Dr. Stone no me pertenece es propiedad de Inagaki y Boichi yo sólo tomo prestado a los personajes para fines de esta historia.
~Sacrificio escrito en piedra~
(Día 6. Época Medieval).
_._
"Existieron una vez dos reinos muy lejanos el uno del otro y tan opuestos entre sí. El primero era un lugar tranquilo, regido por un poderoso rey que protegía a sus habitantes de cualquier amenaza; este soberano hizo que la paz perdurara durante un largo periodo de tiempo. Amado y respetado, el rey prometió hacer cualquier cosa por su reino.
El segundo reino, se regía por la oscuridad. Un lugar sombrío y decadente en el que extrañas criaturas habitaban. Dominado en su totalidad por una soberana que escondía con ella un gran secreto. Nunca nadie supo de qué se trataba en realidad.
Por desgracia la tranquilidad duró apenas un suspiro.
A oídos del rey llegó el rumor de un ancestral tesoro concebido con la magia oscura, una poderosa piedra capaz de exterminar a cientos de ejércitos. Para el hombre, la presencia de dicha reliquia representó una certera amenaza así que se propuso entonces encontrar dicha piedra y erradicarla.
Durante siglos, la búsqueda por aquel tesoro llevó a miles de caballeros y habitantes a su perdición, desafiando las inhóspitas tierras del reino oscuro sin éxito alguno tan sólo para devolver la paz que estaban lejos de alcanzar.
Las desapariciones se hicieron más frecuentes y la desesperación del rey más notable; se rumoró que aquel artefacto se encontraba en las profundidades del otro reino, custodiado por una temible y letal criatura.
Con la decisión tomada, el rey cogió su espada y su escudo para aventurarse fuera de los límites del castillo y de su reino. Cabalgó durante días y noches guiado por su determinación, hasta que llegó a la entrada de su destino: una oscura cueva que conectaba con las profundidades de la tierra misma.
Dejando sus dudas a un lado, atravesó aquella puerta.
El aire denso y el calor que emanó la inhóspita tierra no lo detuvieron, ni siquiera las enormes llamaradas que amenazaron con consumir todo a su paso, armado de valor enfrentó los obstáculos en su camino.
Un enorme castillo se alzó frente a él, tan oscuro y misterioso como era posible, sin embargo la visión no doblegó su voluntad. Sin ser visto, entró al lugar y ahí, tal como muchos dijeron, encontró el misterioso artefacto.
Y sin demora alguna se apresuró a tomarlo, pero entonces una criatura lo detuvo, rugiendo furiosa por la intromisión del hombre a su castillo.
Dicha criatura era nada menos que la soberana del reino oscuro. El rey desprovisto de miedo desenfundó su espada y la apuntó hacia la criatura, lanzándose en una batalla campal en la que sólo uno saldría con vida; sin embargo la magia cabalística de la soberana fue mucho más poderosa que él.
Asombrado por dicho poder, el hombre se detuvo para observar a su contrincante, sus miradas se conectaron y el tiempo se detuvo. Deslumbrado por el brillo en los ojos de la criatura, algo se removió en el interior del rey y un extraño pero grato sentimiento creció en su pecho.
Cuestionando las intenciones de la criatura, él se acercó a ella en busca de una respuesta y ésta, cambiando a su verdadera forma, le contó que aquel artefacto no era más que su propio corazón y la fuente de magia del reino, también le contó cómo muchos otros habían intentado robarlo atraídos por la ambición.
El rey, entonces, se avergonzó de sí mismo pues aunque sus intenciones no eran las mismas, quería destruir el artefacto por temor a su enorme poder. Sin imaginar siquiera que estuvo a punto de terminar con la vida de la Reina.
Arrojando su espada a un lado, se acercó a ella y la reverenció en señal de rendición. Le contó sus intenciones y de lo arrepentido que estaba, amaba a su reino pero se dejó guiar por su desesperación.
Aquel gesto encendió una pequeña chispa en la soberana, quien decidió perdonarle la vida a cambio de marcharse cuanto antes. Sin embargo el noble rechazó la oportunidad y se quedó para enmendar su falta.
Abandonando todo, el pueblo del rey lo consideró un traidor y fue exiliado del reino, pues no podían entender cómo él pudo sentir compasión por dicha criatura.
Los días transcurrieron y el tiempo se encargó de unir sus almas, enamorados, se unieron en matrimonio y de ese amor nació un primogénito, el príncipe de aquel páramo; amado por unos y repudiado por otros debido a su origen.
Los tres gobernaron el reino oscuro por muchos años y el rey comprendió entonces que había encontrado su lugar, había cambiado un reino por una familia a la cual proteger."
—Fin. —La mujer cierra el libro ocasionando que las diminutas figuras de papel queden en el olvido.
Ella no puede recordar con exactitud cuántas veces ha leído el mismo libro para su hija, quizá demasiadas veces pues incluso podría recitar de memoria cada palabra escrita en él, la única razón por la que todavía lo sostiene en sus manos mientras narra es porque a su pequeña le encantan las diminutas figurillas que se asoman de las páginas del libro.
— ¡Léelo otra vez madre!—pide la pequeña con súplica en su voz—. Por favor una vez más. —Kohaku jamás se cansaría de escuchar esa historia.
La mujer quiere decirle que no. Su espalda duele por la incómoda posición en la que se encuentra sentada en su silla y ya es demasiado tarde para que esa niña siguiera despierta, además solo es cuestión de tiempo para que su esposo asomara la cabeza por la puerta y la reprendiera por mimar tanto a su hija.
¡En definitiva no podía!
Pero sus intenciones quedan en el olvido cuando la mirada anhelante de la niña la derrite por completo; el rostro angelical de su pequeña adquiere cierto brillo cuando sus ojos resplandecen con la intensidad de una estrella.
—Madre, por favor sólo una vez más. —insiste Kohaku, haciendo un leve puchero con los labios y cruzando los brazos sobre el pecho.
Y es tan adorable y convincente que su madre no puede más que acceder por última vez.
—Sólo una vez más.
Al menos debe admitir que su pequeña tiene un poder de convencimiento impresionante. ¿Cómo decirle que no? De nuevo abre el libro y esclarece la garganta con un leve carraspeo.
Lee la primera línea con la misma intensidad que la primera vez, y de principio a fin, Kohaku escucha atentamente, maravillada con las palabras que llegan a sus oídos y bailan en su mente, imaginando cada pasaje de dicha historia.
Esta vez al finalizar, la mujer guarda el libro en el interior de un cajón y se apresura a arropar a Kohaku, quien de nuevo le mira expectante como si compartiera un secreto con ella.
A pesar de las protestas, Kohaku se acomoda en sus sábanas, lista para dormir ¿a quién engaña? El sueño comienza a apoderarse de ella.
Su madre se inclina lo suficiente para depositar un beso en su frente y después ladear la cabeza para recibir el suyo a cambio. Un pequeño ritual que se ha hecho frecuente en madre e hija.
— ¿Dónde está padre? —pregunta Kohaku, mirando hacia la puerta y esperando que el hombre de repente apareciera para arroparla.
Su madre parece contrariada con la cuestión.
De hecho, es hasta ese momento en el que ella cae en cuenta de la prolongada ausencia de su esposo.
Si mal no recuerda, Kokuyo se encuentra en la habitación de "asuntos importantes" en una junta con los integrantes del consejo. Jasper, el consejero real, le había asegurado que dicha reunión no duraría más de lo necesario y que se trataría de asuntos irrelevantes.
Pero de eso ya habían transcurrido alrededor de tres horas.
—Tu padre tiene una reunión justo ahora —la reina parece percibir un breve atisbo de decepción en el semblante de su hija—, estoy segura de que no tardará en venir a darte las buenas noches.
Aun sin estar convencida Kohaku asiente, queriendo confiar en las palabras de su madre.
La mujer trata de decir algo más cuando el chasquido de la cerradura hace morir las palabras en su boca. La puerta se abre y Kokuyo atraviesa el umbral con un paso constante hasta acercarse a la cama de Kohaku.
—Mi Rey.
—Kohaku ya debería estar dormida. —Reprende Kokuyo mientras arropa aún más a su hija—. Ruri ya se ha dormido hace un par de horas.
—Padre, madre estaba contándome un cuento para dormir. —Kohaku mira con una gran sonrisa al hombre.
— ¿Enserio?—el tono de Kokuyo es inexpresivo.
No es que no le interesara, sino que era bien sabido de la manía de su esposa por contarle cuentos a su hija.
—Ajá —Kohaku parpadea un par de veces, resistiéndose y dándole batalla al sueño—. Me contaba sobre un rey que se enamora de un monstruo y viven felices por siempre. —Un largo bostezo la interrumpe.
El rey observa de soslayo a su esposa y la mirada tácita que le envía la pone nerviosa.
—Ya es demasiado tarde y tú debes dormir, una buena princesa se va a la cama temprano.
Pero Kokuyo esboza una imperceptible sonrisa al ver que su hija ni siquiera ha escuchado sus últimas palabras al quedarse dormida. Debe admitir que Kohaku despierta es adorable y enérgica, ahora quieta y callada es simplemente encantadora. Y él daría lo que fuese por proteger a sus hijas, debajo de su fría coraza se encuentra un padre dedicado que procura lo mejor para ellas.
Él le hace una señal a su esposa, instándola a salir. Cuidadosamente la reina sigue a Kokuyo y una vez que la puerta se cierra tras ellos, él la mira disgustado. Y la mujer sabe a la perfección cual es la razón de su enojo con ella.
—Es una niña. —replica la reina con una tenue sonrisa en su rostro.
—Es una princesa —dictamina, estrechando ligeramente los ojos hacia su esposa—, y como tal, no es prudente que le llenes la cabeza con ideas absurdas.
Hay algo en la mirada de Kokuyo que su esposa no pasa desapercibido, su total rechazo hacia esas historias. El odio sigue tan fresco como de antaño.
—Quiero que al menos por ahora sea feliz con la ilusión de esas historias.
—Tú mejor que nadie sabe que no son simples historias —Sus palabras traen consigo amargos recuerdos y su corazón se contrae violentamente—. Ellas deben ser conscientes de los peligros del exterior. Nuestro reino no es seguro y honestamente creo que ninguno lo es.
El silencio se apodera de los largos pasillos mientras transitan por éstos de camino a su habitación, la mujer detiene a Kokuyo de un tirón y toma su mano, volteándola para dejar boca arriba la palma y depositar con total delicadeza la suya.
—Kokuyo —dice con voz dulce, muy diferente a la voz encantadora que siempre usa con él—. Sé que quieres proteger a nuestras hijas y lo respeto. —Las palabras se atoran en su garganta, el recuerdo del fatídico día se hace presente.
La reina simplemente deja las palabras flotar en el aire y baja la mirada.
—Vamos a perder a Ruri, no quiero perder a Kohaku también. —Un hecho que Kokuyo se niega a aceptar y que le rompe el alma debido a la impotencia de su situación.
—Lo sé. —es lo único que puede decir, porque como él, ella tampoco sabe qué hacer ni cómo afrontar el futuro que les espera.
_._._._._._
Porque los monstruos son reales. Y ella piensa rescatar a su querida hermana de las garras de uno de ellos.
Es una suerte que el caballo que ha robado del establo del castillo se adapte maravillosamente a ella, aunque no está del todo segura de cuánto podría aguantar este majestuoso ejemplar durante el viaje. Ciertamente, el caballo de trabajo de algún campesino podría aguantar grandes distancias con poca comida, pero Kohaku se sentiría mal robándole a la clase trabajadora.
En el momento en el que Kohaku atraviesa el caos del mercado del reino, el caballo y jinete parecen uno solo. Y distrae a cualquiera que mire sobre la armadura que desencaja en ella, aquella que había robado de la cámara de armas de su padre en el castillo.
Elude exitosamente la línea de visión de los campesinos, mientras éstos conjeturan entre murmullos sobre las posibles e inexistentes batallas en las que había participado.
Es la armadura lo que llama la atención, la maldita cota de malla que pesa por lo menos unos diez o doce kilos y que se ciñe con el cinturón donde enfunda su espada, algo propio en los caballeros envíados a la lucha.
Aunque ella no es ningún caballero, el destino de su viaje termina en una batalla.
El peso de la armadura compromete su movilidad y la de su caballo a cada paso, pero es la única cosa que encontró para ocultar su identidad de su padre y cualquier otro habitante del reino en la medida de lo posible.
Un disfraz que no dificultase la consecución de su objetivo: escapar del castillo y rescatar a su hermana del peligroso Dragón.
Deshacer esa absurda profecía generacional.
Kohaku sabe lo que está haciendo, e incluso cuando no tiene idea de lo que hace, ella siempre ha hecho lo correcto. Esta es su oportunidad, y ella tiene que desempeñar su papel.
Si su padre se niega a rescatar a Ruri por el temor a ese monstruo, entonces ella es la que tiene que hacerlo y matar a esa criatura.
Pero encontrar al Dragón ha sido más complicado de lo que ella esperaba. Para nadie es un secreto el reino de los Dragones, lo difícil es atravesar los límites del reino sin ser asesinado.
Pero llegaría hasta ahí.
Kohaku cabalga por delante de las tierras a las que están adscritos los siervos y donde el clérigo local llena sus bolsillos. Pasando por delante de una iglesia gótica y un puente elevado sobre un crecido río, de aguas turbias. No es un viaje placentero cuando el terreno es duro y el clima horrible, la fortaleza del monstruo está en dirección al norte a un día de camino.
El frío de la noche y la mañana han hecho que las bisagras de la armadura se endurecieran, ocasionando que la movilidad de Kohaku se viera más comprometida.
Pero la determinación por volver a ver a su hermana le da el coraje y determinación suficiente para seguir adelante. Extraña a Ruri y no soportaría perderla, Kohaku ha vivido en medio de ese estigma desde que se enteró que su hermana sería el sacrificio del reino para ser desposada por un Dragón.
No hubo la más mínima duda. Olvidando las inclemencias del clima así como su fatiga y hambre, ladea la visera de su casco y respira con dificultad antes de empujar alentadoramente a su caballo para instalarlo a seguir adelante con el viaje.
Despeja su mente y escudriña el horizonte repasando el trayecto que aún debe recorrer, falta poco para llegar a la barrera protectora del castillo.
Kohaku asesta con sus pies los flancos del caballo y cabalga tan rápido como el modesto ejemplar se lo permite, sudando un momento y tiritando al otro.
_._._._._._
El castillo se alza frente a ella como un coloso con chimeneas recubiertas de blanca Creta y cornisas decoradas con bloques del color de la piedra.
Ante tal magnitud se siente diminuta.
Su corazón parece haber aumentado cinco veces su tamaño natural cuando late frenéticamente, como si cada palpitación fuese la última.
En el interior del castillo se encuentra Ruri, pero también el monstruo que ella piensa matar. El último príncipe Dragón de ese Reino, una criatura que muy pocos han visto pero que ha sellado el destino de su hermana desde el nacimiento.
_._._._._._
La profecía obliga a los Reyes a rendir tributo al reino de los Dragones con sus primogénitas, en el caso del Reino de Kohaku, Ruri fue la primera mujer en nacer tras una larga lista de herederos varones en la línea de sucesión y por ende, el sacrificio esperado para el príncipe.
Kohaku desmonta al caballo y le da una suave caricia junto a una manzana para recompensar su esfuerzo, decidida, se aventura por el camino lateral del fuerte de losa y se esconde entre los arbustos de prímulas invernantes para evitar ser vista.
Decide despojarse de la molesta armadura y conservar sólo su filosa espada consigo.
La línea de árboles del bosque limítrofe le brindan una manera segura de subir por el empinado muro. Desde la cima y oculta a plena vista, nota en la fachada del imponente castillo la primera ventana cuya vista, intuye, debe ser impresionante.
Y en su interior… Ruri mira a través del borde con su rubio cabello meciéndose por el cálido viento matinal. Está esperándola.
Señal, de que posiblemente está sola.
La imagen de su hermana le da a Kohaku la sensación de oxidada nostalgia.
Sin un sólo guardia custodiando, Kohaku aprovecha para salir de las sombras y acercarse al pie de la ventana. La primera impresión es que el muro es demasiado alto, pero a pesar de ello, desliza su mano para encontrar alguna ranura por la que pueda subir.
Al principio, se muestra cautelosa en su ascenso, pero al oír el golpeteo del metal de su espada contra la losa, le hace sentirse ágil otra vez y no le toma más de un par de minutos llegar a la cima y alcanzar la estrecha cornisa.
Se endereza cuando llega a la pequeña cornisa y se aferra con fuerza a la piedra de la ventana. Y es entonces cuando se da cuenta que la puerta del balcón está abierta pero vacía y sólo una cortina de seda roja ondea con la brisa.
Ella puede jurar que vió a Ruri en el interior, sin perder la esperanza mira detrás de la cortina y detecta un roce de movimiento.
Contiene la respiración. La persona que se encuentra en esa habitación no es su hermana.
_._._._._._
—Voy a asesinarte y llevarme a mi hermana. —Kohaku apunta su espada directamente al corazón de la criatura, quién tiene el descaro de asumir una apariencia más humana frente a ella.
Pero él no puede ocultar su identidad, incluso en esa forma sus ojos son el vestigio de su verdadera naturaleza. Su mirada es fuego y Kohaku podría quemarse si sigue mirándolo directamente.
La criatura asume una sonrisa presuntuosa, como si el filo de la hoja de esa espada no fuese a cortarle el pecho en cualquier momento.
—Entonces no me quedaría más opción que destruir tu reino por no cumplir con esa absurda profecía. —está probando a esta mujer para ver cuál será su reacción ante tal amenaza. Honestamente, a él le importa poco lo que esa estúpida profecía declare.
—No, si te mato primero y luego me llevo a Ruri.
—Sabrían que fue alguien de tu reino y las consecuencias serían las mismas. —se encoge de hombros.
Kohaku odia admitir que tiene razón, en cualquier caso sabrían que habría sido un habitante de su Reino y mandarían a alguien para cobrar el desacato por tal crimen.
Ella no sabe qué hacer, sería tan fácil alcanzarlo e incrustar la espada en su corazón, pero no quiere condenar a su Reino y mucho menos a su padre, quién en el peor de los casos ni siquiera sabe que ella está ahí.
—Escoge a alguien más —pide Kohaku, pero sin bajar la guardia con la espada—. Deja ir a mi hermana y escoge a otra princesa para el matrimonio.
Porque existen otros reinos con princesas disponibles. Mujeres a las que les espera el mismo destino que a su hermana si no logra convencer a esta criatura de desistir en su absurda idea de matrimonio.
La idea de sacrificar a otra persona no se siente bien y revuelve las entrañas de Kohaku.
—Tu reino tiene una deuda ancestral con el nuestro y esa es la única manera en la que pueden saldarla.
—Te ofrezco toda la riqueza que poseemos, pero libera a mi hermana.
Él considera hilarante la propuesta de la chica y no puede contenerse cuando se dobla sobre sí mismo riéndose a carcajadas por tan absurda idea. Si fuese cuestión de bienes y riqueza, las cosas serían diferentes.
El padre de esta interesante mujer era Rey, conde, duque, barón o cualquier otra variedad de soberano de la codiciada tierra. Senku dejó de preocuparse por tales títulos mortales después de años de tener que ver jugar a esa especie en juegos de guerra por inconmensurables riquezas.
La única pasión mortal en la vida parece ser esa: declarar la guerra, robar las riquezas de feudos cercanos y hacer la vida un infierno para todos sus vecinos.
—No estoy interesado en tu riqueza ni tus tierras.
—Entonces ¿Qué es lo que quieres para dejar ir a mi hermana?
—¿Estarías dispuesta a hacer cualquier cosa por ella?
—Lo que sea. —Kohaku no duda ni un segundo en responder con tal sinceridad.
Si ha llegado hasta ese lugar para salvar a su hermana, no hay nada que no esté dispuesta a hacer por Ruri.
Él duda que la determinación que muestra tan fervientemente siga ahí después de lo que va a decir. Aún así, es interesante ver la reacción de esta chica.
—Te propongo un trato —comienza Senku, apartando con un dedo el filo de la espada a centímetros de su pecho, aunque reticente al principio, ella aleja el arma de él—. Liberaré a tu hermana si te quedas en su lugar y cumples con la única condición que tengo para ti.
La propuesta no le gusta del todo pero le da la oportunidad de negociar la libertad de su hermana, Kohaku debe jugar bien sus cartas y saber de qué se trata dicha condición para decidir si acepta o no. Aunque la libertad de Ruri es lo más importante.
—¿De qué se trata esa condición? —Como acto reflejo, aprieta aún más el mango de su espada entre sus dedos.
Hay un imperceptible brillo en los ojos carmín de la criatura, algo que denota inteligencia y quizá también una pizca de diversión en ellos.
—Un heredero.
Ella quizá ha escuchado mal.
—¿De qué estás hablando, Dragón?
—¿Estás sorda? —él hurga en el interior de su oreja con despreocupación y sin mirarla directamente a los ojos—. La única condición para que deje ir a tu hermana es si a cambio te quedas tú y me das un heredero. Después de todo, es de lo que se trata la tradición de esa absurda profecía.
Tradición que se remonta a la fundación del reino de Kokuyo, heredado de generación en generación por sus ancestros.
Kohaku sólo supo de dicha profecía un par de años antes del cumplimiento de la mayoría de edad de Ruri. De no existir Ruri, quizá sería la misma Kohaku quien ocuparía el lugar de su hermana con esa criatura.
—¿De esto se trata el asunto del matrimonio? —ella cuestiona incrédula—. Espera, esto no tiene sentido ¿Por qué? Es decir, eres un Dragón y nosotras humanas.
De hecho fue algo que también tuvo que explicarle a la hermana de esta mujer.
—No podemos concebir entre los de nuestra propia especie. —explica como algo obvio.
—¿Entonces eres mitad Dragón? —eso, según Kohaku, explicaría la apariencia de este sujeto.
Senku pone los ojos en blanco por la absurda conclusión a la que ha llegado la humana, pero no puede culparla por la ignorancia que demuestra hacia su gente.
—Soy un Dragón casi en totalidad, al menos la mayor parte de nuestros genes son las de Dragón y una pequeña parte humana, por eso podemos asumir ambas formas —ella parece entender un poco, pero Senku puede ver otra duda asaltando su mente y a punto de salir—. Por lo general somos los machos quienes engendramos a nuestra descendencia masculina y las hembras a la femenina, es por eso que este reino sólo ha tenido príncipes en la línea de sucesión y comprometidos con Doncellas de los otros reinos.
Hasta donde ella sabe y conoce, en las inmediaciones del reino de esta criatura se encuentran sólo dos reinos más.
Kohaku sacude la cabeza para despejar su mente, no sabe qué hacer con la propuesta que él le está ofreciendo, el precio a pagar por la libertad de su hermana es demasiado alto, no por el sacrificio de su propia libertad sino por el condicionante en sí.
Si fuese otra cosa, ella estaría dispuesta a pagar el precio.
Senku puede notar su indecisión, francamente no le importaría con cuál hermana quedarse, lo único que le interesa es la preservación de su especie y del linaje de la familia real. Se niega a ceder el trono a su tío Xeno.
—Escucha, puedo proponerte otro trato si estás dispuesta a negociar —Senku considera otra opción a sus planes de conservar la corona—. Me darás un heredero, eso no está a discusión. Y yo te daré tu libertad después del primer año de matrimonio.
Porque la idea del matrimonio tampoco entusiasma mucho a Senku y ese es el acuerdo más lógico para que ambas partes salgan beneficiadas.
—¿No volveré a ver a mi hijo? —la sola idea suena cruel para Kohaku, incluso si esa criatura es producto de un acuerdo.
—Puedes quedarte o marcharte una vez nazca, pero anularé el matrimonio cuando obtenga el título de Rey. No te negaré la entrada al reino ni las visitas.
—Me quedaré. —al igual que con Ruri, Kohaku no duda ni un segundo en responder.
—En verdad no es necesario, sólo necesito un heredero. El matrimonio sólo es una excusa para conseguir a una doncella.
Senku espera que ella entienda la indirecta, pero parece que esta Mujer no lo hace y es demasiado testaruda para su propio bien.
—Si quieres seguir gobernando en este Reino y el matrimonio es la única manera ¿No crees que podrían destituirte una vez que anules el matrimonio?
Quizá, pero Senku tiene un plan de respaldo para conseguir la consumación de sus planes.
—Podríamos fingir tu muerte tras el parto.
—Entonces definitivamente perdería la oportunidad de velar por mi hijo. —Después de todo, ese niño también sería su descendencia y al menos quiere estar ahí para él.
La mirada que Kohaku le da a Senku es profunda y sincera sobre su necesidad de permanecer cerca de ese niño. Y él nunca ha visto tal determinación en un humano por querer permanecer con alguien de su especie.
Es interesante.
—¿Entonces debo suponer que aceptas mi oferta a cambio de la libertad de tu hermana?
Es la última oportunidad que está dándole.
—Lo haré, me sacrificaré por mi hermana. —Kohaku arroja a un lado su espada para rectificar su decisión.
Y aunque a Senku le indigne un poco que para ella esto sea más un sacrificio que una transacción, acepta su decisión.
—Entonces —la sonrisa de Senku se ensancha en señal de victoria—. ¿Cómo debo dirigirme a este sacrificio? —Hay un tono burlón en su voz que no se molesta en ocultar.
—Kohaku —ella se cruza de brazos ligeramente indignada por la elección de palabras de él—. Ahora dime, Dragón ¿Cómo debo dirigirme a ti?
—Llámame simplemente Senku, no quiero escuchar nada de "mi señor", "mi Rey" o "esposo", te mandaría a cortar la lengua por ello.
—¡Ja! Ni siquiera sueñes que diría algo como eso.
Definitivamente ella no se parecía a su hermana; quizá tenían los ojos azules, labios como pétalos de rosa y la impresionante melena rubia, pero Kohaku se diferenciaba de Ruri en el fuego que dejaba ver en su interior. Un poderoso fuego que a Senku llamó la atención y consideró entrañable.
En ese instante, basta una mirada y sonrisa compartida para sellar el pacto de su alianza y la expectativa de su futuro.
.
.
.
Fin(?)
N/A:
Un poco bastante tarde para el tema 6, pero a final de cuentas ahí está…
No sabía qué hacer para este día así que esto fue lo que salió al final, es ambiguo y quizá sin sentido pero bueno, medieval con algo de Fantasía XD
Estoy pensando seriamente en continuar esto con el último tema "Del amor al odio"... El cual no subiré hoy sino mañana o pasado u.u
En fin, sé que ya es tarde pero aquí está el shot. Perdón por los errores que pueda tener u.u
Espero les haya gustado y nos vemos en la próxima n.n
