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"Veneno"

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Los Slytherins eran como veneno.

Misteriosos…

…atrayentes y…

Letales.

Lo último, sobre todo.

Sí.

Y eso, tanto Luna, como Ginny y Hermione lo descubrieron ese año en Hogwarts.

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Theo.

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Luna había esperado con ansias el inicio de curso, pues, si bien la carta que le había enviado a Theo en vacaciones no había tenido respuesta, al menos no había retornado sin abrir, como tampoco le había regresado el pequeño obsequio que le envió, así que supuso que habría estado ocupado. Por eso se sintió casi pletórica cuando vio a su primer amigo real en la Estación de King´s Cross y alzó la mano en consecuencia para saludarlo, esperando recibir cuanto menos una mirada…

Y sí la recibió; pero no una llena de aquella cautelosa gentileza que ya conocía de él… sino que muy similar a la que recibía de todos los demás en Hogwarts, cargada de burla e incomodidad.

―Se llenarán los vagones―. Le dijo un chico moreno y entonces ambos se marcharon.

De inmediato, la ilusión de pasar el viaje al colegio con él se hizo trizas. «Quizá… », su mente intentó idear una excusa; pero se detuvo antes de siquiera terminarla. No era tonta, un amigo de verdad no actuaría así, ciertamente ella no lo haría. «Eso significa que no lo es», se dijo y en eso, el pitido del tren anunciando su partida la hizo espabilar.

Miró al tren de nuevo, soltó un último suspiro y recompuso su rostro, para luego coger el asa de su baúl, colocarse la varita tras la oreja y, con su usual expresión soñadora, dedicarse a buscar un vagón vacío. Total, ya estaba acostumbrada a la soledad.

Sin embargo, eso no duró demasiado, pues, para su asombro, terminó compartiendo el viaje con Ginny y Ron Weasley, un tímido, aunque simpático Neville Longbottom, una no tan simpática Hermione Granger y el mismísimo Harry Potter, lo que, por decir lo menos, fue un interesante inicio de curso.

De hecho, si al final del mismo hubiera tenido que escoger una palabra para describir su cuarto año en Hogwarts, sería esa: Interesante.

Había sido parte de muchas cosas importantes, como ser una miembro del "ED", haber aprendido hechizos nuevos bajo la tutela de Harry, ser retenida en el despacho de la desquiciada autonombrada directora Umbridge, aturdido a Millicent Bulstrode (que a diferencia de Goyle, quien la capturó primero, por poco le rompió el brazo), había volado en un Thestral fuera de los terrenos de Hogwarts, irrumpido en el Ministerio y enfrentado a una horda de mortífagos. Seguramente más de lo que otros magos o brujas de su edad hubieran experimentado o experimentarían nunca. Y eso, por segunda vez en su vida la hizo sentir parte de algo, la hizo sentir que tenía amigos y que no tenía que pasar sus días de estudio en completa soledad… aunque el precio terminó siendo ir a parar a la enfermería, bajo los estrictos cuidados de Madame Pomfrey.

―Solo fuertes golpes y un gran chichón en la frente. Corrió con suerte esta vez, señorita Lovegood le dijo la enfermera mientras vertía una poción en un vial―. Bébalo, la ayudará a dormir sin sueños. Después de lo que han tenido que pasar, necesitan descanso completo.

«Sí», pensó Luna, recibiendo el vial y echando una rápida mirada sobre sus compañeros en las demás camas de la enfermería del colegio.

Ron estaba sumido en un sueño profundo, su experiencia con los cerebros lo había dejado agotado. Ginny no estaba en mejores condiciones, había tenido que beber poción crecehuesos y algunas pociones restauradoras. Los daños físicos de Neville estaban curados, no obstante, Madame Pomfrey le había dado doble poción para dormir y era a quien más monitoreaba además de Hermione, pues habían confirmado que había sido víctima de la maldición torturadora.

―Estarán bien―dijo Madame Pomfrey―. Quizá la señorita Granger necesite de un poco más de tiempo; pero se recuperará, estoy segura.

―¿Qué le hicieron?

―Aún no estamos seguros de la maldición que sufrió, me temo. Por eso tendrá que quedarse más tiempo, hasta que esté segura de que su corazón está a salvo―dijo la enfermera, y palmeó gentilmente la mano de Luna―. Beba ya, señorita Lovegood, hasta el fondo.

Y Luna lo hizo. Solo un trago muy pequeñito, pues su padre alguna vez le había comentado que esa poción podía causar adicción.

El efecto fue casi inmediato; pero no se preocupó mucho por ello, su cuerpo y su mente necesitaban descansar. Además, ya estaba en Hogwarts, ¿Qué peligro podría correr allí? Con esa garantía, no se sobresaltó cuando, tiempo después, en medio de su letargo, creyó escuchar pasos, o cuando sintió una mano cerca de su frente, pues pensó que se trataría de Madame Pomfrey; pero cuando una voz que llevaba meses sin oír llegó a sus oídos, el corazón se le comprimió en el pecho.

―Tú no deberías estar aquí.

Era Theo.

―¿Por qué fuiste con ellos? ¿Por qué tenías que sumarte al equipo de Potter?―le reprochaba, pero en su voz no había enojo, tampoco odio ni burla, sino tristeza y ansiedad… sí, mucha ansiedad―. No tienen idea de lo que han provocado, ¡Y pudiste morir! ¡¿En qué pensabas?!

Ella sintió entonces que le tomaban la mano; pero no se atrevió a abrir los ojos, temerosa de que solo estuviera soñando, o temerosa de que, si en verdad estaba pasando, la confrontación traería consigo la burla y la incomodidad en la mirada azul profunda de Theo.

―Esto no es un juego, Luna. Te expusiste, peleaste con asesinos ¿Con qué? ¿Hechizos aturdidores?... tienes que entender que esto es serio, que no es un juego ni una práctica de duelos inofensiva, ¡No son las estúpidas tretas de tus Nargles! ¡Ellos ni siquiera existen! Son tus estúpidos compañeros que te roban y ocultan tus cosas― continuó Theo y Luna sintió húmeda su mano―. El peligro que quieres enfrentar es real. Hoy solo probaste un poco de lo que está por venir y, por Merlín, tienes que alejarte, ¿Me entiendes? Aléjate de Potter, no llames más la atención o vendrán por ti y no podré protegerte.

―¿Protegerme de qué, Theodore?

Tan rápido como la escuchó, Theo la soltó y brincó a un lado.

―Contéstame―insistió ella.

―¿Desde cuándo estás despierta?

―Theo…

―No se supone que escucharías esto. Nada de esto...―dijo él, sin saber cómo excusarse ni cómo salir de ahí.

―Pero lo hice―dijo Luna con su voz soñadora de siempre―. ¿Por qué estás aquí, Theo? Pensaba que no te agradaba más. Hace mucho no sé de ti.

«Ese era el plan», pensó él y ladeó la mirada. Luna tentó otra pregunta.

―¿Te preocupaste por lo que pasó en el Ministerio?

Los ojos azules de Theo volvieron a los suyos, furiosos.

―No tenías por qué meter tu nariz donde no te llamaron―le reprochó, esta vez con toda la intención de hacerla sentir mal―. Nada de esto tenía que ver contigo hasta hoy y ahora vendrán por ti.

Ella le sonrió. «Así que sí te preocupaste».

―Dudo que yo sea un blanco importante para Quien-tú-sabes, Theo.

―¡Con ser un blanco basta y sobra!―espetó él―. ¿No lo entiendes? Solo mira a tu alrededor―le dijo, señalando hasta las camas de los Gryffindor―. Todos lo que tienen algo que ver con Potter terminan así, o peor, ¡Muertos! Quien-tú-sabes solo es uno de tus problemas, ¡en este momento es posible que estés en la jodida mira de cada jodido mortífago activo, Luna! ¡y entre ellos mi propio padre!

Aquello sí tomó a la Ravenclaw con la guardia baja. Ella no estaba muy entrada en materia en cuanto a los seguidores del que no debía ser nombrado. Por supuesto, en el Ministerio había logrado saber que algunos de ellos eran Lucius Malfoy y Bellatrix Lestrange; pero que el señor Nott lo fuera también sí que llegó a sorprenderle…

―Temo que algunos de ellos fueron capturados―atinó a decir―. Harry reconoció al papá de Draco Malfoy, creo que él fue uno; pero no llegué a escuchar si tu padre…

―¡¿Estás loca?!―le reprochó Theo―. ¿Te estás lamentando conmigo porque posiblemente mi padre fue capturado por el Ministerio? ¡Gracias a Merlín si lo fue! ¡Porque si no, a estas alturas, él ya debe saber de ti, y si está libre, entonces…! ¡Entonces, todo lo que hice este año para protegerte habrá sido inútil!

―Theo…―intentó decir Luna; pero él la enfrentó, airado.

―Él te vio en mi mente―confesó―. En las últimas vacaciones, te vio y estuvo a un paso de saber quién eras y lo que significas para mí. Tú no tienes idea de lo que es capaz. ¡Está loco! Y créeme que no iba a dudar un segundo en acabar contigo si yo demostraba un poco de interés en ti.

El cerebro de Luna trabajó a mil por hora.

―Por eso te alejaste. Por eso no quisiste ser más mi amigo, tú…

―Sí―respondió Theo―. La única forma de protegerte de él era no darle motivos que lo llevaran hacia ti. Mi mente era frágil entonces, por eso entrené, todo este año aprendí oclumancia para tratar de combatirlo. Y lo logré―. Por un momento, Theo casi sonrió; pero luego se pasó una mano por su cabello―. ¡Pero ahora todo es inútil!, ¡con o sin mí de por medio, te volviste un objetivo de su bando al ponerte del lado de Potter!

―¿Y qué se supone que debía hacer?

―¡Alejarte! ¡ya te lo dije! No tienes que elegir, solo apártate del peligro, apártate y…

―Tarde o temprano, todos tendremos que elegir, Theo― le dijo Luna con simpleza―. Seremos objetivos de uno o de otro bando con el tiempo.

―¡Es que no tiene que ser así!, ¡Esta no es tu guerra!

Luna miró hacia los tres Gryffindor que dormían profundamente.

―No me gusta pelear―dijo―. Pero si tengo que hacerlo para proteger a mis amigos, entonces lo haré. Ellos lo son. Ron, Neville, Ginny, Hermione y Harry son los amigos que hoy cuidaron mis espaldas. Y si más adelante necesitan mi ayuda otra vez, aunque eso signifique pelear o correr peligro, entonces lo afrontaré.

Theo la miró, herido.

―Pelearás por ellos; pero ni siquiera considerarás no hacerlo por mí―acusó, retrocediendo mientras su mirada azul se llenaba de tristeza.

―No he dicho eso.

―Sí, lo hiciste. Tienes muy en claro lo que es importante y… y lo que no. Ya entendí―dijo Theo, girando sobre sus talones para irse―. Ojalá te recuperes pronto, Lovegood.

―Theo, espera… ¡Theo, por favor! ―lo llamó ella sin que él se detuviera.

Lo sintió. Aquella tristeza que logró dominar en King´s Cross, la misma que le embargaba y que terminó haciéndose familiar siempre que logró verlo a lo lejos durante ese año en Hogwarts. Aquella misma tristeza la rebalsó en ese preciso momento, tornándose en desesperación.

Lo estaba perdiendo, otra vez lo estaba perdiendo y su corazón dolía al punto del quebranto.

Habría corrido. Si hubiera tenido fuerzas, se habría levantado y habría corrido hacia él para impedir que la dejara de nuevo; pero no pudo. Sabía que solo lograría caer, quizá atraería la atención de algún adulto. Metería en problemas a Theo, se metería en problemas ella… ¡Pero tampoco podía dejarlo ir así!

―¡Tú también eres importante para mí, Theodore Nott!― exclamó, sintiendo que sus lágrimas comenzaban a escocer. Él se quedó de pie bajo el umbral de la enfermería―. Por favor, no desaparezcas otra vez, por favor…

Entonces lo vio girar el rostro sobre su hombro, solo un poco y vio lágrimas resbalar por sus mejillas. De aceptación, de despedida. No lo supo con seguridad; solo supo que, en ese instante, fueron como un veneno que se filtró en ella y que la hizo llorar también, más sin reparo aun cuando él se marchó sin decir palabra.

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Blaise.

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Calor. Brasas. Fuego puro.

De alguna u otra forma, todo lo que Blaise Zabini le provocaba a Ginny Weasley estaba relacionada con esas tres palabras… aunque no podía negar que su cuarto año de estudios fue un tanto más llevadero gracias a la presencia del Slytherin en su vida.

Por supuesto, era su secreto mejor guardado. Nadie, ni siquiera Luna ni Hermione sospechaban de su amistad. Cuando casi eran pillados, por ejemplo, en la biblioteca, ambos argumentaban necesitar el mismo libro o incluso la misma mesa, lanzándose algún insulto de poca monta para despistar.

Lo mejor, sin embargo, eran sus reuniones en el salón abandonado del cuarto piso. ¿Qué Harry había un buen maestro en las clases del ED? Sí, no había estado nada mal; pero sus lecciones no fueron ni la mitad de divertidas que las de Blaise. Con el ED, Harry era muy ceremonioso, además había muchos alumnos y, para variar, la atención se veía parcializada cuando Cho Chang aparecía en el mapa.

Con Blaise, la protagonista era ella. No existía nadie más. Cada risa, cada tomada de pelo, incluso cada argumento era únicamente dirigido a ella y eso le encantaba, porque Blaise la retaba, porque con él no debía medir qué era lo correcto por decir o qué no. Podía ser agradable o desagradable, estar feliz o estar molesta y expresarlo sin el temor de que saliera corriendo y no quisiera reunirse de nuevo con ella. Incluso podía hablarle de chicos sin que le resultara extraño.

Y no era que se la pasara hablando de Harry en específico; pero es que Ginny estaba abriendo los ojos a un mundo que Blaise tenía ampliamente recorrido, de modo que tenerlo de guía personal, resultaba más que perfecto para que no la tomasen por tonta.

«Nadie tiene el derecho de lanzarte su basura encima, roja, mucho menos los que se dicen tus amigos. El día que lo entiendas; pero que lo entiendas de verdad, te sentirás en la cima del mundo y nadie podrá bajarte de ahí a menos que tú quieras».

Sus consejos eran efectivos, de hecho, fue gracias a él que perdió el miedo de expresar sus opiniones ante los demás, incluso ante Harry, lo suficiente al menos para decirle lo cabezota que era cuando se lo merecía, o para ponerle un pare cuando pretendía tratarla mal con la excusa de estar de mal humor.

Todo bajo la influencia de Blaise.

Pero, ¿Qué salió mal en esa aparente perfecta amistad?... Solo dos cosas.

UNA: Que, de buenas a primeras, fuera el mismo Blaise quien pretendiera bajarla de la cima donde él mismo la había colocado. ¿Cómo? Tratando de restringirla cuando ella le comentaba su interés en algún chico. Terminando en una acalorada discusión cuando decidió contarle que había aceptado ir a Hogsmeade con Dean Thomas.

Y DOS: Que también, de buenas a primeras, Blaise se hubiera dedicado a besuquearse con cuanta bruja disponible existía en Hogwarts, faltando incluso a sus reuniones en el cuarto piso, o pasando con alguna de sus conquistas por su lado, como pavoneándose… despertando esas brasas en ella… ese fuego que Ginny solo deseaba materializar cada que lo veía, a ver si lograba borrarle la estúpida sonrisa del rostro.

¡¿Qué derecho creía tener para restringirla a ella de salir con quien se le diera la gana, cuando él cambiaba de novia como cambiaba de ropa interior?!

No necesitaba un amigo con ese nivel de toxicidad en su vida. No ahora que se sabía fuerte. Porque lo era. De modo que, poco antes de los sucesos en el Ministerio, Ginny decidió no volver a ver a Blaise y se lo dejó claro el día que, como era su costumbre, fue a sentarse a su mesa en la biblioteca.

―¿Qué haces?―le cuestionó él cuando ella recogió sus cosas. Ginny le miró con total seriedad.

―Ya terminé.

―Wooha, alguien está de mal humor, ¿O no, roja?

―Tómalo como quieras, Zabini. Adiós―dijo ella y, sin más, se echó la correa del bolso al hombro y se marchó a toda prisa.

La firma de la declaratoria de guerra fue una semana después.

Ginny practicaba sus hechizos en la habitual aula en desuso cuando Blaise apareció. Odió el hecho de sentirse feliz de verlo. En toda esa semana lo había evadido como la peste y que estuviera ahí significaba que quería arreglar las cosas, ¿O no? Al menos eso pensó Ginny…

…cinco segundos después, Blaise lo arruinó.

―Vaya. Te hacía ocupado en algún otro lugar hoy, Zabini, ¿A qué se debe el milagro?―le preguntó ella a manera de saludo.

―Considérate afortunada, roja. Mi cita de hoy canceló a último minuto, dijo tener… uhm, ¿Cómo decirlo?... inconvenientes mensuales, si sabes a qué me refiero―sonrió él, quitándose la túnica para la lección de esa noche―. Como sea, felizmente para mí aquí estás, ¿No?

Y Ginny sintió ese fuego ardiéndole en el pecho, expandiéndose por sus venas como un veneno ardiente y ponzoñoso que la hizo ver rojo. Lo siguiente de lo que fue consciente fue de lanzarle un maleficio del que había leído el año pasado. Uno que hacía que la víctima tuviera aliento de fuego. ¡A ver si en algo Blaise llegaba a sentir el fuego que estaba consumiéndola a ella!

―¡¿Te volviste loca, Weasley?!―exclamó el moreno, esquivando el ataque por pura suerte y sus reflejos―. ¡¿Qué demonios te pasa?!

―¡TÚ!―rugió Ginny―. ¿Qué te piensas que soy? ¿tu pasatiempo cuando tus planes no salen cómo quieres? ¡Vete al diablo, Blaise Zabini!

Y dicho eso, salió como un torbellino del salón.

No lo volvió a ver. Evitó la biblioteca y el salón abandonado con ahínco, procuró siempre andar en compañía o pasar su tiempo libre en la torre de Gryffindor. Luego sobrevino lo del Ministerio y lo último que supo antes de caer desmayada fue que tenía lesionado el tobillo y que una maldición le había dado directamente en la cara.

Despertó en la enfermería al día siguiente. Madame Pomfrey le explicó que necesitaba tenerla en observación un poco más solo por precaución. De todos, solo Luna y Harry no estaban ahí. Ron y Hermione seguían descansando y, aunque Neville estaba despierto, su mirada estaba ausente. Ella misma no se sentía del todo restablecida.

―Mi cara…―musitó al recordar los eventos. Madame Pomfrey le sonrió con serenidad.

―Todo está bien. El hechizo aturdidor le dio directamente en su frente, pero fuera de una conmoción no provocó mayor daño, le aseguro que su rostro se encuentra tan perfecto como ayer―le dijo Madame―. Todos ustedes corrieron con mucha suerte, dadas las circunstancias.

Ginny solo asintió y no dijo nada ni a favor ni en contra. Recordar el peligro todavía le causaba escalofríos.

Luego se dedicó a hacer todo lo que la enfermera le dijo y se esforzó por fingir estar mejor de lo que se sentía para que la dejara marcharse. Esa noche cenó con Luna, quien estaba más ida que de costumbre y apenas tocó su comida. No que la culpara, ella misma no tenía mucho apetito.

―¿Desayunamos juntas mañana?―le preguntó Luna antes de marcharse.

―Claro. Luego vamos a ver a mi hermano, a Hermione y Neville, ¿Te parece bien?

―Eso me gustará―dijo la rubia, despidiéndose de ella con una corta sonrisa.

Fue en ese momento que Ginny se sintió fuertemente observada y, al alzar la mirada se encontró con la de Blaise, quien parecía estar estrujando un pedazo de pan en su mano mientras que su rostro se hallaba mortalmente serio.

Todo había cambiado desde lo del Ministerio, ¿Cierto?

La guerra estaba declarada. Voldemort estaba oficialmente de regreso y ya nadie podía negarlo. ¿Estarían pronto Blaise y ella enfrentados? Era posible que su familia ya hubiera hecho alianzas con los mortífagos, así como los Weasley con La Orden.

Cuando menos se dio cuenta sus manos habían comenzado a temblar, de modo que, sin querer que sus demás compañeros lo notaran, se despidió de los que estaban cerca, sonrió a Dean, quien se ofreció a acompañarla, lo rechazó con suavidad y salió del Gran Comedor.

Pero no se dirigió a su torre, sino que prácticamente corrió hasta estar en el aula abandonada, lanzó hechizos a la puerta e insonorizó la estancia y solo entonces se dio permiso de llorar.

Lloró, gritó y arrojó su varita contra un muro. Fue como si todo el miedo que no se permitió tener el día anterior, la rebasara en ese momento. Recordó a Ron a punto de ser ahogado por esos monstruosos cerebros, a Hermione siendo atacada, a Luna, a Harry, la mirada ausente de Neville, las miradas asesinas de los mortífagos en el Ministerio.

Todo había sido demasiado. Y lo peor era que solo era inicio... y algo le decía que esas no serían sus últimas lágrimas, ni el miedo más atroz, ni el dolor más insondable que tendría que soportar.

―Está bien, roja. Está bien… solo sácalo―escuchó a alguien susurrar y creyó que lo había imaginado, pero luego un calor familiar la rodeó―. Ya pasó… ya terminó todo, ¿De acuerdo? Vas a estar bien.

Blaise.

Ginny respingó entre sus brazos y todas las dudas que surgieron en su mente en el Gran Comedor la atacaron sin piedad, despertando todas sus alarmas; pero… no quiso alejarse. «Solo por hoy», se dijo… o imploró, no lo supo a ciencia cierta.

―¿Cómo entraste?―le preguntó en un sollozo. Casi pudo oírlo reír.

―La alumna puede superar al maestro; pero el maestro siempre se guardará uno que otro as bajo la manga― le respondió el moreno.

Y Ginny supo que era justo lo que necesitaba. Su voz emergió de sus labios con una suave risa que tembló al final mientras se giraba y correspondía a su abrazo, acomodando el rostro sobre su hombro.

Blaise no dijo palabras de consuelo ni ella preguntó por algo que no estaba segura de querer saber todavía, solo se quedaron ahí, abrazados en silencio hasta que tomaron consciencia de que tenían que irse a sus respectivas casas.

―Te acompañaré.

―Si te ven, mínimo te echarán un maleficio―advirtió Ginny.

―¿Peor que el que quisiste lanzarme el otro día o del que, según escuché, le lanzaste a Malfoy ayer?, lo dudo. Puedo lidiar con Gryffindors gruñones―dijo Blaise, cediéndole el paso―. Anda ya, no protestes que todavía estás convaleciente.

―Por lo que deberías dar las gracias a Merlín―le dijo ella. Blaise sonrió.

―Lo que tú digas, roja.

Caminaron en silencio, tan cerca del otro que de vez en cuando sus manos se rozaron. Ninguno hizo nada para evitarlo y agradecieron que los pasillos estuvieran prácticamente desiertos por la cercanía del toque de queda. Fiel a su palabra, Blaise la escoltó hasta llegar a la entrada de la Torre de Gryffindor; pero Ginny no entró de inmediato.

―¿Estamos bien?―preguntó.

―Yo siempre estoy bien―dijo él con media sonrisa cínica en los labios. Ginny entornó la mirada―. Su… supongo que me siento mejor ahora, un poco… ¿Quizás?

Ginny ahogó una breve risa, suponiendo que eso sería lo máximo que obtendría.

―Buenas noches, Blaise.

―Ginny―la llamó él, otra vez serio. Ella volteó―. Me alegra que estés a salvo. Las… ejem, las cosas no serían lo mismo en Hogwarts sin ti.

Ginny pensó en alguna ironía para responderle; pero decidió conservar el momento tal y como estaba, de modo que solo le sonrió, dedicándole un pequeño guiño antes de entrar a su sala común.

El calor que siempre la rebasaba luego de pasar tiempo con Blaise no le quemó por primera vez en meses.

Era cálido. Veneno al fin y al cabo; pero uno del que no estaba segura de querer prescindir.

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Draco.

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Cuando Hermione logró despertar en la enfermería del colegio, lo primero que pensó fue que se estaba muriendo.

Respirar dolía, incluso hacer un pequeño movimiento dolía y no llegaba a decir más que unas cuantas palabras antes de sentirse completamente agotada, por lo que Madame Pomfrey la inducía al sueño para que pudiera descansar sin sueños que llegasen a exaltarla.

Pasó así los primeros días en la enfermería, solo durmiendo y despertando para beber más pociones y tratar de alimentarse con dieta blanda. En ocasiones llegaba a estar consciente para ver a un elfo mal vestido aparecer en la enfermería con algunos libros o con saquillos que entregaba a Madame para luego desaparecer sin decir palabra. «Insólito», pensaba ella. Estaba tan cansada que ni siquiera podía armar algún argumento en contra de la esclavitud élfica.

No obstante, a partir del cuarto día, comenzó a mejorar. Las pociones restauradoras que Madame le daba al inicio solo para mantenerla estable cambiaron y, aunque se triplicaron, Hermione no puso queja alguna al sentir que sus fuerzas volvían poco a poco. Cumplida la primera semana, ya ni siquiera era necesario inducirla al sueño durante el día. No podía salir de la cama más que para las necesidades básicas; pero al menos ya no sentía que fuera a romperse ante el mínimo esfuerzo.

―Eso es, ya es la última por hoy―le dijo Madame al octavo día, asegurándose que bebiera el décimo segundo vial―. Esperaremos un poco para darle la poción para dormir, ¿De acuerdo?

Hermione asintió, agradecida.

―¿Cómo van las molestias―preguntó Madame.

―Son menos ahora. Menos que ayer, al menos―dijo la joven―. ¿Ya se sabe qué maleficio me lanzaron, Madame?

El rostro de la enfermera se tornó brevemente incómodo; pero luego le sonrió.

―Magia negra, querida. No importa el nombre, estoy segura que es algo que no querrás reproducir ni siquiera para fines académicos―le respondió, caminando hacia uno de sus boticarios para preparar el vial con poción del sueño―. Es una suerte que fuera mal realizado. Al parecer, su ingenio al silenciar a Dolohov fue lo que le salvó la vida.

Hermione cerró brevemente los ojos, recordando los sucesos en el Ministerio.

―Como sea, no debe preocuparse más de ello.

La joven bruja sonrió y asintió, soltando un breve bostezo mientras Madame regresaba a su lado.

―¿Es necesario beberlo todas las noches?―le preguntó―. Ya me siento con ganas de dormir sin ella, creo que podría hacerlo de manera natural.

―Por los sueños, querida―recalcó la enfermera―. Recuerda que nada debe exaltarle hasta que su corazón recupere su fuerza.

Hermione recibió el vial con resignación. Recordaba haber leído que abusar de esa droga podía causar dependencia; pero no estaba segura de cuestionar los métodos de Madame Pomfrey. Ella no se lo daría, ni a Ron (Que había sido inducido al sueño luego de cenar) si no fuera absolutamente necesario, ¿Verdad?

―¿Cuánto tiempo cree que debamos estar aquí, Madame?―preguntó antes de beber y miró de soslayo a su pelirrojo amigo.

―Bueno, eso depende―dijo la enfermera―. En usted, requerirá que su corazón aguante el movimiento normal de un día sin llegar a agitarla… en cuanto al señor Weasley, en cuanto deje de hacer chistes que solo él encuentre graciosos, esa será la primera señal. Al menos ya son menos que al inicio. Beba ya, señorita Granger, tengo que ir a darle su dosis a la profesora Umbridge.

La mirada de Hermione se dirigió por inercia a la cama al final de la enfermería, rodeada por biombos; pero luego decidió no pensar en ello, ni en la pequeñísima culpa por saber que, si Umbridge estaba ahí, era en gran parte, su culpa… después de todo, se lo tenía merecido.

Bebió el último vial del día y al poco rato no supo más de nada ni nadie hasta la mañana siguiente.

Dos días después, comenzó a sentirse más como ella misma. Todavía se agitaba y el pecho le dolía si se movía muy rápido; pero ya podía sentarse y tener (A Merlín gracias) un par de libros entre las manos para pasar el rato. Eso o una que otra charla medianamente ecuánime con Ron… claro, siempre que estaba despierto o siempre que no comenzaba a decir chistes bobos, pues de inmediato era puesto a dormir.

En cuanto a ella, 12 viales diarios eran su tratamiento, sumado a la poción para dormir cada noche, o al menos esa fue su rutina hasta casi cumplirse la segunda semana.

Ese día en particular, Madame regresó con un par de saquillos entre los brazos de, Merlín sabría dónde, pillando a Harry y a Neville sentados en su cama, por lo que los echó aprisa, preparando luego el usual vial de poción para dormir y dándoselo, esta vez sin quedarse a vigilar que lo bebiera, pues estaba demasiado ocupada en añadir vigilar un caldero no muy lejos de su escritorio.

Hermione frunció el ceño, curiosa. Ahora que lo pensaba, le había visto junto a ese caldero desde hacía ya varios días, casi los mismos en los que el elfo mal vestido volvía con saquillos, (Los que ya sospechaba que eran ingredientes para lo que sea que Madame estuviera preparando).

―¿Por qué no viene?―la oyó decir y la vio checar un reloj de bolsillo―. Ya debería estar aquí.

«¿Quién?», se preguntó Hermione y de inmediato simuló beber la poción cuando Madame la miró; pero lejos de hacerlo, movida por la curiosidad, lo vertió debajo de la almohada y dejó el vial vacío sobre la mesita de noche.

―Buenas noches―dijo después, acomodándose de lado, con el rostro hacia donde la enfermera se encontraba. Nunca la había visto tan nerviosa.

Los minutos pasaron y se hicieron horas sin que nada sucediera. Nada salvo el ir y venir de Madame, cada vez más ansioso. Hermione llegó incluso a cabecear, a punto de dormirse, cuando de pronto pasos fuertes la alertaron.

―¿Bebió la poción?―dijo una voz masculina.

―Como cada noche, ese fue el acuerdo― oyó decir a Madame Pomfrey―. Llega tarde.

―Retraso de correo. No exagere, estoy aquí, ¿o no?― respondió la voz fría y cortante, luego pasos serenos avanzaron por la estancia. Hermione entrecerró la mirada para poder ver; pero el extraño visitante tenía puesta la capucha del uniforme de Hogwarts.

¿Un estudiante a esa hora? O mejor, ¿Un estudiante que se atreviera a hablarle así a Madame Pomfrey?

―¿Qué se supone que es esto?― preguntó él, cogiendo uno de los saquillos de la enfermera.

―Corazones de camaleón― dijo Madame con desagrado―. Logré que Hagrid me consiguiera algunos. Son pequeños; pero asumo que juntando varios de ellos podremos extraer fibra suficiente que…

De repente, el chico lanzó el saquillo sobre el escritorio sin cuidado alguno.

―¡¿Qué hace?!

―Ha estado a punto de estropear todo, ¿Sabe? Espero que no se le haya ocurrido meter esta basura en la poción―dijo el extraño―. ¿No he dicho hasta el cansancio que los ingredientes tienen que ser precisos?

―Lleva todo el día sin comunicarse, le envié por lo menos tres cartas y no tuvo la decencia de responder ninguna ni he visto a su elfo desde ayer. A media noche el plazo de cocción termina, ¡Tenía que barajar mis opciones!― exclamó Madame, enojada.

―¿Opciones de qué? ¿De enviar a Granger de paseo con la Parca?―ironizó el chico, buscando en su túnica―. Corazones de camaleón, ¡¿A quién se le ocurre?! ¿En qué mundo un ridículo corazón de camaleón va a superar las propiedades mágicas de uno de dragón? Ni cien de ellos llegaría a equiparar una cuarta parte, ya debería saberlo.

―Bueno, no es que todos los días se pueda pedir por correo un corazón de dragón, ¿o sí?―ironizó Madame―. Pocos magos tienen acceso legal a ellos.

―Y el detalle aquí es lo legal―dijo el alumno, buscando en el bolso que llevaba consigo―. Aquí está, casi tan fresco que podría palpitar.

Madame se llevó las manos al rostro y Hermione estuvo segura que, por un momento, la miró a ella totalmente espantada.

―Es imposible, ¡¿Qué hizo para conseguir uno?! No se habrá involucrado con el mercado negro, ¿Cierto?

―Soy un Malfoy―dijo el muchacho. A Hermione se le heló el alma―. Mi idioma es el dinero y uno de mis más grandes poderes son las conexiones de mi familia, ¿Qué esperaba? Aunque a muchos no les guste, pesamos mucho en este mundo.

―¡Pero es un delito!―exclamó Madame―. Una cosa fue aceptar su ayuda, señor Malfoy, aceptar que consiguiera ingredientes y que encontrara la información sobre el maleficio de la señorita Granger y la cura; pero, ¿Esto? No podemos usarlo. Tiene que haber otra forma de…

―¿Quiere que Granger salga caminando de aquí o con los pies por delante? Sabe mejor que yo que con toda la cantidad de pociones que se le ha dado, sin esta, se volverán como un veneno para mañana―rebatió Draco―. Pierde el tiempo argumentándome, ya estamos bastante avanzados en lo que a "ilegal" se refiere, ¿No cree? Las doce pociones de Granger son solo paliativos, esta―señaló hacia el caldero―…. es la que decidirá si vive o muere y, le guste o no, por lo menos la mitad de los ingredientes son de comercio ilegal. Es una poción obscura y peligrosa, pensaba que ya había quedado claro.

En la mente de Hermione todas las piezas caían en su lugar como un rompecabezas. La insistencia de Madame por hacerla dormir cada noche era para asegurar el anonimato de Malfoy; ¡Era él quien había dado con el nombre de la maldición y con la cura! ¡Él y Pomfrey estaban preparando una poción!, seguramente el elfo que ella había visto pertenecería a los Malfoy. ¡Claro! ¡Por eso era el secretismo! ¡Por eso el nerviosismo!

Pero… ¿Por qué?

De todos en el castillo, Malfoy debía ser el último en mover un dedo por ayudarla a ella; de hecho, todo ese año se había comportado especialmente odioso y abusivo, primero como prefecto y luego como inquisidor de Umbridge, ni siquiera le había dirigido la palabra más que para molestar, como si la noche del baile de Navidad y la tarde al borde del Lago Negro bebiendo chocolate caliente no hubiesen existido jamás….

No lo entendía. Malfoy, ese mismo Malfoy, ¿Había conseguido un corazón de Dragón solo para salvarla a ella? ¡Era surreal! Para empezar, jamás había escuchado de ninguna poción que la requiriera, ¿Qué no solo se usaban en varitas?

―Ya casi es medianoche. Hay que comenzar ―la voz de Draco la atrajo de nuevo y miró sobre el filo de las sábanas―. Remueva siete veces en dirección de las agujas del reloj y después siete veces más en dirección contraria. Movimientos suaves, la poción sin la fibra es inestable.

―Si no fuera porque los otros viales surtieron efecto…―dijo Madame, resignándose a hacer lo que se le decía. Entretanto, Draco sacaba su varita y apuntaba con ella hacia el gran pedazo de carne.

Extracto ignis cordis draco―pronunció y del enorme corazón emergió lo que parecía una cuerda delgada, misma que Draco hizo flotar con su varita.

―¿Cómo supo el hechizo para…? Oh, olvídelo―dijo Madame, cansada de ser sorprendida por ese alumno en particular―. Ya está. Meta la fibra.

―Todavía no―dijo Draco observando un reloj de bolsillo en su otra mano. Solo cuando el minutero marcó la medianoche exacta colocó la fibra dentro del caldero y tomó la cuchara para remover―. Ahora son tres a la derecha y tres a la izquierda… ponga el fuego a su potencia máxima.

Madame lo hizo sin chistar.

Sanetur cordis et anima―Comenzó a recitar Draco una y otra vez hasta completar doce y luego, realizó una floritura extraña sobre el caldero haciendo que la poción soltara un fulgor dorado, exactamente a las 00:01. Está lista… ahora a fuego bajo deje que se atempere unos minutos, después podrá apagarlo.

Madame Pomfrey guardó rotundo silencioy no se movió de su lugar junto al caldero ni siquiera cuando Draco se quitó la capucha y se sentó sobre la cama más próxima, comenzando a frotarse el cuello. Lucía como si no se creyera lo que acababa de pasar.

Hermione estaba en similares condiciones, con la mente llena de preguntas y el corazón latiéndole tan aprisa que, si no fuera por su fuerza de voluntad, la habría hecho quejarse de dolor hacía bastante rato.

―¿Cómo sé que esto no es falso?―oyó decir a Madame y luego escuchó la risa irónica de Draco.

―¿Ha leído realmente los libros que le envié?

―Por supuesto que sí.

―Entonces puede responderse usted misma.

―No son conocimientos que alguien de su edad deba manejar―argumentó Madame―. Nada de lo que ha hecho, nada… usted es un alumno de quinto año, ¡por amor de Merlín! Ni siquiera maneja bien hechizos simples como "Episkey" y ahora resulta que es un experto en magia de sanación avanzada.

―No lo soy―dijo Draco, poniéndose de pie―. De serlo, Granger habría sido dada de alta hace una semana por lo menos. Como todo en la vida, tuve que aprender.

―Pero, ¿Cómo?

―¿Leyendo?

―No me tome por tonta, señor Malfoy―le riñó la enfermera―. He mantenido este acuerdo entre nosotros bajo estricta reserva solo porque vi mejoría en la señorita Granger; pero o comienza a hablarme con la verdad o el acuerdo termina aquí. Lo expondré ante el director de inmediato.

Draco le sostuvo la mirada sin vacilar ni por un momento.

―No mentí―dijo―. Leí. Solo que a diferencia suya perdiendo el tiempo en la biblioteca, yo lo hice de mis propias fuentes.

Hermione prestó mucha atención.

―La maldición de Granger no iba a encontrarla en los libros reglamentarios, ni siquiera en los libros de la sección prohibida―continuó Draco―. Fue magia oscura, muy oscura y tan selecta que solo su creador y sus allegados podrían conocerla.

Madame retrocedió.

―¿Está diciendo que ha tenido contacto con Antonin Dolohov?

―¿Ese maloliente asesino sádico? ¡No sea ridícula!, si acaso, fue él el que tuvo contacto con magia tan poderosa que era obvio que no iba a poder dominarla ni volviendo nacer―espetó Draco y dicho eso, metió la mano en su túnica y le extendió un par de pergaminos a la enfermera.

―¿Qué es esto?

―Antes de continuar, necesito que me haga un par de favores―le dijo―. Uno de los pergaminos está vacío, necesito que copie en él lo que está escrito en el otro.

Madame ojeó el contenido con rapidez.

―Comprenderá que no puedo dejarle el pergamino con mi caligrafía, ¿Cierto?―añadió Draco―. Siéntese y escriba, entretanto yo le iré contando la historia.

Dicho ello, volvió a sentarse en la cama y cruzó una pierna sobre la otra. La molestia de Madame Pomfrey era palpable y Hermione sintió más curiosidad que nunca por saber el contenido del pergamino. Algo importante debía ser para que la reacia enfermera diera el brazo a torcer de nuevo.

― ¿En qué iba?... Ah, sí. La "Maldición de Dolohov"―continuó Draco, mofándose del mortífago―. Debería ser llamada la "Maldición de Black". Verá, fue inventada por un ancestro mío. Una maldición que ataca directamente el núcleo mágico de un mago. Que lo rompe. Lo supe cuando escuché lo de las "llamas moradas". Pocos hechizos tienen ese tipo de destello y la imposibilidad de Granger para restablecerse por sí misma lo confirmó; después de todo, es una…hija de muggles, si el maleficio no tiene piedad de un mago sangre pura, con una como Granger debió ser letal.

Madame detuvo su escritura y le miró, pasmada.

―No debo mencionar que la familia Black fue una ferviente defensora de la pureza de la sangre, ¿Cierto?... por favor, siga escribiendo, no tengo toda la noche.

Madame se mordió el labio y volvió a su tarea.

―Ignoraba que estuviera relacionado con esa familia―mencionó.

―Mi madre es una Black―informó Draco―. Como sea, tanto la maldición como la cura la desarrollaron mis ancestros y la información yace en nuestra biblioteca, en uno de los libros que mi madre heredó por parte de mi abuela. Por supuesto, sin mí, ni usted ni nadie habría dado con ella.

―Lo que me lleva a preguntar una vez más, ¿Por qué lo hizo?

Hermione estuvo al borde de caerse de la cama en su afán de escuchar mejor.

―Es sabida la animadversión que existe entre usted y el señor Potter―continuó la enfermera sin dejar de escribir―. Que de pronto haya querido ayudar a uno de sus amigos, y no solo ayudar sino prácticamente salvarle la vida es…

―Oh, claro, porque absolutamente todo en el mundo gira alrededor de cara rajada.

―¡Ese lenguaje, señor Malfoy!

Cara-Rajada―repitió él con mayor énfasis―. ¿Qué le hace pensar que lo hice por ese idiota? Créame, Madame, si Potter estuviera en esa cama y no Granger habría dejado que colocara los estúpidos corazones de camaleón en la poción. Verlo combustionar sí que habría compuesto mi día.

Hermione sintió un nuevo tipo de dolor en el corazón. Draco hablaba con amargura, casi con sadismo, tanto que, si no llevara el uniforme de Hogwarts, solo le bastaría una máscara en el rostro para ser tomado como un mortífago. La sola idea la espantó.

―¡Señor Malfoy!

―¡Es la verdad!― exclamó Draco, poniéndose de pie―. No le debo nada a Potter, al contrario.

―Entonces, ¿Por qué ayudar a su mejor amiga?―repitió Madam―. Sí sabe que después de hoy, nombrarlo como el autor de la cura será necesario, ¿No es así? Yo no puedo aparecer con una poción de la nada, mucho menos explicar cómo conseguí un corazón de dragón ni cómo extraje la fibra.

―¿Terminó de escribir?―preguntó Draco, no obstante, con repentina y aparente calma.

―¿Eso qué tiene que ver?

―¿Terminó?―repitió él, obteniendo como toda respuesta el que Madame frunciera fuertemente el ceño y le extendiera el pergamino copiado.

Draco lo tomó y lo revisó. Por un momento Hermione sintió que había entrado en un mundo paralelo, uno en el que Malfoy era un maestro y Pomfrey una alumna regañada.

―Excelente―dijo él. Luego le devolvió el pergamino y se acercó al caldero, extinguiendo el fuego con un movimiento de su varita―Olvidé un detalle―añadió mientras buscaba la tapa del caldero―. Al final escriba esto, le dictaré.

Con un suspiro resignado, Madame cogió su pluma de nuevo y se dispuso a escribir.

―Ingrediente vital―le dictó él. Ella copió―. Para la efectividad de la poción, será necesario insertar, exactamente a la medianoche, una fibra de corazón…

―De Dragón, ¿No es así?―preguntó Madame; pero apenas terminó de hablar, sintió la punta de una varita en su cabeza―. S-Señor Malfoy, ¿Qué está…?

―Mencioné que necesitaría dos favores de usted―dijo Draco―. Cumplió el primero…

―Y cumpliré el segundo, no es necesario que haga esto―dijo la enfermera.

―¿Me perdonará?... temo que ni siquiera va a recordarlo―le respondió Draco y, sin darle tiempo de reacción, añadió―. Obliviate.

Hermione no pudo más.

―¡¿Qué estás haciendo?!―exclamó, enderezándose en su cama y llevándose una mano al pecho por el esfuerzo.

―¡Maldición, Granger, ¿qué demonios haces despierta?!―exclamó Draco, dando un brinco a un lado, para luego mirar a la enfermera―. Que conste que no quería hacer esto… ¡Desmaius!

―¡Detente!―gritó Hermione.

―¡SHHHHH!―siseó él―. ¿Quieres alertar a todo el castillo! ¡Cierra el pico!

―¡Vete al diablo!, ¡Auxilio! ¡Auxilio!―comenzó a gritar ella, no demasiado fuerte dada su condición; pero agitándose cada vez más, por lo que Draco perdió la paciencia.

―¡Silencio!―conjuró y de inmediato, Hermione perdió la voz―. Siempre tienes que sacarme de mis casillas, ¿No es cierto? ¿Qué importa si tienes un pie en la tumba? ¡Qué va!

Hermione abrió y cerró la boca, frustrada, luego intentó lanzarle con la almohada; pero no confiaba en que tuviera la fuerza suficiente para alcanzarlo, por lo que trató de despertar con ella a Ron; pero el pelirrojo no dejó de roncar ni siquiera porque la almohada terminara sobre su cara.

«Rayos», se dijo, ¡Tenía que ayudar a Madame Pomfrey o Malfoy la iba a…!

―¿Terminaste?― escuchó de pronto y dio un brinco sobre su cama. ¡¿A qué hora se había acercado?!―. No sé si Pomfrey te lo ha dicho antes; pero más te convendría calmarte o de nada servirá esa poción. No resucita muertos, Granger.

Ella lo miró airada y gesticuló con la mano, señalando su garganta.

―Ah, claro. Bueno, te quitaré el hechizo si prometes no gritar.

Hermione achinó la mirada.

―Eso no parece un sí.

Ella trató de pegarle; pero con solo estirar el brazo sintió un fuerte dolor en el pecho que la hizo doblarse.

―¡Granger!―. Draco la sostuvo y la obligó a tenderse sobre la cama―. No estoy bromeando, ¡Cálmate!, ¿Acaso te quieres morir?

Hermione le miró impotente y comenzó a llorar. Él maldijo por lo bajo.

―Juro por Merlín que si gritas…―prometió alzando la varita hacia ella―. Finite. Ya, ¿Lo ves?, ahora cálmate. Es en serio, Granger, te debilitarás.

―¿Por qué estás haciendo esto?―sollozó Hermione, con él inclinado sobre ella―. Hechizaste a Madame Pomfrey, me hechizaste a mí, ¿Qué…?

―Deja de llorar―le interrumpió Draco, sujetándole la cara con ambas manos; pero sin hacerle daño―. Respira… adentro, afuera…

―P-Pero…

Hazlo―susurró él, haciendo que el corazón le diera un vuelco―. Respira, Granger… por favor.

Y ella lo hizo, una y otra vez con suavidad, sin apartar la mirada de la gris de él hasta que dejó de sentirse agitada. Luego, por una milésima de segundo, Draco le sonrió.

―¿Desde hace cuánto no te tomas la poción de sueño?―le preguntó después, enderezándose.

―S-Solo hoy…

―Bien―dijo él y caminó hasta el escritorio donde arrancó la parte final del pergamino que Madame Pomfrey había estado escribiendo, acomodándola a ella sobre el papel, de modo que cualquiera que la viera pensaría que la buena mujer se había quedado dormida sobre su escritorio.

Cuando Hermione lo vio regresar a su lado se le desató el pánico al ver que tenía empuñada la varita.

―Deja de mirarme así, no te voy a hacer nada―le dijo él―. Debería; pero no lo resistirías ahora y no me tomé tantas molestias fabricándote una cura por puro gusto.

―No… no pensaste eso hace cinco minutos.

―Hay una gran diferencia entre un Silencio y un Obliviate, ¿No te parece?

―¿Te atreverías?

Draco acarició su varita y luego fijó su mirada de hielo en la de ella.

―No lo dudes ni por un segundo― respondió―. Somos enemigos, Granger. Que nada de esto te haga creer lo contrario.

A Hermione se le escapó otra lágrima.

―¿Por qué salvarme entonces?―preguntó―. Si da lo mismo, ¿Por qué…?

―No dije que diera lo mismo―le interrumpió Draco y luego se inclinó hacia ella, rozando su mejilla con la punta de su varita y su nariz con la suya―. Debería… ¿Sabes?, ¿Quién podría salvarte si lo hiciera?, ¿Weasley?... podrías molerlo a palos y no se dignaría a abrir los ojos―arrastró la varita hacia su sien―. No habría testigos, todos asumirían que fue la maldición lo que acabó contigo y yo solo tendría que sentarme y reírme de la cara de Potter cuando lo viera.

Hermione respiró profundo y lo miró, retadora.

―¿Qué te detiene entonces?

Él sonrió.

―Es lo mismo que vengo preguntándome las últimas dos semanas―respondió, llevando una de sus manos hasta el cuello de ella―. En tu estado ni siquiera necesitaría magia― apretó un poco hasta sentirme temblar. Entonces relajó sus dedos―. … pero sucede, Granger, que no puedo. La idea de que no estés, de que acabes tu vida en una jodida cama de hospital me enferma. ¡Y lo odio!... Odio no poder hacer lo que se espera de mí, odio comportarme como un jodido Hufflepuff si estás de por medio. ¡Merlín!, en este momento mis padres deberían ser mi prioridad, ¿Tienes idea de lo que nos han hecho?, ¡Mi padre está en Azcaban!

«Se lo buscó», pensó Hermione; sin embargo, decidió sabiamente no decirlo.

―Pero en lugar de poner todas mis energías en tratar de ayudarlo o en tratar de consolar a mi madre, estoy aquí ―continuó Draco enredando los dedos en un mechón de cabello castaño.

―Con tu enemiga―susurró ella.

Exacto.

―Salvando una vida que deberías acabar.

―Sí.

―¿Por qué?―dijo ella y lo sintió temblar. Sus ojos, fríos como hielo parecieron mercurio líquido por segundos de silenciosa contemplación―. ¿Por qué, Draco?

Él respiró trémulo.

―Porque cuando supe que mi padre estaba en Acaban, creí que moriría de dolor.

Hermione apretó los labios. Era imposible que su dolor no fuera genuino.

―Porque cuando recibí las cartas de mi madre, cuando leí su desesperación, sentí lo mismo… sin embargo, me sobrepuse. Estoy acostumbrado a controlar mis emociones ―continuó él―. Pero cuando escuché que estabas grave, cuando supe que no tenían una jodida idea de cómo ayudarte…

―Draco…

―Supe que no podría sobreponerme. No a eso. Tenía que hacer algo―finalizó él; sin embargo, cuando Hermione intentó tocarle la mejilla, la detuvo de inmediato―. No-me- toques―siseó, ella le miró, desconcertada―. Lo que sea que pienses que significa esto, en cuanto salga de aquí será nada, ¿Entendiste? Me encargaré de eso. Si creíste que este año fui un cretino abusivo, espera a ver la pesadilla que puedo llegar a ser para ti y tus amiguitos, ¡en especial Potter!

Entonces la soltó y se enderezó.

―La enfermera despertará mañana. He modificado sus recuerdos, con esos apuntes pensará que se quedó dormida trabajando. Te dará la poción y la beberás sin chistar. No harás preguntas, no intentarás nada, ¿Me estás oyendo?―le dijo―. Luego, por tu bien, Granger, no se te ocurra cruzarte en mi camino porque no seré tan amable como hoy.

―Estás confundido―acusó ella cuando él avanzaba hacia la salida. Draco se detuvo―. Lo que dices y lo que haces no tiene ninguna lógica, ¿Es que no te das cuenta? Quieres mostrarte como un ser sin escrúpulos; pero yo sé que no lo eres, Draco. No estarías aquí si lo fueras, no habrías hecho todo esto por curarme.

―No sabes nada, Granger.

―Sé que no eres como tu padre―dijo ella, semi enderezada sobre la cama.

―¡No te atrevas a hablar de mi padre! ¡tú, asquerosa sangre sucia!―espetó Draco, señalándola con el dedo; pero Hermione ni siquiera parpadeó.

―Ahí está mi prueba. Puedes ser todo lo dramático que quieras y arrugar la cara como si estuvieras oliendo estiércol; pero tu mejor esfuerzo por herirme no supera al Draco de segundo año―le dijo, señalando luego hacia el caldero junto al escritorio de Pomfrey―. El verdadero Draco es el que vino aquí a diario a fabricar una poción para salvarme la vida, el que consiguió un corazón de dragón…

―Cierra-la-boca.

―El que busca aferrarse a la careta tras la que está acostumbrado a esconderse. Ese es el tú real―continuó Hermione―. Lo que no entiendes todavía es que no tienes que esconderlo. No tienes que llenar el papel del malvado en la historia solo porque eso es lo que los demás esperan de ti… no tienes que hacerlo, Draco. Yo te puedo ayudar.

Entonces estiró la mano hacia él y supo por su manera de mirarla, que lo estaba considerando. Todo en Draco podía mentir, su boca, su nariz arrugándose, su ceño fruncido, todo… menos sus ojos y, en ese momento, esos hermosos ojos develaban miedo y, Hermione quería creer, que también esperanza.

Sin embargo, el momento pasó tan pronto como él negó con la cabeza.

―Soy un Malfoy. Lo seré siempre―declaró―. Y un Malfoy, Granger, no necesita ayuda.

Dicho ello, dedicándole una última mirada indescifrable, abandonó la enfermería a toda prisa.

El suspiro que Hermione liberó, dolió como el primer día después de la Batalla en el Departamento de Misterios; pero supo en el fondo que el motivo era diferente.

Ingenua de ella. Había olvidado que el mercurio, aunque hermoso, también era veneno.

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¡Hola!

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Gracias por leer, espero les haya gustado. Si gustan déjenme un review 😊

¡Un abrazo a la distancia!

Paola Alarsil.

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Muchas gracias de antemano a quienes lo hagan.

Nombre: "Un segundo de felicidad", de Paola Alarsil.

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