Cuatro.

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Capítulo 52.

—Es tu turno —escuchó decir a InuYasha quien, frente a ella, le recordaba que tenía que mover su pieza.

La joven asintió, saliendo de su ensoñación y estirándose para avanzar un cuadro más en el ajedrez. Las luces del departamento, casi todas apagadas, exceptuando la de una pequeña lámpara en el cuarto de estar, además del sepulcral silencio, daban una sensación de soledad que ponían bajo el foco de atención a la pareja de jugadores. Ambos estaban sentados en el suelo uno frente al otro; los dos llevaban pijamas minimalistas, Kagome en color beige e InuYasha en gris y blanco. Habían movido la mesa de centro y los muebles de la sala de Taishō para darse el espacio suficiente y empezar a jugar ajedrez como una manera de mantener sus mentes distraídas después de ese día horriblemente pesado que ambos habían tenido.

En la noche anterior ninguno de los dos había podido dormir si eran sinceros, así que las ojeras ahora eran evidentes. Por un lado, Kagome había esperado a que amaneciera para tomar un taxi hasta el departamento de Kikyō, justo antes de que ésta saliera a trabajar, pero no la encontró en ninguna parte, el guardia del estacionamiento le había dicho que Kikyō había salido justo cuando cambiaba de turno alrededor de las seis de la mañana, así que tomó otro taxi rumbo a la empresa, suponiendo que la encontraría más fácilmente, además de sin interrumpir sus labores, ya que estas todavía no iniciaban, sin embargo, al llegar a la gran corporación, encontró a la recepcionista que le atendió la primera vez y que ya sabía quién era Kikyō Higurashi, y ésta le dijo que esa chica ya no trabajaba en la empresa desde hacía un buen par de semanas. Ahí fue cuando la sangre se le había ido a los pies y sin decir nada más, se despidió, saliendo de ese lugar lo más rápido que le dieron las piernas.

¿No trabajaba allí? ¿En serio había llegado a ese punto? No, no, aquello estaba peor de lo que ella imaginaba.

Entonces todo llegó a su mente como un rayo, golpeándola con violencia; todas las veces que vio a su hermana rara, las clases de defensa personal, sus llegadas tarde a la casa, el auto, el departamento, ¡todo siempre había sido por Naraku! Todo tal y como ella lo había sospechado. Incluso el día en el que la llamó «K» en la cocina… ¿Era eso posible? ¿Se habían mentido sobre por qué ambas parecían tan felices de repente? Era más de lo que podía procesar y lo peor era que no la podía enfrentar porque no tenía idea de en dónde diablos se había metido. No podía tampoco ir hasta InuYasha a esa hora porque ese era el día de despedida en la universidad, así que también era su último de labor antes de despedirse como docente, entonces tuvo que tragarse sus sentimientos prácticamente todas esas horas en las que pasó intentando comunicarse con su hermana, aunque inútilmente, claro; había hablado con sus padres un par de horas después, parecía que ellos sí que la pasaban bien, fue por eso que intentó sonar lo más normal posible. Regresó a su casa, se dio un baño, trató de tomarse algún energizante y se sumergió en la empresa familiar todo el día, intentando dejar de lado sus problemas hasta que pudiera resolverlos con, por lo menos, InuYasha. Ni siquiera se había animado a contárselo a las chicas, incluso cuando en el grupo de WhatsApp habían escrito preguntando por qué la inactividad, ella solo pudo decir que estaba un poco ocupada con el trabajo.

Lo que estaba sucediendo era muy difícil de explicar.

—Este caballo ahora es mío —dijo por fin, tomando la ficha negra y colocándola en su colección.

—Eres buena —dijo InuYasha, medio sonriendo, ella también le devolvió la sonrisa—, pero yo soy mejor.

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Durante toda la velada había estado fingiendo que comía demasiados bocaditos y bebía alcohol, tirando todo a los basureros o incluso abandonando las copas en las mesas de aperitivos como quien no quería la cosa. Aunque ella y Kikyō sí que se habían echado un par de tragos encima, no estaban ebrias o siquiera mareadas; era obvio que esa operación mortal no la iban a afrontar sin una sola gota de alcohol que les inhibiera el pánico y vaya que había funcionado. Vio su reloj de mano bajo las mangas de su vestido y notó que ya era hora, además de que, si perdían un momento más, su plan se vería frustrado por el término del evento. Buscó disimuladamente a Higurashi y ahí estaba, como toda la noche, pegada de Naraku, hablando con accionistas y posibles nuevos inversores invitados. Desde su ángulo, Kikyō pudo notar la insistencia de su compañera, así que le hizo un gesto disimulado con los ojos para que pudiera proceder.

Kagura comenzó a caminar hacia ellos, mentalizándose en cada paso que daba para hacerlo bien, tenía que lograrlo. Las manos le temblaban y el corazón se le había acelerado tanto, que sentía que le daría un infarto, pero al menos el alcohol le permitió seguirse moviendo. De un momento a otro se detuvo, desfigurando su rostro en una mueca de dolor puro, no pudiendo evitar los quejidos de dolor mientras se tomaba del vientre; llamó la atención de los presentes más cercanos, incluso la de Naraku, que alzó las cejas y entreabrió la boca por la impresión, Kikyō hizo una reverencia en una genuina preocupación por la joven y avanzó hasta ella para ayudarla a enderezarse. Tatewaki junto a los demás hombres se acercaron a ellas para corroborar que todo estuviera bien, en especial el pelinegro, a quien le pareció extraño que Kagura estuviera teniendo un dolor así porque jamás la había visto desfallecer de esa manera; después de eso tendría que exigirle que le presente sus controles médicos mensuales.

¡Porque no podría haberse quedado embarazada de Bankotsu! Negó con la cabeza de forma disimulada mientras se detenía más cerca de ambas mujeres que el resto, marcando el espacio de intimidad entre los tres de forma natural.

—¿Se siente bien, señorita? —Preguntó uno de ellos.

—Creo que comí muchos bocaditos —comentó entre exhalaciones Toriyama, dejándose guiar por Higurashi. Sin perder más el tiempo, apretó el hombro de la pelinegra, avisándole que vendría algo y después de un par de segundos, hizo una desagradable arcada—. Lo siento.

—Disculpen… —dijo Kikyō con voz suave, tratando de seguir sonando normal, porque por dentro estaba a punto de soltar una inusitada carcajada.

—Llévala al tocador —dijo Naraku entre dientes, avergonzado hasta la médula por ese espectáculo. Claro, durante la velada había notado lo mucho que había comido, pero como lo tomó como un signo de ánimo en ella, no hizo nada por detenerla; ahora veía que tenía que seguirle haciendo caso a sus intuiciones cada vez que aparecían.

—Sí —asintió la joven contadora, reacomodando a la de ojo rojos—. Con permiso.

—Propio —corearon.

Mientras las veía avanzar, Tatewaki buscó con la mirada a Kyokotsu, quien se había mantenido toda la noche estoico como un soldado, atento a sus órdenes. Le hizo un gesto disimulado con la cabeza para que las escoltara y éste asintió sin más, llevando a cabo la orden.

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—Creo que esta partida es mía —le dijo con un tono más animado, viéndola directamente.

—Es que dejé que me ganaras —refutó ella, haciendo un puchero de falsa molestia.

Ambos soltaron una pequeña risilla segundos después de quedarse en silencio por la intervención de la azabache.

El día en la universidad había sido una tortura; despedirse de los alumnos, de algunos maestros, de esa universidad que había sido otra casa para él y todo eso con la angustia de sus otros problemas personales, era más de lo que había podido soportar. Tomó aire tantas veces en el día, que sentía que sus pulmones ya no querían recibir oxígeno. Había mirado el celular por una señal de Kagome desde antes de que amaneciera, pero nada, y eso le jodía tanto… ¿Cómo iba a convencerla de que era verdad todo lo malo que había dicho sobre su hermana? Es que incluso a él le parecía muy complicado, porque si le dijeran todo eso de Ayame, francamente no creería una palabra. Y, tomando en cuenta las circunstancias de los tres, era obvio que Kagome no iba a inclinarse por él.

Y lo entendía.

Ayame lo había visto en la universidad cuando iba a revisar algo sobre su tesis y notó que algo no estaba bien, sin embargo, le dijo que ya lo resolvería, pero que, por favor, no insistiera en saber. Todavía no. Tenía la esperanza de que las cosas con la azabache pudieran arreglarse, o, por lo menos, aclararse de una vez. La constante sensación de que podía que no regresaran más le hacía sentir tantos nervios, que todo el día estuvo con una sensación de vómito. Llegó a casa y vio los mensajes del grupo: ¡por fin había visto señales de Kagome con el mensaje de que ella estaba ocupada! Ayame no había dicho nada, suponía que por su pedido y por lo que hablaron por WhatsApp, también notó que no había hablado con Higurashi, lo que lo tranquilizó un poco. Poco después de estar en su departamento, tocaron a su puerta.

Era ella. Por fin ella.

"—Kagome… —susurró, como en trance, sin saber si podía o no moverse. No había visto sus ojos cafés desde el día anterior y lo último que recordaba era la ira, el dolor y la decepción.

Ahora solo había una profunda pena y quizá hasta desconfianza, aunque no en grados tan altos. Ella agachó la mirada y pasó por su lado, dejándolo más libre para poder reaccionar. Cerró la puerta y suspiró, sí, otra vez, para encararla. Suponía que había llegado el momento.

—¿Por qué no me lo dijiste antes? —Empezó a decir, abrazándose como si estuviera muriendo de frío. Giró para verlo, quedándose donde normalmente cada vez que discutían: detrás del mueble, cerca de la isla de la cocina.

—¿Que posiblemente tu hermana estuviera involucrada en algo ilegal? —Alzó las cejas, respondiéndole con otra pregunta con un tono más bien irónico—. ¿Yo, Kagome? ¿De verdad crees que yo era quien tenía que decirte algo tan grave?

Ella miró hacia otro lado, notando que tenía toda la razón. No pudo evitar llorar otra vez, no sabía ya cómo controlarlo. Era tan grave, era tan jodido, realmente no sabía qué haría después de todo eso, ¿tenía que callar?

A pesar de todo, quería proteger a su hermana, no sería capaz de decírselo a nadie.

—Ni siquiera sé qué tengo que hacer o decir —sollozó, su voz estaba completamente desecha. Se llevó una mano a la boca y trató de detener su llanto, pero fue inútil. El corazón de InuYasha pareció apretarse al verla así, tan destruida y vulnerable… La mujer fuerte de la que se había enamorado parecía haber muerto—. Sesshōmaru, él… —trató de mirarlo, pero no pudo—, ¿va a encarcelarla? —Alzó la vista. Taishō seguía a un par de metros de ella.

Negó.

—No lo creo, él… —ladeó el rostro, recordando un detalle más para desvelar—. ¿Recuerdas ese moretón que tenía hace unos días y te dije que me golpeé por accidente mientras ordenaba mis cosas? —Ella asintió, dejando de llorar paulatinamente para ponerle atención—. Fue Sesshōmaru que vino hasta aquí para golpearme —Kagome abrió la boca, anonadada, ¡claro!, era obvio que un golpe con alguna cosa no te dejaba un moretón de esa manera, pero en ese momento solo lo dejó pasar porque no creía que InuYasha tuviera que mentir sobre ello… Parecía que había estado metida en otro mundo y todo se había estado cayendo alrededor y en sus putísimas narices— diciendo que había arruinado su investigación, supongo, hablando con tu hermana —bajó la vista. Así que su forma de arruinarlo tal y como había prometido era mostrarle esas fotos a Kagome—. Me había dicho que no hablara directamente contigo y menos con ella, porque podría alarmarla si es que estaba realmente cometiendo actos delictivos.

—Dios mío… —susurró, negando con la cabeza. No era Kikyō de quien estaban hablando, ¡no podía ser ella!

—Pero la cité para que fuera sincera y me dijera algo y también para decirle que estaba haciéndote daño con su actitud —le explicó, teniendo por fin la oportunidad de hacerlo—; Sesshōmaru ya estaba siguiendo a Kikyō para ese entonces, por eso fue que tomó las fotos y en venganza, te las envió —volvió a hacer un silencio, sintiendo que el corazón se aceleraba con cada nuevo segundo que pasaba—. Sabía perfectamente lo que significas para mí, Kagome.

La aludida se llevó las manos al rostro para tapar su nueva oleada de llanto, sintiéndose tan idiota. Todo había estado pasando a su alrededor, pero lo egoísta que había sido preocupada solo en su felicidad no la había dejado ver. Incluso había dudado tanto de InuYasha por esos interrogatorios cuando él solo estaba cumpliendo una obligación que se le había impuesto al tratar de investigar a su hermana que, ciertamente, sí estaba metida en cosas malas. Poco después de sus sollozos, sintió los brazos del ambarino rodearla con suavidad, como buscando un permiso de ella para abrazarla con más fuerza y se lo concedió, dejando ir nuevamente su dolor sobre el pecho masculino.

—Perdóname, no puedo justificar mis agresiones hacia ti, InuYasha, no puedo-

—Tranquila —le dio un suave beso en la cabeza, atrapándola con una mano para atraerla lo más posible a él, brindándole su apoyo—, yo también habría dudado de mí si fuera tú —lo decía en serio, Kagome había sufrido ya muchas inseguridades respecto a su hermana por culpa de él y la herida quizás no había cerrado bien cuando tuvo que preguntarle cosas sobre el pasado de Kikyō.

Ella negó de nuevo, pero lo abrazó con más intensidad".

Después de eso habían conversado sobre cada detalle que sabían de Kikyō, uniendo puntos, contándose lo que habían sentido durante ese proceso; Kagome reveló por fin el nombre de Naraku, lo que hacía y muchísimas más cosas que hacían falta en ese rompecabezas. Todas las pruebas habían estado frente a ellos siempre, incluso desde la más pequeña como la alucinación de Kikyō en su cumpleaños cuando estaba ebria, pero jamás le habían puesto la suficiente atención.

"—¿Podemos… —ella rio un poco y alzó la vista para poder enfrentar sus sentimientos—, a pesar de toda esta mierda, volver a tener…, ya sabes —volvió a sonreír—, una relación?

Él por fin pudo mostrar una genuina sonrisa, acompañada de calidez en el pecho que hacía mucho no experimentaba. Le hizo un gesto para que se inclinara hacia él y poder volverla a abrazar.

—Por supuesto que sí, K —le dijo con un tono de voz muy suave—, siempre sí".

Y aunque InuYasha había planteado la idea de cancelar la beca, Kagome había soltado un rotundo no. Entendía que ahora se trataba de una propuesta movida por el miedo de que pudiera pasarle algo con Naraku cerca, pero de nada le servía quedarse si podrían hacerles daño a los dos, además de que le vendría un montón de sanciones y posiblemente el cese de ayuda del rector de la universidad.

No, no y no.

A cambio, Kagome propuso más viajes a Londres para estar cerca mientras estudiara.

Por un momento, los problemas pudieron quedar de lado, necesitaban un respiro.

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Ambas tomaron aire profundamente mientras Kikyō asentía y apretaba la piel con los dedos índice y pulgar, utilizando su mano derecha para deslizar el bisturí por la piel sensible. Kagura hizo lo posible por no gritar y aguantó el dolor; Higurashi, lo más rápido que pudo, sacó el chip de la piel, esperando no causarle una maldita infección, pero teniendo que proseguir. Puso el algodón, las gasas y la venda, consciente de que eso necesitaba unos puntos, pero podría bien disimularse debajo de la manga del vestido por lo menos media hora. Le hizo una señal para que fingiera vómito y así lo hizo, sabiendo que Kyokotsu esperaba justo afuera. Todo parecía normal, Kagura estaba soportando el dolor y ahora debían salir de ese lugar como si nada.

Afuera, Kyokotsu esperó sin decir más. Escuchó que la puerta se abría y vio salir a ambas mujeres, todavía tenían mala pinta y Kagura se veía peor.

—¿Te sientes mejor? —Inquirió Kikyō, todavía con voz preocupada. Toriyama negó.

—Necesito tomar aire —mustió, como si el alma se le saliera del cuerpo.

—Acompáñanos, por favor—ordenó Higurashi, con toda la naturalidad del mundo. Kyokotsu no tuvo más opción que obedecer, ofreciendo su ayuda.

Caminaron despacio al ritmo de la enferma, quien gimoteaba de vez en cuando para aumentar el realismo.

—Vamos al estacionamiento—pidió de pronto, cuando salieron del ascensor—, tengo medicina en mi camioneta.

—Puedo ir por ella —se adelantó el guardia de pelo verde, sintiendo que algo extraño estaba sucediendo. Primero el dolor de la nada, después tanto tiempo en el baño ¿y ahora ir a estacionamiento? No le estaba haciendo mucha gracia, él conocía a Kagura.

La muchacha lo miró desde su posición, con ese nuevo corte de cabello y fleco que traía desde hacía días, haciéndola lucir distinta, ¿cómo es que nadie se daba cuenta de que era todo muy extraño?

—¿No puedo buscar yo misma mis malditas cosas? —Masculló. Kikyō la removió en señal de alto, porque con ese comentario no había sonado muy enferma.

Kyokotsu puso los ojos en blanco y asintió. Siguieron caminando unos segundos más, buscando el auto de la secuaz, en completo silencio, con el joven fornido atento a cada movimiento. Kikyō entonces hizo una mueca de dolor puro que lo volvió a alertar.

—Pesas demasiado —siguió su plan al dedillo. Hizo un gesto de negación—. Ayúdame a llevarla, mi brazo no aguanta más —se dirigió a él, quien volvió a sentir que las alarmas se encendían.

Tuvo que decir que sí y con cuidado, se pasó el brazo derecho de Kagura por los hombros para poder llevarla hasta el destino. Kikyō entonces se estiró, empezando a preparar sus músculos para lo siguiente que haría. Tenía tanta adrenalina por dentro, que empezaba a fallarle hasta la vista. Sus pasos, disimuladamente se volvieron más lentos mientras fingía masajearse el hombro; sabía que el imbécil estaba pendiente de Kagura, jamás se imaginaría que ella podría hacerle algo, pero sus clases de defensa personal no habían sido en vano.

—Por fin —exclamó Toriyama, cuando vieron entre todos los autos el suyo, dándole la señal a Kikyō con ese comentario.

Antes de que Kyokotsu pudiera reaccionar, un golpe certero con el codo en su nuca le había quitado la estabilidad, tirándolo al suelo de una vez, maldiciéndose porque sabía que algo así le había estado aguardando. Nuevos golpes de ambas mujeres llegaron a él antes de que pudiera recuperarse. Mientras estaban en el baño, Kagura le había pasado a Kikyō el arnés con el arma para que se lo pusiera apenas ahí, sabían perfectamente que nadie dudaría de ella si iba completamente limpia, en especial Naraku, que sabía que estaba apta para usar armas y por eso habían planeado que fuera Toriyama quien portara ambas pistolas.

Higurashi corrió hacia la camioneta, sacándose las llaves del escote mientras, atrás, Kagura forcejeaba con Kyokotsu, quien se había recuperado rápidamente. Pero la de ojos rojos era una soldado entrenada para matar desde que era una niña, apta para quitarle la vida a hombres de toda contextura.

—Deberías saber eso —masculló, desarmándolo por fin y apuntándolo con su misma arma.

—Piensa bien lo que vas a hacer —le dijo desde el piso, alzando apenas las manos en señal de defensa.

—¡Vamos, Kagura! —Insistió Higurashi, desde la camioneta.

La aludida volvió a patearlo con fuerza en las costillas, logrando que perdiera ventaja para poder sacarle el silenciador del arma del costado de sus pantalones. Colocó el silenciador y volvió a apuntar, con los ojos ardiendo, el odio a flor de piel. Era increíble que había podido llegar hasta ese momento.

—Maldita perra —la insultó entre dientes, encogiéndose como un gusano por el dolor.

—Debería matarte ahora mismo, debería… —negó, la verdad era que no quería agregar otra vida a su historial, pero la ira podía más—. Bankotsu era tu amigo, no puedo creer que no me soltaras ni siquiera para ir por el antes de que el miserable de Naraku lo asesinara.

El resentimiento seguía vivo en ella, al igual que el dolor.

—¡Solo obedecía órdenes! —Refutó, volviendo a mirarla con los ojos rojos y desorbitados.

—¡Cierra la maldita boca! —Dirigió un par de tiros a las piernas, haciéndolo gritar de dolor puro.

—¡Kagura!

Asintió rápido, mucho más satisfecha y sin decir más, se secó las lágrimas y corrió a la camioneta, la cual Kikyō arrancó lo más rápido que pudo. Al salir del estacionamiento, ignoraron a los guardias, quienes corrían hacia dentro por los gritos anteriores. Tenían poco tiempo antes de que Naraku fuera avisado, así que aprovecharon la ligera afluencia de autos a la media noche y pudieron alejarse rápidamente de la empresa, aprovechando que las camionetas con los hombres de Naraku que vigilaban fuera estaban de adorno: sus dueños se habían quedado dormidos, como de costumbre.

—Toma esta vía —guio Kagura, quejándose de dolor. Su herida sangraba mucho—. Si nos están persiguiendo, esta sería demasiado obvia, los despistaremos.

—¿Estás bien? —Kikyō se sentía angustiada de alguna forma, aunque no dejó de ver la carretera ni un segundo.

—Sí, estoy bien. Pararemos en un hospital cuando salgamos de Nerima —buscó entre sus cosas los dispositivos de localización GPS para lanzarlos por la ventana.

—Bien.

Las cosas habían pasado tan rápido, que Kikyō no procesaba que estaban escapando finalmente. Realmente lo estaban haciendo.

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Aproximadamente eran las tres con cuarenta de la mañana cuando la camioneta estaba arribando a las afueras de Chikusei, en casa de Kagami, quien, previamente advertida, salía a recogerlas.

—Estamos aquí —dijo Kikyō en voz alta apenas apagó el auto, haciendo que Kagura despertara. Los calmantes que le habían dado en el hospital al parecer la habían relajado.

—No puedo creerlo, realmente llegaron aquí vivas —les dijo la azabache, sonriendo al verlas bajar.

Ambas ladearon la cabeza, suspirando.

—Pues fue un buen plan —comentó Higurashi, también sonriendo apenas.

—Pasen, les tengo chocolate caliente y una nueva vida para esta perra —hizo un gesto con la cabeza señalando a Kagura, quien sintió el corazón removerse inquieto por la incredulidad…

Estaba a punto de ser libre.

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Por los pisos del Aeropuerto Internacional de Narita, los tacones de un andar característico se hacían escuchar aún por encima de los ruidos típicos de una terminal aérea. Pantalones, jersey de mangas largas con cuello alto y blazer en colores negros de distintos tonos cubrían su piel; sus ojos azules, cansados de tanto, observaban cada cosa alrededor, notando lo realmente increíble que era, ignorando otros dolores físicos, el miedo de poder ser atrapada; se había quitado la peluca que por tantos días antes había llevado y reveló su nuevo color: un cabello rubio que resaltaba su rostro y embellecía todavía más sus facciones, los labios rojos como la sangre y un pequeño bolso con lo indispensable para poder perderse en algún lugar del mundo para siempre. Era otra, sin duda, estaba irreconocible.

Después de todo lo que había vivido resultaba un poco complejo detenerse a pensar en si era o no real que por fin estuviera siendo una maldita mujer libre, un ser humano con capacidad de amar, de odiar y de decidir por sí mismo qué hacer con su cuerpo. El corazón se sentía chiquito dentro del pecho cuando se detuvo antes de seguir hasta su zona de embarque. No quería mirar atrás una sola vez más, no quería volver a recordar todo el infierno que había sido toda su maldita vida. No costaba dejar nada, no dolía decir adiós a todo lo que era y a todo lo que conocía; solo tenía la convicción de que la siguiente vez que se despertara, estaría lejos de todo lo que la había destruido.

—Creo que hasta aquí llego —escuchó decir a Kikyō detrás y sintió que salía de una ensoñación.

Giró para verla, venía junto a Kagami, quien ahora le hacía a un gesto fraterno. Entre tanta mierda, un día había salvado la vida del padre de esa azabache, por lo cual le había quedado eternamente agradecida y era la razón por la que la había ayudado tanto con sus documentos, su dinero y todo lo que necesitaba para irse.

—Gracias a las dos —les dijo de forma muy sincera, sintiendo que su corazón latía más fuerte que nunca, quizás emocionado, quizás melancólico, pero demostrándole que seguía ahí a pesar de todo—. En especial a ti, Kikyō—se dirigió a ella, quien con un par de pasos lentos se acercó para extenderle la mano en señal fraterna.

—No te preocupes, hacer esto también significa darle a Naraku un golpe de estado que va a matarlo, créeme—expresó, sinceramente. Lo único por lo que valía la pena seguir ahí era por haber hecho algo bueno, algo que antes parecía imposible, pero que ahora significaba la acción más grande de su vida y la única que le permitiría volver a dormir.

Kagura, quien ahora tomaba un nombre diferente, esquivó el apretón de manos para darle un abrazo, uno que ninguna de las dos había recibido en años, quizás. De alguna forma, haber recorrido todo ese camino juntas significaba algo grande y tal vez uno de los recuerdos que ambas jamás olvidarían. Parecía mentira que hacía unos meses eran completas desconocidas y ahora Kikyō terminaba siendo la salvadora de Toriyama. No sabía qué destino le esperara, pero esperaba que fuera el mejor posible, porque esa mujer se lo merecía, pero no junto a Naraku.

—Cuídate —le dijo, cuando se separaron. Quedaba en su garganta una sensación de nudo y sabor agridulce en la boca por esa despedida.

—Hasta siempre —sonrió Kikyō, asintiendo. No podía prometer que lo haría con lo que le esperaba atrás, pero haría todo lo posible.

—Hasta siempre.

En su mano llevaba el anillo de compromiso que Bankotsu le había regalado como su tesoro más grande y que la acompañaría el tiempo que durara en este mundo, intentando vivir un sueño.

Intentando vivir todo lo que más pudiera por ella, por él.

Intentando vivir lo que más pudiera por los dos.

Era una promesa que sí iba a cumplir.

Continuará…


¿Quiero llorar? Sí, efectivamente.


Buenas con todas, mis diosas hermosas, ha pasado un largo tiempo.

Tengo que decir que han sido días difíciles para mí en lo personal y cada día que quería subir una actualización, me acostaba más tarde o simplemente no tenía ánimo de asomarme por los documentos, así que pido perdón porque son capítulos que hace 1 año que acabé de escribir, debería poder terminar la historia de una putísima vez y nada, perdónenme mucho. Siempre pido disculpas y después de unos días dejo de actualizar seguido, es agónico y pido nuevas disculpas por eso.

Quiero decir que me hace muy feliz volver a actualizar y saber que pronto verán el desenlace de esta larga historia que tanto me costó reconstruir desde el capítulo 1 y que ha ido documentando mi mejora como ficker con cada capítulo. Les quiero dejar un enorme abrazo y expresarles que me arreglan el día sus comentarios, son un sol completo.

Les mano un besote a: Rosa Taisho, Rocio K. Echeverria, Marlenis Samudio, MegoKa, W, Karii Taishō, Vanemar, agus-chan874, Vanemar, Rodriguez Fuentes e Iseul c-137.