Capítulo 1
Memorias de un pasado lejano
Tras participar y ganar en los campeonatos de China y Estados Unidos, los BladeBreakers regresaron a Japón para tomarse un pequeño descanso antes de comenzar su viaje rumbo a Moscú Rusia, en donde competirían por el campeonato mundial de Beyblade, el cual comenzaría dentro de algunas semanas.
Ya era tarde cuando su vuelo arribó en Japón.
En el aeropuerto, todos tenían a alguien esperando por ellos, a Max su padre, a Tyson y Rai el Sr. Granger, a Kenny sus padres y a Kai el chofer de su familia, quien lo saludó cortésmente al verlo.
Kai estaba fastidiado por el viaje, por ello quería irse a la mansión cuanto antes, así que le hizo un ademan al chofer, para indicarle que se retiraban, y como sus compañeros de equipo estaban distraídos hablando de todo lo que habían hecho en Estados Unidos, no se percataron de su partida.
En cuanto llegaron al lujoso auto, el chofer se apresuró a abrir la puerta del asiento trasero para dejar subir a Kai. Guardó la maleta en la cajuela, y una vez que se hubo acomodado en el asiento del piloto, preguntó manteniendo un tono formal:
—¿A dónde lo llevo, joven Kai?
—Llévame a la mansión —respondió con su habitual tono de voz.
—Entendido —confirmó el chofer, e inmediatamente puso el auto en marcha.
Con algo de suerte su abuelo estaría de viaje ocupándose de alguno de sus negocios, y de ser así, podría tener la mansión solo para sí, dándole la oportunidad de entrenar y disfrutar de sus días de descanso sin ser molestado.
—Debido al tráfico demoraremos un par de horas en llegar —le informó el chofer, sin apartar la vista del camino.
—De acuerdo —respondió Kai.
No tenía sueño, así que para pasar el rato escucharía algo de música. Sacó entonces su teléfono móvil de la bolsa de su pantalón, pero al desbloquear la pantalla su atención se desvió al percatarse de la fecha.
—Pronto será su aniversario —pensó, y una oleada de sentimientos se arremolinaron en su interior.
Fastidiado, guardó el celular y se limitó a mirar por la ventana, mientras intentaba despejar su mente.
Mientras tanto, en uno de los múltiples parques de la ciudad, una joven de ojos azules y cabello amielado, descansaba junto a un enorme y hermoso lobo blanco.
Ambos habían llegado hacia un par de días, pero como no contaban con mucho dinero, quedarse en una habitación de hotel era impensable, aunque eso les daba igual, pues durante al menos un par de años habían vivido aislados en una fría y oscura celda dentro de la abadía, por lo que descansar en ese parque y poder contemplar las estrellas era realmente agradable para ambos.
—¿Aquí fue donde conociste a ese amigo tuyo, llamado Kai? —preguntó el lobo.
—Jeje, no en este parque —respondió divertida —. Pero si en uno muy similar a este.
—Me hablarías un poco más, de cómo era tu vida aquí—pidió Colmillo.
—Uhm, recuerdo que, al principio, cuando recién nos habíamos mudado, los niños me decían que era rara —se animó a decir tras un breve silencio.
—¿Rara? —repitió con incredulidad Colmillo.
Eso hizo reír a Lucy.
—Jeje, sí. Todos decían que mi acento ruso era raro —afirmó ella—, aunque gracias a eso se dio la oportunidad para que Kai y yo nos conociéramos.
Lucy dejó escapar un suspiro, pues aquellos recuerdos eran parte de una vida que no podía recuperar.
Y dejándose llevar por la nostalgia fue rememorando aquel momento.
—¿Puedo jugar con ustedes? —preguntó una tímida y pequeña Lucy, a un grupo mixto conformado por cinco niños.
—¿Cómo dices? —preguntó uno de ellos, pues debido a su peculiar acento no comprendió lo que ella dijo.
—Pregunté que si ¿puedo jugar con ustedes? —repitió con nerviosismo, la pequeña de ojos azules.
Pero la única respuesta que recibió fueron un montón de carcajadas por parte del pequeño grupo.
—Jaja, pero que extraño hablas —dijo una niña de cabello color lila entre risas, haciendo que Lucy se sonrojara de vergüenza al ver la reacción que su peculiar acento había provocado.
—Dudo mucho que puedas jugar con nosotros —dijo otro de los niños —. Será difícil entender lo que digas con ese acento tan raro que tienes.
—¡Cierto! —corroboraron al unísono los demás.
Y sin decirle algo más, el grupo se retiró entre risas a otra zona del parque, dejando a Lucy sola y abatida.
—¡Que groseros! —dijo para sí, un niño de cabellos bicolor, que había presenciado la escena.
Y al ver que la pequeña se retiraba cabizbaja, se apresuró a alcanzarla.
—¡Espera, no te vayas! —pidió él.
Lucy levantó tímidamente la mirada para ver al recién llegado.
Él le sonrió, y extendiendo su mano le ofreció una pequeña flor amarilla.
—¡Ten!
Ella se sorprendió por el gesto, pero aceptó la flor tomándola con timidez.
—¡Es muy bonita! —comentó un poco más animada —, ¡muchas gracias!
—Mi nombre es Kai Hiwatari —se presentó él.
—Yo me llamo Lucy Naekino Novikova — se apresuró a decir ella.
—¿Naekino Novikova? —repitió confuso.
— Jeje. Sé que solo debería usar el apellido de mi papi, pero el apellido de mi mami me gusta mucho —explicó divertida —, por eso me gusta mencionar ambos.
—¡Oh, ahora lo entiendo! —comentó divertido, pues aquello le resultó bastante curioso.
—¿Te gustaría jugar conmigo? —preguntó tímidamente ella.
—¡Claro! —afirmó con entusiasmo, haciendo que Lucy se emocionara.
—¡Mira, sentémonos ahí! – propuso Lucy, al ver que un par de columpios estaban libres.
Kai asintió, y ambos corrieron a ocuparlos antes de que alguien más lo hiciera.
Mientras se columpiaban, aprovecharon para hacerse preguntas uno al otro.
—Entonces, ¿tu familia está de visita en Japón? – quiso saber Kai.
Lucy negó con la cabeza.
—Acabamos de mudarnos. Mamá dijo que a papá le ofrecieron trabajo en una empresa llamada BBO o algo así.
—¡Qué bien! —dijo emocionado —. ¡Eso quiere decir que podremos vernos seguido! Bueno, eso si tú quieres.
—¡Claro que sí! —respondió muy contenta, pues finalmente sentía que había hecho un amigo en ese nuevo país.
Ambos podrían haberse quedado hablando por horas, pero fueron interrumpidos por una hermosa mujer de cabello rubio ondulado, y ojos azules como los de Lucy.
—Veo que mi pequeña se está divirtiendo —comentó la recién llegada.
Su voz era dulce y melodiosa.
—¡Mami! —exclamó Lucy, antes de saltar del columpio y correr a abrazarla —. Mami, ¿puedo quedarme un ratito más? —pidió con ojos suplicantes —, es que quiero seguir platicando con Kai.
—¿Eh? —. Aquella petición la tomó por sorpresa.
—¡Ven conmigo!, te lo voy a presentar —dijo Lucy, mientras la tomaba de la mano para guiarla hacia Kai.
La mujer sonrió y se dejó guiar por su pequeña hija.
—¡Ho-hola, mi nombre es Kai Hiwatari! —se presentó con timidez.
—¡Mucho gusto joven Kai! —dijo con dulzura —. Mi nombre es Lilia Novikova.
—Entonces, ¿dejas que me quede un ratito más? —volvió a preguntar Lucy.
Lilia sonrió y acarició la cabeza de su hija.
— Uhm, ¿qué te parece si mejor invitamos a Kai a comer en nuestra casa? —propuso —. Así podrán seguir platicando y jugando, mientras yo cocino.
La mirada de Lucy se iluminó, pues aquella propuesta le había parecido maravillosa.
—¡Sí! —exclamó emocionada.
—Que dices joven Kai, ¿nos harías el honor de ser nuestro invitado? —preguntó Lilia, manteniendo ese tono dulce en su voz.
—Si —respondió tímidamente, y un tenue sonrojo coloreó sus mejillas.
Finalmente, luego de lo que le pareció una eternidad, el vehículo ingresó al camino de piedra que atravesaba los jardines de la mansión.
Ansiaba subir a su alcoba y darse una ducha, para después meterse en su cama y descansar.
En la entrada principal, ya lo esperaban algunos miembros del personal listos para atenderlo.
—Está bien, puedo encargarme solo de esto —dijo tranquilamente, tras negarse a dejar que uno de ellos llevara su maleta.
—¿Desea que se le prepare algo para cenar? —preguntó el mayordomo.
—No —respondió con firmeza —. Solo quiero subir a mi habitación y descansar. Ha sido un viaje bastante agotador, por lo que no deseo ser molestado.
—Como ordene, joven Kai —dijo con formalidad el mayordomo.
—¡Bienvenido a casa, Kai! —le saludó una desagradable voz familiar cuando ingresó al recibidor.
—Hmm…
—Vaya forma de saludar a tu abuelo —se quejó el anciano que se encontraba de pie junto a la imponente escalera de madera tallada.
—¡Hola, abuelo! —saludó con desgano sin detener su paso, y sin dirigirle la mirada.
Sabía que eso lo molestaría, pero no le importaba, después de todo el anciano siempre lo había tratado como una marioneta que podía usar para su beneficio, por lo que Kai no le tenía ni el más mínimo aprecio.
—¡Vaya! Me había olvidado que dentro de poco será su aniversario —comentó en tono mordaz.
Kai no quería caer en las provocaciones de su abuelo, pero le estaba costando bastante controlar sus ganas de propinarle un buen golpe para hacerlo callar.
—Fue una pena lo que le ocurrió a esa familia —continuó manteniendo su tono burlón —. Y pensar que ella y tú eran grandes amigos…
Eso último hizo que Kai se detuviera a la mitad de la escalera y apretara la correa de la maleta empuñando la mano.
—… ¿Cuántos años han pasado ya desde sus muertes?...
—He tenido un largo viaje —dijo interrumpiéndolo, mientras luchaba por mantener un tono neutral en su voz —, así que si me disculpas "abuelo" me retirare a descansar.
Y dicho eso continuó su camino con paso firme rumbo a su habitación, dejando al anciano con una sonrisa de oreja a oreja al ver que había conseguido fastidiarlo.
Kai atravesó los largos pasillos dando grandes zancadas, y en cuanto estuvo parado frente a la puerta de su habitación la abrió dando un gran portazo; e intentando deshacerse de su coraje lanzó su maleta contra la cajonera que estaba junto a la cama, provocando que las cosas que estaban encima cayeran al suelo.
—¡Tsch!
Fastidiado se acercó para recoger lo que se había caído, y al levantar uno de los libros una vieja fotografía se asomó de entre sus páginas.
Extrañado, Kai la sacó y la miró con atención.
—Hmm… —. Le resultaba extraño verse a sí mismo tan alegre y feliz en compañía de aquellas personas, pero lo cierto era que desde que los había conocido sus días dejaron de ser monótonos y repetitivos; pues desde muy temprana edad había sido obligado a tomar diariamente todo tipo de lecciones que, de acuerdo con su abuelo, le serían necesarias para su futuro como líder de las empresas Hiwatari.
«Había olvidado que estabas guardada aquí —murmuró, y entonces su mente lo sumergió en un amargo recuerdo.
Él y Lucy estaban andando por el camino de piedra que comunicaba la mansión con la calle, ya se les había hecho tarde, pero como estaban tan entretenidos hablando sobre lo bien que sus nuevos Beyblades habían respondido durante la práctica no le dieron mucha importancia a la hora.
Para cuando llegaron a la reja que daba a la calle, un montón de vehículos policiacos y de bomberos pasaron a toda velocidad con las sirenas encendidas, aquello les pareció extraño, por lo que ambos intentaron ubicar la cortina de humo, pero debido al cielo nocturno era difícil vislumbrarla.
Ninguno dio mayor importancia al asunto, así que continuaron su camino enfrascados en su plática.
Ya estaban relativamente cerca de la casa de Lucy cuando el sonido de una explosión los tomó por sorpresa, y entonces vieron con horror como una densa humareda incandesente se elevaba en el cielo nocturno, muy cerca de donde se ubicaba la casa de la familia de Lucy.
—¡Lucy, espera! — gritó Kai, cuanto la vio echarse a correr.
Intentó alcanzarla, pero ella era mucho más rápida, por lo que la terminó perdiendo de vista cuando dobló la esquina en un par de calles delante suyo.
—¡Por favor que no sea ahí, que no sea ahí! —repetía con desesperación, mientras corría tras ella.
Pero mientras más se acercaban a la casa de la familia Naekino, el olor a humo y el sonido de sirenas se hacían más fuertes.
—¡No! —exclamó desesperado, cuando vio, desde lo alto de la calle, que la casa de la familia de su amiga estaba envuelta en llamas. —¡Lucy! —la llamó al volver en sí, pero ella ya no estaba más frente a él.
Y mientras intentaba encontrarla entre la multitud, el grito desesperado de varias personas le helo la sangre.
—¡Que alguien detenga a esa pequeña! —gritó uno de los policías.
Como pudo, Kai se abrió paso entre las personas, pero era demasiado tarde, pues la pequeña silueta de su amiga se había desvanecido entre el denso humo que rodeaba la casa.
Aquella escena le pareció tan irreal que por un momento sintió que todo sucedía en cámara lenta, podía ver a los policías manteniendo a los civiles a distancia, mientras los bomberos luchaban por apagar el incendio.
—¡Lucy! – gritó desesperado, al salir de su momento de conmoción, y justo cuando estaba por correr tras ella uno de los policías alcanzó a sujetarlo.
—¡No! ¡Suélteme, suélteme! —exigía a gritos —. Lucy está ahí adentro, ¡tengo que ayudarla!
—¡Cálmate pequeño! —pidió el policía.
Pero Kai siguió forcejeando.
—¡Lucy y sus padres están ahí adentro! —gritaba desesperado —. ¡Tengo que ayudarlos!
—¡Tranquilízate! —le ordenó con voz autoritaria el oficial, haciendo que Kai dejara de pelear y empezara a llorar.
El oficial estaba por decirle algo para tratar de calmarlo cuando uno de los bomberos ordenó a todos que se retiraran.
—¡Todo el mundo para atrás! —gritó autoritariamente, pues la estructura de la casa había empezado a ceder.
Entonces el oficial abrazó fuertemente a Kai, para impedir que saliera corriendo en dirección a la casa que estaba por colapsarse de un momento a otro.
—¡No! —gritó horrorizado Kai, al escuchar como la casa se colapsaba.
—¡Vamos dense prisa y traigan más agua! — ordenó uno de los bomberos.
—Lo lamento pequeño, ya no hay nada que hacer —dijo con voz solemne el policía.
—Pero lo prometimos —dijo con voz ahogada, mientras las lágrimas empezaban a caer —. ¡Dijimos que siempre estaríamos juntos!
Aquellas palabras hicieron eco en su cabeza, y sintiendo un gran dolor que oprimía su pecho guardó la fotografía de vuelta en las páginas del libro.
Ya había tenido suficiente de ese día, así que apagó la luz y se tumbó en la cama.
No tenía ánimo de nada, así que intentaría quedarse dormido, pero su mente no dejaba de atormentarlo con recuerdos.
—Si hubiera sabido lo duro que sería perder esa felicidad, entonces habría deseado no conocerla —dijo para sí, con un deje de amargura.
Pasaba de la media noche y mientras Lucy dormía acurrucada junto a Colmillo, quien intentaba brindarle calor arropándola con su esponjosa cola, un hombre de largo cabello plateado recogido en una alta coleta, los miraba con aire meditativo.
Vestía una armadura plateada sobre un kimono japonés azul claro, que hacía juego con un hakama de un azul más oscuro. Y sobre este último, amarradas con una larga cinta de seda roja, portaba su daisho.
—Es extraño verte materializado en tu forma humana —comentó Colmillo en voz baja, para evitar despertar a Lucy.
—¡Oh!, no pensé que siguieras despierto —expresó con fingida sorpresa.
—Yo siempre estoy alerta —aseguró Colmillo.
—Jeje, como todo buen guerrero nunca bajas la guardia —comentó divertido el hombre.
—Y bien, ¿por qué decidiste materializarte? — quiso saber Colmillo.
—Digamos que al igual que a ella me invadió la nostalgia por este lugar—comentó con aire melancólico—. Después de todo recorrí este país por siglos.
Y tras decir aquello se echó a reír.
—¿Qué es tan gracioso Graywolf? —preguntó Colmillo.
—Pues que pasé de ser un poderoso y temido Yokai, a convertirme en una bestia bit —respondió entre risas—, y ahora apenas y puedo materializarme por un corto lapso de tiempo.
—Uhm ¿Te arrepientes? —preguntó Colmillo, que se sentía un tanto confuso por su actitud.
Graywolf negó con la cabeza, aunque lo cierto era que sí había cosas que lamentaba profundamente.
Y mientras ellos hablaban, Lucy estaba sumida en un mal sueño.
No sabía en qué parte de la casa se encontraba, estaba asustada y algo aturdida. Apenas y podía ver a su alrededor debido al denso humo que la rodeaba.
Con gran dificultad, alcanzó a distinguir las siluetas de sus padres.
Como pudo, se desplazó hacia donde estaban ellos, pero debido a que el fuego era realmente intenso en esa zona de la casa no pudo seguir avanzando.
La casa comenzó a hacer ruidos extraños por lo que sentía unas inmensas ganas de correr hacia ellos en busca de consuelo, pero el intenso calor que emanaba la habitación se lo impedía.
—¡Mami, papi, tenemos que salir de aquí! —gritó angustiada, pero no obtuvo respuesta —¡Por favor, salgan de ahí! – suplicó.
De pronto alguien la tomó en brazos y la sujetó con fuerza.
—Lo siento pequeña —le dijo con voz entrecortada —, ya no hay nada que podamos hacer por ellos.
—¡No! ¡Mami! ¡Papi! —gritaba desesperada, mientras quien la había abrazado se echaba a correr, llevándosela lejos de sus padres.
—Sé que esto es muy duro para ti, pero debes saber que no estarás sola pues yo siempre estaré contigo —decía con voz entrecortada quien la llevaba en brazos, mientras corría lejos de la casa que seguía siendo consumida por el fuego tras haberse colapsado—. Aunque tú no puedas verme, yo siempre estaré contigo...
Aquellas fueron las últimas palabras que Lucy alcanzó a escuchar antes de desmayarse.
—Uhm —se quejó Lucy entre sueños, interrumpiendo la conversación entre Graywolf y Colmillo.
—¡Espera! —dijo Graywolf, al ver que Colmillo intentaría despertarla.
Entonces se arrodilló junto a ella e impuso sus manos sobre el rostro de Lucy, y pronto un tenue resplandor azul rodeó el cuerpo de ambos.
—¡Listó!, con eso debería bastar —dijo Graywolf tras ponerse de pie.
—Supongo que has reforzado el sello de su memoria.
—¡Así es! —confirmó Graywolf.
—¿No crees, que ya va siendo hora de que sepa la verdad de lo que les ocurrió a sus padres esa noche? Ella tiene derecho a saber —opinó Colmillo.
—Lo sé, pero aún es muy pronto para eso.
