Buenos días, tardes, noches a todos, les saluda Mary Morante.
Siento mucho el retraso. Muchas cosas han pasado este 2023 y sinceramente, espero que mejoren en lo que resta del año.
Nuevamente, agradezco a aquellos que continúan pendientes de mi salud (motivo principal por el retraso), en especial a mi querido amigo Dobledragon, muchas gracias por siempre mandarme mensajitos, me llenas de alegría y ánimos de seguir adelante.
¡Gracias a todos por su infinita paciencia, para con mis historias!
También agradezco todos los reviews, créanme que los leo y los analizo, me encanta leerlos, sobre todo cuando guardo reposo.
Oremos por qué paren todas las guerras, que hay en el mundo. Creanme, ha sido un capítulo difícil de escribir. Notarán que mezcle, algunos hechos históricos con mi historia, espero les guste.
Advertencia: Contiene tema explícito de guerra.
Sin mas, aquí el nuevo capítulo.
Disclaimer: Candy Candy y sus personajes son propiedad de Keiko Nagita y Yumiko Igarashi. Este fanfic fue creado solo con fines recreativos.
La canción Carrusel (canción final del anime Candy Candy) no es de mi autoría.
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LAS CONSECUENCIAS DEL AMOR Y LA GUERRA
Correspondencia
En la madrugada del 6 de abril de 1917, todas las prensas periodísticas fueron paradas de emergencia. Había surgido la noticia más importante del siglo.
Ese día, a las primeras luces del alba, los voceadores recorrían las calles, anunciando a toda voz, la trágica y necesaria decisión, que cambiaría la vida de muchos ciudadanos norteamericanos.
La noticia en el periódico "The Daily of Chicago", se detallaba así:
"El pasado 2 de abril, el presidente Thomas Woodrow Wilson habló ante el congreso, expresando su pesar, al considerar las acciones alemanas recientes, como una declaración de guerra contra el gobierno y el pueblo de los Estados Unidos de Norteamérica, siendo aprobada esta resolución, por la Cámara de Representantes."
"Con ello, finalmente el 6 de abril de 1917, el presidente Woodrow Wilson firmó la declaración oficial a las 1:13 hrs, Estados Unidos entra en la Gran Guerra."
"Se plantea un llamado al frente, para aproximadamente 2,000,000 de voluntarios."
c - c - c - c
Dos semanas después, el grupo de damas voluntarias de la cruz roja en Chicago, invitaría a las damas de alta sociedad, para formar grupos de costura, cuya finalidad era la elaboración, de material médico de apoyo para la guerra, como, por ejemplo: vendajes, vendas para los ojos, camisetas de lana, etc.
Ser dama voluntaria de la cruz roja, era todo un honor. No solo mostrabas amor por tu país, también florecían sentimientos de caridad y solidaridad, en cada vendaje cosido a mano.
Por supuesto, Sarah Leagan no desaprovecharía esta oportunidad. Como dama voluntaria, con un hijo al frente, había regresado con la cabeza en alto a los círculos sociales de Chicago.
En esta ocasión, la reunión de costura de las damas voluntarias, se llevaba a cabo en la residencia Leagan – Bueno damas, hemos terminado por el día de hoy – Comenta la presidenta local de la cruz roja – Demos un gran aplauso a la anfitriona de esta reunión, la señora Sarah Leagan Ardley.
Entusiasmadas, las damas empezaron a aplaudir. Sarah se puso de pie y dos de sus doncellas, llegaron junto a ella – Les agradezco sus atenciones, por haber venido – Alza una mano – Como madre de un valiente soldado, esto que hicimos significa mucho para mí… – Hace una pausa dramática, cierra los ojos y cubre su boca por un instante, demostrando así a las conmovidas asistentes, que ella era una madre fuerte y no sucumbiría en sentimentalismos.
Las presentes hicieron gestos de solidaridad y volvieron a aplaudir, como una forma de darle fuerzas a la afligida madre. Sarah Leagan se inclina con pulcra cortesía y hace un movimiento – Si gustan acompañarme al salón anexo, hemos preparado té y aperitivos para degustar, antes que se retiren.
– ¿Van a venir con nosotras? – Sarah mira de reojo, a los que acompañan a su hija – ¿Eliza?
– Adelántate, madre – Eliza imita la fina actuación de Sarah, inclinándose, como la dama educada de sociedad que es – Nosotros los alcanzaremos.
Al salir la señora Leagan, sus doncellas, que iban cargando los cestos, con la mayor parte de las prendas recién elaboradas, cerraron las puertas tras de sí. Eliza mira a Annie, Archie, Tom y Patty O'Brian, quien viajó desde Florida, al enterarse de la terrible decisión de Candy – Esta bien Dorothy, ya puede pasar.
Una puerta al fondo del salón se abre, ingresando Dorothy junto con Terry Grandchester. El joven actor estuvo esperando en la otra habitación, para no llamar la atención de las féminas (siempre era difícil pasar desapercibido, más ahora, que está triunfando en el cinematógrafo) – Con su permiso, señorita Leagan – Dorothy hace una reverencia y cierra la puerta.
Ahora, el grupo de jóvenes estaba solo. Si hubiese sido otra ocasión, quizás este sería un agradable encuentro, pero las circunstancias actuales, afectaban su estado de ánimo – Hace tiempo que no coincidimos, Terry – Saluda Patty, intentando aligerar el ambiente.
– Un gusto saludarte, Patty – Mira a su alrededor y hace una mueca – En fin – Terry se sienta en un mueble de dos plazas, frente a ellos – ¿Quién es el primero?
El motivo real de su reunión, era leer las cartas que han recibido Eliza y Annie, de Neil y Candy, respectivamente – Creo que yo soy la primera – Eliza saca unos papeles y los ordena – Empezaré con el telegrama: "Querida Eliza…"
Conforme iba leyendo, Terry mostraba una sonrisa burlona, relajando su postura. Molesta, Eliza le observa y finaliza el telegrama – "Con amor, N. L." – Baja el papel y se pone en pie; pronto, Tom cogió su mano, evitando que avanzara – ¿Se puede saber que te causa tanta gracia?
– Ese telegrama es muy ingenioso – Terry se encoge de hombros – Primero, afirma que Candy está con él, para después, decir que van a separarse – Saca un cigarrillo y lo enciende – Cualquiera que no le conozca, creería en sus palabras jajaja.
– Por supuesto, eso que dice Neil es imposible – Patty mira a Annie, Archie y Tom, esperando la confirmación a su comentario. Contrario a lo deseado, permanecieron en silencio, confundiéndola – ¿Cierto, Annie?
– ¿Patty, recuerdas el telegrama que te envié? – La chica de anteojos mueve la cabeza – Hay algo más importante, que necesitas saber – Coge un sobre – Esta es una carta de Candy – Por un segundo, cruza mirada con Terry, empezando a leer en voz alta:
"Ciudad portuaria de Le Havre, 8 de febrero 1917
Annie, mi muy estimada hermana:
Espero que, al recibir estas letras, te encuentres bien de salud. ¿Cómo va tu matrimonio con Archie? ¿Qué tal están las cosas en casa de Pony?
Te escribo desde la hermosa ciudad de Le Havre. Nunca había visitado Francia y debo decir, que las personas son amables y el paisaje es hermoso. Si no fuera por la guerra, insistiría en qué vinieras para pasear, como lo hacíamos en los viejos tiempos.
Pero eso, por ahora, solo es una ilusión, una melancólica fantasía, que solo puede cobrar vida, en mis esperanzados sueños.
No lo tomes a mal, querida Annie, aún conservo la convicción de trabajar como doctora en el frente, ayudando a valientes soldados, para que regresen a casa con sus familias."
– Oh, Candy – Patty toma un pañuelo y limpia sus lágrimas, teniendo cuidado de no rayar sus anteojos. Annie aprieta sus labios y hasta Eliza cerró los ojos, pensando en su hermano.
Annie inspira profundamente y continúa:
"El viaje a Francia ha sido largo, hubo algunos retrasos y sucedieron muchas cosas, entre ellas, me encontré con Neil Leagan.
Neil, mi acérrimo enemigo, mi más grande tormento…"
Como reflejo, Annie se detiene y eleva sus ojos, notando el peculiar interés, que ha despertado en Terry Grandchester.
La joven esposa bajo la vista, sintiendo un poco de empatía por él, y continúa:
"Neil, mi acérrimo enemigo, mi más grande tormento, mi dulce caballero, el hombre a quien amo, con quien he decidido pasar el resto de mi vida, una vez que regresemos de la guerra."
– ¡Imposible! – En un arrebato, Terry arranca la carta de sus manos – ¡Déjame leer!
– ¡Devuelve la carta! – Archie se apresura y Terry, eleva su dedo unos segundos, antes de entregarla y sentarse de nuevo, consternado.
Mientras mantuvo la carta, pudo leer ese fragmento y, con pesar, reconoció la letra de Candy. No había lugar para dudas, Candy había escrito esa carta. La pregunta ahora era: ¿por qué se expresaba así de él? ¡Es Neil Leagan! – Yo no… en serio, yo… – Sacude su cabeza, peinando sus cabellos, mirando a la nada – Lo lamento, es solo que…
– Terry, quizás, no deberías de estar aquí – Sugiere Archie, pues conocía el contenido completo de la carta – Candy lo menciona varias veces en sus escritos, ¿comprendes lo que quiero decir?
Terry da una bocanada grande a su cigarrillo, tratando de calmarse – Contrario a lo que todos piensen, yo solo deseo la felicidad de Candy.
– ¿Patty? – Preocupada, Annie se dirige a su amiga, porque aún no ha dicho nada – ¿Tienes alguna duda, sobre la declaración de Candy en su carta? – Pregunta con voz suave, tratando de no perturbarla más de lo necesario.
– Bu-bueno yo… – Con mano temblorosa, Patty se sirve otra taza de té, da un ligero sorbo y empieza a toser – Cof, cof… ¡perdón! – Se limpia con una servilleta – E-es que… el té está frío.
Eliza toca una campanilla e inmediatamente, Dorothy ingresa con un carrito de servicio, cambiando en el acto la tetera y las tazas sucias, dejando además, nuevos postres sobre la mesa – Gracias, este… mph, mph, a decir verdad, estoy… quiero decir – Patty se sirve un poco de té – Estoy muy sorprendida, jamás imagine que…
Sin poder aguantar más, extiende su mano, recibiendo la carta por Annie. Con cuidado revisa el documento, poniendo especial atención, en la firma al final – No comprendo – Voltea a ver a Eliza – ¿Cómo es posible que estes tan tranquila, al escuchar esto?
Para nadie era secreto, que los hermanos Leagan odiaban a Candy. Siempre que tenían oportunidad, la hacían sufrir. Además, Patty estaba al tanto del intento de Neil, para obligarla a casarse con él.
Por un breve instante, Eliza titubea, pensando detenidamente cómo responder a la pregunta. Ella fue testigo, de cómo su hermano caía cada vez más bajo, culpando en todo momento a Candy.
.oOo.
Durante uno de sus estados de ebriedad, los señores Leagan no estaban en la mansión. Debido al escándalo, Eliza se asomó irritada – ¿Qué es todo este alboroto?
– Es el joven Neil, señorita Eliza – Responde uno de los sirvientes que lo asiste – Vayan por las frazadas y el agua, yo iré por el carrito de té.
Antes de siquiera notarlo, Neil se abalanzó hacia ella, arrodillándose y sujetando sus vestidos con desespero, obligándola a retroceder, para mantener el equilibrio – No puedo, snif… es demasiado doloroso…
– ¡Oye aléjate! – Trastabillo unos pasos, pero este apretó su agarre.
– ¡Ya no quiero amarla! ¡hic!… snif, yo solo quiero olvidarla, snif… Candy… Candy…
.oOo.
Eliza aun recordaba ese momento; la sinceridad y el profundo dolor, que vio a través de sus enrojecidos ojos, jamás lo olvidaría – Desconozco cómo hizo para cortejarla – Suspira y cruza sus brazos – Solo sé que, finalmente, Candy corresponde a sus sentimientos.
– Además, Candy envío un telegrama a Eliza.
– ¡Tom! – Eliza le da un pequeño codazo.
– Tranquila amor – Tom la abraza hacia él, intentando calmar a su temperamental novia – Después de todo, para eso nos reunimos aquí.
– ¿Qué dice el telegrama? – Se adelanta Patty, curiosa por saber su contenido.
Archie se levanta y mueve las manos – Tranquilos amigos, tanto las cartas, como los telegramas, serán leídos, solo lo haremos por orden cronológico – Coge una galleta de la charola y se vuelve a sentar – ¿Puedes continuar, Annie?
La mencionada asiente y aclara su garganta:
"¿Te he sorprendido, Annie? Jeje, me habría gustado mucho ver tu cara, pero te aseguro que no es broma. Amo tanto a Neil que duele, hasta el punto, de sentir que falta el aire, cuando él no está.
Necesito que me abrace, que me bese, necesito acariciar su bello rostro, dormir en sus brazos, necesito todo de él.
¿Así de fuerte y doloroso es el amor?…"
.oOo.
Una vez instalados en el pequeño departamento, en Le Havre, Candy comenzó a escribir su primer carta para Annie, haciendo un inocente comentario al aire – Sería agradable, cenar estofado con patatas.
– Así que, estofado con patatas – Neil esta sentado frente a ella, contando su dinero y anotando algunas direcciones, en una libreta que le dejaría a Candy – ¿Algo más que se le antoje, a la consentida señora Leagan? – Sonríe con mofa – ¿Quizás Champagne y caviar?
– No te burles, Neil – La doctora hace un puchero y levanta a Clint – ¿A donde vas?
– ¿A dónde? – Se aproxima y le da un suave beso en los labios – Iré por la cena – Coge su abrigo afelpado y le entrega las llaves – Cierra con llave, ya vuelvo.
Conseguir los artículos para la cena, le tomo a Neil el resto de la tarde, afectando a una arrepentida Candy. Hasta ese momento, no se había percatado, de lo acostumbrada que estaba a su presencia – Si no fuera por ti Clint, me sentiría muy sola.
Cuando por fin llegó, Candy se alegró tanto, que pudo continuar con la carta. Ahora, Neil estaba cocinando la cena, mientras Candy le mira con atención, olvidando momentáneamente su escrito, curiosa de probar su guiso.
– Se ve tan guapo cocinando – Suspira – ¿Todos los hombres Ardley saben cocinar? – Cierra los ojos y mueve la cabeza – Es como si ya fuéramos un matrimonio.
– ¿Quieres probar? – Neil interrumpe sus pensamientos, acercando una cuchara, cuidando de no derramar estofado. Candy toma el bocado y lo saborea – Mmmh, está delicioso.
– Entonces, ya está listo – Con cautela, retira la olla del fuego y empieza a servir la cena, separando una porción para Clint – Ten cuidado Clint, está caliente.
Estaba tan distraída cenando, que no pudo evitar cuando Neil tomó la carta – ¡Neil eso es privado!
El moreno levantó su brazo, alejando la carta – Lo lamento Candy, pero tenemos ordenes de revisar todos los correos, que se manden a Estados Unidos – Cuando vio la resignación en su rostro, empezó a leerla – Vaya, soy tu "acérrimo enemigo y gran tormento" jajaja.
– ¡También eres un gran tonto! – Conforme iba leyendo, la sonrisa de Neil se fue apagando, encendiendo sus pómulos en un intenso rojo – Está leyendo mi confesión.
El soldado jaló la silla, acercándose, acaricia su pecosa mejilla y despeja su oreja – Te ves hermosa sonrojada – Susurra a su oído, hace un sutil camino de besos, hasta sus labios, deleitándose en su boca, sin prisas.
– Tramposo – Expresa en un suspiro, aún con ojos cerrados.
– ¿Todavía soy un gran tonto?
Candy ríe entre dientes – El más tonto de todos – Comparten otro beso – Comamos antes que se enfríe.
Preocupado, Neil voltea hacia la ventana, notando la sutil caída de nieve. No mencionaría nada, pero el escrito de Candy le había hecho pensar. Si se lastimaba o moría, ella sufriría mucho y eso no lo permitiría.
Esa carta, lo llevaría a tratar de romper con ella en la estación de ferrocarril, sin lograr su cometido.
.oOo.
Ahora era el turno de Eliza; leería una carta de Neil, enviada desde el frente.
A punto de iniciar, escucharon un grito desgarrador, proveniente del salón donde permanecían las damas voluntarias. De inmediato, corrieron hacia las puertas, presenciando a dos jóvenes uniformados, entregando un telegrama urgente a una de las presentes – ¡No mi hijo! ¡solo tiene dieciocho años, no pudo haber muerto! ¡NO!
Antes de arrodillarse junto a la doliente, Sarah se giro hacia Eliza, moviendo suave la cabeza, como respondiendo la pregunta no formulada.
No se trataba de Neil.
Eliza cerró las puertas de golpe, apresurándose, temblorosa, a los brazos de Tom – Pensé que era…
– Lo se – Tom aprieta su abrazo, acariciando la espalda.
– Eliza… – Patty junto con Annie, van con ella y le ayudan a sentarse. Al elevar la vista, abundantes lágrimas descendían de sus ojos – Cálmate Eliza, no llores.
– Yo no… – Pasa los dedos sobre sus mejillas, detectando el rastro constante de humedad – N-no puedo…
Terry alarga su brazo hacia ella, sobresaltando tanto a Tom, como a la propia Eliza – Tranquilo, Tom – Abre su mano, ofreciendo un fino pañuelo de seda – Toma.
La castaña coge el pañuelo y limpia sus mejillas – Eliza – Archie se arrodilla, genuinamente preocupado por su prima – ¿Quieres terminar aquí y descansar?
Cerrando sus ojos, niega con la cabeza – Tom, ¿tú podrías…?
– Seguro Eliza – Tom le da un beso en la frente, al tiempo que ella le entrega las cartas.
Mientras Annie sirve té para Eliza, Tom comienza a leer en voz alta:
"Retaguardia, 5ta compañía de infantería, 1era división, Francia, marzo 1917.
Querida Eliza:
Espero que te encuentres bien. Antes que nada, deseo felicitarte por tu compromiso, estoy feliz que pronto contraerás nupcias con un buen hombre, coincidentemente, del hogar de Pony.
No imagino qué estará pensando mamá, y espero que lo tome de buena gana.
Pronto escribiré una carta a papá, para hablarle sobre mi compromiso con Candy.
Sé que tengo pocos meses en el frente, sin embargo, el cielo gris y el horizonte lodoso, me han hecho preguntarme, ¿cómo se ve el color blanco?
¿Sabes? Unos días antes de despedirnos, me dio un mechón de su cabello rubio, pero no lo saco por temor a ensuciarlo o perderlo. Además, me obsequió un dije en forma de cruz, con una imagen, supongo que es la Virgen María, no sé, es cosa de religiosas.
En este momento, estamos aproximadamente a ocho kilómetros del frente. Nos relevaron hace cinco días, y regresaremos en diez, si no pasa algo urgente.
Varios de mis compañeros han caído en batalla, otros regresarán a casa, ciegos o inválidos.
Olvida lo último. Solo necesitaba contárselo a alguien…"
.oOo.
– ¿Escucharon la noticia? – Neil, Oswald y Maxwell están cenando junto a una fogata, agazapados entre sí, para conservar un poco de calor; cuando un soldado, llamado Noah Wadeson, se sienta junto a ellos – Los alemanes han liberado parte del frente, dejando casi cuarenta kilómetros de territorio.
– Escuche que eso, fue gracias a la victoria en la 'batalla del río Somme' – Comenta el segundo soldado, de nombre Eric Oborn, quien llega acompañado por un tercero: Christopher Jackson.
Oswald queda pensativo, moviendo la cuchara en su fiambrera – ¿No se les hace extraño, que el mismo ejercito alemán hiciera una retirada, sin motivo aparente? – Da un bocado a su guiso de lentejas – No sé, yo no me confiaría mucho.
– ¡Oh vamos, Teddy! – Eric Oborn, apodado "el marino", le da unas palmadas en la espalda – Finalmente, la suerte está de nuestro lado, no seas pesimista.
– Teddy no es pesimista, es realista – Neil da un trago a su cantimplora – Y todos sabemos, porque tenemos doble ración de todo.
En esta ocasión, el furriel repartía más suministros, porque las provisiones recibidas, eran para doscientas personas, pero solo habían regresado ciento doce. Como parte de las provisiones, entregaron a cada soldado, un paquete pequeño de primeros auxilios (cuatro vendas medianas, mas tres paquetes de gasas de algodón), además de veinte cigarrillos, tabaco para mascar y dos barras pequeñas de chocolate francés, que servirían para intercambiar artículos y negociar favores.
– ¿Alguien vio a Serpiente? – Cuestiona Maxwell, tratando de cambiar el tema – No lo he visto desde las trincheras.
Otro soldado se aproxima al grupo, con un bolso lleno de cartas y una linterna – ¿Aquí están los soldados Anderson, Leagan, Mitchell, Roosevelt, Seville, Oborn y Jackson?
– ¡Anderson aquí! – El pelirrojo alza su mano, recibiendo unas cartas.
– ¡Acá Roosevelt y Leagan! – Le entrega un grupo de cartas a Oswald, y continúa repartiendo la correspondencia – Toma Chicago, tienes cuatro cartas a tu nombre.
Se aproxima al fuego y logra leer, los remitentes de sus cartas. La primera era de Eliza, la segunda era de Candy, la tercera era de sus padres.
Para su sorpresa, la cuarta carta pertenecía a Daisy Dillman.
Deseaba tanto leer la carta de Candy, pero le daría prioridad a la de Eliza. Necesitaba saber su respuesta, al telegrama que había enviado desde el barco:
"Estimado hermano mío:
¿Cómo estas? ¿Estás bien? ¿No estás herido?
No sé que puedo escribirte, tengo tanto miedo, hasta para escribir esta carta.
He notado algo con la correspondencia: antes de que te notifiquen la muerte de una persona, las cartas son regresadas al remitente, sin ninguna explicación. Así le pasó a una conocida de la señorita Pony, (sí, estoy hablando de la "mamá" de Candy)
Con respecto a lo de Candy, no sé que decir, o que sentir, o que pensar.
Yo no soporto a Candy, la detesto y eso lo sabes; pero si vuelves a salvo, te prometo a ti y a Tom, que trataré a Candy como si fuera mi hermana, pero por favor, regresa a casa.
Si no regresas, te juro que la trataré peor que antes Neil. No me retes.
Perdona lo anterior, si Candy en verdad te ama, no creo que pueda volver a tratarla mal. Ella te entregó su corazón y te hizo feliz, antes de ir al frente. Así como Tom me hizo muy feliz, cuando me entregó los anillos de promesa y compromiso.
Por favor, vuelve a casa, cásate con Candy si quieres, ten muchos hijos, ingresa a la universidad como alguna vez dijiste, que querías estudiar derecho o administración."
"Te quiero Neil, y quiero verte feliz en casa."
"Con amor, Eliza L."
El moreno esbozó media sonrisa, sintiéndose más tranquilo. Sabía que Eliza, no aceptaría de buenas a primeras, su relación con Candy. Contrario a lo que esperaba, esta carta le daba más esperanzas, de las que hubiera imaginado. Con cuidado, la dobló y la guardó entre sus ropas.
Ahora era el turno de Candy.
– ¡Se aproxima un avión! – Grita el soldado que está en su puesto de vigilancia, camuflado como un árbol viejo – ¡Apaguen sus fogatas!
Todas las fogatas fueron apagadas, siendo rodeados pronto por la penumbra, el sonido de las cigarras y lejanos ruidos de artillería. Una pálida luna, apenas se divisaba en un cielo lleno de enormes nubes, como advirtiendo que pronto llovería.
Al horizonte, el cielo lucía enrojecido, gracias al cruce de fuegos, que se llevaba a cabo en la lejanía, donde el paso de la muerte se mantenía constante.
La carta de Candy tendría que esperar.
Neil se acomodó entre sus amigos y llevó el sobre de Candy hasta su rostro, olfateando el suave aroma que este desprendía, hasta quedarse dormido.
.oOo.
– Siento interrumpirla, señorita Eliza – Se asoma Dorothy, desde la puerta del fondo – Su madre me pidió le informara: llamaron por teléfono los señores Cornwell y los señores Britter, ambas familias vienen en camino.
– ¿Mamá viene para acá? – Annie mira a Archie – ¿Por qué vienen mis padres para acá?
– Quizás se enteraron, de la presencia de los soldados en la residencia, con permiso – Dorothy se inclina y cierra la puerta.
– Creo que por hoy, tendremos que finalizar – Sugiere Archie, levantándose del sillón, y ofreciendo la mano a su esposa.
Tom, Eliza y Terry también se pusieron de pie, intercambiando palabras de despedida – ¡Esperen! – Patty les detiene, jugando con sus manos, mirando fijamente a Eliza – Si el telegrama es corto… yo quisiera…
Tom sonríe, abrazando por la espalda a su novia, que cruza los brazos – Vamos Eliza, muéstrales el telegrama, les va a encantar.
Gracias a las palabras de Tom, ahora todos estaban intrigados por el contenido del telegrama – ¡Rayos, está bien! – Resignada, fue hasta una consola de madera y de un cajón, sacó un sobre color beige, que previamente había guardado, antes de la reunión de las damas voluntarias.
Incómoda, ve como todos están expectantes y rueda los ojos – Esta bien – Respira profundo y saca un pequeño papel del sobre:
"París, Francia, 14 de marzo 1917
Eliza:
¿Cómo te encuentras? Felicidades por tu compromiso.
Tom es como un hermano para mí, les deseo lo mejor del mundo.
Seré breve: estoy enamorada de Neil, tu hermano.
Sé que estas palabras, no confirman si mis sentimientos son reales o no. Enviaré por correo una prueba fehaciente, que respalde mi amor por Neil.
Con cariño, Candy W. L. A."
– Entonces, ¿cuál es la prueba? – Pregunta Terry, ansioso por saber que le envió.
– Anda Eliza, no nos dejes con la duda – Archie se asoma sobre su hombro, tratando de ver el contenido del sobre, que lleva en sus manos.
La joven Leagan fija la vista en el sobre, y por primera vez en todo el día, mostró una pequeña sonrisa. Sin mencionar palabra, extrajo dos fotografías, una era tamaño carta, la otra, tamaño media carta.
En la fotografía tamaño carta, Neil esta vistiendo un elegante traje negro, galantemente parado detrás de Candy, que luce un hermoso vestido claro, sentada en un sillón. Neil apoya su mano en el hombro de Candy, mientras ella, sujeta con cariño la mano de Neil. Ambos miran a la cámara con delicada sonrisa.
Sobre un pequeño taburete, a los pies de Candy, Clint posa para la cámara.
La segunda imagen, más pequeña, es de ellos dos mirándose a los ojos, sonriendo el uno al otro. Neil había dicho una tontería, Candy reía por ello.
Candy no lo sabía, pero cuándo se tomaron esas fotos en el RMS St. Mary (como parte de la misión encubierta), ya estaba profundamente enamorada de él, quedando plasmado para siempre, el amor con el que se miraban.
– ¡Oh por Dios! – Annie y Archie, admiraban la foto más pequeña – Nunca pensé que diría esto, pero se ven muy bien juntos – Afirma Annie, recibiendo el apoyo de Archie – Cierto Eliza, ¿por qué no me regalas una?
– Lo siento Archie, pero esas fotos son mías – Alza la vista y pone manos en la cintura – Candy me las mando a mí, así que me pertenecen.
– ¿Ya vieron? – Expresa Patty, sosteniendo el retrato grande – ¿Son mis lentes, o Candy porta anillos en su mano izquierda?
El único que permanecía callado, era Terry; si alguien conocía esos ojos enamorados, era él. Ahora, esa dulce y amorosa mirada solo era para Neil.
Sonrió con amargura, sintiéndose hipócrita. En aquella ocasión, Neil tenía razón y tenía que aceptarlo: "Tú tomaste tu decisión, Candy tomó la suya"
Desde el momento, que decidió casarse con Susana, su pecosa ya no le pertenecía. Él fue quien dejó a Candy, no al revés.
Unos pasos se aproximaban, Eliza rápido les quitó las fotografías y escondió la evidencia a sus espaldas – Señorita Eliza, han llegado sus familiares – Se asoma una doncella.
– Va-vamos para allá – Cuando la doncella cerró la puerta, Eliza les advirtió – No vayan a mencionar las fotografías, mi madre… no está muy feliz, por el compromiso de Neil.
Comprendiendo lo delicado qué podía ser el tema, para la señora Leagan, todos prometieron guardar el secreto, antes de salir al encuentro de las familias Cornwell y Britter.
c - c - c - c
Una hora después de partir el tren militar, arribo otro tren, que recogería al personal de salud y voluntarios de la cruz roja.
Durante el trayecto, Candy, Alina y Virginia no paraban de sollozar. Clara se sentía triste por sus amigas, pero al mismo tiempo, aliviada. Angus contaba con dispensa médica, aun se estaba recuperando de la herida de bala y la intervención quirúrgica. Por ello, había sido reubicado y trabajaría como auxiliar, con el cuerpo de sanidad.
Johnny Bullock también iba con ellos. De último minuto, fue reasignado al servicio médico, para trasladar a los heridos, sujetar a aquellos que tendrían que operarse (en especial, cuando no había suficiente cloroformo para sedación), ayudar a cargar los camiones con suministros y manejar la ambulancia.
En todos lados, faltaba personal.
Una vez llegando a París, la primera parada obligatoria para Candy, era la residencia de la familia Leagan.
Para asombro de la rubia, los Leagan eran propietarios de una casa grande en París (regalo de aniversario de bodas; del señor Leagan, para su amada esposa), se ubicaba a unas cuantas calles, de la emblemática torre Eiffel.
Con melancolía, Candy recordó las palabras de Neil – "Cada año veníamos a vacacionar, al menos, durante un mes. Mamá nos llevaba a Eliza y a mí de compras, y cuando por fin lograba escabullirme, visitaba los museos de arte. Fue entonces, cuando me enamoré de la pintura y el dibujo."
La joven doctora llegó al domicilio anotado por Neil, acompañada por sus amigos y se presentó, como la esposa de Daniel Leagan, ante Giovanni Bernardone, mayordomo de la casa y Marie Soubirous, ama de llaves.
– Es un gusto conocerla, señora Leagan – Al ser una visita rápida, solo dejarían bajo resguardo su equipaje, además dejaría a Clint a su cuidado (no estaba segura, de poder tenerlo en el hospital). Después, tomarían un tren, que los llevaría a su destino final: las instalaciones de la cruz roja, próximas a la retaguardia del frente occidental.
El hospital al que llegaron, era un hospital católico, de vieja pero resistente estructura, que contaba con una iglesia a su costado.
Al no ser muy grande el nosocomio (al menos, no para la guerra), tuvieron que construir pabellones de madera en los aledaños, para asegurar la atención de los heridos, tanto civiles como militares.
Alrededor de los pabellones anexos, fuera del hospital, se cavaron trincheras, para usarlas sobre todo, en caso de emergencia. La movilización de los enfermos, mayoritariamente se hacía en el abrigo de la noche, en especial de los graves, para no perturbar a los demás pacientes.
Por los aviones alemanes, que no dejaban de surcar el cielo, cualquier precaución era poca.
Desde que llegaron al hospital, Virginia se sentía molesta. Convivir con Clara y en especial, con Candy, era realmente incómodo para ella. O al menos así fue, hasta el día que las enfrentó.
Aprovechando que estaban descansando en la cocina, esperando la cocción de unas patatas, para agregarlas al caldo de res, Virginia caminó decidida hasta ellas – ¡Conozco tu vida, Candy! – Afirma molesta, arrugando su vestido a los lados del delantal – Por eso, ahora te contaré la mía.
Intentando mostrarse lo más serena posible, se sentó delante de ellas y empezó a narrar su infancia.
Virginia es la cuarta hija de nueve hermanos. Su padre era un minero que se embriagaba los fines de semana, y su madre, era víctima de los abusos de su esposo. Siendo la única mujer, Virginia era obligada por su madre, a realizar las labores del hogar, a atender a sus hermanos, ayudar a las esposas de sus hermanos mayores, cuidar al primogénito de su hermano mayor y auxiliar a su padre, cuando llegaba borracho a casa.
Como la cereza del pastel y su mayor desgracia; Virginia era la viva imagen de su padre: castaña rojiza, ojos color avellana y algunas pecas en su rostro (no tanto como Candy)
Su madre la odiaba, su padre era indiferente y sus hermanos mayores, se aprovechaban de ella. La única persona que la cuidó, fue su abuela materna. Antes de fallecer, le ayudó a estudiar enfermería, para así poder ingresar como voluntaria e ir a la guerra.
Cualquier lugar, lejos de ese infierno al que llamaba hogar, era mejor.
Virginia nunca lo admitiría, pero en realidad envidiaba mucho a Candy. La enfermera no podía comprender, como a pesar de que era huérfana, Candy creció rodeada de mucho amor, además de contar con lujos, que solo una familia acomodada podía proporcionar.
Sin contar el hecho, que Virginia consideraba a Candy muy bonita, en comparación con ella, que se parecía mucho a su padre.
Cuando escuchó la otra parte de la historia, en la versión de Neil, la castaña rojiza analizó y comprendió que quizás, no todo había sido miel sobre hojuelas, para la doctora Leagan Ardley.
Toda vez que Virginia terminó de hablar, Candy se levantó y cogió sus manos, conmovida – Gracias por compartir esto con nosotras.
Un intenso rubor, subió hasta el rostro de la enfermera Moore – Sí bueno… tengo que ir a los pabellones, escucho que están sonando los timbres – Rápido la soltó y salió corriendo.
– ¡Virginia espera! – Candy dio unos pasos, apoyándose en la puerta de la cocina, viendo cómo se alejaba presurosa.
Clara llega junto a ella – Tranquila Candy, ya se le pasará – Sonríe, sintiéndose orgullosa por la acción de su amiga – Todo estará bien.
El tiempo transcurría lento entre los pabellones. Heridos llegaban y se iban; algunos regresaban a casa (la mayoría, lisiados de por vida), otros simplemente no volvían, ni siquiera dejaban las trincheras.
Al igual que los otros médicos, Candy y Clara, se volvieron diestras cirujanas; las amputaciones estaban a la orden del día, aunque en realidad, hacían todo lo posible para evitarlas.
Alina y Virginia, junto con las demás enfermeras, voluntarios y monjas, atendían al resto de los pacientes. Sus asistencias eran diversas, desde hacer las curaciones necesarias, acompañar a un moribundo, escribir la última carta a sus familiares, hasta vigilar que los heridos no escondan cubiertos entre sus ropas.
La última vez, un joven soldado se había suicidado, usando una cuchara inofensiva.
Todo había transcurrido sin muchos cambios, hasta el fatídico mes de mayo. Ese día, arribaron muchos heridos del tren ambulancia y de los camiones, provenientes del ultimo cruce de fuego.
– ¡No por Dios! – Virginia se hincaba, abrazando los papeles que recibió del joven militar, que descendió del tren ambulancia – ¡Maxwell está muerto! ¡Dios mío!
Clara corrió y se arrodilló junto a ella, consolándola en el piso. Un enorme terror invadió a Candy, notando lo mismo para Alina.
Con el alma a punto de quebrarse, tanto Candy como Alina, salieron presurosas hacia el tren ambulancia y los camiones. No para auxiliar a los recién llegados, sino para tratar de localizar a Oswald o Neil, entre los heridos – ¡¿A-alguno de ustedes es Neil Leagan, o Daniel Leagan?! – les interroga, dando un vistazo rápido a los soldados – ¡¿Neil, estás aquí?!
– No sé, pregunte al fondo, doctora – Responde un soldado sin más, mientras baja a otro herido.
– ¡P-por favor!, ¡¿alguien ha visto a Oswald Roosevelt, o tal vez, Oswald Brown Roosevelt?! – Alina se asomaba en los camiones, sin obtener respuesta.
Ambas jóvenes, iban con desespero de un lado a otro, intentando encontrar algún rastro de ellos.
Pronto, el tren y los camiones estaban listos para partir. Todavía quedaban muchos heridos y este hospital, ya estaba lleno. Candy vio a Virginia, siendo consolada ahora por una monja – Clara volvió a la sala de cirugía.
– No… snif, no pude encontrarlos – Alina llega y la abraza – Si no están… snif… ellos, ¡ellos murieron, Candy!
Esas palabras, congelarían la sangre de Candy, sintiendo como el nudo en su garganta, comenzaba a estrangularla, dificultando su respiración. Pronto, se uniría al fuerte llanto, siendo interrumpidas por el mismo soldado, que había hablado con Virginia – ¿Alguna de ustedes, es la doctora Candy White?
Alina apretó el abrazo, no quería ver, ni saber nada, de ese oficial. Candy estaba desorbitada, le veía, pero no le miraba – Mire, dos compañeros del frente, me pidieron que buscara a una doctora rubia y pecosa, llamada Candy White – Entrecierra los ojos – Por la tela en su pelo, no sé si es rubia, ¡pero vaya que es pecosa!
Ella seguía sin responder, tampoco dejaba de llorar – Escuche, ya fumé dos de los cuatro cigarrillos, que me pagaron para hacer este favor – El mutismo de Candy, lo ponía nervioso – El de lentes, dijo que usted reconocería esto – Alza su mano, mostrando un pañuelo envuelto, que alguna vez fue blanco.
– ¡¿Lentes?! – Alina se gira, al tiempo que Candy reacciona, al reconocer el pañuelo – ¡Ese pañuelo es mío! – Con mano temblorosa, Candy recibe el pañuelo; dentro de este, había un chocolate aun con su envoltura, partido por la mitad.
Cada mitad, tenía letras grabadas en su envoltura: NL y OBR.
El soldado se despidió, pero no lo oyeron. Alina y Candy continuaban llorando en un choque de emociones. Ciertamente, les dolía mucho la muerte de Maxwell, pero no podían evitar sentir alivio, por Oswald y Neil –¡No preguntamos por ellos! – Recapacita Alina y de inmediato, corrieron al tren que ya estaba en movimiento – ¡Oiga!, ¿esos chicos están vivos?
– ¡Al menos, están más vivos que estos! – Da unos golpes al vagón del tren y alza su mano, despidiéndose.
Ambas mujeres se toman las manos, apretando el pañuelo con los chocolates – Siguen vivos.
– Pero Maxwell… – Menciona Alina y Candy asiente, soltando nuevas lagrimas, por la pérdida de su buen amigo.
– Disculpen – Un soldado sanitario llega hasta ellas – Las necesitan en sala de cirugía.
– Volvamos – Tratan de limpiar sus lágrimas, Candy guarda el pañuelo entre sus ropas. Más tarde, podrán apreciar el regalo, enviado desde el frente.
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La última vez que compartieron chocolate, fue la noche antes, de partir al frente. Neil salió a comprar pan, y en la vitrina de la panadería, exhibían algunos bizcochos, confitería francesa y chocolate dentro de finas cajas, adornadas con listones.
Después de cenar, Neil ofreció un juego: intercambiaría un chocolate por beso. Estos inocentes besos, pronto irían subiendo de tono.
Ya estaba besando su clavícula, respirando con pesadez, cuando tuvo que obligarse a sí mismo a detenerse. Especialmente, cuando se percató, que Candy no lo pararía.
– Iré a lavarme la cara – Besa su frente y se levanta del sofá. Aun suspirando, Candy se levanta, recoge la mesa, limpia y apaga las luces. Al ver qué Neil se tardaba, fue a la habitación y se acomodó en la cama, viendo a Clint dormir en el sillón, cercano a la cama.
Neil se tomó su tiempo para relajarse.
Cuando fue a la alcoba, se recostó a su lado, abrazándola de la cintura – Candy, ¿cantabas alguna canción a los niños, antes de dormir?
– No te burles, Neil, no soy muy buena cantando.
– No me burlo – Besa su mejilla y se acurruca en su hombro – Cántala, quiero escucharla.
Peinando sus cabellos castaños, Candy empieza a cantar:
En mi ventana veo brillar
Las estrellas muy cerca de mi
Cierro los ojos, quiero soñar
Con un dulce porvenir.
Quiero vivir y disfrutar
La alegría de la juventud
No habrá noche para mi
Sin estrellas que den luz
Gira, gira, carrusel
Tus ruedas de cristal
Recorriendo mil caminos
Tu destino encontrarás.
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ConTinUarÁ…
Bueno, ahora Annie, Archie, Patty, Tom, Eliza y Terry, conocen la relación entre Candy y Neil.
Por ahora, Eliza no acepta su noviazgo del todo, pero al menos, no está en contra de su amor.
Candy y Alina se llevaron un buen susto, pero al menos, recibieron una señal de que Neil y Oswald seguían vivos. Por desgracia, no fue el caso para Virginia, Maxwell ha fallecido en batalla.
Por cierto, Neil pide al soldado que busque a la doctora Candy White, porque no estaba seguro si Candy usaba el apellido Leagan o Ardley (como casada o como soltera)
Por cierto, busquen la canción en la red, eso les ayudará a visualizar la escena final ;)
Nos leemos después ;)
MaRyMoRaNTe:)
