Capítulo 5.
Fue todo un caos. Todo el cuerpo de guardias que llevábamos corrió y se dispersó por el pueblo. Alarmados, fuimos a donde el sospechoso había estado encerrado. Ahí encontramos al par de guardias que lo habían estado custodiando inconscientes en el suelo. Al lado de la silla, las esposas seguían ahí, solo que ahora estaban completamente manchadas en sangre y con jirones de piel y tejido desgarrados.
Llamamos a otros guardias para que atendieran a sus compañeros heridos con premura, mientras que el Capitán y yo nos unimos a la búsqueda y captura del sospechoso. Ya no cabía ninguna duda, él tenía algo que ver con todo esto.
La aldea se había sumido en la discordia. Ponies corriendo y gritando en pánico al ver a los guardias tan alarmados; guardias empujando a los aldeanos y buscando hasta debajo de la más diminuta roca para dar con él. No pasaron ni dos minutos cuando un desgarrador grito que fue cortado de golpe nos alertó a todos y nos dirigimos hacia el origen. Cuando logré alcanzar a todos, ya habían formado un circulo alrededor de algo, mientras un grupo de aldeanos temblaban en shock en las cercanías. Aparté a varios para abrirme paso y ver qué estaba sucediendo. Unos pasos al frente, salpicaduras de sangre estaban esparcidas bajo mis cascos y cuando al fin logré pasar entre la muralla de guardias, mi sangre se heló al ver qué era lo que todos estaban mirando tan estupefactos. Ahí en frente, yacía el cuerpo sin vida de la misma pony amable del puesto de hortalizas. Mi garganta se tensó y me fue muy difícil respirar, creo que alguna lágrima logró escaparse de mis ojos. La imagen era atroz. El cuerpo estaba intacto, pero la cabeza estaba completamente aplastada; irreconocible. Era como si una bola de demolición le hubiera caído encima. Sangre y trozos de hueso y cerebro esparcidos por todo el suelo. Junto a ella, una canasta repleta de zanahorias, remolachas y patatas listas para ser vendidas, desparramadas y manchadas con su sangre.
Al levantar la vista, pude ver un rastro de huellas sanguinolentas dirigirse hacia el bosque. Sentía un hueco en el estómago. Pero mi resolución era mayor. Debíamos detenerlo antes de que lastimara a alguien más.
-Ustedes –señalé a unos guardias que estaban cerca de mí-, llévense el cuerpo y den aviso a su familia. Capitán –llamé-. El Capitán a pareció de entre los guardias muy serio, pero impresionado, en espera de mis órdenes-. Prepare a sus mejores ponies, los quiero listos en cinco minutos o menos; quiero a ese pony de vuelta, vivo o muerto.
El Capitán asintió y comenzó a seleccionar y a gritar órdenes a nuestra tropa.
-¿Qué haremos nosotros, Señora? –preguntó un cabo deseoso de no quedarse de cascos cruzados, como el resto de sus colegas. Por su expresión, opinaban lo mismo.
-Vigilen el perímetro. Y den la orden a los aldeanos de permanecer en sus casas. Si vuelve, deténganlo. Atraparemos a ese bastardo a como dé lugar.
Inmediatamente, cada pony comenzó a ejecutar mis órdenes sin protestar. Ahora todos sabíamos lo que ese pony era capaz de hacer. Y todos haríamos lo que fuera necesario para detenerlo.
Regresé a mi carpa antes de partir y tomé una pequeña arma de una caja de seguridad. Una pistola mágica; no eran armas muy comunes, se habían inventado hace poco y pocos eran los fabricantes. Fue un regalo de mi padre, antes le había pertenecido a él y nunca la había usado, y esperaba que yo tampoco me viera en la necesidad de. Podía regular la intensidad del disparo y podía desde paralizar, con una débil descarga, hasta un intenso rayo mágico capaz de derribar a un dragón, el resultado en un pony era más nefasto. La ajusté a la máxima capacidad y salí corriendo en la persecución.
Marchamos a la caza de ese monstruo bajo la temerosa mirada de los aldeanos que nos observaban desde las ventanas de sus hogares. Partimos desde el mejor punto que teníamos, la escena del crimen. Seguimos sus huellas sanguinolentas hasta orillas del bosque.
-Estén alerta. Puede estar en cualquier lado –indique, a lo que cada guardia respondió asintiendo y aferrándose a sus armas, lanzas y espadas.
Caminamos por algunos minutos siguiendo el rastro de sangre y la huellas. No estaba siendo nada cuidadoso, prácticamente nos estaba facilitando encontrarle. Y eso no me agradaba.
-Señora, cuidado –me advirtió un cabo en un susurro mientras intentaba averiguar por dónde había ido, su rastro se confundía con la hojarasca y los helechos del suelo.
Levanté la vista, y unos cuantos metros, pude ver un enorme oso grizzli que no tardó en gruñirme y a posar amenazadoramente en dos patas, mostrando sus grandes dientes y sus enormes zarpas. Detrás de él, chillaban dos bolas peludas de color pardo subiendo a un árbol. Era una mamá oso con sus crías, uno de los animales que menos quisiera toparte en un bosque. Temerosa, bajé la cabeza lentamente de nuevo y caminé hacia atrás muy despacio, siguiendo las instrucciones que me daba el mismo cabo. ¿Cómo había sido tan estúpida? Las pisadas de ellos estaban justo ahí, en frente mío, debí haberlo advertido. Por suerte, la madre se calmó un poco cuando todos nos mantuvimos a unos considerables metros de ella y sus crías, pese a lo feroces que pueden llegar a ser protegiendo a su prole, un pony no representa una gran amenaza. Pero mantuvo una cautelosa mirada sobre nosotros mientras nos alejábamos y seguíamos nuestro camino.
Luego de minutos de barrer una amplia zona del bosque y el desvío que tuvimos que tomar para evitar a la madre oso, dimos de nuevo con lo que buscábamos, huellas de cascos. Había ralentizado el paso y parecía estar tambaleándose. Lo teníamos. Estábamos cerca.
No tardamos en dar con él. En un claro, metido entre unos matojos de fresas silvestres, se encontraba él. Pero había algo extraño. El pony se sostenía la cabeza con desesperación mientras se contorsionaba en el suelo, como si intentase quitarse algo de encima, arrancándose trozos de piel, rascándose algo de encima. Algo confundidos, rodeamos todo el lugar, cerrando cada vía de escape que pudiera tener.
-Señor Oatmeal, queda bajo arresto por los homicidios de los guardias en Cirrostrata y de la pony de Canterine –dije con voz firme, pero con una expresión algo temerosa, por como el pony se retorcía.
Sin embargo, el pony no respondió.
-Tie… -intenté leerle sus derechos, pero fui interrumpida cuando el sospechoso comenzó a convulsionarse y ponerse completamente pálido. Sus ojos se tornaron blancos, mientras sangre escurría por ellos y espuma comenzaba a salir de su boca; sus extremidades se torcían en posiciones nada naturales. Estábamos asustados. Desconcertados. Incluso el Capitán no sabía qué diablos estaba pasando.
Me armé de valor para acercarme muy lentamente, pero no pude dar más que un paso cuando nuevamente el sospechoso se puso abruptamente de pie de un brinco y lanzó un grito al aire tan ensordecedor y terrorífico, que atemorizaría al mismo Cerberus, mientras su espalda se encorvaba hasta el punto en que pudimos escuchar su espina quebrarse. Era un grito de muerte.
