CLVIII
Un toque divino
Tokio de Cristal, 50 minutos para la destrucción de la Tierra
Serena y sus amigas tenían sentimientos encontrados con respecto a los Galthazar. Por un lado, ninguna de ellas había olvidado lo que ellos les habían hecho hace unos pocos meses atrás, pero, por el otro, se veían en la necesidad de ayudarles, porque ninguno de ellos podía moverse, a juzgar por la forma en que les temblaban los brazos y las piernas, y era un espectáculo lastimero. De ellas, Amy, Rei y Lita eran las que más problemas tenían simpatizando con los Galthazar, porque eran las únicas que habían sostenido una relación romántica con miembros del grupo. Lita era más sensible que Amy en relación con sus emociones, y miraba a Stormrider como si él hubiera blasfemado en contra de ella. Más encima, ella no había tenido la oportunidad que sí tuvo Amy para confrontar a su novio por las cosas que le había ocultado, y razones le sobraran para no ayudarle, y decirse a sí misma que se merecía lo que le había ocurrido.
Amy, por otro lado, tenía la ventaja de poder, de manera eventual, enfriar la cabeza y ver las cosas con más perspectiva. Pese a que se decía a sí misma que debió haberlo hecho desde el principio, lo cierto era que ella también tenía un corazón, y era igualmente susceptible de romperse como el de sus amigas. Sin embargo, el tiempo le dio la oportunidad de sobreponerse a la revelación, y tratar de entender por qué William le había ocultado su identidad. Con el corazón a buen recaudo, Amy empleó la lógica que le caracterizaba, y le sorprendió lo fácil que fue entender el punto de vista de William. Básicamente, si él le hubiera confesado antes que él era Frostbite, ella lo hubiera aceptado, porque aquel hecho no significaba nada para ella en ese momento. Tampoco habría hecho que Serena sospechara sobre la identidad de los miembros de Achilles' Heel, lo que, por supuesto, no les tendría en esa situación. Habrían estado al margen del conflicto, pero habrían permanecido ignorantes con respecto a lo que ellas fueron. La ignorancia era una dicha, decía el refrán, pero Amy tenía un problema con el concepto de ignorancia, porque suponía un afrenta a sus ideales sobre el conocimiento y el saber. Para ella, saber siempre iba a ser mejor que no saber, y consideró que, de no haber tenido aquella discusión con William, ella seguiría en la oscuridad, sin saber de dónde provenía y quién era realmente.
Yo solía ser una Sailor Senshi, al igual que mis amigas. Se supone que ellas salvaron al mundo en varias ocasiones, y los Galthazar nos arrebataron esa responsabilidad por alguna razón. Y ahora, ellos están en el suelo, derrotados. Debe haber alguna forma de recuperar lo que perdimos, para recuperar nuestros recuerdos y nuestros poderes, y volver a hacer lo que mejor hacíamos.
Mientras Amy pensaba en una manera de hacer realidad sus pensamientos, uno de los Galthazar intentó ponerse de pie, pero todo lo que pudo hacer fue quedar de lado. Era el hombre del cabello castaño y lacio, bueno, uno de los hombres que cumplían con aquel rasgo, y miró directamente a Serena. Ella sintió una sensación extraña en su nuca, y giró sobre sus talones, mirando a Silverblade detalladamente. Tenía una herida en su cabeza, y sangre corría en hilos por sus mejillas. A Serena le parecía chocante que unos seres tan poderosos acabaran derrotados de una forma tan penosa.
—¿Qué quieres? —preguntó Serena, percatándose de que había sonado un poco brusca, y corrigió el tono de su voz—. Perdón. ¿Quieres decirnos algo?
—Ninguno de nosotros puede pelear en este momento —comenzó Silverblade con voz queda, y Serena se dio cuenta que los Galthazar no solamente habían sido derrotados, sino que también se sentían humillados por eso—. Fue error de nosotros, porque no le hicimos caso a Frostbite de inmediato, y, por eso, nos golpeó un proyectil desde el espacio. Destruyó todo el palacio y nos dejó vulnerables frente a Sailor Omega.
—¿Sailor Omega? —intervino Molly, recordando la ocasión en que había viajado a las ruinas de Fala—. ¿No es la misma Sailor Senshi que asesinó a Sailor Delta y a Sailor Alpha?
—Aurora solía hablar de ella —contestó Silverblade, y su voz se hizo un poco más audible—, y daba la impresión que te tuviera mucho miedo. Después, comenzó a hablar más casualmente de ella, como si ya no le temiera. Nunca pudimos imaginar que la misma Sailor Omega estuviera lentamente corrompiendo su mente, hasta que fue demasiado tarde. Como Galthazar, tuvimos que darnos cuenta de eso, pero no lo hicimos.
—Cometieron un error —dijo Serena, inclinándose delante de Silverblade, su odio hacia él aplacándose al verle hablar de ese modo—. Eso les hace humanos, como a nosotras, y como al resto de la población.
—Creo que no entiendes la magnitud de lo que te estoy diciendo —repuso Silverblade, elevando otra octava el tono de su voz—. Se supone que nosotros, los Galthazar, seríamos una nueva generación de guardianes, mejores que las Sailor Senshi en todo sentido. Es irónico que la persona que hizo que mordiéramos el polvo fuese otra Sailor Senshi. Y eso es lo que me molesta más. Aurora nos prometió que ninguna Sailor Senshi sería rival para nosotros, y ahora sabemos que eso es mentira. No somos mejores que las Sailor Senshi: solamente tenemos más poder y un nombre distinto.
—Pero eso no es culpa solamente de ustedes —dijo Serena, ablandando aún más su voz, sonando como la Serena de la década de los noventa—. Aurora les hizo creer que serían mejores aumentando sus poderes y dándoles un nombre que todos terminaran respetando. Ustedes le creyeron, y ese fue el error que cometieron. Pero el hecho que hayan sido derrotados no significa que deban bajar los brazos.
—¿Y qué quieres que haga? —preguntó Silverblade, indicando a sus compañeros, quienes apenas podían moverse—. Quedan menos de cincuenta minutos para que el mundo sea destruido, y te aseguro que no nos recuperaremos a tiempo para impedir que eso ocurra. Lo que me lleva a la razón por la que estamos teniendo esta conversación.
Serena frunció el ceño.
—¿Necesitas algo de nosotras?
—La verdad es que nosotros las necesitamos a ustedes —dijo Silverblade, arrugando ligeramente la cara, como si no hubiera dicho eso porque le gustara decirlo—. Nosotros no podemos luchar en nuestro estado actual, pero ustedes sí.
Serena tragó saliva.
—¿Nosotras? ¿Qué podemos hacer? No tenemos sus poderes. Ustedes fueron responsables de eso, ¿recuerdas?
—Tú misma lo dijiste —repuso Silverblade bajando una octava el tono de su voz—. El hecho que hayamos sido derrotados no significa que debamos bajar los brazos. Y la única forma que tenemos de hacer eso es que ustedes tomen el relevo de nuestra batalla. Lo que haremos es bastante simple: nosotros transferiremos nuestros poderes a ustedes, de forma que puedan pelear contra Sailor Omega.
Serena se quedó mirando a Silverblade como si fuese la primera vez que lo viese en su vida. Estaba segura que no había entendido bien, porque si Silverblade estuviera hablando en serio, no sería capaz de creerlo.
—¿Transferirnos? ¿Sus poderes?
—Aurora nos explicó que nuestros poderes están basados en los de las Inner Senshi —dijo Silverblade, mirando con más atención a Serena, de manera que le pusiera la máxima atención—. Todos, salvo yo, que tengo poderes propios. Soy el único que no puede hacer eso por ti, pero mis compañeros sí, y creo estar en lo cierto que ellos accederán a hacerlo. Es la única forma de tener siquiera una oportunidad de detener a Sailor Omega.
Serena se irguió, mirando a sus amigas. Pese a que podía ver el miedo en sus caras al tener frente a ellas la perspectiva de enfrentar a la Sailor Senshi más poderosa del universo, todas asintieron con la cabeza.
—Sabía que accederían —dijo Silverblade con una sonrisa agridulce—. Pese a que no tienen sus recuerdos de cuando eran Sailor Senshi, ustedes jamás han dado un paso al costado cuando se trata de salvar al mundo. Eso no es algo que se pueda borrar de la mente de alguien.
Serena hizo un gesto a sus amigas para que se acercaran al resto de los Galthazar. Amy se puso junto a Frostbite, Rei junto a Wildfire, Lita junto a Stormrider y Mina junto a Lightbringer.
—¿Están preparadas? —preguntó Silverblade a las amigas de Serena. Todas tenían sendos nudos en la garganta, por lo que no dijeron nada. Se limitaron a asentir con la cabeza. Aquella fue respuesta suficiente para Silverblade.
—¡Ahora!
Los Galthazar, con lo que les quedaba de fuerzas, juntaron ambas manos, y, con violentos temblores de brazos, hicieron aparecer una esfera de luz, azul para Frostbite, roja para Wildfire, verde para Stormrider y naranja para Lightbringer. Estuvieron así por largos tres minutos, durante los cuales las amigas de Serena miraban con desconcierto cómo los Galthazar iban perdiendo de forma gradual su uniforme, hasta que las esferas de luz desaparecieron, reemplazadas por lo que parecían cetros de transformación. Los colores eran los mismos que los que tenían las capas de lo que alguna vez fueron los Galthazar, tenían asas ornamentadas con flores y estaban coronados por un cristal de forma de flor, en cuyo centro se sostenía una figura tridimensional de variados símbolos astrológicos. Serena los reconoció como los de Mercurio, Marte, Júpiter y Venus, pero consideró que aquello no tenía sentido, porque sus amigas ya no eran Sailor Senshi. Silverblade, mirando a Serena, entendió por qué debía sentirse confundida.
—Precisamente porque alguna vez fueron Sailor Senshi mis compañeros hicieron los cetros de ese modo —explicó, y Serena comprendió que había sido un gesto noble de parte de los Galthazar darle significado a los cetros que habían creado—. Sin embargo, desconozco qué forma tomarán tus amigas cuando usen los cetros de transformación, pero estoy seguro que tendrán nuestros mismos poderes. Lo único que les pido es esto: que usen nuestros poderes como nosotros los hemos usado. Siempre trabajen en equipo, exploten sus fortalezas y traten de no mostrar sus debilidades.
Las amigas de Serena tomaron sus respectivos cetros, pero ninguna de ellas sabía qué hacer con éstos. Ni siquiera Amy tenía alguna idea de cómo podía interactuar con su cetro, si debía pronunciar alguna frase o palabra. Silverblade, al ver la confusión de las amigas de Serena, se vio en la necesidad de explicarse.
—Esos cetros funcionan igual que los que ustedes solían usar —dijo, no sin cierto viso de impaciencia, porque el tiempo se iba agotando rápidamente, y ninguno de los presentes quería que Sailor Omega acabara con la Tierra, y menos con el universo—. Lo único que tienen que decir es "por el poder divino" y después pronuncian el nombre del planeta que les corresponde a cada una. Eso es todo.
Amy frunció el ceño al escuchar la frase que debían decir para transformarse.
—¿Por qué divino?
—Porque nuestros poderes las transformarán en divinidades —dijo Silverblade, sintiendo un dolor agudo en su costado de tanto sostenerse de lado—. Dependerá de ustedes si se comportan como tales.
Serena urgió a las demás a que no pensaran tanto en el porqué de cosas que no tenían importancia, y ellas tomaron con firmeza sus cetros, y exclamaron las palabras mágicas que las transformarían en las sucesoras de los Galthazar. De pronto, toda la plaza se llenó de luces de colores, y las Sailor Senshi vieron cómo las amigas de Serena hacían poses familiares, como si estuvieran danzando. El espectáculo no duró más de veinte segundos, y, cuando las Sailor Senshi vieron el resultado, quedaron con sendas caras de estupor.
Sailor Chibi Moon esperaba que las amigas de Serena tuvieran el mismo uniforme que los Galthazar, pero aquel no fue el caso, en absoluto. Los únicos paralelismos que había entre ellas y los Galthazar eran las capas, del mismo color que cuando eran usadas por los Galthazar. El resto del uniforme exclamaba Sailor Senshi por todos lados. Las faldas cortas, las botas largas, los listones en sus pechos y las tiaras. Sin embargo, al mirarlas con más detalle, Sailor Chibi Moon notó que la mayor parte del uniforme era blanco, con excepción del borde inferior de la falda, el listón y el borde superior de las botas, los que hacían juego con las capas que ondeaban detrás de ellas. Los otros detalles que saltaban a la vista era lo ornamentadas que lucían las tiaras, y el símbolo en el centro de sus listones, los que concordaban con los emblemas en los pechos de los Galthazar. Las amigas de Serena se miraban los brazos y el resto del uniforme, luciendo contrariadas. Silverblade podía entenderlas a la perfección. Ninguna de ellas esperaba que lucieran como Sailor Senshi, aún con los poderes de los Galthazar (179).
—Bueno, supongo que ustedes jamás dejaron realmente de ser Sailor Senshi —dijo Silverblade, soltando una carcajada que sonó mitad divertida, mitad agria—, aún sin sus Sailor Cristales en su interior. Pero quiero que les quede claro; aquella es solamente una apariencia. En el fondo, ustedes son las sucesoras de los Galthazar, y sus poderes estarán por encima de cualquier Sailor Senshi que hayan conocido en el pasado. Úsenlos sabiamente, trabajen en equipo, y verán que nadie, ni siquiera Sailor Omega, podrá con ustedes. Si mueren, jamás las perdonaremos.
—O sea, no hay presiones —dijo Lita, encogiéndose de hombros.
—¿Y es necesario que tengamos sus nombres? —preguntó Mina, quien lucían un poco preocupada, porque los nombres de los Galthazar se le antojaban muy masculinos, y no sentía que fuesen apropiados para un equipo compuesto solamente por chicas.
—Pueden llamarse como quieran —respondió Silverblade, acomodándose en una posición que no le causara dolor en su costado, notando que sus brazos aún se negaban a moverse con libertad—. Si quieren, pueden usar sus antiguos nombres de Sailor Senshi.
Mina decidió que ya no debían perder más tiempo. Según Amy, quedaban menos de cuarenta y dos minutos para que el mundo pasara a mejor vida. De común acuerdo, decidieron acatar el consejo de Silverblade sobre sus nombres, y, después de varios intentos fallidos de volar (lo que les tomó otros cinco minutos), las Sailor Senshi emprendieron el vuelo hacia el espacio, cada una tomando a una integrante del Sailor Quartetto. Sailor Chibi Moon y Sailor Jade, por consejo de Amy, corrieron hacia las ruinas del palacio de Tokio de Cristal, en caso que otro proyectil agrandara el cráter que había dejado el primero. A ninguna de ellas le había gustado la forma en que se bamboleaba el edificio frente a ellas, aunque estuviesen diseñados para soportar movimientos sísmicos.
El vuelo hacia la estación espacial, desde donde había provenido el proyectil que había acabado con el palacio, no fue para nada agradable. Las Inner Senshi aún no se acostumbraban a moverse en tres dimensiones, y había ocasiones en las que ninguna de ellas sabía si seguían ascendiendo o si estaban perdiendo altura. No fue hasta cuando se acostumbraron a las sensaciones que les decían en qué dirección estaban yendo que las Sailor Senshi hicieron su ascenso más constante y menos accidentado. Sin embargo, el aire a grandes alturas se comportaba de otra forma, y Amy explicó que había un momento en que un cuerpo que despegaba del suelo debía soportar un montón de presión hidrostática a causa del comportamiento del aire a esas alturas, algo que en aeronáutica era conocido como Max-Q. Sin embargo, el cuerpo humano no era un transbordador espacial, y los efectos de la presión hidrostática (hay que recordar que, en física, el aire es tratado como un fluido) sobre un objeto pequeño podían llegar a ser abrumadores. Era por eso que ellas debían estar constantemente cambiando la trayectoria, porque la turbulencia del aire les empujaba en direcciones no deseadas, y había ocasiones en las que les hacía perder altura.
Para cuando el aire comenzó a ser escaso, las Inner Senshi crearon unos escudos protectores, de manera que pudieran respirar en la alta atmósfera y no estuvieran expuestas a los rigores del espacio. Ellas se aseguraron de que el Sailor Quartetto también estuviera protegido.
Después de diez minutos de vuelo (quedaba media hora para el Apocalipsis), las Inner Senshi divisaron la estación espacial. Tenía forma de un embudo colosal, con varios anillos concéntricos, el y más pequeño de ellos medía quinientos metros de diámetro. Amy no quería imaginar la clase de proyectil que podría atravesar el embudo, porque todo el aparato era, en esencia, un cañón de riel gigantesco, capaz de acelerar un meteorito metálico al punto que se convirtiera en un proyectil con un poder de destrucción incalculable. Pese a que el enorme cañón de riel le asustaba, Sailor Mercury hizo los cálculos necesarios, desde la potencia de los electroimanes en los anillos, hasta la velocidad final de un objeto de quinientos metros de diámetro y con la densidad promedio de un meteorito metálico, asumiendo una velocidad inicial estándar para un objeto de su clase. Los resultados la dejaron helada.
—¿Te pasa algo? —le preguntó Sailor Jupiter al ver a su compañera sin habla y con los ojos dilatados—. No me digas que descubriste algo malo sobre esa estación espacial.
A medida que se acercaban cada vez más a la gigantesca estructura, Sailor Mercury les explicó de lo que se trataba esa estación espacial, en qué consistían los cañones de riel, y qué pasaría si ellas fallaban en su misión.
Cuando Sailor Mercury acabó con su explicación, las demás quedaron igual de estupefactas que ella cuando terminó de hacer sus cálculos. Sin embargo, a las ocho Sailor Senshi les quedó claro como el agua que, bajo ninguna circunstancia, podían fallar en destruir esa estación espacial. Daba igual que todas temblaran del más absoluto miedo, daba igual si aún no eran capaces de usar sus poderes correctamente, porque era necesario que se sobrepusieran a aquellas dificultades.
El destino del planeta dependía de ello.
Mientras tanto, en el centro de la estación espacial, Sailor Omega vio a las Sailor Senshi aproximarse, y supo que los Galthazar habían encontrado a otros peones que usar, amparándose en que aquellas chicas eran incapaces, aun siendo chicas normales, de hacer lo que fuese correcto.
Pues que vengan. Ahora que soy más poderosa que antes, no podrán evitar lo inevitable.
Y, tronando sus manos, Sailor Omega se preparó para la lucha.
(179) Aquellas son las que llamo "formas divinas" de las Inner Senshi, superando a las formas eternas previamente establecidas en el arco de los sueños.
