarse mutuamente, de la intimidad compartida, también estaba aterrorizado por perjudicarlo, por arriesgarse. De los cuatro, Remus siempre había sido el más prudente, contrarrestando a Sirius en el otro lado de la balanza, más impulsivo.

Gastaron los primeros preservativos esa misma mañana, entre risas e intentos frustrados. No venían con instrucciones y el farmacéutico no le había explicado a Sirius cómo hacerlo y a este no se le ocurrió preguntar. Si no hubiese estado en la casa de los Potter, compartiendo cuarto con James, a lo mejor habría cedido a la tentación de abrir uno y de probárselo por simple curiosidad. Se alegró de no haberlo hecho, no obstante. Fue divertido sentirse cómplice de Remus, de sentarse sobre sus muslos para acariciarse mutuamente en un juego improvisado en el que ambos descubrieron las nuevas sensaciones, diferentes, y se acostumbraron al tacto de la barrera que les permitiría atravesar las que se habían autoimpuesto para protegerse.

Aquel primer día Sirius creyó que no se acostumbraría al olor y el tacto del látex, acostumbrado a lo que habían hecho hasta ese momento, pero se equivocaba. Emplearon las valiosas horas de intimidad para probar y experimentar y ambos se las arreglaron para alcanzar el clímax entre caricia y caricia. La semana siguiente el olor dejó de importar. Como tampoco lo hizo el sabor, mientras Sirius miraba hacia arriba, con una mano en el abdomen de Remus para contener los impulsos inconscientes de sus caderas y se deleitaba con los ojos en blanco de este cuando alcanzó el orgasmo, que Sirius notó en su boca bajo el látex, caliente y repentino, pero contenido en su interior.

Cada martes, las caricias eran más audaces, mientras los preservativos utilizados se acumulaban sobre las sábanas, a su alrededor. Los dos adquirieron el hábito de preocuparse siempre del condón del otro, de sustituirlo cada vez que cambiaban de práctica, de deslizárselo mutuamente. Lo convirtieron en un juego, en una caricia sensual, algo tan excitante que formaba parte del proceso de enardecer el deseo del otro.

La primera vez que Sirius se deslizó en su interior, Remus lloró. Gruesas lágrimas resbalaban por sus mejillas, haciendo que sus ojos brillasen con un color más similar a la miel que a la avellana, y una abrumadora sonrisa transformaba su rostro en la expresión de felicidad por la que Sirius habría pagado su propia alma de haber sido necesario. Este se detuvo, preocupado por haberle hecho daño, pero Remus lo rodeó con las piernas, enredó los dedos en su cabello, tan largo que ya le llegaba hasta los hombros, y tiró de él para demandarle un beso. Sirius lo complació, besando sus labios y bebiéndose sus lágrimas. Después, para regocijo de Remus, que jamás se burló de él por ello, eyaculó sin siquiera moverse, incapaz de aguantar por el apabullante calor del interior de Remus, su expresión extasiada y la propia felicidad que él sentía.

Afortunadamente, pudieron repetir esa misma mañana y esta vez fue lo suficientemente largo como para que Remus también pudiera encontrar el placer de sentir a Sirius dentro de él más allá de que le suscitaba su amor y la intimidad compartida. Y todas las demás mañanas de los martes, incluso cuando los exámenes acuciaron y absorbieron la mayor parte de su tiempo libre. Las mañanas de los martes eran su oasis. Su nido de felicidad. Un mundo en el que sólo existían ellos, allí, durante ese tiempo.

Y, antes de que se dieran cuenta, llegó junio, los exámenes acabaron, se graduaron con notas sorprendentes por lo altas en el caso de Sirius y James, que habían mejorado en los dos últimos cursos, y por las menciones de honor para Lily y Remus, e incluso Snape, en un año atípico, como Dumbledore indicó en su discurso de clausura, por la cantidad de becados en los primeros puestos de varias de las asignaturas.

Se despidieron de Hogwarts con lástima. Tanto Sirius, que no tenía dónde regresar, como Remus, que había encontrado allí la felicidad por primera vez, lo habían llegado a considerar un hogar, con sus recuerdos buenos y malos. Pero, cuando entrelazó los dedos de Remus con los suyos, en el tren que los llevaba de regreso a Londres, antes de que este partiese a su casa, con su madre, el futuro era eterno y brillante.


Notas: Por si alguien necesita la aclaración: la masturbación mutua no es una práctica de riesgo para el VIH. Habría un riesgo mínimo y teórico si la persona tiene heridas las manos o si se produce eyaculación en los genitales. Y eso en caso de que la persona no sea indetectable, algo habitual en pleno 2023 en muchos lugares donde hay acceso a tratamientos que ayudan a reducir tanto la carga vírica en sangre que no es detectable. Sin embargo, este fic se desarrolla entre los años 70 y 90, donde incluso la información no estigmatizada tenía lagunas o no había llegado a todo el mundo. Los personajes reaccionan consecuentemente a lo que saben, no a la realidad.