Hola!

Que poquito queda! Que penita me da estar llegando al final, una vez más... Gracias por vuestros reviews y mensajes de apoyo a la historia. Se agradece mucho.

Besos y abrazos

AJ


Jaque mate

Harry llegó a la cima en el momento en el que Draco ascendió y ambos se lanzaron sobre Adrian que, desorientado y, distraído como estaba mirando a aquel variopinto e inesperado grupo, dejó caer el báculo al suelo.

El hechizo se rompió y la ola que amenazaba con destruir la isla, fue reduciéndose lentamente.

—Maldita sea —le escucharon gruñir y, sin intentar recuperar el báculo vieron cómo echaba mano al bolsillo interior de su túnica para coger su varita.

—Oh no, demasiado tarde, Pucey. Expelliarmus.

La varita saltó de su mano pero él, que no en vano llevaba años al servicio de la Agencia, se lanzó al suelo, esquivando el desmaius de Draco y rodó, cogiendo de nuevo el báculo y golpeando con él la roca hasta que un círculo de energía protectora lo envolvió.

—No, no, no —el mago sonrió, con una sonrisa enajenada que hizo que Harry se estremeciera —aún no lo habéis entendido.

Dibujó un círculo a su alrededor con el báculo, creando un anillo de fuego negro en torno a su persona.

Cuando Harry dio un paso hacia él, Draco le sujetó del antebrazo para evitar que tocara las llamas.

—¡Cuidado, Potter! —Es un anillo de fuego protector, si lo tocas o intentas traspasarlo te convertirás en cenizas.

—Mierda —siseó Harry —¿Y ahora qué hacemos?

—Mándales un patronus —dijo Anthony señalando al grupo de magos y brujas reunidos en la otra roca —diles que debemos combinar un Finite Incantatem, todos juntos, es la única forma, tenemos que intentarlo.

Harry hizo lo que le pidió y apuntó con la varita junto a Draco y Goldstein.

Unos segundos después vieron como los contrahechizos de los demás se unían a los suyos hasta impactar en el anillo de fuego y Draco sonrió al ver el rostro asustado de Adrian. Negó con la cabeza y endureció sus mandíbulas sin romper el contacto visual.

No tenía ni un ápice de perdón en su interior.

Jamás iba a perdonar lo que había estado a punto de hacerle a Hermione.

Sintió la mano de Potter en el hombro y le escuchó susurrar.

—No lo hagas, Malfoy. Yo me ocuparé de que pague por lo que ha hecho —Draco le miró de refilón —por lo que casi le hizo a ella.

Apretando los dientes el rubio no respondió durante unos segundos, incapaz de pensar en otra cosa que no fuera la venganza.

—Yo también querría vengarme —siguió diciendo el auror —pero no es el camino. Ella no lo querría así, Malfoy. Lo sabes.

Y maldito fuera porque ambos sabían que tenía razón. Granger era otra Gryffindor con todos aquellos ideales tan arraigados y aquella altura moral que a Draco le costaba entender.

—Vale —dijo con sequedad.

No lo entendía, pero iba a hacerlo. Por ella.

Cuando el círculo se rompió Harry desarmó a Adrian antes incluso de que éste fuera consciente de lo que ocurría y fue Draco quien se empujó contra el suelo hasta dejarle inmovilizado allí. Se acercó a él, apoyó la punta del zapato en su estómago y le apuntó con la varita en un movimiento fluido.

—Te has vuelto completamente loco, Adrian.

Él sólo rió, una risa demente y aguda.

—Hay que limpiar el mundo, hay que limpiarlo. Es la única forma. Es mi legado, mi destino.

De uno en uno, el resto del peculiar equipo se fue apareciendo junto a ellos. Hermione se acercó a Draco, apuñó su túnica en una mano y apoyó la frente en su espalda, cerrando los ojos con un suspiro.

Él inspiró hondo al sentirla y controló el impulso de girarse y abrazarla con fuerza. De decirle que se había dado cuenta de lo mucho que la amaba, de que pese a que un Malfoy no tenía sentimientos tan… grandes, el suyo era enorme, tan gigantesco que amenazaba con ahogarle.

No lo hizo, claro. Se mantuvo impertérrito, apuntando a su antiguo amigo sin que le temblara el pulso, con las mandíbulas apretadas y los ojos entrecerrados.

—Limpiarlo, hay que limpiarlo todo de gente como ella —sus ojos, desquiciados, se clavaron en Hermione que había rodeado a Draco y se mantenía a su lado, repentinamente lúcidos —no deberías haber nacido. Eres como ella, como ella… sí, debes morir como ella murió.

—¿Cómo quién? —preguntó la bruja con suavidad —¿Quién murió?

—Melania… —respondió con claridad, con una voz que no parecía la suya —eres tú… sus mismos ojos, la misma mirada —el cuerpo de Adrian se sacudió con fuerza, como si luchara consigo mismo —¿Cómo es posible? Estás muerta ¡Yo te maté!

—¿Herpo? —preguntó Hermione.

El rostro de Adrian se contorsionó, sus labios curvandose en una mueca espeluznante.

—¡No puedes estar aquí! Dioses… me persigue, ella me persigue en la vida y la muerte, en la resurrección, en la misma eternidad…

—¿Por qué lo hiciste? —Hermione dio un apretón a la mano de Draco y vio como Harry rodeaba el cuerpo de Adrian que seguía retorciéndose en el suelo —¿Por qué me mataste?

—No podías ser mía —siseó, aullando de dolor, dos voces luchando por existir en una misma garganta —no serías de nadie.

—¿Cómo has vuelto, Herpo? —volvió a preguntar la mujer, aferrando con fuerza su varita —¿Por qué estás aquí?

El cuerpo dejó de revolverse y la boca se curvó en una sonrisa siniestra.

—Mi báculo —rió, una risa oscura y ronca —hay que terminar lo que empezó. He vuelto para limpiar el mundo de gente como tú.

—El báculo es un horrocrux —susurró Hermione —creaste dos.

Él volvió a reír y de nuevo, un quejido que parecía salir de lo más profundo del pecho de Adrian y los rasgos se relajaron ligeramente.

—Draco —el rubio escuchó la voz y supo que era su antiguo compañero el que hablaba —Draco, por favor.

—Dios mío —Hermione se llevó la mano a la garganta y cruzó miradas con Harry.

—No sé si es demasiado tarde —murmuró el moreno, buscando el báculo —ni siquiera podemos destruirlo —tragó saliva sujetando a Anthony cuando este se acercó al bastón —no lo toques. Que nadie lo toque.

—Ojalá hubiéramos guardado de recuerdo el colmillo de aquel basilisco —susurró Ronald que miraba casi boqueando a Adrian.

—Es imposible destruirlo aquí y ahora —dijo Harry.

—¿Fuego infernal? —murmuró Hermione —tal vez podríamos crear un fiendfyre — dibujó con sus manos una circunferencia —crear un… un lugar seguro donde manejarlo, destruir el horrocrux y extinguirlo.

—¿Estás loca? —preguntó Draco con un siseo furioso —la última vez que… —sacudió la cabeza —no lo harás.

Sabía que era la única capaz de conjurar ese hechizo y manejarlo sin devastar la isla y quemarlo todo, incluida ella misma.

—Puedo hacerlo —dijo Hermione con seguridad —también sé realizar el Fiendlocked, Draco —frunció levemente el ceño —después de… después de la guerra simplemente tuve que… que aprender.

—No. mantenle ahí —dijo a Potter señalando el cuerpo de Adrian que seguía retorciéndose a unos metros —Es una maldición de magia oscura muy poderosa, Hermione —le dijo en un fiero susurro sujetándola por los hombros —no lo harás. No hay forma humana de que deje que tú… no.

—Draco —ella rodeó sus pálidas mejillas con las manos y le obligó a agachar la cabeza hasta que sus frentes se rozaron —puedo hacerlo.

Él se ancló en sus ojos y se tensó, sabiendo que realmente iba a hacerlo y que no podría impedírselo salvo que la arrastrara fuera de allí y la escondiera bajo siete llaves. Se preguntó, durante unos segundos, si ella le perdonaría algo así y se dio cuenta de que, pese a que antes no le habría importado, ahora sí.

Ella le importaba. Demasiado.

Suspiró.

—No quiero que lo hagas —dijo buscando otra forma de lograr lo que quería.

Hermione solo sonrió, con pesar.

—¿Confías en mí, Draco?

—Hermione…

—¿Confías en mí?

Él bajó los hombros, rindiéndose a lo inevitable, pese a tener los dientes apretados de irritación y furia.

—Sabes que sí.

—Entonces deja que lo haga. Es la única posibilidad que tiene Adrian.

—Me importa una mierda —masculló el rubio —no soy como tú. Si crees que me da pena que él…

—Draco —Hermione apoyó las manos en el pecho de él —sé que sí. Ahora estás enfadado y dolido. Te sientes traicionado pero te conozco —él bajó los párpados y ella le empujó —te conozco. Te culparás, te sentirás mal… con el tiempo. Y yo no quiero esa culpa para ti. Voy a hacerlo por ti.

—No lo hagas entonces. No lo quiero.

—Querrás —se puso de puntillas y le dio un suave beso en los labios antes de apartarse —Necesitaré vuestra ayuda, solo por si acaso.

Draco cerró los ojos e inspiró hondo al escucharla, pero ella ya se había aparecido en la colina, con el báculo.

Todos la siguieron, Harry llevando al agonizante Adrian y la vieron asegurar un área de diez metros con todo tipo de hechizos.

Theo, como Inefable, se mantuvo a su lado, ayudándola mientras los demás aseguraban una segunda zona, listos para mantener la isla si todo se descontrolaba.

—Yo también sé realizar el encantamiento Fiendlocked —le dijo Theodore acercándose a él —por desgracia ahora mismo no estoy en mi mejor momento… pero si algo se descontrola la ayudaré —frunció el ceño y miró al rubio de soslayo —si no estuviera tan débil no dejaría que lo hiciera ella, pero ahora no puedo manejar el fuego infernal, Draco.

Él asintió con brusquedad pero no se sintió preparado para decir absolutamente nada.

Si algo pasaba… era incapaz de pensarlo siquiera.

Volvió a mirar a Hermione, que estaba junto a Potter y dio un paso hacia ellos, pero en ese momento se dio cuenta de que no podía hacerlo.
La mujer giraba la varita con movimientos gráciles y elegantes, dibujando arabescos en el aire hasta que unas chispas saltaron de la punta de la madera y un rugido ensordecedor les rodeó. Para sorpresa de Draco no fue un monstruo lo que salió de las enormes llamas tratando de devorarlo todo a su paso, fue un fénix que serpenteó, dirigido en todo momento por los movimientos suaves de Hermione, el fénix corcoveó y tomó la forma de una quimera cuyo león abría las fauces con salvajismo.

—¡Ahora! —gritó ella bajo el estruendo del rugido del fuego y el crujir de las llamas.

Potter lanzó el báculo hacia la boca del león y vieron como se convertía en cenizas.

Mientras Hermione conjuraba el contrahechizo, el fuego se descontroló durante una fracción de segundo y pareció engullir a los dos amigos, pero antes de que llegar a ellos, la bruja lo extinguió y todo volvió a quedar en un sepulcral silencio mientras chispas de todos los colores se elevaban hacia el cielo del lugar en el que el báculo había sido destruido.

—¿Estás viendo eso, Harry? —preguntó Hermione señalando aquel arcoiris de magia que coloreaba la colina.

—Es la esencia de cada uno de los magos de los que absorbió su poder ¿Verdad?

—Eso creo.

—Maldita sea, Granger —Malfoy llegó como un huracán y la arrastró de allí, alejándose con ella en volandas hacia una roca —maldita seas.

Se metió entre las piedras, donde nadie podría verles, apoyó la espalda de la mujer con cuidado contra ellas y la abrazó, hundiendo la nariz en su cuello, temblando mientras se aplastaba contra ella.

Hermione abrió mucho los ojos y le rodeó con los brazos sientiendo como se estremecía, engulléndola en aquel apretón casi doloroso.

—Está bien —dijo tragando grueso —todo está bien, Draco.

—Nunca —replicó él con los dientes apretados —¿Me oyes? Jamás volverás a hacer algo como eso.

—Ha salido bien —empezó diciendo Hermione.

—No me importa —siseó Draco arrastrando las palabras —no puedo perderte, Hermione —su susurro fue apenas audible pero ella lo escuchó y sintió como su corazón se encogía primero para después echar a volar en completa y extasiada libertad —no ahora que te tengo. No ahora que eres mía.

—Como tú eres mío —replicó ella dejándolo claro mientras le acariciaba el cuello con las yemas de los dedos y sonreía.

—Sí —susurró con los labios pegados a su garganta, dejando un reguero de besos hasta su barbilla y sus labios —lo soy.

En el claro, Theo se acercó al cuerpo de Adrian que estaba absolutamente quieto.

—¿Está muerto? —preguntó Luna con voz clara y suave.

Nott la miró y se maravilló de lo tranquila que parecía, siempre con aquella calma tan sobrenatural, como si nada pudiera hacer que se rompiera. Aunque él la había visto llorar, la había visto medio quebrada por el dolor, incluso la había oído porque, el día en que le llevaron a San Mungo, había sido consciente de todo cuanto ocurría a su alrededor. El sentido del oido era el único que había conservado, incluso en la semiinsconsciencia.

Y la escuchó.

Escuchó cada sollozo, cada palabra, cada ruego para que no dejara de luchar. Oyó la desesperación de su voz, la congoja, la pura agonía.

Y fue cuando se dio cuenta de que ella realmente le quería. Es más, supo que siempre le había querido porque, inteligente como se jactaba de ser, había pasado los días en San Mungo recordando el pasado y, en sus recuerdos, siempre estaba ella. Con aquella sonrisa, aquella dulzura, aquel apoyo incondicional.

Nunca lo había visto antes y por eso empezó a sentirse incómodo a su lado, dándose cuenta de que Luna se había pasado años en Hogwarts aceptando ser su amiga en las sombras mientras él no solo había sido incapaz de aceptar en público aquella amistad si no que, además ni siquiera había visto que ella sentía mucho más.

Pero ese mismo día se había dado cuenta de que las cosas habían cambiado y de que lo que ocurrió en el pasado había quedado atrás para todos ellos. Para Draco, para Blaise, para Hermione..

Se dio cuenta de que Luna siempre había sido especial, siempre había tocado algo dentro de él que ni siquiera sabía que estaba allí para ser acariciado. Y aquel conocimiento le hizo preguntarse si ese algo sería lo que Ginny había tocado en Blaise o lo que Hermione había encontrado en Draco.

No lo sabía. Realmente no tenía ni la más remota idea, pero estaba más que dispuesto a averiguarlo.

—No lo sé —le respondió mirando sus cristalinos ojos azules antes de agacharse para comprobarlo.

—Oh Merlín —Pansy estaba sentada en el suelo con las piernas dobladas y sujetas contra el pecho. Había apoyado la frente en las rodillas y se estremecía escuchando la conversación de Theo y Luna —No puedo… no puedo…

Harry la vio y no pudo evitar acercarse a ella y ponerse de cuclillas a su lado.

—Parkinson…

—Por favor… por favor…no

—Pansy

Ella levantó la cabeza con los ojos anegados en lágrimas y se lanzó hacia sus brazos al verle tan cerca, necesitada algo que no sabía comprender. Consuelo, apoyo, calor…

El impulso de la mujer hizo que el auror se cayera de culo al suelo y se quedara sentado con ella en el regazo. Abrió los ojos con sorpresa pero, después de unos segundos de duda, le devolvió el abrazo y miró a los demás, incómodo por la estampa que pudieran estar dando.

Se dio cuenta de que nadie parecía estar pendiente de él.

Ginny y Blaise se habían alejado un poco y hablaban muy juntos el uno del otro, cogidos de las manos. Theo se arrodillaba ante el cuerpo de Pucey con Luna tras él, pendiente de cada uno de sus movimientos y Anthony y Ron investigaban el punto del claro en el que la magia se había desprendido del báculo al ser consumido por las llamas del fuego infernal.

Malfoy y Hermione no se veían por ninguna parte.

—No quiero que esté muerto —susurraba la morena entre sus brazos —Oh Harry —hundió su rostro húmedo de lágrimas en su cuello y rozó con los labios su piel al hablar —se que es horrible pero no quiero que esté muerto.

Harry si que se sintió horrible cuando su cuerpo reaccionó a la caricia de aquella boca y su piel se erizó en respuesta.

Ella siguió murmurando sobre el punto en el que latía su pulso y Harry la recolocó para que no pudiera darse cuenta de cómo su miembro, que tenía vida propia, había elegido aquel terrible momento para volver a la vida recordándole que hacía mucho tiempo que no tenía a una mujer entre sus brazos.

Carraspeó y se las apañó para que la cabeza de Pansy cambiara de postura y no le torturara con su aliento cálido, apoyándola en el hombro, lejos de su piel. Ella, perdida en su dolor, se restregó en su regazo y Harry sintó que su sexo se endurecía aún más.

Horrorizado y completamente muerto de verguenza, bajó las manos a las caderas de Pansy para levantarla de allí antes de que se diera cuenta, pero cuando la mujer se quedó congelada sobre él y dejó de llorar, Harry fue consciente de que era demasiado tarde. Ella había notado la barra de hierro que presionaba en su nalga.

—Creo que… —Harry, sonrojado como un Weasley, carraspeó de nuevo, intentando encontrar algo que decir en ese incómodo momento —iré a ayudar a Theo.

Pansy asintió con rigidez y se levantó sin mirarle, aunque él pudo ver que estaba roja como una remolacha pero, sorprendentemente no parecía molesta o enfadada y, al ver que se lamía los labios antes de dar un paso atrás, Harry se preguntó si tal vez…

—Tiene pulso —escucharon decir a Nott a sus espaldas.

Ambos se giraron a mirarle con interés.

—Es débil, pero está ahí. Hay que llevarle a San Mungo.

—Bien. Le llevaré yo. Al fin y al cabo está detenido.

—¿Puedo ir contigo? —preguntó Pansy fijando la vista en algún punto de su mejilla izquierda.

—Sí.

—Yo iré a informar —Anthony que se había acercado a ellos miró a Harry —dile a Draco que estoy en la Agencia… si es que aparece en algún momento —añadió con humor.

Cuando Goldstein, Pansy, Harry y Pucey se marcharon, Ron se acercó a su hermana.

—Voy a la tienda ¿Queréis venir conmigo?

—Creo que nos iremos a casa —dijo Ginny, sin darse cuenta de lo mucho que afectaba a Blaise aquella frase.

Ron se apareció al instante y les dejó solos.

—¿A casa?

Ella se sonrojó levemente.

—No yo… quiero decir, a tu casa, claro.

Blaise sonrió, se levantó y le tendió la mano.

—Vamos a casa, pelirroja.

Theodore y Luna se quedaron solos en el claro y él se acercó hasta que sus brazos casi se tocaron. Miró hacia abajo, ya que Luna era bastante pequeña y apenas le llegaba al hombro y sonrió cuando ella elevó la vista para mirarle.

—¿Me enseñas tu casa? Me gustaría ver la cabaña de tus antepasados.

Luna sonrió.

—Claro —le señaló el sendero que bajaba —es por aquí.

Theo le mostró la mano y Luna, sintiendo el rubor coloreando sus mejillas la miró y después buscó sus ojos, interrogándole con la mirada. Él asintió y Luna, aún más sonrojada, tomó su mano y entrelazó los dedos con los suyos mientras emprendían el camino hacia la casa de Elin.

Cuando Draco y Hermione salieron del pequeño refugio de piedra tras el que habían estado abrazándose, se dieron cuenta de que estaban completamente solos.

—¿Dónde se han ido? —preguntó Hermione mirando a su alrededor.

Draco se encogió de hombros y pasó el brazo por encima de los hombros de a bruja.

—Potter debe estar en San Mungo o en el Ministerio. Voto por el hospital —añadió —ha debido llevar allí a Adrian.

—Siempre y cuando él…

—Haya sobrevivido o no, debe llevarlo allí.

—Vamos entonces.

Y así, juntos, se aparecieron en San Mungo.

No tardaron en encontrar a Harry y tampoco se sorprendieron al ver que estaba con Pansy, aunque sí les resultó impactante ver que ella apoyaba la cabeza en el hombro de él, pese a que no lo hacían con naturalidad. Ambos parecían ligeramente incómodos pese a que allí, sentados en las sillas en la sala de espera, se inclinaban el uno hacia el otro de forma inconsciente.

—Eso si que no —susurró Draco impidiendo que Hermione fuera hacia ellos —eso es… eso es antinatural, joder —siseó mirando a su amiga junto a Potter.

Hermione reprimió una risita.

—Posiblemente eso piensa toda la sociedad mágica de nosotros, Draco. Empezando por tu padre.

Él masculló algo ininteligible en voz baja pero siguió mirando la estampa que tenía ante él con gesto de desagrado.

—¿Pansy y Potter? —sacudió la cabeza —es imposible.

Hermione ladeó la cabeza, observando a su amigo. Él miraba la coronilla oscura de Parkinson como si fuera un problema de física quántica que ni sabía ni siquiera cómo empezar a plantearse. Pero además, rodeaba los hombros de la mujer con un brazo protector algo que, siendo Harry, no sería extraño si no fuera por la forma en la que su pulgar acariciaba el brazo de ella, con suaves toques cariñosos que la desconcertaron.

Harry era su mejor amigo, su hermano del alma. Habían pasado tantos años compartiendo absolutamente todo que ella simplemente lo supo.

Sí que había algo allí. Algo latente, apenas incipiente, algo que podría llegar a no ser nada o serlo todo.

Y se sintió plena, completamente feliz al darse cuenta de que la vida era algo maravilloso, impredecible, absolutamente cambiante. ¿Acaso no era increíble lo mucho que había cambiado el mundo después de la guerra, lo mucho que habían cambiado todos?

Eran otras personas. Todos ellos. E igual que era fantástico ver como George y Angelina habían superado todas las visicitudes juntos, o como Hannah y Neville habían descubierto que eran el uno para el otro, también era precioso contemplar como los enemigos podían dejar el pasado atrás y llegar a ser amantes en un proceso complicado pero perfecto, un proceso que podía dar lugar a algo épico.

Como ellos, miró a Draco que tenía el ceño fruncido y contemplaba a Harry y Pansy como lo haría un niño enfurruñado y sonrió.

Dios mío como le quería. Amaba todo de él, incluso aquella petulancia que años atrás le había sacado de quicio. Y él la amaba a ella, lo sabía. No necesitaba las palabras para saber que aquella serpiente la quería con todo su corazón, ese corazón que tiempo atrás había creído inexistente y que ahora conocía tan bien como el suyo propio.

—Creo que no, Draco —susurró aferrándole del brazo —creo que no es imposible.

El rubio giró el rostro para mirarla con el ceño aún ferozmente fruncido y chasqueó la lengua.

—A veces pienso que estamos en una realidad diferente, como si alguien hubiera hecho mal un hechizo y nos hubiera lanzado a otro lugar en el que ni siquiera somos las mismas personas.

—Pues si eso es así no quiero regresar adónde estábamos ¿Sabes? Me gusta mi realidad. La realidad que tengo ahora.

Poco a poco el ceño de él se suavizó y sus rasgos se relajaron al mirarla. Hermione pudo ver tantas cosas en aquellos orbes de mercurio que se sintió estremecer. Tantas palabras no dichas, tantos sentimientos callados que afloraban a la superficie cuando sus ojos se encontraban, tanta emoción que hacía que tuviera ganas de llorar de pura dicha.

—Te gusta porque estoy en ella, Granger —dijo rompiendo el momento de intensidad y haciéndola reír.

—Eres un idiota —murmuró ella sacuediendo la cabeza.

—A mi me gusta la mía porque estás tú en ella, Hermione —dijo agachando la cabeza para susurrar en su oido antes de depositar un beso en su sien —¿Crees que deberíamos interrumpirles?

—No —respondió Hermione.

—Una pena —le guiñó un ojo con una sonrisa maliciosa y dio un paso hacia ellos, arrastrándola tras de sí —porque es justamente lo que pienso hacer.