Capítulo 1: Despertar en un mundo desconocido

El escenario era un espectáculo en sí mismo, un paisaje que desafiaba la lógica y la realidad. Shirou Emiya, un individuo que dejó su sueño de ser un héroe de la justicia para proteger a su hermana, Miyu, de las garras de los Ainsworth, se encontraba frente a Angélica, la hermana menor de Julián y antiguo amigo de Shirou, una mujer que poseía cabello dorados y ojos rojos que no mostraban signos de vida, pareciendo como si no tuviera deseos ni convicciones. Ambos se hallaban en el mármol de realidad proyectada por Emiya, la representación de su alma. Inmersos en un mundo que parecía un atardecer perpetuo, con engranajes gigantes bailando en el cielo, proyectando sombras y luces que teñían el horizonte.

"¡No voy a permitir que destruyas todo lo que es importante para mí!" gritó Shirou, sus ojos ardiendo con una determinación inquebrantable.

Angélica, sin embargo, respondió con una risa burlona mientras desataba una ola de espadas que parecían interminables contra un hombre que solo quería el bien de su hermana pequeña, aunque eso significara la destrucción de su propio mundo. Entre las chispas y destellos, el conflicto alcanzó su punto culminante, Angélica al ver que si seguía el combate podía darle más oportunidades al enemigo frente a ella, desató su arma más poderosa, una espada con un aspecto exótico y al mismo tiempo extraño a los ojos del pelirrojo, pero que al intentar analizarla solo le dio como respuesta un fuerte dolor de cabeza, una espada que con su sola presencia distorsionaba la realidad misma, esa espada era EA, la espada de la Ruptura. Viendo que la rubia iba a desatar el poder de esta arma desconocida ante sus ojos, sus instintos le gritaban "¡Peligro!", un cruce de miradas basto para que entendiera que si no usaba todo su arsenal no iba a ganar.

Usando todas las espadas de su mármol de realidad dio la orden para que todas fueran dirigidas a una sola mujer, una ola de espadas que no parecía tener fin que a la vista de muchos pareciera que la victoria estaba asegurada para el joven, pero que la mujer solo se quedó observando tal espectáculo con una mirada desinteresada y aburrida, decidida a no alargar más la pelea desató el poder de EA, la colisión fue como el choque de dos titanes desenfrenados, ninguno queriendo retroceder, pero que la victoria ya estaba decidida desde el principio, EA mostró su superioridad como la espada definitiva y empezó a tomar más territorio, destruyendo a toda espada que se cruzaba en su camino. El chico sólo sonrió a su inminente final ("Espero que seas feliz, Miyu").

— ¿Dónde estoy? —murmuró, su mente aún sumida en el recuerdo de la batalla que se desvanecía. Se encontró en una habitación desconocida, la suave luz del atardecer filtrándose por la ventana entreabierta.

La puerta se abrió lentamente, y la figura de un anciano se mostró.

— Te encontré en un bosque cercano, malherido y desorientado. Parecía que necesitabas ayuda.

Shirou observó con cuidado al hombre enfrente suyo, la mirada en sus ojos le decía que este hombre vivió una vida de guerras y penurias. El viejo que mostraba una cara de tranquilidad le ofreció una taza de té humeante, aceptando la taza y dejando que el calor del té lo reconfortara. El hombre habló:

— Me llamó Iroh y te encuentras en la Nación del Fuego, joven. Podrías decirme tu nombre y que te pasó para que te encontrara —anunció el hombre ahora conocido como Iroh.

(¿Nación del fuego?) pensó el joven magus.

Su mirada reflejaba confusión y desorientación. La Nación del Fuego no era parte de su mundo, y las implicaciones de su presencia en este lugar desconocido comenzaron a tomar forma en su mente.

— Chicho, ¿podrías decirme tu nombre y que te pasó para que te terminaras en tal estado? —Preguntó Iroh con genuina preocupación en su voz.

Sin revelar su origen, Shirou hablo:

—Me llamo Shirou y recuerdo estar combatiendo con una mujer de pelo dorado y luego... todo se volvió confuso.

Iroh avanzó con comprensión, percibiendo que había más en la historia de Shirou de lo que el joven estaba dispuesto a contar en ese momento.

—Descansa, Shirou. Mañana será un nuevo día lleno de misterios y descubrimientos. En la Nación del Fuego, siempre hay espacio para aquellos que buscan respuestas —añadió Iroh, dejando que el misterio de la noche envolviera la habitación.

Mientras Shirou se sumía en un sueño intranquilo, Iroh, con sus ojos que reflejaban curiosidad e intriga, reflexionaba sobre la presencia de este forastero en la Nación del Fuego y las posibles historias que aún estaban por desvelarse.