Las horas que siguieron a la toma de la pócima fueron terribles. En un principio Antonio no mostró señal alguna de notar sus efectos. Al borde de la prisión, Francis daba vueltas como un animal a punto de perder el juicio. A la media hora, empezó la pesadilla. Los quejidos de Antonio subieron de volumen mientras él se retorcía junto al tintineo de las cadenas. El sudor frío de la fiebre le empapó el rostro y pegó sus cabellos castaños a la frente y las mejillas. Después vinieron los vómitos negros, que con el tiempo se volvían toses adoloridas. Con un palo largo al que había atado un trapo húmedo, Gilbert se encargaba de hacer una limpieza superficial de aquel líquido pardo y apestoso.
Antonio tiritaba, con el rostro oculto entre sus brazos encadenados, mientras su cuerpo convulsionaba. De su boca no salía más que el vómito o sonidos que parecían más de un monstruo que de un humano. Francis intentó acercarse a él para secarle el sudor, darle la certeza de que no estaba solo, y desoyó las recomendaciones de Gilbert.
El veneno negro supuraba de los ojos oscurecidos de Antonio. Casi parecía más cerca de las arañas que de los humanos. Abrió la boca e intentó darle un mordisco con sus dientes humanos. Francis retrocedió por los pelos y cayó sobre el suelo húmedo y sucio. A su espalda, Gilbert agitó el palo para espantar los intentos ferales de Antonio.
—Ve a lavarte y despejarte un poco. Tenemos para rato.
Cuando volvió, Antonio había perdido el conocimiento y Gilbert aprovechaba para acabar de limpiar. El hedor, por suerte, había disminuido.
—¿Se ha acabado? —preguntó a media voz Francis —¿De verdad se ha acabado?
—No lo sé. Tenemos que esperar —sentenció Gilbert sin mirarle a los ojos, ocultando una culpabilidad que a Francis le hería—. Eso sí, hagas lo que hagas, no vuelvas a acercarte.
Francis se apretó contra la pared que había al lado de la puerta y cruzó los brazos temblorosos sobre el pecho. No escuchaba la respiración de Antonio y, desde donde estaba, casi le costaba ver el movimiento de su cuerpo al respirar. No podía ser. No podía perderle ahora. No con todo lo que habían peleado. El esfuerzo de Antonio no podía haber sido en vano.
De repente, escuchó un quejido flojo y devolvió la atención al mundo real. Antonio abría los ojos.
24. Superficial / ¿Se ha acabado? ¿De verdad se ha acabado?
