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"Peeves"
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Si había algo que Peeves adoraba era atormentar a los alumnos.
Ver sus caras enojadas, asustadas e incluso con expresión de no saber qué les golpeó llenaba sus días como la primavera a marzo; sin embargo, esa noche había sido un fiasco en su muy exitosa carrera de "Causa problemas" ya que Dumbledore le había prohibido causar alboroto en el dichoso baile de Navidad y, para colmo, el "nariz grasienta", (como llamaba en secreto a Severus Snape), se había hecho cargo de ahuyentar a los mocosos furtivos del patio y el ala oeste.
¿Conclusión? Peeves estaba soberanamente aburrido y muy, muy enfadado.
Era el colmo que no hubiera un alma que atormentar como era debido. ¿Qué se pensaban? ¿Qué las bromas debían esperar turno? ¡No!, ¡Las bromas se hacían al momento de ocurrírsele a uno!... y él tenía tantas en mente. Como cuando les lanzó los globos con agua a los estudiantes como bienvenida al colegio, ¡Ah!, eso había sido tan épico como la cara de la profesora McGonagall amenazándolo con avisarle al director. … pero ahora, ¡Rayos! Ahora no podía ni siquiera darle un buen empujón a algún incauto porque no había ningún incauto en los pasillos.
―Me vengaré― prometió a media voz, contentándose con hacer caer una armadura, para luego sacarle la lengua.
Estaba casi resignado a su suerte, flotando entre los cuadros que decoraban las paredes rodeando a las escaleras cambiantes, cuando escuchó algo muy interesante.
―¿Usted cree que estén haciendo cosas innombrables allá afuera?―preguntaba el retrato de una mujer con una peluca enorme y un abanico cubriéndole el rostro―. Juraría que escuché a alguien riendo.
―¡Bah!, ¡lo único innombrable de esta noche será el tiradero que dejarán si es que se les ocurre regresar!―dijo el cuadro de un duende de cara muy arrugada―. Como si no fuera suficiente que Filch no nos limpie como merecemos, tenemos que soportar la humedad por esa puerta abierta. ¡Bah! Humanos desconsiderados.
―Lo que sea de cada quien, los magos iban muy bien vestidos, ¿Me pregunto si ahora es una moda que las chicas vayan descalzas?―dijo la dama y a Peeves le brillaron los ojos. ¿Habían dicho magos?
―¿Dónde, dónde fueron? ¡Díganme pronto o desespero!, ¿Mago y bruja, bruja y mago? ¡Dos por uno, dos por uno! ¡Ya no aguanto!
―¡Oh, lo que faltaba!, ¡Piérdete, lleva tu canto a otro lugar!―se quejó el retrato del duente.
Peeves consideró por un segundo el sacarlo de su sitio y dejarlo caer hasta el primer piso; pero se obligó a soportar y en lugar de perder el tiempo con el duende, se dirigió a la dama.
―¡Bella princesa, de cuentos sacada! ¡Dame la pista, ¿adónde fueron?, señala!, ¡Bruja y mago, mago y bruja! Si son jovencitos, ¿Qué esperas? ¡Apura!
―¡Ay, qué lindo! ¡Bravo, bravo, otra!―aplaudió la dama, enfureciendo al poltergeist.
―¡Dime adónde se fueron los mocosos o te pondré de cabeza, vieja fea!
La dama del cuadro le miró indignada y, soltándose a llorar, se marchó del retrato aprisa.
―¡JA, JA! Hasta que alguien le dice sus verdades a la presumida― se mofó el duende; pero dejó de reír cuando la peligrosa mirada de Peeves se fijó en él―. ¡Al patio!, ¡Se fueron al patio, por ahí! ―señaló el cobarde.
―Más te vale que no estés mintiendo―advirtió Peeves antes de flotar hacia la puerta indicada.
Estaba semi abierta. Eso era buena señal, aunque ya podía escuchar la lluvia, lo que no era tan bueno porque, ¿Quién saldría en plena lluvia? Si no encontraba a nadie, juraba que volvería a por el duende.
Entonces los vio y ellos lo vieron a él, pálidos del susto.
―¡Pardiez! Esto no será bueno―oyó decir al molesto y pomposo fantasma de Gryffindor; pero lo ignoró.
Todo lo que resonaba en su mente era parte de su versillo: «Mago y bruja, bruja y mago», mientras sonreía de oreja a oreja y se frotaba las manos entre sí, saboreando el momento que le esperaba.
―Dos por uno―siseó antes de sobrevolar el patio y detenerse frente a los muchachos―. ¡Mirad, mirad lo que he encontrado! ¡Bruja y mago, bruja y mago! ¿Por qué tan asustados? ¿Qué estaban cuchicheando?, ¿Qué cosas te susurró al oído el muchachote, bonita?, ¿Ya te metió mano?
―¡¿Perdón?!―reaccionó Theo, sintiendo calientes las orejas.
―¡Oh, Peeves, fuera de aquí!―se interpuso Nick Casi-Decapitado; pero el poltergeist no hizo caso y siguió revoloteando y canturreando, agotando la paciencia de Theodore por sus letras sugerentes―. No le hagáis caso. Mejor iros al castillo, yo me encargo de él.
―Muchas gracias, Sir Nicholas―dijo Luna, intentando apoyarse en sus pies.
―¿Qué estás haciendo? ¡Estás lastimada!―le reclamó Theo, tomándola en brazos sin preguntar―. Sujétate.
«La dejo en la enfermería y me largo a las mazmorras, ya tuve suficiente», se dijo.
Sin embargo, aunque consiguió llegar cerca de la entrada al castillo, un sorpresivo ataque de Peeves lo detuvo en frío y, al voltear, vio al odioso hombrecillo acunando un gran montículo de lodo en un brazo, mientras preparaba su siguiente proyectil con su mano libre.
―¡Dos por uno, dos por uno! ¡A que le doy en la nariz a la novia, ¡Y al novio en el cul…!
―¡Ella no es mi…! rayos, ¡¿Qué hago yo discutiendo con ese bicho del infierno?!―renegó Theo―. ¡Vuelve a lanzarme lodo y te juro que encontraré la forma de pegarte al trasero del Barón Sanguinario, Peeves!
―Creo que retarlo fue una mala idea― alcanzó a decir Luna cuando el siguiente proyectil fue lanzado, dándole a Theo en la espalda, pues el muchacho giró a tiempo para que no le diera a ella.
―¡Basta ya, Peeves! ¡Ellos no te han hecho nada!―dijo sir Nick; pero el tercer proyectil acabó atravesándole la cabeza.
―¡Guerra de barro!―gritó el poltergeist y alzó entre sus manos una gran bola de lodo.
Luego, todo pasó en cuestión de segundos. Con Luna en brazos, Theo no podía coger su varita, solo tenía como opción entrar corriendo al castillo aunque eso no le asegurara que Peeves no los siguiera para lanzarles el barro encima. «Ni modo», se dijo; pero cuando apenas había hecho ademán de correr, la voz cantarina de Luna Lovegood acarició su mejilla.
―¡Petrificus ánima!―. Un encantamiento que jamás había escuchado acompañó al rayo de luz saliendo de la punta de una varita, impactando contra el poltergeist, quien enseguida se quedó tieso, flotando en el aire y bañado en lodo, a muy poca distancia de ambos.
Tanto Theo como Sir Nicholas se le quedaron viendo a la joven Ravenclaw.
―Vaya, no creí que funcionaría―dijo ella, satisfecha con el resultado―. Estaba estudiando una forma de variar el hechizo Petrificus el otro día. Ginny dijo que no valía la pena porque ¿Quién querría petrificar a un fantasma?... supongo que nunca consideramos a Peeves.
Theo estuvo a punto de expresar su asombro por haber presenciado, técnicamente, un hechizo enteramente nuevo, hasta que cayó en cuenta de algo.
―¿Esa es mi varita?
―Oh, lo siento. Sí. Es que no traje la mía―dijo Luna―. Pero no le ha pasado nada, lo prometo. Mira, la dejo en tu bolsillo de nuevo.
El Slytherin volvió a sonrojarse. Que no le hubiera pasado nada a la varita era lo de menos, ¿Qué acaso Lovegood no era una bruja? Había cierto código entre magos en cuanto al uso de varitas ajenas. El que ella hubiera usado la suya y que le hubiese respondido tan bien no solo era raro, ¡Sino que incómodamente íntimo!
―Bueno, ya han sido muchas emociones por una noche. Entren ahora que este pillo no puede detenerles ―sugirió Sir Nicholas.
―Pero no podemos dejarle así―objetó Luna mirando con compasión a Peeves.
A ella no le gustaba atacar a nadie de no ser necesario. Solo lo había hecho por devolver el favor a Theodore, después de todo, gracias a él que la había protegido, el vestido de su madre no había terminado lleno de lodo.
―Oh, créeme, podemos y vamos a hacerlo―dijo Theo.
―Quizá con esto ya aprendió su lección―dijo ella―. Acércame.
―¿Qué?
―Acércame, por favor, Theodore. Le quiero hablar―le pidió Luna.
Estaba loca. Sí, muy loca, no había más explicación. Pero, ¿Cómo lo dejaba eso a él, que ya estaba caminando hacia el poltergeist?
―Hola, Peeves. Siento haberte petrificado; pero no me dejaste más opción―le dijo Luna al bribón―. Si no te quito el hechizo te vas a quedar así, ¿Entiendes? No creo que quieras eso, ¿Verdad?
Los ojos de Peeves se movieron frenéticamente de un lado a otro. Theo no supo qué pensar. Por un lado, el ingobernable poltergeist parecía dispuesto a ponerse de rodillas y suplicar por piedad si pudiera y, por el otro, las palabras de Luna eran propias de una Slytherin, sutiles y amenazantes; pero dichas con tanta dulzura que era desconcertante.
―Bien. Voy a dejarte libre; pero me vas a prometer que te alejarás de nosotros y no nos lanzarás más lodo. ¿Lo harás?―continuó Luna, a lo que Peeves volvió a mover los ojos como loco―. De acuerdo, es una promesa entonces― añadió y miró a su compañero―. ¿Me dejas usar tu varita una última vez, Theodore?
Y ahí estaba ese tonito dulzón, dirigido a él ahora; pero junto a una mirada suplicante que no había dirigido hacia el fantasma. «Dile que no, dile que no», murmuró una vocecita, posiblemente su Slytherin interior; pero antes de pensarlo mucho, él acabó asintiendo.
―Finite incantatem―recitó Luna y Peeves rebotó contra el suelo.
―¡Ja!, Hasta que te dieron tu merecido―celebró sir Nicholas.
El poltergeist alzó la mirada ceñuda. Su sonrisa se había desvanecido y en su lugar, su boca se había curvado hacia abajo, dándole una apariencia aún más peligrosa de lo habitual.
―Recuerda que lo prometiste, Peeves―le dijo Luna, haciendo ademán de volverle a apuntar con la varita de Theo.
Peeves respiró hondo.
―Oh, y me alejaré, no te preocupes, bonita―respondió, con un brillo de malicia en la mirada.
El hecho de que ya no rimara no era buena señal.
—Me voy, me voy…―añadió, flotando mansamente hacia el castillo, para luego voltear y sacarles la lengua―. ¡Me voy; pero a avisarle a Snape! ¡AHHH! ¡ALUMNOS FUERA DE LA CAMA! ¡PROFESOR SNAPE, ALUMNOS FUERA DE LA CAMA! ¡AHHHHHHH!
―¡Condenado tramposo!―exclamó Theo, corriendo hasta las escaleras, por donde Peeves se había lanzado gritando por el profesor Snape a todo pulmón.
―Déjame aquí, Theodore. Peeves tratará de traer al profesor; sin mí puedes irte más rápido― le dijo Luna.
―¿De qué hablas? Da igual si me voy o no, ese fantasmucho del demonio sabe quiénes somos―protestó Theo, camuflando con eso lo que de verdad quería decir: "No me iré a ningún lado sin ti".
―Cortad camino a la enfermería por las escalinatas exteriores, hay una puertezuela a mitad de camino que nunca cierran―les dijo sir Nicholas―. ¡Vamos, apúrense!, ya están empapados, un poco más de lluvia no lo empeorará, yo iré a por Peeves, le haré creer al profesor Snape que está jugándole una broma. ¡Vayan!
Y dicho eso se lanzó escaleras abajo.
Theo y Luna, sin más opción que seguir el improvisado plan de Sir Nicholas volvieron al patio, internándose en los corredores exteriores hasta encontrar las escaleras y luego la puertezuela de la que había hablado el fantasma. Una vez dentro, agradeciendo el rotundo cambio de clima, se escabulleron por los desolados pasillos atentos al menor ruido hasta que llegaron a las escaleras interiores que llevaban a la enfermería.
―Creo que ya puedo caminar desde aquí―dijo Luna―. Me has cargado por mucho tiempo, debes estar cansado.
―Ya te cargué por medio Hogwarts, ¿Esperas subir las escaleras por tu cuenta?
―Pero si Madame Pomfrey te ve…
―Ese es mi problema, Lovegood―rebatió Theo―. Además, es mejor tener una excusa para Snape. Si pregunta, le diré que me sentí mal y que tuve que venir a la enfermería, ¿Qué se yo?, ya se me ocurrirá si lo necesito. Además, ¿Cómo vas a explicar que llevas puesta mi túnica? No podrás decir que te la encontraste por ahí.
Luna, todavía con los brazos alrededor de su cuello le miró con curiosidad.
―¿Qué?
―Pensaba que tus ojos eran negros; pero son azules, como los míos, solo que un poco más oscuros… como el mar―dijo ella, descolocándolo y haciendo que se detuviera a mitad de la escalera.
―Creo que te está dando fiebre, Lovegood―le respondió, retomando el camino.
Luna sonrió y acomodó la cabeza contra su cuello.
―Sí, es posible. O puede que todo esto sea parte de un sueño―le dijo, sin imaginar el nuevo sonrojo en las mejillas de su compañero―. Mañana despertaré en mi cama, con mi vestido metido en la funda de mi almohada. O quizás no, quizás todo sí sea real, quizá de verdad bailé bajo la lluvia con Sir Nicholas, quizás sí me lastimé y luego Theodore Nott apareció para rescatarme y los dos terminamos huyendo de las amenazas de un poltergeist.
Bostezó, causándole un escalofrío a Theo al respirar.
―Puedes decirle eso a Madame Pomfrey.
―¿Qué cosa?
―Que apareciste y me rescataste. Me pusiste tu túnica y me trajiste a la enfermería. Ella no te hará preguntas si le dices eso. No sería la primera vez que camino dormida.
Theo la miró de refilón y no dijo nada, ella tampoco dijo más; pero inconscientemente sus cuerpos buscaron acoplarse mejor y tanto Theo la afianzó entre sus brazos, como ella terminó acurrucándose más contra su cuello, cerrando los ojos. A salvo.
Y por un momento, solo por un momento, Theo agradeció que la escalera fuera larga. Estaba cansado, le dolía la espalda y tenía frío; pero por alguna razón no sentía el aguijón del estrés punzándole la cabeza. No sabía si al día siguiente seguiría pensando igual o maldeciría la hora en la que Snape le encargó patrullar; pero lo que sí sabía era que no iba a olvidar su encuentro con la pequeña hada sin alas.
Luna Lovegood.
…
No lejos de ahí. Al pie de la escalera, de hecho, dos cabezas se asomaban por un lado del barandal de piedra y miraban de lado a lado, atentos al menor movimiento.
―¿Ya se fueron?
―No, aún no. Todavía escucho sus pasos.
―Asómate y mira― dijo la chica.
―No me des órdenes― replicó el chico, mirándole con desagrado. Ella entornó los ojos.
―Bien, yo miro.
―¡¿Qué haces, Granger?!, te van a ver―la detuvo Draco, regresándola a su sitio, junto a él.
―Pues, ¿Qué quieres? ¿Qué nos quedemos aquí toda la noche?
―No, pero tampoco quiero que Theodore me descubra. Si se lo dice a Blaise, no voy a poder quitármelo de encima, puedes creerlo. Es una plaga cuando se quiere enterar de algún chisme y esto…―dijo él, señalándolos a ambos―… es la madre de los chismes.
―Bueno, nadie te obligó a seguirme, Malfoy. Si tanta vergüenza te da que te vean conmigo, pues no debiste acercarte a preguntar si estaba bien, para empezar―replicó Hermione, cruzándose de brazos y ladeando la mirada, molesta.
¿Es que acaso todos los hombres con los que interactuaría ese día tendrían la sensibilidad de una piedra?
―Estabas en mi camino y llorando, Granger, ¿Qué debía hacer?, ¿reírme y arriesgarme a que me golpees otra vez? No, muchas gracias. Quieras creerlo o no, soy un caballero. Fui educado en ese momento, como fui educado al quitarte del camino de Peeves. De nada, por cierto. Luego fuiste tú la que dijo que había que huir porque según tú, Snape iba a salir de atrás de un muro solo por el placer de quitarle 200 puntos a Gryffindor.
―Bueno, estábamos fuera de la cama a deshoras. ¡Seguimos estándolo!, ¿Por qué crees que Peeves estaba gritando eso?, Obviamente nos vio.
―Y obviamente no somos los únicos fuera de la cama a deshoras ―respondió Draco, cambiando de tema.
―Cierto… Luna.
―¡Y Theo! El tipo le dio un palmo de narices a una de las chicas más guapas de Slytherin. ¿Y ahora resulta que ha pasado la noche llevando en brazos a la más rara de todo Hogwarts?
―¿Quizás? Sé por Ginny que Luna camina dormida. Quizá Nott solo la encontró y fue amable al traer…
―No, no. ¿Theo, amable con una Ravenclaw chalada? Deliras, Granger. Theo apenas y nos habla a mí y a Blaise, no tolera a ninguna chica, dice que son aburridas y ruidosas. Seguro Lovegood lo hechizó o algo.
―Luna jamás le haría daño a nadie―protestó Hermione―. Pero sí te doy el beneficio de la duda en esto. Hay magia involucrada. Solo espero que estén bien. Fuera de eso, se me acabaron las ideas.
―¡Alguien llame al "Profeta"! ¡Sabelotodo Granger se ha quedado sin ideas!―se mofó Draco.
―¡Argh! Eres imposible, no sé ni para qué me esfuerzo. Contigo solo me gano dolores de cabeza― dijo Hermione, molesta. Draco sonrió.
―¿Estás tratando de fingirte enferma para que te cargue a la enfermería? Porque no va a suceder, Granger.
―¡Primero dejo que Filch me cargue antes de que me pongas un dedo encima, Malfoy!― espetó Hermione―. Y mejor me voy antes de que considere recrear nuestro pequeño encuentro en tercer año. ¡Buenas noches!
―¡Ja, como si fuera a dejar que te salgas con la tuya otra vez!― exclamó Draco mientras ella se marchaba―. ¡oye, Granger!
―¡¿Qué?!―volteó ella, enfadada.
― ¡Sueña conmigo!
―¡Idiota!―ladró Hermione y giró sobre sus talones, atravesando el pasillo a zancadas.
Draco rió por lo bajo y solo apartó la mirada cuando la Gryffindor se perdió tras una esquina.
La noche no había terminado tan mal. Con algunos impases, sí y no de la forma que él ideó cuando decidió acercarse a Granger; pero no podía quejarse. Antes de la inoportuna intervención de Peeves, hasta habían charlado sin pelear y él había tenido la oportunidad de tocar su mejilla para quitarle las lágrimas.
¡Y qué piel tan suave tenía!, lástima que tuvo que prestarle su pañuelo después, por él no habría apartado la mano; pero los modales eran los modales.
Aunque, si lo pensaba bien, ella no le había devuelto su pañuelo bordado con la cresta de su familia.
Sonrió. Ya tenía excusa para acercarse de nuevo.
Oh, sí. La noche definitivamente no había terminado mal.
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¡Hola!
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Espero les haya gustado.
Gracias por leer. :-)
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Muchas gracias de antemano a quienes lo hagan.
Nombre: "Un segundo de felicidad", de Paola Alarsil.
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