Nota de Mariandina: El 31 de agosto del 2020 se realizó una actualización a los 12 capítulos publicados. Se mejoraron detalles como la gramática y ciertas partes de la trama (sobretodo al primer capítulo). Todo esto fue gracias a la ayuda de Stellar Wools y Un Simple Escritor. Sin ellos, mi historia nunca hubiera mejorado.
Truenos, relámpagos y rayos retumbaban en cada rincón de la ciudad. El pronóstico del clima no erraba cuando predijo que sería una de las tormentas más fuertes que azotaría la localidad. El viento silbaba con furia mientras las gotas chocaban los techos y las paredes de las casas.
Acostada en su cuarto, se encontraba dormitando una adolescente llamada Sunny Flare. Una estudiante de la Cristal Prep. de 16 años con la piel esmeralda y el cabello corto de color morado, revuelto por las constantes vueltas en su cama. Su subconsciente reclamaba atención, atormentándola en el reino de los sueños.
—¡Dónde estás! —exclamaba en su sueño, más joven que ahora, exactamente 10 años menos.
La muchachita se encontraba en un oscuro pasillo, sostenido por altos pilares de mármol y rodeada de adultos sin cara vestidos de cuello y corbata.
—¡Papá, dónde estás!
—Se fue —dijo una voz muy familiar para Sunny. Era Sunbed, su madre. Una mujer tan bella como el sol, vestida de elegante traje.
—¿Hacia dónde? —preguntó la niña.
La madre ignoró la pregunta mientras llevaba a la hija de la mano. La joven miraba a todos lados en busca de su padre.
—¡Papá, papá, dónde estás! —gritaba Sunny, mientras los seres pasaban a su lado sin inmutarse.
Caminaron hasta llegar a una gran puerta de madera. Al atravesarla, se encontraron con un ente negro dentro de un coche amarillo.
—Las estaba esperando —dijo el ser con una voz tan profunda como la noche.
La madre entró e inmediatamente obligó a la hija subir. Una vez dentro, la niña encontró a su padre, parado en la entrada del edificio del cual recién habían salido.
—¡Ahí está papá! —exclamó Sunny apuntando a la puerta—. ¡Mamá hay que bajarnos, ahí está papá! —rogaba, apoyando sus manitos en aquella pared cristalina.
Sunny repitió una y otra vez esas palabras sin inmutar a su madre. La niña lloró, gritó, e hizo el mayor berrinche de su vida con tal de llamar la atención.
—¡Ya quédate en paz! —estalló Sunbed—. ¡No nos vamos a detener oíste, y si no quieres dormir sin cenar será mejor que te calles!
La pequeña detuvo de golpe su berrinche, horrorizada por el feroz comportamiento de su madre. Lentamente dió una última mirada hacia atrás, viendo cómo su padre desaparecía en el horizonte.
—Papá… —dijo por lo bajo—, no nos dejes, papá…
Con el silencio de su habitación, Sunny pudo escuchar un sollozo. Miró a todos lados buscando el origen de tan melancólico ruido, para darse cuenta que lo originaba ella.
«Entonces… todo fue un sueño, —se dijo, dando un suspiro— No, fue un recuerdo».
Sunny se quedó estática con la vista en el techo. Reflexionaba sobre la repentina separación de sus padres. Según sus recuerdos, ellos disfrutaban de su amena vida en el centro de la ciudad. Todos los días recogían a su hija tras salir del trabajo y jugaban con ella en el parque hasta el atardecer, hora donde volvían a la casa para charlar alegremente sobre su día. Fue una época hermosa, hasta que, de la noche a la mañana, su cálido hogar fue reemplazado con un campo de batalla. Sunbed había encontrado irrefutables pruebas sobre la infidelidad de su cónyuge, terminando el matrimonio con un abrupto divorcio e impidiendo al padre visitar a la niña.
Con solo recordar en las discusiones, sintió una presión en el pecho. Rápidamente distrajo su mente enfocando su atención en el nuevo escritorio que su padrastro le dió.
«Pero quién coño regala un escritorio» pensó mirando el mueble, que, además, era bastante feo.
Sunny aún no creía que su madre se fuera a casar con un hombre tan testarudo como Laurel. Desde el primer día en que vivieron juntos (porque a su madre le pareció buena idea presentarle a Laurel, informarle el futuro casamiento y mudarse a su nueva casa, todo en el mismo mes) supo que era un militar a toda regla: distante, inexpresivo, con poco tacto para tratar a los demás y siempre mandandolos como si fueran soldados.
Pero lo peor de Laurel no era su personalidad, sino su hijo. Un fanático de la informática con una edad similar a ella, que no dejaba de mirarle el trasero cada vez que podía.
Por suerte, Sunny lograba intimidarlo sin tener que recurrir al taekwondo .
«¿Cómo se llamaba? —intentaba recordar— tenía que ver con computadoras. No, con papas fritas. ¿No será Chips? No, ese era su apellido».
Sunny continuó pensando en su familia hasta que una picazón en los ojos le llamó la atención. Recordó que no se había quitado el maquillaje antes de acostarse. De mala gana caminó hacia el baño, pues este se encontraba afuera, conectado por un pequeño balcón cerrado que unía su habitación con la de su hermanastro.
« quién le pareció buena idea este diseño» pensó antes de ingresar al lavado de golpe.
El muchacho se dio media vuelta cuando escuchó el rechinar de la puerta. Vió una sombra antropomorfa en la entrada, con los ojos negros, iluminada por un rayo. Cayó del susto, lanzando un fuerte chillido a la vez que resonaba un trueno. No tardó mucho en acomodarse sus gruesos lentes y darse cuenta que solo se trataba de su hermanastra.
—Casi... me matas… —expresó posando su mano en el pecho.
Sunny lo ignoró y se limpió la cara. Al verse en el espejo comprendió las palabras de su futuro hermanastro «Al aparecer ya tengo el disfraz para halloween.
El muchacho se recompuso del susto, algo dolido tras golpear su huesudo trasero.
«Maquillaje corrido, ojos rojos. ¿Acaso estaba llorando?» pensó al ver el rostro de Sunny. —¿E-estás bien? —preguntó titubeante; ha tenido mala suerte al interactuar con Sunny.
—Sí, solo… esa estúpida película me dio pesadillas —respondió desganada.
Eso le sorprendió. No esperaba que algo tan simple como un mal sueño afectara a la impandeable barra de acero llamada Sunny.
—¿De qué trataba?
Sunny miró la cara del muchacho, la sinceridad y buena fe eran claramente visibles en sus ojos. «Si hablo con él seguramente me recuerde su nombre» pensó antes de responder.
—Se trataba sobre mi padre, hace tiempo que no lo veo.
—Debió ser alguien genial.
—Lo era —dijo Sunny, melancólica—, cuando era niña salíamos todos los días al parque. Jugábamos a la pelota, a las escondidas y otros juegos similares. Ocasionalmente teníamos competencias con otras familias para ver quién era la más genial, donde el ganador era invitado a comer. Fue divertida esa época y de vez en cuando me junto con mis viejos amigos. Neon Flower quiere mudarse a Japón el próximo año y Rock Paper planea crear su propia empresa constructora. Apenas sabe restar y quiere dirigir una empresa.
Sunny rio un poco y anchó los brazos, como si rebosaran de músculos.
—¡Bien, ya está lista la casa! —dijo ella agravando la voz—. Pero si esto no es lo que pedí —continuó como el cliente, con un tono más agudo—. El plano decía específicamente 200 metros de entrada y no 20 .—Hizo una pausa para cambiar de papel—. ¿Planos? Quién necesita eso cuando tienes talento construyendo.
El muchacho se rió ante la escena, eso animó a Sunny a continuar relatando. El tiempo pasó volando mientras él escuchaba con atención las anécdotas de su hermanastra, a pesar de congelarse por el frío.
—...Y por eso llevo el pelo corto —dijo Sunny terminando de hablar. Se formó un silencio incomodo que decidió romper preguntando sobre su nueva familia—: ¿Y cómo es Laurel?, aparte de apuesto.
—Realmente... no lo sé. Pocas veces conversamos y muchas menos compartimos —contestó rascándose la cabeza con desánimo—. Si te soy sincero, me gustaría pasar más tiempo con él y, no sé, formar una verdadera relación entre padre e hijo.
—Pues estás de suerte. Justo hoy escuché a Laurel decir lo mismo —comentó ella rememorando la tarde:
Sunny lavaba los platos tras terminar de almorzar. Originalmente le tocaba a Chips, pero él se libró de la tarea excusándose con el estudio. Ahí fue cuando escuchó la conversación de los padres.
—Sunbed, necesito tu consejo —dijo Laurel una vez estuvieron solos—. La paternidad no es mi fuerte. He hecho todo lo posible para fraternizar con el muchacho pero no he conseguido buenos resultados. Mi hijo no es como los cadetes de la academia. Él es más blando, más tímido y más inteligente que ellos. No puedo mandarlo a dar 20 vueltas como castigo o encerrarlo todo el día haciendo tarea.
—Sé cómo te sientes. También he sido madre soltera y sé lo difícil que es criar a una hija sola.
—Pero al menos tú puedes expresarte fácilmente.
—¿Tú no?
—No completamente. ¿Recuerdas cuando me presentaste a tus padres?
—Sí, sí, aún lo recuerdo —dijo Sunbed entre risas —Parecías un robot frente a ellos.
Laurel esperó a que su futura esposa terminara de reír para continuar.
—A lo que voy es… que me cuesta socializar con mi hijo. Ese tema de la computación y jueguitos no lo entiendo mucho y no tenemos nada en común.
—No te preocupes Laury, eso se puede arreglar. —Sunbed abrazando a su amado—. El siguiente fin de semana podríamos recorrer la colina. Una actividad al aire libre nos ayudará a conocernos mejor como familia. Llevaremos sándwiches y recorreremos el cerro hasta el atardecer.
—Está bien, pero tú cargarás a Micro cuando se desmaye —bromeó Laurel, a lo cual recibió un mordisco como castigo.
Sunny carraspeó la garganta, dolida por tanto hablar, pero aliviada por recordar el nombre de su hermanastro.
—¿Estás segura? —preguntó Micro Chips.
Ella asintió
—¡Gracias!, no sé cómo pagarte.
—Siempre puedes hacer mi tarea —bromeó— y dime, ¿cómo era tu madre?
El alegre temple de Micro desapareció rápidamente, fue reemplazada por una mirada más melancólica, casi depresiva.
—Nunca la conocí. Murió en el parto...
