Disclaimer: Todo lo relacionado con Harry Potter pertenece, por desgracia, a J. K. Rowling. Lo queer, de su fandom más combativo.
ESTAMOS AQUÍ Y ESTO ES AHORA
Es Harry quien lo despierta al entrar al dormitorio con el desayuno de Remus. Comprende, sin necesidad de que Sirius se lo diga, que este ya no está entre ellos. Deja la bandeja a los pies de la cama y, sereno, arregla la sábana que cubre las piernas de Remus con dulzura. Luego ayuda a Sirius a levantarse y lo abraza durante largo rato, en silencio, antes de salir del dormitorio y darle la noticia a Tonks y llamar a Draco, que regresa inmediatamente de la universidad. Tanto Tonks como él abrazan también a Sirius, une llorando desconsolade y el otro con la compasión del médico que ya es en su interior en la mirada. Es Draco, de hecho, quien se arrodilla frente a Teddy para explicarle con palabras sencillas qué ha ocurrido y le da a elegir si quiere ver a Remus por última vez o conservar sus recuerdos de él en vida intactos.
—¿Tú qué harías, tío Draco? —pregunta el niño, un poco abrumado por la información.
—Recordarlo tal y como era cuando te llevaba al parque y te daba clases. Pero no tienes por qué hacer lo que yo hubiese hecho.
El pequeño elige no verlo y Draco se lo lleva de la casa, charlando con él de lo mucho que ambos apreciaban a Remus y evitándole pasar el trago de ver su hogar invadido de personas extrañas llevándose los restos mortales de uno de sus mejores amigos.
Sirius insiste en llamar en persona a Dorcas y Marlene y es Tonks quien se encarga de avisar a la ambulancia mientras Harry telefonea a Ron y Hermione. Un médico certifica la muerte. La funeraria recoge el cadáver. Es Harry quien se hace cargo de todos los trámites. «Soy su ahijado» suena mejor que embarcarse en una explicación sobre el parentesco de Sirius que podría ser recibida con desprecio en medio del dolor. Los preparativos son muchos. La lista de personas de las que Remus quiso despedirse no es demasiado larga, pero la de antiguos alumnos, alumnas y alumnes que quieren presentar sus respetos en su funeral sí lo es.
El entierro no es multitudinario, pero sí concurrido. Han puesto un anuncio en un periódico local con la esquela y asisten muchas personas que lo conocían, aunque fuese de forma puntual. Desde antiguos estudiantes de Hogwarts, hijos de mineros y habitantes de Onllwyn a personas como ellos, que se enorgullecen un día al año y pelean todos los demás por hacerse un hueco en una sociedad que todavía no quiere verlos ni reconocer sus derechos.
Embargado por su dolor, Sirius es incapaz de reconfortar a Dorcas y Marlene más allá de abrazarlas y agradecerlas todo lo que hicieron por Remus, por cuidarlo hasta que él pudo regresar a su vida y por la generosidad de permitirle relevarlas cuando ocurrió. Harry lo flanquea, sujetándolo del codo y, a pesar de su propia tristeza, resulta un consuelo efectivo para él.
—Por una vez he podido despedirme —dice en un momento dado, y a Sirius se le calienta el pecho, porque él se siente igual.
Draco camina cerca de ellos, con Tonks. Llevan de la mano a Teddy, que observa a su alrededor con más curiosidad que pena, con la mirada inocente de un niño pequeño que está descubriendo por primera vez la tristeza y la nostalgia de echar de menos a alguien que ya no está. No hay pastor que oficie un funeral junto a la fosa del cementerio civil. Es Marlene, en una suerte de tradición de los años que Sirius no conoció, quien alza la voz para recordar a todos aquellos, muchos, demasiados, que el yugo del SIDA ha doblegado. A todas aquellas que tiraron las primeras piedras para defenderse y pusieron el cuerpo para protegerlos, para cuidarlos. A quienes se van, uno a uno, una a una, une a une, demasiado pronto. A quienes han tenido menos suerte.
El breve discurso se quiebra en un sollozo largo y roto que oprime el corazón de Sirius.
La gente se marcha lentamente. Al final, al lado de la tumba, sólo queda la familia de Remus que ahora se reúne alrededor de Harry, compartiendo su dolor en la intimidad.
—¿Padfoot? —le pregunta su ahijado, apretándole la mano cariñosamente, pero Sirius no contesta, con la mirada fija en la tierra recién aplanada.
Tres semanas después, Sirius se entera de que es seropositivo. Tras el funeral, exhausto de tanto llorar, un herpes se había adueñado de su labio inferior durante varios días. Uno característico de los que solía sufrir Remus en las temporadas en las que los besos quedaban descartados. Uno que, según le había explicado el médico, el mismo que había atendido a Remus, debería permanecer latente salvo que el sistema inmune presentase alguna debilidad. Eso había llevado a hacer la prueba. Aunque el médico, que sabía lo férreo que había sido Remus con respecto al uso de barreras, lo presentó como un mero trámite, Sirius lo había dado por hecho, recordando los largos años en la cárcel, la desesperación al poco de salir de ella, recuerdos borrosos que no habían vuelto a su mente hasta ahora, porque pertenecían a otra vida, a otro Sirius.
El primero al que se lo cuenta es a Draco. Este, sorprendentemente, maneja muchísima más información de la que esperaba. Más que él, incluso. Tras echar un vistazo a los resultados de su análisis, le explica que no tiene SIDA, aunque sí es portador del VIH y que su caso no es exactamente igual al de Remus. No todavía y que tiene posibilidades de que no lo llegue a ser nunca. Lo acompaña a visitar a otro médico, uno de sus profesores en la universidad, que le explica que algunos de los nuevos medicamentos retrovirales están dando buenos resultados en personas que están en fases tempranas, como la suya, e inicia inmediatamente el tratamiento.
—Si tomamos las medidas adecuadas desde ya, no tiene por qué suponer una condena a muerte —dice el doctor cuando le pregunta directamente, respondiendo con franqueza. Sirius se alegra de oírlo. No tiene ninguna intención de reunirse con Remus tan rápido, que tendrá que esperarlo. Había hecho promesas que tenía cumplir, sobre todo ahora que por fin ha conseguido pasar de ser una predicción de mal agüero al ángel que Remus necesitaba para poder morir con dignidad.
No se lo ha contado a Harry todavía. Draco tampoco lo ha hecho, alegando que no es un secreto que le competa desvelar, pero Sirius lo ha tranquilizado, asegurándole que lo hará más pronto que tarde. Prefiere que transcurra un poco más de tiempo, que se disipe el dolor reciente de la muerte de Remus y la herida cicatrice. Que la noticia no pese como una baldosa, que no remueva miedos. No quiere que Harry vuelva a interrumpir su vida. Quiere poder verlo como profesor, no como su cuidador. No tan pronto.
«¿Qué harás cuando me muera?», le había preguntado Remus pocos meses después graduarse en Hogwarts.
Estaban sentados en el porche de la casa donde había vivido la madre de Remus hasta un par de semanas antes, compartiendo un cigarrillo de marihuana que Sirius había conseguido. Había estado con él todo ese tiempo, apoyándolo y ayudándolo con todos los trámites necesarios. Remus no solía drogarse, aunque lo hacía a veces, con Sirius, si era algo como la marihuana, pero ese día se lo había pedido él, un tanto deseoso de evadirse y adormecer las sensaciones de su pecho. Sirius había temido que se sumiese más en la tristeza, pero el efecto había sido más bien ponerlo filosófico.
«No vas a morirte, Moony».
«Todos moriremos algún día. Y yo vivo con el mismísimo ángel de la muerte, ¿recuerdas?». Remus tenía la mirada perdida en el horizonte. Dio una calada y cerró los ojos, conteniéndola en los pulmones. Dejó salir el humo lentamente y le devolvió el cigarro a Sirius, que lo sostuvo en los dedos, pensativo.
«Moriré contigo. Iré allí donde estés, en el más allá, y buscaremos el velo de la muerte para atravesarlo de vuelta».
«Respuesta incorrecta, Padfoot. Una vez esté muerto, deja mis huesos en paz, no vayas a provocar un apocalipsis zombi». Remus se había reído, banalizando su propia muerte como sólo Sirius habría podido hacer en ese entonces. «No. Vivirás por mí. Somos una familia, los merodeadores. Tú serás mi ángel de la muerte, pero eres nuestro perro guardián, así que tienes que cuidar de tu familia».
«¿A quién quieres engañar? Prongs ha sido siempre el líder de esto, aunque se me ocurriese a mí».
«Los perros guardianes son protectores, no líderes, Padfoot». Al reírse mientras hablaba, Remus se atragantó con el humo y empezó a toser, iniciando una dinámica de risas y estertores de la que sólo salió cuando Sirius se levantó, rompiendo el momento, y entró a la casa para llevarle un vaso de agua.
—Viviré. —Sólo Marlene lo oye y lo mira con curiosidad. Se han reunido por el cumpleaños de Draco, más una excusa para consolarse y comprobar que están bien que para celebrar, pues el ambiente es melancólico salvo por Teddy, que está emocionado por la gran cantidad de velas que podrá soplar con su padrino. Están todes: Harry y Draco. Tonks y Teddy. Hermione y Ron. Dorcas y Marlene. Es obvio, desde su punto de vista, alrededor de quienes se reúnen, incluso estas dos últimas, dispuestas a amar al cachorro de Remus tanto como lo amaron a él—. Seré el perro guardián que querías que fuese. Viviré. Viviremos. Por ti, Moony. No nos vamos a rendir. Podemos hacerlo.
»Estamos aquí y esto es ahora.
Si has llegado hasta aquí, significa que esta historia ha resonado contigo, así que te doy muchísimas gracias. Espero no haberme excedido con el dolor, pero creo que es un drama que viene muy bien al ship. Para mí fue importante escribirla y llorarla en un momento donde es necesario no olvidar que aquello fue aquí y entonces, para seguir pugnando las batallas adecuadas ahora. Un enorme abrazo.
