El asenso de Saturno
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El manto del otoño cubrió aquellas regiones de la tierra con sus colores naranjas, rojos y cafés preparando al mundo para la fría oscuridad que habría de envolverlo apenas iniciará el invierno. Las personas del poblado al pie de la montaña comenzaron a tomar las debidas precauciones pues, durante el paso del invierno por aquella inhóspita región, les sería sumamente difícil el abastecimiento de sus bodegas y graneros adelantando dicha tarea esperando que la naturaleza fuera benevolente; sobre todo, esperaban que la montaña que se alzaba imponente sobre el poblado tuviera piedad con sus nevadas, ventiscas y avalanchas que habían cobrado muchas vidas desde tiempos lejanos.
Al mismo tiempo, en lo profundo de los confines del averno, Hades, señor del Inframundo, se encontraba durmiendo dentro de su templo de piedra gris y herrería oscura. El emperador del reino de los muertos sufría una nueva derrota a mano de los santos de Atena, su enemiga desde tiempos mitológicos, obligándole a retirarse una larga temporada hasta que el tiempo fuera el indicado. El momento en que Hades espabilara, sería para poner en orden su reino luego de la cruel guerra Santa, comenzando por arreglar los hermosos campos que rodeaban su palacio y que servían para su deleite personal y visual.
El dios del Inframundo despertó previo a la fecha más importante que se celebraba por todo el reino de los muertos, dicha festividad de otoño era el único momento del año en que las puertas del Inframundo se abrían cual ligero velo entre este y el mundo de los vivos conectando ambas tierras; aquellos días del año eran usados por los mortales en el poblado al pie de la montaña para honrar a sus difuntos: la fiesta de Samhain, la fiesta de todos los santos.
Hades se levantó de su lecho fúnebre desperezándose, saliendo de la oscuridad de su habitación de piedra hacía la luz de los Elíseos. Al estar fuera contempló sobrecogido y molesto la destrucción a manos de los caballeros de Atena. El lugar más hermoso en todo el infierno estaba hecho añicos, las flores habían desaparecido y las ninfas también, así como sus dos consejeros más importantes.
En una habitación amplia, e igualmente oscura del templo, estaban dos bustos esculpidos en arcilla, uno por cada dios. Hades los sujeto con ambas manos llevándolos al exterior colocándolos sobre lo que quedaba de los hermosos jardines frente a él. El dios usó cosmos para traerlos de regreso, así Hypnos reapareció en medio de un mar de pétalos de amapolas mientras que Thanatos hacía lo propio en medio de una ventisca de pétalos de crisantemo. Los gemelos vestían sus túnicas blancas y se les veía serenos como cualquier otro día además de que sus cuerpos exhibían una perfección casi inmaculada.
—La belleza de los Elíseos ha sido restaurada —indicó solemne analizando todo a su alrededor observando como las ninfas se acercaban a los hombres bailando y cantando sonrientes—. La obra está completa en este sitio —señaló con su largo dedo índice el horizonte—. El paraíso, designado a esta tierra por los mismos dioses, ha sido preservado desde la era mitológica y no puedo permitir que su belleza y riquezas se marchiten.
Sin añadir más cruzó la puerta entre ambos mundos encontrando a una persona en el suelo a los pies del enorme hueco que daba hacía el muro de los Lamentos. Hades se inclinó sobre ella acariciando delicadamente sus mejillas blancas como el mármol, así como sus cabellos negros como la noche.
—Pandora, hermana mía. Vamos, te llevaré a Guidecca ya que debes servirme una vez más —se inclinó para tomar el cuerpo inerte entre sus brazos dirigiéndose hacia el salón del trono.
El dios llegó al salón mandando llamar a algún soldado esqueleto disponible dando una orden poco usual.
—Consigue una caja oblonga. La más hermosa que tengamos disponible y deposita en ella crisantemos. A partir de este instante, comienza mi opus magna sobre todo el Inframundo siendo esta la primera etapa. Ve de prisa y vuelve cuanto antes.
—Traeremos la caja amo Hades, pero no podemos conseguir crisantemos dentro del inframundo.
—Mi cosmos ha reconectado el Castillo Heinstein con la entrada a nuestro mundo. Vayan allá y busquen quien les pueda ofrecer esas flores, les concedo tiempo en el mundo mortal.
El dios esperó más de una hora mientras sus sirvientes volvían con la caja oblonga solicitada la cual colocaron cuidadosamente en una base rectangular retirando la tapa. Hades depositó a la mujer sobre los crisantemos traídos del mundo mortal con sumo cuidado indicando que colocaran la tapa nuevamente con delicadeza. Una vez más su cosmos lo envolvió todo restaurando el templo en ruinas, el muro de los Lamentos y los alrededores.
—Adorada hermana, vuelve a la vida en esta tierra maldecida por Zeus y cumple mi voluntad por última vez.
Hades pasó una mano por el féretro retirando la tapa. La joven abrió los ojos con lentitud tratando de entender su situación mientras su mirada se posaba en el hombre alto de ojos azules y cabellos negros.
—¿Señor Hades?
—Así es. Vamos, sal de ahí —le tendió la mano ayudándola a levantarse y salir de la caja oblonga la cual fue retirada por los soldados presentes notando como las flores bajo el cuerpo se habían podrido completamente—. De nuevo estás viva, bella hermana —una vez más, pasó una mano por sus cabellos mientras la mujer lo observaba asustada y sin entender.
—¿Qué es lo que sucede, por qué me ha traído a la vida?
—Aún estás bajo mi servicio, querida mía, y debes cumplir una última misión. Mi opus magna se llevará a cabo durante la noche de Samhain que, como sabes, es la fecha más importante para nuestro mundo. Mis jueces volverán a su vida inmortal. No puedo revivirlos en el Inframundo pues sus cuerpos deben regenerarse en tierra humana y así, durante el ascenso de Saturno, volverán a esta tierra como inmortales.
—No entiendo mi Señor Hades, ¿cómo esperas que te ayude con esa misión? Yo no puedo revivir a los muertos.
—Es correcto —añadió el dios con calma tomándola suavemente por los hombros—, no puedes dar vida a un muerto como lo son los jueces. No son difuntos cualesquiera, solo mi poder puede traerlos de nuevo a nuestro servicio sin embargo, las leyes de este mundo no me permiten hacerlo desde aquí, debo ir a tierra mortal y contar con la ayuda de un ser vivo de confianza, en este caso tu.
—¿Seré tu asistente?
—Así es, cumple con este mandato y serás libre. Libre para vivir como mejor consideres alejada de toda perturbación hasta que tus descendientes coincidan con la siguiente guerra santa, tal y como está escrito en el contrato que tu familia firmó conmigo hace mucho tiempo.
—Señor Hades…
La cabeza de Pandora aún daba vueltas ya que no entendía del todo lo que su dios pretendía hacer. Solo tenía la noción. Si hacía cuentas, habrá estado muerta uno o dos días tal vez pues, las imágenes de la batalla estaban frescas en su memoria, sin otras alternativas a las cuales recurrir, no quedó más que aceptar la extraña propuesta postrándose ante el dios.
—Acepto servirte en esta tarea, señor Hades.
—Te agradezco, hermana mía. Como sabes, el castillo Heinstein se alzaba en la colina de un pueblo que está a los pies de la montaña, ¿lo recuerdas? —la joven afirmó sin decir palabra— Bien pues, debemos ir ahí. Aquel lugar será el sitio que vea renacer a mis tres jueces y, una vez que ellos estén con vida nuevamente, la tomaré prestada, de acuerdo con el contrato que firmaron conmigo, y volverán a ser espectros inmortales a mi servicio.
—¿Los devolverás a la vida para privarlos de ella nuevamente, señor Hades? —el dios afirmó levemente— ¿Por qué harás tal cosa si ellos ya han cumplido su misión durante la guerra santa?
—No, las cosas no son tan simples para los tres hombres que me vendieron su alma a cambio de la Inmortalidad. Ellos deben cumplir lo convenido, que es estar a mi servicio hasta el final de los tiempos.
Pandora permaneció en silencio reflexionando las palabras de Hades, las cuales estaban llenas de injusticia hacia esos tres hombres. No obstante, si deseaba ser libre y olvidarse de ello, más valía mantenerse en silencio y cumplir con lo requerido.
—¿Cuándo subiremos al mundo mortal, señor Hades?
—Esta noche, la víspera de Samhain comienza en unas horas. Ahora, entrégame un mechón de tu cabello, necesito algo tuyo para poder subir al mundo de los hombres antes del tiempo estipulado. Bien, andando, el ascenso de Saturno debe llevarse a cabo en el instante en que los tres jueces pasen por el nigredo y vuelvan al Inframundo.
De igual forma, Hades solicitó que fueran traídas cajas oblongas para los cuerpos de sus tres magnates. Pandora observó aquel horror sin poder articular palabra alguna. Las tres cajas llegaron poco después observando sus grabados con cuidado: una tenía un grifón que sobresalía de la cubierta, la segunda un dragón y la tercera un ave de alas extendidas. Acto seguido, los soldados llegaron con tres cuerpos cubiertos con mortajas negras los cuales depositaron dentro de las mismas cubriéndolas con las tapas.
—Ha llegado el momento —indicó Hades solemne.
Todos se aventuraron rumbo a la entrada del Inframundo que conectaban con las escaleras del palacio. Al cruzar el marco que dividía ambos mundos, Pandora sintió los aromas fétidos y húmedos de la muerte rodeándola y que subían por todo el cubo de la oscura escalera. Hades iba detrás de ella colocando en el camino de ascenso fuegos fatuos los cuales iluminaban débilmente los escalones, las paredes ennegrecidas por el paso del tiempo, así como huesos desconocidos, los cuales estaban esparcidos por toda la base de la escalera en forma de caracol. La comitiva llegó al patio de armas del palacio derruido al caer la tarde.
Pandora observó los colores de la temporada con toda su majestuosidad desfilar delante de sus ojos con sus tonos cafés, rojos y naranjas tomando un solo instante para ella, para dejarse embriagar por el ambiente otoñal antes de la noche de Samhain. Ignoró la destrucción del antiguo castillo dedicando una larga mirada a los bosques que lo rodeaban tupidos con su manto estacionario y llenando con aire puro su cuerpo que rebosaba de vida.
—Toma tu lanza, querida Pandora —indicó Hades con suavidad—. Esta noche serás tú quien guíe a los muertos hasta la entrada del Inframundo. Subiré a la cima de la montaña para abrir el túnel entre ambos mundos; mientras les muestras el camino a esas almas perdidas, yo me ocuparé de que los jueces vuelvan a su vida inmortal.
—Pero… señor Hades.
No hubo tiempo para explicaciones pues el dios de cabellos negros uso su cosmos para llegar hasta lo alto de la imponente montaña sobre el poblado esperando el momento justo, al mismo tiempo, los soldados esqueleto sepultaban las cajas oblongas en el cementerio de los Heinstein ubicado dentro de lo que fueron los jardines del castillo. Pandora se mantuvo inmóvil reflexionando en silencio, esperando lo que sucedería al caer la noche. Pasaron los minutos lentos hasta que la oscuridad cubrió toda la zona al llegar el momento programado.
La joven fue testigo de cómo Hades hizo crecer su cosmos y su presencia cubriendo todo a su paso con un velo de oscuridad que parecía arrancar a los muertos de sus tumbas. Las luces del pueblo, de la luna y las estrellas desaparecieron devoradas por el manto del averno. Fue entonces que Pandora noto como del pueblo en penumbra los muertos comenzaban a salir de sus sepulcros, cadáveres, esqueletos y otros seres inmundos dejaban sus lechos remontando el vuelo hasta la montaña donde Hades había abierto el túnel perdiéndose en el camino.
—¡La noche de Samhain ha dado comienzo! Observa hermana mía la danza de los muertos hasta el Inframundo —el dios lucía demoníaco y espectral en la cima de la montaña extendiendo ambos brazos cual par de alas negras.
Aquellos fantasmas no sabían dónde estaba la puerta al más allá hasta que Pandora usó su lanza resplandeciente señalando el sendero a seguir ignorando a los fantasmas a su alrededor.
—¡No tengas miedo Pandora! Enciende los fuegos fatuos de tu lanza y muéstrales el camino correcto. Mis jueces los necesitan para caminar otra vez.
De las profundidades del cementerio emergieron las cajas oblongas que contenían los cuerpos de los tres jueces, las cuales se elevaron hasta quedar frente a la joven de cabellos negros en medio de aquel remolino de muertos que salían, no solo del cementerio local, sino de la iglesia, las casas aledañas, el lago y del mismo castillo Heinstein; los cuales seguían el camino de fuegos fatuos hasta la entrada del Inframundo.
Pandora mantuvo la lanza en alto mientras las tres cajas resplandecían y resonaban delante de ella. Las tapas se retiraron por sí mismas un momento después, dejando ver a tres jóvenes dormidos, que parecían rebosar de vida, sumidos en un sueño plácido ignorantes de todo el ceremonial que se llevaba a cabo a su alrededor. La chica los observó con ojos de compasión y pena pues, en cosa de unos momentos, Saturno ascendería llevándose sus efímeras vidas mortales para devolverlos a las profundidades del averno donde se verían privados de la luz por el resto de la eternidad.
—¡Saturno asciende, observa bien Pandora! Estamos justo en la parte más negra de la noche.
Las tapas sobre las tres cajas oblongas volvieron a cubrir a sus ocupantes quienes comenzaron el proceso del nigredo, el cual les arrebataría la vida manteniendo sus cuerpos intactos evitando que comenzaran a pudrirse. El ascenso de Saturno se refería al momento en que sus almas se elevaran al mundo de lo inmaterial o, en el caso de los jueces, el momento en que sus cuerpos descendieran al Inframundo y sus almas volvieran a Hades de ahí en adelante. Los jueces renacieron delante de Pandora por unos breves instantes viéndose más vivos que nunca y en cosa de un suspiro, sus cuerpos volvieron a morir y parecían fusionarse con las cajas fúnebres que los arropaban.
—¿Qué sucederá con ellos? —se preguntó la chica aterrada.
—El nigredo está en proceso, mi opus magna continúa —indicó Hades con orgullo.
Las cajas oblongas resplandecieron hasta que desprendieron un vapor grisáceo y muy espeso, las figuras como el humo de un grifón, un dragón y un ave alzaron el vuelo hasta el túnel donde el resto de las almas continuaban su interminable viaje hasta el país de los muertos.
—Así que a eso se refiere el ascenso de Saturno —comentó la joven sin apartar la mirada del espectáculo sobrecogedor derramando lágrimas amargas y discretas por los tres—. Así que esto es en realidad la noche de Samhain…
—Es correcto Pandora. Todas las almas de los difuntos de este poblado han viajado al mundo de lo inmaterial, al mundo de los muertos durante el punto más alto de la noche de Samhain. Dentro de un momento más todo habrá terminado. Mantén tu lanza apuntando hacia mí, que el ritual de los jueces aún no concluye.
Una vez más las cajas oblongas resplandecieron y resonaron delante de Pandora quien observó cómo estas comenzaban a cambiar de forma, sus bordes se alteraron y retorcieron adoptando una forma metálica que envolvía a sus tres portadores a quienes la joven observó muy atenta.
—Su piel se ha vuelto cetrina y, a pesar de que están dormidos e ignorantes de todo lo que ocurre, veo claramente que sus vidas han sido arrebatadas y sus almas ya no les pertenecen —finalizó con tristeza.
Las cajas oblongas se convirtieron en sus armaduras sapuris: la del grifón, la del wyvern y la garuda mientras los jueces, aún inconscientes, eran guiados por el cosmos de Hades hacía en Inframundo donde el túnel se los tragó sacándolos del mundo mortal.
—El ceremonial de Samhain ha concluido con el ascenso de Saturno —la voz de Hades retumbó por todo el valle apagándose apenas las primeras luces del amanecer se dejaban ver por encima de la montaña—. La puerta al mundo de los muertos estará abierta hasta los primeros días de noviembre, luego se cerrará de nueva cuenta hasta el siguiente año. La tierra se prepara para el cambio de estación.
El último grupo de fantasmas cruzó el umbral del Inframundo poco antes de que Hades bajara a la escalera y con eso, él dios de los avernos volvió al interior del castillo Heinstein. Más abajo, el poblado al pie de la montaña recibía el amanecer sin tener idea siquiera de todo lo que había acontecido durante la noche de Samhain, para ellos aquel evento no fue más que otra noche fría e inquietante de la que despertarían para continuar con sus vidas rutinarias. Las sombras del velo entre ambos mundos se ocultaron mientras la campana de la iglesia llamaba a los fieles a misa.
—Este espectáculo… ha sido aterrador —pensó entregando la lanza a un soldado esqueleto aún sin creer todo lo que sus ojos vieron hacía un par de horas.
—Gracias por asistirme Pandora —el dios observó el amanecer desde la ventana más grande de aquel salón en ruinas y casi derruido—. Ahora, debo volver a los Elíseos a dormir.
—Señor Hades… ¿cumplirás tu promesa, seré libre de ahora en adelante?
—Soy un hombre de palabra —respondió el dios de los ojos azules como el mar—, tal y como lo prometí, eres libre de hacer lo que te plazca e ir a donde quieras. Nadie de los míos te molestará de ahora en adelante. Vive Pandora, vive por los tres jóvenes que perdieron sus vidas mortales y sus almas cuando Saturno ascendió.
Hades volvió a Giudecca cerrando la conexión entre el edificio y el Inframundo, al regresar al salón del trono se encontró con los tres jueces postrados delante de la alta escalera aguardando su regreso. Los tres vestían sus túnicas de trabajo y tan solo esperaban instrucciones de su dios antes de comenzar su día laboral.
—Nos presentamos delante tuyo, señor Hades. Dios del Inframundo —dijo Minos solemne sin alzar la mirada.
—Es un regocijo para nuestra tierra el que estén de regreso —respondió Hades sonriente tomando asiento en su trono—. Minos, como lo ha sido desde hace mucho tiempo, te concedo mi autoridad para guiar a los espectros y mantener este lugar funcionando correctamente.
—Entiendo. Se hará como indicas, mi señor.
—Bien, el ritual de Samhain se llevó a cabo como lo concebí. Mi opus magna está concluida con la restauración completa del Inframundo, de sus terrenos, sus templos y sus fronteras. Nada debe perturbar este lugar hasta la siguiente guerra santa que sucederá en 243 años. ¿Quedó entendido?
—Entendido —respondieron los tres al unísono poniéndose de pie para retomar las actividades del día en el palacio del juicio.
Así Hades volvió a su templo en los Elíseos seguido por las bellas ninfas que deseaban servirle esos días que se llevaría a cabo las festividades de honor a los fieles difuntos. El dios tomó asiento en su trono por unos momentos asistido por las jóvenes quienes le sirvieron el mejor vino y los mejores alimentos hechos con las granadas más jugosas del lugar mientras Hypnos y Thanatos lo divertían con el sonido de sus arpas.
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Pandora salió del castillo de Hades lo más rápido que le permitieron las piernas y sin mirar atrás, apenas pudo se alejó del complejo tanto como le dieron las fuerzas. En cuanto llegó al inicio del camino se detuvo un momento jalando aire pesadamente. Sus ojos miraron con aprehensión la zona del palacio deseando no haber tenido que presenciar aquel espectáculo infernal que su memoria jamás podría borrar. ¿Cómo eliminar aquel recuerdo del ritual más macabro del calendario marcado por la noche de Samhain?
—No fue solo la noche de Samhain —se dijo aún angustiada por los horrores que la perseguirían de ahí en adelante—, fue el momento en que los tres jueces se convirtieron en espectros… sus rostros tuvieron vida por unos instantes para luego convertirse en seres diabólicos, inanimados y bajo el servicio de Hades.
A pesar de que Hades la devolvió a la vida y Pandora disfrutó de sus días de ahí en adelante, la joven jamás pudo sobreponerse del momento en que Saturno ascendió llevándose las almas de esos tres hombres.
FIN
