Capítulo 2.

Llegamos a Canterine después de un día y medio de viaje. Fuimos recibidos por un abrasador sol de media tarde. El calor era insoportable. La estación era pequeña, apenas una plataforma de concreto y rocas con un techo tejado, algunas banquetas y una taquilla que a esa hora del día estaba vacía. El lugar daba la impresión de estar desierto. Siendo que solo un tren al día hace parada ahí, no tiene mucho sentido que alguien se quedara. De hecho, la estación no estaba dentro de la aldea, pero sí cerca, habría que caminar un par de kilómetros camino abajo y atravesar un tramo de bosque para arribar a Canterine.

Cargamos todas nuestras provisiones, equipaje, equipo y algunos suministros a las carretas que habíamos traído con nosotros y comenzamos nuestro viaje hacia la aldea. La vez anterior, habían mandado diez guardias a investigar los extraños sucesos en Cirrostrata, se planeaba llevar el triple en esta ocasión, pero gracias a varios oficiales que se unieron voluntariamente a nuestra compañía, pudimos quintuplicar el número. Los ponies de la aldea estaban muy sorprendidos, tan solo nuestro número era la mitad que la de habitantes; además de felices de ver que nuevamente una guarnición de guardias llegaba a su hogar. No había un alcalde como tal, pero el jefe de la aldea nos dio la bienvenida y nos agradeció por estar ahí para resolver tan espeluznante misterio que se cernía sobre la aldea vecina. Tenían tanto miedo de lo que pudiera estar pasando a tan solo unos kilómetros del lugar que habían bloqueado por completo el camino que llegaba hasta ella con troncos, rocas y cualquier cosa que sirviera.

No había mucho lugar para instalarnos, y tampoco había ningún tipo de hospedaje para nosotros, pero ya lo habíamos previsto. Levantamos nuestro campamento y centro de operaciones en una amplia zona despejada al este de la aldea. El lugar era muy pequeño y muy rudimentario, pero podríamos trabajar con ello. Había electricidad y eso era lo mínimo que necesitábamos.

-Señora –me llamó uno de los guardias mientras echaba un primer vistazo de todo el lugar-. La instalación del laboratorio ya ha finalizado, todo su equipo está listo y operando. El campamento estará levantado en media hora y habremos culminado todos los preparativos en una hora a lo mucho. ¿Cuáles son sus órdenes?

-Reúne a cinco ponies y ve a la morgue de la aldea, o a dónde sea que pongan a sus muertos en este lugar, pero tráeme el cuerpo del oficial que logró volver. ¿Vino algún médico forense con nosotros? –dije con autoridad. Me sentía importante al estar al mando de una investigación tan emocionante.

-Sí, señora –dijo sin rodeos.

-Qué se encargue de la autopsia –indiqué.

-Entendido.

-Iré a investigar el lugar. Hazme saber cuándo el cuerpo llegue, quiero estar presente –añadí.

-A la orden –me saludó y se dio la vuelta, avanzando con paso firme.

Di una caminata para conocer el lugar y ver si podía encontrar alguna pista sobre el caso. Pero, quitando todo lo que sabía, ésta parecía una aldea común y corriente. Los ponies intentaban realizar sus actividades diarias mientras su mente permanecía distraída por el miedo y la preocupación. Podía observar a algunos murmurando entre ellos, quizás sobre su llegada, más guardias significaba que éste era un problema mayor. Los tranquilizaba e inquietaba al mismo tiempo.

Pasando por el mercado local, el cual estaba en la calle principal de toda la aldea, que era la que iba desde la estación de tren hasta el camino que llevaba a la población vecina, era uno de los lugares más abarrotados. Nada se veía fuera de lo normal. Pero al caminar cerca de un puesto que vendía hortalizas escuche algo que no podía ignorar. Había una riña entre dos ponies. Una yegua joven de pelaje verde pastel con melena marrón y un potro, quizás de su misma edad, de pelaje violeta oscuro y melena anaranjada. Tenía una apariencia un tanto extraña, se le veía agotado y partes de su crin se habían caído por parches. No alcanzaba a escuchar que era lo que decía el potro en sus gritos, pero se veía sumamente furioso, la yegua se encontraba encogida con solo un pequeño y endeble puesto de madera protegiéndola intentando calmarlo, pero éste no parecía escucharla. Realmente no habría intervenido en absoluto, de no ser porque a los pocos segundos el potro se tornó agresivo. Con un brusco y fuerte golpe lanzó volando la mitad de las hortalizas que la yegua estaba vendiendo, haciendo tambalear el puesto. La yegua soltó un grito asustada. Corrí hacia él y lo empujé antes que pudiera lanzar otro golpe. Lo derribé.

-¿Te encuentras bien? –le pregunté a la yegua. Ella asintió, aunque aún se veía temerosa y agitada.

-Ocúpate de tus asuntos –bramó el pony mirándome ferozmente mientras un hilo de sangre caía desde su sien. Se había golpeado contra el suelo, pero él no parecía percatarse de ello.

-Será mejor que se calme –indiqué, intentando escucharme firme y algo amenazante, aunque estaba temerosa en mi interior.

-Y quién va a obligarme, ¿tú? –dijo despectivamente, poniéndose de pie y lanzó otro golpe, pero ahora hacia mí. Logré evadirlo y derribarlo nuevamente, pero ahora sosteniéndolo con fuerza desde el brazo contra el suelo. El pony se agitaba encolerizado intentando escaparse, pero yo lo tenía tan firmemente agarrado que no pudo hacer nada. Me sorprendió el hecho que no se hubiera rendido aún, la llave que le estaba aplicando me había servido para que ponies aún más grandes que este terminaran lloriqueando. Terminé por soltarlo luego de algún tiempo, pues si aplicaba más fuerza podría fracturárselo. Afortunadamente, el pony simplemente soltó un bufido iracundo mientras se frotaba el brazo adolorido y luego se fue.

Una vez terminado, la yegua comenzó a recoger todo lo que estaba en el suelo mientras soltaba alguno que otro sollozo desahogando el miedo que había sentido. Estaba conmocionada. Gran parte se había estropeado, si no por el golpe, por la caída al suelo; ella intentaba rescatar lo que más pudiera. Era una lástima sin duda, buena comida se había desperdiciado.

-¿Qué sucedió? ¿Por qué te atacó de esa forma? –quise saber. Intenté ser lo más suave que pude.

-No lo sé. Vino muy molesto y comenzó a gritarme porque le había dado una zanahoria menos que la vez anterior –dijo completamente confundida.

-Vaya cretino –mascullé.

-No sé qué le ocurre. Siempre ha sido muy amable –continuó-. Sé que todos hemos estado pasando malos momentos, más aún él, pero…

Estuve a punto de preguntarle a qué se refería, cuando el guardia de hace rato me interrumpió nuevamente.

-Señora, lo tenemos –declaró al estar junto a mí. Yo asentí y me giré hacia la yegua.

-¿Estarás bien? Puedo dejar un guardia cerca para que vigile… -ofrecí. Pero ella negó con la cabeza.

-No será necesario. Se desquitará con el siguiente pony con quien tenga oportunidad.

-Entiendo –dije un poco pensativa. Hice una breve despedida con el casco y nos dispusimos a volver al campamento.

-Espere –nos detuvo-. Algo para el camino –dijo dándonos un manojo de zanahorias. Intenté negarme. Eran buenas zanahorias, ella podría sacarle más provecho vendiéndolas, en especial luego que muchas se estropearan por ese patán, pero ella insistió y no tuvimos otra opción que aceptarlas.

Una vez estuvimos un poco apartados de ella, le susurré al guardia.

-Ve a ese pony de allá –señalé al mismo pony que había derribado momentos atrás, a varios metros a la distancia. El guardia asintió-. Quiero que investigue lo más que pueda de él.

Ver el cuerpo en persona era más sorprendente –y espantoso- que verlo en la fotografía. Ni hablar del olor. La descomposición ya estaba haciendo de la suyas y era posible que parte de la evidencia ya se hubiera perdido, pero intentaríamos obtener lo más que pudiéramos.

He estado en algunas autopsias, pero ninguna que me causara tanta repulsión como ésta. Simplemente era horrible. He visto cuerpos desmembrados o a medio comer por otros animales, pero a fin de cuentas son animales; el hecho de no saber qué le había hecho esto a éste pony y la posibilidad que fuera obra de otro pony solo empeoraba la imagen.

La Doctora Sharp Bullet fue la encargada de realizar el procedimiento, yo sólo estaría para observar y buscar evidencias o pistas.

-Vaya, amigo, te dejaron en muy mal estado. Pero no te preocupes, averiguaremos qué fue lo que te pasó para que puedas volver a casa –dijo la Doctora hablando amablemente con el cadáver. Parecería extraño, pero en realidad es un hábito común entre los forenses.

-Está cubierto por laceraciones y cortes por todo el cuerpo –comenté mientras tomaba fotografías de todo para documentarlo-. ¿Habías visto algo como esto?

-Para nada –dijo desconcertada-. La brutalidad del ataque me hace pensar que fue hecho por un animal, pero los cortes son demasiado limpios; fueron hechos pos una hoja sumamente afilada.

-Entonces, estás diciendo que alguien tomó al guardia y lo usó como piñata con una katana –dije, intentando seguirle el paso, aunque creo que la doctora no tomó muy bien mi broma a juszgar por la mirada que me dio-. ¿Qué es esto? –dije viendo una costra de color verdoso llena de tierra y suciedad cerca de una de las heridas –tomé una foto y luego recolecté una muestra. Al arrancar un pedazo, sólo el exterior estaba seco y duro, dentro de esa "corteza" había un moco verdoso muy viscoso.

-No lo sé. Podría ser sabia o cualquier otra cosa –respondió sorprendida pero confusa-. Parece una clase de baba.

-Lo guardaré para analizarlo después –dije metiéndolo en un frasco.

-Ésta herida es diferente a las demás –señaló una en la pata del pony. Una herida con un enorme hematoma llena de numerosas punciones de diferente tamaño paralela a otra muy similar en el lado opuesto de la pata las cuales llegaban hasta el hueso. Debajo de ella, la piel y parte del músculo estaban desgarrados.

-Pareciera que fueron hechas por un par de pinzas –comenté. Luego, siguiendo con la inspección encontré algo que me causó cierto ruido debido a su forma y al mover un poco el cuerpo encontré que eran un par de marcas-. Hay unas marcas de punción aquí en el lomo –señalé, girando un poco el cuerpo para que las viera mejor.

-No tiene sentido –exclamó la Doctora-. Estas heridas son limpias, hechas con objetos filosos y punzantes. Concuerdan con heridas de tortura –señaló-. Pero la mandíbula y la pierna, el tejido esta desgarrado. Fueron arrancados a la fuerza, como un animal.

-Pero según la información que tenemos, el pony llegó al pueblo por su cuenta. Falleció aquí en la aldea; ningún animal tuvo tiempo de comer nada –dije también desconcertada-. ¿Y por qué arrancarle la mandíbula si lo están torturando? Así no podría hablar. Las heridas son profundas, no sobreviviría mucho tiempo. Si estas interrogando a alguien, esperarías a que te diera la información que quieres–dije algo despistada.

-Tal vez no buscaban información –dijo. Su vista bajó rápidamente a su vientre, al igual que la mía.

-¿Habrá querido ocultar algo comiéndoselo? –dije con algo de anticipo.

-Tal vez. No lo sabremos con certeza hasta abrirlo –dijo con seriedad-. ¿Tomaste suficientes muestras y fotografías? Debo lavar el cuerpo.

Asentí. Y la Doctora continuó con su labor. Limpio toda suciedad, sangre y basura que contaminara el cuerpo, a excepción de la cosa verde misteriosa, pues no se limpiaba sin importar cuánta agua utilizara.

La autopsia siguió su curso y no encontramos mucho más. Algunas marcas en huesos por algún objeto afilado, golpes y algunas heridas profundas por lo mismo, nada que no esperáramos. Tanto el estómago como el resto del tracto digestivo del pony, lo único dentro eran los restos de su última comida, nada que indicara que hubo otra cosa ajena ahí. Pero fue revisando la caja torácica que hallamos algo tan misterioso como el resto de la evidencia.

-¿Ya viste esto clavado en la costilla? –señaló la Doctora. Era una astilla alargada de color marrón, como el agua de una charca, cubierta de sangre, pero destacaba del color gris amarillento blanquecino mate de los huesos.

Con mucho cuidado, lo extrajo con unas pinzas y lo colocó en su casco para mostrármelo. Tenía una extraña forma de V. Era una astilla alargada, como de tres centímetros, con un borde agudo y el otro con una ranura triangular. Ambas pensamos que se quebraría al momento de intentar extraerla dado a que estaba muy incrustada y la doctora requirió de bastante fuerza para sacarla, pero sorpresivamente resistió y se mantuvo en una pieza.

-Es bastante ligero para su rigidez y… ¡Ay! –se quejó la Doctora y soltó la astilla tirándola al piso al momento en que la giró y el borde agudo tocó el interior de su casco. Tan solo esa ligera presión había bastado para atravesar el guante y causarle una herida. Era superficial, pero lo sorprendente, y atemorizante a la vez, era lo afilado que estaba.

-Creo que tenemos nuestra arma homicida –mencioné, levantándolo con mucho cuidado con un par de pinzas.

-Así parece –dijo la Doctora apresurándose a lavar y desinfectar la herida. Se veía un poco de preocupación en su rostro.

-¿Qué rayos es esto? – dije observándolo más detenidamente.


Gracias a todos lo que apoyan mi trabajo.

Un abrazo, un beso. Hasta el próximo capítulo.