Capítulo 9

Sally llevaba nerviosa casi toda la mañana desde que sabía que Marty y Rust habían emprendido el viaje hacia Erath.

Miraba constantemente el reloj de pared dentro del restaurante donde trabajaba, así como su teléfono. Ya era casi la una de la tarde. Eso significaba que el mensaje de Marty debía llegarle en poco tiempo, o entonces sabría que no tenían cobertura y estarían incomunicados en los bosques donde supuestamente debía estar la casa de aquel hijo desconocido del sheriff.

Los minutos pasaban demasiado veloces y el móvil no vibraba en su bolsillo, con lo que la mujer no pudo ignorar la preocupación, y pasó a desoír lo que los dos ex policías le habían dicho.

La morena se apresuró a terminar de recoger una de las mesas para acercarse velozmente hasta el gerente del local, disimulando su preocupación.

-Oye, Sam, al final voy a tener que irme como te dije. Trabajaré el domingo en el turno de la noche como acordamos, ¿vale?

-Está bien, Sally. Porque eres tú, ¿eh? -Agregó con una sonrisa burlona el hombre fibroso y de pelo muy corto, centrando sus ojos claros en los marrones de ella.

-Eres el mejor, jefe. Gracias.

Tras la rápida despedida de la mujer, corrió hacía la zona interna del local para fichar su salida y recoger su bolso, saliendo al exterior por la puerta trasera mientras comprobaba de nuevo su teléfono. Eran casi las dos y no había recibido noticias de Hart, con lo que sus sospechas se confirmaron.


Sally dejó sus pertenencias en el asiento del copiloto, poniéndose las gafas de sol antes de arrancar el vehículo y meter la dirección en el GPS de su móvil, intentando no pensar en la hora y media que le esperaba aún de camino.

Sabía que Marty había avisado a uno de los policías que los había interrogado a raíz del crimen del lago Charles, pero no tenía más información sobre nada, y temía que sus compañeros pudieran subestimar el peligro de aquella visita. ¿Quién aseguraba que no habría varios allí? ¿O que aquel chalado no estuviera armado hasta los dientes? No podía dejarlo estar sin más, sentía terribles remordimientos aún en aquellas simples circunstancias; imaginar que algo malo acabara ocurriendo hacía que se le cortara la respiración.

Marty aún estaba sobrecogido por todo lo grotesco que había en aquella sucia y vieja casa, pero pudo relajarse un poco cuando consiguió esposar a la mujer rechoncha e ida de la cabeza que le había intentado impedir el paso, y luego dispararle con una escopeta. Tras atarla después con una cuerda a la barandilla de la escalera, la dejó allí sentada quejándose para salir al exterior en busca de Rust, al que había escuchado minutos antes gritarle a alguien que se arrodillara y parase.

El expolicía corrió hasta una pequeña cabaña cercana a la casa principal, arrepintiéndose al instante de cruzar aquel umbral y ver el tétrico espectáculo; un hombre semidesnudo y casi esquelético se hallaba muerto, encadenado a un rudimentario catre de madera. El hedor hizo al detective privado arrugar el gesto, saliendo de allí antes de poder vomitar.

-¡Rust! -Gritó mientras caminaba lejos de la casa, arma en ristre, sin saber hacia dónde ir en aquel lugar inmenso lleno de verdor.

Poco después vinieron las palabras del rubio, haciendo que Hart se pusiera sobre el camino correcto, acelerando el paso a la vez que trataba de mantener la calma y la mente fría, sin percatarse por la distancia y la concentración, del sonido de un vehículo llegar a toda velocidad.

Sally frenó bruscamente en cuanto vio el coche de Marty aparcado frente a aquella casa decrépita, y sin pensarlo paró el motor y salió de él, comprobando que no había cobertura en aquel sitio perdido.

La morena maldijo por lo bajo y tiró el móvil en el asiento del coche, guardándose las llaves en el pantalón para dirigirse a su maletero, de donde sacó un bate de baseball desgastado. Tras cerrarlo y suspirar con fuerza avanzó hasta la casa.

La puerta estaba abierta, con lo que entró despacio, nombrando a sus compañeros con voz temblorosa ante el silencio y lo que allí se veía. Pronto se detuvo al ver a una mujer esposada a la escalera, sentada en el primer escalón de la misma.

-¿Dónde están los dos hombres que llegaron hace un rato? ¿Está aquí el hombre de las cicatrices en la cara?

La mujer la ignoró por completo, continuando con su mantra de lamentos y sollozos, mostrando que no estaba muy cuerda, con lo que Sally volvió a alzar la voz, pero nadie contestó; sin duda habían entrado allí, pero se habían ido. Sin poder evitar pensar en que quizás habían ido tras el hombre espagueti, la camarera se apresuró al exterior.

-Joder… -Murmuró ante la enormidad de aquel paraje desierto y exuberante de maleza. No tenía ni idea de a dónde dirigirse.

Sally se obligó a tomar aire y profundizarlo, comenzando a correr lejos de la casa, observando en el suelo de tierra pisadas diversas que siguió tras un cobertizo del cual emanaba un olor a putrefacción. Pensó en asomarse, pero su raciocinio la advirtió de que sería mejor no hacerlo, contemplando que a pocos metros un perro se desangraba tras haber recibido un tiro. Las cosas no pintaban muy bien.

Pronto la hierba y ramas hicieron que perdiera su camino de huellas, con lo que tuvo que continuar de forma instintiva, agudizando los sentidos ante cualquier percepción sensorial que le diera pistas del paradero de sus colegas. No obstante, pronto llegó al lugar que sabía, era el indicado.

Aquella zona era un laberinto, y por todas partes comenzaban a aflorar esas formaciones de ramas rituales del mundo de Carcosa. Un escalofrío recorrió a la chica en cuanto se adentró en el lugar, dejando de sentir el sol en su piel expuesta.

A medida que avanzaba, esta vez con el bate en alto, preparada, la sensación de horror era mayor ante las cosas que encontraba: ropa vieja de niños, más formas de ramas, cráneos o cuerpos vendados como momias. No tenía duda de que, al fin en ese lugar, estaban todas las respuestas.

Sally se sobresaltó al escuchar varios disparos, haciendo que rápidamente redirigiera su camino y corriera hacia los sonidos de lo que parecía una pelea.

Un pasillo desembocó en una nueva abertura que conducía a una sala grande y circular de techo abierto, pero la morena no pudo vislumbrar aquello al contemplar con total estupefacción que un enorme hombre se acercaba a Marty, sacándole un hacha que le había clavado en el hombro.

Sally no se dejó pensar, simplemente rezó porque su corazón no explotara ante el miedo que lo hacía latir desbocado, lanzándose después hacia el hombre de las cicatrices en la cara con todo el arrojo que pudo reunir.

El golpe de bate le dio de lleno en la cara al agresor, haciendo que se tambaleara y chocara contra la cercana pared de piedra. La camarera aprovechó para arrodillarse junto a Hart.

-Dios santo, Marty… -Susurró sin saber qué hacer, contemplando un segundo después que el asesino se ponía en pie, y a Rust tendido a unos metros, en el centro de la sala con un cuchillo en el abdomen.

Marty apenas tuvo tiempo de decir nada cuando la mujer se puso en pie y tomó el bate veloz, tratando de defenderse de aquel gigante. Sin embargo, él pudo detener uno de sus golpes y pasar a golpearla en la cara para deshacerse de ella antes de volver a coger el hacha e ir a por Hart, quien estaba a punto de recuperar su pistola.

Sally gritó a la vez que intentó correr para detener el horrible crimen, pero su voz fue ahogada por un nuevo disparo que dio de lleno en la cabeza del agresor, matándolo en el acto antes de que pudiera clavar el arma en el detective privado.

La morena ahogó un gemido, pero se sintió aliviada, contemplando el cadáver un segundo antes de dirigir la vista a Marty, quien intentaba ponerse a cuatro patas. Aquella sensación de calma se desvaneció en cuanto fue consciente de la situación de Cohle, y de nuevo el corazón empezó a palpitar con frenesí en su interior.