Disclaimer: Todo lo relacionado con Harry Potter pertenece, por desgracia, a J. K. Rowling. Lo queer, de su fandom más combativo.

Nos acercamos al final. En la siguiente actualización publicaré el último capítulo y un pequeño epílogo, aunque en realidad ambas partes fungen como epílogos felices y tristes de ambas líneas temporales, respectivamente. Siempre se me hace raro llegar al final de las historias, pero estamos aquí y ahora, ya nos preocuparemos de ello la semana que viene.

Trigger warning: Sexo explícito. Suicidio asistido. Muerte de personaje principal.


1998 y 1999

—Estamos aquí y esto es ahora —le había respondido Sirius, aparentando una serenidad que no sentía, para después prometerle que haría honor a su deseo cuando llegase el momento adecuado.

No volvieron a tocar el tema durante varios meses. No lo necesitaban. Sirius comprende por qué Remus desea marcharse antes de tiempo, poder decidir mientras todavía tiene fuerzas y tiempo. Dejar el oasis de placidez y felicidad que han conseguido alcanzar a sus seres queridos, con todos los errores asumidos como parte del proceso vital que los ha llevado hasta allí, en lugar de apagarse lenta y agónicamente, agotando a quienes le rodean emocional, psicológica y físicamente. Siempre ha deseado ser capaz de elegir, saber que era el momento de despedirse y marcharse. Convivir con una espada de Damocles sobre la cabeza durante tantos años no le había robado la dulzura ni la paciencia, pero precisamente esas dos cualidades suyas son las que le hacen desear elegir, aprovechar sus últimos días. Al contrario que él, Sirius sigue prefiriendo no saber qué le depara el futuro. Ha aprendido que el presente es un bien precioso a conservar y que lo que hoy amas mañana puede no estar, pero acompaña a Remus en el proceso que él elige, viviendo el momento segundo a segundo, hora a hora, día a día, sin apresurarse. Se deleita en las sonrisas de Remus, que son más frecuentes desde que ha soltado el lastre que le suponía mantener su decisión para sí mismo y procura proporcionarle cualquier cosa que desee.

No ha puesto una fecha, ninguno ha hablado de ello, pero Remus recibe la llegada del verano pidiendo un único deseo antes de mirar a Sirius con cariño y complicidad. Celebran el cumpleaños de Harry en La Madriguera, la finca familiar de los Weasley. Sirius y Remus conocen por primera vez a la familia que ha adoptado a su ahijado, como los Potter acogieron a Sirius, gracias a su amistad con Ron. Asisten, complacidos, a la alegría de sus hermanos cuando este presenta formalmente a Draco como su pareja y cuando Hermione y Ron anuncian su reciente noviazgo, asegurando que retrasarán el compromiso hasta que la chica acabe sus estudios superiores. Él, en cambio, ha empezado a trabajar en el negocio de su hermano, consciente de que sus notas y la economía familiar no le permitirán finalizar una carrera universitaria, pero está dispuesto a aprender el oficio y ganarse la vida honradamente.

Remus entrelaza sus dedos con los de Sirius, con los ojos de color avellana empañados de emoción. Por un instante, Sirius tiene la esperanza de eso signifique que tenga la esperanza de seguir viviendo un poco más, de ver dónde desemboca esa nueva etapa que comienzan unos chicos tan jóvenes como eran ellos cuando tenían el mundo por delante y que han experimentado una vida completamente diferente, pero comprende que la decisión está tomada cuando Harry abre el regalo de Remus, compuesto de su viejo, pero cuidado, maletín de trabajo, lleno de libros con los principales manuales de la carrera de Física y el curso para obtener el certificado necesario para impartir clases.

Sin embargo, cuando el verano termina, aunque tanto él como Draco han declinado regresar a sus anteriores hogares y permanecen en Londres, mudándose a un pequeño estudio para estudiantes que comparten cerca del campus universitario, Harry les informa de que ha decidido tomarse un año sabático en lugar de continuar inmediatamente sus estudios como profesor. Ha recibido la herencia de sus padres y abuelos al cumplir la mayoría de edad y puede permitirse holgadamente ese lujo, pero aun así comienza a trabajar impartiendo clases de apoyo escolar para niños y niñas en una academia privada.

—Me servirá de entrenamiento para el futuro —ha dicho, mirando a Remus con adoración, que sonríe complacido al escucharlo.

Tanto Harry como Draco los visitan a diario. Harry acude por las mañanas, cuando Sirius está trabajando, y pasea con Remus y Teddy, sostiene con ellos conversaciones infinitas de hermosos recuerdos en Hogwarts, les cuenta anécdotas de su trabajo, filosofa sobre la vida, discuten sobre política, anota los libros que Remus le recomienda o escucha los consejos de este respecto a sus métodos de enseñanza. Draco llega a mediodía, antes de que Sirius llegue a casa, y cocina para todos, Teddy y Tonks incluides. Él sí ha elegido entrar en la universidad, pero sacrifica a diario esas pocas horas de estudio, que comparten en sobremesas que se alargan, instaurando una nueva tradición, alrededor de la mesa del salón en la que apenas caben. Se marchan cuando Harry tiene que entrar a trabajar, en una rutina marcada que llevan a rajatabla incluso los fines de semana, para que Draco pueda estudiar y Harry repase y no se desconecte completamente de sus hábitos escolares. Algunos de esos fines de semana, cuando Tonks trabaja de noche en el museo, se llevan con ellos a Teddy, que vive con entusiasmo las pequeñas excursiones que organizan a parques o cines y se emociona por dormir con sus padrinos, y dejan que Sirius disfrute de la escasa y apreciada soledad de la casa con Remus.

Sirius se bebe todos y cada uno de los días de la vida de Remus con el ansia desesperada del adicto que atisba el fondo de la botella que está bebiendo. Este se muestra súbitamente lleno de energía una vez más. Aunque cae agotado en la cama todas las noches, es capaz de seguir el ritmo de Harry, que se ha empeñado en que tenga una vida saludable. Eso incluye caminar en la medida de lo posible y tomar el aire fresco. Sigue impartiendo clases a Teddy, que finalmente no ha entrado en una escuela infantil, posponiéndolo un año. Al fin y al cabo, el niño adora a Remus tanto como este a él y ni Sirius ni Tonks tienen el valor de privarles de su mutua compañía varias horas al día. Además, no le falta ni un ápice de la formación básica que recibiría y el pequeño ha empezado a adoptar un lenguaje resabiado como consecuencia de relacionarse con tantos adultos más allá de sus juegos de parque.

El médico felicita a Remus por la aparente mejoría y lo anima mantener la rutina con la esperanza de que el progreso siga boyante. Celebran el cumpleaños de Sirius con optimismo y especulando sobre posibles planes futuros y este se permite albergar esperanzas durante unos meses, pero durante las Navidades y Año Nuevo, que Harry y Draco prefieren pasar con ellos, alegando que al año siguiente lo harán en Malfoy Manor, en una de las escasas tardes que reina la paz en la casa porque los chicos se han marchado con Teddy y Tonks a ver las luces de colores que adornan el barrio y jugar con la primera nevada del invierno, al leer uno de los libros que Remus le ha prestado, con fábulas de Esopo, comprende que sólo está asistiendo al canto del cisne.

—Eres hermoso —le dice esa misma noche, susurrando. Luego lo besa cadenciosamente, sin prisa, alargando el calor de Remus que lo envuelve antes de empezar a moverse lentamente, entrando y saliendo de su interior mientras los guía ambos hacia un relajante orgasmo que se derrama entre ambos, aliviando durante unos instantes sus miedos y esperanzas con placer.

Remus parece querer recuperar el tiempo perdido. Toman todas las precauciones posibles, pero está dispuesto a abandonar el mundo habiendo experimentado todo el placer posible al lado de Sirius. Los días que se siente con más energía, toma la iniciativa y obliga a Sirius a someterse a él, a dejarse cabalgar o a relajarse sobre las sábanas y disfrutar del cálido tacto de sus labios y su lengua. Otros días besa a Sirius y lo incita con caricias a ser él quien decida si quiere que se coloque bocarriba, para poder besarse mientras follan, o bocabajo, que es la postura que más le gusta a Sirius, porque afirma que es la más placentera para él. Cuando está más cansado, Sirius es capaz de entenderlo sin palabras y lo acaricia, lamiendo y chupando hasta que Remus alcanza el orgasmo y se duerme, relajado; o lo penetra mientras lo abraza en la cama, desde atrás, tras prepararlo con esmero y lentitud.

Se besan. Se besan mucho. Todo el tiempo. Tanto que Teddy pone los ojos en blanco cuando lo hacen, Harry y Draco sonríen con cariño y Tonks se burla de ellos, alegando que parecen adolescentes en su primer noviazgo. Se toman de las manos con cualquier excusa. Si lo hacen en la calle, todavía miran a su alrededor a veces y se percatan de las miradas despectivas, pero en general los dejan en paz. A Sirius le da igual lo que piensen o digan, sabe que va a echar de menos tomar las manos frías de Remus para calentarlas entre las suyas en lo más crudo del invierno y besar sus labios, ahora rugosos como los suyos, que siempre ha tenido la manía de mordisqueárselos, en la oscuridad de la noche, cuando el insomnio los sumerge en largas conversaciones susurradas al oído, y no quiere arrepentirse en el futuro de haber desperdiciando más momentos que todos los años que ya han perdido.

—Quiero ver el último amanecer del invierno —le dice Remus la noche de su cumpleaños, cuando después de hacer el amor le pregunta si quiere algo en concreto, algo que no le hayan regalado, durante una de esas charlas nocturnas. Acaba de empezar el tratamiento contra el linfoma, que ha tratado de postergar todo lo posible aprovechando las interminables listas de espera y eso lo desvela más de lo habitual.

«Incluso esos, algún día, serán el último amanecer invernal que contemplemos y ya no habrá más», había dicho, muchos años atrás. Sirius lo había olvidado completamente, pero el recuerdo vuelve a él, nítido, cuando Remus se lo pide.

Como hay tiempo para organizarlo, Sirius decide que no lo verán desde Londres. Se lo lleva al norte, de regreso a Hogsmeade. El viaje agota a Remus, pero no le borra la sonrisa. Tampoco lo hace el frío helador cuando abren la ventana del dormitorio. Sirius ha alimentado la chimenea con generosidad y el fuego arde en ella, intenso, a sus espaldas. Envuelve a Remus en una manta gruesa antes de buscar una para él y luego se sientan el uno junto al otro, observando el amanecer del último día del invierno elevarse sobre el cielo gris de Escocia e iluminar y llenar de colores el verde campo que se extiende ante sus ojos, con Hogwarts recortándose en el horizonte.

—Ha sido bonito verlo una vez más —dice Remus, apoyando la cabeza en su hombro, y Sirius intuye que no se refiere sólo al amanecer. Es el último día que hacen el amor. Lo sabe con certeza al terminar, contemplando a Remus dormitar con un sueño ligero mientras la luz del sol y la chimenea iluminan la habitación y comprende por qué este ha preferido saber cuál será la última de todas las veces que verá o vivirá, porque puede grabar el recuerdo en su memoria para no olvidarlo jamás.

Remus duerme durante todo el viaje de regreso, reposando la cabeza sobre Sirius, pero sonriendo. Sirius le acaricia los mechones de pelo y el rostro recién afeitado. Se ha quitado el bigote por primera vez desde que Sirius salió de la cárcel y le recuerda, en cierto modo, al chico imberbe que vio por última vez antes de entrar en ella. Le acaricia el pelo castaño, esperando que no lo pierda con el tratamiento.

Su deseo no se cumple. Es Draco quien se encarga de comprar una maquinilla de afeitar y de raparle el pelo. Al verlo sonreír sin fuerzas tras una de las sesiones de quimioterapia, Sirius sabe a ciencia cierta que el tiempo se ha agotado. Que Remus ha alcanzado el punto al que no quería llegar, pero no se atreve a proponérselo, a ser él quien saque de nuevo el tema. Marlene y Dorcas los visitan tras recibir una llamada de Sirius invitándolas al cumpleaños de Teddy. Las dos leen entre líneas sus palabras y arreglan sus asuntos para presentarse en Londres. Hermione y Ron aparecen también ese fin de semana, pero no sabían que se celebraba ningún cumpleaños. Sirius sospecha que Harry o Draco los han avisado, pero no sabe quién de los dos ha sido y no pregunta.

Teddy, que cumple cinco años, es una explosión de alegría y color en la vida de todos, todas y todes. Su adre lo mira, orgullose, cuando sopla las velas, hinchado de vanidad por conseguirlo a la primera. Nada más hacerlo, Teddy abraza a Remus, asegurándole que ha pedido que se «ponga bueno pronto». Remus mira a Sirius con los ojos de color avellana chispeándole de vida y Sirius disimula con la emoción por el abrazo de Teddy la que le ha suscitado que Remus quiera continuar entre ellos un poco más. El pequeño disfruta de las atenciones de tantos adultos apiñados en un piso tan pequeño durante una noche y permite que la alegría inunde las cuatro paredes en lugar de dejar que la tristeza se apodere de la obvia despedida de Dorcas y Marlene y la no tan obvia de Ron y Hermione, que prometen llamar más a menudo a partir de ahora en lugar de intercambiar correspondencia con su antiguo profesor, como venían haciendo para noticia de Sirius, que no lo sabía.

Remus ríe y celebra, y si no fuese por la ausencia de cabello y la extrema delgadez, demuestra poseer una vitalidad que Sirius no recuerda desde que enseñaba en Hogwarts. Incluso con Marlene baila en el exiguo espacio del salón y después se sienta en las piernas de Sirius, riendo a carcajadas por un ácido sarcasmo de Draco.

—Ojalá tardemos en regresar —dice Dorcas a la mañana siguiente al despedirse de él, cargando la pequeña maleta que han traído.

—Lo has hecho muy bien, Sirius. Lo estás haciendo muy bien —susurra Marlene con la voz ahogada cuando lo abraza para despedirse, antes de subirse al viejo coche que las dos mujeres han adquirido de segunda mano y que traquetea cuando Dorcas lo arranca. Sirius frunce el ceño, preguntándose si Marlene conoce el que sigue considerando uno de sus peores errores y cómo no fue capaz de cuidar correctamente a Remus en ese momento clave. Tampoco considera que esté haciendo nada bien o mal: sólo sigue a su corazón, pero Marlene sigue hablando. Tras ella, dentro del coche, Dorcas escucha y asiente, mostrándose de acuerdo—. Siempre te adoró. Lo supe desde el día que saliste con Dorcas. Esa tarde estaba enfadado y dolido, aunque trataba de no mostrarlo. Pude verlo cuando me dijo que no bajaría a la biblioteca. Pero no te tortures: fue feliz todos los años que estuviste con él. Te echó de menos cada uno de los días que pasaste fuera de su vida. Y recuperó la sonrisa cuando regresaste a ella.

Tras darle un beso en la mejilla, Marlene se sube al coche con los ojos anegados de lágrimas. Al cabo de unos segundos, aturdido, Sirius levanta la mano para despedirse, pero no está seguro de que ellas puedan verlo ya. Espera encarecidamente que se cumpla el deseo de Dorcas, pero no quiere faltar a su promesa a Remus, no a esta, y se determina a hablar con él.

Vuelve a casa, resignado a recoger los restos de la enorme marabunta de gente que cenó allí la noche anterior y comido antes de regresar a sus hogares. Tonks y Harry se han marchado a sus respectivos trabajos y sólo quedan Draco, que Sirius supone que necesita irse a estudiar, Teddy y Remus. El pequeño está durmiendo el sofá, agotado, con la televisión encendida. No debe haber tardado ni cinco minutos en caer rendido desde que los demás se han marchado. Draco no está a la vista. Suponiendo que está en la cocina, Sirius se dirige al dormitorio, donde han instalado una cómoda mecedora junto a la ventana para que Remus pueda leer sin cansarse la vista.

La puerta está entreabierta y Sirius se detiene al escuchar voces quedas. Draco está de espaldas a él, arrodillado ante la mecedora y Remus, que acaricia los cabellos rubios del chico con una mano, lo mira con compasión. No entra, porque no quiere interrumpirlos, pero tampoco retrocede. A pesar de sus recelos iniciales, ha desarrollado un gran afecto hacia Draco y no se debe solo a que sea la pareja que Harry ha escogido. El chico ha demostrado que tras su sarcasmo, orgullo y altanería se esconde una persona leal y ferozmente protectora con los suyos cuando por fin consiguen romper su muralla de hielo inicial. Y, a su semejanza, ha peleado contra los prejuicios de su familia, obteniendo más éxito que Sirius gracias a que no es tan impulsivo y sabe negociar con cautela y prudencia.

—Remus… —está diciendo Draco, con la voz tomada. Normalmente se refiere a cualquiera de ellos por sus apellidos, incluido el propio Harry. Remus también lo nota, porque sonríe, sereno y afable.

—Todo estará bien. —Sirius comprende qué es lo que le ha pedido el chico y recuerda que los Malfoy son una familia más tradicional, si cabe, de lo que eran los Black; y probablemente más religiosa. Remus también lo sabe tras convivir tantos años con él y con James despotricando de dichas costumbres, porque habla con voz pausada, pero firme—. Te bendigo. Cuida de Harry y de Teddy. No permitáis que Tonks esté sole. Sois familia, Draco.

—Somos sus padrinos —dice Draco, orgulloso, levantando la vista con fiereza hacia Remus, aparentemente satisfecho con la bendición de este—. No dejaremos que les pase nada. Los cuidaremos lo mejor que esté a nuestro alcance. Cuidaré incluso del chucho. —Sirius esboza una sonrisa, tratando de contener las lágrimas. Draco lo llama chucho para burlarse de él, porque entendió la referencia de su apodo a la primera, pero esta vez lo ha dicho con tanto cariño que se le ha notado en la voz—. Te lo juro, Remus.

—Mi familia me llama Moony —responde Remus, con suavidad. Draco lo mira unos segundos, con intensidad, y luego asiente una sola vez.

—¿Cuándo vas a hacerlo? —La habitación se queda en silencio unos segundos. Draco, no obstante, espera la respuesta con paciencia, sin presionar.

—Dentro de poco será tu cumpleaños —dice Remus, evasivo. Y Sirius entiende por qué no se ha marchado aún. No ha querido empañar fechas que deberían ser festivas y buenos recuerdos futuros con la fecha de su marcha.

—Y después será el Orgullo, el cumpleaños de Harry, y luego el de Tonks, y después el de Black y luego Navidad y Año Nuevo…

—¿Lo sabe Harry? —pregunta Remus, en cambio, angustiado por la idea.

—Se ha tomado un año sabático. —El habitual sarcasmo de Draco no tiene fuerza apenas. Y Sirius ya no alberga dudas de que fue su ahijado quien avisó a Ron y Hermione y que está apurando el tiempo junto a Remus de forma consciente—. No pasa nada si no quieres hacerlo. No es malo arrepentirse cuando llega el momento.

Sirius se alegra de la carrera que ha escogido Draco. «Será un gran médico, incluso a pesar de su apariencia arrogante», piensa, dándose cuenta de que eso le permitirá en posición de ayudar en el futuro a mucha gente como Remus. Que probablemente sea una de las razones por las que se decantó por esa rama. Es un chico inteligente, capaz de comprender que Remus se muere, pero también que desea establecer sus propios términos. Capaz de ofrecer consuelo sin condescendencia y abordar con asertividad y franqueza un tema que muchos adultos evitarían o ensuciarían con su moral.

No hay ni rastro del niño repelente que Harry le describió seis años atrás. Una vez más, Harry ha demostrado ser más parecido a Lily que a James, a pesar de su semejanza física con este. Como ella, se ha enamorado de un niñato rico e insoportable que ocultaba nobleza y unas enormes ganas de hacer bien las cosas en su interior. Y más a Remus que a Sirius pues, aunque Harry es impulsivo, sin su enorme generosidad para tender la mano a su contrincante caído y escuchar lo que tuviera que decirle, no habría podido derribar la barrera interpuesta entre ellos, aclarar los malentendidos y perdonar las imprudencias.

—Quería ver amanecer cada día una última vez —confiesa Remus, apartando la mirada hacia la ventana—. Incluido tu cumpleaños.

—A veces no somos conscientes de que hemos visto el último amanecer de un día, pero podemos recordarlo, aunque ya haya pasado —responde Draco.

—Tienes razón. Estamos aquí. Y esto es ahora. Eres una persona muy sabia, Draco Malfoy.

—Tuve los mejores profesores. —Ambos se quedan en silencio un rato—. El año pasado, telefoneamos en mi cumpleaños. Me habías mandado un estuche con un bolígrafo y una pluma estilográfica por correo, con tiempo para que llegase. Guardo la pluma para los documentos importantes. Confío que algún día entre el progreso en este país y pueda firmar el más trascendental de todos. Utilizo el bolígrafo para tomar apuntes en clase para recordarme que cada día puedo aprender un poco más. Sé que te di las gracias, pero nunca te había dicho que me hizo mucha ilusión recibirlo. A mí me parece un recuerdo perfecto para rememorar cada cinco de junio a partir de ahora.

—Es un recuerdo perfecto —coincide Remus. Dos lágrimas ruedan por sus mejillas, pero no se las enjuga.

—¿Necesitas que hable con él?

—No será necesario. Lo sabe, desde antes incluso que yo, aunque no haya dicho nada. —Draco asiente y se levanta, besando el dorso de la mano con la que Remus lo ha bendecido—. Nada tengo para regalarte en este cumpleaños que no te haya regalado ya, Draco Malfoy.

Draco se topa con Sirius al salir del dormitorio. Tiene los ojos rojos, pero secos. Y sabe que los ha escuchado hablar, pero no está enfadado por ello.

—Si necesitas ayuda, estoy seguro de que puedo…

—No. —Sirius suena más tajante de lo que desea, porque le aterroriza la determinación con la que Draco habla, lo dispuesto que está a cumplir su ofrecimiento. No quiere que empiece su carrera profesional corriendo riesgos y poniéndola en peligro, porque está seguro de que tiene grandes cosas que hacer por delante, pero no es capaz de hilar ninguna palabra coherente.

—Entiendo. Gracias por acogerme en vuestra familia, Padfoot. —Le aprieta el hombro con una mano al pasar a su lado y después, en silencio, comienza a recoger la casa. Sirius hace lo mismo después de arropar a Teddy para que no se enfríe mientras duerme.

Esa noche, Sirius revisa la medicación antes de acostar a Remus. El médico de este, el día que tantearon la posibilidad de no someterse al tratamiento para el linfoma, le había explicado a una enfermera cuál era la dosis exacta del potente analgésico que había recetado a Remus, recalcando con mucha claridad a partir de qué punto podría resultar letal exceder dicha cantidad, justo antes de que abandonasen la consulta.

Una mañana de principios de mayo, al toser, Remus esputa sangre. Mira a Sirius, que le limpia la comisura del labio con un paño limpio, con una súplica en los ojos.

—Soy un egoísta —dice Sirius, notando cómo su corazón se rompe en mil pedazos a pesar de lo mucho que ha anticipado en este momento, de todo lo que se ha preparado—. Tendría que haberte ayudado ya, pero veía que todavía tenías cosas que hacer y no quería…

—Lo se. Pero lo soy más porque, si bien no te lo pedí hace años, sí te lo pido ahora. —Sirius se arrodilla junto a la cama, y Remus comprende que escuchó su conversación con Draco—. Oh, Padfoot, mi valiente, imprudente y generoso Padfoot. —Remus sonríe. Su eterna sonrisa, afable, pero que le ilumina los ojos, incluso ahora que su rostro sólo es un eco del que fue algún día.

»Claro que te bendigo, Padfoot. Y te pido que vivas una vida plena y feliz, que sigas adelante por Prongs, por Lily y por mí. Por Harry y Draco. Por Tonks y Teddy. Por Dorcas y Marlene. Hazme feliz siendo feliz tú. —Incapaz de hablar, Sirius asiente y, como Draco unos días antes, le besa la mano—. La absolución no puedo dártela, porque uno no puede absolver los errores sin mala intención de los demás, por mucho dolor que le hayan causado. Pero, si es lo que necesitas, confesaré que te perdoné, incluso cuando creía que tú habías sido el responsable y que Peter estaba muerto. Porque te conozco, Padfoot, y sé qué hay en tu corazón.

—Querría que no te fueses… —La voz de Sirius se rompe. El pecho le duele con intensidad. Remus le acaricia el cabello, igual que hizo con Draco, y luego posa la mano en su mejilla.

—No me voy a ninguna parte. Siempre estaré aquí, contigo, emocionado por saber qué nuevas aventuras te depara la vida a ti y tus nuevos merodeadores. He sido muy feliz, Padfoot, incluso contando los peores momentos. Y lo sigo siendo, por mucho que haya llegado al final del camino.

—Avisaré a Marlene y Dorcas. —Sin embargo, no se mueve. Se queda a su lado mientras la medicación hace efecto, sujetando su mano, besando sus labios y susurrándole palabras inconexas, palabras que debió de decirle años atrás, que seguramente habría dicho si las circunstancias hubiesen sido otras, si hubiesen crecido en un mundo diferente donde ser libres.

Sirius no deja escapar las lágrimas, ni el sollozo que le ha atenazado la garganta y el pecho, hasta que Remus se duerme con placidez, contento de que la medicina le haya permitido marcharse sin dolor y en paz. No es consciente que ha dejado de respirar. Tampoco de en qué momento él, agotado por el dolor y la tristeza, por la injusticia, se queda dormido, con la mano tibia de Remus entre las suyas y la cabeza apoyada sobre su colchón.


Notas: Remus muere en el canon el 2 de mayo de 1998. Aquí lo hace a principios de mayo de 1999.

El canto del cisne es el último gesto, obra o actuación de alguien justo antes de fallecer. Se debe a una leyenda que dice que los cisnes cantan una bella canción en el momento antes de morir tras el silencio de casi toda su vida.

Como curiosidad, anoche fue la fecha en la que murieron James y Lily y a finales de esta semana sería el cumpleaños de Sirius. Sirva como conmemorativo estos dos capítulos.