Capítulo 3.


El cuerpo nos dio más preguntas que respuestas, y no lanzó mayor evidencia que una baba verde y una extraña astilla marrón muy filosa. Nada concluyente y nada que ayudara el caso. Intentar obtener pruebas toxicológicas sería un esfuerzo inútil, el pony había muerto desangrado y prácticamente estaba vacío, sin mencionar que la descomposición podría haber degradado mucha evidencia.

Los resultados de las muestras que extrajimos tampoco fueron de mucha ayuda. Fueron interesantes –debo decir- e inesperados. La baba verde fue muy difícil de analizar. Estaba hecha a base de agua; inicialmente creímos que era alguna especie de lubricante para máquinas o similar, pero nos llevamos una gran sorpresa al encontrar muchas proteínas y compuestos orgánicos en su composición. No era algo fabricado por un pony, sino un tipo de secreción de algún tipo. Había células muertas en su interior y encontramos una gran cantidad de bacterias, pero por alguna razón éstas se encontraban muertas o inactivas. Y tenía la interesante propiedad de cristalizarse y endurecerse en el exterior, como una corteza rugosa algo transparente, manteniendo en su interior una matriz viscosa. Jamás había visto nada como eso. En cuanto a la astilla, fue tan desconcertante como el resto de evidencia. Al microscopio, se veían capas de células muertas y aplanadas apiladas una sobre otra; me recordó mucho a la imagen de las uñas de los animales o los cascos de los ponies. El filo que poseían era inverosímil, era más afilado que un bisturí quirúrgico. Ninguna uña de animal tenía esa característica. Y al analizar su composición, me encontré con que la queratina era apenas una pequeña parte de ésta; además, tenía quitina, el mismo material del que están hechos los exoesqueletos de los insectos, y un polímero a base de carbono que no pude identificar.

Nada tenía sentido. Esto era un animal, un insecto, una máquina o una grotesca combinación de los tres.

Estaba cansada, ya era de noche y todas estas preguntas me abrumaban. Quizás una descripción más detallada de los hechos me ayudaría a descubrir con qué estaba lidiando. Me froté mis cansados y vidriosos ojos para descansarlos un poco de estar todo el día sobre el microscopio. Necesitaba una buena taza de café.

Luego de una rápida cena, me dirigí a mi carpa y me recosté en la que sería mi cama durante mi estancia: una incómoda colchoneta inflable en el suelo. Llevaba algunos documentos conmigo para estudiarlos un rato antes de dormir –una mala costumbre que adopté de mi padre, pues ese rato podía convertirse en horas o toda la noche-, a veces la modorra te ayuda a ver cosas que pasaste por alto. Sin embargo, esta vez no tenía nada. Tenía demasiadas piezas y demasiados espacios entre ellos. No lograba encontrar la conexión entre todo para armar el rompecabezas.

Fue una noche agitada, mi cabeza no paraba de darle vueltas a lo poco que teníamos y lo lejos que estábamos de poder dar con un culpable y no paraban de escucharse ruidos provenientes del bosque. Necesitaba esa pieza clave, con ella todo lo demás encajaría, además de las pesadillas en las que me veía a mí misma sufriendo lo mismo que el pony al que habíamos autopsiado hace rato. Fue un sueño poco reparador. Demasiado en qué pensar. Al despertar, lo primero que hice fue dirigirme al comedor para tomar una buena dosis de cafeína que necesitaba urgentemente. Junto a algunos waffles que nos había hecho uno de los guardias que fungía también como cocinero y una buena dotación de las cosechas de la aldea que los habitantes amablemente nos habían regalado para que estuviéramos fuertes para resolver el misterio y enfrentar cualquier eventualidad. Una premonición tan macabramente acertada que cuesta trabajo creer que fuera una simple coincidencia.


Tan puntuales como siempre, los guardias terminaron con su rutina matutina mucho antes que yo –también es cierto que acostumbro ser un poco perezosa por las mañanas- y pronto el general me abordó para saber las órdenes que daría. Yo aún intentaba poder recordar mi nombre y ya quería que diera las instrucciones del día.

-Debemos reconstruir los hechos. Traigan a los aldeanos para entrevistarlos –como pude logre espabilar y concentrarme en lo que había pensado en noches anteriores.

-Disculpe, Señora, ¿entendí bien? ¿Todos los aldeanos? –dijo notoriamente sorprendido.

-Sí, todos y cada uno de ellos. Que digan todo lo que saben desde el comienzo de todo esto y que no omitan ni un solo detalle –dije firmemente y un poco alterada este caso, aunque emocionante, era completamente estresante, además de la falta de sueño; te enloquece. Llevábamos algunos días en la investigación, podría decirse que aún era una etapa temprana, pero para entonces suelo tener ya una variedad de pistas que nos pueden apuntar a un sospechoso. No teníamos avance. Estábamos estancados. Toda la evidencia estaba detrás del muro improvisado hacia Cirrostrata y el cuerpo del oficial muerto que poco nos podía ofrecer. Lo único que quedaba para intentar reconstruir todo el escenario eran los testimonios de los aldeanos-. Así que tráiganlos, tráiganlos a todos. Sáquenles toda la información que puedan –añadí.

El General asintió, me dio un saludo y se retiró a informar a todos los oficiales.

Y tal como ordene, por al menos tres días estuvimos entrevistando a cada pony en el pueblo. Algunos se pusieron un poco nerviosos, quizás nos vimos un poco rudos, pero estábamos cansados y frustrados de lo poco que estábamos logrando. Cada uno contó todo lo que sabía, todo lo que vio, todo lo que vivieron durante esos dos meses desde que había comenzado.

Había detalles que cambiaban u omitían algunos ponies, pero entre todo lo que obtuvimos pudimos ordenar los hechos y obtener una buena recreación de todo:

Todo marchaba con normalidad. La primavera ya estaba terminando y pronto dieron el aviso que Cloudsdale estaba cerca. Pocos días después, las lluvias llegaron. Fueron varios días de lloviznas y chubascos por toda la zona, desde Vanhoover hasta Canterlot. Fue hasta dos semanas después que todo comenzó. Uno de los carteros que iban de una aldea a otra salió hacia Cirrostrata y regresó como de costumbre al día siguiente, pero había algo extraño, algunos ponies que esperaban correo no recibieron nada de sus familiares en la aldea vecina.

Pensaron que se trataba de un error en el correo o simplemente se habían olvidado de escribir respuesta, suele pasar. Pero tan solo tres días después, otro cartero volvió a ir a Cirrostrata, encontrándose con una aldea casi vacía y con los aldeanos que quedaban completamente alterados. Temerosos de lago que no sabían. Al informar sobre esto, fue que comenzaron a mandar reportes a Canterlot. Para la siguiente semana, había menos ponies. El siguiente cartero que enviaron nunca volvió y a ese le siguieron tres más.

Fue poco después que Canterlot respondió a las peticiones de la aldea y enviaron un escuadrón para hacer una misión de reconocimiento en Cirrostrata. No iban muy armados, apenas algunas lanzas, aunque nadie pensaba que las necesitarían. Tres días despues, luego de planear cada movimiento, los guardias emprendieron el camino hacia la aldea. Ninguno sabía que solo uno de ellos regresaría con vida.

Los aldeanos de Canterine cuentan que su angustia se acrecentó cuando ninguno de ellos volvió para la hora indicada, y otros dicen que se escucharon unos horribles gritos provenientes de Cirrostrata, otros comentaron que era más como un chillido y algunos aseguraban que era un zumbido. Ruidos que cualquier animal podría hacer. Sin embargo, el pánico se apoderó del pueblo cuando un solo guardia apareció corriendo frenéticamente, cubierto de sangre y con las tripas de fuera, por el camino, dejando un rastro sanguinolento a su paso. Si alguna vez alguno de ellos pudo creer en la existencia de los zombies, esa pudo ser. El pony se desplomó poco después de llegar a las orillas del pueblo, muerto. Completamente aterrados, cogieron toda la basura y cosas que pudieron encontrar y sellaron el paso a Cirrostrata, evitando que quien fuera que le había hecho eso al guardia pasara a su hogar.

Estábamos a punto de terminar cuando un par de ponies trajeron cargando a uno inconsciente. El mismo pony que había visto discutiendo y había derribado en el mercado local. Yo misma les había ordenado traerlo. Era el único que faltaba por darnos un testimonio.

-¿Qué sucedió? –pregunté intrigada.

-Estaba encerrado en su casa. Cuando llamamos a su puerta, saltó sobre nosotros y comenzó a atacarnos. No paraba de gritar sobre los vampiros –dijo con cierto tono de extrañeza, mirando hacia el pony inconsciente como si estuviera demente-. No queríamos usar la fuerza, pero no tuvimos más opción –añadió.

Con el riesgo de sonar prejuiciosa –aunque, bueno, este trabajo se basa en ser prejuicioso-, yo le creía. Viendo su comportamiento de hace algunos días cualquiera lo haría.

-Déjenlo descansar. Y espósenlo a una silla, no queremos que ataque a nadie más cuando vuelva en sí. Ah, avísenme cuando despierte –ordené. Estaba ansiosa por hablar con él. No quería sacar un juicio acelerado, pero su extraño comportamiento y su historial que pudieron conseguirme los guardias, era interesante.