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"Velas"
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"¡Padre, padre, yo no tengo nada que ver! ¡No! ¡No! ¡Por favor, padre!".
Los primeros días luego de la audiencia condenatoria, siempre que cerraba los ojos, los ecos de su propia voz resonaban en su mente una y otra vez mientras que el rostro de su padre se dibujaba en sus recuerdos. Altivo, rígido, mirándolo de lado como si fuera una basura, asqueado porque los ojos en las tribunas lo relacionaran con él; como si jamás hubiese tomado su mano con orgullo en el pasado, como si nunca hubieran compartido nada, como si no fueran nada.
Luego despertaba; pero eso no era nada mejor, pues la soledad, el frío, el terror y la oscuridad le recibían por horas en las que no dejaba de gritar por piedad, llamando a su padre, a su madre como si fuera un niño asustado, estallando de rabia y miedo al no recibir más que el eco de su propia voz desgarrada. Entonces clamaba por él, porsu señor, el único capaz de entenderlo, el único que conocía su valía y talento, el único capaz de vengarlo…. pero cuando ni él respondía, solo entonces, se dejaba vencer por el agotamiento.
Y todo comenzaba otra vez.
Circulaba entre pesadillas, gritaba, lloraba, se arrastraba por la celda y luego dormía de nuevo.
No pasó mucho para que perdiera la noción del tiempo.
Era alimentado con menos consideración de la que se le daría a un cerdo; pero pronto, no supo cuánto, dejó de percibir los asquerosos olores y el asco se le hizo tan normal que dejó de vomitar. Entonces solo se dedicó a existir. Tenía el ligero presentimiento de seguir con vida porque de vez en cuando le costaba respirar, porque aún podía sentir el frío y porque el único calor que llegaba a percibir era el de su propia sangre siempre que terminaba hiriéndose en alguna crisis por golpearse contra los muros agrestes de su celda.
El siguiente cambio que notó fue el de no poder ver. Al menos no del todo. Sus manos se convirtieron en figuras borrosas ante sus ojos y presumió que la falta de alimentación y las condiciones tan deplorables estaba obligando a su cuerpo a readaptarse. Eso o que sencillamente se había vuelto loco.
Gritar, por otra parte, se volvió parte de su rutina. Cada gota de energía la gastaba en ello, no sabía si algo o alguien lo escuchaba, jamás lo supo, ni eso ni si su voz llegaba a ser algo más que un débil murmullo, como en efecto era… hasta que, en lo que bien pudieron ser siglos o tan solo un minuto, un sollozo respondió a su clamor.
―¡Nos llama! ¿Lo has oído? Después de tanto, querido, ¡Nos llama! ¡Nos llama!
―Amelie, no― dijo una voz más profunda. Una que despertó algo en él y le hizo abrir los ojos, pero solo para cerrarlos ante una luz cegadora que le llenó de pánico y lo hizo arrastrarse lastimeramente por su celda.
Lo único que se podía distinguir entre las sombras solo podía ser niebla o los dementores.
―¡Mi niño, mi querido, querido niño!
―Amelie, te lo suplico, aún estamos a tiempo de volver.
―¡No! Mantendrás tu palabra, no puedes fallarme ahora.
―Es un criminal. Vendió su alma hace años, no pensó en ti o en mí, ¡No le debemos nada!
―¡Es nuestro hijo!―exclamó la mujer, pero de pronto un acceso de tos la atacó y comenzó a jalar aire.
―¡Amelie!
Ella tardó un poco en recuperarse; pero cuando lo hizo, alzó la voz lo más firme que pudo.
―Me lo prometiste. Es lo último que pediré de ti, ¡Jamás lo hice antes, jamás te pedí nada! Si realmente me amas, no puedes arrepentirte ahora, ¡hemos llegado demasiado lejos!
―¿No ves acaso lo que nos rodea? ¡Me pides que te deje aquí, en esta… esta podredumbre! ¡me pides que te olvide, que te condene y que me condene a mí para salvar a un…!
―Para salvar a mi hijo―le interrumpió ella―. Es mi hijo, mi niño. Solo míralo, morirá si lo abandonamos aquí, ya lo hicimos mucho tiempo. Es suficiente castigo, ya ha padecido demasiado.
―Y tú quieres padecer en su lugar. Quieres morir en su lugar.
―Moriré de todos modos―dijo ella―. Y voy a hacerlo aquí, no puedes detenerme.
―Amelie…
Fue todo lo que escuchó antes de perder el sentido. Supuso que no por mucho tiempo ya que al abrir los ojos sintió unos brazos frágiles y suaves rodeándolo, así como un aroma dulce llenando sus fosas nasales, recordándole tiempos mejores, tiempos felices donde ese aroma le daba paz, donde significaba mimos y palabras de afecto.
―Shhh, shhh cariño mío, no tengas miedo, aquí estoy―escuchó y trató de enfocar la vista, no obstante, la luz de antes volvió a cegarlo, por lo que gimió como un animal herido y trató de esconder el rostro―. ¡Apágalo, le haces daño!
La luz se alejó un poco; pero no desapareció. Luego un gruñido resonó en la sucia celda.
―¿E…Estoy muerto?―logró decir, oyendo su propia voz rasposa, sombría, sin vida.
―Claro que no, mi cielo, no. Tú estarás bien, mamá se encargará de eso.
―Amelie, te lo suplico…
―Tomé mi decisión, Bartemius―dijo ella―. Ahora es tu turno. Sales hoy con nuestro hijo, o nos pierdes a ambos en este momento.
El silencio llenó aquel hueco olvidado del mundo, la luz pareció moverse de un lado a otro permitiéndole ver un rostro muy enfermo. Había perdido la habilidad de notar el tiempo que trascurría a su alrededor; pero supo que un pequeño ciclo se había cumplido cuando la luz se detuvo. Luego, la voz de su padre, esa que lo sentenciaba una y otra vez en sus recuerdos y pesadillas se alzó, repleta de dolor.
―Te he amado con cada fibra de mi ser, Amelie. Tú has sido lo único por lo que he podido seguir…―pausó, posiblemente a causa de un sollozo―. Y en nombre de ese amor, me pides que haga lo imperdonable.
―Lo juraste―sollozó ella también―. Lo juraste…
―Lo hice y daría todo por poder olvidarlo; pero sé que jamás me lo perdonarías y, ¡Maldita sea mi suerte! No puedo tolerar perderte sabiendo que me odias.
―Madre…―musitó él como máximo esfuerzo por saber qué era lo que estaba sucediendo; pero estaba tan débil que no pudo siquiera formular la pregunta.
―Rápido, querido, antes de que pierda el conocimiento de nuevo.
Oyó pasos que fueron y vinieron, luego un breve sonido metálico y por último sintió un diminuto hincón en la cabeza.
―Ahora, mi cielo, necesitas beber esto―oyó a su madre y sintió algo acercarse a sus resecos labios―. No sabe muy bien; pero te ayudará, es… medicina.
Él no dijo nada ni a favor ni en contra. Tampoco resintió el sabor de aquella cosa grumosa en su paladar. Había saboreado cosas peores. Sin embargo, la sensación que sobrevino apenas un par de minutos después fue brutalmente inesperada. Sintió sus manos encogiéndose, al igual que sus piernas; de hecho, todo su cuerpo parecía haberse convertido en una masa que alguien o algo remodelaba sin piedad y, en su estado, dolía al punto de hacerle pensar que iba a morir.
―Resiste. Solo un poco más, mi amor, solo un poco más…
Y entonces el dolor se detuvo, dejándolo jadeante.
―Eso es, has sido muy bueno, muy bueno―oyó a su sollozante madre, sus manos suaves parecían recorrerle el cuerpo, él era como un muñeco entre ellas. Poco después, el calor de un beso inundó su frente y luego quejidos llenaron sus oídos. Cuando volvió a abrir los ojos, se vio a sí mismo mirándolo con una ternura que en realidad jamás había poseído―. Te amo, querido mío, te amo…
―Suéltalo ya―oyó a su padre. Un jalón en su brazo lo desprendió de la calidez de su madre y de nuevo sintió el frío y accidentado piso de roca contra el rostro.
A duras penas, desorientado, giró sobre sí mismo y quedó recostado sobre su brazo. La luz cegadora alumbraba el interior de la celda y entonces se vio del otro lado. Vio la vestimenta raída, sucia, el cabello crecido y desaliñado, las uñas llenas de mugre al igual que su rostro… y a su padre, ese hombre rígido, implacable, arrodillado a un costado, tocando a ese ser que lucía como él como si fuera el tesoro más hermoso del mundo, besando su frente como jamás lo hizo en el pasado.
Luego alzó la mano. Y entonces lo entendió. Él ya no era Él. Su madre había logrado lo imposible.
―Deben irse. Pronto, querido, es lo mejor― la oyó decir con su boca; pero todavía con su voz―. No, no, Bartemius, si me dejas tu túnica no tardarán en averiguar lo que hicimos.
―Amelie…
―Vete, amor mío, no lo hagas más difícil. Yo te esperaré del otro lado, ¿De acuerdo?... ahora vete, cumple tu promesa. Por mí, ¡por favor!
Su padre sollozó. Fue la primera vez que lo vio llorar en su vida. Y sería la última.
No pudo decir adiós, no pudo decir nada. Lo último que vio fue a sí mismo agazapándose contra el frío muro antes de sentir el fiero agarre de la mano de su padre sobre su brazo. «No se te ocurra abrir la boca», fue su advertencia y luego lo arrastró fuera.
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Todo lo que los dementores sintieron fue a una persona moribunda junto a otra sana entrar y salir del putrefacto lugar. Nadie sospechó, ni siquiera los aurores que custodiaron a su flamante padre en el carruaje que los transportó de regreso a Londres. En todo momento, él permaneció en silencio, con el rostro… o bueno, el rostro de su madre, semioculto con la capucha de su túnica. De cuando en cuando, su padre le forzó a beber su medicina sin importarle la presencia de los aurores, y cuando por fin llegaron a destino no dejó que nadie, salvo él lo tocaran.
Sin embargo, el teatro terminó al momento de llegar a casa. Literalmente, su padre dejó de sostenerlo y dejó que cayera de bruces en el recibidor, arrancándole la túnica sin ningún cuidado o consideración a su estado y, sin la protección de la tela, la luz natural entrando por las ventanas lo deslumbró al punto del dolor, haciéndole gemir y protegerse la cara con las manos.
―¡Mi señora! ¡Amo, mi señora se siente mal de nuevo, debe traer a un médico, pronto!
―Esa cosa no es tu señora, Winky―escupió Bartemius Crouch. Winky pareció ahogar una exclamación y apenas un minuto después, él sintió su cuerpo cambiar, extenuándolo agónicamente.
―¡Amo Barty!―exclamó la elfina.
―He cumplido la última voluntad de Amelie. Hasta aquí llega mi promesa. Es todo. Ahora retíralo de mi vista, Winky.
―Pero, amo… ¡el amo Barty está muy mal! Sí, ¡lo está! ¡Necesita un medimago!
―No merece uno.
―¡Amo!―lloriqueó la elfina
―¡Suficiente!―bramó Bartemius―. Yo soy tu señor, ¿Oíste? ¡Únicamente me obedeces a mí! ¿O es que quieres que te de una prenda y consiga otro elfo?
La elfina le miró empañicada y entre lágrimas; no obstante, miró de nuevo a su joven amo, llorando sin lágrimas, gimiendo de dolor; pero incapaz de manifestarlo con palabras mientras se cubría los ojos.
―¡El amo Barty morirá si no recibe ayuda!―protestó desesperada, arrojándose a los pies de su señor―. ¡Winky le ruega! ¡Mi señor, por favor, piedad! ¡Si el amo Barty muere, el sacrificio de mi señora habrá sido en vano!
Aquello pareció calar en el implacable mago.
―Entonces… entonces encárgate tú―pronunció luego de un rato de tenso silencio―. Será tu tarea exclusiva, Winky. Haz lo que puedas con… con él. Dispón del presupuesto para lo que necesites; pero por ningún motivo le permitas salir de su habitación. ¿Ha quedado claro? ¡Por ningún motivo!
Y Winky cumplió.
Barty no supo exactamente por cuánto tiempo yació moribundo en su antigua cama. Supuso que fueron semanas las que pasaron para que volviera a hablar. La única interacción que tenía era con Winky, aunque la elfina tenía prohibido contarle lo que sucedía fuera de esas cuatro paredes, pese a estar con él la mayor parte del tiempo, curándolo, aseándolo, alimentándolo con paciencia y entrega infinita, adecuándolo todo a su alrededor para no hacerlo sufrir de más.
No volvió a ver la luz del día en mucho tiempo. Las ventanas de su habitación ya no existían, su padre las había mandado tapiar y la única luz en el recinto provenía de unas cuantas velas que Winky prendía y apagaba para los horarios de comida. Y aún así lo lastimaron al inicio, por lo que la elfina determinó que solo encendería las necesarias, lejos de él, lo suficiente para poder alimentarlo sin ensuciarlo o ensuciar la cama.
El tiempo pasó y cada vez se fue haciendo más fuerte, aprendió a distinguir las horas con las idas y venidas de Winky y con pequeños retazos de información que conseguía sacarle. Poco a poco, su mente obnubilada comenzó a volver a sus cabales y asimismo la fuerza fue renovándose en su maltrecho cuerpo.
Sin embargo, aunque sintió mayor control sobre su consciencia, solo un día lo dedicó a pensar en su madre, en su gran sacrificio… y su casi yerto corazón vivió segundos de arrepentimiento por lo que había provocado; no obstante, al terminarse, decidió que todo obedecía a un fin superior.
Había vivido en el infierno sobre la tierra; pero seguía ahí, cada día mejor. Tenía que ser por algo, tenía que tener un propósito, ¡El sacrificio de su madre no podía ser en vano!
Entonces lo recordó. El objetivo perdido en la locura que nació entre las frías paredes de su celda en Azkaban. El fin supremo, lo que él era, para lo que seguía con vida.
―Mi señor―murmuró en la oscuridad, enderezándose en su cama. Era madrugada, seguramente. Winky le había llevado la cena hacía mucho―. Mi señor…―susurró de nuevo y una ansiedad incontrolable se apoderó de él.
Arremangó la tela sobre su brazo y tocó su marca con adoración. ¡Si tan solo tuviera una varita!
¡Tenía que encontrarlo! ¡Lord Voldemort! ¡Solo él podía encontrarlo! ¡Oh, y cuánto lo recompensaría cuando lo hiciera! ¡Cuánto le agradecería!
―Tengo que salir de aquí―se dijo, obligándose a salir de entre las mantas. Pisó el suelo alfombrado. Todavía estaba débil, lo sentía, ¡Pero tenía que intentar!
Tan concentrado estaba en habituar sus pies a la labor de caminar otra vez que no escuchó el rechinar de la puerta, sino hasta que la voz de su padre resonó en la estancia iluminada con solo un par de velas gruesas sobre la cómoda.
―¡¿Qué estás haciendo?!―bramó, tomando una de las velas para ayudarse a ver, palideciendo en el acto al ver la marca tenebrosa en el brazo de su hijo―. ¡Tú! ¡Monstruo!
Barty no alcanzó a responder, pues una luz azul le golpeó en el pecho haciéndole perder el conocimiento.
Cuando despertó sintió el cuerpo adolorido y tenso. Su visión usualmente borrosa, más borrosa de lo usual. A un lado, Winky gimoteaba lastimeramente y cerca de ella, con el rostro apenas visible por la luz de una vela, su padre lo miraba con dureza.
―Padre…
―No me llames así. Yo no tengo ningún hijo―gruñó él.
Barty quiso enderezarse, solo entonces se dio cuenta que unas cuerdas lo aprisionaban desde los hombros hasta las muñecas. Se sacudió con violencia.
―Sigue así y las cuerdas terminarán por asfixiarte.
Winky lloró con más fuerza, limpiándose la nariz con la punta de la vieja toalla que usaba como ropa.
―Padre, por favor…―intentó implorar Barty; pero el mago mayor solo se puso de pie.
―Intentaste usar esa abominación que tienes en el brazo, ¿No es así? ―le increpó―. ¿Crees que puedes salirte con la tuya?... ¡Tu madre no está más aquí para tapar tus fechorías!
―Solo… solo quería caminar, lo juro.
―Y veo que hablas mejor de lo que Winky se molestó en comunicarme―añadió su padre, lanzando una mirada recriminatoria sobre la elfina, quien enseguida corrió hacia la cómoda y se cerró los dedos con el cajón, sin dejar de llorar―. Si no fuera porque esta criatura es la única capaz de sentir piedad por un monstruo como tú, la despediría en este mismo instante.
―Padre, créeme, solo quería…
―¡No mientas!―bromó Bartemius―. Lo vi. Tus ojos, tus ojos eran los mismos que vi en el pensadero, los que vieron a Alice y Frank Longbottom retorcerse de dolor hasta la locura, los mismos que luego me imploraron misericordia ¡Cuando no la mereces!
―Tú no entiendes…
―No, no lo entiendo. No entiendo cómo tuve a un monstruo como tú haciéndose llamar mi hijo. No entiendo cómo no me libré de ti y te entregué al beso del dementor cuando pude hacerlo. ¡No entiendo cómo es que estoy atrapado contigo otra vez!
Esta vez, Barty le miró con odio.
―Eso es… ¡Muestra tu verdadera cara!―continuó su padre.
―Viejo ignorante. Tu pequeña mente jamás llegaría a ver la magnitud de mi potencial. ¡Nunca fuiste capaz de hacerlo! ¡Fue tan fácil engañarte y actuar ante tus narices sin que siquiera lo notaras!
―¡Amo Barty!―lloriqueó Winky; pero la voz de Bartemius Sr, se alzó fuerte.
―¡Nunca más bajo mi techo! ¡Eso te lo juro!―prometió―. ¡Winky!
La elfina se acercó, temblorosa.
―A partir de hoy, las cuerdas solo se desatan cuando tengas que asearlo. ¿Has oído? Cada noche, vendrás a mí después de la cena y me darás un reporte de cada cosa que él diga o haga.
―Sí, amo.
Barty comenzó a burlarse.
―Le darás una poción para dormir antes de retirarte y si se pone difícil durante el día, me avisarás de inmediato. ¿Entendido?
―Oh, ¿Y qué harás?, ¿Amordazarme?, ¿Cortarme la lengua? ¡Viejo ridículo! ¡No tienes idea de lo que soy capaz!, ¡Siempre me subestimaste!
―Y es un error que no cometeré otra vez― respondió su padre―. Winky, estás advertida. ¡Un solo error y te daré la prenda!
Dicho ello salió azotando la puerta.
Barty pasó la mitad de la noche maldiciendo a voz en cuello y luego pasó cuatro días sin comer, negándose incluso a tomar agua, tratando de conmover a su elfina custodia para que le quitara las cuerdas de encima. Por supuesto, la pobre criatura no tuvo más remedio que relatarle todo a su padre, quien consideró que su conducta era más que "Ponerse difícil".
―Vas a comer― le ordenó en una visita sorpresa.
―Oblígame― le contestó él, enfrentando su dura mirada.
―Amo, por favor…
―¡Silencio, Winky!―bramó Bartemius Sr,―. Tienes una última oportunidad. Vas a comer, ¿Sí o no?
―¡Púdrete!
El señor Crouch inhaló profundo y exhaló por la boca.
―Muy bien. Tú lo has pedido― declaró, empuñando su varita. Barty le miró retador y sonrió burlón.
Nada lo preparó para lo que haría.
―¡Imperio!
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Al perder la voluntad, Barty se convirtió en un muñeco a disposición de su padre. Comió cuando debió hacerlo, durmió cuando se lo ordenaba y el resto del tiempo en el que no seguía un comando se la pasaba mirando las velas, a veces encendidas, otras, apagadas, siempre sobre la cómoda de su sombría habitación. Los días pasaron, pronto se volvieron meses y los meses se hicieron años. Lo poco que quedaba de su conciencia lo concentró en no volver a perder la noción del tiempo. Después, un día en que Winky se compadeció de su estado y lo bañó por segunda vez en la tarde solo para tener la excusa de desatar sus cuerdas, su padre llegó de improviso, anunciando que debía resolver un asunto del Ministerio en Francia. Barty creyó que sería su oportunidad para tratar de romper la maldición que pendía sobre él, sin embargo, su padre pareció adivinar sus intenciones, por lo que decidió llevarlo consigo.
¿Cómo?, manteniéndolo bajo el Imperius, cubierto con una capa de invisibilidad y atado mágicamente a Winky para que, ante los demás, pareciera que caminaba solo junto a su elfina.
Salió tres veces y, en las tres, sus ojos resintieron la luz del día o las de los recintos donde su padre realizó sus diligencias. No pudo hacer nada para esquivarlas, ni siquiera pudo quejarse o tratar de protegerse, la maldición se lo impedía; pero al menos logró obtener dos noticias: Habían pasado casi 11 años desde la caída del Lord Tenebroso y el sucio mestizo culpable de ello era la nueva sensación del mundo mágico tras su ingreso a Hogwarts, eso y que su padre había sido nombrado oficialmente como nuevo encargado del Departamento de Cooperación mágica Internacional a apenas un año y tantos del fin de la primera guerra. Razón por la que entendió más tarde, la saña de los hechizos que infligía en él, después de todo, el gran Bartemius Crouch siempre había apuntado al puesto de Ministro.
«Por supuesto», pensó Barty. Desde el nombramiento de Fudge, las cuerdas que lo ataban siempre habían estado más ajustadas dependiendo del humor de su padre. No necesitaba tener dominio total sobre su intelecto para adivinar que lo culpaba por ello. Siempre, todo lo malo que le sucedía a la familia Crouch, era su culpa.
Como lo fue también, por supuesto, que tuviera que "ensuciar sus manos", como le reclamó luego de tener que aplicar un fuerte hechizo desmemorizante sobre Bertha Jorkins, quien, en un descuido escuchó lo que no debía y averiguó el terrible secreto del dignísimo Bartemius Crouch.
―Suficientes inocentes han pagado por ti. Si vuelve a suceder, dejaré que te lleven, ¡No importa lo que suceda conmigo! ¡Estoy harto!
Sin embargo, no fue él quien se tomó la amenaza a pecho; sino Winky, quien extremó sus cuidados tanto para recibir visitas, como para mantenerlo a él en su habitación. «Pórtese bien, amo Barty, deje que el señor vea que es usted bueno, Winky le ayudará a estar sano, el amo verá que ya no tiene que ser tan duro. Sí, lo hará, solo necesita un poco más de tiempo».
Ese poco más de tiempo habían significado más de una década para entonces; pero Barty casi intuyó que no faltaba mucho para el fin. Podía sentirlo. Cada año a partir de 1991, la marca en su brazo había dado pequeños destellos de activarse de nuevo. Él no lo imaginaba, estaba seguro y a medida que los años corrían, la sensación había vuelto con más fuerza.
Casi 13 años de espera, ¿Qué más daba unos meses más? Dejaría que su padre pensara que el Imperio había quebrado su mente de una vez y para siempre; actuaría otra vez bajo sus narices esperando el momento de escapar.
Y el tiempo llegó tras el campeonato de Quidditch. Winky convenció a su padre para que lo llevara y él aprovechó un descuido de la elfina para hacerse de una varita, venciendo el Imperio poco antes de la conmoción causada por los mortífagos, conmoción en la que él solo pudo participar proyectando la Marca Tenebrosa sobre los campamentos. Quizá eso debió pensarlo mejor, hacerlo le valió un hechizo aturdidor y bloqueó su intento de escape, pues su padre volvió a infligirle el Imperio y se lo llevó a casa, esta vez ya sin la protección de Winky a quien despidió sin miramientos, usando la excusa del Mosmordre que él había invocado con nada más y nada menos que la estúpida varita de Harry Potter.
Creyó que eso sería todo, que una vez más había fallado… pero su osadía, el orgullo demostrado hacia su causa AL FIN rindió frutos. Su Señor, su venerado Señor fue por él, de entre todos sus seguidores, ¡Por él!
¡Y el tonto de su padre! ¡Qué patético fue al creer que su Imperio podría con alguien de la talla de Lord Voldemort! Casi fue justicia poética que el hechizo le rebotara. ¡Ja! ¿Quién viera al digno e implacable Bartemius Crouch convertido en un muñeco? Prisionero dentro de su propio cuerpo tal y como él había estado por años.
―Espero que lo disfrutes―le dijo antes de seguir a su Señor y desde entonces puso alma, vida y corazón a cumplir la misión que lo catapultaría a la cima.
¡Qué fácil fue engañarlos a todos!, sobretodo al estúpido mocoso Potter, quien confió en él incluso después del retorno de Lord Voldemort. Lo único que llegó a lamentar en ese momento fue no haber estado él mismo en Little Hangleton, solo por el gusto de ver los frutos de su obra y estar en primera fila para disfrutar de los castigos que su Señor seguramente habría infringido sobre aquellos cobardes que lo negaron por salvarse, como el mediocre de Lucius Malfoy.
¿Y en cambio él? Él recibiría más honores que ninguno. Su Señor lo recompensaría porque él sí había sido fiel, él sí había arriesgado y sacrificado todo por él y sus promesas de reformar el Mundo Mágico, incluso obtener la vida de su propio padre en nombre de la causa, sellando con sangre su vínculo con Lord Voldemort, ¡uno que era más fuerte y único del que un padre tendría con su hijo!
Y hubiera sellado todo con broche de oro si hubiera tenido solo unos minutos más para mandar a Harry Potter por el mismo camino por el que envió a Bartemius Crouch; pero Dumbledore decidió jugar al héroe en el momento menos oportuno, dejándolo atrapado otra vez. Pero no importaba, estaba convencido que en cualquier momento la puerta se abriría y sucedería lo mismo que cuando su padre intentó someterlo luego del campeonato de Quidditch.
Su Señor vendría, les enseñaría respeto a toda esa sarta de pusilánimes y lo rescataría. Entonces le daría su lugar, ¡El que había ganado! Porque Lord Voldemort estaba de vuelta, más fuerte que nunca ¡Y era gracias a él!
Pensaba en ello e imaginaba las grandezas que le esperaban cuando de repente logró distinguir pasos presurosos y voces airadas fuera del despacho donde Dumbledore lo había dejado, vigilado por Minerva McGonagall. Su esperanza se ensalzó y su corazón brincó emocionado en su pecho. Entonces se soltó a reír y trató por todos los medios de ponerse en pie.
―¡Quieto!―ordenó McGonnagall, apuntándole con su varita. Él la miró retador y sonrió con absoluta insania.
―¿Crees que te tengo miedo, anciana estúpida?―le dijo―. Él ya viene, ¡Por mí! ¡Disfruta tus últimos minutos de vida!
"¡Abrid el paso! ¡Quitaros de en medio ya!", oyeron ambos y miraron hacia la puerta. Barty parecía a punto de hiperventilar de la emoción.
―¡Lord Voldemort está aquí! ¡Lord Voldemort ha vuelto y es gracias a mí! ¡Todos los que le dieron la espalda pagarán! ¡Él limpiará este mundo de la escoria!, ¡Malditos sangres sucias y asquerosos muggles!―comenzó a gritar a voz en cuello y entre risas causadas por una algarabía demencial.
―¡Cierra la boca!― protestó McGonagall.
Un pequeño estruendo los hizo callar a ambos. Luego Barty vio la manija de la puerta girando y sonrió.
―Yo que tú, correría―le dijo a Minerva; pero tan pronto vio el hielo comenzar a llenar las paredes del despacho, su sonrisa se perdió.
Después, todo sucedió demasiado rápido.
Logró oír un par de encantamientos, luego gritos de pánico y de repente, unas manos largas, huesudas, grises y fuertes lo empujaron contra el piso.
Dos segundos. En el primero, toda su vida pasó ante él. Su niñez, el amor de su madre, sus años en Hogwarts, el declive en su relación con su padre, el despertar de su alma hacia la grandeza que le prometía Lord Voldemort, la satisfacción que hallaba en los gritos de quienes se atrevían a cuestionarlo, su desesperación al saberlo vencido por un insignificante bebé mestizo, el año miserable en Azcaban seguido por el sacrificio de su madre y los años bajo el yugo de su padre hasta el día en que su Señor lo rescató. Luego el último año preparando a Harry Potter para entregárselo a su Lord como máxima muestra de lealtad.
Al siguiente, un frío descomunal pareció congelar el aire en sus pulmones y dejó de sentir su cuerpo.
«¿Esto es todo?», resonó en su mente. Y lo era.
Lo último que vio fueron unas cuencas oscuras, horrorosas y sin fondo… y después nada.
No había recompensa.
No había gloria ni grandezas.
Tampoco reconocimientos.
No más luces cegadoras, ni las de las velas de Winky.
No había nada.
Él… era nada.
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¿Hola?
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Por aquí más o menos los capítulos empiezan a ser más largos, este ha sido uno de transición para no estancarme en el Cuarto Año en Hogwarts y mientras, descansaba de las "Parejitas". Estudiando a los personajes que he usado, me di cuenta de que tienen muuucho potencial. Luego, una cosa llevó a la otra y, pues, he aquí el resultado.
No sé si se haya escrito un fic de estos momentos precisamente; pero me parece que podría ser lo más próximo, modestia aparte. Jeje.
En fin, espero que les haya gustado.
¡Hasta la otra!
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ESPACIO PUBLICITARIO
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Mi novela original se encuentra disponible para la venta en Amazon, en sus diversas plataformas, de descarga gratuita para Amazon KDP. Les invito a darle una oportunidad y ayudarme a crecer.
Muchas gracias de antemano a quienes lo hagan.
Nombre: "Un segundo de felicidad", de Paola Alarsil.
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