Disclaimer: Todo lo relacionado con Harry Potter pertenece, por desgracia, a J. K. Rowling. Lo queer, de su fandom más combativo.
Trigger warning: sexo explícito un tanto rudo. Consumo de drogas recreativas y alcohol. Exhibicionismo accidental.
1979 y 1980
Sirius bailaba en la pista. No llevaba camisa ni recordaba en qué momento la había perdido. Estaba rodeado de más cuerpos sudorosos, iluminados con los colores de los focos que parpadeaban y se desplazaban por toda la discoteca. La música era atronadora, justo como a él le gustaba, y los colores eran sumamente brillantes por una de las pastillas que había tomado, compradas a un camello en el callejón trasero de la discoteca antes de entrar.
No sabía bien en qué momento habían perdido a Peter. La última vez que lo había visto estaba comiéndole la boca a una chica alta, subida además en unos tacones de infarto, en un rincón de la discoteca. James debía estar en alguna parte de la barra, cuidado por Remus. Sirius admitía que ahí, a lo mejor, se había pasado un poco. No había contratado a la stripper con la que llevaba semanas amenazándolo delante de Lily y burlándose de que así tendría una primera y última noche de locura antes de pasar por el altar de la pequeña iglesia de Godric's Hollow, ni había tenido intención de hacerlo. La propia Lily, que había aprendido meses atrás a ignorar sus bromas cuando se ponía pesado, lo había sabido por los guiños descarados que le había dirigido.
Así que, cuando había aparecido con un embudo, un tubo y varias botellas de cerveza, Peter y Remus habían puesto los ojos en blanco, pero no se habían opuesto a emborrachar a James en un tiempo récord. En algún momento de la noche, el festejado había perdido toda su ropa, excepto los zapatos y la interior, y luego había pasado por la fase de resaca antes de comenzar a beber de nuevo.
Una chica se le acercó mientras bailaba. Sirius se dejó llevar por ella, siguiendo el ritmo de la música con el cuerpo y la cabeza, que movía bruscamente para provocar que su cabello, negro y largo, flotase en el aire con suaves latigazos. Había rodeado a la chica por la cintura, en un contacto todavía inocente, cuando a su lado pasó un chico. Delgado, cabello castaño pegado a la frente por el calor, vestido con sencillez y ojos de color avellana que lo cautivaron, deslumbrándolo por encima de cualquier color brillante de las luces de la discoteca.
Se olvidó de la chica al instante, volviéndose hacia el chico, que lo miraba con los ojos entornados con una mezcla de malicia y diversión. No le impidió rodearlo por la cintura, atrayéndolo hacia él de una forma más íntima que como había hecho con la chica, frotándose con descaro contra su entrepierna.
—Un chico tan mono como tú no debería estar suelto —gritó en su oído. El chico respondió algo que Sirius no entendió. Iba a pedirle que lo repitiese, pero su cuerpo decidió tomar el mando y estampar un beso en sus labios, sin preocuparse de ser rechazado—. ¿Y si nos vamos tú y yo a hablar a otro sitio, mejor?
Con una risita complacida, el chico asintió. Sirius lo tomó de la mano para guiarlo hacia las escaleras que descendían hasta los cuartos de baño y lo empujó dentro de uno de los cubículos, sin molestarse en cerrar la puerta antes de arrodillarse en el suelo y desabotonarle el pantalón. Lo acarició para ayudarlo a terminar de ponerse duro y se detuvo cuando el chico sacó un preservativo, poniéndoselo con una pericia de la que Sirius no podía hacer gala en su embriaguez.
Remus gimió cuando Sirius se la metió en la boca, lamiendo con fruición. Enredó los dedos en el cabello largo y despeinado de este, tirando de él para controlar el ritmo con sutilidad y sin forzar. Sirius miró hacia arriba. Remus tenía los ojos cerrados, las mejillas cubiertas de sudor y una cara que delataba el esfuerzo que estaba haciendo por alargar el momento, por no terminar tan rápido.
—¡Oh, joder, tíos! ¡Podíais cerrar la puerta! —Al oír a James, Remus dio un bote por el sobresalto, hundiéndose más profundamente en la boca de Sirius, que encontró tan divertido el hecho de que su mejor amigo hubiese bajado a mojarse la nuca al lavabo justo en ese momento, delante de su cubículo, que empezó a reírse. El orgasmo de Remus se disparó al desconcentrarse, frustrándose en parte, sonrojado y tapándose los ojos con las manos para no mirar a su amigo a la cara que se reflejaba en el espejo.
—¿Qué pasa? —La voz pastosa y alcoholizada de Peter se oyó en el cuarto de baño. Se asomó al cubículo y gimió, fingiendo un intenso dolor en los ojos—. No, otra vez no… Tenéis que dejar de hacer esto, tíos. Vais a tener que pagarme la terapia psicológica. Además, de Padfoot todavía me lo esperaría, pero no de ti, Moony —dijo, bromeando a medias.
—¿Qué no? —James se rio a carcajadas.
—¿Cómo que otra vez? —preguntó Remus, asustado. Se estaba colocando la ropa lo más rápido que podía, apurado. Sirius no estaba seguro ni siquiera de que se hubiese quitado el preservativo y encontraba ese hecho sumamente divertido. Al contrario que Remus, que estaba tan abochornado como excitado por haber sido descubiertos por sus amigos y, al parecer, no por primera vez, Sirius lo encontró hilarante.
—Ahí tienes tu respuesta, Wormtail —dijo James, todavía riéndose. Todavía estaba prácticamente desnudo, arrastraba las palabras al hablar y se tambaleaba, borracho, pero no parecía que estuviese dispuesto a abandonar la fiesta.
—Allá os apañéis —dijo Peter, poniendo los ojos en blanco y conteniendo una carcajada—. A mí me está esperando una preciosidad ahí arriba.
—¡Cierra la puerta cuando vayáis a usarlo, no vayamos ver lo que no queramos! —aulló Sirius, riéndose a carcajadas, cuando su amigo empezó a subir los escalones. James, sin embargo, no se fue, dispuesto a quedarse con ellos el resto de la noche. Sirius intercambió una mirada con Remus, que negó con la cabeza, y luego suspiró. Al fin y al cabo, se suponía que era su última noche de fiesta como soltero—. Y nosotros será mejor que encontremos algo de ropa que ponerte si no queremos que nos multen antes de llegar al próximo garito.
Horas más tarde, cuando llegaron al hostal donde habían planeado dormir en lugar de regresar cada uno a sus casas y tras dejar caer a James, todavía sin vestir, dormido sobre su cama, Remus tiró de Sirius para llevarlo hasta el cuarto de baño que compartían con el resto de la planta, indicándole silencio con un dedo sobre los labios.
—Creo que alguien no había terminado lo que estaba haciendo —susurró, entre carcajadas. Había bebido mucho alcohol, pero a diferencia de James, Peter y Sirius, Remus no se había drogado aquella noche.
—Vas muy equivocado si piensas que voy a estar a tu servicio sólo porque la corrida te pillase desprevenido —dijo Sirius, burlándose. La amenaza no surtió efecto, porque ya estaba deslizando las manos por debajo del pantalón de Remus y apretando sus nalgas entre los dedos, excitado.
—Oh, entonces será mejor que nos vayamos a dormir. —En respuesta, Sirius le mordió el cuello, posesivo, y deslizó un dedo entre los glúteos de Remus, que suspiró y se agarró a su espalda y su pelo—. Aunque claro, a lo mejor lo que te asusta es que vuelvan a interrumpirnos.
—Entonces, va a ser mejor que te calles para que no nos oigan —dijo Sirius, apretándose más contra el cuerpo de Remus para besarlo antes de voltearlo bruscamente y tirar de sus pantalones hacia abajo, lo justo para descubrirle las nalgas.
Se puso el preservativo y luego empujó a Remus contra la pared, poniendo una de sus manos en la espalda y ayudándose con la otra para encontrar el lugar correcto. Lo había preparado deprisa y ansioso, pero Remus gimoteaba con voz muy queda, pidiendo más en un tono adorable.
—Va a ser imposible que lo haga rápido —comprendió cuando, tras un largo rato pugnando por ello, consiguió introducirse en el interior de Remus. Este se había quejado un par de veces, incómodo por la postura, que lo obligaba a estar más apretado de lo habitual, y la escasa preparación, pero le había suplicado que no se detuviese. Aunque sentía el interior cálido y apretado de Remus envolviéndolo, Sirius fue repentinamente consciente de la cantidad de alcohol y drogas que llevaba en el cuerpo y de lo que podían llegar a eternizarse los polvos esas noches.
—No importa —susurró Remus, mirando hacia atrás, ansioso—. El tiempo que necesites, Padfoot.
Así lo hizo. Perdió la noción del tiempo, mientras movía las caderas, sudoroso por el esfuerzo, con las piernas cansadas, pero demasiado excitado para detenerse. Metió los dedos de su mano libre, con la que no estaba manteniéndolo apretado contra la pared, en la boca de Remus para acallar sus gemidos cuando este llegó al orgasmo, largo e intenso esta vez, disfrutándolo plenamente sin la frustración de la interrupción. Sirius todavía tardó un largo rato más en alcanzar su propio éxtasis, tanto que el lubricante que había utilizado, proveniente de un sobrecito desechable y el que traía el propio preservativo, estaba empezando a secarse, pero tras terminar Remus se había afianzado sobre los pies como había podido, con los pantalones aprisionándole las piernas, para facilitarle el acceso y permitirle continuar a placer.
Cuando por fin se corrió, Sirius creyó que el momento jamás se terminaría.
Los siguientes meses fueron una locura. Los cuatro merodeadores vivían a caballo entre la euforia, la felicidad, la tristeza y la nostalgia. A los fines de semana de fiesta desenfrenada, regada de alcohol y cocaína en Londres, donde vivían Peter, Remus y Sirius en aquel momento, les siguieron el funeral de los padres de James, la burocracia para que Remus pudiese heredar la pequeña casa de su madre tras su fallecimiento y venderla para costear sus estudios, la desaparición de Regulus, las excelentes notas de Remus en su primer año de universidad, la boda de James y Lily y la noticia de que esta estaba encinta.
Sirius vivía al límite. De fiesta en fiesta, saltando de pastillas de éxtasis a rayas de cocaína para mantener el ritmo de la noche y procurando que no se notase durante el día. Como sus otros amigos, salvo Remus, había declinado cursar estudios superiores, prefiriendo buscar trabajo y empezar a ganar dinero. Peter se había incorporado a la empresa de su padre y disponía, por primera vez en su vida, de crédito casi ilimitado gracias a lo boyante de los negocios de su familia. James se había mudado con Lily a Godric's Hollow. Percibía suficientes rentas de la empresa de sus padres, una vez heredada, para tomar las riendas de su vida. Como ellos dos, Sirius debería haber empezado su carrera política o haberse unido a su padre para comprender el tejido industrial que los Black controlaban, tal y como su madre deseaba, pero no había idea que más detestase que esa. En su lugar, prefirió seguir a Remus a su pequeño piso de estudiantes, trabajar en todo aquello que podía para sacar dinero para mantenerlos a ambos y que este pudiese reservar sus becas para los libros y el material que necesitaba. A cambio, Remus lo seguía cada fin de semana que no tenía exámenes, dispuesto a bailar y follar con él hasta que el sol los sorprendiese en un amanecer más.
Thatcher ascendió al poder. El choque con la clase obrera no tardó en percibirse en muchas partes del país, pero en Londres ellos no se resintieron más allá de comentar, aliviados, que Remus había comenzado sus estudios superiores a tiempo. A la fotografía que presidía el diminuto escritorio donde Remus estudiaba durante largas noches, de los cuatro merodeadores y Lily el día en que James y ella se habían casado, pronto se le sumó una de un pequeño bebé, gordito y moreno, que dormía con placidez en brazos de su madre. El mismo pequeño que había, de algún modo, conseguido que Sirius echase el freno. En el momento en el que tocó la tripa hinchada de Lily ya en los últimos estadios del embarazo y el pequeño le había respondido con una fuerte patada, había levantado la cabeza hacia Remus con los ojos brillantes de alegría. James y Lily le habían pedido que fuese su padrino, alegando que le correspondía el primer turno por edad. El nacimiento de Harry no había cambiado su deseo de seguir disfrutando de la vida sin límite, sin preocuparse de qué le depararía al día siguiente, pero había hecho que muchos fines de semana, en lugar de arrastrar a Remus hacia las discotecas de Londres, ambos se montasen en la motocicleta de Sirius y viajasen las horas que los separaban de Godric's Hollow para estar con él.
—¿Queréis tomarlo en brazos? —había dicho Lily la primera vez que lo habían visto, pequeño y vulnerable. Sirius había asentido al instante. Remus había intentado hacerse más pequeñito.
El bebé era tan pequeño que apenas abría los ojos. Extrañaba el olor y el tacto de su madre y movía la boca al aire, buscando a tientas dónde engancharse. Sirius estaba tan seguro de poder sostenerle sobre una sola de sus manos grandes como aterrorizado de causar daño sin querer a algo tan diminuto y delicado. Orgulloso, como si el padre de Harry fuese él y no James, que los miraba con una expresión a medio camino entre la diversión y el enamoramiento, se volvió hacia Remus, presentándoselo. El bebé había tanteado con las manitas, buscando algo donde asirse, pero Remus, temeroso de tocarlo, no se acercó a él.
—Sabemos que no funciona así, Moony —le había dicho, comprendiendo. Siempre lo comprendía, los dos encajaban como dos piezas de puzle.
—Lo sé. Pero… Es tan pequeño. Tan frágil…
—El augurio de la muerte soy yo, ¿recuerdas? Y soy su padrino. —La idea lo angustió durante un instante—. No le pasará nada, ¿verdad?
—Claro que no. Serás un padrino estupendo. —Sirius le tendió de nuevo al bebé y esta vez Remus no se apartó, tomándolo en los brazos con sumo cuidado. Sus ojos se empañaron por la emoción cuando Harry enroscó los deditos con fuerza alrededor de su dedo índice.
Y Remus sonrió.
No sólo con los labios, en esa suerte de sonrisa afable que siempre parecía portar y que no restaba seriedad a la expresión de su rostro, sino con los ojos de color avellana. Llevaba sin sonreír desde que su madre había fallecido a causa de la misma enfermedad que le había hecho temer acunar a Harry entre sus brazos. Había sido un golpe duro, que Sirius le había ayudado a soportar como había podido, pues sabía que Remus no sólo estaba triste por la pérdida: también aliviado porque su madre descansase en paz y aterrorizado por estar atisbando su futuro.
Tras devolverle la felicidad, la esperanza y la luz a la sonrisa de Remus, Harry comenzó a berrear con fuerza, exigiendo regresar con su madre y ser alimentado. Con reverencia, igual que quien presenta su más preciada ofrenda, Remus se lo devolvió a Lily y luego se acercó a Sirius, que le rodeó los hombros con el brazo, atrayéndolo hacia sí para darle un beso en la frente.
—Tiene buenos pulmones. Será un chico fuerte. Un superviviente. Como tú. —Remus asiente con un ruidito, tiene la garganta demasiado cerrada para hablar—. Vamos a ser los mejores jodidos padrinos del mundo.
