Capítulo 37
En cuanto cesaron los ahogados gemidos de la pareja al terminar el encuentro, el silencio se hizo denso en la sala. Solo se vio quebrado por el resollar de ambos, respirando aceleradamente mientras luchaban por volver a un pulso normal.
Tras unos instantes, Sally alzó el rostro, despegándolo del cuello de Cohle para poder buscar sus ojos azules antes de hablar, algo preocupada, por su mutismo y quietud tras el sexo.
-¿Estás bien, Rust?
La morena respondió al leve asentimiento del hombre acariciando su áspera mejilla, sonriendo cuando él habló al fin, a la vez que apartaba con su mano diestra parte del cabello de la joven para poder mirarla a los ojos.
-¿Tú estás bien?
Sally asintió enseguida, volviendo a llevar sus manos al rostro masculino para pasar a besarlo con lentitud y cariño, recreándose al dejarse llevar por todo lo que sentía. Tras aquellos segundos, la camarera volvió a mirarle para hablar.
-Voy al baño un segundo.
Sally deshizo la postura y se puso en pie, bajándose el vestido y recuperando su ropa interior del suelo para desaparecer ante la atenta mirada de Cohle.
El hombre salió de su abstracción, y tras un suspiro se levantó, pasando a deshacerse del condón y subirse los pantalones de forma lenta.
Su cabeza comenzó a pensar sola sobre toda aquella situación, y sus propias sensaciones interiores al estar con la mujer. Se sintió extraño al darse cuenta de que se encontraba mejor, que pensaba en ella de forma inconsciente, y que realmente ella le gustaba.
El sonido del teléfono de Sally lo distrajo, haciendo que el camarero alzara la voz para avisarla. No obstante, ella respondió que lo dejara estar.
Rust caminó hasta la mesa frente al sofá, ignorando el sonido del móvil para coger el tabaco y prender un cigarro, volviendo a tomar asiento. Unos segundos después, Sally salió del baño, sentándose al lado del rubio a la par que buscaba en su mochila el teléfono.
-Gracias. -Murmuró ella cuando Rust le pasó el pitillo, sosteniéndolo con los labios para sacar el móvil y mirar quién había llamado. Su ceño se arrugó en cuanto contempló el nombre de la vecina de su madre. -Perdóname; tengo que devolver la llamada.
Cohle asintió, tomando el cigarro que ella le devolvía, a la par que la contemplaba ponerse en pie y llevarse el móvil al oído, esperando obtener respuesta al otro lado.
-Hola, Rosalie. No he podido cogerlo, lo siento ¿Qué ocurre? ¿Qué? ¿Cuándo?
El expolicía prestó atención a la morena cuando contempló el cambió en su rostro y voz. La seriedad impregnaba su faz, y la rigidez sus músculos, habiéndose parado en mitad de la estancia escuchando a su interlocutora.
-Voy a hablar con mi jefe ahora mismo. Saldré en cuanto arregle las cosas en el trabajo. Muchas gracias por todo, Rosalie. Adiós.
-¿Estás bien? -Preguntó Rust en cuanto ella hubo colgado, habiéndose quedado en la misma posición. La chica se giró cuando escuchó su voz, hablando con un leve murmullo entrecortado.
-Mi madre ha sufrido un infarto y está muy grave. Tengo que ir a Shreveport. Lo siento, tengo que irme al restaurante a hablar con mi jefe, Rust.
-Iré contigo. -Agregó él, a la par que se levantaba del sofá, contemplando que ella recogía sus pocas cosas para ponerse en marcha. La mujer no se detuvo ante aquel comentario, dirigiéndose a la salida mientras respondía.
-No, muchas gracias, de verdad. Necesito estar sola. Adiós, Rust.
Cohle contempló a Sally desaparecer rauda, quedando solo en la sala, nuevamente en completo silencio.
El sonido de alguien llamando al pequeño piso sonaba distante, a pesar de que la puerta estaba muy cerca de la silla donde Sally estaba sentada desde hacía más de 15 minutos.
La mujer estaba aún totalmente abstraída tras la última llamada de Rosalie, pensando en cientos de cosas sin poder evitarlo, a pesar de no creer lo que había escuchado.
Finalmente ella volvió en sí cuando los golpes en la puerta fueron más fuertes, acompañados de una voz masculina que reconoció, nombrándola. Casi de modo automático Sally se levantó para abrir.
Durante varios segundos, ni Rust ni la morena dijeron nada, contemplándose en silencio hasta que él habló.
-¿Estás lista para irnos?
-¿Qué? No puedes irte, tienes que trabajar.
-No he tenido nunca vacaciones, así que Robert se va a encargar lo que queda de semana. Iré contigo a Shreveport.
-¿Por qué quieres ir? -Preguntó ella automáticamente, sintiendo que sus ojos empezaban a humedecerse. Rust continuó mirándola fijamente, respondiendo con la calma que lo caracterizaba.
-No es que quiera ir exactamente, pero tú necesitas no estar sola ahora, y más allí; No quieres estarlo, aunque no lo digas. Tienes miedo de no poder soportar todo lo que va a pasar en tu cabeza, y por eso voy a ir contigo.
La camarera no dijo nada, limitándose a abrazarlo para poder derramar las lágrimas que amenazaban con no continuar siendo controladas.
-Mi madre ha muerto; hace unos minutos me ha llamado la vecina otra vez. -Susurró tras sorber, aún abrazándolo.
-Lo siento, Sally.
-Ya… gracias. -Comentó tras separarse de él, limpiando velozmente sus ojos. La morena cambió de tema tras lograr recomponerse. -¿Qué pasa con Marty? Íbamos a quedar el sábado, y hasta el lunes no vamos a volver.
-Ya he hablado con él mientras venía, se ocupará de todo; ya nos informará cuando volvamos. ¿Salimos ya? Hay casi 5 horas de viaje hasta Shreveport.
-Sí, tengo todo listo. Un segundo.
La mujer fue a recoger la bolsa de deporte donde había guardado algo de ropa, tomando después las llaves de su coche y la pequeña mochila negra. Ambos salieron de la casa en silencio, hasta que Sally volvió a hablar al ver las intenciones de Cohle.
-¿No pensarás conducir hasta Shreveport después de lo que has bebido?
-No estoy borracho, Sally. Pero podemos ir en tu coche si quieres, dejaré aquí la camioneta.
-Sí, creo que será mejor.
Rust no dijo nada, pasando a acercarse a su vehículo para recoger la bolsa con las pocas cosas que podría necesitar, mientras Sally guardaba en el maletero su mochila, haciendo lo mismo con las pertenencias del hombre.
Sin romper el silencio, ambos se subieron en el coche, haciendo que el sonido del motor fuera protagonista al comenzar el viaje lejos de la ciudad.
Ambos se sentían extraños en aquellas circunstancias, sobre todo la camarera, quien más vueltas le daba a la cabeza. No obstante, y a pesar de todo, ninguno de los dos podía negar sentirse mejor al estar en compañía del contrario, alejando la soledad que reinaba en sus vidas.
