El presente fic participó del reto "Fictober 2020" del grupo "Yo también estoy esperando un nuevo capítulo de Muérdago y Mortífagos". El mundo de "Harry Potter" pertenece a J.K Rowling. Esta autora solo escribe el siguiente contenido por diversión (deshacerme del estrés y los bloqueos de autor) y sin fines de lucro.
ADVERTENCIAS:
–Contenido M en los dos primeros tercios del capítulo.
–Desarrollo de tema sensible y polémico en el último tercio. Por favor, sepan que he tratado de ser lo más cuidadosa posible y solo abarco el tema acorde a las necesidades del personaje y su historia en este fic. No necesariamente los sentires y pensamientos o frases de los personajes responden a mi postura al respecto en mi vida real. Eso y que, por favor, quede claro que respeto todas las posturas y la libertad de elegir de toda persona.
Ahora sí, el capítulo:
.
"Droga"
.
.
En ocasiones, el amor era como una droga. Adictiva, peligrosa. capaz de elevar a sus víctimas hasta el límite del más hermoso cielo, para luego precipitarlos sin piedad contra picos filosos.
Se luchaba, se apostaba, se dejaba todo, se… se sobrevivía por amor. El mismo Harry era una prueba, estaba vivo gracias al amor de Lily Evans, ¿O no?
Ginny Weasley siempre idealizó el sentimiento.
Primero con sus padres. Pese a sus carencias, a siempre llegar justos a fines de mes y ser vilipendiados pese a su estatus de sangre, Molly y Arthur jamás permitieron que sus hijos presenciaran peleas o violencia, porque era una regla no dicha entre ellos que ningún problema podía ser más fuerte ni más importante que el amor que se tenían. Uno que nacía del respeto y las ganas de construir una familia juntos, de ser los mejores padres que pudieran y enseñarles a sus hijos lo que realmente importaba en la vida. Así que, por lógica, Ginny deseó encontrar lo mismo para ella algún día y, desde que conoció a Harry Potter, su joven corazón se aferró a la ilusión de que él podría ser su Arthur.
Aunque, claro, eso no significaba que veía a su padre en Harry, (Merlín la librara, eso sería incestuoso), …
…pero, ¿Quién podía ser mejor que el que venció a quien-no-debe-ser-nombrado?
Además, era valiente y noble de corazón, suficiente para ponerlo en un pedestal del que solo iría descendiendo con los años, a fuerza del hecho de que él solo la viera como la hermanita de su mejor amigo, de que luego casi perdiera la cabeza por Cho Chang, y que después solo se acercara a ella en plan amical, no viéndola más que como su compañera de Quidditch.
Harry nunca la notó y, en consecuencia (Aunque en gran parte, gracias a Blaise), ella buscó ilusionarse de otros. ¿Nobleza y valentía? Se supone que en Gryffindor abundaban esas cualidades. O… ¿quién sabe?, en Ravenclaw tal vez.
Dean Thomas y Michael Corner fueron los intentos fallidos, por cierto.
Hasta que sucedió.
Al fin, Harry dejó de verla solo como la pequeña Weasley o una simple amiga. La besó tras el partido de Quidditch, ¡delante de todos! Ginny juró en ese momento que eso era amor de verdad y se sintió pletórica por haberlo encontrado en Harry.
Nada podría superarlo. Nunca.
Hasta que Blaise sucedió. O, mejor dicho, hasta que ella se dio cuenta que siempre había estado ahí.
Blaise, el amigo.
Blaise, el protector.
Blaise, el maestro.
Blaise, el confidente.
Blaise, Blaise, ¡Blaise!
Cualquiera fuera el recuerdo que evocaba, ahí estaba él. Incluso desde que ella se sintiera invisible.
Él había visto, había sacado a relucir lo mejor de ella y también lo peor sin jamás alejarse. De hecho, si lo pensaba con detenimiento, siempre que sus discusiones alcanzaban cúspides, fue ella quien se alejó primero. En cambio, Blaise únicamente marcó su distancia cuando lo suyo con Harry se volvió oficial.
Ahora lo entendía.
«Pero, ¿Qué hago?», se preguntó, no obstante, llevándose los dedos a sus labios hinchados.
Cerraba los ojos y volvía a sentir sus besos robándole el aliento, la cordura, ¡Todo!, volviéndola una adicta en cuestión de segundos y no solo de su boca, que bien podía ser considerada un pecado capital, sino también del roce de sus manos sobre su cuerpo, del aroma de su piel, de su calor contrastando con el suyo y el sonido de su voz seductora grabándose, perpetuándose, en su mente.
Nadie, ni siquiera Harry, la había besado de esa forma. Él ni siquiera se había atrevido a tocarla más allá de un ocasional apretón a su cintura. Dean sí, y Michael; pero ella los había frenado antes de trasgredir el decoro.
Lo que no había hecho con Blaise.
De hecho, con la cordura de vacaciones, ni siquiera tomó en consideración la hora, o el toque de queda ni el peligro que significaban los hermanos Carrow en el castillo. Tampoco el riesgo de ser vista por algún soplón en Slytherin.
Oh, porque sí, era exactamente ahí donde estaba o, siendo más precisos, en la cama adoselada de Blaise. En Slytherin.
¿Qué había hecho? Con seguridad habrían pasado horas. Neville y los demás debían estar aterrados por ella. ¡¿En qué pensaba?!... No. Tenía muy claro lo que pensaba al momento de dejarse llevar; pero eso no le otorgaba ningún alivio. Debía irse, quizá tratar de olvidar lo que había sucedido… o quizás analizarlo. ¡Merlín, ya comenzaba a sonar como Hermione!
Su corazón comenzó a latir aprisa y sus ojos se llenaron de lágrimas. Estaba mal, ¡Tan mal!
―Deja de pensar tanto―oyó de pronto y el brazo fuerte que le rodeaba la cintura bajo las sábanas, apretó un poco, haciéndola contener el aire y enrojecer al sentir el roce de una de sus piernas entre la suyas.
―Blaise…
―¿Uhm?―musitó él, asomando el rostro por encima de su hombro desnudo, aprovechando la cercanía para besarlo levemente y mimar su cuello después.
Eso por poco y logró obnubilarle el sentido común; pero, al borde de caer, se giró entre sus brazos y le detuvo del rostro.
¿En qué momento creyó que eso era una buena idea? La mirada de Blaise era la misma que le dio en la lechucería cuando, a fuerzas, tuvieron que recuperar el aire. La primera dosis de la droga más adictiva de su vida. Vulnerable y, a la vez… fuego puro.
Un beso pareció el inicio de una nueva secuencia, una que de seguro aniquilaría cualquier resquicio de cordura que le quedaba.
―Blaise, no. Para. Tenemos que hablar…
―Uhmjum…―dijo él, dirigiendo una hilera de besos desde su mentón hasta el inicio de sus pechos. Ginny sintió su piel arder y el instinto la llevó a morderse el labio―. Hablemos, amor. Me encantan nuestras charlas.
«¡Ginny Weasley, reacciona!».
―¡Blaise, ya!―terminó exclamando, apartándolo antes de que siguiera descendiendo―. Por favor, para, me… estás distrayéndome y no...
―Bueno, la idea es esa―dijo él con una sonrisa malévolamente sexy.
―Es en serio, Blaise. ¡Deja de jugar!―dijo Ginny, aprovechando el momento para apartarlo y enderezarse, cubriendo su desnudez con la sábana lo mejor que pudo.
La idea inicial fue salir de la cama, usar el enojo como excusa y no detenerse hasta estar con Neville y los demás.
El inconveniente: No confiaba en que sus piernas la sostuvieran. Estaba adolorida y solo pensar en la causa hacía que el rostro se le pusiera más rojo que su cabello.
Blaise exhaló, mitad resignado, mitad molesto.
―¿Tan pronto y arrepentida?
Ella no lo miró.
―No te obligué a venir, ¿Sabes? No te obligué a nada de lo que pasó.
Eso hizo que el enojo de Ginny se encendiera.
―¡No seas cretino!
―Entonces comienza a hablar, ya que insistes. Pero así, enojada si quieres, aunque no entiendo de qué―dijo Blaise, elevándose sobre sus brazos para confrontarla―. Habla mirándome a la cara, no dándome la espalda y actuando como una pobre inocente a la que le arrebataron su virtud. Te recuerdo que esto―señaló a ambos―… sucedió porque ambos lo quisimos.
―¡Eso ya lo sé!
―¿Cuál es el drama entonces?
Airada, Ginny volvió a enrojecer y ladeó el rostro. Blaise esperó a que dijera algo; pero tras unos segundos, hizo lo que jamás pensó hacer. Sobrio, al menos.
Una reacción normal hubiera sido coger su bóxer, ponerse la camisa y decirle a la señorita que tenía cinco minutos para coger sus cosas junto a sus dramas y largarse de su habitación. En cambio, se deslizó hasta el centro del colchón, con la sábana aun cubriéndole de la cintura para abajo y alzó la mano hasta el rostro de ella, logrando que lo mirara.
―¿Te lastimé? ¿Es eso?
«Mujeres», pensó ante el cambio brusco de sus ojos. Primero enojados, ahora al borde del llanto. ¿Qué se supone que había dicho para hacerla llorar?, ¿De verdad había sido tan brusco?
―Hey―susurró, besando instintivamente su frente―. No fue mi intención, lo siento. Espera aquí, creo que Theo tiene un bálsamo para mis magulladuras del quidditch, quizá ayude a que…
―No, no es eso―dijo Ginny, deteniéndolo del brazo antes de que saliera de la cama―. No es… Blaise, necesito que escuches. No… no hay forma de que lo que diga ahora no vaya a enfadarte; pero necesito que me escuches hasta el final, ¿Puede hacer eso?
―Ya dilo, roja. ¿Desde cuándo te vas con rodeos?
Ginny se giró de medio lado para quedar frente a frente y respiró hondo.
―No debimos hacer esto. Estuvo mal―dijo, notando enseguida la tensión en su rostro y el brillo peligroso en sus ojos―. No nosotros, es… es el momento, es lo que vivimos y quienes somos. Estamos en guerra, la mitad de mi familia está allá afuera, luchando o escondiéndose, yo estoy escondiéndome y nadie sabe lo que va a pasar.
Blaise se forzó a no moverse. El corazón le dolía, así como el orgullo. Salazar… odiaba sentirse tan vulnerable.
―He puesto en peligro a todos. ¿Qué crees que pasaría si los Carrow me atrapan? Neville y los demás se quedarían sin suministros, seguramente te metería en serios problemas, chantajearían a mi familia y hasta podrían llegar a Harry por medio de mí
Y para el Slytherin, la mención del Oh Todopoderoso -palurdo- elegido fue el límite de su tolerancia.
―Ahí está. Todo el discurso se resume a Potter, ¿O no?―le reprochó y salió de la cama de un brinco.
―Blaise, prometiste escuchar…
―¡No prometí absolutamente nada!―rebatió él mientras se ponía sus pantalones.
Agradecía que Theo estuviera de guardia como prefecto. Ya era suficientemente malo ser humillado como para encima recibir una mirada de empatía de su parte. La iba a necesitar más tarde de seguro; pero en ese momento sentía que solo lo enfadaría más.
–Debí suponer que correría la misma suerte que los demás. Nadie le llega a los talones a Potter ante tus ojos, ¿Cierto? No importa que el palurdo esté posiblemente a miles de kilómetros de distancia o posiblemente muerto. Jamás verás a nadie de la misma manera. Ya me quedó claro.
―¡Blaise, espera!―exclamó Ginny, aventurándose fuera de la cama, cuidando de cubrirse con la sábana mientras él buscaba el resto de sus cosas―. ¡Para, Blaise, ¿Qué haces?!
―Rescatando la poca dignidad que te faltó pisotear desde que te conozco, no creo que te importe que tenga un poco de pudor para terminar de humillarme, ¿o sí?... ¡¿Qué rayos hiciste con mi camisa?!
Por instinto, Ginny miró por sobre su hombro tras el rápido flash en su mente. Uno en donde ella prácticamente le arrancaba la camisa del cuerpo para luego lanzarlo a un lado y amoldar sus manos a su ancha y fuerte espalda.
Blaise siguió el curso de sus ojos, dando con el ovillo de tela semi escondido entre la cama y la mesita de noche.
―Vaya, ¡Qué amable!―masculló, intentando pasar por su lado.
―Blaise, por favor―dijo Ginny, deteniéndolo del pecho con una sola mano.
―No―la apartó él―. No consigues entregarte a mí, luego decir que estuvo mal, humillarme, ponerme por debajo de Potter y luego pretender que todo siga igual con solo decir "por favor"… al menos no en el mismo día.
―¡Es que…!
―Si me disculpas, Weasley, quiero vestirme. Luego te dejaré sola para que hagas lo mismo y veré la forma de escoltarte fuera de Slytherin―dijo él, ignorándola.
Estaba furioso. Eso se ganaba una serpiente al invertir sus emociones. ¿No se supone que tenía la lección aprendida desde la infancia? ¿Qué rayos le había hecho pensar que podría tener una vida diferente?, que podía tener amor…
―Ja…―espetó irónico mientras aseguraba algunos botones, tratando de adecentarse lo mejor posible.
Tal parecía que los Zabini no eran compatibles con el sentimiento, salvo que quisieran terminar muertos. Tendría que haberlo supuesto antes de caer como lo hizo por la pequeña Weasley.
En cuestión de emociones, siempre salía perdedor el que los demostraba más.
―Apresúrate si quieres volver con los tuyos antes del amanecer―dijo sin mirarla y, enderezándose, altivo, con el rostro frío e indiferente, avanzó seguro hasta la puerta―. Toca dos veces cuando estés lista.
―¡Blaise, por favor, no te vayas!
Su mano apretó el pomo y sus hombros se tensaron; pero no volteó.
Ginny apretó los labios y se limpió los ojos.
Cuando tuvo que decirle lo que pensaba, cuando vio su atractivo rostro tornarse sombrío al creerse un error y, peor, al ser mencionado Harry en medio de su charla, de verdad, el corazón le dolió. Solo entonces supo reconocer una faceta medianamente nueva; pero por completo genuina en Blaise.
Por lo general, su carácter era irónico, un tanto cínico y juguetón, tanto que casi siempre la exasperaba pues daba la impresión de no tomarse nada en serio; pero, en ese momento, reconoció en él la misma faceta que la dejó sin habla y movimiento en la lechucería. Vio a un Blaise vulnerable, uno que odiaba serlo con cada fibra de su ser; pero se mostraba ante ella de manera tan natural como natural era respirar.
«¿Qué hice?», se preguntó.
Su mente; no obstante, no se dirigió al recuerdo de Harry o al de sus responsabilidades por ser quien era en esa guerra cruenta e injusta; sino que se centró en Blaise. Solo en Blaise. Entonces tomó consciencia de que lo había lastimado y, cuando oyó su voz, fría e impersonal, no toleró la idea de que su relación se tornara en eso.
―Toca dos veces cuando estés lista.
Su voz emergió por instinto.
―¡Blaise, por favor, no te vayas!
Lo vio tensarse.
―Por favor…―repitió ella. El corazón prácticamente le latía en la garganta.
―¿Por qué no?―dijo él, sin dignarse a mirarla―. Si me equivoco al pensar que ya has terminado, entonces no tengo el más pequeño interés de saber lo que te falta decirme. ¿Por qué me quedaría? Dame una sola razón.
Ginny abrió y cerró la boca; pero no pudo articular palabra. No porque no tuviera nada qué decir; sino por temor a decir algo que pudiera alejarlo para siempre.
Blaise bufó.
―Ya me lo suponía―dijo, mitad irónico, mitad en reproche consigo mismo por haberle dado tal dominio sobre él y querer aferrarse a la esperanza, por diminuta que fuera.
¿Podía alguien obliviarlo, por favor?
«Mucho se despide el que poco quiere irse, Blaise. Ten un poco de dignidad, ¡y si no lo tienes, finge que sí, maldita sea!», se dijo y soltando un suspiro cansado, giró la perilla.
Sin embargo, no hubo alcanzado a abrir la puerta, cuando creyó escuchar el rumor de tela en movimiento, seguido de la voz de Ginny.
―Blaise…―la oyó, su voz de nuevo con ese dejo de ruego imposible de resistir.
«Bruja del demonio», masculló en su mente y se giró, enfadado, dispuesto a decirle un par de cosas poco agradables… o al menos esa fue su intención antes de verla en todo su esplendor, con la sábana hecha un ovillo a sus pies, sus manos hechas puño, temblando un poco, probablemente en su lucha interna por no elevarlas para cubrir su hermosa desnudez.
Decir que se le secó la boca fue poco y, básicamente, tuvo que hacer acopio de todas sus fuerzas para no moverse de donde estaba y abalanzarse sobre la condenada bruja. En cambio, su ceño se frunció y respiró tenso.
―¿Qué crees que estás haciendo?―le espetó con dureza. Las mejillas de Ginny, si era posible, se encendieron más.
―E-Estoy…―titubeó ella al principio; pero luego elevó la mirada hacia la suya―. Estoy exponiéndome.
―Eso es obvio―dijo él, cruzándose de brazos. Ginny se frenó de poner los ojos en blanco.
―Tú te abriste conmigo―dijo―. En la lechucería. Dijiste todo lo que posiblemente has estado guardándote para ti durante años. Trato de demostrarte que también puedo hacerlo, que no… que no tengo miedo si es contigo.
Blaise suspiró y se frotó el puente de su nariz. ¿Es que Ginny tenía como meta de vida llevarlo a la tumba tempranamente?
―No quise lastimarte. De veras. Solo… solo necesitaba que entendieras mi posición―continuó ella―. Nunca dije que me arrepentía de lo que hicimos; pero estoy confundida, no sé… no sé qué hacer, ¿Bien? Para empezar, ¿No se supone que estamos en bandos contrarios?
Blaise la miró de mala gana.
―Perdona; pero ¿Viste alguna marca en mi antebrazo?
―Ser neutral no es garantía de nada―objetó Ginny―. Eres un sangre pura. ¿Ya olvidaste que, para los tuyos, mi familia y yo no somos más que traidores a la sangre y, si no, demasiado pobres para que valgamos la pena como magos?
―Si eso me importara, ¿Crees que te habría hablado en primer lugar?
Ginny se mordió el labio. No. Ese argumento solo había sido una duda sin fundamento, dicha por decir. Blaise nunca había hecho otra cosa que tratarla como un igual desde que lo conoció. No obstante, decidió continuar.
―Luego, dejando de lado el tema de las casas. Está Harry.
Blaise compuso una mueca y ladeó el rostro.
―Te guste o no, es parte de mi vida―siguió ella―. Prácticamente, aún es mi novio.
―Prácticamente, dicho novio te abandonó y no has tenido noticias suyas en meses. No sé tú; pero para mí eso significa un rompimiento tácito.
―Eso no puedes asegurarlo.
―Oh, y ¿Qué va a suceder entonces? ¿Tu plan es esperar a tu bienamado hasta el final de la guerra y, como buena novia, ir organizando la boda con tu príncipe azul?
―¿No entiendes que es cuestión de respeto?
―¡¿Cuál respeto?! Él te dejó. ¿Te hizo alguna promesa? ¿Te dijo que lo esperaras?
―Sabía que no podía hacerlo, no quiso ser injusto conmigo, lo sé.
―Ah, lo sabes. Ahora eres legeremante.
―¡Por favor, Blaise, no quiero pelear contigo respecto a Harry!―exclamó Ginny, tomándose después un momento para respirar―. Desde el primer día que decidimos hablar hasta ayer mismo, siempre supiste que yo venía con un pasado a cuestas. No tengo que repetirlo ni estás descubriendo nada que no hubieras sabido ya. Harry es parte de mí, ahora mismo no sé de qué forma; pero no puedo solo hacer de cuenta que no existe.
―Ya… y eso a mí me deja como la aventurilla de una noche―interrumpió Blaise―. Después de tantas veces siendo el ejecutor, debí suponer que volvería a mí… ¿Cómo le llaman los muggles? ¿Karma?
Luego resopló.
―Si ya acabaste, vístete de una vez―dijo; pero apenas hizo ademán de voltear, Ginny lo detuvo.
―No pongas palabras en mi boca, ¿Cuándo te llamé una "aventurilla"?, ¿Crees que me voy a la cama con un hombre por puro pasatiempo?
«Touché», pensó Blaise y tuvo la decencia―según Ginny―de mostrarse avergonzado.
Ciertamente, hasta la noche anterior había tenido sus dudas. No por creer que Ginny fuera una promiscua; sino porque sabía de sus anteriores relaciones y, si bien Dean y Michael podrían no haber tenido suerte, imaginarla entre los brazos de Potter fue una auténtica tortura.
Pero ya no. Podía ser tildado de primitivo, machista o cuanto adjetivo quisiera el mundo; pero, muy adentro, él jamás olvidaría el hecho de que ella le hubiera permitido ser su primer hombre. Era algo que ni siquiera Potter podría borrar nunca.
―Es precisamente por eso, porque nunca te vería como una aventura que me siento tan… tan confusa―continuó Ginny y él volvió a mirarla, procurando no perderse entre sus bien formados pechos, ahora sutilmente bordeados por sus tersos brazos―. Blaise, una parte de mí me dice que debo poner distancia, que lo que hice no está bien. Tengo miedo de decepcionar a mi familia, a mis amigos y…. y luego, la otra parte no deja de insistir en que no tengo nada de qué avergonzarme, que… que tengo derecho de arrancarle estos momentos al tiempo y que… que mi lealtad no está siendo comprometida porque, antes que a nadie, me la debo a mí.
Blaise solo se quedó en silencio.
―¿Puedes entenderme? Mi corazón y mi mente están divididos, no mi amor; pero todo esto es tan… tan nuevo que no sé cómo actuar. No quiero lastimar a nadie, no… no quiero defraudar a nadie y tú…―titubeó Ginny―. No estabas en mis planes. No así. Jamás creí que tú… que…, que yo fuera a…―respiró hondo― Solo… solo trato de… de decirte que…
―Que tienes como propósito de vida complicar la mía, Weasley. Lo vienes haciendo desde el día uno.
Ella lo miró, herida.
―No me llames Weasley, solo lo haces cuando estás enfadado conmigo y estás a punto de desaparecer.
―Bueno, no estoy precisamente feliz y, por si no te diste cuenta, estaba a punto de irme.
―¡¿Puedes tomar algo en serio por más de cinco minutos, por favor?! ¡Estoy intentando explicar lo que pienso!―exclamó ella, poniendo los brazos en jarras.
―¿Más? Te dije que no quería oírte y ya lo he hecho más de lo debido sin que de tu boca salga otra cosa que enredos y más enredos. Aunque debo admitir que el espectáculo fue un plus―dijo Blaise, recorriéndola de pies a cabeza con los ojos.
Y así, de repente, todo el genio Weasley emergió como fuego puro.
―Eres un… ¡Idiota, Blaise Zabini!―bramó, lanzándose hacia él para pegarle, sin importarle su desnudez―. ¡Idiota, cretino! ¡Pero más idiota yo por preocuparme y pensar que decir que te amo va a significar algo para ti!, ¡Te odio! ¡Esto no te lo voy a perdonar!―lo empujó una vez más y se giró hacia sus cosas en busca de su varita, olvidando, por supuesto, su desnudez y el hecho de que era una bruja―. ¡Espera a que tenga mi varita! ¡Voy a hechizarte tan fuerte que hasta tus bisnietos se van a acordar de mí!
Dos segundos después sintió sus fuertes manos en su cintura, haciéndola voltear sin que ella pudiera hacer otra cosa que colocar sus brazos a manera de barrera. Merlín, ¡Vaya que era alto!
―¡¿Qué diablos…?!
―¿Lo dijiste en serio?
―¿Qué voy a hechizarte hasta tu cuarta generación? ¡Sí! ¡Ahora quítame las manos de encima!―dijo ella, sacudiéndose y librándose de él por apenas unos segundos antes de tener sus manos deteniéndola del rostro.
―Dijiste que me amabas, ¿Fue en serio?―preguntó Blaise. Ginny respiró tensa y apretó sus muñecas para apartarlo; pero él resistió el embate de sus uñas sin apenas variar su expresión―. Respóndeme, Ginny.
―¿Ya qué importa?
―¡Me importa a mí!
Ella contuvo breve el aire. Ahí estaba. La careta de cinismo y frialdad había caído. De nuevo sus ojos lucían vulnerables; pero… Oh, el orgullo. Su orgullo herido la obligó a no ceder esta vez. ¡Sabría Merlín lo que haría Blaise si supiera lo fácil que era quitarle el enojo!
―Última chance, Ginny―advirtió él―. Lo que dijiste, ¿fue en serio o solo lo dijiste por decir?
Ella achinó la mirada, dispuesta a mandarlo al diablo; pero entonces, Blaise inclinó el rostro hacia el suyo, deteniéndose justo al rozar su nariz. Las manos que aún le detenían las muñecas, temblaron.
―Porque no solo significaría algo. Significaría el mundo para mí; pero solo si también lo es para ti―dijo―. Ya te lo he dicho, ¿O no? y bien sabes que mi casa no se caracteriza por cursilerías baratas; pero aquí estoy, recordándote que para mí… tú eres mi mundo.
Maldito fuera. Serpiente escurridiza, ¡¿Por qué tenía que ser tan…?! ¡Adorable!
No sabía si golpearlo o cerrar su serpentina boca con la suya. Quizá una detrás de otra, no estaba segura del orden. Pero, en cambio, solo dejó que sus dedos se aflojaran alrededor de su piel y, cerrando los ojos, exhaló con cansancio.
―Tengo muchos amigos. Quiero a muchas personas; pero no me ves frente a ellos diciendo ni la mitad de cosas que te he dicho a ti. Eso sin mencionar que, en este preciso momento, soy una muy desnuda Gryffindor, posiblemente con precio sobre su cabeza, parada a mitad de la habitación de un Slytherin. ¿Te parece que estoy para bromas o para hablar por hablar?, ¡Dame algo de crédito, por lo menos! Es lo mínimo que…
―Con un sí, bastaba―la interrumpió Blaise y antes de que ella pudiera protestar selló sus labios con los suyos.
Extasío puro vibró en cada poro de su piel, su corazón volvió a la vida al sentir sus brazos rodeándole el cuello y, en los breves segundos que tardó en acomodarla de regreso en su cama; su voz, convertida en pequeños quejidos mientras lo dejaba explorar su cuerpo con libertad, una vez más, lo volvieron loco.
Ella era tan receptiva, tan suave; pero a la vez enérgica y demandante. Podía ser una damisela y merecía ser tratada como tal; pero escogía ser la amazona, la brasa ardiente que llevaba en su interior. Incluso, podía ser ambas si quería.
―Dilo de nuevo, di que me amas―susurró Blaise contra su boca y comenzó a descender por su cuello―. Por favor, roja, dímelo…
Ginny lo hizo, una, dos, tres veces mientras él robaba besos y suspiros de su boca y ella se encargaba de arrancarle la camisa de nuevo.
"¿Más que a Potter?", quiso preguntar Blaise; pero se contuvo de arruinar el momento, confiando en que ella no lo dejaría tocarla de esa forma si sus sentimientos fueran débiles.
―Blaise…―susurró Ginny al rato mientras detenía el recorrido de sus manos en sus hombros atléticos y fuertes. Un poco de aire pareció aclarar su mente―. Blaise. Blaise, espera un poco, tengo que…
―No…―decidió él, tratando de distraerla al alcanzar un muy sensible punto cerca de su oreja, sonriendo engreído al escucharla suspirar de nuevo.
―Blaise, por favor…―dijo Ginny después, no obstante―. Deben… deben estar muy angustiados por mí. Neville…
―No te preocupes por eso.
―Pero sí me preocupa…―objetó Ginny. Blaise se elevó sobre sus codos, calmando su molestia al notar las manos de ella sobre sus músculos.
Estaba preocupada, eso era todo. Lo habría apartado de otra forma, ¿no? Al besarla de nuevo y ser correspondido, confirmó su teoría.
―No quiero que te vayas―le dijo con mirada en ruego. Ginny acarició su mejilla con el dorso de sus dedos.
―No tengo que hacerlo―sonrió―. Serpiente dramática. Solo necesitaba un momento para hacer esto. Accio varita…―conjuró antes de que él tuviera algo que objetar.
―Cuidado, roja.
―Oh, bebé grande, ¿Te asusto?―rio ella y se sentó―. Ahora Shh, debo concentrarme.
Blaise enarcó una ceja y esperó, disfrutando en silencio de la casual vista del inicio de su hermoso derrière.
Para Ginny, el hechizo que necesitaba no requería de mayor concentración, como le había hecho pensar a Blaise; sin embargo, la curiosidad pudo más en ella.
Un recuerdo feliz, solo eso necesitaba. El que siempre había usado era el de la sensación de victoria cada vez que se superaba a sí misma en sus encantamientos o en los partidos de Quidditch. ¿Qué pasaría si intentaba con otro?
Cerró los ojos.
"Si alguien te daña no les alcanzaría la vida para pagarlo…"
La voz de Blaise en la lechucería hizo eco en su memoria.
"Según todos ustedes y tu preciada Orden, Potter salvará al mundo. Pero entretanto, Blaise Zabini empeñará su vida y su tiempo a intentar mantenerte a salvo a ti. Porque tú, tonta, testaruda y cabezota pequeña Weasley… tú eres todo su condenado mundo".
Recordó la prisa de los latidos de su corazón al oírlo. Luego la pasión de sus besos. El fuego en sus ojos, en su toque, en sus palabras que, si era totalmente honesta consigo misma, los venía teniendo desde hacía años atrás.
Droga pura, de la más alta calidad, adictiva e irrenunciable.
Sonrió.
Había una cualidad curiosa en el encantamiento Patronus. En ocasiones, cuando el que lo conjuraba se enamoraba, este podía cambiar. ¿Sucedería con ella?
―Expecto Patronum―invocó realizando la floritura de siempre.
Sin embargo, no fue su brioso caballo lo que emergió de la punta de su varita.
―¿Qué rayos…?―oyó a Blaise. Ella misma no sabía explicar el cambio tan rotundo; pero, si era posible, su sonrisa se ensanchó―. ¿Esa es una…?
―Una pantera, al parecer―completó Ginny, mientras el majestuoso animal se movía elegante y sinuoso por la habitación.
Blaise tragó lento. Seguramente no era el mejor momento para contarle de su peculiar forma de animago, ¿Cierto?
Ginny se aclaró la garganta.
―Ve con Neville Longbottom, llévale este mensaje―dijo. La pantera la miró de una forma que le pareció extrañamente familiar―. "Nev, no te preocupes por mí. Estoy a salvo, estaré con ustedes a las…"
―Al mediodía―dijo Blaise. Ginny le miró con reproche―. ¿Qué? Después de lo que tengo planeado, necesitarás un buen descanso.
Ella enrojeció.
― "… estaré con ustedes al mediodía. No envíes a nadie a buscarme. Conseguí los insumos. Oh, y sí, soy Ginny, mi patronus cambió, no preguntes".
Y tan pronto como apareció, la grandiosa criatura atravesó el muro de la habitación.
―Ahora, ese es un hechizo que debes enseñarme―le dijo Blaise. Ginny giró a verlo con una ceja arqueada―. Ahm… ¿Por favor?
―Veremos.
Blaise bufó, irónico y estuvo a punto de recordarle todos los encantamientos en los que él le había ayudado, cuando de repente Ginny lo besó con todo de sí, aprovechando su distracción para cambiar posiciones y acomodarse a horcajadas sobre él, solo sonriendo el contacto de sus labios tras asegurarse de haberlo atontado lo suficiente como para que no quisiera retomar su dominio.
―No olvidaré el hechizo con eso…―musitó Blaise, acomodando las manos en sus caderas, no sin antes correr las cortinas de su cama, solo por precaución.
―Oh, no quiero que lo hagas―respondió ella―. Podemos iniciar con la teoría, ¿Te parece?―añadió, besándolo levemente para luego hacerlo también en su cuello y comenzar a hablar―. El encantamiento patronus, puede servirte para defenderte de dementores y también para mandar mensajes. Cobran formas diferentes, dependiendo del mago.
―Uhmm, esta clase sí me gusta―ronroneó Blaise, acomodando el largo cabello de Ginny tras su oreja―. ¿Qué más, profesora Weasley?
―Para conjurarlo…
―Ajá…―musitó él, disfrutando las atenciones de su pequeña mano escalando por su trabajado torso hasta un costado de su cara―. ¿Qué necesito?
―…un recuerdo―dijo ella suavemente contra su oído―. Pero no cualquier recuerdo. Necesitas el más feliz que tengas.
Volvió a besarlo, ahogando un gritito cuando Blaise se enderezó de pronto, con ella entre sus brazos mientras devoraba con ansias su boca, apretándola contra su duro pecho.
―Di que me amas―susurró de pronto. Esta vez ella no tomó ninguna pausa.
―Te amo, Blaise Zabini.
Blaise no se lo diría nunca. O, bueno… no se lo diría pronto. Pero toda ella se había convertido en una adictiva droga a la que no iba a renunciar así tuviera que soportar mil infiernos para tenerla.
Sonrió. Si las clases de Ginny iban a ser así, con gusto la contrataría como tutora personal.
Definitivamente iba a obtener un extraordinario en esa materia.
Ah, y en lo del patronus también.
.
.
Semanas más tarde, Wiltshire.
.
.
"¡La encontramos…!, ¡La encontramos!… ¡POR FAVOR!".
"¿Qué más se llevaron? ¡¿Qué más?!… ¡RESPÓNDEME!, ¡CRUCIO!".
–¡NO!
El silencio de su habitación se llenó con su voz, al tiempo que los gritos se disipaban como ecos en su mente.
Otra vez. ¿Acaso ni siquiera en sus sueños podía tener algo de sosiego? ¡Como si no bastara con la vida misma para atormentarlo!
Temblaba. Sin que pudiera controlarlo, el aire escapaba de sus labios entre sollozos ahogados que apenas sofocaba con su antebrazo. «Maldición», era todo lo que repetía en su mente.
No volvería a dormir esa noche. Ni ninguna, dadas las pesadillas que se repetían incansables, llenos de los gritos de Granger, de su mirada rota, de su frágil figura sobre el piso de su sala de estar, donde ahora yacía una mancha de sangre que nadie había querido tocar.
Y aún así, le parecía un precio injusto.
Merecía más. Más tormento, más dolor, más castigo aunque terminara por enloquecer; si es que no lo había hecho ya.
Enterró las manos en sus cabellos. ¿Por qué no había hecho nada?
Estarías muerto, susurró el subconsciente; sin embargo, ¿Esa opción no era mejor?
–Maldita sea…
Se paró de la cama. De nuevo sentía ganas de vomitar. Esperó. Su estómago hecho un revoltijo, su respiración agitada, su piel sudorosa; pero la arcada no llegó.
Cerró los ojos, necesitaba expulsar algo, aunque casi no hubiera probado bocado los últimos días.
Nada.
Se forzó a recordar a su tía, cenando tranquila el mismo día del escape de Potter. Como si a poca distancia de sus pies la sangre de Granger no oliera mientras se secaba sobre el piso, como si ella misma no hubiera abierto la piel de la Gryffindor con esa maldita daga.
Al menos sus padres tuvieron el decoro de no tocar sus alimentos ese día. Como él, aunque no pudo escapar de sentarse a la mesa mientras su tía comía golosa. Los tres Malfoy con la mirada perdida, las manos quietas, el rostro tenso y deseando estar en cualquier parte menos ahí.
«Por Merlín, que esté viva», era el único pensamiento coherente entre el mar de sin sentidos que cruzaron su mente desde que el elfo logró llevársela junto a sus amigos.
Y ahora, inclinado sobre el lavatorio en su baño, sin dejar de temblar y esperando a la arcada que no llegaba, se preguntó, no por primera vez, ¿Cómo había terminado todo así?
Él tenía un plan.
Esos meses mientras Voldemort y los demás iban y venían dentro y fuera del que había sido su hogar ancestral, él, si no había estado metido en la biblioteca, había estado en su habitación poniendo en ejecución su plan de escape.
Tenía lista una bomba de niebla instantánea que haría imposible ver más allá de las rejas de Malfoy Manor, tenía listo un somnífero potente que no dejaba rastro, Lovegood ya estaba al tanto de la localización segura a la que irían (cortesía de Blaise, junto a unas varitas de regaliz de Honeydukes)…
… por las bolas de Salazar, ¡hasta tenía la coartada perfecta!
El escape de Lovegood y los demás prisioneros (Porque la Ravenclaw se negaba a irse sola) se debería a un descuido del guardia en turno. Los prisioneros se harían de su varita y escaparían. Él se enteraría junto a los demás y se mostraría tan sorprendido como todos cuando estallara la bomba. La niebla sería una distracción que compraría tiempo, nada lo conectaría con el escape.
Una coartada sin fallas, pues cuando el Lord estuviera ocupado enviando a peinar las zonas cercanas a la propiedad, Lovegood y los demás estarían muy lejos; pero no apareciéndose, no.
Esa sería la versión oficial.
Lo real, sería el escape desde los mismos calabozos.
Y Lovegood se llevaría consigo la única prueba verdadera: Un sellador de cartas con la cresta Malfoy que su madre usaba para su correspondencia. Uno de tantos, como el que tenía todavía en el bolsillo de su bata.
Lo sacó. Era perfecto. Lo suficientemente pequeño para caber en una mano, lo suficientemente común para no levantar sospechas hasta que fuera tiempo de usarlo.
Un trasportador ilegal que él mismo había hecho. El segundo prototipo obtenido con éxito se lo había llevado Lovegood. Ese era el tercero.
Era un buen plan.
Todo estaba a unos días de suceder, solo debía esperar a que el idiota de Macnair asumiera funciones en el calabozo. Solo unos días…
Ah; pero todo se fue a la mierda cuando Potter decidió que era hora de dejarse atrapar y arrastrar consigo a la comadreja y a Granger.
La sangre volvía a hervirle en las venas.
Tantas horas de estudio. De práctica. De errores, desvelos, rabia, frustración y un merecido éxito al final. Tanto… ¡Por nada!
¡CRACK!
El sonido de un florero de cristal rompiéndose llenó la habitación.
Draco se quedó viendo los trozos sobre la alfombra, junto a la ducha, con ojos perdidos. En medio de las esquirlas el sello de cartas parecía burlarse de él.
Su tercer prototipo. Ese que había hecho para él y su madre, planeando usarlo después de liberar a Lovegood.
Ahora no tenía sentido. Ahora parecía una pérdida de tiempo. ¿Adónde iría? Escapar sería fácil; pero la cárcel de su mente lo seguiría a cualquier sitio. La cárcel, llena de los gritos de Granger.
Antes de darse cuenta, se halló agachándose junto a la alfombra, sus zapatillas haciendo añicos las esquirlas más pequeñas con su peso. ¿La intención? Recuperar el sello y guardarlo, por supuesto…
... Pero no fue el sello lo que cogió, sino un trozo de cristal. Parecía hielo. Sus bordes filudos captaban la poca luz del recinto provocando un efecto hipnótico.
De pronto, ya no podía apartar la vista.
De pronto, la fría sensación del cristal contra sus dedos parecía ser lo único que aliviaba en algo el ardor en sus venas.
De pronto, comenzaba a preguntarse si no sería posible extenderlo por todo su cuerpo.
Aunque no fuera para siempre. Aunque fuera solo unos minutos.
Hundir el cristal en su piel no resultaba tan descabellado. Que precisamente iniciara en el brazo donde tenía la marca fue casi un aliciente.
Y el alivio llegó.
El frío no se extendió de inmediato; pero el ardor comenzó a salir. Apretó un poco más. El dolor era nada. Podía soportarlo. Solo un poco más.
Cerró los ojos.
Apretó. Un poco más.
Solo un poco más…
Solo…
–¡DRACO!
Al abrir los ojos los sintió pesados. Parpadeó, confuso, como quien despierta de un sueño lleno de sin sentidos. Miró a un lado. Estaba en su habitación.
Pero… ¿Y el baño? ¿Y el cristal? ¿Y el sello? ¿Lo habría imaginado todo?
–¡Ama! ¡Ama!, ¡El joven amo ha despertado! ¡Ama!
La voz chillona lo distrajo y entonces notó que su mano izquierda era sujetada por alguien que, si bien lució aturdida como él, le devolvió la mirada en el rostro cansado y, de súbito, lloroso de su madre.
–Mi dragón…–musitó ella sorbiendo muy atípicamente su sollozo, para luego acariciarle el rostro.
Segundos después volvía a la siempre fría expresión de Lady Narcisa Malfoy.
–Selby, dile a Lord Malfoy que me espere en mi dormitorio.
«Oh-oh», fue el pensar instantáneo de Draco.
Intentó incorporarse; pero apenas logró ver al elfo desaparecer tras un chasquido de sus dedos, las manos de su madre lo obligaron a recostarse de nuevo.
–No harás movimientos bruscos ni intentarás salir de la cama hasta que yo lo diga–prácticamente graznó Narcisa. Un viejo sentir infantil lo hizo sudar frío.
El tono de su madre no daba lugar a dudas. Estaba lo que le seguía a furiosa. Además había nombrado a su padre como "Lord" y encima había mencionado al elfo que la esperara en su dormitorio.
Dadas las circunstancias en la mansión, sus padres nunca estaban muy lejos uno del otro si podían evitarlo, especialmente al dormir. Que su madre mencionara su dormitorio significaba que no solo él estaba en problemas, su padre también.
En eso, sintió las manos de su madre sobre la suya y la vio sentarse de nuevo a su lado, cerrar los ojos y concentrarse.
–Madre…
–Silencio, Draco.
Él apretó los labios y miró a su costado. Apenas un par de minutos después, Narcisa suspiró al tiempo que lo soltaba.
Un suspiro de alivio. Cansancio quizás.
Luego, los ojos azules de la mujer se clavaron cual dagas en los suyos.
–¿Cómo pudiste?
Su voz, afilada. Su ceño arrugado, su boca tensa y sus hombros temblando ligeramente, de rabia, seguro.
Draco no supo de qué estaba hablando.
–¿Tienes una idea de lo que me has hecho pasar?–siguió Narcisa–. Tres días, Draco. ¿Qué derecho creíste tener para torturarme así?
–Yo no…
–¡Silencio!–bramó ella, su voz rompiéndose cual ola furiosa contra una roca, lista a arremeter de nuevo–. No sé qué te pasó por la cabeza para hacer esa atrocidad; pero no lo harás de nuevo. ¿Entendiste? Si tengo que atarte los brazos a la cama, lo haré; ¡pero jamás intentarás dejarme otra vez!
Los ojos de Draco se ensancharon. ¿Dejarla?
No. Tenía que haber un gran malentendido. Él estaba ahí, ¿o no? Era precisamente por ella que no se había ido, que no sería capaz de hacerlo nunca a menos que pudiera llevársela con él. ¿De qué lo acusaba entonces?
–No tendrás acceso a una varita hasta que yo lo diga–siguió Narcisa, poniéndose de pie–. Selby estará contigo mañana, tarde y noche si es que no estoy yo. Se te acabó la privacidad, ¡No la tendrás ni en el maldito baño!
La voz de su madre se quebró de nuevo y se detuvo al pie de la cama adoselada. Draco la miraba como si le hubiera salido otra cabeza del cuello.
Su madre no perdía los estribos nunca.
Su madre no maldecía a viva voz. ¿Por qué de pronto parecía tan proclive a hacerlo cual marinero en proa?
–¿Que…? –titubeó–. Madre, no entiendo, ¿por qué actúas así? ¿Qué pasa?
Ella lo miró larga y detenidamente. Por algunos segundos Draco se sintió desnudo sin razón. Luego la vio acercarse de nuevo, sin parpadear, sin dejar de taladrarlo con los ojos. Analítica, como una cobra decidiendo dónde era más letal morder.
–¿No lo sabes?
Draco se mordió la lengua para no soltar una ironía. En definitiva, no iba a sumarle puntos con su furiosa madre en ese momento, así que se limitó a negar con la cabeza y colocar su mejor expresión de niño desvalido.
Narcisa lo miró un poco más.
–¿Qué recuerdas?
–¿Recordar?…–repitió él–. Nada. Me fui a la cama ayer después de la... cena. Debí quedarme dormido en algún momento y, ahora que desperté, estás aquí prohibiéndome hasta respirar. ¿Qué debo recordar?, ¿Mis pesadillas? En este punto bien sabes que una es más terrible que la otra, ¿Qué se supone que no…?–continuó, cada vez más airado, hasta que, en un impulso hizo a un lado las mantas y pretendió levantarse.
Solo que no llegó a sentarse del todo cuando descubrió lo ridículamente débil que se sentía. Tanto como para que ese esfuerzo le hiciera perder el aire.
Abrió los ojos, asustado. En dos segundos su madre estaba a su lado sosteniéndolo, diciéndole muy suavemente que se tranquilizara, que intentara concentrarse en respirar.
Adentro.
Afuera.
Una y otra vez, hasta llegar a un ritmo que pudiera controlar. Luego, las manos de su madre le sostuvieron el rostro, apartándole los cabellos de la frente.
–¿Qué me…? … ¿Qué me…?
–Shhhh, tranquilo. Tú magia aún está inestable. Espera–le dijo Narcisa. Su voz antes furiosa, de pronto más maternal que nunca en su vida.
Sin saber qué decir o hacer, Draco solo la vio estirarse hasta la mesita de noche, de dónde sacó un cofre pequeño.
–No pudiste tomarlo antes, tampoco podíamos llevarte a San Mungo o traer un medimago–dijo Narcisa. Sus manos ocupadas en buscar en el cofre, lleno de viales encorchados–. Nadie debe saber lo que pasó. Afortunadamente, él no ha llamado a reunión y tú tía está ocupada, así que podemos decir que has estado en la biblioteca o aquí, descansando.
Entonces descorchó uno de los viales y se lo acercó a la boca. Draco estuvo a punto de preguntar lo que era; pero supo que no era buena idea, así que bebió.
Segundos después, los efectos fueron rotundos. Hasta ese momento no se había dado cuenta de que tenía frío.
–Poción reabastecedora de sangre, obligué a tu padre a hacerla, no podíamos pedirla o levantaríamos sospechas. No… No podías tomarla antes, te mantuve estable con mi magia y … y sé que debí dártela apenas despertaste; pero…–le dijo Narcisa. Draco la miró, alarmado.
Ella pareció dudar entre seguir enojada o no.
–¿Por qué lo hiciste, Draco? La vida no es lo que debería ser; pero creo que te enseñé mejor–la voz de Narcisa titubeó y sus ojos se llenaron de lágrimas–. ¿Qué hubiera hecho si llegaba un minuto más tarde? ¿Cómo hubiera podido seguir si tú…?
Cubrió sus labios con la mano. Ni siquiera se atrevía a pronunciarlo. Con haberlo vivido, sumando una pesadilla más a las que ya tenía era suficiente tormento.
Draco no tuvo que pedir más explicaciones. La poción que le dio su madre tenía un objetivo claro y sería completamente inútil sin el mismo.
Por reflejo sus ojos se clavaron en su mano izquierda. No tenía vendajes o apósitos. La marca lucía tan funesta y negra como siempre; pero, a unos centímetros de la lengua de la serpiente, una línea se trazaba más pálida que su piel; leve en el tope, gruesa en las esquinas.
Tres días. Llevaba inconsciente ese tiempo y solo la magia de su madre le había permitido sobrevivir.
Su sueño. Su pesadilla había sido real.
El sello, el cristal, el ardor… luego el alivio. El frío.
Cerró los ojos. Quiso sentirse aterrado o avergonzado de lo que había hecho. En parte lo estaba; sin embargo la sensación era muy pequeña en comparación a la que pareció despertar al instante siguiente. Una que parecía anhelar una repetición, quizá con el detalle de hechizar la puerta para que no pudieran entrar.
Experimentar ese alivio de nuevo. Tan adictivo como una droga.
Manjar de dioses.
–¿Es por lo que sucedió con esa chica? La sangre sucia…
Eso atrajo su atención. Pero no respondió.
–Sabías quiénes eran, la reconociste; pero les diste tiempo–dijo Narcisa, como sacando conclusiones para sí misma–. Tu rostro. Estabas... estabas aterrado y luego, cuando peleamos… Te he visto sostener duelos, Draco. El desarme de Potter fue casi un obsequio.
Draco tragó saliva. Narcisa se inclinó y usando una mano lo obligó a levantar el rostro.
–Lo hiciste por ella. ¿Es que…?–ahora ella tragó lento–. Draco, ¿Acaso estás atraído a esa pequeña sangre sucia?
El rostro del mago se tensó. Un lado suyo deseo escandalizarse. Decir alguna idiotez como: "¡Por Salazar, madre, qué asco!"; pero el nudo en su garganta se alojó al instante en su lengua, impidiéndolo.
Con renovado, aunque algo débil ímpetu, quitó el rostro de la mano de su madre y torció la boca en una mueca irónica.
–¿Sucia?–dijo–. ¿Lo es, madre?
Narcisa se echó un poco hacia atrás.
–No me lo pareció cuando tía Bella decidió decorar tu pulido piso de mármol con ella–añadió Draco–. Y parte de mí lo esperaba, ¿Sabes? Como un imbécil, esperaba que en lugar de ser roja, caliente y espesa le saliera barro de las venas. Porque entonces nosotros tendríamos razón, porque entonces todo esto, las muertes, los gritos, el dolor… todo tendría sentido. Pero no es así, ¿Cierto, madre? Tú misma puedes hacer una comparación–la retó. Los ojos de Narcisa temblaron–. ¿Mi sangre era más roja que la de ella?
Ella se levantó de un brinco, horrorizada.
–¡No es lo mismo!
–¿Era más tibia, madre?
–¡Draco!
–¿…o más espesa, quizá?–continuo él.
No sabía qué le había dado; pero de no poder articular palabra alguna había pasado a ser incapaz de detener su salida. Su madre le miraba como si se hubiera vuelto loco.
Tal vez ya lo estaba, después de todo había barajado la posibilidad.
–¿Lo era, madre? ¿Sigue en el baño acaso? Como la de ella en la sala. Podría verla, no olvido la de ella, podría comparar…
–¡Tú eres mi hijo!
–Y ella, hija de una madre también. Todos lo somos. ¿Por qué es que tengo que entenderlo hasta ahora?
Lo último lo dijo para sí; pero Narcisa se cubrió la boca con la mano, incapaz de creer que estaba teniendo esa charla con su único hijo. Le recordó un poco a Andrómeda y eso la aterró. No podía perder a Draco como la había perdido a ella. No podía.
Cuando lo vio enterrar la cabeza en las manos, se acercó y le acarició con toda la suavidad que podía. Lo oyó llorar y se le apretujó el corazón. Lo estrechó contra su vientre; pero se negó a dar argumento alguno a su postura. Tenía que ser temporal. Acababa de despertar de la inconsciencia, estaba confuso, aturdido. No podía haber otra explicación.
–Tienes que descansar, dragón–le susurró entonces–. Necesitas reponer fuerzas, la poción por sí misma no es suficiente.
–No puedo–dijo Draco con el rostro enterrado contra el vientre de su madre–. Ella siempre me persigue. No dejo de verla morir una y otra vez, no dejo de oírla gritar hasta que lo hace… entonces, entonces todo sucede de nuevo… ¡me está volviendo loco, madre!
Las manos de Narcisa le acunaron la cabeza y sus ojos liberaron lágrimas de auténtica congoja.
–Poción para dormir sin sueños, entonces–logró decir, alcanzando el cofre para sacar el vial–. Se bueno, mi dragón, esto te ayudará a descansar.
Draco no dijo nada; pero no pudo frenar el recuerdo que le trajo la mención de aquella poción. Granger en la cama de enfermería, primero herida, luego fingiendo dormir para después pillarle desprevenido.
Imbécil. En ese entonces hasta la había amenazado.
–Bebe, Draco–oyó a su madre y sintió el frío del vial contra sus labios.
Inconscientemente, deseó el mismo frío en sus muñecas. En su piel…
Cerró los ojos y solo los abrió al sentir el colchón contra su espalda. Narcisa acarició su frente con la punta de los dedos y, para sorpresa de Draco, se inclinó y besó su entrecejo. Comenzaba a sentirse adormilado.
–Mañana te sentirás mejor–la oyó decir y la sintió arroparlo.
No recordaba que lo hiciera desde que él era pequeño. Tal vez era la poción. ¿Por qué no había pensado en ella antes? Ahora pediría una cada noche, eso era seguro.
Una última caricia en su mejilla y de pronto nadó en la hermosa inconsciencia.
–Mañana, mi dragón–susurró Narcisa, convencida que todo sin sentido terminaría al levantar el alba.
Se quedó a su lado hasta que, ciertamente, comprobó que nada inquietaría el descanso de su hijo. Luego, su habitual máscara volvió a su sitio.
–Selby.
Un pop anunció la llegada del elfo.
–¿Dónde está Lord Malfoy?
–El amo se encuentra en el dormitorio de mi ama, como indicó.
–¿Y mi hermana?
Ante la mención de la desquiciada bruja, el elfo tembló de pies a cabeza.
–La señora y su señor se han retirado a sus habitaciones.
Una sonrisa irónica cruzó el rostro de Narcisa.
–Y supongo que su esposo está en alguna guardia entonces.
–El señor Lestrange se retiró de la mansión después de la cena.
«Claro», se dijo Narcisa, permitiéndose un respiro.
Que su hermana estuviera ocupada era bueno. Sin Rodolphus en el mismo piso, la situación era mejor. Lucius y ella tendrían algo más de seguridad para su privacidad.
–Te quedarás con el amo Draco. Debería dormir hasta mañana; pero si hay algún cambio, avísame. Por ningún motivo dejarás tu puesto, ni siquiera si es él quien te lo pide. ¿Entendido? Solo estando yo aquí podrás marcharte a la cocina.
–Sí, ama. Selby cuidará del joven amo Draco.
Narcisa solo le dedicó una mirada de reconocimiento y después, con la elegancia que le caracterizaba, abandonó la habitación de su hijo, no sin antes hechizar la puerta por precaución.
Estaba agotada; pero aún tenía un Malfoy del qué ocuparse.
.
.
.
El silencio del dormitorio parecía querer comerse a Lucius por completo.
Como era usual, había estado presente en la cena de esa noche. Demacrado y callado como era costumbre ahora, en la silla que solía pertenecer a Draco en los buenos tiempos, mientras que, en la ausencia del Lord Tenebroso, era Bellatrix quien presidía a la cabecera, con Rodolphus en la silla que solía ser de Narcisa.
Ambos engullían el cordero que ordenaron preparar, según ellos para tener una atención con el Lord, aunque él nunca los agasajara con su presencia a la mesa. Claro, salvo que el menú fuera destinado a Nagini.
Era extraño que, de pronto, le pareciera que los comensales de cualquier taberna de medio pelo tuvieran mejores modales que su cuñada y su marido.
Luego de intentar con la cubertería, Rodolphus, impaciente con las costillas de cordero, prácticamente las había cogido con las manos y Bella, si bien tenía fuertemente cogidos su tenedor y cuchillo, parecía más concentrada en asegurarse que el cordero estuviera bien muerto, que en comer.
Lucius no podría volver a ver nada cocinado a término medio en lo que le restaba de vida.
Un pop le hizo girar el cuello, lo notándolo tan tieso como cuerda de arpa. Un elfo doméstico le hizo una reverencia sin ganas.
–La ama Narcisa pide a Lord Malfoy esperarla en su dormitorio.
Y así, sin más, desapareció de nuevo. A Lucius le corrió un escalofrío. No sabía bien si de rabia por la abierta impertinencia del elfo que, como los demás de su especie, parecían recriminarle hasta respirar desde el incidente con Draco… o si el escalofrío era por miedo. Su mujer prácticamente lo había pateado dentro del viejo taller de pociones de su padre exigiendo que preparara la poción que Draco iba a necesitar, por no decir que desde ese día se había negado a compartir el lecho. Todo ello, jurando por su basto y antiquísimo árbol genealógico que, el momento en que ella perdiera a su hijo, perdería también a su marido, así tuviera que hacerlo por propia mano.
Seguía furiosa, era un hecho. Solo podía albergar la esperanza de que nada más hubiera sucedido con Draco.
De pronto, la risa burlona de Bellatrix lo sacó de su ensimismamiento.
–Te diría que urge castigar a esa pequeña bestia por atrevida; pero creo que hay poco a lo que mostrar respeto, ¿No crees?
Lucius disimuló cómo pudo el crujir de sus dientes y bebió lo que quedaba de su vino para luego limpiarse la boca y ponerse de pie.
–Lamento tener que dejarlos. Espero sepan entender.
–¿Que Cissa tiene bajo su tacón lo que te quedaba de hombría? Por supuesto, cuñado. Lo entendemos–dijo Rodolphus sonriendo con trozos de cordero entre los dientes. Bella lo apoyó con una risita corta.
Lucius apenas y se inmutó.
Rodolphus le venía a sermonear a él de hombría. Patético.
–Apresúrate a terminar–oyó decir a Bellatrix mientras se alejaba–. Nuestro Señor te encargó ir a confirmar la participación de esos asquerosos gigantes.
–Parto ahora mismo, querida. Que pases una buena noche.
«Lo dicho, patético», pensó Lucius, no sabiendo qué le daba más arcadas, si el recuerdo del cordero a medio sangrar o el hecho de saber de antemano que, efectivamente, Bellatrix pasaría una buena noche, aunque no en su propio dormitorio.
Nada que una copa de su brandy más costoso no pudiera aliviar. O dos…
–Una más, ¿Qué daño va a hacer?–se dijo, sirviéndose su tercera copa luego de encender la chimenea del cuarto por sí mismo.
No que un elfo no pudiera hacerlo; pero luego de casi una hora de estar ahí, en el dormitorio de Narcisa, mirando la pared, la ansiedad le ganó.
Estaba en ello cuando de pronto la puerta se abrió y entró su esposa. Sus ojos azules fueron de su rostro, a la chimenea y luego se quedaron fijos en la copa que tenía en la mano, obviamente desaprobándolo tanto o más que a la botella en su otra mano, o a él, Lucius ya no sabía.
Y tenía muy claro que ofrecerle una copa sería algo así como lanzarse un avada a sí mismo.
–¿Cómo está Draco?–atinó a preguntar, felicitándose internamente cuando los ojos de su esposa parecieron suavizarse.
–Duerme–dijo ella y antes que él pudiera agregar algo más, alzó su varita y silenció la habitación.
Lucius miró la ventana por instinto.
–Si estás aquí es que ha reaccionado y has podido darle las pociones–conjeturó a media voz, dejando muy sabiamente la copa sobre una mesita de centro junto a la botella–. ¿Te ha dicho algo del por qué…?
Calló tan pronto Narcisa lo fulminó con la mirada. ¿Y ahora qué había dicho mal?
–Cissy…
Ella alzó la mano exigiendo silencio. Luego le miró con dureza.
–Cinco minutos–le dijo–. Necesito que seas el hombre con el que me casé solo cinco minutos, Lucius. ¿Puedes hacer eso o es necesario que te bebas todo el brandy para lograrlo? Si es así, adelante, hazlo. Yo esperaré, ¡A ver si así logro oír a mi esposo hablar del intento de suicidio de su único hijo como si le importara algo más que un maldito jarrón roto!
Lucius palideció y tuvo la decencia de bajar la mirada un poco.
–Por supuesto que Draco me importa, Narcisa. He hecho y hago todo por él, por su futuro.
–¿Cuál futuro? ¿El de ser un señor sin señorío?, ¿El de tener que hacer lo que le digan o sufrir las consecuencias? Nuestro apellido no vale nada en este momento. Te buscan, lo buscan a él, ¡Y aquí los usan a ambos como si fueran elfos!, ¿Qué te hace pensar que será distinto si el Lord está en el poder?
–Cuándo , querida, cuándo.
–Oh, claro, la misma promesa sin sentido de hace años atrás. ¿No era eso lo que creías? Tu señor te recompensaría, estarías a su lado, nadie podría contravenirte, el nombre Malfoy sería uno que respetaran y temieran por igual. ¿Qué ha sido de todo ese futuro glorioso en más de quince años, Lucius? ¿Qué hemos obtenido aparte de vergüenza, persecución, muerte y burlas, incluso dentro de nuestra propia casa?
Lucius no fue capaz de responder. De repente deseó haberse bebido todo el brandy.
–Ahora yo debo de andar con cuidado en mis dominios, no puedo ni siquiera dormir sin tener mi varita bajo la almohada. Draco no puede ni siquiera andar en libertad en su propia casa, ¿Y tú?… compartes la mesa con sucios criminales, permites que coman de tu comida, que vivan bajo tu techo, que…
–¿Y qué se supone que haga entonces? –rebatió Lucius–. El Señor Tenebroso no aceptaría menos. Fallé, Narcisa, no lo olvides. No solo me oculté cuando cayó la primera vez, le fallé en el Ministerio, ¡Tenía que redimirme!
–¡Y lo hiciste! Oh, no, espera, ¡Fue Draco el que lo hizo!–dijo ella–. Un muchacho. Tu muchacho.
«Y falló», pensó Lucius; pero no lo dijo.
–Con eso tendría que haber sido suficiente. Tendría que haberle bastado con tener en sus filas a las dos últimas generaciones de dos familias como las nuestras. Oh; pero no… no tu Señor. ¿Por qué conformarse si puede transformarnos en su entretenimiento personal? ¡uno que para colmo es su inagotable fuente de financiamiento!
Lucius la miró espantado.
–No debes decir algo así, si te escucharan, si supieran, podrían…
–¿Qué? ¿Matarme? O quizás torturarme por mera diversión.
–¡Narcisa!
–¡No me importa más!–exclamó ella–. Odio todo esto, lo odio a él ¡Y te odio a ti por permitir que llegara a nuestras vidas!
Cuando sin aviso se soltó a llorar, Lucius comenzó a mirar a todo lado sin saber qué hacer, más aún cuando ella rechazó su toque, cubriéndose el rostro con las manos.
Se había quebrado.
Los últimos días se había mostrado fuerte como un roble. Inamovible y fría como siempre. Fiera guardiana de su hijo. Apenas y le había dirigido la palabra o salido de la habitación de Draco luego de obligarlo a él a elaborar las pociones. Según Selby había usado un hechizo familia que le permitiera a Draco seguir estable compartiendo con él su propio núcleo mágico.
No había dormido, no había comido. Solo se había mantenido ahí. Sola. Luchando. Esperando.
¿Y él? Él se limitó a hacer lo que se le decía.
"Haz la poción".
"Dámela".
"No entres".
De repente, Lucius se sintió más inútil que nunca.
Estaba adoctrinado y ni siquiera se había dado cuenta hasta ese momento. ¿Desde cuando se limitaba a hacer sin rechistar como un pelele?
«Años», se dijo a sí mismo y apretó las manos. Las mismas manos que ya ni siquiera se sentían capaces de dar consuelo. Las mismas que su Señor consideraba indignas de portar una varita.
Narcisa le había pedido ser el hombre con el que se casó por solo cinco minutos. Lucius jamás pensó que fuera distinto al de siempre; pero ahora se preguntaba desde cuando se había convertido en una carga para su mujer. ¿En qué momento había soltado las riendas de su vida y todo lo que por generaciones se había construido?
¿Dónde estaba la gloria prometida? ¿La recompensa? Incluso el honor de mago.
No tenía nada.
Ya ni su casa era suya, se burlaban de él en sus narices y ya hasta los elfos le habían perdido respeto…
…y Draco. Draco estaba pagando las consecuencias de esa debilidad. Si hubiera tenido éxito en su pequeña empresa bien podía dar por extintos no solo a los Malfoy, sino a los Black. ¿Para qué tanta lucha, sacrificio y empeño entonces?
¿Qué habría hecho el viejo Lucius?
Se detuvo a pensarlo.
Antes que Draco naciera, su ambición y objetivos eran los mismos. Hacer más grande el nombre Malfoy. Encabezar la élite, controlar el poder y reestructurar el mundo mágico.
No. Quizá debería ir un poco más atrás. Hacer que su apellido fuera grandioso nunca admitió la posibilidad de servidumbre. No hasta él, al menos… y la idea de vasallaje ni siquiera estuvo dentro de sus primeros planes.
¿Desde cuándo entonces? ¿Desde cuándo?
Voldemort.
Voldemort y su promesa de poder, tan atractiva y seductora como que de pronto bajara un Dios del Olimpo a ofrecer un trozo de ambrosía a un simple mortal, aunque después entregara solo un simple placebo.
Uno que lo había vuelto adicto, haciéndole perder de vista sus prioridades y el deber de todo líder Malfoy.
Hasta ese momento jamás se lo había planteado. ¿Su padre estaría orgulloso? Sí, posiblemente. Tanto o más de lo que estaba de sí mismo, cegado, adicto a la promesa de un poder que jamás llegó a ser del todo suyo.
Como él.
Lucius, hasta ese instante se había sentido capaz de hacer cualquier cosa con tal de recuperar el favor del Señor Tenebroso. Lo que fuera. ¿No era así como actuaban también los adictos?
Exhaló con pesadez.
Sanctimonia Vincet Semper. Sí… pero también había otro motto no oficial que pesaba tanto como el primero.
La familia primero.
Lucius cerró los ojos. Su embotada mente palpitando fuerte, como quien despierta con una terrible resaca. Miró a su mujer, luego pensó en Draco.
Draco…
Siempre había aspirado a ser el ejemplo a seguir de su hijo. ¿De qué valía eso ahora si serlo significaba tener siempre que agachar la cabeza? Recoger migajas y agradecer por ellas.
Mierda. ¿Qué había hecho?
–Cissy–la llamó, posando las manos sobre sus hombros.
–¡Que no me toques!–rebatió ella, removiéndose; pero entonces Lucius la abrazó–. ¡Quita…!
–Lo lamento–la interrumpió él y escondió el rostro en su cabello–. Perdóname, Cissy. Tienes razón. Jamás… jamás debí traerlo a nuestra casa, jamás debí dejar que tocara a Draco. Me… me perdí, no sé cómo y no entiendo cuándo; pero solo he dado vueltas en un laberinto sin fin y sin querer los he arrastrado conmigo. No es la vida que te prometí, tampoco la que quería para Draco; pero no sé qué hacer… no puedo… no sé… solo… lo lamento, lo lamento mucho.
Sintió dos débiles golpes en su pecho en cuanto las palabras escaparon de sus labios; sin embargo no mucho después las mismas manos se cerraron en la tela de su túnica.
–Sabes cuál es su plan. Puede no decírtelo; pero no eres idiota ni yo tampoco–le dijo Narcisa–. Solo espera a acabar con el chico Potter y después nosotros seremos nada. No nos necesita, Lucius. Lo demuestra cada que puede y cada vez sus castigos son peores. Solo manteniendo a Draco podrá acceder a nuestras bóvedas.
Lucius respingó.
–Te ha quitado la varita, te ha quitado tu casa y nos quitará a Draco si no hacemos algo.
Y fue como si alguna fuerza poderosa le sacudiera los sesos con la violencia de un ramazo del Sauce Boxeador, sacándolo de su embotamiento derechito a forzarlo a pensar en una forma de salir de todo ese lío.
La familia primero. No volvería a olvidarlo.
–No lo hará–dijo.
No una negativa, no palabras incrédulas. Narcisa lo supo con tan solo mirarle a los ojos. Era una promesa.
–¿Lucius?
Él besó su frente de repente.
–Ten calma, amor mío.
–¿Qué?
–No dejaré que vuelva a llegar a ustedes, Narcisa, puedo prometértelo. Aún no sé cómo; pero voy a pensar en algo, solo… necesito un par de días, tengo algunas cartas qué escribir. ¿Céphirus regresó?
–¿El búho de Draco? Está en su cobertizo; pero…
–Dile a nuestro hijo que lo necesitaré. Ya es sabido por todos que va y viene de la mansión, no levantará sospechas.
–Lucius, ¿Qué estás…?
–Ocúpate de que Draco se restablezca. Falta poco para la acometida en el colegio. Díselo. Que esté preparado. Necesitará de todas sus fuerzas.
–¡¿Hogwarts?!, pero ¿Qué…? ¡Lucius, espera un momento! Aún con todo lo que te he dicho, ¿Estás planeando que mi hijo vaya a luchar con otros niños como si fuera un soldado? ¡¿Qué demonios tienes en el cerebro, pixies?! ¡Sobre mi cadáver, ¿Oíste?!, ¡Solo conmigo bajo tierra vas a tener la chance de…!
Y sin llegar a ver la sonrisa en el rostro de su esposo, Narcisa fue silenciada con un repentino beso que hizo que recordara los primeros años de matrimonio. Cuando ella era solo una jovencita y Lucius un gallardo mago que, cual príncipe, le prometía un felices por siempre.
–¿Qué…? ¿Qué…?
Lucius sonrió de nuevo, engreído. Por alguna razón se sentía vivo y más le valía ponerse a trabajar antes de perder esa chispa.
–Sigamos como sin nada, al menos con los demás. Cuando tenga todo listo, te lo diré. Solo confía en mí, Cissy, no te defraudaré de nuevo.
Y con eso, no sin antes relamer el sabor de su esposa de entre sus labios, salió raudamente de la habitación rumbo a la suya.
Tenía que chantajear… es decir, cobrar un viejo favor y asegurar a su familia en tiempo récord.
Nada que no hubiera hecho antes, solo que esta vez no tendría que hincar la rodilla.
.
.
.
Él no vivía.
Respiraba; pero se sentía muerto.
¿Por qué nadie lo entendía? ¡Ni siquiera Blaise!
Apenas dormía, se levantaba, se vestía, iba al Gran Comedor donde estaba obligado a sentarse aunque no probaba bocado, venía la hora del correo y, como siempre, nada. Ni una nota. Luego iba a sentarse a las clases donde no escuchaba una sola palabra realmente (no que las lecciones de los Carrow fueran precisamente magistrales, o morales, o humanas, dado el caso), y volvía a su habitación donde no hacía otra cosa mas que elucubrar en su cabeza todas las formas en las que el plan de Draco podrían y habrían salido mal, para después discutir con Blaise cuando él le pedía no perder la esperanza.
¡Pero es que no tenía ninguna! Y lo que era peor, con cada día que pasaba desde la última comunicación con Draco, sentía que iba perdiendo la cordura más y más.
Incluso, una noche se alzó sobre su cama jurando que había visto a un conejo fantasma saltando sobre sus frazadas; pero eran tan pocas las horas de sueño que temía estar empezando a alucinar… O al menos eso dijo Blaise en un intento de broma que no salió nada bien y que terminó con su moreno amigo disculpándose y tratando de mantenerle viva la esperanza al decir que, del lado de Ginny, tampoco se tenían noticias de ningún Lovegood en las listas de muertos semanales.
Como si eso fuera consuelo alguno.
Las horas de sueño cada vez eran menos.
El cansancio comenzó a evidenciarse más y más en su rostro y un par de días después; cayó como saco en su pupitre en plena "Lección de cruciatus".
Blaise y Pansy, quien tenía poco menos de un día de haber regresado al colegio, lograron sacarlo del aula con solo un ensayo de castigo a manera de advertencia.
Blaise luego insistió en que Theo tenía que tomar una poción para dormir al menos unas 8 horas reglamentarias o acabaría muriéndose.
–¿Cuál es la diferencia?–rebatió él con desgano.
La noche llegó más rápido de lo que hubiera deseado. Blaise se escabulló como ya se le había hecho costumbre, prometiendo volver con noticias. Theo supo que lo volvería a ver al día siguiente casi al terminar el desayuno.
Por lo menos uno de los dos era feliz.
Exhaló a la nada en su habitación.
La felicidad podía ser la más cruel de las drogas, sobre todo para quien ha carecido de ella toda la vida. Porque una probada siempre lo hará desear más, hasta el punto de necesitarla más que al mismo aire para luego dejarlo como él en ese momento. Muerto en vida.
Sin esperanza.
La suya había desaparecido con Luna.
–Maldición.
Su rostro se arrugó con dolor. Dolía solo pensarla, pues aunque su mente buscaba aliviarlo mostrándole algún recuerdo de su rostro o su sonrisa o de sus ojos grises llenos de vida, no pasaba mucho para que también la imaginara completamente rota, la mayoría de veces bajo el pie y la varita de su padre.
Era la misma tortura cada noche. Por lo menos ahora no tenía que fingir ya que Blaise no estaba en el cuarto.
Theo enterró el rostro en sus manos. Sus ojos ardiendo de lágrimas que se negaban a salir, quizá como terca resistencia a aceptar lo que el sentido común le decía a gritos.
Que Draco no diera noticias solo podía significar que el plan había fallado. Y eso llevaba a una verdad inminente.
No volvería a ver a Luna.
No volvería a tocarla o a escuchar su risa.
No volvería a sentir su tacto suave contra su piel.
Y él moriría.
Ya estaba muerto.
–Theo…
La voz de Luna, como eco fantasmal le erizó la piel; pero se negó a despegar las manos de su rostro. Ya se veía venir otra noche de alucinaciones.
De pronto, sintió cómo algo lo atravesaba y saltó tan fuerte que se cayó por un costado de la cama, levantándose de un brinco, varita en mano, apuntando a todo lado en la habitación vacía.
De acuerdo. Una cosa era alucinar y otra cosa muy distinta sentir algo físico debido a una alucinación. No estaba todavía tan desquiciado.
–¡Muéstrate!–ordenó y sin bajar la guardia se dirigió a la puerta, abriéndola rápido para pillar al bromista y descargar toda su furia sobre él.
Pero no halló a nadie.
Miró de nuevo dentro de la habitación. Estaba tan desierta como siempre.
–Me estoy volviendo loco–habló para sí, poniendo la varita en su bolsillo y desanudando la corbata en su cuello mientras cerraba la puerta.
Luego se pasó una mano entre su cabello, forzándose a respirar para recuperar la calma.
Fue cuando lo vio.
O volvió a verlo.
El condenado conejo fantasma bien sentado sobre su cama.
Sacudió la cabeza y parpadeó. Volvió a hacerlo. El animal seguía ahí.
Pero no. No era un conejo. Era una liebre. Lo supo por su tamaño y la forma de sus patas y la de sus orejas.
No que fuera el momento idóneo para ponerse a determinar las diferencias entre liebre y conejo. El asunto primordial era: ¡¿Qué cojones hacía una liebre fantasma en su cama?!
De repente el animal dio un brinco, atravesándolo. Theo volvió a experimentar esa sensación extraña de hacía minutos atrás y estuvo a punto de maldecir cuando escuchó la misma voz.
–Theo…
Giró a enfrentarse con la puerta cerrada y su mano por instinto fue a su varita; pero ni siquiera había sopesado la idea de salir cuando la liebre regresó, esta vez atravesando la pared, dando de brincos sobre las camas y en el aire.
–Ven, Theo…–repitió la voz mientras la liebre no dejaba de saltar, atravesando la pared y regresando al instante.
Solo por ver qué sucedía, Theo abrió la puerta cuando la liebre salió y la halló brincoteando en el pequeño pasillo. Cuando el animal lo vio, saltó más lejos y atravesando la conexión a la sala común.
No muy seguro todavía, Theo cerró su habitación y salió. La liebre parecía esperarlo para luego brincar y desaparecer de nuevo, cada vez más lejos.
Puede ser una trampa, le advirtió su mente a unos pasos de la salida de Slytherin. ¿Pero quién podría estar detrás? Solo su padre lo quería, o bien convertido en mortifago, o bien seriamente malherido o bien muerto y, francamente, dudaba que usara una liebre fantasma para atraerlo. Era demasiado… no sabía bien, ¿inocente?
Definitivamente no el estilo de su sádico padre.
Tomando su decisión, asomó el rostro en el corredor exterior. Por supuesto, la liebre estaba ahí, solo diferenciándose de las pocas antorchas por su color blanquecino.
El animal, cuando lo vio dio un brinco y luego se alejó saltando, mas no hacia las afueras de las mazmorras, no, sino adentrándose en ellas.
Por un momento, Theo pensó que podría ser Snape quien lo llamara y aceleró el paso; pero luego descartó la idea bajo la misma premisa con la que descartó a su padre. Una liebre no podía ser el estilo de Snape.
«El foso», se detuvo de repente cuando la liebre atravesó la entrada de ese sitio que él conocía tan bien.
No había regresado allá desde la desaparición de Luna. No tuvo las agallas.
¿Y ahora debía hacerlo?
Una idea cruzó su mente.
–Blaise.
Solo su amigo conocía que ese lugar era importante para él. Una liebre habría sido poco ortodoxa; pero no descabellada si se trataba de Blaise.
Theo apretó los puños y sujetó firme la varita. Si todo ese numerito se trataba de Blaise y uno de sus absurdos intentos de levantarle el ánimo, lo mínimo que se llevaría sería una maldición en toda regla.
Motivado por aquel repentino enojo, abrió la puerta y la azotó al entrar, mostrando que llevaba empuñada la varita, además de presentar una cara de muy pocos amigos y toda una retahíla de floridos insultos que dirigiría a Blaise en cuanto lo viera.
Pero lo que nunca esperó ver fue a la condenada liebre aún dando saltos alrededor de una figura encapuchada y pequeña, para luego desvanecerse casi al mismo tiempo que el portazo.
–De acuerdo, ¡alguien va a comenzar a dar explicaciones en este instante o van a llover maldiciones!, ¡Tienes dos segundos!
Nada lo preparó lo suficiente para cuando esa persona volteó.
El aire abandonó su cuerpo.
Los ojos casi se le salieron de las cuencas y el corazón se le detuvo.
La capucha cayó hacia atrás mostrando los largos cabellos rubios rodeando un rostro, sus ojos grises estaban brillantes de lágrimas y su boca aún sin decidirse por una sonrisa o por decir algo.
Tan irreal que Theo temió estar alucinando y no se permitió ni parpadear.
Pero entonces la oyó.
–Hola, Theo.
Esa voz. La que había escuchado en sus alucinaciones. La que había escuchado mientras la liebre brincaba en su habitación. La que pensó que jamás oiría de nuevo. Su voz.
Luego, pasos apresurados, que corrían de hecho, una risa que se debatía entre alegría y la tristeza de un sollozo y de pronto, la fuerza diminuta; pero tenaz de su cuerpo brincando contra el suyo y la de sus delgados brazos lanzándose a su cuello, haciéndolo inclinarse por la diferencia de estaturas.
Su varita cayó de su mano y Theo sintió que si algo lograba atacarlo en ese momento, seguramente su cuerpo se haría añicos como el más insalvable cristal impactando contra rocas.
–Creí que no podría verte nunca más–dijo ella, acariciando su mejilla con la suya, todavía sin enfrentar sus miradas–. ¡Te extrañé mucho, Theo! No pude esperar a mañana.
El aire forzó su entrada y, tan pronto lo hizo, el cuerpo del mago tembló de pies a cabeza.
La apartó de golpe y, sujetándole de los hombros con fuerza la miró como un completo desquiciado. Luna, no obstante, no se asustó y sus labios formaron una hermosa sonrisa cuando sintió sus manos tocándole el rostro, casi pellizcándole las mejillas y estirando las comisuras de sus ojos, como si estuviera tratando de encontrar alguna costura inexistente.
Después lo sintió enredar los dedos en sus cabellos; pero solo se dejó hacer. Theo volvió a temblar.
–Eres tú, ¿De verdad eres tú? Lu-Luna… de verdad eres…
–Soy yo, mi amor. Volví–le dijo ella con dulzura.
Theo retiró las manos, casi espantado.
–No temas tocarme, Theo, no voy a ir a ninguna parte–dijo ella, alzando la mano con delicadeza hacia su rostro, deteniéndose solo unos segundos cuando le vio retraerse como un cachorro herido.
«Theo», pensó, notando cuán opaca estaba su piel, cuánto había perdido de peso, así como las ojeras negras bajo sus hermosos ojos que había extrañado tanto. Entonces posó la mano en su mejilla izquierda.
–Ah…–logró musitar Theo, sintiendo cómo ese diminuto esfuerzo barría con las fuerzas que le quedaban, haciéndole caer sobre sus rodillas, pese al vano intento de Luna por sostenerlo.
Tan pronto como pudo, aferró sus brazos a su figura menuda, cerrándolos alrededor de ella y escondiendo la cara en su vientre. Las lágrimas que por tanto tiempo se había negado a soltar salían ahora sin mesura mientras repetía como un mantra las palabras "Estás aquí" una y otra vez.
Luna acunó su cabeza con cuidado, respondiendo solo "Sí" a cada mantra con paciencia hasta que la voz de Theo languideció. Entonces se arrodilló también y tomó su rostro con las manos limpiando el rastro de lágrimas con sus dedos.
–Has sufrido mucho, ¿Verdad? Debes estar repleto de torposoplos–le dijo–. Yo solo podía espantarles cuando pensaba en ti. A veces imaginaba cómo sería verte de nuevo, cómo sería poder oírte y poder tocarte, solo así lograba dormir un poco.
Acarició la comisura de sus ojos con afecto.
Theo entonces tomó atención de sus ojos bellos, brillantes, aunque cansados. Merlín. Estaba tan delgada y pálida. Se animó a tocar un mechón de su cabello. Estaba tan largo que le llegaba a la cadera.
Sin pensarlo siquiera se lo llevó a la nariz, aspirando su suave aroma, sintiendo como si ese fuera su primer respiro real desde que ella había desaparecido.
No obstante, la culpa no tardó en emerger.
–Luna, ¿Algún día podrás perdonarme?–le preguntó–. Esto te pasó por mí. Te usaron, mi… mi padre te usó para obtenerme a mí. Quería reclutarme, debí ir antes, hacer lo que quería. Debí…
–Entonces ambos estaríamos muertos–le cortó Luna.
La tortura psicológica de Thaddeus Nott aún le escarapelaba la piel.
"Él ya es mío. Ya está aquí y le importa un bledo lo que haga yo contigo".
"Tú serás su primera prueba, angelito. Y cómo va a disfrutar destrozándote".
"Adora su nueva marca, ¿Sabes? La lleva con orgullo y está ansioso por demostrártelo".
"Te gustaría verlo, ¿verdad, angelito? Aunque sea solo para que practique contigo algunos crucios. Tiene que aprender a mí; pero tú serás la juez. Podrás decir quién de los dos es el mejor Nott, ¡Crucio!".
"Grita, angelito. ¡Llámalo! ¡Crucio!".
"Guarda tus fuerzas, ángel. Mi hijo ya viene".
«No», se decía ella en cada intervalo mientras castañeaba los dientes, incapaz de controlar los espasmos de su cuerpo, a veces tragando su propia sangre por morderse el interior de la boca. «No mi Theo», se juraba a sí misma, reuniendo todo el aire y el coraje posible para enfrentar un nuevo embate.
Porque llegaba.
Siempre llegaba.
–No digas que entregarte habría sido mejor–añadió entonces, mirando a los ojos a Theo–. Él habría ganado si hubieras ido y yo… yo me habría muerto de la pena de seguro.
–Pero…
–Eso ya acabó–dijo ella–. Estoy a salvo y aquí, contigo, es todo lo que me importa, todo lo que le da sentido a lo que pasó.
–No pude protegerte.
–Sí, lo hiciste– rebatió Luna, cogiéndole de las manos y llevándoselas al centro de su pecho–. Estabas aquí. Por eso no importaba lo que hiciera o cuántas veces lo hiciera, jamás le permití romperme.
Una lágrima cayó por su mejilla.
–Cada día que me decía que estabas ahí y no aparecías, cada día yo ganaba–continuó Luna–. Entonces me convencí a mí misma que mientras no te viera en ese lugar, podía tener esperanza y luego… luego mandaste la poción con Draco. Eso me salvó en más sentidos de los que podría explicarte, Theo. Supe que no me habías olvidado, que sí te importaba y que estabas tratando de ayudarme a escapar…
–Jamás te he olvidado. Jamás podría–dijo él, soltándose de sus manos para tomarle del rostro y besarla como solo podía soñar hacerlo desde que desapareció.
Ella le respondió en el acto llevando sus pequeñas manos a su cuello y arqueándose contra su pecho cuando las suyas la impulsaron hacia sí de la cintura.
Le besó con ansia, con fascinada entrega, acoplándose a su cuerpo cuando él la sentó a horcajadas sobre su regazo. Sus manos inquietas acariciaron sus hombros, su nuca y se enroscaron tiernos entre sus cabellos mientras le sentía apretando la piel de su espalda.
–Te amo, Luna. Más que a nada, más que a nadie–lo oyó decir, ronco, deslizando su boca por su mandíbula hasta su oreja y de regreso a sus labios.
Esta vez le acarició la lengua con la suya, tomando todo lo que tuviera para darle y dando todo cuanto él pudiera recibir, exhalando suaves suspiros cuando sintió su calor humedeciendo su garganta.
–Theo… mi Theo–susurró entre jadeos y, cuando menos se dio cuenta, se halló sujetándole la cabeza, medio obligándolo a seguir prodigando la piel de su cuello al mismo tiempo que sentía una de sus grandes y fuertes manos escalando furtivamente hasta acoplarse a la forma de uno de sus senos, apretando y acariciando sobre la tela–. Este es el momento, mi amor. El que no cambiaría por nada en el mundo.
Sorprendido e impactado por lo que oía, Theo elevó la mirada solo para ruborizarse al captar los ojos de Luna repletos de amor por él mientras una sonrisa se perfilaba en sus rosados labios.
Supo entonces que estaba completo y que no dejaría de estarlo siempre que ella lo mirara así.
–Quiero estar contigo–dijo sin pensar, sintiendo la cara arder cuando Luna lo miró con curiosidad.
Se vio en problemas. Sabía que tenía que explicar aunque no entendía bien cómo. Pero no era tiempo de flaquear ni echarse para atrás.
Después de recuperarla no tenía planeado perder ni un solo condenado minuto más.
–Déjame amarte, Luna. Deja que use mis manos, mi boca, mi cuerpo para demostrarte todo lo que significas para mí–continuó resistiendo el impulso de morderse la lengua y retractarse cuando la vio sonrojarse hasta las orejas–. Quiero fundirme contigo, en ti. Déjame adorarte, mi amor. Déjame hacerte mía y hazme tan tuyo como quieras.
Luna sintió el picor de las lágrimas acudiendo a sus ojos. Su corazón palpitaba tan rápido que estaba segura que, de darle toda su atención sería capaz de conocer su canción; pero no pudo ni quiso distraerse en ese momento. Adoración acudió a su mirada mientras tomaba la mano de Theo y dirigía sus dedos a su boca, besando su dorso con dulzura.
–Quiero estar contigo, Theo Nott–añadió con simpleza y una sonrisa.
Él la besó de nuevo. Misma ansia. Mismo fervor y solo cuando la sintió completamente entregada, se deslizó hacia su oído para susurrar.
–Aquí no. Ven conmigo.
Luna asintió, sujetando la mano que él le ofreció para ponerse de pie. Theo no esperó ni un respiro para pegarla a su torso, abarcando la curva de su cadera con la mano, mientras invocaba su varita con la otra, lanzando un hechizo desilusionador sobre ella, dando las gracias por primera vez a toda deidad conocida porque él fuera tan alto y Luna tan pequeña.
–No tomará mucho. Solo deja que te guíe.
Y ella hizo como él dijo, sin levantar la cabeza ni una sola vez, protegida por el cuerpo de Theo que, bajo su palma parecía volverse más y más caliente a medida que corrían los minutos.
Reconoció el suelo de las mazmorras y luego también creyó reconocer un tono verdusco de lo que parecía una alfombra; pero siguieron adelante hasta hallar unas escalinatas cortas que subieron tan rápido como pudieron, para luego atravesar una puerta que Theo, tras soltarla, cerró con prisa.
–Estamos a salvo ahora–dijo.
Solo entonces Luna se quitó la capucha de nuevo, reconociendo enseguida la habitación. Solo había estado ahí en el afán de Theo de ocultarla de los mortifagos cuando el director murió.
"No ha cambiado nada", abrió la boca para decir; pero el asalto de los labios de Theo la detuvo. Luego, igual que en la fosa. Lo sintió mimar su rostro, lo oyó murmurar su nombre y ella suspiró el suyo al sentirlo sobre un punto específico y sensible de su pulso.
De pronto, se halló en el aire. Los brazos de Theo sosteniéndola y conduciéndola hasta el pie de la cama donde la dejó para luego acuclillarse frente a ella y sacarle sus zapatos.
Luna, sin experticia alguna entendió la intención y llevó sus manos al nudo de su capa, dejándola resbalar sobre sus hombros. En silencio reverente y sin perderla de vista, Theo acercó las manos al borde de su suéter, esperando a recibir su consentimiento para elevarlo fuera de su cuerpo.
Abajo, solo una delgada camiseta blanca cubría su ropa interior. Theo acercó la mano a los tirantes, deslizándolos por sus blancos hombros bajo la atenta mirada de Luna quien, en el momento de sentirlo besar su piel, alzó las manos hacia su cuello, si era posible, presionándose más contra sus labios.
Theo gruñó y se deslizó sinuoso hasta su boca, aprovechando el agarre de ella para llevarla consigo hasta el centro de la cama, donde la acomodó sobre sus almohadas sin dejar de besarla ni de recorrer su cuerpo con su mano libre.
Casi perdió los estribos cuando coló la mano bajo la tela y acariciando por primera vez la tersura de su seno, logró arrancarle un gemido que terminó por consumir al calor de su lengua.
La sintió arquearse contra él y percibió su mano trepando por su camisa y luego tirando de su corbata. No dudó en ayudarla a deshacerse de ella y su cuerpo entero se estremeció al sentirla acariciar su pecho semicubierto.
Todo es un estorbo, pensó entonces. Cualquier cosa que le impidiera experimentar tal plenitud, por pequeña que fuera, era inútil y debía deshacerse de ella.
Luna pareció pensar lo mismo cuando, minutos después, piel contra piel, sintió como si jamás volviera a necesitar estar vestida.
Fiel a su palabra, Theo comenzó a adorarla de todas las maneras prometidas. Sus manos la recorrieron, masajeando su carne, provocándole sensaciones nuevas que ella no tenía forma de expresar salvo con suspiros de puro contento. Su boca, también insaciable, formó patrones y besó hasta los lugares que ella jamás imaginó que pudieran ser besados. Sentirlo entre sus pechos, en su estómago, incluso en sus piernas y en su centro se volvió más sublime con cada segundo y, supo de repente lo que significaba ser de otra persona.
Sobrepasaba la amistad, la camaradería, incluso el amor mismo. Podría invocar mil Patronus, estuvo segura. Todos corpóreos con solo concentrarse en ese nuevo sentimiento.
–Te amo– susurró él sin desperdiciar un momento. Ella le retuvo del rostro antes que pudiera seguir su nuevo recorrido y le besó.
Primero la frente, los ojos, las mejillas, esos labios que ahora tenían una pizca de sabor a ella misma.
–Te amo–correspondió después, aferrando las manos en su hombro y nuca, atrayéndolo con ella hasta hallar acomodo y hacerle un espacio entre sus piernas.
Los ojos azules de Theo casi se volvieron negros. Ella deslizó entonces las manos por su pecho y las acomodó en su espalda, aferrando sus omóplatos fuertes mientras su boca se deslizaba por la rígida piel de su cuello, humedeciendo su masculina mandíbula hasta atrapar el lóbulo de su oreja con los dientes. Él le había dicho que también podía hacerlo suyo, ¿O no?
Tanto como quisiera. Y Luna quería reclamar como suyo hasta el más pequeño espacio de su amplio y bien formado cuerpo. Así que usó, como él, las manos y la boca para lograrlo. Recorrió cada surco de dolores pasados, acariciándolos suave, con la delicadeza de quien toca un arpa y las besó también, sintiéndolo estremecerse cuando deslizó su tacto por la curva de su espalda baja donde apretó deseosa la piel de uno de sus glúteos.
Theo la miró con ojos sorprendidos; pero al devolverle ella su perpetua expresión soñadora se coloró–muy masculinamente–, hasta la raíz de su cabello.
–¿Eres mío, Theo?– preguntó ella rezumando inocencia.
Theo sintió de pronto como si le hubieran dado el más potente afrodisíaco.
–Para siempre– logró decir y casi al mismo tiempo que buscaba su pulso con los labios, fue Luna la que usando sus piernas derribó su equilibrio, forzándole a apoyarse por completo en ella, con sus centros a solo un movimiento de unirse.
Un poco en pánico elevó el rostro; pero Luna, sonrojada y todavía con los brazos alrededor de su cuello le sonrió y asintió con la cabeza.
–Para siempre–prometió de nuevo, deleitándose con el brillo de sus ojos unos segundos antes de besarla con pasión y adentrarse en ella.
«Todo valió la pena, después de todo», pensó furtivo, dedicando solo un segundo más de su vida a pensar en todas las penurias, lágrimas, maltratos y oscuridad que había conocido desde la cuna, sintiendo cómo todas aquellas horribles y viejas sensaciones se escurrían como lodo bajo la lluvia.
No volvería a pensar en eso nunca más.
–Theo, Theo… te amo, te amo. Mi Theo…
Ella era su lluvia, su luz, el milagro por el que siempre había esperado.
"Tú vas a ser feliz, tan feliz…".
Aquella vieja promesa, quizá soñada, quizá real se coló en sus pensamientos, haciéndolo sonreír.
Comprendió entonces lo que Luna le había dicho en el foso.
No cambiaria un minuto de su vida si esta era la recompensa.
Por nada del mundo.
.
.
.
Entretanto, en otro lugar del castillo, la sombra de una mujer se arrastraba por los corredores, tratando de acelerar el paso tanto como podía sin llamar la atención, aunque cada cierto tiempo tuviera que meterse la manga de la túnica a la boca para acallar sus gritos.
Estaba deshaciéndose por dentro, podía sentirlo y cada vez los dolores eran más terribles.
No era estúpida. Sabía que iba a ser así; pero ingenuamente creyó que podría tolerarlo. Pasada la medianoche la sensación se hizo tan insoportable que salió de la cama, entrando en pánico al comprobar el estado de sus sábanas.
Sus compañeras, por fortuna, estaban bien dormidas; pero ella supo que no sería por mucho si no se iba de ahí en ese momento. Así que se colocó la túnica sobre el camisón y cargando con la sábana hecha un ovillo en sus manos, se escabulló de su habitación, tragándose su orgullo y su miedo para intentar buscar ayuda.
Y ahí estaba, bañada en sudor y lágrimas mientras veía de vez en cuando el camino a sus espaldas, cuidando de no dejar rastros.
Dolía.
No. Ardía. Quizá ambas. Era como si alguien estuviera haciendo un show con fuego infernal en sus entrañas. Cada vez caminar era más difícil y pronto se vio sosteniéndose de las paredes para mantener el equilibrio, aunque eso no le impidió caer de rodillas al menos un par de veces, gritar en su ya humedecida manga y, con el mismo ritmo ponerse de pie y seguir.
Cada vez más lento.
Cada vez con más dificultad.
Un flash de pánico la inundó al llegar a las puertas que buscaba y hallarlas cerradas. Jamás lo habían estado antes, al menos no del todo durante la gestión de Dumbledore. Ahora, incluso los alrededores lucían lúgubres. Sin antorchas encendidas. Solo la fría luz de la noche apenas iluminando las puertas oscuras, sobre las que, en un intento desesperado se lanzó, golpeando con las fuerzas que le quedaban mientras pedía por ayuda en sollozos cada vez más abogados por el dolor.
Cayó por tercera vez sobre sus rodillas y estas, a su vez, cedieron a su peso dejándola hecha un ovillo en el piso de piedra, con los cabellos negros desordenados sobre su cara empapada de lágrimas y un pequeño charco tibio comenzando a formarse de entre sus piernas.
Eso era todo. Se iba a morir. Y quizá por un lado sería lo mejor.
Una vida por otra. Simple compensación.
Fue así como la encontró Madame Pomfrey.
••••
La enfermería era su santuario.
Pese a las estrictas nuevas reglas del colegio o a tener que pasar de curar cortes o magulladuras de Quidditch a secuelas de Cruciatus o moretones que nada tenían que ver con el deporte, Poppy Pomfrey consideraba su preciada enfermería como el último bastión de decencia y caridad humana en el castillo.
Curaba a todo el que pedía ayuda, haciendo su máximo esfuerzo por aliviar las terribles condiciones que los alumnos tenían que soportar, especialmente los de los primeros años y, entre ellos, especialmente a los nacidos de Muggles.
Luego pasaba el tiempo que podía haciendo sus propias pociones, ya que le habían recortado el suministro. Tanto ella como Pomona dejaban algunos viales y emplastos de hierbas a disposición de los elfos, como única manera de apoyar a la resistencia que sabían que se había formado en el colegio. Aunque, siendo sincera, su ayuda era bien poca y algo rudimentaria dada la escasez de insumos que apenas y lograban cubrir con la producción de los invernaderos sin llamar demasiado la atención.
Así de oscuras eran las condiciones en ese nuevo Hogwarts.
Sin embargo, Poppy Pomfrey no se dejaba abatir y, en noches como esa donde el insomnio era evidente, agradecía en parte la nueva regla que prohibía a los estudiantes pasar la noche en la enfermería, pues, aunque no le hacía gracia dejar ir a niños inocentes apenas recuperados, podía invertir el tiempo en fabricar más pociones para sus despensas.
La mañana sería agitada, como siempre y ella necesitaba estar preparada así no consiguiera pegar el ojo hasta entonces.
Precisamente se hallaba echando un potenciador a la mezcla para tratar los espasmos de los cruciatus cuando el silencio de su sagrado recinto fue roto por golpes en la puerta.
Por instinto y reflejo, cogió su varita y extinguió la luz de las velas que usaba para alumbrarse, escondió su caldero bajo la cama y desanudando su mandil, se metió entre las sábanas lo más pronto que pudo, incluso sin quitarse los zapatos.
De ninguna forma podía dejar que los Carrow supieran de sus actividades y no le extrañaba nada que hubieran decidido hacerle una inspección sorpresa por si encontraban a algún alumno rompiendo sus inhumanas reglas.
Esperó ahí, casi sin moverse por los dos minutos más largos de su vida; pero nada pasó.
¿Lo había imaginado?
Por la estación en la que estaban, era difícil que la madera crujiera. Además no había sido ese el sonido que captó; sino golpes, como los de alguien pidiendo entrar.
Un mal presentimiento se alojó en su pecho al caer en cuenta de un detalle.
Quien quiera que hubiera sido, no podían ser los Carrow. Ellos no habrían tocado la puerta, ellos la habrían abierto de par en par y de un solo golpe para conservar el factor sorpresa.
Pero entonces, ¿Quién?
«Peeves», fue su segunda opción; pero supo al momento siguiente que eso era solo un pensamiento placebo. En el nuevo Hogwarts, ya ni siquiera el malicioso Poltergeist gustaba hacer de las suyas.
Colocó una vela gruesa en el candelero y lo sujetó firme. Era mejor que un Lumos, dadas las circunstancias y, solo por si acaso prefería tener lista la varita por si necesitaba defenderse.
Por supuesto. Nada la preparó para lo que encontraría tras la puerta.
–¡Merlín!– exclamó al agacharse, dejar el candelero tras la puerta y estirar la mano para apartar los cabellos del rostro de la chica inconsciente a sus pies.
Pansy Parkinson.
Por instinto miró alrededor; pero el corredor estaba vacío y oscuro como siempre.
–Señorita Parkinson. ¿Puede oírme?–le preguntó, comprobando sus signos vitales; pero fue cuando hizo levitar su cuerpo que halló el rastro de sangre en el piso y tuvo que cubrirse la boca al notar la sábana ensangrentada que la muchacha retenía contra su estómago.
Su mente entró en automático y tan pronto como pudo, la levitó hasta su propia cama, al fondo de la enfermería. Allí, quitó la sábana de las manos de la joven y abrió su túnica, quedándose igual de pasmada al hallar su camisón tan lleno de sangre como la prenda de cama.
Su experiencia no le permitió la duda. Solo bastaba ver la palidez de la chica y notar el origen de toda esa sangre para saber lo que había sucedido. Luego, sus hechizos de diagnóstico lo comprobaron.
Aquella fue una noche larga y pesada, además de turbia y, en parte, aleccionadora para Poppy Pomfrey.
Tras restablecer a la chica con pociones restablecedoras de sangre que la obligó a beber en breves periodos de alucinaciones por la fiebre, mientras quitaba los rastros de sangre de su cuerpo, no pudo evitar juzgarla como una adolescente irresponsable y egoísta, que era como siempre la había visto, de hecho.
Slytherin, sangre pura, pequeña mimada que no había sabido cómo hacerse cargo de sus errores y había optado por una salida fácil y egoísta, tomándosela contra una criatura inocente.
Pero luego, cuando le tocó limpiarla para evitar que le diera una infección, todos sus conceptos preconcebidos se hicieron trizas y retrocedieron por el espanto.
Pansy Parkinson tenía diecisiete años. Técnicamente una adulta para el mundo mágico; pero una adolescente todavía en cuanto a desarrollo se refería. Su complexión era delgada, su cintura fina y sus proporciones adecuadas aunque aún no alcanzara la madurez que obtendría pasados los veinte.
Sin embargo, ahí estaba, con las níveas caderas llenas de cardenales viejos, volviendo a su color de a pocos, surcos que parecían arañazos en la cara interna de sus muslos y, lo que hizo a Madame Pomfrey incapaz de contenerse de llorar… su centro, tan inflamado que tan solo podía imaginar lo doloroso que debía ser para esa niña solo sentarse o incluso atender a sus necesidades básicas.
Pansy Parkinson presentaba los signos usuales, (e incluso peores), que ella había visto en su preparación como sanadora, solo en casos muy extremos de abuso sexual o incluso de prostitución.
Pero, ¿Quién?… ¿Cómo? Si ella fuera una nacida de muggles la respuesta sería obvia; pero no solo era una sangre pura; sino una perteneciente a una familia conocida, además de supuestamente vinculada al bando de Quien- no- debía- ser -nombrado.
¿Cómo era que había llegado a este punto?
El abuso que presentaba no era antiguo. Frecuente al punto de lacerarla de esa forma, sí; pero al mismo tiempo reciente.
Un quejido de sus labios rompió su concentración y de inmediato puso manos a la obra.
–Shh…shh…shh… tranquila, tranquila señorita Parkinson, ya ha pasado lo peor–le susurró y luego la ayudó a levantar la cabeza con mucho cuidado para que bebiera–. Poción para el dolor, pequeña, te ayudará a sentirte mejor.
Pansy entreabrió los ojos con dificultad y balbuceó sin lograr formar palabras.
–Está bien, todo está bien, no te esfuerces ya habrá tiempo de hablar después. Ahora debes dormir todo lo que puedas–le dijo Madame, acomodándola como quien acomoda a una criatura en las almohadas.
No obstante, lejos de sucumbir al cansancio, gracias a los efectos de la poción, Pansy se encogió dentro de la cama, rodeó su estómago con sus brazos y se soltó a llorar.
Estaba hecho. Lo sabía sin siquiera preguntar, estuvo hecho desde antes de escapar de su habitación; pero de alguna manera que no lograba entender el solo saberlo la llenó de una avasalladora culpa que no pudo ignorar.
–Lo…lo siento–logró decir–. Sé que debe pensar que soy una persona horrible. Y lo soy; pero es que no… no podía… no así… no de… de ese…
–Shhh, Shhh, tranquila, no piense en nada ahora. Intente dormir.
–Era la única forma–dijo Pansy; sin embargo, sin poder dejar de llorar–. No lo quería. Lo metieron en mí, ¡yo no lo quería!
Madame no se atrevió a decir nada.
–Debió dejarme morir. Ni siquiera sé para qué vine aquí. Debí morir junto con… con eso– sollozó la chica, cubriéndose la boca por instinto–. ¡Oh, por Merlín! No se supone que se sentiría así. Debería sentir alivio, ¿Por qué no puedo sentir alivio?
–Le daré una poción para dormir sin sueños.
–¡No!–exclamó Pansy–. No me de nada más. Déjeme morir, Madame. Él averiguará lo que hice, me vigila ¡Lo sé! Déjeme morir antes que me atrape, ¡Por favor! No podré soportarlo otra vez, ¡Si vuelve a tocarme voy a acabar volviéndome loca!
Madame, que estaba acostumbrada a presenciar escenas de mucho dolor, sobre todo físico, sabía bien cómo controlar sus emociones para mantenerse neutral. No obstante, ver a Pansy en ese estado inevitablemente logró quebrar sus defensas y, conmovida, se sentó a su lado en la cama y sin hacerle daño apartó las manos que la joven bruja usaba para tirar de sus cabellos negros.
–¿Quién fue, señorita Parkinson?… Pansy, ¿Quién te hizo tanto daño?, ¿Está en el castillo? Podemos reportarlo, dar aviso a tus padres, las cosas no son como eran antes; pero estoy segura que…
–¡N-No! ¡No, por favor!– reaccionó ella. semi incorporándose. Madame calló ante el terror en sus ojos–. Mis padres serán los primeros en decirle y entonces me hará volver. No me dejará regresar. Por favor, ¡Se lo suplico, no diga nada a nadie!
Madame frunció el seño. ¿Cómo esa jovencita lanzaba tamaña acusación contra sus propios padres? No tenía sentido.
–Criatura, pero ¿Qué dices? Has de estar confundida–le sonrió empática–. Has tenido una noche muy difícil. Necesitas descansar. Mañana tendrás la mente más clara y entonces hablaremos, ¿Esta bien?
Pero Pansy no se sentía bien con eso. Se sentía en peligro de nuevo y como tal lo demostró al sujetar la muñeca de la enfermera cuando ella intentaba cobijarla.
–¡No está escuchándome! Lo que hice lo tenía prohibido. Mis padres no van a preocuparse por mí si les avisa, si acaso ¡Solo se angustiarán por su maldita bóveda!– rebatió–. Será tanto como matarme, ¡¿Por qué no lo entiende?!
–Es que no… son… son sus padres, señorita Parkinson. Lo que dice no tiene sentido, ellos…
–¡Con un demonio, ellos me vendieron!–gritó Pansy y al instante se llevó una mano al pecho mientras la cara de le arrugaba de dolor.
–¡Señorita Parkinson!–exclamó Madame socorriéndola al instante, instándole a respirar mientras checaba sus signos, para luego darle un poco de agua–. Beba solo un sorbo, no se agite.
Ella obedeció. Por un momento, pareció como si garras se insertaran en su corazón. Antón le había hablado de ello antes de dejarla volver a Hogwarts a manera de advertencia para que mantuviera la boca cerrada. Consecuencias de las tentativas de romper juramentos hechos sobre la magia.
Si así había dolido quebrantar un simple juramento de varita, Pansy no quería ni imaginar lo que sucedería al romper un juramento inquebrantable. Y eso que fue su propio padre quien lo sugirió primero.
Maldito bastardo.
–¿Qué ha sido eso?– oyó decir a Madame Pomfrey y ladeó el rostro hacia ella.
La buena mujer la tenía sostenida de los hombros y todavía tenía el vaso con agua en la mano. Sus ojos la miraban con espanto.
–R-Revelio–musitó Pansy–. N-No puedo decir mucho. Use… use el revelio aquí –añadió la chica mostrándole la mano derecha.
No podía decir la verdad por su cuenta, no hasta que terminara Hogwarts al menos. No obstante, nada le prohibía dar pistas para que otros lo adivinaran.
Madame, al ver la desesperación en sus ojos solo atinó a asentir y cogió su varita, acercando la punta a la mano que le ofrecía.
–Revelio–conjuró
Y, ante su sorpresa, una argolla de oro gruesa apareció en el dedo anular de la joven.
–Dulce Morgana–exhaló, viendo a la chica con incredulidad.
Ya sabía que muchas familias sangre pura arreglaban los matrimonios de sus hijos; pero en las últimas décadas esa práctica había respetado un mínimo de edad para los cónyuges o, por lo menos, se llevaban a cabo cuando ambos terminaban sus estudios elementales e incluso había una normativa que volvía ilegal toda práctica contraria.
Pansy aún no terminaba su séptimo curso. ¡Eso era un delito!
–¿Desde cuándo?
–Dos meses… un poco más. Solo pude volver al colegio cuando se aseguró de…de que yo… de… –Pansy no pudo continuar y cerró los ojos. Las palabras lascivas de Anton susurrando en sus recuerdos–. Si sabe lo que pasó tendré que regresar con él y todo volverá a suceder hasta que conciba de nuevo y… y no me dejará volver. Será peor. No puede decirlo, ¡Por favor!, ¡por favor!
Madame se sentó a su lado.
–Cálmate, cálmate, niña–le dijo–. Está bien, no le diremos a nadie por ahora. Solo… solo cálmate. Respira.
Pansy obedeció y antes de siquiera notarlo, Madame la atrajo contra su pecho, comenzando a acariciar sus cabellos cortos. Rígida al inicio, Pansy jamás imaginó hallar tal consuelo y, sin nada de fuerza para rehusarla, acabó aferrada al camisón de la enfermera, rompiendo a llorar como no lo había hecho en mucho, mucho tiempo.
–Ya, ya …shhh, tranquila– susurró Madame al rato–. Esto que han hecho con usted está mal. Siendo todavía estudiante, nunca debieron. No estamos completamente desprotegidas por la ley, Pansy, existen límites y con usted han transgredido muchos.
–¿Y quién va a creerme?–sollozó ella–. Así lo hicieran ya es tarde. Mi magia está vinculada a la suya, no puedo revelar quién es hasta acabar el colegio y entonces será más tarde aún para impedir que me enlacen con él de manera oficial.
Madame apretó los labios.
–Tradiciones antiguas, ¿Cierto?–preguntó. Pansy asintió.
–Arcaicas. Empezando con este horrible anillo. No puedo quitármelo aunque quiera y él puede usarlo para encontrarme cuando le venga en gana hacerlo. Ni siquiera tolero mirarlo.
Eso lo explicó todo. Seguramente, si la chica intentaba quitarse su anillo este le quemaría como hierro al rojo vivo. Un arcaico encantamiento usado sobre esposas consideradas rebeldes.
Sin decir nada, Madame movió la varita y la argolla se mimetizó con la piel de la chica de inmediato.
– ¿Alguien más sabía de su embarazo?
–Solo mi madre. Era una condición para que pudieran reclamar la cantidad que fue dada por mí. Ayer recibí una carta suya felicitándome por una buena labor. Dijo que enviaría preparados especiales para mantenerme fuerte.
Madame sintió un escalofrío ante la vacía ironía en las palabras de esa mujer tan joven. Pero no era para menos. No requería preguntar para leer entre líneas.
A Pansy la habían casado por dinero. Para los Parkinson, su hija no era más que moneda de cambio, así como solo un útero sano, joven y dispuesto para su marido y posiblemente para su familia también.
–¿Sabe cuánto tiempo tenía? Lo lamento. Es… no encontré mayores vestigios al limpiarla.
–Semanas apenas–dijo Pansy–. Aprendí el hechizo que aplican en San Mungo para saberlo. Lo repetí todos los días hasta que dio positivo. Solo así me dejó regresar.
Madame cerró los ojos y se mordió la lengua para no maldecir en voz alta. Lo que Pansy decía era que había sido abusada sistemáticamente hasta lograr un embarazo. ¿Qué calaña de padres entregaba a su única hija a un destino tan cruel?
–Ya veo–dijo, separándola un poco de su cuerpo para verle a los ojos–. Voy a ayudarla en lo que pueda, Pansy. Por lo pronto mantendré esto en secreto.
La mirada de Pansy tembló así como su boca.
–Quedan todavía algunos meses antes de que acabe el curso. Si debe escribir a su… familia para llevar un control de su estado, puedo decirle qué escribir sobre sus síntomas. Eso le dará tiempo y algo de calma para ordenar sus ideas.
–¿De verdad haría eso?
Pansy no supo cómo interpretar la breve caricia que recibió en la mejilla. Parecía incluso maternal; pero ¿Qué sabía ella al respecto? Aunque lo intentara, no lograba recordar que su madre hubiera tenido un gesto así con ella. Nunca.
–Ganaremos tiempo–recalcó Madame–. Al final tendremos que reportar todo esto a la autoridad; pero para entonces usted estará más tranquila y buscaremos la manera de protegerla. Como le dije, hay leyes. El ritual familiar que practicaron en usted puede ser muy único; pero sobre magia vinculante existen parámetros que no pueden ser burlados. Daremos con alguna ley pertinente, la biblioteca de Hogwarts es basta, le ayudaré a formar bien su caso y ya entonces veremos.
Pansy sintió un chispazo de esperanza; pero tan pronto como llegó, lo sintió ensombrecerse.
–P-Pero no puedo hacerlo–titubeó–. Madre lo dijo. No puedo hacer nada contra A…–gruñó–… contra él. Ellos… ellos dijeron que ni siquiera el Ministerio puede intervenir. Además, el contrato que firmaron, el dinero que recibió mi familia…
–Nada está por encima de la ley, querida, no importa lo que sus padres digan. Sean cuales sean las circunstancias…–le dijo–. Un marido no puede abusar de su esposa y, en cuanto a sus padres, tanto ellos como los del señor Malfoy están en serios problemas, aunque en su caso sea equivalente a una raya más en el pelaje de un tigre.
Pansy se quedó perpleja unos segundos.
–¿Draco?–dijo–. No, un momento, ¿Usted piensa que ha sido Draco el que hizo todo esto?
Madame lució sorprendida por la pregunta; pero asintió como si fuera lo más obvio en el mundo.
–¡Pues no!– protestó Pansy–. No podría hablar de él si lo fuera, el juramento me lo impediría–añadió –. Draco Malfoy no es mi esposo. ¿Se da cuenta? ¡Lo he dicho!
–P-Pero… él… no era un secreto que usted y el señor Malfoy eran una pareja establecida antes de… de lo que hizo. Sus familias son muy antiguas, son…
–¿Mortífagos?
Madame no respondió; pero sus ojos lo dijeron todo.
–Él no es un monstruo–defendió Pansy–. Conozco a uno personalmente y Draco no lo es. No importa lo que se diga de él o lo que piensen, yo lo conozco. Él jamás me habría tratado como un trozo de carne, ni habría saciado la codicia de mis padres ni me habría hecho esto. Nunca. ¿Y sabe qué más? Sé que si no hubiera sucedido lo del director, habría hecho lo que fuera por ayudarme.
Sin saber qué otra cosa decir y, sabiendo además que no era el momento para discutir posturas respecto a Draco Malfoy, Madame Pomfrey optó por guardarse su opinión y le dio una mirada de simpatía.
–De acuerdo, Pansy, no volveré a mencionarlo. No obstante, me mantengo en todo lo anterior–dijo, notando con alivio que la joven se relajaba y que sus ojos volvían a tener un brillo agradecido–. Bien, creo que ya ha sido suficiente de charlas. Amanecerá dentro de poco y usted en serio necesita descansar. Esta cama está separada del resto, así que mientras no salga, nadie tiene por qué encontrarla.
La joven bruja le miró de lado, como evaluándola.
–Puedo irme apenas salga el sol. Mis compañeras notarán que no estoy, será mejor que me encuentren en la sala común al menos, si lo reportan yo…
–De eso nada.
–Pero está prohibido que los alumnos se queden en la enfermería.
–Ya veré como me las apaño; pero dejarla ir está fuera de discusión. No sin cerciorarme que lo que sea que haya tomado esté fuera de su sistema y para eso la necesito fuerte antes de aplicarle más pociones o hechizos.
Pansy parpadeó perpleja ante la resoluta mujer.
–Debe tener algún amigo que cubra su ausencia en Slytherin. Sus compañeras de habitación, quizá.
Pansy pensó en Blaise y Theo de inmediato; pero no lo dijo. No quería involucrarlos; pero tal parecía que no tenía alternativa.
–Con un par de días sería suficiente– añadió Madame. Pansy la miró, insegura.
–¿Y qué le diré a esos amigos? Nadie sabe de esto, Madame. No quiero que lo sepan, harán preguntas y yo… yo no…
–Debe haber alguien en quien pueda confiar.
Pansy lo pensó de nuevo. Quería a ambos muchachos; pero no estando Draco, Theo resultaba siendo el más cauto en general. Sabía cómo reaccionaría Blaise, explotaría como el Vesubio seguramente y solo después de añadir una carga extra de estrés sobre sus hombros se sentaría a escuchar explicaciones. Theo, por el contrario, se sorprendería, sí; pero fiel a su carácter intentaría conocer los pormenores antes de actuar.
Ella solo podía manejar ese escenario en ese momento. Al menos mientras averiguaba lo que iba a hacer.
–Theodore Nott–dijo entonces–. Pero es un prefecto, no sé si haya forma de decirle sin llamar la atención.
–Ya veo. Quizá en el correo durante el desayuno, los Carrow no lo revisan si es interno. Le escribiré tan pronto pueda. Ahora recuéstese y no piense en nada. Salvo que quiera la poción para dormir.
La joven negó.
–De acuerdo, querida. ¿Cómo va el dolor?
–Es…–comenzó ella, intentando moverse como siempre dentro de las sábanas. Un ardor horrible atacó su centro.
Nada que no le fuera familiar en ese punto.
–Tolerable.
Madame la miró con simpatía y la cobijó entre las mantas.
–Nos encargaremos de eso en cuanto las pociones no sean un problema.
No quiso decirle que tenía un bálsamo capaz de aliviarla al menos unas horas. La muchacha estaba mortificada y dudaba mucho que, pese a todo lo sucedido, la dejara tocarla tan íntimamente estando consciente.
–Duerma ya, Pansy. Y recuerde, usted no está aquí.
La joven asintió.
–¿Madame?
–¿Sí?
Pansy dudó un poco y la enfermera se frenó de reír al ver que, cuál niña pequeña, asomaba los ojos entre las mantas con timidez.
–Ajenjo, boldo y ruda–dijo luego–. En el callejón Knockturn me dijeron que esa era la base de la… la poción que compré.
"¡¿El callejón Knocturn?!", quiso exclamar Madame Pomfrey; pero se frenó.
A ver si no le habían vendido alguna droga peligrosa que la pusiera en más riesgo aún; no obstante, iba a ser un buen comienzo para comenzar a descartar síntomas secundarios.
–Lo tendré en cuenta, gracias–respondió, tomando el candelero con la mano para comenzar a andar rumbo a su pequeño vestidor.
Si quería aparentar que nada pasaba, lo mejor era estar preparada por si venían alumnos a primera hora.
–¿Madame?
La voz de la joven bruja la detuvo antes de girar la esquina de ese apartado y, girando un poco le dirigió una sonrisa y arqueó la ceja con curiosidad.
–¿Sí, querida?
Ella exhaló trémula y su voz se oyó como un sollozó apenas contenido.
–Muchas gracias, por todo.
Con un nudo en la garganta, Madame asintió con la cabeza.
–Buenas noches, Pansy.
.
.
.
¡Hola!
.
.
¿Siguen por ahí?
Ya llegó la que actualiza una vez al año (ShameOnMe).
Estoy pensando seriamente en cambiar el título del fic. ¿Opiniones? Digo… a este paso pasarán los años y yo seguiré anunciando el fictober 2020 y como que… qué penita. #Roche, como decimos en mi país. Creo que también tendría que colocar entre los géneros el Dolor/Consuelo ¿Ustedes qué creen?
Acepto sugerencias, los títulos no se me dan con tanta facilidad.
En fin. Ojalá les haya gustado. Un capítulo larguísimo con casi todos los ships, aunque tengo el Pansy/Harry bastante descuidado...
... Bueno, no exactamente. El tema es que la idea que tengo para ellos tiene base en todo lo que estoy escribiendo en este fic; pero francamente da material para un fic independiente. Continuación de este sería. Sin querer he terminado desarrollando más el Thuna y el Blinny; pero las cosas se dieron así.
Síganme para más consejos de desorganización. okNo. Soy una pésima representante de Virgo en ese aspecto. Medio insufrible y perfeccionista, check… ¿ordenada?, vamos a decir que, pues, no tanto como debería.
Déjenme sus opiniones en los comentarios!
Mil gracias por leer.
¡Hasta pronto!
Paola Alarsil.
.
.
ESPACIO PUBLICITARIO
.
.
Mi novela original se encuentra disponible para la venta en Amazon, en sus diversas plataformas, de descarga gratuita para Amazon KDP. Les invito a darle una oportunidad y ayudarme a crecer.
Muchas gracias de antemano a quienes lo hagan.
Nombre: "Un segundo de felicidad", de Paola Alarsil.
TAMBIÉN, si gustan, pueden seguirme en mis Facebook. Me encuentran como Paola Alarsil-Escritora.
Mil gracias.
