Hay dos lobos que siempre están luchando. Uno es oscuridad y desesperación. El otro es luz y esperanza. ¿Cuál gana? Aquel al que alimentas.
Britt Robertson.
—x—x—x—
Los días en la aldea eran muy tranquilos, y aunque Rin estaba feliz de la calma y del aprendizaje sobre cosas nuevas gracias a la señorita Kaede y la compañía del grupo de la señorita Kagome. Rin desearía viajar nuevamente con el amo Sesshomaru, el maestro Jaken y Ah-Un.
De vez en cuando, Rin soñaba todavía con aquellas aventuras, recordándolas con gran nostalgia como si las hubiera vivido hace años. A pesar de los grandes peligros que habían enfrentado, siempre habían salido victoriosos. Pero no extrañaba los peligros, sino simplemente la compañía de los suyos. Jaken y Ah-Un seguían con ella, incluso Kohaku, pero no el amo Sesshomaru y lo extrañaba.
Actualmente Rin estaba tarareando fuera del santuario donde se encontraba la perla, esperando a la anciana Kaede para seguir aprendiendo sobre las hierbas medicinales. Era media tarde y a esas horas Rin le ayudaba a la anciana Kaede a recoger hierbas curativas para ayudar a los aldeanos. Pero en su espera, Rin no estaba sola; Jaken estaba ahí junto a Rin, con sus brazos cruzados y vigilante, regañando a Rin por ser demasiado ruidosa y quejándose de lo mucho que odiaba este lugar, específicamente el santuario.
Rin con esto último podía estar de acuerdo. Rin no había visto la perla, y no vio la necesidad de acercársele, pero siempre que estaba cerca del Santuario donde guardaban la perla, todo se sentía tan tenso y abrumador. Tenía pensamientos que no se imaginaría tener. Eran malvados y extraños, pero no algo que le afectara particularmente. No pasaba demasiado tiempo en el santuario para preocuparse.
—Rin, deberías entrar al santuario—le ordenó Jaken de pronto, haciendo que Rin olvidara sus pensamientos y detuviera sus tarareos.
—Pero Maestro Jaken, sabe que no…
—Esos humanos están armados, no deberían serlo. Entra al santuario y adviértele a Kaede— Jaken se puso frente a ella, con su bastón firme junto a él.
Rin no comprendía, hasta que los vio. No muy lejos observó como un grupo de cinco aldeanos subían los peldaños hacia el santuario. Jaken estaba tenso, sus ojos sospechosos.
Rin conocía a esos aldeanos como algunos de los recién llegados, personas que habían llegado heridas y que contaban historias trágicas de sus aldeas destruidas. Rin había ayudado a unos cuantos tratando de aprender sobre la curación para ser útil en la aldea. Le gustaba aprender y ayudar, así que ayudaba tanto como podía. Esos aldeanos también habían ayudado en todo lo posible con buena voluntad.
Sin embargo, Jaken tenía razón. No había necesidad de que estos aldeanos estuvieran armados, menos yendo al santuario. A menos que hubiera algún problema y estuvieran siendo atacados, lo que no sucedía con las vigilancias de Kohaku y Kirara, y muy seguramente el amo Sesshomaru y el Señor Inuyasha que los vigilaban desde la distancia. Rin estaba segura de ello.
Los hombres se acercaban cada vez más y de entre el grupo uno se destacó más. Un hombre en especial que a Rin no le gustaba; Aquel extraño siempre la miraba mucho y le ofrecía sonrisas no muy gentiles. Rin lo asoció a que tal vez el hombre no sabía cómo sonreír correctamente después de todo lo temible que el pobre hombre había sufrido. Pero ahora parecía que esa sensación incómoda tenía sus motivos.
—Rin—advirtió Jaken, y Rin obedeció, esperando que solo fueran malos pensamientos y nada más. Que estos aldeanos solo vinieran a despedirse y ya.
Rin entró al Santuario y vio a la anciana Kaede rezando, pero se detuvo tan pronto Rin llegó.
—¿Qué ocurre, Rin?
—Señorita Kaede, unos aldeanos vienen hacia aquí, el maestro Jaken dijo que están armados y cree que sus intenciones no son buenas.
—Temía que pasara algo como esto—murmuró la anciana Kaede. Se levantó con ligera dificultad, y tomó la perla—. Cuando mi hermana vivía, no solo nos preocupábamos por los demonios… lamentablemente también por humanos.
—¿Cree… cree usted que vengan a atacar?
—Temo que sí, pero esperemos que no. Aunque tenemos que ser cuidadosos y prevenirlo. No podemos permitir que nadie obtenga la perla. Sal por atrás, Rin, y llévate esto—. La anciana Kaede resguardó la perla en un pequeño morral y se lo entregó a Rin.
—¿Pero Señorita Kaede…?
—Cuando se trata de la perla nunca se es demasiado cuidadoso— le interrumpió Kaede—. No escuches ni desees nada que te pidan tus pensamientos, solo ignóralos. Sal por atrás y escóndete, ve a un lugar seguro.
Rin quería negarse, decir que solo estaban siendo desconfiados y que no estaban en peligro. Pero aceptó la perla, y la resguardó entre su kimono. Solo estaban siendo precavidos, eso era todo.
—Todo estará bien, señorita Kaede.
—Eso espero, Rin. Mantente segura.
Rin salió por la puertecita de atrás, todavía demasiado insegura sobre la situación. Se escondió en uno de los arbustos esperando que todo pasara pronto. Se asomó ligeramente, aunque no podía ver mucho. La choza cubría a Jaken, y no podía ver hacía el pueblo. La falta de visibilidad no le impidió escuchar al maestro Jaken hablar:
—¿Qué hacen aquí, humanos mugrosos? El tiempo de visitar el santuario ya se acabó.
—Quítate criatura, venimos a hablar con la sacerdotisa—era la voz de ese hombre, grave y autoritaria.
—Entonces tendrán que esperar a que salga—respondió Jaken, con el mismo duro tono.
Por unos segundos no se escuchó nada, Rin respiró con alivio. A pesar del tono grosero con el cual se dirigieron al maestro Jaken, los humanos estaban dispuestos a esperar. Probablemente solo venían a despedirse, y podía tomar el tono grosero como un mecanismo de defensa; Los demonios habían destruido su aldea por lo que ellos habían contado. Era natural que fueran desdeñosos y desconfiados, Rin todavía les temía a los lobos… incluso a algunos humanos.
Pero entonces todos esos pensamientos se desmoronaron cuando el hombre volvió a hablar:
—A la mierda, los otros no tardaran en llegar.
Se escuchó un estallido, un humo violeta comenzó a hacerse notar. Veneno, pensó e intuyó Rin. Se escuchó un quejido de Jaken y su grito de batalla, amenazando a los humanos. Destellos de fuego y el golpeteo de las armas es todo lo que Rin podía ver y escuchar.
El maestro Jaken necesita ayuda, pensó. Pero Rin no tenía armas, su arco estaba en la choza y aunque practicaba regularmente todavía no era muy certera. Eso no impidió que instintivamente tomara unas piedras cercanas, listas para lanzarlas, sin embargo, recordó que tenía la perla y no podía permitir que la obtuvieran. Kohaku y su hermana están en la aldea, pueden ayudar. Solo tengo que darme prisa, se dijo a sí misma. Confiaría en el maestreo Jaken, después de todo el maestro Jaken todavía luchaba, hasta que ya no lo escuchó cuando Rin se adentró al bosque.
Rin solo pudo desearle lo mejor al maestro Jaken y a la Señorita Kaede.
Rin se dio prisa para conseguir ayuda, pero al escuchar gritos provenientes de la aldea, volvió a ocultarse entre el bosque. Rin quería saber lo que estaba pasando, así que cuidadosamente se acercó a la aldea, tomando una distancia razonable, la distancia suficiente para hacerle ver varías cosas.
Había un grupo de hombres desconocidos, armados y vestidos de mercenarios. Las caras conocidas de aldeanos recién llegados, se unían a los mercenarios recibiendo armas y compartiendo palabras. Atormentando a los que habían crecido y nacido en la aldea originalmente.
Kohaku era visible y estaba luchando bien, al igual que su hermana que no tenía su traje de exterminadora, pero Kirara estaba en el suelo en su forma pequeña, retorciéndose adoloridamente con todo ese humo violeta alrededor. Los hermanos dejaron de luchar cuando un mercenario tomó a una rehén amenazándole con matarla si no se detenían. Los otros bandidos juntaban a los aldeanos que eran incapaces de defenderse, acarreándolos como ganado y arrinconándolos cerca de una choza para que no pudieran escapar.
Cualquier muestra de rebeldía por algún aldeano valiente, era fácilmente disuadido al amenazar la vida de alguien más. A la desobediencia mataban a alguien y eso aplacaba y sometía a los demás.
El monje Miroku protegía a un grupo de niños, Rin no podía escuchar lo que el monje decía, pero no estaba teniendo efecto porque el mercenario frente a él no dejaba de gritarle y apuntarle con la espada.
Era un poco más de un veintenar de hombres vestidos de mercenarios y uno que otro aún disfrazado de aldeano, ¿De dónde habían salido tantos?
Independientemente de cómo habían logrado de las suyas, era evidente que habían atacado a la aldea desprevenida. Comida todavía en el fuego, bultos de arroz, ropa esparcida y redes de pescado fresco tirados por el suelo. Había muchas señales de quehaceres cotidianos interrumpidos agresivamente. La escena era atroz. Le recordó cuando era más joven, cuando perdió a su familia a mano de estos monstruos.
Los bandidos no deberían de existir, deberían de eliminarse para siempre, pensó oscuramente. Debo de hacer algo, puedo ayudar.
Inconscientemente su mano buscó la nueva adquisición. Sacó el diminuto morral que estaba entre abierto, y por primera vez Rin miró la perla correctamente. La perla era de un color negro profundo, mucho más oscura que la noche.
Puedo terminar con esto, solo tengo que desearlo, su voz interna susurró apasionadamente, y tan irreconocible que Rin dudaba que proviniera de su propia mente.
No, el amo Sesshomaru se encargará, el vendrá, Rin pensó, su pensamiento interno sonando mejor, más como ella.
El amo Sesshomaru no vendrá, no ha venido en días, me abandonó, me dejó atrás, la vocecita amarga le recordó. Pero… puedo desear que este junto a mí y que nunca nos volvamos a separar. Rin será muy feliz y podrá estar junto al amo Sesshomaru por los siglos de los siglos.
Rin negó con la cabeza, no dejándose tentar. Le hizo un mejor nudo a la bolsa para que no se volviera a abrir, y la volvió a esconder en el kimono.
No importa lo que la vocecita le dijera, Rin confiaba en el amo Sesshomaru, él siempre estaba ahí cuando ella lo necesitaba. Él vendría y ayudaría a la aldea, lo único que Rin tenía que hacer era resguardar la perla y esconderse lo mejor que podía. Y, sobre todo, escuchar las palabras de Kaede: No confiar en la perla.
—x—x—x—
Aparte de eliminar demonios errantes en las noches, el entrenamiento en las tardes eran unos de los momentos favoritos de Inuyasha.
Así que ahí estaban en algún lugar tranquilo del bosque, practicando. Inuyasha con entusiasmo volviendo atacar a Sesshomaru y siendo evadido por Sesshomaru sin problemas, esta vez no recibió ninguna burla o algún consejo por parte del demonio, consejo que Inuyasha fingiría ignorar momentáneamente solo para molestar a Sesshomaru.
No, ahora Sesshomaru estaba indiferente, comportándose inusualmente callado y distraído desde hace unos minutos.
Inuyasha no sabía cuál era el problema. Se acercó cautelosamente a Sesshomaru, el demonio no le prestaba la mínima atención, mirando hacia el norte a una particular dirección. Su postura era tensa, sus ojos atentos como si pudiera ver a gran distancia.
—… ¿Sesshomaru? —cuestionó Inuyasha, inclinando su cabeza ligeramente con sus orejas erguidas atentamente, como si aquel movimiento le diera la oportunidad de escuchar lo que sea que hubiera llamado la atención de Sesshomaru.
Inuyasha no podía oír nada que fuera preocupante, nada fuera de lo común. Olfateó al aire tratando de percibir algún peligro y no tuvo éxito. No había nada alarmante, ¿Por qué Sesshomaru actuaba como si lo fuera?
Después de unos segundos Sesshomaru gruñó—… Algo no está bien— farfulló bajamente. Y de pronto sus ojos se estrecharon con furia, tomó solo un pestañeó antes de que Sesshomaru volara hacia aquella dirección sin decir más, tan rápido que Inuyasha no pudo procesarlo correctamente.
—Sesshomaru, ¿qué…—tartamudeó Inuyasha, incrédulo. Sin comprender que sucedía. ¿Estaba soñando? —. ¡Sesshomaru! —gritó, su respiración comenzó a acelerarse.
Inuyasha trató de tranquilizar su respiración ansiosa, no dispuesto a tener un ataque de pánico. Intentó de nuevo oír y oler algo, pero no había ningún peligro y, pese a ello, Sesshomaru había desaparecido.
La situación era aterradora. Era así como empezaban sus pesadillas, con una normalidad tan tranquila, dándole esa falsa seguridad para después volverse terribles. No, no esta vez, gruñó Inuyasha para sí mismo y apretó sus manos, sintiendo el peso de Tessaiga en su mano derecha y en su izquierda podía sentir las garras perforando heridas en la palma de su mano.
El dolor se sentía real, el peso de Tessaiga en su mano, el viento en su rostro, la tierra bajó sus pies y, sin embargo, Inuyasha era tan poco confiable cuando se trataba de las pesadillas. ¿Por qué las estaba volviendo a tener?, ¿Por qué habían regresado cuando estos días habían sido tan tranquilos?
Inuyasha miró frenético hacia la dirección donde Sesshomaru había huido, buscando cualquier indicio de peligro. No había nada, decepcionado, miró ligeramente hacia arriba, mirando al cielo amargamente, temerosamente resignado a lo que estaba por venir. Y entonces lo vio, un ligero humo negruzco a la distancia. Algo se estaba incendiando… no, no solo algo.
¡La aldea!, pensó Inuyasha de inmediato. Sin cuestionarse, ignorando el creciente temor que había tenido hace unos segundos y con renovada determinación, Inuyasha corrió hacia allá dónde Sesshomaru había ido, con Tessaiga firmemente en su mano derecha.
Es una trampa, él te atrapará, una voz desdeñosa y dura como la grava le susurró.
En otro momento aquella palabrería lo haría titubear, aunque sí, el miedo todavía seguía ahí, Inuyasha ahora se sentía más fuerte; Podía sostener a Tenseiga con casi el mismo peso familiar y sus ataques con la espada eran mucho más directos.
Eso no lo detuvo la última vez, la voz amarga le recordó.
Eso casi lo hizo flaquear, pero Inuyasha continuó su camino. Pesadilla o no, derrota o no, Inuyasha estaba dispuesto a intentarlo.
—x—x—x—
Hace unos minutos Kagome estaba en un pequeño arroyo tratando de bañarse y relajarse. Con Shippo como un pequeño guardián a unos pasos de distancia para vigilar que nadie la molestara. Pero ahora estaba escondida en unos arbustos junto al kitsune, evitando ser vista por unos hombres extraños disfrazados como viajeros.
Los gritos de pánico en la aldea eran oíbles, y este trío de hombres, que se despojaron de la tela que habían hecho para cubrirse ya mostraban su verdadera vestimenta de mercenarios. Estaban riendo y alardeando que su plan había funcionado.
—Por lo que escucho los demás ya deben de haber actuado—dijo uno de ellos entre risas.
—No puedo esperar a que tengamos la perla, imaginen todo lo que podemos pedir—dijo otro.
El tercero fue más cauteloso y comenzó a mirar alrededor—. Tengo la sensación que nos están observando—mencionó.
Shippo y Kagome contuvieron la respiración al ver que los mercenarios dejaron sus risas para volverse atentos a su entorno. Sin embargo, el que tenía la vestimenta más oscura dejó el asunto.
—No hay nada aquí, vámonos. No podemos dejar a los demás con toda la diversión.
—¿Creen… creen que sea el demonio del bosque? —habló el mercenario de estatura más baja.
—Tonterías, ya lo burlamos y si tal cosa llegara a aparecer, estamos preparados— recordó el hombre de vestimentas oscuras, palmeando una bolsilla que tenía a su costado.
Con eso y de mala gana, el tercer hombre dejó su inspección y siguió al otro par, adentrándose más al bosque camino hacia la aldea.
—Debimos de haber hecho algo— murmuró Shippo con indignación.
—Lo sé, yo también quiero luchar, pero no sabemos a cuantos nos enfrentamos y si todavía siguen por aquí—susurró Kagome, vigilando los alrededores.
—Sango, Kirara y Miroku están en la aldea—dijo Shippo, el joven zorrito temblaba de la impotencia—. Necesitan ayuda, Kagome.
—Y se la daremos, solo tenemos que ser cuidadosos— aseguró Kagome.
Caminaron sigilosamente por el bosque, zigzagueando entre cada arbusto y gran árbol para ocultarse. No encontraron a ningún otro mercenario, pero cuando llegaron a la aldea los vieron. Más de una docena de hombres con trajes mercenarios, y algunos aldeanos con armas ayudándoles. Por un segundo, Kagome pensó que algunos aldeanos habían decidido unírseles, pero vio los rostros conocidos, no hace poco Kagome había estado ayudando con sus heridas a uno de ellos. Esos rostros conocidos eran recién llegados que habían pedido asilo, llevaban días en la aldea ayudando y contando historias trágicas de sus aldeas destruidas. Ahora mientras los veía reír, amenazar a los demás aldeanos, burlándose y charlando con los mercenarios, reveló que todo había sido una fachada.
¿Cómo no lo había notado?
—Ya no juegue conmigo, anciana. ¿Dónde está la perla? —Un mercenario estaba en medio de todo, sosteniendo a Kaede doblando su brazo hacia su espalda y con un cuchillo sobre la garganta.
—No está aquí—replicó la anciana Kaede, con un gruñido cuando el hombre la maltrató.
—¡Mentiras, todos saben que la perla está aquí!
Se suponía que Kaede resguardaría la perla, intentando purificarla antes de Kagome, si ella no la tenía… ¿entonces quién?, se preguntó Kagome.
—… Rin—susurró Shippo, lo que hizo que Kagome mirara hacia atrás. Rin venía caminando silenciosamente con su arco firmemente en sus brazos y con Ah-Un detrás. La criatura dragón tenía ambas cabezas cabizbajas y a pesar de su gran tamaño no estaba haciendo mucho ruido, no lo suficiente para atraer la atención no deseada.
—Están vivos, creí que no había llegado a tiempo. Los he estado buscando—mencionó Rin, se veía pálida y asustada.
—¿Estas bien, Rin? —preguntó Shippo, entre murmullos.
Rin asintió—Sí, solo… solo estaba preocupada. Ah-Un y yo queremos ayudar, pero tienen rehenes y no queremos que nadie salga herido.
—Está bien, Rin, nos encargaremos—aseguró Shippo.
—Y ayudaremos—le recordó Rin con firmeza—. Por cierto, señorita Kagome, sé que no es momento, pero creo que es mejor que usted tenga esto—. Rin sacó un pequeño morral, que no fue muy difícil saber que contenía, y se lo entregó a Kagome—. Será más seguro si esta con usted.
Kagome lo aceptó y la guardó en su propio kimono de sacerdotisa—. Gracias, Rin. Y por supuesto que ayudaran, trabajaremos juntos—dijo con optimismo, aunque sus pensamientos la contradecían.
Kagome ignoró aquellos pensamientos sabiendo muy bien de dónde provenían, y volvió a mirar hacia la aldea.
Miroku estaba en el piso con los brazos atados y una parte de su rostro rojo posiblemente por un golpe, sus dientes apretados y tenso como un resorte. Seguía discutiendo con el hombre que lo custodiaba, mirando como empujaban a un par de niños y a un anciano en una de las chozas, y por los gritos que se oían de ahí, no eran los únicos que habían sido obligados a entrar.
Kohaku y Sango también estaban atados, espalda con espalda y con la misma expresión de impotencia que Miroku. Mirando atentamente a los bandidos, buscando alguna oportunidad para levantarse y luchar.
Había algunos aldeanos atados, los que se veían físicamente capaces de luchar, mientras que los otros estaban unos con otros siendo antagonizados por los mercenarios que estaban alrededor. Los rehenes que verdaderamente causaban preocupación eran Kaede, una joven aldeana que estaba siendo retenida muy de cerca por uno de los hombres y uno de los bandidos que sostenía una antorcha a tan solo centímetros de la choza dónde se escuchaban los lamentos y gritos.
No había tiempo que perder, ignorando los susurros que prometían un fracaso. Kagome tomó su arco y una flecha, y Rin la imitó.
—¿Qué hacemos Kagome? —susurró Shippo.
—Tenemos que ser rápidos, pero primero necesitamos una-…— la palabra 'distracción' no pudo salir de los labios de Kagome, fue interrumpida por Ah-Un, quien se levantaron gruñendo y resoplando.
—Ah-Un no—susurró Rin, levantado los brazos para tranquilizar al par de dragones.
—¡Ahí, ahí están!¡Una de ellas debe tener la perla! —vociferó el hombre que tenía a Kaede, dejó de amenazar a la anciana con el arma punzocortante para señalar hacía donde estaba Kagome y los demás.
Esa no era la distracción que Kagome esperaba, toda la atención estaba sobre ellos. Ah-Un no se tranquilizaban a pesar de los intentos de Rin, y Shippo se colocó valientemente frente a Kagome y Rin invocando sus flamas azules en un intento de defenderlas. Kagome tomó su arco y lo apretó con fuerza, pero dudaba que sería demasiado rápida para darle al agresor que tenía a Kaede, o detener al bandido de la antorcha, o evitar que todos esos bandidos que pronunciaban falsas palabras suaves y de sonrisas ruines se les acercaran.
Pero entonces un rayo blanco apareció directamente contra el presunto líder que sostenía a Kaede, el hombre que había estado gritando guardó silencio abruptamente, su expresión exigente y maliciosa quedó en una de incredulidad. En cuestión de un segundo, Kaede cayó al suelo, la cabeza del hombre también lo hizo, y sangre comenzó a derramarse. Y ahí estaba Sesshomaru, tan tangiblemente como si se hubiera teletransportado, de pie donde había estado aquel hombre.
—¡El demonio del bosque! —gritaron los mercenarios sin poder ocultar el nerviosismo, preparándose para atacar a Sesshomaru y olvidándose de sus rehenes. Lo que dio la oportunidad a los demás de defenderse.
Esta era la distracción que Kagome necesitaba. Disparó hacía el bandido que sostenía a la jovencita como rehén sin pensarlo lo que Sango y Kohaku aprovecharon para liberarse y atacar. Ah-Un fue un defensor en contra de los mercenarios que estaban cerca de Kagome, Shippo y Rin. Shippo lanzando sus llamas azules a la distancia para que los aldeanos pudieran luchar o escapar. Rin lanzaba sus flechas hacia los objetivos cercanos, que a pesar de no dar en el blanco la mayoría de las veces; Sus flechas eran una distracción e incomodidad suficiente para sus enemigos. Miroku también se liberó y contraatacó.
A pesar de que Kagome intentó ser rápida y eliminar al hombre de la antorcha, este había renunciado a ella hace mucho. La antorcha había caído en el momento en el que Sesshomaru apareció y el fuego había hecho de las suyas, comenzando a incendiar la choza donde estaban los niños y mayores.
Kagome no lo dudó y corrió hacia ellos, ignorando el caos a su alrededor, pudo escuchar que Shippo le decía algo, pero también estaba la voz susurradora de la perla recordándole lo fracasada que era y que no llegaría a tiempo. El oxígeno no llegó a sus pulmones cuando escuchó un crujido proveniente de la choza, y miró como el techo se inclinó para un lado.
No, no, es imposible que se desmorone tan pronto, pensó y corrió más aprisa. Hasta que vio al causante de aquel ruido. Ahí estaba Inuyasha sosteniendo la parte del techo que estaba inclinado, había hecho un hueco grande para que todos los niños y ancianos pudieran salir. Algunos niños y gente mayor estaban saliendo, pero otros no a pesar de los intentos de Inuyasha por convencerlos.
Así que Kagome tuvo que ayudar, se adentró a la choza, pasando tan cerca de Inuyasha. Inuyasha no protestó por la acción, pero pudo verlo tensarse.
—Vamos, vamos, todo está bien—dijo Kagome, tan suavemente como podía. El calor era inmenso, y el humo comenzó a brotar. El fuego consumiendo todo lentamente.
La mayoría de los ancianos que se mantenían adentro estaban heridos y los niños que no se movían estaban paralizados por el miedo, en un shock que los dejaba temblando e incapaces de escuchar. Otros niños que se veían más dispuestos a seguir las indicaciones de Kagome e Inuyasha, se quedaban con los niños inmóviles.
—Es mi hermano, no puedo dejarlo—dijo uno de los niños mientras sostenía fuertemente la mano de otro niño más joven, niño que estaba con los ojos cerrados y llorando silenciosamente.
—Y no tienes que hacerlo, vamos— respondió Kagome y los ayudó, cargando al pequeño niño que parecía ser unos años menor que Sota.
Los niños y ancianos restantes empezaron a salir con la ayuda de Kagome, y Shippo que entró poco después. Cuando la choza quedó vacía y el fuego se alimentaba cada vez más de ella. Inuyasha soltó el techo y se apartó de ahí, acercándose a Kagome y los demás.
—¿Están todos bien? —preguntó Inuyasha.
Escuchar su voz removió emociones en Kagome que incentivaron los susurros de la perla, lo que le impidió responder. Agregándole un ligero dolor de cabeza, o probablemente ocasionado por todo el humo y hollín inhalado que había comenzado a asimilar ahora que la adrenalina ya no estaba. Sea como fuera, Kagome no tuvo las energías de responder. No obstante, Inuyasha no se molestó por la falta de respuesta o mostró interés por el silencio de Kagome, en todo caso miró la escena frente a ellos. Las madres abrazaban a sus hijos, los hijos a sus padres, amigos, hermanos. Las familias se reencontraron.
Y no fueron los únicos, Shippo apareció poniéndose de pie delante de Inuyasha. Llegó marchando, firme y mesurado como un pequeño soldado, pero cuando Inuyasha lo notó, el niño perdió su valentía. Shippo había estado consolando a los otros niños, pero ahora que ya no tenía a nadie a quien consolar y la batalla había terminado, Kagome supuso que ahora tenía sus propios problemas con los cuales lidiar.
—Volviste—susurró el zorrito, con ojos grandes y acuosos. Y sin esperar a que Inuyasha respondiera, Shippo se le abalanzó—. No vuelvas a irte nunca más— fue todo lo que pudo oírle murmurar Kagome antes de que el kitsune ocultara su rostro en el pecho de Inuyasha.
Inuyasha al principio se tensó al contacto y parecía conmocionado. Pero lenta y tentativamente correspondió al abrazo de Shippo. Kagome solo podía escuchar pequeños farfullos entrecortados y sin sentido, pero parecía tener sentido para Inuyasha que, aunque todavía estaba tenso, su rostro se relajó. Se veía casi nostálgico, y también habló suavemente hacía Shippo lo que impidió que Kagome escuchara.
Por un segundo Kagome deseó acercársele, estar con ellos, pero los dejó. Era una escena melancólica y privada, solo para ellos dos. Kagome no quería arruinarlo.
No te quieren ahí, una vocecita le recordó. Así como los recuerdos no tan gratos de la discusión de Inuyasha y ella.
Kagome decidió entonces mirar hacia la aldea, concentrarse en algo más.
La aldea era un desastre. Porque, aunque la pelea había terminado en segundos, la presencia de los bandidos había hecho de las suyas: Chozas destruidas, bolsas de arroz esparcidas por el suelo, ganado desaparecido, aldeanos asesinados –entre ellos Rikichi, el ayudante de la anciana Kaede- y demasiado derramamiento de sangre por los mercenarios sin vida.
No era la primera vez que Kagome veía escenas tan atroces hacía alguna aldea, pero nunca le había sucedido a una que consideraba su hogar.
—¿Estás bien, Kagome? —cuestionó Inuyasha, a unos pasos de Kagome.
—Lo estoy ahora—confesó Kagome y miró a Inuyasha, quien tenía abrazado a Shippo. El pequeño zorrito tenía su rostro escondido, y estaba sujetado a Inuyasha como un pequeño Koala a su madre. Sabía la emoción que tenía Shippo por ver a Inuyasha. Kagome también lo compartiría, pero no sabía si sería bien recibida como lo había sido Shippo.
Sin embargo, su consuelo estaba en ver a Inuyasha de nuevo y, sobre todo, notar su mejoría. Inuyasha se veía mucho mejor de lo que Kagome recordaba haberlo visto por última vez. Se veía más saludable; había recuperado color y aunque aún tenía las manchas oscuras debajo de sus ojos, eran leves a comparación de cuando estaba con ellos. Sus orejas estaban ligeramente levantadas. Por un segundo Kagome podría decir que era el Inuyasha que conocía, si no fuera por esos ojos tan tristes.
Inuyasha evitó el contacto visual repentinamente, y miró hacía lo que quedaba de la aldea.
—¿Qué pasó? —preguntó.
—Nos engañaron—respondió Shippo con pesar.
—Venían por la perla—agregó Kagome.
—¿Has logrado-…?— estaba a punto de preguntar Inuyasha, pero Kagome le interrumpió.
—No, no, sigue igual.
Kagome no quería mirar la decepción en Inuyasha, ya era suficiente con la suya. Por lo que siguió dándole un vistazo a la aldea; Los aldeanos lloraban las perdidas, abrazaban a los suyos, miraban conmocionados el desastre ocasionado. Era lamentable, pero Kagome no pudo evitar preocuparse por un en grupo particular. Miró a Sesshomaru cerca de Rin, la niña estaba de cuclillas junto al cuerpo de Kaede ayudándole a sentarse. Pronto Sango, quien tenía a Kirara en sus brazos, y Miroku se reunieron con ellos. Kohaku también lo hizo, sosteniendo a un Jaken inconsciente a sus espaldas.
Kagome tenía que unírseles, e Inuyasha la siguió con Shippo. Cuando se acercaron pudieron oír parte de la discusión.
—Es inaceptable—dijo Sesshomaru, sonando malhumorado.
—En estos momentos hay asuntos más importantes, Sesshomaru. La aldea necesita ayuda—habló la anciana Kaede, con una de sus manos sostenía parte de su cuello, y con la otra trató de impulsarse para levantarse, pero Rin la detuvo. Sesshomaru dejó de discutir de mala gana cuando miró a Inuyasha y Rin habló.
—Por favor, señorita Kaede, usted también necesita ayuda. Déjeme ayudarle tal y como me enseñó.
—Escuche a Rin, anciana Kaede. Nosotros nos encargaremos de la aldea— mencionó Sango.
—Es una herida superficial, no es la gran cosa, sanaré. La aldea es prioridad—dijo Kaede.
—Una herida superficial que necesita tratamiento—agregó Rin—. Por favor, señorita Kaede, no podrá ayudar a la aldea en este estado.
—Sango y la señorita Rin tienen razón, anciana Kaede. No se preocupe por la aldea. Nos haremos cargo, ayudaremos en todo lo que podamos.
Kaede quería oponerse, pero al final al verlos a todos inclusive a Inuyasha que a pesar de que mantenía una ligera distancia de todos, estaba ahí.
—Está bien—suspiró Kaede.
Con ayuda de Miroku y Rin, la anciana Kaede se levantó entre tambaleos. Había poca sangre derramándose de su garganta.
—Estoy bien—aseguró Kaede como si percibiera la preocupación de Kagome—. No me lastimó seriamente, solo fue una pequeña cortada.
—Le atenderé bien, Señorita Kaede. Al igual que cuidaré del maestro Jaken y Kirara. Amo Sesshomaru, ¿podría ayudarme con la señorita Kaede?, no considero que pueda mantenerse mucho en pie.
—Oh, no, niña, no es necesario.
—¿Puedes ayudarlos? —preguntó Sesshomaru a Rin.
Rin asintió orgullosa—. He aprendido muchas cosas aquí, Amo Sesshomaru. Aunque no se mucho de venenos...
—Puedo hacerlo—se unió Kohaku—. Iré con ustedes y llevaré al maestro Jaken. Terminando de ayudar con el antídoto del veneno, vendré a la aldea tan pronto pueda—el exterminador dijo, específicamente esto último más para Sango.
—Suena como un buen plan—dijo Rin con entusiasmo—. Amo Sesshomaru, ¿podríamos irnos ya?
Kaede quien se había opuesto al principio a la sugerencia de Rin, se quedó quieta al ver que Sesshomaru tenía toda la intención de cumplirlo. El demonio de cabellera plateada levantó a Kaede tan cuidadosamente como podía, y tan fácilmente como si fuera papel. Era una imagen extraña, pero no sorpresiva. Sesshomaru ya había demostrado buena voluntad y casi si no fuera por su expresión inflexible y estoica, sería tan bondadoso como Rin lo describía.
—Tenemos mucho de qué hablar—aseveró Sesshomaru.
—Y te explicaré todo en el camino, Sesshomaru—le aseguró Kaede—. Pero por ahora, por favor, cuiden de la aldea. Si necesitan ayuda Rikishi…—su voz se quebró al mencionar a su amigo fallecido, y se corrigió serenamente—… Ebizō les ayudará en lo que necesiten.
Con esto dicho, y con Rin recibiendo a Kirara de los brazos de Sango. El grupo de Sesshomaru, junto a Kaede y a excepción de Ah-Un, se marcharon hacia la choza de Kaede.
—Me alegra volver a verte Inuyasha, aunque me hubiera gustado que las circunstancias fueran diferentes—fue Miroku el primero en hablar cuando estuvieron a solas, a pesar de la desgracia, Miroku no pudo ocultar la leve emoción en sus palabras.
Al inicio Inuyasha estaba cauteloso al oírlo, mirando detenidamente a Miroku, como si buscara algo, pero finalmente dejó eso por la paz. Sea lo que sea que estuviera buscando, no lo encontró—. Me hubiera gustado llegar antes… antes de que esto ocurriera—admitió Inuyasha, en voz baja.
—No había forma de que lo supieras… todo fue tan repentino. Pero concuerdo con Miroku, te extrañábamos Inuyasha—dijo Sango.
—Es cierto—murmuró Shippo, y se apegó más a Inuyasha como recordatorio de su existencia. La palabrería y la acción, hicieron que la renuencia en Inuyasha volviera. Inuyasha nunca había sido fácil cuando se trataba de estos temas sensibles y tampoco lo estaba haciendo ahora a pesar de que no se habían visto en días. Kagome pudo intervenir para evitarle los temas que quizás Inuyasha no quería tocar, pero Kagome creía que Inuyasha necesitaba oírlo.
El silencio reino por segundos que se sintieron demasiado largos y extrañamente incomodos. Y Sango decidió terminarlo con voz suave:
—Inuyasha… yo, lo siento, la última vez…
—Está bien, no es importante. Hay muchas cosas que deberíamos hacer—declaró Inuyasha, evitando cualquier tema que los demás quisieran entablar.
—Es importante—reafirmó Sango—. Nunca debí, ni quise decir…
La postura de Inuyasha cambió completamente a una reacia y defensiva. No estaba contento con la dirección que estaba tomando Sango. Por fortuna, Miroku -al igual que había hecho Kagome y probablemente Shippo- lo notó e interrumpió a la exterminadora:
—Sango, lamento interrumpir. Tienes razón, es importante, pero habrá momento y lugar para hablar de esto. Es algo que tenemos que hablar, pero como bien dijo Inuyasha hay muchas cosas por hacer. Hablaremos cuando todo termine.
Sango estuvo de acuerdo de inmediato, y sonrió cálidamente a Inuyasha, con una disculpa en sus ojos que Inuyasha evitó.
—Monje Miroku, Sacerdotisa Kagome necesitamos ayuda por aquí—dijo uno de los aldeanos.
—El deber llama—murmuró Miroku—. Los veremos más tarde.
Kagome siguió a Miroku, he hizo un ligero ademan de despedida para Sango, Inuyasha y Shippo. Inuyasha la ignoró… o eso creyó Kagome al principio, porque lo notó mirándola de reojo con esos ojos tristes y conflictivos. No me está mirando a mí, pensó Kagome cuando se percató de las orejas ocultas entre la cabellera de Inuyasha. Era muy probable que Inuyasha pudiera sentir la pesadez de la energía de la perla, estaba angustiado por la perla, no por Kagome.
…
Kagome no era una sanadora, pero ahí estaba vendando, elaborando ungüentos con hierbas y atendiendo a los aldeanos heridos junto a Miroku y los curanderos de la aldea. Agradeció internamente a la anciana Kaede por enseñarle sobre esto. No era muy buena, pero hacía lo mejor que podía.
No es suficiente, no eres suficiente, le dijo un susurró a su mente, puedes desear hacerlo mejor. Ser mejor. Kikyo era muy buena en esto.
Con un suspiró malhumorado, Kagome ignoró aquellas palabras. La perla todavía seguía bien resguardada en su kimono, pero no eliminaba lo susceptible que era ante tal opresión maligna. Trataba de no quedarse mucho tiempo atendiendo a alguien para no contagiarle las malas ideas, si es que era eso posible, pero era tal la negatividad de la perla que era mejor prevenir.
Como si no tuviera esa pesadez, Kagome sonrió a su siguiente paciente. Y mientras vendaba y atendía, no podía dejar de mirar alrededor. Poco a poco la destrucción ocasionada se estaba despejando.
Shippo coordinaba a los niños pequeños a recoger los arroces tirados y junto a los niños mayores aseguraban los bultos de arroz devolviéndolo a sus dueños al igual que las pertenencias perdidas. Sango fue a ayudar en la búsqueda del ganado desaparecido. Sorpresivamente, Ah-Uh también estaba ayudando. La criatura ayudaba a llevar los cuerpos sin vida, tirar la madera que no serviría y traer nueva para elaborar nuevas chozas en remplazo de las destruidas. Miroku si no estaba haciéndola de sanador con alguien, estaba ayudando a construir nuevas chozas. Kohaku llegó más tarde y ayudó con los huertos y a reparar redes de pesca. E Inuyasha se podía ver por todas partes, si no estaba recogiendo cuerpos, estaba ayudando a los aldeanos con la construcción pesada de las chozas, o si no se veía por ningún lado, se había ido a recoger madera junto A-Un.
Fue bueno verlos a todos trabajar juntos, reconstruir y sobreponerse a la perdida. Fue más que bueno, fue esperanzador.
¿Pero cuánto durará?, cuestionó la maliciosa voz familiar.
Y eso fue lo que verdaderamente preocupó a Kagome.
—x—x—x—
—x—x—x—
Actualización rápida para que sepan que estoy bien y las historias no han sido abandonadas, solo que han pasado cosas que me mantenían lejos para dedicarle a este maravilloso 'hobby'. Agradezco mucho sus comentarios, e interés en la historia, me motivan en seguir haciéndolo mejor. Tuve que dividir el capítulo. Espero poder subir pronto la segunda parte, pero necesita revisión… me daré tiempo de hacerlo para que no tengan que esperar mucho.
