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"Trueno"
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A Pansy Parkinson le disgustaban mucho los días de lluvia.
El clima se tornaba muy frío y prácticamente toda actividad en el exterior se volvía imposible. Y no era que disfrutara en particular de paseos por los jardines o carreras a campo traviesa, pero sí que disfrutaba ir a Diagon Alley, pasar la tarde en la heladería Florean Fortescue o hasta curioseando novedades en Twilfitt y Tatting para después escribirle a Narcissa Malfoy y comentárselos, a ver si obtenía una invitación para tomar el té y, con eso, darle gusto a su madre y conseguir que la dejara de atosigar con el tema de "Caerle bien a tu futura suegra".
Pero por la incesante y recia lluvia no había podido salir de casa los últimos tres días y eso la tenía de muy mal humor.
―Somos magos, ¡¿Por qué el Ministerio no hace algo para parar este clima tan odioso?!― se quejó, mirando por una de las ventanas del salón familiar privado. Su padre y madre la miraron con aburrimiento.
―Atraería la atención de los muggles que de pronto desapareciera―dijo su padre con simpleza y cambió la hoja del diario que estaba leyendo, fingiendo indiferencia, aunque muy en el fondo compartiera la molestia de su hija.
―Pansy, si frunces el ceño así te saldrán arrugas prematuras. Ningún marido disfruta eso, querida, recuérdalo―la riñó la señora Parkinson y bebió un poco de su té―. Y ya quítate de la ventana, no parará de llover solo porque te quedes ahí toda la noche.
―Bueno, no es que haya otra cosa qué hacer, ¿o sí?
―¿Qué tal repasar algunas lecciones del año pasado?―propuso el señor Parkinson―. No es que necesites tener "Extraordinarios"; pero dudo que tu futuro prometido guste de tener una novia con "Trols" en su haber académico.
Pansy resopló, indignada.
―Jamás he obtenido ese tipo de calificaciones. No soy una comelibros, padre; pero tampoco soy tonta. Además, sé lo necesario y lo que realmente importa para mi vida futura, ni más ni menos. Madre se ha encargado de eso.
―En efecto―dijo el señor Parkinson, echando una rápida mirada hacia su esposa―. Como fuere, Pansy, no está de más. Debes recordar que Draco Malfoy tiene uno de los mejores promedios en tu año, si aspiras a ser Lady Malfoy en el futuro,, entonces deberías poner un poco más de esfuerzo.
Pansy se enojó más y decidió hincar a su padre donde más le dolía: El ego.
―Bueno, supongo que no tengo por qué preocuparme específicamente por Draco aún, ¿O sí? No es como si hubiera recibido una propuesta formal.
Eso, traducido, significaba: "Aún no llegas a ningún puerto en tus negociaciones con Lucius Malfoy", y como tal lo entendió el señor Parkinson, cuyos bigotes casi se crisparon.
―Mientras la propuesta de los Malfoy llegue, mis opciones siguen abiertas a cualquier mago sangre pura, según tus predilecciones, padre, ¿Me equivoco? Lo dejaste claro las vacaciones pasadas cuando insististe en que no me desapegara de Draco Malfoy o, en su defecto, de Theodore Nott o de Blaise Zabinni. Ciertamente, me sorprende, aunque agradezco que no incluyeras a Gregory Goyle.
―¡Pansy!―la riñó su madre, a lo que la joven Slytherin le sonrió con fingida inocencia.
―Por supuesto, Draco Malfoy siempre encabezará la lista―añadió, caminando hacia su padre con soltura y elegancia―. Es la mejor opción de mi edad, ¿No es así? Y solo piensas en mi bienestar futuro cuando tú me faltes, ¿Cierto, padre?
El señor Parkinson no pudo evitar sentir un poco de vergüenza. La verdad es que el futuro matrimonio de Pansy significaba una oportunidad para ingresar en las más altas esferas sociales mágicas de Gran Bretaña. Enlazarse con los Malfoy sería ideal no solo para la familia sino para los negocios. Una oportunidad entre mil.
―¿De qué otra forma sería? Eres mi única hija―repuso. Pansy le sonrió de nuevo.
―Y por eso, tu única hija siempre hará tu voluntad―le respondió, añadiendo en secreto: «En cuanto me convenga», antes de besar la mejilla del señor Parkinson―. En fin, se hace tarde y estoy muy cansada. Me iré a dormir― dijo después―. Que pasen buena noche, madre, padre.
Y dicho ello, caminó con cierta prisa fuera del salón, cortando la gracia y elegancia una vez que estuvo lejos de la vista de sus padres.
¡¿Cómo se atrevían?!, se preguntaba, furiosa mientras avanzaba a zancadas de regreso a su habitación. Tenía un año concientizando la idea de que sus padres, AMBOS, estaban dispuestos a ofrecerla como un trozo de carne al mejor postor. Y ya no le dolía. Pansy Parkinson había aprendido a jugar el juego de la estrategia.
"Sonríe, encanta, y gana", era el lema de su madre y, aunque se lo había enseñado con otros propósitos, ella ahora sabía cómo usarlo contra ellos mientras ideaba una forma de liberarse de su yugo.
Sonreír, encantarlos, decir exactamente lo que ellos querían escuchar y fingir que hacía lo que ellos quisieran mientras trabajaba por sus propios intereses. Porque sí. No era una lumbrera en los estudios. No era "Comelibros" Granger que seguramente (Y Merlín no lo quisiera), terminaría como Ministra de Magia algún día; pero eso no significaba que fuera una estúpida.
¡No lo era! ¡No lo era!, tenía otros intereses, algunos de ellos quizá vistos como vanos por algunos; pero eran importantes para ella y le gustaba pensar que algún día tendría el valor que pensaba que tenían.
Como sus muchos bocetos en sus cuadernos de dibujo. Ni su padre ni su madre se molestaban en revisárselos por lo que se había convertido en su secreto a voces. Diseños de vestidos, túnicas novedosas, collares elegantes, incluso listas de ideas para pociones de belleza. ¡Tenía cientos! Y en cada uno asentaba su esperanza en creer que no sería una completa inútil o un desperdicio de bruja si no lograba un matrimonio exitoso fuera de Hogwarts.
Acarició con ansiedad el último de sus bocetos. Era un vestido de gala que, de existir, seguramente dejaría el que Granger usó en el baile como un traje de elfo doméstico. En secreto, ella había enviado modificaciones de su propio vestido a Madame Malkin y, sabía de buena fuente que la bruja los había incluido en algunos de sus propios diseños ¡Y los había vendido todos!
¿Por qué ella no podía hacer lo mismo? Hacer lo que le gustara. Vivir de ello sin tener que romperse la espalda como un sucio muggle. Vivir libre sin un marido, ¿Por qué?
«Si tan solo tuviera un poco de apoyo», se lamentó, cuando de repente el sonido de un potente trueno la sorprendió, haciéndola brincar y soltar su dibujo del susto.
Casi enseguida, escuchó que llamaban a la puerta.
―Pansy, querida, ¿Duermes ya?―. Era su madre.
La joven bruja cogió sus bocetos y los metió debajo de la cama, por si acaso.
―Eso intento―respondió.
―Bien, no te desveles, hija. Recuerda que las bolsas tempranas bajo los ojos no…
―… no gustan a ningún marido―completó Pansy con hastío, «Clásico»―. Lo sé, madre. Buenas noches.
―Buenas noches, querida.
Pansy exhaló trémula y se quitó la pequeña lágrima que se asomaba por una de sus comisuras.
El estrés del día le aguijoneaba la nuca. No sabía por qué le sorprendía todavía la actitud de su madre, a esas alturas no le debería extrañar que la pusiera en una vitrina con un cartelito de precio sujeto al cuello.
―No llegará el día, Pansy―se prometió―. Aún tenemos tiempo para decidir qué hacer y entre que los Malfoy no formalicen nada, estás a salvo.
Con un movimiento de su varita, invocó sus cuadernos de dibujo y las guardó de regreso en su baúl.
Ese nuevo año en Hogwarts solo tenía que seguir comportándose como hasta ese momento. Si hartaba a Draco haría imposible que se concretara algún compromiso serio. Y ella era experta en cansarle la paciencia.
No era que lo disfrutara. No, y menos cuando Draco explotaba y terminaba faltándole al respeto. Pero era eso o que los padres de ambos vincularan sus vidas por contrato y entonces sí que no habría escapatoria.
―Quizá deba hablarlo con él― pensó mientras caminaba hasta el alféizar de una de sus ventanas, acomodándose entre los cojines, subiendo los pies y abrazándose las piernas mientras apoyaba el mentón sobre sus rodillas juntas―. ¿Se lo diría a sus padres si pido ayuda? Es… lo más cercano que tengo a un amigo.
Un nuevo trueno retumbó, haciéndola respingar y, notar a lo lejos un par de rayos entrelazándose en el cielo oscuro y tormentoso.
Le recordaron a Harry Potter y su estúpida cicatriz en la frente.
En silencio recordó el día que lo vio por primera vez.
Ella caminaba por los vagones del Expreso de Hogwarts cuando escuchó a Draco, Crabbe y Goyle cuchicheando sobre el rumor de que Harry Potter asistiría a clases junto a ellos.
El nombre de por sí le llamó la atención, ¿Quién no había escuchado de él?; sin embargo, le restó importancia suponiendo que ya tendría ocasión de verlo cuando estuvieran en el castillo, cosa que después no le pareció tan buena idea después de escuchar a Draco diciendo lo tonto y feo que era. Al parecer habían tenido una discusión en el tren.
Pero a ella no le pareció feo en absoluto, no al menos en el momento que impidió que se diera un sentón en el trayecto rumbo a los botes.
―Ten cuidado, está resbaloso―le dijo él, sonriéndole nervioso. Sus lindos ojos verdes, fijos en los suyos mientras sujetaba su mano.
Reconoció la cicatriz de su frente en el acto. Y él habría alcanzado a oírle decir "Gracias", si no fuera por Ron Weasley diciéndole que no se quedara atrás.
Se podría decir que fue el único momento en el que el trato entre ellos rayó en lo gentil.
A partir de entonces, hecha la selección de casas, como buenos Gryffindor y Slytherin pasaron a tratarse con natural antipatía… en especial cuando Hermione Granger estuvo involucrada, o cuando ella festejaba las burlas de Draco.
Suspiró. En ella siempre existiría la pregunta: ¿Y qué hubiera pasado si…?
¿Qué hubiera pasado si el primer día alcanzaba a agradecerle y a decirle su nombre?
¿… si hubiera subido con él y con Weasley al bote, en lugar de Granger?
Tal vez ambos serían sus amigos ahora, no era que le importara mucho Ronald Weasley; pero talvez y solo tal vez, al estar con ellos, habría conocido lo que de verdad significaba que alguien te apoyara sin segundas intenciones, quizá conocería realmente la palabra "Amigos" y no la sustituiría, como ahora, con "aliados" o "seguidoras", todos siempre buscando obtener algo, o sintiéndose con el miedo suficiente de enfrentarla.
Bueno. Quizá debía excluir de ese grupo a Blaise y Theodore; pero ambos eran más amigos entre sí que con ella después de todo
Y a veces ella se sentía tan sola.
―Pero el "hubiera" no existe, ¿Verdad?―musitó a la nada, apoyando la cabeza contra la ventana. Su respiración caliente empañó el vidrio frío y abrazó uno de los cojines del alféizar contra su pecho.
Ojalá hubiera otros ojos verdes que algún día la miraran con gentileza sincera de nuevo. Tomaría la oportunidad, no se cuestionaría y se aferraría a ello…
Pero, entretanto, solo podía recordar.
Recordar y soñar… tratando de mantener viva su esperanza.
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¡Hola!
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Paola Alarsil.
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Nombre: "Un segundo de felicidad", de Paola Alarsil.
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