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"Gafas"
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Draco tenía problemas de fatiga ocular.
Lo que era normal, en su opinión; después de todo, ni las luces en la biblioteca de Hogwarts eran muy fuertes, mucho menos las de la sala común de Slytherin y hubo muchos días en los últimos 4 años, en los que, sin llegar al grado de ser obsesivo (como Granger), tuvo que pasar horas a la luz de velas o lámparas estudiando o haciendo tareas, si es que no era a la luz de un Lumos.
Así que era normal que su visión se encontrara cansada y que obviamente no quisiera ver un libro en vacaciones. Y no porque no le gustara leer; pero tenía que prepararse para el año siguiente o terminaría tan ciego como Potter. ¡Y eso sí que no! ¡Dignidad ante todo!
Infortunadamente para él, Narcissa Malfoy no pensó lo mismo.
―¿Correo a esta hora?.
La voz de Lucius, algo trémula se alzó desde su lugar a la cabeza de la mesa en uno de los comedores privados de la mansión.
La familia desayunaba cuando un elfo apareció al lado de su amo, sosteniendo una bandeja de plata con una carta y un paquete pequeño bien envuelto en papel de despacho. Narcissa en uno de los costados de la mesa, se limpió delicadamente las comisuras de la boca y la dejó junto a su plato.
―Tranquilo, querido. Fargol, el envío es para mí― habló y no desvió la mirada hasta que el elfo apareció a su lado, entregándole el paquete—. Retírate.
El elfo hizo una breve reverencia y se desapareció con un chasquido de sus dedos.
―No estuve enterado de alguna visita tuya a Diagon Alley, querida―dijo Lucius, relajando su rostro y llevándose otro poco de su desayuno a la boca.
―Porque no fui. Mandé a comprar lo que quería. No era algo particularmente difícil de adquirir, además recibí un muestrario hace unos días. Todo con absoluta reserva, por supuesto.
―Ya veo.
Draco los miró a ambos, extrañado. Por un lado, su padre había estado nervioso pasando a irritable (Más de lo común) desde que empezaron las vacaciones. Por otro, su madre había disminuido a cero sus continuas compras en Diagon Alley, así como sus reuniones sociales y se había abocado a remodelar una de los tantos salones de la mansión para mantenerse ocupada.
Si algo raro estaba sucediendo, ninguno estaba haciendo gran esfuerzo por ocultarlo.
―Ten, Draco, querido, esto es para ti―dijo su madre luego de leer la carta, entregándole el paquete pequeño y rectangular. Draco lo recibió de buen talante y sonrió.
―Gracias, madre.
Lucius gruñó. No le molestaba que su esposa mimara a su hijo, lo venía haciendo desde que nació; pero era un firme creyente de que los obsequios inesperados debían obedecer a una acción merecedora. Y que él supiera, Draco no había hecho nada meritorio que no fuera inhalar y expirar.
―¿Alguna fecha en especial que haya pasado por alto?
―Ninguna―contestó Narcissa con extrema calma―. ¿Qué esperas, Draco? Ábrelo, quiero ver cómo te queda.
El aludido enarcó una ceja y miró con curiosidad el paquete en sus manos. Resistiendo el impulso de agitarlo contra su oído, rompió el papel de despacho. Estaba intrigado. Si bien era cierto que muchas veces su madre compraba cosas que no necesitaba, siempre que lo hacía para él o para su padre, los obsequios eran de gusto exquisito.
Se preguntaba qué sería y de qué manera podría usarlo para provocar envidia en los demás cuando de repente, al abrir la tapa de la caja rectangular se quedó sin aliento y se puso más pálido de lo normal.
«¿Tan costoso fue?», se dijo Lucius, enarcando una ceja, curioso por el evidente shock de su hijo.
―Ma…Madre, ¿Qué…?
―Espero haber acertado en el modelo, me pareció que sería el más adecuado para tus facciones―dijo ella―. Por supuesto, si prefieres otro, tenemos esta semana como plazo máximo para cualquier cambio.
Draco la miró como si le hubiera crecido otra cabeza del cuello.
―No querrás en serio que use… esto.
Narcissa le miró con solemnidad.
―No solo lo quiero, lo espero―replicó, dejando muy claro que se lo estaba ordenando. Draco tragó con dificultad―. Tienes unos ojos preciosos, querido y ya que pareces empecinado en no cuidarlos, lo haré yo.
―¡Padre, di algo!―exigió Draco, mirando a su progenitor en son de súplica. Lucius parpadeó sin entender.
―Temo que no puedo decir nada si no sé, en primer lugar, por qué pareces tan… exaltado.
Draco respiró airado y tomó su obsequio del paquete de un zarpazo, enseñándoselo a su padre.
―¡GAFAS!― exclamó, ofendido.
―Puedo darme cuenta sin necesidad de escuchar tus alaridos―le regañó Lucius y luego miró a su esposa―. ¿Te parece absolutamente necesario?
―¿Has visto que Draco se halla parado por la biblioteca en las últimas semanas? ―dijo Narcissa―. Antes era casi imposible sacarlo de ahí, tanto como era imposible bajarlo de su escoba.
―Madre, esa no es suficiente razón para…
―Tampoco te pide más el diario por las tardes―continuó ella, ignorándolo―. Y siempre insiste que tiene los ojos irritados por leer de más cuando es evidente que no es cierto―. Luego miró a su hijo―. No te molestes en argumentar conmigo, Draco. Sabes que los necesitas, a menos claro que quieras ser el único heredero Malfoy en las últimas décadas que se quedó ciego a temprana edad, solo porque no dejó que su madre escogiera unas sencillas gafas de descanso para él.
―¡Es que no importa si son de descanso o no!, ¡pretendes que las use en público! ¿Por qué mejor no me lanzas a Hogwarts en ropa interior y un letrero que diga "Amo a Potter"? Dolería menos, te lo aseguro.
Lucius se frotó el puente de la nariz. Típico. Si su hijo no vivía obsesionado con Potter, no era feliz. Aunque en parte debía darle la razón, las gafas eran muy similares a las del sucio mestizo, más finas y elegantes; pero…
―No vuelvas a alzarme la voz, jovencito―riñó Narcissa.
―¡Pero, madre!
―¡Pero, NADA!―reclamó Narcissa―. VAS a usar esas gafas porque te lo estoy ordenando, y pobre de ti si haces algo para romperlas, perderlas o hacer que alguien lo haga por ti, ¿Ha quedado claro? Y ahora no quiero escuchar una sola palabra más al respecto, Draco Malfoy, ¡Ni una sola!
Draco boqueó como pez fuera del agua y las mejillas se le pusieron rosas de rabia. Acto seguido, haciendo mucho ruido con la silla, se puso de pie, miró a sus padres con aire dolido y se giró, dispuesto a salir de ahí a zancadas.
―Parece que olvidas algo―dijo su madre antes de que diera un paso.
Draco giró de nuevo, tenso. Infló y desinfló el pecho y cogió las gafas de un zarpazo.
―Esto no significa nada―juró y luego salió hecho una furia del comedor.
Lucius tuvo el cuidado suficiente para no decir nada ni a favor ni en contra de lo que había sucedido con las dichosas gafas.
―¿Cómo van las remodelaciones del salón, querida?
Salida astuta.
No obstante, Draco no la tuvo fácil el resto del día y Lucius estuvo a dos segundos de intervenir en su favor cuando, luego de una tensa cena, Narcissa juró que, si a la mañana siguiente no veía a su hijo con las gafas puestas, se las pegaría mágicamente a la cara con un hechizo tan potente que ni siquiera en San Mungo hallarían la forma de quitárselas.
Supuso (esperó), por el bien de Draco, que no se le ocurriría provocar a su madre una vez más. Merlín sabía que sería un error. No había nada que diera más miedo que Narcissa Malfoy enfadada, ni siquiera el Señor Tenebroso.
Pero solo por si acaso y en aras de que la tensión familiar no se extendiera más, a la mañana siguiente fue muy temprano a la habitación de Draco para persuadirlo, claro, luego de su caminata habitual de madrugada.
Adentro, Draco se había quedado dormido con las gafas puestas.
Se había propuesto demostrarle a su madre que no las necesitaba y no se le ocurrió mejor manera que usarlas y aparecer al día siguiente con los ojos más rojos que nunca, por lo que se estuvo frotando intencionalmente hasta cansarse y quedarse dormido; pero ¡Cómo no! Sus sueños se vieron infestados por el condenado adefesio.
Ahí estaba él, en la biblioteca de Hogwarts, sentado en la mesa más alejada, huyendo de las burlas que había provocado al llegar al castillo. ¡Sabía que tenía razón! ¡Lo sabía! ¡y lo peor fue que la comadreja Weasley no le permitiría olvidarlo en un muy bien tiempo!... si no era que nunca.
No volvería a asomar la nariz en público. ¿Quién podía impedirle de mudarse ahí?
Pensaba en ello cuando sintió unas pequeñas manos rodearle y se sobresaltó.
―Oh… te ves tan atractivo así.
―¿Granger?―masculló, viendo a la Gryffindor en su uniforme y túnica y con una expresión ilusionada en el rostro―. ¿A qué has venido? ¿A burlarte también?
―Siempre me atrajeron los del tipo intelectual― continuó ella―. Sabía que eras listo, pero con estas puestas, realmente me sorprendiste. Nunca pensé que pudiera sentirme tan…excitada con solo echarte un vistazo.
―¡¿Qué?!―exclamó Draco con los ojos muy abiertos e iba a preguntar si la muchacha estaba drogada o algo cuando la vio hacerse a un lado la túnica, revelando una muy corta falda escolar y sus muy hermosas piernas. Tragó pesado―. Gran… Granger…
―Uh, sí, dime Granger, me encanta cuando me llamas así―dijo ella, sentándose a horcajadas sobre él y acercando el rostro al suyo mientras le desanudaba la corbata―. ¿Quieres jugar un poco conmigo, Draco?
―Gran… Granger, estamos en la biblioteca.
―Lo sé; pero todos están en el Gran Comedor, nadie verá nada.
―Pero…―titubeó él, ahogándose cuando sintió su pequeña mano rozarle una zona al sur que estaba más que emocionada―. ¡Granger!
―Puedes tomarme ahora, Draco, aquí, siempre ha sido mi fantasía―dijo ella contra su boca sin llegar a besarlo―. Anda… ¿Sí?... por favor…
Eso derribó todas sus protestas. Un respiro después la tuvo contra la mesa, con las piernas rodeándole la cadera. Ella sonreía mientras se desanudaba la corbata de los leones, terminando por lanzarla a un lado para luego estirar los brazos y dejar que Draco le ayudara a deshacerse de la túnica y el suéter.
―¿Has fantaseado con esto mucho tiempo, Granger?
―Sí.
―¿Conmigo?
―Oh, sí….
Draco terminó rompiendo su blusa.
―Eres preciosa.
Ella sonrió y le desordenó su pulcro cabello con las manos. Draco, extasiado, atacó su cuello y se deslizó entre sus pechos suaves, gruñendo únicamente por el hecho de que las lunas de las odiosas gafas se le empañaban demasiado.
―Estúpidas cosas― masculló, tomándolas de un lado.
―¡No!, déjatelas puestas―dijo ella, deteniéndolo.
―Estorban y no las necesito.
―Pero es parte de mi fantasía―dijo ella haciendo un puchero―. Además, se te ven tan bien.
―¿En serio?
―Más que bien. Me ponen muy caliente―susurró Hermione, usando sus piernas para atraerlo de regreso a ella―. Déjame demostrártelo.
Él sonrió de oreja a oreja y, tras encogerse de hombros volvió a su tarea sintiendo al rato las manos de Granger quitándole la camisa y arañándole la espalda.
¿Qué él le estaba cumpliendo su fantasía? ¡Era ella la que estaba cumpliendo cada maldita fantasía que él hubiera podido tener! Oh, Merlín, eso era perfecto. No… ¡Sublime!, ¡Nada podría comparársele! ¡Nada ni nadie!
―Oh, sí, sí…―la oyó decir contra su oído y sintió sus manos enredarse en su cabello―. Eso es, sigue así… ―Draco apenas podía creer su suerte―. ¡Sí, Harry! ¡Sí!
Esperen… ¡¿QUÉ?!
―¡¿Cómo me llamaste?!―reaccionó intentando separarse; pero ella lo retuvo con fuerza, apegando su cabeza contra su pecho desnudo.
―¡Sigue así, Harry! Oh, ¡Eres tan genial!
― ¡Quítame las manos de encima!
―No te quites las gafas, Harry, son parte de ti, ¡me encantan!
―¡Arg, GRANGER, suéltame!
Lo siguiente de lo que Draco fue consciente fue de despertar sobresaltado sobre sus sábanas de seda negra, completamente bañado en sudor y después de haber gritado a voz en cuello:
― ¡YO NO SOY EL JODIDO POTTER!
¡Merlín, Morgana y Salazar! ¿Qué clase de tormento había sido ese sueño?
Draco se llevó las manos al rostro, nervioso, agitado y cuando tocó las gafas sobre el puente de su nariz, se las quitó y las arrojó contra la pared sin miramientos.
―¡Estúpido Potter! ¡Estúpida Granger! ¡Estúpidas, estúpidas gafas de porquería!
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…
Del otro lado de la puerta, un muy impactado Lucius Malfoy guardaba lentamente su varita en su bastón.
"Granger"
"Granger"… había logrado escuchar hacía algunos minutos y, recordando la última vez que había escuchado a Draco hablando dormido se le escarapeló el cuerpo y se dispuso a entrar, varita en mano y listo a usar legeremancia en Draco de una vez por todas y salir de dudas, cuando le escuchó gritar.
"¡YO NO SOY EL JODIDO POTTER!"
Y acto seguido.
"¡Estúpido Potter! ¡Estúpida Granger! ¡Estúpidas, estúpidas gafas de porquería!".
―Una pesadilla― susurró para sí, escuchando a Draco ir y venir en su habitación, al parecer teniendo una rabieta.
Bueno, ¿Y quién no despertaría de mal humor soñando con la sangre sucia y el mestizo? O peor, ¡Siendo comparado y/o confundido con el mestizo en cuestión!
Porque eso debió de suceder, ¿No?
Nada más, ¿Verdad?
Lucius prefirió no ahondar más en el asunto y se dirigió silencioso a su propia habitación.
Más que falta de preocupación paterna, en ese momento era en pos de su sanidad mental.
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¡Hola!
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Paola Alarsil.
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Nombre: "Un segundo de felicidad", de Paola Alarsil.
