Los personajes de Saint Seiya no me pertenecen, son propiedad de Masami Kurumada y Shiori Teshirogi.


Día cinco.


Calvera me invitó de nuevo a su casa, a armar la ofrenda. Su padre y hermano no estarán en todo el día, estarán ocupados en su bar, preparándose para la noche.

Es 31 de octubre y en el norte los niños salen a pedir dulces. Defteros está allá, en el famoso Los Ángeles; antes de venir a México, Aspros me dijo eso, que el maniático iba a ir para allá, con Asmita. Seguramente ambos están emborrachándose, colados en una fiesta cualquiera, disfrazados de dos cosas que no combinan, porque a veces la gente cree que son pareja, disfrutando de los últimos años del siglo XX.

Yo estoy aquí, y hoy participé en una de las tradiciones de Calvera.

Me gusta la ofrenda. Arrancamos pétalos, pusimos papel picado (delgado y cortado de manera que tenía las más ingeniosas formas), dulces en forma de calaveras, fotos… Mientras íbamos trabajando ella me contaba, en voz baja, que se estaban preparando para cuando llegaran los difuntos, su familiar, que era su manera de recordarlos, ofreciéndoles sus alimentos favoritos, orando por ellos, recordándolos con amor. Aprovechó la ocasión para presentarme a su abuelo, para quien era la cajetilla de cigarros y la botella de mezcal; a sus tíos maternos, amantes del mole con pollo; a sus tatarabuelos, para quienes eran los tamales, y a varios familiares más.

No pude evitar recordar a mi madre, su cabello rojo oscuro, su sonrisa tranquila, su voz suave, sus manos amorosas. Quise hacer algo por ella, prepararle loukoumades o tzaziki untada en pan de pita, justo como le gustaba. Calvera debió imaginar lo que pensaba, o me conoce tan bien que lo supo con sólo verme, porque me sostuvo la mano derecha, que tenía un flor de cempasúchil, y recargó su cabeza contra mi brazo para decirme, bajito:

"Cuando nos casemos pondremos nuestra propia ofrenda, y tu madre estará en el centro, le prepararemos su comida favorita y todos ustedes me hablarán de ella, toda la noche".

Aunque me sentía melancólico, debo admitir que mi corazón se aceleró. Nuestra ofrenda, en nuestro hogar, cuando seamos marido y mujer. Me sentí en las nubes, no pude evitar sonreír como idiota, soñando con el momento. Ella, yo, nosotros. Sólo nosotros. El señor y la señora Galanis.

Me mantuve en una dimensión diferente el resto del día, ilusionado con el amor y con ella. Cuando su abuela y su madre aparecieron con el resto de la comida no pude evitar abrazarlas, alegre, casi me ponía a cantar ahí.

Le dije que sí a todo. Mi querida, mi amor, no podía negarme a nada de lo que me propusiera mi futura esposa. Si me lo hubiera pedido, me habría arrodillado y besado el camino que recorren sus pies.

No me lo pidió, en su lugar me atiborró la boca de pan de muerto, hecho por su madre y abuela, quienes me miraron con una sonrisa que se borró en cuanto escucharon la puerta de la entrada abrirse.

Era el padre de Calvera. Quetzalcóatl. La serpiente emplumada.

Envalentonado por el amor y la promesa de una vida juntos, quise hacerle frente, mostrarme como su yerno, yerno al que no le gusta ser maltratado, pero yiayiá me abofeteó, haciéndome entrar en razón. Calvera me llenó las manos de pan de muerto y su madre me jaloneo hacia dentro de la casa, para que escapara por la ventana.

No fue una huida. Escapé estratégicamente.


Comentarios:

Sobre los dos platillos mencionados (griegos):

*Loukoumades. Son pequeños buñuelos redondos y fritos, normalmente recubiertos de miel y canela.

*Tzaziki. Es una salsa de yogur, jugo de limón y eneldo, también conocido como besón, hinojo fétido, anís falso, aneto o anetaverón, es una hierba aromática oriunda del Mediterráneo.