- ¿Por qué ese vago esta usando ropa Gucci? – preguntó una joven de cabello teñido de rubio platino y vestido corto a su novio.
- Sabrá Dios, quizá alguien se lo donó de un sitio de caridad o a la mejor es un Gucci pirata. – respondió su novio.
- ¿Crees que se ofenda si le convidamos algo de nuestro almuerzo? – preguntó la joven bastante preocupada al ver a ese hombre manco buscando comida entre la basura.
- Yo creo que lo mejor sería darle dinero. – sugirió el novio.
- ¿No crees que podría gastarlos en drogas? – dijo la rubia horrorizada.
- Es mejor eso a que siga escarbando como si fuera un perro hambriento…
Phinks se sintió humillado al darse cuenta de que el era el vago del que hablaba dicha pareja y apresuró a irse a toda prisa, maldiciéndose a si mismo por haber salido a la prisa con su predilecto atuendo Gucci. Llevaba años sin buscar comida de la basura, quizá desde la adolescencia, por lo que volverlo a hacer (y que lo tacharan de verse como perro al hacerlo) se sentía particularmente vergonzoso. Había salido sin un billete en el bolsillo y si bien podía robar, se sentía indigno de robar algo sabroso que comer tras lo que había hecho. Una parte de pensaba que era mejor que comiera algo sano para tener la fuerza de ir contra el Bastardo de las Cadenas, sin embargo, otra parte de el sentía que por más bien comido que estuviera jamás podría derrotarlo, menos ahora que había perdido una de sus manos. Sabía que era posible que en una pelea el le ganara a Kurapika, después de todo Chrollo le había quitado su habilidad de las cadenas, sin embargo, también sabía que era casi imposible que el estuviese viajando solo y que quien fuera su acompañante tenía que tratarse de un hombre fuerte. El jamás saldría victorioso de aquel encuentro y aunque saliera sabía que era improbable que recibiese cualquier tipo de perdón o indulto. Y eso era lo que más dolía.
Antes de la Araña Phinks no recordaba haber sido querido en ningún sitio. Y tenían razones para no quererlo. De niño recordaba haber sido bastante inquieto y responder violentamente a cualquier incomodidad que sintiera. El había aprendido pronto que llorar no iba a darle más comida o ropa más cómoda, sin embargo, golpear a otros, orinarse en el piso o morderle la cara a alguien, si bien nunca le traía lo que quería al menos le daba atención. Podían pasar días sin que el se dejara poner su pañal, se peleaba a menudo con otros niños de su familia y robaba la harina de la alacena para comérsela cruda sin importarle dilapidar los escasos recursos familiares. Poco le inmutaban los castigos que recibía, para el salirse con la suya era lo que más importaba.
Phinks siempre sintió que su madre más que quererlo lo toleraba, como si el fuera la cruz que le toco cargar en ese mundo o una calamidad inminente. La mayor parte del tiempo ella se encontraba trabajando fuera o demasiado intoxicada por el alcohol y las drogas para prestarle atención. El resto de su familia ni siquiera llegaba a tolerarlo, pues tan pronto murió su madre fue tirado a la calle. Phinks se sintió lastimado al ser rechazado por su familia, sin embargo, en el fondo se lo venía venir. Después de todo ¿Por qué una familia de refugiados de Egypersia gastarían en un niño hiperactivo habiendo otras necesidades apremiantes?
Fue así que paso la mayor parte de su infancia sin conocer realmente que era el afecto, enfocándose solamente en sobrevivir, comenzando a robar y pelear contra otros para mantenerse con vida. Fue hasta que conoció a Feitan que empezó a pensar de otro modo. Feitan parecía venir de un entorno igual o más disoluto que el y no estaba acostumbrado al cariño, por el contrario, Feitan parecía haber sido criado por la crueldad y estar tan acostumbrado al dolor que este le causaba placer.
Feitan sabía como robar más comida, a quien asaltar cuando quisiesen algo, o incluso como torturar a quienes los molestaran. El no le pedía mucho a Phinks, más bien, cada que podía le regalaba cosas, le daba consejos y le cuidaba la espalda. Pese a ser un matón profesional y un sádico empedernido parecía disfrutar mucho la compañía de Phinks al ser ambos de origen migrante y tener gustos en común. Phinks trataba de corresponder aquel comportamiento ayudándolo en sus robos y actividades ilícitas, sintiéndose cada vez más cómodo al descubrir que su carácter agresivo le estaba llevando a un mejor sitio. Phinks fue creciendo, pasando de ser un niño molesto y berrinchudo a un hombre poderoso y amenazante. Cualquiera que lo desafiara o tuviera algo de su interés que se negara a compartir moría a sus manos.
Phinks no recordaba exactamente como se unió a la Araña o que miembro de la Araña lo introdujo al Nen, sin embargo, estaba casi seguro que había sido Feitan. Fue al llegar a la Araña que aquel sentimiento de marginación que le había envuelto desde niño desapreció, por primera vez sintió que su existencia era parte mayor que si mismo. Por fin tenía un propósito y un lugar al cual pertenecía. A diferencia de su casa la Araña siempre parecía ingeniársela para tener la alacena llena y el podía agarrar lo que quisiera hasta saciarse, sin temor a regaños y repercusiones, claro, siempre y cuanto el fuera capaz de seguir manteniéndola llena, cosa que como ladrón le era fácil.
Lo que empezaron como pequeños hurtos y peleas de pandillas para conseguir comida y algo en que mantenerse fue creciendo poco a poco a autenticas escaramuzas y atracos de gran escala contra las mafias de Ciudad Meteoro, las cuales fueron destrozadas por ellos, dejando Ciudad Meteoro como su indisputable territorio. La ciudad donde el nació ya era pequeña para los objetivos de la Araña, la cual terminó atacando lugares a los cuales Phinks no hubiera puesto pie ni en sus más descaradas fantasías. Ahora sus robos eran en mansiones de lujo, casinos exclusivos, museos de arte clásico y e incluso fortalezas inexpugnables de varios gobiernos del mundo. El comenzó siendo nadie y acabó siendo la Quinta Pata de la Araña, uno de los hombres más buscados y temidos a nivel mundial.
Fue también en la Araña que el comenzó a experimentar con su sexualidad, sintiéndose sorprendido de lo poco que les importaba a los miembros Araña el hecho de que el fuera homosexual. Phinks se sorprendía como la sexualidad no era un tema para la Araña, siendo la vida romántica y erótica de la mayoría de sus miembros un secreto abierto el cual no se debatía. Phinks sabía que ser gay en su familia hubiera sido algo más que inconcebible e incluso una excusa perfecta para matarlo, sin embargo, en ese punto de su vida había pocas personas que fueran capaces de siquiera tocarlo sin que el simplemente les rompiera el cuello. Phinks no supo exactamente como o cuando su relación con Feitan pasó de ser la de amigos a algo más ni se acordaba quien dio el primer paso. Fue algo natural y espontaneo, como si fuera un diente de león floreciendo. Feitan y el se entendían demasiado bien, habiendo siempre cosas que podían decirse sin mover los labios y caricias que podían darse aún a kilómetros de distancia.
Phinks nunca hubiera podido haber tenido algo serio con alguien además de Feitan, había algo en haber compartido gran parte de su infancia juntos y tener un estilo de vida criminal similar que les hacía casi imposible relacionarse emocionalmente con alguien más. Después de todo ambos tenían a la Araña como su razón de vivir así que en caso de que uno se sacrificara a si mismo o a su relación por la Araña el otro lo entendería sin dudarlo. Todas las relaciones que tenía con quienes no eran miembros de la Brigada Fantasma eran simples y utilitarias. La relación más intima que Phinks había tenido con alguien ajeno a la Araña había sido su encuentro con aquel enfermero que secuestro en el bar, al cual, en un momento de borrachera e inestabilidad emocional le confesó algunos secretos que guardaba así como varias mentiras para aderezar su conversación y manipularlo en su sucia trampa. E incluso aquel encuentro solo se pudo dar gracias a la Araña y los planes de esta. Sin la Araña Phinks no tenía a nada ni a nadie.
El matar a Nobunaga no había sido un asesinato cualquiera, sino el asesinato con el que había destruido todos sus vínculos y amistades. Phinks había encajado perfectamente en la Araña gracias a su personalidad ruda e impulsiva y al hecho de que esa organización estuviera compuesta por marginados sociales quienes no podían encajar en ningún otro sitio. Ser miembro de la Araña era ser marginado, pero también ser apreciado y necesitado. Sin embargo, ahora que Phinks había traicionado a la Araña, él había caído más abajo que un marginado, Phinks se había vuelto un paira entre pairas, un traidor entre criminales, siendo esto lo más bajo que cualquiera. Incluso en el infierno, los traidores caían aún más abajo que los asesinos y violadores.
Phinks se sentía arrepentido, sin embargo, no importaba lo mucho que lo sintiera, nada de eso le traería de vuelta al la Araña. Incluso si lograba acabar con Kurapika, jamás podría volver a ver a los ojos de el resto de sus miembros sin sentir vergüenza. Y dudaba que el resto de la Brigada lo fuera a aceptar tras los hechos. Quizá lo tendrían como carne de cañón y lo aventarían a cualquier misión riesgosa para tratar de deshacerse de el. O quizá simplemente lo ejecutarían de forma dolorosa. Phinks pensó que tal vez eso era mejor que nada, por lo que agarró ánimos para seguir adelante e ir tras Kurapika, trotando con velocidad. Sin embargo, pronto se sintió muy débil y atormentado por los dolores fantasma de su mano faltante y su sensación de culpa, por lo que se tumbó al piso, llorando, sin importarle estar en medio de una vía pública de un pueblo turístico lleno de tiendas, cafés y heladerías, llenas de gente sonriente que de vez en cuando detenían su vista en el por lástima. ¡Si tan solo supieran lo que el había hecho no le tendrían lástima! De hecho, posiblemente le escupirían en la cara y lo lapidarían, sin que el tuviera ánimos de contrariarlos, después de todo se lo merecía. Phinks se hizo bola y siguió llorando, implorando a que alguien lo sacara de su miserable existencia. ¡Si tan solo el jamás hubiera conocido a Feitan o a Chrollo o a la Brigada Fantasma! Quizá el seguiría sintiéndose miserable, pero al menos no tendría un punto de comparación libre de miseria que añorar. Quizá sin la Brigada Fantasma el nunca se hubiera vuelto un asesino ni un criminal y el se encontraría simplemente vagando entre la basura de Ciudad Meteoro, buscando sobras enlatadas que comer. Quizá en el mejor de los escenarios el eventualmente hubiera salido de Ciudad Meteoro sin ayuda de nadie y quizá si no se hubiera involucrado con la Brigada Fantasma el seguiría conservando ambas manos y trabajando en algún oficio de ocho a cuatro, para regresar a su casa, ver futbol y tomar cerveza fría, quizá incluso en compañía de algún amigo o amante. Tal vez si el jamás se hubiera encontrado con la Brigada Fantasma su vida hubiera sido más sana y feliz. Sin embargo, el sabía que los hubiera no existían: Phinks no tenía salvación y que su suerte estaba más que echada.
El se quedó en posición fetal llorando por un buen rato, hasta que de repente el sintió una palmada en su espalda.
- ¿Estas bien? – preguntó una voz dulce a Phinks.
- No, no lo estoy. – Contestó sin levantar la mirada y ver a quien le hablaba.
- ¿Necesitas ayuda? ¡Yo puedo ayudarte! – dijo aquella voz.
Phinks volteó a ver a la persona que le hablaba. Era una joven de cabello largo y liso, bastante obscuro y brillante. Tenía un vestido tradicional color rosa pastel y verde menta, adornado con flores y rostros sonrientes, así como una bolsa de mano tejida de forma artesanal. Sus ojos azules parecían inocentes como los de una muñeca y sus manos se veían igual de finas y delicadas. La chica sacó de su bolsa una pequeña caja de plástico, la cual tenía dentro de ella un emparedado y algunas galletas.
- Tu no entiendes, mi vida ya no vale la pena… - Dijo Phinks con voz ronca.
- ¿Tienes hambre? ¡Quizá con algo de comida te puedas sentir mejor! – dijo ella ofreciéndole la comida a Phinks.
Muy tímidamente Phinks abrió la caja y comenzó a mordisquear el emparedado, sintiéndose culpable y deleitado de tener algo tan rico como pan blanco, tocino, lechuga y tomate fresco con mayonesa y mostaza untada.
- Ya nadie puede ayudarme… - Contestó Phinks con la boca llena, sintiéndose avergonzado de que una chica tan dulce y gentil le tratara tan amablemente.
- Claro que si puedo ayudarte. Tienes que tener confianza. – Aseguró la chica con cara de muñeca.
- Nadie puede salvarme ya, yo arruiné mi vida, maté a uno de mis mejores amigos, traicioné a los demás… soy una escoria. Por favor, solo aléjate o mátame, no soy digno de estar vivo. – Se lamentó Phinks.
- Cualquier persona puede volver a ser amada, sin importar lo que haya hecho. Yo conozco gente que ha matado antes y esas personas han salido adelante y logrado ser mejores personas. Tu pasado no determina tu futuro. – Dijo la niña compasivamente.
- Yo… yo no tengo a nadie. Estoy solo, estoy jodido. Mi vida no vale nada…
- Tu me tienes a mi para ayudarte y tu vida vale. Si quieres te puedo llevar al piso de soltero de mi hermano y el y su novio te pueden ayudar. Quizá te podríamos prestar ropa nueva y ayudar a obtener empleo. Mi hermano y su novio te caerán muy bien y se que te ayudarán. Mi hermano ha pasado por algo similar y sabe lo que se siente eso. – la chica hablaba de forma tan dulce y entusiasmada que a Phinks se le hizo difícil ignorarla.
Por un par de segundos Phinks pensó, que, quizá estaba ante una segunda oportunidad de vida, ante una posibilidad de redención, en la cual pudiera empezar desde cero ya no como el asesino brutal de la Brigada Fantasma, sino como un hombre de bien. Quizá ahora Phinks podría enmendar sus errores del pasado y ganarse la familia y los amigos que necesitaba tan desesperadamente, sin sangre de por medio. Sin embargo, antes de que el pudiera contestar una voz familiar se cruzó ante el.
- ¡Alluka, aléjate de ese tipo! – Gritó un muchacho joven, haciendo que Phinks volteara a verlo y lo reconociera al instante.
¡Era el amigo del bastardo de las cadenas que conoció en York New! El había crecido mucho desde la última vez que lo vio en la Subasta de York New, siendo un joven alto y robusto, con una finta verdaderamente amenazante, aunque mantenía el mismo cabello blanco y alborotado de su niñez y sus ojos ligeramente felinos color océano. Phinks se levantó rápidamente inseguro si huir o explicarle lo que había pasado.
- ¿Qué diablos haces con mi hermanita cabrón? – preguntó Killua furioso a Phinks.
Phinks se sorprendió de que ese chico lo hubiera reconocido pese a estar mugriento, desaliñado y sin rasurar, sin embargo, supuso que su rostro tostado y desprovisto de cejas era difícil de olvidar. Phinks estuvo a punto de levantar sus brazos para mostrar que no tenía intención de atacar, sin embargo, el rubio vaciló tanto en aquella acción que Killua interpretó el pequeño movimiento de sus brazos como un intento de arremeter contra el o su hermana. Rápidamente Killua clavó sus garras a la yugular de Phinks y procedió a romperle el cuello, dejando que así, la Quinta Pata de la Araña muriera, siendo este sanguinario espectáculo observado por los peatones y una horrorizada Alluka, quien lloraba horrorizada y no entendía porque su hermano había matado a un hombre tan atormentado de forma tan súbita.
Al final Phinks siempre tuvo razón: el ya no tenía salvación.
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Bueno, aquí lo que Killua encontró de la Brigada Fantasma. Jeje. Como les dije anteriormente este fanfic va en la recta final, en especial porque va continuar el manga y la verdad quiero estar en primera fila para ver a este manga dejar el Hiatus en la que ha quedado trunco por tanto tiempo. Y aquí concluyo la tragedia de Phinks en este fanfic, pero aún quedan cosas que cerrar antes de bajar el telón.
Monnie´s: De nuevo mil gracias por tus amables comentarios. La verdad me encanta leerlos y saber que alguien más disfruta mis escritos.
Como siempre, les mando besos y abrazos virtuales, les deseo lo mejor.
Post data: El título de este capítulo fue una pequeña referencia a una de mis canciones favoritas de The Cranberries. Por alguna razón pensé que le quedaría como anillo al dedo a este capítulo. Saludos y gracias por leer.
