Capítulo 5
Sally aparcó su coche a una buena distancia del famoso puticlub de carretera a las afueras de la ciudad, concretamente en el aparcamiento de una gasolinera 24 horas.
Tras dejar el bolso bajo el asiento del copiloto, la mujer salió del vehículo y cerró, guardando las llaves en el bolsillo de su pantalón vaquero, comprobando antes de comenzar a caminar que su móvil estaba en el otro, y agarrado a su tobillo derecho, oculto, un spray de pimienta.
Suspirando con fuerza emprendió el camino a pie hacia el luminoso de neón, no más lejos de 100 metros de aquella gasolinera, masticando la valentía que trataba de reunir para aplacar el miedo que aquel tipo de situaciones siempre provocaban a cualquier mujer. Madrugada, mucho alcohol, y cero respeto por lo que muchos consideraban meros objetos de placer.
En la entrada del gran edificio ya había movimiento. Gente entraba y salía de vez en cuando, mientras que otros flirteaban en el aparcamiento y cerraban cuentas antes de hacer nada, además de que algunas prostitutas buscaban allí fuera clientes. Sally decidió empezar primero por lo fácil antes de adentrarse en el prostíbulo.
-Hola, ¿podría hacerte una pregunta? -Habló de forma cortés a la primera mujer que vio parada a unos metros de la puerta, cerca de la carretera. Ella la miró con indiferencia antes de hablar.
-Si es tu primera vez, vas muy tapada bonita, y aquí hay antigüedad.
-Oh, no, no es nada de eso. Sólo quería saber si sueles estar por aquí normalmente, si sois muchas.
-Sí. Por aquí hay bastante movimiento, porque, aunque algunas no trabajemos para el puti directamente, nos dejan ejercer fuera siempre que hagamos que el cliente tome copas dentro.
-¿Y echas de menos a alguna de las chicas? Me refiero a si has notado que haya alguna que no haya venido en un tiempo, o cosas así.
-No tengo ni idea, cielo. Voy a lo mío, pero por aquí fuera no he visto que falten caras conocidas, lo que hay es demasiada novedad…
-Bueno, pues muchas gracias. Que vaya bien. -Se despidió con una forzada sonrisa, pasando a abordar a la siguiente prostituta.
Sally acabó de hablar con todas las mujeres del exterior en escasos 15 minutos, sin encontrar nada realmente concluyente, con lo que inspiró para tomar fuerzas, no decayendo aún en el desánimo, y adentrándose después en el edificio de luces rojas.
El local era muy amplio, vagamente iluminado y con una gran barra americana en el centro, mientras que las copas se servían tras la zona de baile. Estaba bastante lleno y se atisbaba a simple vista todo el vicio posible. Alcohol y drogas siendo consumidas con mayor o menor discreción, desnudez femenina con bailes sugerentes, y algún que otro conato de acción sexual demasiado explicita para ser en público.
Evitó mirar de más a nadie, sintiéndose desnuda cuando algunos de los hombres que allí estaban dejaban que su lascivia se paseara a rienda suelta, observándola o incluso haciendo sugerencias. Se acercó rápido hasta la barra, donde alzó la voz para hablar con un camarero.
-Oye, necesito que me contestes a algo, por favor. Será rápido.
-¿Buscas trabajo? El jefe no está, pero igual le pareces algo mayor.
-No es eso, y solo tengo 32, ¿Vale? -Agregó con un deje de molestia, haciendo que el tipo se exasperara por perder más tiempo.
-¿Qué quieres entonces? Tengo prisa, esto está lleno.
-¿Hay alguna chica que trabaje aquí que se haya ido, o que no haya vuelto y no se sepa nada?
-Por aquí suele haber cambios constantes, así que no te sé decir, pero no he echado de menos a nadie en particular. Ahora, si no vas a pedir nada, déjame trabajar.
-Vale, gracias. -Se despidió ella con resignación, dándose la vuelta para contemplar a su alrededor.
Observó a varias chicas desocupadas, dando vueltas por el local, y decidió acercarse para seguir preguntando, a sabiendas de que aquello iba a valer para bien poco, pero debía asegurarse.
Se posicionó cerca de la barra americana, al lado de una jovencísima rubia de pelo ondulado vestida con un bañador de la bandera americana que parecía esperar su turno para bailar.
-Hola, perdona, ¿podría hacerte unas preguntas muy rápido, por favor?
-Pero rápido de verdad, en diez minutos subo. -Agregó mirándola con extrañeza, viendo que su interlocutora asentía rápido, comenzando a hablar.
-¿Sabrías decirme si echas en falta a alguna chica que trabaje por aquí, alguien que haya como desaparecido? O quizás hayas visto a algún tipo merodeando… fuera de lo común en este sitio, vaya.
La joven bailarina arrugó el ceño, pero pareció pensativa antes de responder con algo de duda.
-Hubo una chica que vino durante como una semana o algo más, pero luego no regresó. Me pareció extraño, porque me dijo que le gustaba el sitio, y que Mike, el jefe, iba a darle trabajo dentro. No recuerdo su nombre, pero era joven, como de 25… castaña con el pelo por los hombros.
-¿Alguien más de por aquí la conocía, habló con ella aparte de ese Mike? -Preguntó enseguida Sally.
-No lo sé. Estuvo muy pocos días, como te digo, y aquí nadie habla con nadie mucho. Tengo que prepararme.
-Vale, muchas gracias por tu ayuda.
La morena vio partir a la prostituta con una energía renovada. Tendrían que hablar con ese tal Mike, pero antes continuaría con la búsqueda de más información sobre la misteriosa chica sin nombre en el garito, del cual deseaba poder salir cuanto antes, con lo que la joven tomó aire y siguió buscando a quién preguntar.
Por fin Sally había terminado de hablar con medio prostíbulo y salía del lugar casi a las 2 de la madrugada, después de incluso aguantar a más de un hombre bebido, que entre piropo e intento de acercamiento, había dicho algo de interés sobre la chica desaparecida.
Caminaba alejándose del edificio cuando un hombre alzó la voz para decirle algo, casi ya fuera del recinto del puticlub.
-Eh, ¿cuánto por una mamada?
-Me parece que no, colega. -Respondió sin pararse, observando de refilón que aquel hombre alto entrado en la treintena y pasado de copas empezaba a seguirla, ofendido.
-¡Eh! ¿qué pasa, crees que vales demasiado o algo así para mí? ¡Sólo eres una puta!
Sally tuvo que apartarse rápidamente para que no le diera una piedra que aquel hombre le lanzó, contemplándolo acto seguido antes de comenzar a correr, viendo que él hacía lo mismo, siguiendo con gritos y amenazas.
La morena trató de mantener su miedo a raya mientras enfilaba el camino dirección a la gasolinera, que parecía condenadamente lejana ahora, adentrándose en la penumbra que se alzaba al alejarse de los neones del puticlub. No obstante, el pánico se hizo protagonista cuando la chica fue derribada poco después, cayendo sobre la tierra del arcén.
-Ahora me voy a llevar lo que quiera de gratis, puta. -Sentenció el hombre al ponerse sobre ella para poder retenerla.
Sally no dejó de luchar, pasando a arrojarle un puñado de tierra a la cara para aprovechar y ponerse en pie de nuevo, corriendo tras lograr coger su espray, pero no tuvo tanto tiempo como pensaba cuando el tipo volvió a correr tras ella.
Nuevamente alcanzó a la camarera, esta vez agarrándola del pelo para lanzarla contra el suelo, perdiendo el spray que llevaba en la mano. Sally trató de reptar hacia él enseguida, pero aquel extraño la volteó con violencia y le propinó un fuerte puñetazo, seguido de otro igual de veloz y doloroso.
La morena notó entonces como él empezaba a desabrochar su pantalón en aquellos instantes en los cuales ella parecía inhibida por los golpes, algo que la alertó al instante, haciendo que la adrenalina tomara el control para mover sus músculos nuevamente.
Sally sorprendió a su agresor con un rodillazo en sus genitales que le hizo gritar de dolor mientras se dejaba caer al suelo. Fue entonces cuando ella aprovechó para gatear hasta su spray y recuperarlo, escuchando que el tipo la insultaba entre quejidos y amenazaba con que la buscaría y violaría hasta matarla. La morena, asqueada ante aquel comentario, se acercó y pulverizó su spray de defensa personal hacia los ojos del borracho, corriendo acto seguido hacia la gasolinera.
Un quejido invadió el pequeño piso de Sally cuando soltó las llaves sobre su lugar común, en medio de la oscuridad de la madrugada, una de las peores que recordaba en mucho tiempo.
Sin encender la luz caminó hasta el baño, parpadeando cuando el fluorescente de la pared se prendió. Tras aclimatarse a la luz la mujer miró su reflejo en el pequeño espejo sobre el lavabo, a la par que inspiraba con resignación.
Contempló la sangre seca bajo su nariz, los arañazos en sus brazos, y el pequeño corte sobre su ceja derecha. Mañana tendría aquel ojo ennegrecido, y el dolor que sentiría sería el doble que el de ese entonces, lo sabía plenamente.
La camarera bajó la mirada mientras apoyaba ambas manos en el lavabo, sintiendo que la pérdida de la adrenalina la imbuía en una oleada de malestar físico y mental ante el recuerdo de las escenas vividas, la impotencia y el miedo. Sin poder evitarlo, finalmente Sally rompió a llorar.
